Un adolescente flaco con aires de poeta, un mago, me mira a los ojos sin susto, retador, controlando a su antojo los murmullos, el silencio y las emociones de otros tan jóvenes como él, que nos rodean sentados todos a la sombra del puente.
‒Este es un paquete de cartas, y las personas ven de ellas solo trozos de papel ‒dice. Sin embargo, yo me imagino que tengo entre las manos un reloj de arena o la agenda donde anoto los sucesos más notables. Cada una de estas cartas es un recuerdo en mi vida…
Va extrayendo, al azar, una y otra carta mientras enumera sus recuerdos más preciados: su familia, el primer beso a una muchacha, cuando comenzó en la magia, cuando murió su mejor amigo…

(Foto: Néster Núñez / LJC)
‒Son todos esos instantes que quedan detenidos para siempre en mi memoria y conforman lo que soy. Lo que Es, ‒dice.
¿Y qué es? ¿Eres lo que haces? Él hace magia. La muchacha a su lado hace fotografías y expone en Instagram y en galerías sus fotos. Hay dos que estudian música en el nivel medio. Los otros vienen de cualquier preuniversitario y hacen de público entusiasta, de comisión de embullo, los que más disfrutan. Esos son los de este grupo que está sentado en el piso.
Ya cantaron a pura guitarra Bella Chao y otra de Bola de Nieve: Yo, que ya he luchado contra toda la maldad, tengo las manos tan deshechas de apretar, que ni te puedo sujetar… ¡Vete de mí!, así, poniendo voz ronca y sentimiento juvenil, que igual desgarra por lo auténtico, por lo cubano.
Detrás, en el muro, dos juegan ajedrez. De la bocina salen bases de free style y improvisación, tiradera, entre el mulatico y el otro pequeño, que se esfuerza por agrandarse con la originalidad de los símiles que inventa. Los del skater, la patineta de toda la vida, aprenden a saltar.

(Foto: Néster Núñez / LJC)
Es una tarde cualquiera en mitad de la semana. Terminan sus clases y se reúnen bajo el puente hasta que el sol se pone. Los he visto y por fin me he acercado. ¿No era que la juventud estaba perdida entre el reguetón, el consumo y la violencia? ¿O esto será una emboscada? El mago me pide que me concentre. Corta en tres el mazo de cartas. Pide que me imagine un mundo donde se me permite tener únicamente un solo recuerdo.
‒ Quiero que vuelvas la vista atrás, que elijas ese único recuerdo: por supuesto, algo que amarías siempre. El éxito o el fracaso de este truco dependen mucho de lo valioso que sea ese único recuerdo para ti.
De ningún modo puedo tener yo un único recuerdo para guardar el resto de mi vida. Viéndolos hace un rato tocar la guitarra, recordé mi propia juventud: mis amigos y yo desafinando a Silvio, a Sabina, a Santiaguito Feliú en cuanto parque hubiera en la ciudad. Tantos amigos que ya no están, tantas canciones que ya no se ponen.
Fue tan fuerte la reminiscencia que tuve que acercarme a su grupo y decírselo:
‒Hace rato que no veía un grupo de muchachos como ustedes.

(Foto: Néster Núñez / LJC)
¿Un solo recuerdo? Yo nunca tuve patineta, sino un par de patines de hierro, de cuatro ruedas, no un monopatín moderno. A veces me tocaba el derecho y otras el izquierdo. Mi mi hermano y yo nos intercambiábamos, para estar parejos. Montábamos en el portal de la escuela primaria porque el piso era más pulido, sin las grietas del asfalto. Pero las losas se marcaban y la maestra de guardia un día ya no nos dejó y entonces nos pusimos a jugar a los agarrados en los edificios que estaban construyendo.
Éramos como quince chiquillos, todos del mismo reparto. Corríamos por las escaleras, atravesábamos ventanas, poníamos a funcionar el elevador de carga, saltábamos desde el tercer piso hasta la loma de cocó o la de arena para que no nos cogieran. Hasta que pusieron custodios, dijeron que por nuestro bien, para que ningún otro se partiera un brazo o se llevara cinco puntos de sutura en la cabeza.
‒Un solo recuerdo‒ me pide el mago, que todavía me está mirando fijo. ¿Escojo las veces que entramos a escondidas al terreno del estadio a correr las bases, a deslizarnos en tercera, a gritar como si diéramos un jonrón hasta que el custodio nos caía atrás para que nos fuéramos? Que no se puede, siempre había un No se puede. No éramos muchachos malos, pero el exceso de energía y la falta de opciones nos llevó al cementerio, donde tampoco respetamos el silencio de los muertos.
La falta de opciones de los años ochenta no era tal, si la comparas con la falta de opciones de ahora. Nos apuntamos en judo, en ciclismo, en «taiguandó». Las parejitas iban al cine y al coppelia. Los fines de semanas nos reuníamos todos en la playa. Había transporte público y música en los parques por la noche. Había emulación socialista, pioneros exploradores y carne rusa en latas, y la línea entre el bien y el mal estaba mucho mejor delimitada.

(Foto: Néster Núñez / LJC)
Nada era perfecto, al contrario. Las guaguas iban repletas, el trabajo voluntario era obligado y también había broncas en los carnavales, navajazos y feminicidios que no anunciaban en los periódicos. Pero había aquel futuro colectivo a donde llegar. El técnico medio, la carrera universitaria, la cultura y el deporte masivos, y la ilusión de lograr vivir decentemente.
A partir de los noventa fue el sálvese quien pueda. Aquella utopía común no fue sustituida por ningún otro proyecto más realista, más ajustado a las diferentes formas de asumir lo que es bueno y justo y sostenible para los cubanos. El que logró invertir, ahora tiene empleados. El empleado come mejor que trabajando para el Estado, pero nunca podrá comprarse una casa. Para bien o para mal, esto no es Miami, que es para donde miramos. La referencia casi única, obligada.
En Miami creo que los muchachos no se reúnen a cantar y a tocar guitarra a la sombra de un puente. Aquí, ya es tan poco común que me dio una alegría tremenda sentarme con ellos esta tarde.

(Foto: Néster Núñez / LJC)
‒Ahora lo que quiero es que pongas tu recuerdo en una carta, así que dime cuando pare‒ me dice el mago. Le digo ¡ya! y él para. Me muestra la carta. Es un siete negro de bastos. La inserta otra vez en el mazo y baraja.
‒Yo no sé mucho del vivir, pero si existe una verdad, es que somos lo que recordamos‒ dice el adolescente sin barba, ilusionista, encantador de multitudes.
Buenos o malos, los recuerdos nos hacen lo que somos, fuimos y seremos. Sé que si tomas un grano de arena y lo pierdes en una playa no lo vuelves a ver nunca más. Pero la vida cansa, el tiempo cansa, equivocarse cansa, y quizás sea momento de comenzar a dejar a un lado la metáfora… ¿recuerdas cuál fue mi pedido? Te pedí que imaginaras un mundo donde solo puedas tener un recuerdo. Un mundo en que solamente puedas tener un recuerdo. Un mundo, en que solo puedas tener un recuerdo. Y ese recuerdo esté en todas partes.
Es cuando muestra todas las cartas y todas son siete negro de bastos. Hay caras de asombro. Yo muestro solo media sonrisa. Pienso que no me inquieta tanto tener un solo recuerdo de mi pasado, porque sabría escoger el más simbólico, supongo.
Lo que en realidad me preocupa es que ese siete negro no sea el pasado, sino el futuro de todos.