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Autor

Néster Núñez

Néster Núñez

Fotógrafo y escritor

Las Vegas
Ciudadanía

Lo que pasa en Las Vegas…

por Néster Núñez 15 abril 2023
escrito por Néster Núñez

A las doce y tres minutos el hombre llegó al bar. No sé cómo, si el mundo se le movía tanto. Para suerte suya, la barra todavía estaba ahí. Se sostuvo con la izquierda mientras con la otra mano trató de acercar una banqueta, que terminó cayendo al piso, pero suavecito, sin escándalo. Los clientes continuaron con sus tragos y sus pizzas, envueltos en nubes de humo azuloso y ajenos al rollo.

El barman dio la vuelta a la barra para poner en su lugar la banqueta, supongo. O quizás para poner en su lugar al hombre, hablarle bajito al oído y que nadie se enterara de lo que iba a decirle. ¿Que se fuera a su casa? ¿Que ya había tomado demasiado?

El hombre tenía los ojos inyectados de sangre, según dicen cuando se ven tanto las venitas rojas sobre lo blanco. Aún así, esos mismos ojos le sirvieron para ver perfectamente que los cuatro bármanes venían hacia él, y le habrá parecido que venía hacia él el olímpico Stevenson y el olímpico Roberto Balado, y decidió rendirse. Pero rendirse no de levantar una bandera blanca en son de paz, sino de sucumbir en el acto. Tan fácil como abrir los dedos que lo sostenían a la barra y caer como un saco de papas al suelo, hacia el lado opuesto al que estaba la banqueta. Grande y fuerte sí era el de seguridad, que lo levantó en peso, sin demasiado abuso, y lo sacó de la vista.

Un amigo de los que estaban conmigo mordió una croqueta y la bajó con un buche de whisky. Otro encendió un cigarro, para envolvernos también en una nube azul, supongo, como los clientes de la mesa vecina. Yo miré hacia la calle a través de la ventana. Pero el cuarto ya tenía sus tragos de más y tuvo que decir lo que nos había pasado por la mente a todos:

—De madre el alcoholismo, brother.

Al innecesario parlamento le siguió un breve silencio que quería decir: “Sí, de madre, pero no menciones la cuerda en casa del ahorcado”. Todos miramos a la vez nuestros respectivos tragos e hicimos un brindis por no llegar nunca, solos, a la barra de un bar, embriagados de tal modo.

—Por la amistad —dijimos al unísono. O eso intentamos.

Las Vegas

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Y ya que nunca se habla de política si no es en el baño —que es donde ponen los micrófonos, según nos enseñó Nicanor— y como las dos horas previas ya habíamos agotado todo sobre la actuación del Team Asere en el clásico de béisbol y no habían anunciado apagón para esa noche, aunque aquí uno nunca sabe; el amigo pijo quiso hacerse el del tema nuevo y gugleó algo es su iPhone 13 y leyó:

—De hecho, el consumo excesivo de alcohol es una de las causas más frecuentes de las transgresiones sociales, tales como violaciones y riñas, así como abandono familiar y laboral. Se vincula mundialmente con el 50% de las muertes ocurridas en accidentes de tránsito, con el 60% de los ahogados, con el 50% de las violencias domésticas y con el 30% de los homicidios y arrestos policiales.

—Mundialmente no. Busca a ver las estadísticas del alcoholismo en Cuba. En Ecured, por ejemplo.

Etecsa funciona bien cuando menos falta hace. La conexión era estable esa noche.

—Hay 173 entradas. La primera: sección del alcoholismo en Cuba. La segunda: Santiago de Cuba, algo sobre el hotel Casa Granda. La tercera: Federación de Mujeres Cubanas. La cuarta, también sobre Santiago de Cuba; algo por el 500 aniversario de su fundación. La quinta dice: Vitamina B1… le siguen tres nombres de personalidades y después una serie de televisión cubana del 2009. Mucho Ruido, se llama.

—Na´, búscalo en Google entonces.

—Cubadebate: Consumo de alcohol. Un artículo del 29 de agosto del 2022. Que el ministro de Salud Pública presentó ante el parlamento la estrategia para la prevención y el control de…

Las Vegas

(Foto: Néster Núñez / LJC)

—Entra en ese a ver.

—Dice: “Más allá de estadísticas…”

—Ya, ya. Ni sigas. Entendimos.

—Habla de la presión arterial.

—¿Pero no era que el ministro de Salud Pública presentó ante el parlamento…?

—¿Tú ves que en el NTV hablen de que en Cuba hay un problema con el alcohol? Si en el noticiero no lo dicen, es porque no existe.

Casualmente estaba sonando la canción aquella de Natti Natasha y Thalía: “Pero no me acuerdo, no me acuerdo, y si no me acuerdo no pasó. Eso no pasó”.

—Medios independientes sí hablan de eso: 14 y medio, Cubanoticias360, Radiotelevisiónmart…

—Te dije que ni sigas. Que entendimos. La cosa con el alcohol debe estar bien mala entonces.

—Depende. El mío está muy bueno —dijo el amigo de mi derecha y le hizo una seña a la camarera—. Otro wiski, por favor.

A mí se me acababa el dinero y si pedía otra cerveza no tendría para el transporte de regreso. Aproveché que ya la camarera estaba y le pregunté por el trago más barato. Lo que respondió me sonaba a refresco instantáneo marca Zuco con lo que iban dejando en sus vasos los otros clientes. Desestimulante total.

—Estoy bien, gracias —le dije, pero el pijo me embulló con otra. Que me la pagó él, quise decir. Y así sucesivamente.

A las cuatro, nuestras correspondientes lenguas, a saber cuál más enredada, continuaban hablando que si los pobres que toman el ron de la bodega, que si chispaetren en los aceras del barrio jugando dominó, que en los bares hay una pila de mujeres que facturan y se pagan ellas mismas un montón de tragos azules como el humo, que mejor emborracharse que meterle cabeza al asunto de los precios de la jama en la calle, que la copa rota y que el veneno de tu amor.

Las Vegas

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Algo curioso y fuera de tono: el amigo pijo nunca dijo jama, sino víveres, y todo el tiempo se mantuvo muy interesado en saber cómo sería vivir allá abajo, hasta que otro de los amigos le preguntó qué dirigente era su padre y este se ofendió. Se tiraron unas palabras duras y unos golpes que recibió el amigo pijo que al final salió huyendo y se montó en Mercedes Benz negro que llegó nada más él puso un pie en la calle. Todo muy pijo y misterioso, pero me había pagado las cervezas, y si de verdad era hijo de un dirigente pues para algo servían ellos, y yo que pensaba que no.

Apenas salió el amigo pijo sin intercambiar teléfonos ni nada, escuchamos aquel canto de sirena, y se me aflojaron las piernas pero a nivel gelatina en medio de un apagón. Por suerte no era la policía sino una ambulancia que se parqueó afuera para llevarse al hombre del principio del cuento, que al parecer aún seguía vivo, pese a la demora.

El guardia de seguridad entró a buscarlo en el lugar desconocido donde lo habían guardado, y yo, haciendo uso y alarde de la poca conciencia que me quedaba, me dije: “Esta es la mía”. Y me dejé caer como había hecho el hombre antes, como un saco de papas, tumbando incluso no una sino dos banquetas, y estas sí que sonaron y llamaron muchísimo la atención, supongo, porque yo estaba desmayado a la vista de todos.

Después, por mucho que me echaron agua en la nuca y me golpearon la cara, mantuve los ojos cerrados, pero en plan “yo sé lo que hago”. Reaccioné, claro, cuando el ambulanciero dijo que me dejaran tirado, que era la tercera vez que le hacía la misma gracia:

—Lo que quiere es irse gratis porque él vive, como quien dice, a dos puertas del policlínico.

Abrí los ojos, dejé que los amigos me levantaran del suelo y fui a darle un abrazo de agradecimiento al ambulanciero, por las veces anteriores y por esta, si la fuerza estaba de mi lado. Él me dijo que no, que gracias por la muestra de cariño espontáneo, y yo entendí perfectamente. Esta vez hice uso de todo mi altruismo y toda mi fuerza de voluntad, saqué la cartera del bolsillo y compré una cerveza y se la regalé al chofe, bajo la promesa de que se la tomara al finalizar la pincha, su turno de trabajo.

LAs vegas

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Ya en la ambulancia me habló de cómo le iba la guardia, que menos mal que tenían gasolina y que la gente con el alcohol no paraba. Yo le dije: “Na´, ese problema en Cuba no existe y, si existiera, ya el ministro de salud tiene pensada una estrategia eficaz para combatirlo. Ahora el gobierno coge los dólares que los ciudadanos van a depositar otra vez en los bancos y los dedica a la prevención, porque quién ha dicho que el hombre nuevo (y la mujer) que construimos a partir del 59 tenga que ser un (a) borracho (a)”.

—Y también practicar sexo sin protección.

—Nada de eso lo ponen en el noticiero, y si no lo ponen en el noticiero, no existe.

15 abril 2023 9 comentarios
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Banao
Sostenibilidad Ambiental

En modo Banao: la reserva ecológica

por Néster Núñez 1 abril 2023
escrito por Néster Núñez

Ha sonado la alarma del teléfono y he abierto los ojos. Aunque reconozco que este techo y estas paredes son las mismas que me han dado cobija durante los últimos años, me siento desubicado. Salgo de la cama en modo automático, me mojo la cara, reviso el refri, miro por la ventana los edificios grises y la calle…

Cuando me dispongo a colar café, la salamandra que vive detrás del mueble de la cocina sale de su escondite. Me quedo mirándola. Ella también a mí. No hago movimientos bruscos. La salamandra no se asusta. Permanecemos así un tiempo indefinido hasta que da la vuelta lentamente y sale disparada a cazar a un insecto que no identifico. Sonrío porque creo que lo atrapa, y porque me doy cuenta que ese viaje a Banao ha despertado en mí instintos que tenía dormidos.

La Reserva Ecológica Lomas de Banao se localiza en el Macizo de Guamuhaya, a 20 km de la ciudad de Sancti Spíritus. Apenas bajas del camión conoces del alto nivel de endemismo de su flora y fauna. Somos cerca de veinte, casi todos fotógrafos apasionados por la naturaleza. Para algunos es su segunda visita. Yo vengo sobre todo a tomarme vacaciones, a alejarme de la city. No tengo el equipo para hacer fotos de aves en vuelo ni grandes primeros planos. Si acaso, algunos paisajes. Dejo la mochila sobre un banco y recorro el lugar. Más tarde buscaré dónde armar la tienda de campaña.

Banao

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Me alejo por las pasarelas de las márgenes hasta encontrar un trillo que me conduce hasta la cascada La Bella. Como hace mucho no llueve el agua se mantiene súper transparente. Me siento al borde de la poceta, sobre las raíces de un árbol, a contemplar, a relajarme. Por un momento pienso que me gustaría compartir la aventura con mis hijos. Como es imposible, enseguida descarto la idea. Incluso me saco el teléfono del bolsillo y lo guardo en el bolso de la cámara: no les mandaré fotos. Además, hay muy poca cobertura. Este es un tiempo mío, que necesito para mí, me digo.

Banao

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Caminar por el bosque es ver en qué piedra pones el pie, qué rama seca evitas, por dónde es mejor atravesar el arroyo. Es también administrar tus fuerzas, respirar con el abdomen si subes una cuesta empinada, nunca desesperarte. Son seis kilómetros hasta la estación biológica La Sabina, pero no hay apuro. Los mulos llevarán los equipajes.

Banao

(Foto: Néster Núñez / LJC)

La guía marca el paso, el suyo, porque nosotros vamos mirándolo todo. El grupo se estira. Cada cual persigue sus fotos. Veo cartacubas, carpintero verde, zunzunes y otro montón de pájaros que no sé identificar.

Banao

(Foto: Adrián Lamela Aragonés)

Como he tomado confianza me aparto del camino. Desciendo cerca de cien metros hasta el río. Voy solo. Sé que no está bien. Me digo que tengo que ser el doble de precavido. Pienso en mi madre y en el mar y en los versos de Martí. Sé que no importa si dulce o salada: es el agua lo que me atrae.

Banao

(Foto: Néster Núñez / LJC)

El río corre entre dos montañas, cada vez más estrecho, como si estuviese a mitad de un embudo. Giro en redondo mirando hacia arriba, hacia las cumbres, y me mareo pensando en lo minúsculo que soy ahora mismo en medio de toda esta naturaleza perfecta. Mis cuarentaitantos años frente a los siglos de este paraje. Está el agua cayendo en cascada, como el tiempo, definiendo lo transitorio de la vida humana. ¿Qué conflicto tenía antes de llegar aquí? ¿Cuáles eran mis preocupaciones? Un árbol que tiene la mitad de las raíces fuera de la tierra ha logrado sobrevivir.

Banao

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Las piedras resbalan con el limo. El río desaparece ante mi vista unos metros adelante. Pongo la cámara en un lugar seguro y bajo ayudándome de manos y piernas, buscando el borde. Es el salto de agua, es la cascada. Es una de esas barreras que te dan una sola opción: buscar un camino nuevo. Hago la foto que nunca captará lo que estoy sintiendo y decido no desandar el tramo hecho. Prefiero abrirme paso monte arriba, buscando la cumbre.

Banao

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Onelio y su hermano nos reciben en La Casa de María Antonia, a mitad de camino. Pasan el café tostado por el pilón, lo hacen a la antigua, a colador, sin cafetera. Me lo tomo sin miel ni azúcar, como siempre. Son gente buena, de Banao. Llevan aquí toda la vida. Un puerco se les escapa y caminan kilómetros buscándolo, como si nada. El hermano de Onelio tiene una hija fuera del país. La otra acaba de irse también, gracias al parole.

Banao

(Foto: Néster Núñez / LJC)

La familia de Hoyos del Naranjal salió de Holguín hace casi veinte años. Llevan cinco en esta zona y me dicen que están valorando regresar allá. Quizás antes de diciembre. Junior, de 28, es el más joven. Tuvo una novia de Banao, pero se terminó la relación. No es fácil estar aquí tan solo -dice. Como por cambiar el tema le pregunto por un caballo de crines rubias que vi pastando cerca. Es la yegua del que fue mi suegro -responde. Tengo que ir allá a devolvérsela.

Banao

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Hoy me levanté de mi cama desubicado, perdido, hasta que vi la salamandra cazando su comida. Y vi también, por la ventana, la mata de mango del vecino, florecida, y un par de abejas revoloteando. Después me senté a revisar las fotos que hice y las que subieron los muchachos al grupo de WhatsApp que creamos. Las escamas en la piel del chipojo me recordaron a los dinosaurios, que el tiempo trascurre sin que nos demos cuenta, y el agua cayendo en la cascada la vi en el fondo de sus ojos.

Banao

(Foto: Deryl Varela)

En la forma del escarabajo verde vi una nave de ciencia ficción. De ahí me fui a las galaxias, al espacio negativo en la fotografía, al amigo que dice que somos un granito de nada en el confín del universo, mientras prepara para un turista hambriento un emparedado de jamón y queso en un hotel de Varadero.

Banao

(Foto: Adrián Lamela Aragonés)

Luego respiro profundo con la sensación de haber traído a la ciudad lo más importante de aquello que viví durante una semana en las Lomas de Banao: la actitud calmada y contemplativa, la paz, la fantasía y la belleza, tan necesarias para vivir hoy y siempre en Cuba, y en cualquier lugar de este planeta.

1 abril 2023 16 comentarios
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Pensamiento
Escenarios

Pon tu pensamiento en mí

por Néster Núñez 4 marzo 2023
escrito por Néster Núñez

 

La Marina es ese barrio sucio, feo y de mala fama, pobrísimo y de población mayoritariamente negra, que encontrarás en cualquier ciudad de la Isla. La diferencia, tal vez, es la mucha rumba, el guaguancó y la santería afrocubana. Lo otro: no es un barrio de la periferia. Está en el mismo centro de Matanzas.

Los turistas se quedan en el centro histórico. Sin embargo, a unas cuadras, con sus cámaras de fotos, muestran sus pocos deseos de establecer un contacto de primer tipo, “pueblo a pueblo”, como le llaman. No entran ni para llevarse una postal más o menos cercana a la realidad que se vive en buena parte de Cuba. No los critico. Son sus vacaciones. La semana libre es para llenarse de belleza y recargar los deseos de seguir viviendo en el primer mundo.

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Yo que soy cubano, y matancero, confieso haber sentido también una especie de temor/repulsión parecida a la que pudieran sentir los turistas, si supieran al menos que ese barrio existe. Voy allá, en primer lugar, a comprar comida, porque allí revenden de todo. Te atienden superbién, siempre que pagues sin regatear tanto.

El otro motivo importante por el que voy con frecuencia a La Marina es porque me atrae mucho la gente que vive allí. Siento que para entender los modos diversos en que la humanidad se manifiesta hay que conocer un poco más a esa gente de abajo. Después que juegan dominó, que trabajan, que cocinan o ven televisión… ¿qué piensan? ¿Cuáles son sus ilusiones? ¿Qué los mantiene con vida? ¿En qué consiste la felicidad de sus días?

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Una tarde de esas en que lo filosófico existencial me asalta, porque no estoy en mi semana de vacaciones, veo a unos niños en La Marina entrenando boxeo, justo en medio de la calle. Me acerco, por supuesto, y conozco al profe. Juan Esquerré Oña es su nombre. Tiene 78 años y los últimos 25 se ha dedicado a esta faena, de modo totalmente voluntario. En la sala de su casa construyó unos aditamentos artesanales para que sus pupilos aprendieran a tirar ganchos y golpes rectos. Los guantes son reciclados: algunos de la academia provincial de boxeo; otros, traídos por los padres o hechos a mano. Así con todo.

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Le pregunto por qué lo hace y responde lo obvio: porque le gusta ese deporte. Allá en los años ochenta, mientras cumplía misión internacionalista en Angola, fue campeón en una competencia entre los ejércitos amigos. Luego regresó a Cuba y no pudo avanzar en el alto rendimiento. Menciona nombres de boxeadores famosos con los que topó en esa época, busca entre papeles y fotos, me muestra un libro impreso a color. “Ese soy yo”, dice orgulloso. Ahí estaba trabajando en la imprenta de la Universidad de Matanzas.

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Los niños se impacientan, quieren tirar golpes. Esquerré cambia el entrenamiento previsto. Les dice que se pongan las cabeceras, improvisa una demostración para la cámara. Mientras hago las fotos me pregunto si él me ve como un turista que pudiera dejarle donaciones para su desmejorada academia. Hacia el año 2000 el gobierno le dio un lugar donde entrenar a sus muchachos, pero duró muy poco. Estaba en peligro de derrumbe y lo demolieron. También llegaron alemanes y franceses de buena voluntad y algo ofrecieron. Ahora queda una guantilla como único recuerdo de esos tiempos.

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Más que ser visto como canalizador de donaciones, me preocupa no lograr responder las preguntas aquellas. Ante la adversidad tremenda que es vivir en un barrio así con un salario de jubilado, me cuestiono: ¿por qué Juan Esquerre hace esto? Me dice que varios de sus atletas han sido campeones provinciales y otros llegaron a la Marcelo Salado, la escuela de La Habana. Méritos justos a su dedicación y entrega.

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Pasa un auto pitando, un panadero, otro que vende leche en polvo a 1 500 pesos el kilogramo. Juan pregunta a los discípulos cuál es la combinación que se le tira a un oponente zurdo.

— Dos rectas y un gancho — dice uno.

— ¿A otro que tire golpes rectos?

— Cuatro ganchos y un swing.

Entonces pienso que quizás las repuestas que busco las tengan ellos, los niños. ¿Qué es lo que más les gusta de esto? ¿Qué estarían haciendo si no estuvieran aquí? “Mataperreando”, comenta uno. “Viendo televisión”, suelta otro”. “Vengo porque aquí hago muchos amigos”, agrega un tercero.

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Los turistas andarán sentados a la sombra de los bonitos bares de Narváez, consumiendo sus tragos. O haciéndose selfies con el antiguo edificio del Palacio de Justicia como fondo. A veces me pregunto qué estarían haciendo si no estuvieran aquí, qué es lo que más les gusta de esto… ¿Cuáles son sus ilusiones? ¿Qué los mantiene con vida? ¿En qué consiste la felicidad de sus días?

El hombre de la leche en polvo vuelve a pasar. Mil quinientos pesos el kilogramo. El yogurt, doscientos cincuenta: un litro y medio. Duró muy poco el edificio que el gobierno le prestó a Esquerré para academia. Terminó demolido. Desde entonces él está en la calle, con sus niños, haciendo lo mismo.

Regreso a mi casa con más preguntas que respuestas, como casi siempre.

(Foto: Néster Núñez/LJC)

4 marzo 2023 6 comentarios
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Pelícanos
Ciudadanía

Temporada de pelícanos

por Néster Núñez 25 febrero 2023
escrito por Néster Núñez

El primer pelícano llegó a mitad de octubre, el día 16, bastante temprano en la mañana. José Ramón lo vio en la distancia y agarró la cubeta, encaminándose mar adentro hasta que le llegó el agua al pecho. Cogió un puñado de sardinas y lo lanzó lo más alto y más lejos que pudo, pero el pelícano siguió volando como si nada.

José Ramón esperó con paciencia, mientras se acomodaba su gorrito a lo «Robin Hood», para que el sol no le castigara los ojos. Volvió a tirar sardinas una y otra vez, hasta que la cubeta tocó fondo. Solo así, despacio, como si caminase sobre la mar en calma, regresó con sus 78 años a la orilla.

Ahora lo observo, paseando su mirada por el paradisíaco verdeazulado de Varadero y me pregunto qué piensa. Quizás en aquellos tiempos en los que fue rastrero en el sol reflejándose en la carretera, en el verde de los montes de Cuba: el pie sobre el acelerador, los cambios, la velocidad… su vida en La Habana. O en los hijos que quedaron en la casa de allá de Quinta Avenida.

Me cuesta imaginar a este señor tan calmado llevando otra vida…

Pelícanos

(Foto: Néster Núñez / LJC)

‒Me jubilé de camionero y vine a vivir a Santa Marta. Como todavía me sentía fuerte, me puse a pescar. Una tarde tiré la atarraya y cogí unas cuantas sardinas. Cuando las estaba vaciando en la cubeta, un pelícano empezó a querer comérselas. Le tiré algunas para que se alejara y ahí vino un turista y nos hizo fotos. Yo le seguí el juego y lancé más sardinas. Más pelícanos vinieron y más turistas con sus cámaras. Después uno me dio un pesito y el otro también y así hice veinte dólares en un rato. Entonces me puse para eso. Al otro día vine e hice lo mismo. Así fue como empezó todo.

José Ramón y sus pelícanos son famosos en Varadero y media parte del mundo. Su curiosa iniciativa, en la que lleva más de quince años, ha contribuido a atraer clientes extranjeros a la llamada casa de Al Capone. En algún momento le pregunto a un empleado si de verdad esa fue la residencia de veraneo del célebre mafioso.

‒Claro que no. Una vez, una turista que vino dijo que ella había estado en la casa de Al Capone en no sé qué lugar de Estados Unidos, que esta construcción se le parecía muchísimo. Después no sé cómo se difundió la historia. Fíjate que el nombre oficial es «La Casa de Al», no la de Al Capone.

Pero funciona, me digo. La leyenda del «tipo malo» junto a la belleza del lugar, las aguas transparentes chocando contra el muro cuando la marea sube y el viejo con sus pelícanos casi domesticados, hacen un paquete formidablemente atractivo. Los turistas llegan directo a fotografiarse, avisados ya por los taxistas que los traen desde los hoteles en que se alojan. Después «del show» se sientan a comer langosta, o a beberse unos tragos, en lo que el atardecer hace su magia anaranjada.

Pelícanos

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Es, quizás, un ejemplo de encadenamiento productivo que la industria del turismo no ha logrado hacia el interior de la economía cubana. Este sector nunca se convirtió en la locomotora que pretendían en los noventas, cuando empezó a desarrollarse. Las cucharas, las sillas, los manteles, el material gastable, todo es importado. Qué poco se produce en esta isla.

Una gaviota se posa a cierta distancia de los pelícanos. Cerca, pero apartada. Por algún motivo oculto, me viene a la mente el refrán que repetía mi abuela: una gaviota no hace verano. ¿O era una golondrina? Mi abuela hubiera rectificado ante mi confusión: Ah, bueeeno, pájaro por pájaro…

En mi infancia, cuando veníamos a Varadero en familia, no nos dejaban pasar a los cubanos hacia esta parte donde José Ramón alimenta a los pelícanos. El límite era el hotel Kawama. Había una barrera y después de ahí, zona vedada. Se decía, creo, que era exclusiva para dirigentes. No sé si desde aquella época ya estaba aquí la casa del mafioso.

Pelícanos

(Foto: Néster Núñez / LJC)

‒Es un día medio malo hoy, medio muerto‒ me explica José Ramón, devolviéndome a la realidad‒. Si no fuera porque estamos conversando, ya me hubiera ido.

Le pregunto si siempre es así de tranquilo después de la pandemia.

‒Ha ido mejorando. Pero no es como antes. Y lo otro es que la calidad de los turistas ha ido bajando.

Me confiesa que él no sabe ningún idioma, que empezó en el «negocio» demasiado tarde que nunca pone un precio a lo que hace. Acepta cualquier propina de los turistas. Y que una vez hasta le regalaron un billete de cien dólares.

‒Hay muchos turistas que repiten. Me traen fotos impresas, que tengo por mi casa. Bueno, y también regalos.

Me cuenta que los pelícanos no son cariñosos, no dejan que se les pase la mano. Llegan en octubre o noviembre y se van como en marzo. En ese tiempo en que emigran, José Ramón se dedica a la pesca.

‒No siempre regresan los mismo y aunque sean los mismos, vienen ariscos. Hay que empezar otra vez desde cero con ellos. Les tiro sardinas y siempre hay uno que se acerca primero. Cuando ese ya está comiendo casi de mi mano, sé que gané la pelea. Los otros cogen confianza y vienen enseguida.

Un grupo de rusos llega entre risas y tragos. José Ramón le da el guante a una muchacha. El pico de los pelícanos impresiona, asusta alimentarlos. La gaviota también aprovecha para llevarse su parte. Las cámaras de los móviles no hacen flashes.

Pelícanos

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Cuando José Ramón se sienta de nuevo a mi lado, no pregunto de cuánto fue la propina, pero quisiera que fuera bastante. Que no le pase como al viejo de Hemingway, que llegó a la orilla sin su gran pescado. Sobre todo, porque veo en la piel arrugada de su mano una gota de sangre.

‒Por ahí tengo un par de guantes. La mujer mía me regaña porque no me los pongo, pero es que son muy incómodos para sacar de la cubeta las sardinas.

Apenas quedan unos peces en el fondo  y da  término final a la jornada. José Ramón camina hasta donde parqueó la bicicleta. Un pelícano va detrás de él como si fuera un perro o un gato. Es cuando me fijo que le falta la mitad de un ala.

‒No quiero ni pensar en qué le pasó. Yo mismo tuve que cortarle esa parte, que le colgaba. Ya está mucho mejor. Lo malo es que no podrá volar más. Cuando los otros se vayan, voy a tener que llevarme a este para mi casa.

25 febrero 2023 7 comentarios
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puente
Ciudadanía

En esta orilla, debajo del puente

por Néster Núñez 11 febrero 2023
escrito por Néster Núñez

Un adolescente flaco con aires de poeta, un mago, me mira a los ojos sin susto, retador, controlando a su antojo los murmullos, el silencio y las emociones de otros tan jóvenes como él, que nos rodean sentados todos a la sombra del puente.

‒Este es un paquete de cartas, y las personas ven de ellas solo trozos de papel ‒dice. Sin embargo, yo me imagino que tengo entre las manos un reloj de arena o la agenda donde anoto los sucesos más notables. Cada una de estas cartas es un recuerdo en mi vida…

Va extrayendo, al azar, una y otra carta mientras enumera sus recuerdos más preciados: su familia, el primer beso a una muchacha, cuando comenzó en la magia, cuando murió su mejor amigo…

puente

(Foto: Néster Núñez / LJC)

‒Son todos esos instantes que quedan detenidos para siempre en mi memoria y conforman lo que soy. Lo que Es, ‒dice.

¿Y qué es? ¿Eres lo que haces? Él hace magia. La muchacha a su lado hace fotografías y expone en Instagram y en galerías sus fotos. Hay dos que estudian música en el nivel medio. Los otros vienen de cualquier preuniversitario y hacen de público entusiasta, de comisión de embullo, los que más disfrutan. Esos son los de este grupo que está sentado en el piso.

Ya cantaron a pura guitarra Bella Chao y otra de Bola de Nieve: Yo, que ya he luchado contra toda la maldad, tengo las manos tan deshechas de apretar, que ni te puedo sujetar… ¡Vete de mí!, así, poniendo voz ronca y sentimiento juvenil, que igual desgarra por lo auténtico, por lo cubano. 

Detrás, en el muro, dos juegan ajedrez. De la bocina salen bases de free style y improvisación, tiradera, entre el mulatico y el otro pequeño, que se esfuerza por agrandarse con la originalidad de los símiles que inventa. Los del skater, la patineta de toda la vida, aprenden a saltar.

Puente

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Es una tarde cualquiera en mitad de la semana. Terminan sus clases y se reúnen bajo el puente hasta que el sol se pone. Los he visto y por fin me he acercado. ¿No era que la juventud estaba perdida entre el reguetón, el consumo y la violencia? ¿O esto será una emboscada? El mago me pide que me concentre. Corta en tres el mazo de cartas. Pide que me imagine un mundo donde se me permite tener únicamente un solo recuerdo.

‒ Quiero que vuelvas la vista atrás, que elijas ese único recuerdo: por supuesto, algo que amarías siempre. El éxito o el fracaso de este truco dependen mucho de lo valioso que sea ese único recuerdo para ti.

De ningún modo puedo tener yo un único recuerdo para guardar el resto de mi vida. Viéndolos hace un rato tocar la guitarra, recordé mi propia juventud: mis amigos y yo desafinando a Silvio, a Sabina, a Santiaguito Feliú en cuanto parque hubiera en la ciudad. Tantos amigos que ya no están, tantas canciones que ya no se ponen.

Fue tan fuerte la reminiscencia que tuve que acercarme a su grupo y decírselo:

‒Hace rato que no veía un grupo de muchachos como ustedes.

Puente

(Foto: Néster Núñez / LJC)

¿Un solo recuerdo? Yo nunca tuve patineta, sino un par de patines de hierro, de cuatro ruedas, no un monopatín moderno. A veces me tocaba el derecho y otras el izquierdo. Mi mi hermano y yo nos intercambiábamos, para estar parejos. Montábamos en el portal de la escuela primaria porque el piso era más pulido, sin las grietas del asfalto. Pero las losas se marcaban y la maestra de guardia un día ya no nos dejó y entonces nos pusimos a jugar a los agarrados en los edificios que estaban construyendo.

Éramos como quince chiquillos, todos del mismo reparto. Corríamos por las escaleras, atravesábamos ventanas, poníamos a funcionar el elevador de carga, saltábamos desde el tercer piso hasta la loma de cocó o la de arena para que no nos cogieran. Hasta que pusieron custodios, dijeron que por nuestro bien, para que ningún otro se partiera un brazo o se llevara cinco puntos de sutura en la cabeza.

‒Un solo recuerdo‒ me pide el mago, que todavía me está mirando fijo. ¿Escojo las veces que entramos a escondidas al terreno del estadio a correr las bases, a deslizarnos en tercera, a gritar como si diéramos un jonrón hasta que el custodio nos caía atrás para que nos fuéramos? Que no se puede, siempre había un No se puede. No éramos muchachos malos, pero el exceso de energía y la falta de opciones nos llevó al cementerio, donde tampoco respetamos el silencio de los muertos.

La falta de opciones de los años ochenta no era tal, si la comparas con la falta de opciones de ahora. Nos apuntamos en judo, en ciclismo, en «taiguandó». Las parejitas iban al cine y al coppelia. Los fines de semanas nos reuníamos todos en la playa. Había transporte público y música en los parques por la noche. Había emulación socialista, pioneros exploradores y carne rusa en latas, y la línea entre el bien y el mal estaba mucho mejor delimitada.

Puente

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Nada era perfecto, al contrario. Las guaguas iban repletas, el trabajo voluntario era obligado y también había broncas en los carnavales, navajazos y feminicidios que no anunciaban en los periódicos. Pero había aquel futuro colectivo a donde llegar. El técnico medio, la carrera universitaria, la cultura y el deporte masivos, y la ilusión de lograr vivir decentemente.

A partir de los noventa fue el sálvese quien pueda. Aquella utopía común no fue sustituida por ningún otro proyecto más realista, más ajustado a las diferentes formas de asumir lo que es bueno y justo y sostenible para los cubanos. El que logró invertir, ahora tiene empleados. El empleado come mejor que trabajando para el Estado, pero nunca podrá comprarse una casa. Para bien o para mal, esto no es Miami, que es para donde miramos. La referencia casi única, obligada.

En Miami creo que los muchachos no se reúnen a cantar y a tocar guitarra a la sombra de un puente. Aquí, ya es tan poco común que me dio una alegría tremenda sentarme con ellos esta tarde.

Puente

(Foto: Néster Núñez / LJC)

‒Ahora lo que quiero es que pongas tu recuerdo en una carta, así que dime cuando pare‒ me dice el mago. Le digo ¡ya! y él para. Me muestra la carta. Es un siete negro de bastos. La inserta otra vez en el mazo y baraja.

‒Yo no sé mucho del vivir, pero si existe una verdad, es que somos lo que recordamos‒ dice el adolescente sin barba, ilusionista, encantador de multitudes.

Buenos o malos, los recuerdos nos hacen lo que somos, fuimos y seremos. Sé que si tomas un grano de arena y lo pierdes en una playa no lo vuelves a ver nunca más. Pero la vida cansa, el tiempo cansa, equivocarse cansa, y quizás sea momento de comenzar a dejar a un lado la metáfora… ¿recuerdas cuál fue mi pedido? Te pedí que imaginaras un mundo donde solo puedas tener un recuerdo. Un mundo en que solamente puedas tener un recuerdo. Un mundo, en que solo puedas tener un recuerdo. Y ese recuerdo esté en todas partes.

Es cuando muestra todas las cartas y todas son siete negro de bastos. Hay caras de asombro. Yo muestro solo media sonrisa. Pienso que no me inquieta tanto tener un solo recuerdo de mi pasado, porque sabría escoger el más simbólico, supongo.

Lo que en realidad me preocupa es que ese siete negro no sea el pasado, sino el futuro de todos.

11 febrero 2023 12 comentarios
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Esencial
Ciudadanía

Lo esencial, que sigue siendo invisible a los ojos

por Néster Núñez 28 enero 2023
escrito por Néster Núñez

Todo empieza con una jutía en el cuello de un hombre. Una que se adaptó a la ciudad, a la vida entre humanos.

—Ven a jugar conmigo —le habrá dicho quien la encontró—, estoy tan triste…

—No puedo jugar contigo —habrá respondido la jutía. No estoy domesticada.

Mientras me alejo del barrio, de la ciudad, porque hoy necesito escaparme, coger monte, pienso en lo que sería un campo de trigo, y en los cabellos color oro de El Principito. Recuerdo las veces que leí a mis hijos ese libro. A los varones, que ahora viven en otro país, y a mi hija, que vive conmigo. Me pregunto si tuve éxito en domesticarlos.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

—Solo se conoce lo que uno domestica —dijo el zorro, que en nuestro caso pudiera ser la jutía conga. Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los comerciantes. Pero como no existen comerciantes de amigos, los hombres no tienen más amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!

Quiero pensar que sí, mis hijos y yo somos amigos. Aparte de ellos tengo otros, pero en otros planetas. Así que voy, cámara en mano, caminando solo. Para escapar de la rutina sigo este rito esencial: alejarme, mirar la ciudad, el mundo, la vida, desde lo alto. La naturaleza me hace bien, las lomas, el río, el valle. Son para mí como aquella flor que domesticó al Principito.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Salir a tomar fotos es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas. Hasta que llego a lo que llaman El Pie de Cristo. La ciudad hacia el sur, el valle hacia el oeste. Y aquella casa sola, que me llama.

¡Eh, vecinos, buenas tardes! —grito antes de acercarme. Ningún perro ladra. No veo humo ni ropas en una tendedera secándose con la brisa y el sol de la tarde. ¿Hay alguien? —pregunto una vez más, pero es una casa a la intemperie, desierta, que llora.

Me siento al principio más bien lejos, en la hierba, para no asustarla. La casa me mira de reojo y no dice nada porque sabe que el lenguaje, muchas veces, es fuente de malos entendidos. Cuando se acostumbra a mi presencia, avanzo un poco más, despacio, y termino sentado en su banco, a la sombra del portal.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

—Tú no eres de aquí —me dicen por fin. ¿Qué buscas?

—Busco a los hombres.

—Los hombres tienen sueños y planes, y al final tienen que irse con toda la familia, como mismo harás tú. En esta tierra, por ahora, es imposible.

—¿Eso pasó con tus dueños, los que te construyeron?

Sopla un viento fuerte y el polvo que levanta empaña aún más los únicos cuatro cristales que tiene la casa, que son como sus espejuelos. Yo le acaricio las tablas con el dorso de mi mano derecha, con la yema de mis dedos, con mis ojos, y ella aprovecha el viento que bate otra vez para destrabar el pestillo de la ventana trasera, la de la cocina, y la abre de par en par, y ya sé a esas alturas que son las puertas de su corazón lo que me está abriendo la casa. Por eso entro. Y porque, además, todos sus fantasmas también me están invitando a pasar.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Me siento muy bien acogido, no puedo decir otra cosa. Es como si colaran café para el amigo de toda la vida. El café normal, el de la bodega, no te pienses. Me gusta igual, pero sin azúcar —les contesto—, mil gracias, y si antes pudiera darme un poquito de agua, se lo agradecería muchísimo.

Los niños juegan en la bañadera vacía y la muchacha/madre les pide que bajen el volumen de las carcajadas, y se disculpa por el reguero. Vinimos de Oriente hace poco, antes de la pandemia, ya tú sabes. Todavía no hemos podido comprar un refri, así que el agua es del tiempo. Me la alcanza en un vaso que en realidad es una botella de ron cortada por la mitad y, como no me la bebo toda, vierte el agua sobrante en la orquídea que cuelga en la terraza.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Algunas gotas caen sobre la tierra. Se hacen pequeños circulitos de fango. La muchacha/madre entonces comenta:

—Los niños están locos porque llueva, pero un buen aguacero, para ver si da para repletar la bañadera. ¿Tú te imaginas una buena piscina aquí arriba? Qué va. Habría que tener dinero por sacos.

Yo pienso que, sin embargo, son millonarios: por las vistas, por la tranquilidad, por el atardecer y los amaneceres. Y por ver la vida pasar desde esta altura. Después me despido. Les dejo mis bendiciones, un abrazo, y les deseo que sean felices donde quiera que hayan ido.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Cuando salgo por la ventana, todas las tablas de la casa crujen.

—No estés triste —le digo. Tú eres más importante para ellos que todas las casas en las que vivirán en lo adelante. Porque subieron hasta aquí, en su espalda, cada una de las tablas con que te construyeron. Cada teja, cada caldero, el colchón, los muebles… Y porque bajo tu sombra crecieron sus hijos, y rieron, y los padres soñaron junto a ti una vida mejor, o al menos distinta, para esos niños. «Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante». Así que no van a olvidarte tan fácil. Tú también los domesticaste.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

—Adiós —me dijo la casa.

Y cuando di la vuelta, allí estaba Osmani, el negro, con Niña y Jacinto, sus dos perros.

—¿Qué haces? —le dije.

—Vine a revisar las jaulas, ahí en el monte.

—¿Qué jaulas?

—Para cazar jutías.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

El bucle del tiempo, la espiral de las circunstancias. El reloj detenido en un día y una hora cualquiera. Y Osmani que se ríe como un niño que nunca crece. Y mi tía que cuando sabe el cuento se juega veinte pesos a la jutía, en la charada. Y yo que bajo de El Pie de Cristo henchido de nuevas ganas de vivir, luego de haber subido tan alto.

28 enero 2023 19 comentarios
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Leyenda
Ciudadanía

Una leyenda urbana

por Néster Núñez 14 enero 2023
escrito por Néster Núñez

Lo primero que ves es el casco amarillo de constructor, viejo y sucio, y debajo del casco, adentro, a un hombre que vende jabas de nailon. Si necesitas alguna te acercas, siempre desde arriba, porque tú estás de pie y él sentado. También porque eres tú el que paga. Estiras el brazo acercándole el billete, cosa de no aproximarte más de lo necesario, y recibes la bolsa blanquísima donde guardarás tus compras. Él quizás te dé las gracias. Tú responderás «Por nada», y te alejarás sin haberlo mirado a los ojos, restregándote la nariz inconscientemente.   

Entonces, Marcial Carmelo García Vázquez continuará en aquel quicio ganándose la vida del modo en que pueda, y tú, yo, usted, ellos, ellas, nosotros, vosotros, ustedes, retomaremos la vida donde la habíamos dejado antes de desviarnos a comprar la jaba. Si nos cuesta enfrentar su mirada es quizá por temor a ver, en esa miseria evidente, el fracaso de nosotros como como individuos, la frustración del país completo. Y, sin embargo, de Carmelo se dice, entre asombro y duda, que es millonario. Que vive así porque le da la gana.

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

La primera vez que me le acerqué fue para preguntarle si eso era verdad. Lo que me dijo fue que se ha pasado la vida entera trabajando. Fue cortador de caña, aunque no de los largos, y estuvo en la hilandería Bellotex y en la tenería de Matanzas, que ya no existe.

Pasó por la terminal marítima del puerto como estibador. Allí sí se destacó cargando sacos, fue jefe de brigada y se ganó, en los ochenta, aquellos estímulos que daba el sindicato en los hoteles de Varadero. Después fue barrendero. Los cien metros de calle los pagaban a 19 centavos. Él limpiaba de arriba abajo las vías Milanés, Medio y Río. Ganaba muchísimo dinero. Una parte la guardaba.

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Lo interrumpo, veo el momento de insistir: ¿eres o no millonario? Si respondiera con un Sí tal vez me nazca una esperanza. Una posibilidad: no todo está perdido. Si él lo logró… Después me digo que esa misma idea es la que sostiene la leyenda urbana. La necesidad de creer en un futuro mejor. La fe en una vida próspera… Detengo la cadena de pensamientos y busco en el móvil una foto que le hice hace más de tres años.

«Cuando aquello recogía latas vacías de refresco y cerveza, y las vendía como materia prima», me dice. «Y antes de eso, cargaba lavadoras y refrigeradores desde la tienda hasta la puerta de tu casa», rememora. La foto no aparece: Instagram no abre. La conexión está de madre por estos días. La conexión no: Etecsa. Me pide que otro día se la enseñe, y sigue:

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

«Esa fue una época buena. Ahora las cosas están muy caras. La situación muy mala. El carbón mismo te vale cien pesos el saco. Tres o cuatro días te dura. Si es marabú, mangle blanco o guayabo, que aguanta un poquito más, pero no mucho más tampoco. Ni el cedro ni el pino, que son una boronilla. Ah, y la mata de guao.

Ayer yo gasté 235 pesos. Me habían cogido una libra de mortadela en cien pesos, que aquello no era mortadela ni nada. Me la comí así mismo, fría y todo, porque se me echa a perder y gasto los cien pesos, pues no tengo refrigerador. Y que yo critique no quita ni excluye que sea revolucionario.

Aquí hay sus cosas, porque hay mucha gente que no entiende de la Revolución, que hacen esto y hacen lo otro, y lo que están es haciendo daño. En definitiva, cuando el pueblo se una y se enfrente a la situación es que el pueblo va a ir adelante. Es el pueblo el que lo hace todo. La unión del pueblo es lo que va a hacer todo. El pueblo es el que se va a virar y va a responder por el bien de él, no por el bien de ningún mequetrefe de estos que están metidos aquí y allá haciendo cosas que no tienen que hacer.

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Y como te digo una cosa te digo la otra. Esto no lo tumba nadie. Y el día que lo intenten tumbar, a mí me tienen que matar. Prefiero dar mi vida antes de verme en las manos del capitalismo. No quiero saber del capitalismo ni p… nada de nada. Y tengo familia en el Norte. Un hermano mío que es el que me sigue en edad. Él se fue por sus gustos y sus cosas porque le gustaba el sistema capitalista, se fue para mejorar su economía. Vino dos veces a mi casa de visita y le dije: de política, a mí no me digas nada. En primera es mi hermano, es mi sangre».

Cada vez que nos encontramos, Carmelo me dice «Mi amigo», y de inmediato saluda con un gesto alegre para que lo fotografíe. Le he tomado cariño. Las jabas que necesito se las compro a él. Le regalo los tabacos de la bodega o algunos cigarros. Pero lo que más le gusta es conversar. Siempre está solo.

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Lo veo y me siento junto a él en el quicio, huyéndole a una ratonera artesanal que tiene a su lado. Son estos primeros días del año 2023. «Las jabas están perdidas —me dice—, no hay en ninguna parte». Normalmente las compra a tres pesos y las vende en cinco. Los domingos, día de feria agropecuaria, son los mejores, significan un respiro para el resto de la semana. Luego cambia y me habla sobre la máquina de hacer ratoneras…

Yo, sin embargo, pienso en la muerte del ratón que tiene hambre y sale de noche a robar la comida que dejaste fuera. Cómo será menos dura la muerte, si agonizar durante horas por el efecto del veneno o morir de una vez por un golpe que te parta el cuello o el cráneo. Y de ahí mi mente salta a la eutanasia, el derecho a morir con dignidad. A la vida que llevamos tú, yo, ustedes, nosotros, estos y aquellos.

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Pero entonces, por suerte, el amarillo intenso y sucio del casco de Carmelo me regresa a la realidad. Le pregunto de dónde salió. Él dice que hace años lo tiene, pero no se acuerda ni cuándo fue la primera vez que se lo puso, y que una vez le salvó la vida. Un viento fuerte arrancó una teja de zinc del techo de su casa y voló directico para donde él estaba. Con la punta le cortó encima de la ceja derecha. «Si no llego a tener el casco, me raja en dos la cabeza».

Tú siempre estás solo. ¿Tienes amigos? ¿Con quién hablas? ¿En qué piensas todas estas horas que estás aquí sentado? ¿Qué pasó con tu vida? ¿Cómo llegaste a esta situación? ¿Qué hiciste el fin de año? Indago.

«El 31 lo pasé aquí mismo. Compré tres raciones de congrí y tres de yuca en La Cuevita, y un pepino de un litro y medio de cerveza dispensada. Pero qué va. Cuando esa yuca se juntó con la cerveza, el estómago se hinchó y el alcohol dijo aquí estoy yo y me emborraché completo. Fui a mi casa y me acosté hasta el otro día. Y así. Me levanté otra vez y vine a trabajar».

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Está jubilado por enfermedad y cobra mil setecientos ochenta y pico de pesos mensuales. Poco más de diez dólares. Termina hoy su jornada sin agregar casi nada a esa cuenta. O no hay muchos ratones en las casas o la gente se está buscando gatos que los alejen. Lo que sí hay es muchas ratas en las instituciones estatales.

Carmelo mete en el saco la ratonera y los bolígrafos que vende, se incorpora como puede, camina lentísimo, intentando no arrastrar el pie malo. «Es un problema de nacimiento que después se me complicó por unos tendones…».

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

La fe en la vida próspera… y Carmelo millonario.

«No me arrepiento por lo que he hecho ni por lo que me falta por hacer. No me arrepiento jamás. ¡Jamás! Si lo único que he hecho es trabajar como un caballo para poder vivir. Y nunca le robé a nadie».

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

14 enero 2023 18 comentarios
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Época
Ciudadanía

Es esta época del año

por Néster Núñez 30 diciembre 2022
escrito por Néster Núñez

Este día, una llovizna prolongada cayó sobre la ciudad y camino mirando hacia abajo para no pisar los charcos. Es malo, con este frío, que se te mojen los pies. No sé si hay zapatos impermeables en Seattle o en París, donde tanto llueve. Qué hace la gente allá para que los pies no terminen húmedos y arrugados, me pregunto. Irán en metro, supongo, o en sus propios autos. Pues yo estoy en Matanzas, a veces en La Habana, y camino, y si llueve me mojo como —casi— todos los demás.

Voy mirando hacia abajo por evitar los charcos y también porque estoy meditativo, quizá por la época del año, porque se cierra otro ciclo, simbólico, es verdad. La vida no muere hoy ni empieza de nuevo el primero de enero del 2023. Todo es continuidad, me digo y no puedo dejar de sonreír en silencio, por la asociación a la política, por el sarcasmo. Veo entre los adoquines el reflejo hermoso de la iglesia. Hago la foto. Luego entro sin persignarme, que no soy religioso.

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Algo en los templos me hace sentir siempre que llego a mi hogar, que soy bienvenido, que ya no hay más soledad. La luz, los inciensos, los vitrales, los techos tan altos, los confesionarios, el púlpito y los bancos de madera pulida… el silencio y la tranquilidad. Apago el teléfono, me siento, acomodo la cámara a mi lado. Observo entonces las imágenes de Jesús crucificado, de otros santos que no sé quienes son, de la señora que se arrodilla y junta las manos y dice una oración.

Yo entiendo que esté pidiendo algo. ¡Hay tanta necesidad material y espiritual entre los cubanos! Entiendo a los que hacen promesas a cambio de que Dios les conceda un deseo. Entiendo a los que se arrastran hasta El Rincón el día de San Lázaro, a los devotos de la virgen de la Caridad del Cobre, a los que reciben la mano de Orula, a los hijos de Shangó y Yemayá, a los de la kipá, a las de la hijab y la burka. Los entiendo a todos, porque al ser humano le es inherente anhelar, desear, sentirse esperanzado, tener fe, y confiar en que hay un poder superior que te guía, que te acompaña en el camino. Es muy reconfortante.

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Pero, ¿a quién le pido yo, que apenas creo? Estoy ahora sin frío, sin humedades, en el bullicio que rodea mi casa escribiendo esto, y miro por las ventanas del balcón hacia la calle. Es 29 de diciembre y afuera nada ha cambiado visiblemente de ayer para hoy, pienso. El cerrajero de dedos endurecidos no encontró ninguna llave de ningún paraíso, pese a que trabajó ocho horas la última jornada, y la anterior, y la otra y la otra.

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Y el pescador tuvo una pesca insuficiente y carece del don de multiplicar los peces. Y la vecina del cuarto piso que lavó y tiende las ropas, ajena al arcoíris que el agua y la luz pintaron en el cielo detrás suyo, a sus espaldas.

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Regreso en mi mente al confort de la iglesia para aplacar la inquietud que lo cotidiano me genera. Me evado, sí, por un momento. Palpo la cámara a mi lado. Veo la imagen de Jesús rodeada de andamios. Lo están reparando, devolviéndole el esplendor de antaño.

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Es curioso: uno de los restauradores duerme. O estará meditando pues ha alcanzado en este momento la misma altura que el hijo de Dios. También hago la foto, sin apuro, y luego cierro los ojos.

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

En esa, o en otra iglesia de las que visité aquel día lluvioso, un anciano atraviesa la puerta. Se adentra en el misterio. Quisiera conocer sus anhelos, sus aspiraciones, que me haga una lista con sus diez deseos más urgentes. ¡Sería tan lindo y vivificante que no ansíe para este 31 carne de cerdo y cerveza, sino un abrazo porque la soledad es lo que más le duele, y uno poder darle ese abrazo!

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Y ya que estamos imaginando, quisiera reunir una lista de los diez deseos más importantes que tienen los que habitan esta isla, e igualmente de los que nacieron aquí y están hoy en otro lado; para llegar a saber también a qué aspira el pueblo cubano.

Ojalá en el cierre del año caiga la lluvia, pero no trayendo la ira de Dios sino un aguacero que nos limpie de desesperanzas. Ojalá el amanecer del día primero sea como una muchacha feliz persiguiendo en la playa a una gaviota, o como un adolescente que no teme saltar al vacío, o como aquella mariposa que se posó una vez en mi dedo índice. Ojalá que vivir en Cuba sea una fiesta de los sentidos, y ojalá que se prolongue.

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

30 diciembre 2022 18 comentarios
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