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Autor

Néster Núñez

Néster Núñez

Fotógrafo y escritor

Pensamiento

Pon tu pensamiento en mí

por Néster Núñez 4 marzo 2023
escrito por Néster Núñez

 

La Marina es ese barrio sucio, feo y de mala fama, pobrísimo y de población mayoritariamente negra, que encontrarás en cualquier ciudad de la Isla. La diferencia, tal vez, es la mucha rumba, el guaguancó y la santería afrocubana. Lo otro: no es un barrio de la periferia. Está en el mismo centro de Matanzas.

Los turistas se quedan en el centro histórico. Sin embargo, a unas cuadras, con sus cámaras de fotos, muestran sus pocos deseos de establecer un contacto de primer tipo, “pueblo a pueblo”, como le llaman. No entran ni para llevarse una postal más o menos cercana a la realidad que se vive en buena parte de Cuba. No los critico. Son sus vacaciones. La semana libre es para llenarse de belleza y recargar los deseos de seguir viviendo en el primer mundo.

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Yo que soy cubano, y matancero, confieso haber sentido también una especie de temor/repulsión parecida a la que pudieran sentir los turistas, si supieran al menos que ese barrio existe. Voy allá, en primer lugar, a comprar comida, porque allí revenden de todo. Te atienden superbién, siempre que pagues sin regatear tanto.

El otro motivo importante por el que voy con frecuencia a La Marina es porque me atrae mucho la gente que vive allí. Siento que para entender los modos diversos en que la humanidad se manifiesta hay que conocer un poco más a esa gente de abajo. Después que juegan dominó, que trabajan, que cocinan o ven televisión… ¿qué piensan? ¿Cuáles son sus ilusiones? ¿Qué los mantiene con vida? ¿En qué consiste la felicidad de sus días?

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Una tarde de esas en que lo filosófico existencial me asalta, porque no estoy en mi semana de vacaciones, veo a unos niños en La Marina entrenando boxeo, justo en medio de la calle. Me acerco, por supuesto, y conozco al profe. Juan Esquerré Oña es su nombre. Tiene 78 años y los últimos 25 se ha dedicado a esta faena, de modo totalmente voluntario. En la sala de su casa construyó unos aditamentos artesanales para que sus pupilos aprendieran a tirar ganchos y golpes rectos. Los guantes son reciclados: algunos de la academia provincial de boxeo; otros, traídos por los padres o hechos a mano. Así con todo.

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Le pregunto por qué lo hace y responde lo obvio: porque le gusta ese deporte. Allá en los años ochenta, mientras cumplía misión internacionalista en Angola, fue campeón en una competencia entre los ejércitos amigos. Luego regresó a Cuba y no pudo avanzar en el alto rendimiento. Menciona nombres de boxeadores famosos con los que topó en esa época, busca entre papeles y fotos, me muestra un libro impreso a color. “Ese soy yo”, dice orgulloso. Ahí estaba trabajando en la imprenta de la Universidad de Matanzas.

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Los niños se impacientan, quieren tirar golpes. Esquerré cambia el entrenamiento previsto. Les dice que se pongan las cabeceras, improvisa una demostración para la cámara. Mientras hago las fotos me pregunto si él me ve como un turista que pudiera dejarle donaciones para su desmejorada academia. Hacia el año 2000 el gobierno le dio un lugar donde entrenar a sus muchachos, pero duró muy poco. Estaba en peligro de derrumbe y lo demolieron. También llegaron alemanes y franceses de buena voluntad y algo ofrecieron. Ahora queda una guantilla como único recuerdo de esos tiempos.

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Más que ser visto como canalizador de donaciones, me preocupa no lograr responder las preguntas aquellas. Ante la adversidad tremenda que es vivir en un barrio así con un salario de jubilado, me cuestiono: ¿por qué Juan Esquerre hace esto? Me dice que varios de sus atletas han sido campeones provinciales y otros llegaron a la Marcelo Salado, la escuela de La Habana. Méritos justos a su dedicación y entrega.

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Pasa un auto pitando, un panadero, otro que vende leche en polvo a 1 500 pesos el kilogramo. Juan pregunta a los discípulos cuál es la combinación que se le tira a un oponente zurdo.

— Dos rectas y un gancho — dice uno.

— ¿A otro que tire golpes rectos?

— Cuatro ganchos y un swing.

Entonces pienso que quizás las repuestas que busco las tengan ellos, los niños. ¿Qué es lo que más les gusta de esto? ¿Qué estarían haciendo si no estuvieran aquí? “Mataperreando”, comenta uno. “Viendo televisión”, suelta otro”. “Vengo porque aquí hago muchos amigos”, agrega un tercero.

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Los turistas andarán sentados a la sombra de los bonitos bares de Narváez, consumiendo sus tragos. O haciéndose selfies con el antiguo edificio del Palacio de Justicia como fondo. A veces me pregunto qué estarían haciendo si no estuvieran aquí, qué es lo que más les gusta de esto… ¿Cuáles son sus ilusiones? ¿Qué los mantiene con vida? ¿En qué consiste la felicidad de sus días?

El hombre de la leche en polvo vuelve a pasar. Mil quinientos pesos el kilogramo. El yogurt, doscientos cincuenta: un litro y medio. Duró muy poco el edificio que el gobierno le prestó a Esquerré para academia. Terminó demolido. Desde entonces él está en la calle, con sus niños, haciendo lo mismo.

Regreso a mi casa con más preguntas que respuestas, como casi siempre.

(Foto: Néster Núñez/LJC)

4 marzo 2023 6 comentarios 951 vistas
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Pelícanos

Temporada de pelícanos

por Néster Núñez 25 febrero 2023
escrito por Néster Núñez

El primer pelícano llegó a mitad de octubre, el día 16, bastante temprano en la mañana. José Ramón lo vio en la distancia y agarró la cubeta, encaminándose mar adentro hasta que le llegó el agua al pecho. Cogió un puñado de sardinas y lo lanzó lo más alto y más lejos que pudo, pero el pelícano siguió volando como si nada.

José Ramón esperó con paciencia, mientras se acomodaba su gorrito a lo «Robin Hood», para que el sol no le castigara los ojos. Volvió a tirar sardinas una y otra vez, hasta que la cubeta tocó fondo. Solo así, despacio, como si caminase sobre la mar en calma, regresó con sus 78 años a la orilla.

Ahora lo observo, paseando su mirada por el paradisíaco verdeazulado de Varadero y me pregunto qué piensa. Quizás en aquellos tiempos en los que fue rastrero en el sol reflejándose en la carretera, en el verde de los montes de Cuba: el pie sobre el acelerador, los cambios, la velocidad… su vida en La Habana. O en los hijos que quedaron en la casa de allá de Quinta Avenida.

Me cuesta imaginar a este señor tan calmado llevando otra vida…

Pelícanos

(Foto: Néster Núñez / LJC)

‒Me jubilé de camionero y vine a vivir a Santa Marta. Como todavía me sentía fuerte, me puse a pescar. Una tarde tiré la atarraya y cogí unas cuantas sardinas. Cuando las estaba vaciando en la cubeta, un pelícano empezó a querer comérselas. Le tiré algunas para que se alejara y ahí vino un turista y nos hizo fotos. Yo le seguí el juego y lancé más sardinas. Más pelícanos vinieron y más turistas con sus cámaras. Después uno me dio un pesito y el otro también y así hice veinte dólares en un rato. Entonces me puse para eso. Al otro día vine e hice lo mismo. Así fue como empezó todo.

José Ramón y sus pelícanos son famosos en Varadero y media parte del mundo. Su curiosa iniciativa, en la que lleva más de quince años, ha contribuido a atraer clientes extranjeros a la llamada casa de Al Capone. En algún momento le pregunto a un empleado si de verdad esa fue la residencia de veraneo del célebre mafioso.

‒Claro que no. Una vez, una turista que vino dijo que ella había estado en la casa de Al Capone en no sé qué lugar de Estados Unidos, que esta construcción se le parecía muchísimo. Después no sé cómo se difundió la historia. Fíjate que el nombre oficial es «La Casa de Al», no la de Al Capone.

Pero funciona, me digo. La leyenda del «tipo malo» junto a la belleza del lugar, las aguas transparentes chocando contra el muro cuando la marea sube y el viejo con sus pelícanos casi domesticados, hacen un paquete formidablemente atractivo. Los turistas llegan directo a fotografiarse, avisados ya por los taxistas que los traen desde los hoteles en que se alojan. Después «del show» se sientan a comer langosta, o a beberse unos tragos, en lo que el atardecer hace su magia anaranjada.

Pelícanos

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Es, quizás, un ejemplo de encadenamiento productivo que la industria del turismo no ha logrado hacia el interior de la economía cubana. Este sector nunca se convirtió en la locomotora que pretendían en los noventas, cuando empezó a desarrollarse. Las cucharas, las sillas, los manteles, el material gastable, todo es importado. Qué poco se produce en esta isla.

Una gaviota se posa a cierta distancia de los pelícanos. Cerca, pero apartada. Por algún motivo oculto, me viene a la mente el refrán que repetía mi abuela: una gaviota no hace verano. ¿O era una golondrina? Mi abuela hubiera rectificado ante mi confusión: Ah, bueeeno, pájaro por pájaro…

En mi infancia, cuando veníamos a Varadero en familia, no nos dejaban pasar a los cubanos hacia esta parte donde José Ramón alimenta a los pelícanos. El límite era el hotel Kawama. Había una barrera y después de ahí, zona vedada. Se decía, creo, que era exclusiva para dirigentes. No sé si desde aquella época ya estaba aquí la casa del mafioso.

Pelícanos

(Foto: Néster Núñez / LJC)

‒Es un día medio malo hoy, medio muerto‒ me explica José Ramón, devolviéndome a la realidad‒. Si no fuera porque estamos conversando, ya me hubiera ido.

Le pregunto si siempre es así de tranquilo después de la pandemia.

‒Ha ido mejorando. Pero no es como antes. Y lo otro es que la calidad de los turistas ha ido bajando.

Me confiesa que él no sabe ningún idioma, que empezó en el «negocio» demasiado tarde que nunca pone un precio a lo que hace. Acepta cualquier propina de los turistas. Y que una vez hasta le regalaron un billete de cien dólares.

‒Hay muchos turistas que repiten. Me traen fotos impresas, que tengo por mi casa. Bueno, y también regalos.

Me cuenta que los pelícanos no son cariñosos, no dejan que se les pase la mano. Llegan en octubre o noviembre y se van como en marzo. En ese tiempo en que emigran, José Ramón se dedica a la pesca.

‒No siempre regresan los mismo y aunque sean los mismos, vienen ariscos. Hay que empezar otra vez desde cero con ellos. Les tiro sardinas y siempre hay uno que se acerca primero. Cuando ese ya está comiendo casi de mi mano, sé que gané la pelea. Los otros cogen confianza y vienen enseguida.

Un grupo de rusos llega entre risas y tragos. José Ramón le da el guante a una muchacha. El pico de los pelícanos impresiona, asusta alimentarlos. La gaviota también aprovecha para llevarse su parte. Las cámaras de los móviles no hacen flashes.

Pelícanos

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Cuando José Ramón se sienta de nuevo a mi lado, no pregunto de cuánto fue la propina, pero quisiera que fuera bastante. Que no le pase como al viejo de Hemingway, que llegó a la orilla sin su gran pescado. Sobre todo, porque veo en la piel arrugada de su mano una gota de sangre.

‒Por ahí tengo un par de guantes. La mujer mía me regaña porque no me los pongo, pero es que son muy incómodos para sacar de la cubeta las sardinas.

Apenas quedan unos peces en el fondo  y da  término final a la jornada. José Ramón camina hasta donde parqueó la bicicleta. Un pelícano va detrás de él como si fuera un perro o un gato. Es cuando me fijo que le falta la mitad de un ala.

‒No quiero ni pensar en qué le pasó. Yo mismo tuve que cortarle esa parte, que le colgaba. Ya está mucho mejor. Lo malo es que no podrá volar más. Cuando los otros se vayan, voy a tener que llevarme a este para mi casa.

25 febrero 2023 7 comentarios 1,1K vistas
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puente

En esta orilla, debajo del puente

por Néster Núñez 11 febrero 2023
escrito por Néster Núñez

Un adolescente flaco con aires de poeta, un mago, me mira a los ojos sin susto, retador, controlando a su antojo los murmullos, el silencio y las emociones de otros tan jóvenes como él, que nos rodean sentados todos a la sombra del puente.

‒Este es un paquete de cartas, y las personas ven de ellas solo trozos de papel ‒dice. Sin embargo, yo me imagino que tengo entre las manos un reloj de arena o la agenda donde anoto los sucesos más notables. Cada una de estas cartas es un recuerdo en mi vida…

Va extrayendo, al azar, una y otra carta mientras enumera sus recuerdos más preciados: su familia, el primer beso a una muchacha, cuando comenzó en la magia, cuando murió su mejor amigo…

puente

(Foto: Néster Núñez / LJC)

‒Son todos esos instantes que quedan detenidos para siempre en mi memoria y conforman lo que soy. Lo que Es, ‒dice.

¿Y qué es? ¿Eres lo que haces? Él hace magia. La muchacha a su lado hace fotografías y expone en Instagram y en galerías sus fotos. Hay dos que estudian música en el nivel medio. Los otros vienen de cualquier preuniversitario y hacen de público entusiasta, de comisión de embullo, los que más disfrutan. Esos son los de este grupo que está sentado en el piso.

Ya cantaron a pura guitarra Bella Chao y otra de Bola de Nieve: Yo, que ya he luchado contra toda la maldad, tengo las manos tan deshechas de apretar, que ni te puedo sujetar… ¡Vete de mí!, así, poniendo voz ronca y sentimiento juvenil, que igual desgarra por lo auténtico, por lo cubano. 

Detrás, en el muro, dos juegan ajedrez. De la bocina salen bases de free style y improvisación, tiradera, entre el mulatico y el otro pequeño, que se esfuerza por agrandarse con la originalidad de los símiles que inventa. Los del skater, la patineta de toda la vida, aprenden a saltar.

Puente

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Es una tarde cualquiera en mitad de la semana. Terminan sus clases y se reúnen bajo el puente hasta que el sol se pone. Los he visto y por fin me he acercado. ¿No era que la juventud estaba perdida entre el reguetón, el consumo y la violencia? ¿O esto será una emboscada? El mago me pide que me concentre. Corta en tres el mazo de cartas. Pide que me imagine un mundo donde se me permite tener únicamente un solo recuerdo.

‒ Quiero que vuelvas la vista atrás, que elijas ese único recuerdo: por supuesto, algo que amarías siempre. El éxito o el fracaso de este truco dependen mucho de lo valioso que sea ese único recuerdo para ti.

De ningún modo puedo tener yo un único recuerdo para guardar el resto de mi vida. Viéndolos hace un rato tocar la guitarra, recordé mi propia juventud: mis amigos y yo desafinando a Silvio, a Sabina, a Santiaguito Feliú en cuanto parque hubiera en la ciudad. Tantos amigos que ya no están, tantas canciones que ya no se ponen.

Fue tan fuerte la reminiscencia que tuve que acercarme a su grupo y decírselo:

‒Hace rato que no veía un grupo de muchachos como ustedes.

Puente

(Foto: Néster Núñez / LJC)

¿Un solo recuerdo? Yo nunca tuve patineta, sino un par de patines de hierro, de cuatro ruedas, no un monopatín moderno. A veces me tocaba el derecho y otras el izquierdo. Mi mi hermano y yo nos intercambiábamos, para estar parejos. Montábamos en el portal de la escuela primaria porque el piso era más pulido, sin las grietas del asfalto. Pero las losas se marcaban y la maestra de guardia un día ya no nos dejó y entonces nos pusimos a jugar a los agarrados en los edificios que estaban construyendo.

Éramos como quince chiquillos, todos del mismo reparto. Corríamos por las escaleras, atravesábamos ventanas, poníamos a funcionar el elevador de carga, saltábamos desde el tercer piso hasta la loma de cocó o la de arena para que no nos cogieran. Hasta que pusieron custodios, dijeron que por nuestro bien, para que ningún otro se partiera un brazo o se llevara cinco puntos de sutura en la cabeza.

‒Un solo recuerdo‒ me pide el mago, que todavía me está mirando fijo. ¿Escojo las veces que entramos a escondidas al terreno del estadio a correr las bases, a deslizarnos en tercera, a gritar como si diéramos un jonrón hasta que el custodio nos caía atrás para que nos fuéramos? Que no se puede, siempre había un No se puede. No éramos muchachos malos, pero el exceso de energía y la falta de opciones nos llevó al cementerio, donde tampoco respetamos el silencio de los muertos.

La falta de opciones de los años ochenta no era tal, si la comparas con la falta de opciones de ahora. Nos apuntamos en judo, en ciclismo, en «taiguandó». Las parejitas iban al cine y al coppelia. Los fines de semanas nos reuníamos todos en la playa. Había transporte público y música en los parques por la noche. Había emulación socialista, pioneros exploradores y carne rusa en latas, y la línea entre el bien y el mal estaba mucho mejor delimitada.

Puente

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Nada era perfecto, al contrario. Las guaguas iban repletas, el trabajo voluntario era obligado y también había broncas en los carnavales, navajazos y feminicidios que no anunciaban en los periódicos. Pero había aquel futuro colectivo a donde llegar. El técnico medio, la carrera universitaria, la cultura y el deporte masivos, y la ilusión de lograr vivir decentemente.

A partir de los noventa fue el sálvese quien pueda. Aquella utopía común no fue sustituida por ningún otro proyecto más realista, más ajustado a las diferentes formas de asumir lo que es bueno y justo y sostenible para los cubanos. El que logró invertir, ahora tiene empleados. El empleado come mejor que trabajando para el Estado, pero nunca podrá comprarse una casa. Para bien o para mal, esto no es Miami, que es para donde miramos. La referencia casi única, obligada.

En Miami creo que los muchachos no se reúnen a cantar y a tocar guitarra a la sombra de un puente. Aquí, ya es tan poco común que me dio una alegría tremenda sentarme con ellos esta tarde.

Puente

(Foto: Néster Núñez / LJC)

‒Ahora lo que quiero es que pongas tu recuerdo en una carta, así que dime cuando pare‒ me dice el mago. Le digo ¡ya! y él para. Me muestra la carta. Es un siete negro de bastos. La inserta otra vez en el mazo y baraja.

‒Yo no sé mucho del vivir, pero si existe una verdad, es que somos lo que recordamos‒ dice el adolescente sin barba, ilusionista, encantador de multitudes.

Buenos o malos, los recuerdos nos hacen lo que somos, fuimos y seremos. Sé que si tomas un grano de arena y lo pierdes en una playa no lo vuelves a ver nunca más. Pero la vida cansa, el tiempo cansa, equivocarse cansa, y quizás sea momento de comenzar a dejar a un lado la metáfora… ¿recuerdas cuál fue mi pedido? Te pedí que imaginaras un mundo donde solo puedas tener un recuerdo. Un mundo en que solamente puedas tener un recuerdo. Un mundo, en que solo puedas tener un recuerdo. Y ese recuerdo esté en todas partes.

Es cuando muestra todas las cartas y todas son siete negro de bastos. Hay caras de asombro. Yo muestro solo media sonrisa. Pienso que no me inquieta tanto tener un solo recuerdo de mi pasado, porque sabría escoger el más simbólico, supongo.

Lo que en realidad me preocupa es que ese siete negro no sea el pasado, sino el futuro de todos.

11 febrero 2023 12 comentarios 1,5K vistas
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Esencial

Lo esencial, que sigue siendo invisible a los ojos

por Néster Núñez 28 enero 2023
escrito por Néster Núñez

Todo empieza con una jutía en el cuello de un hombre. Una que se adaptó a la ciudad, a la vida entre humanos.

—Ven a jugar conmigo —le habrá dicho quien la encontró—, estoy tan triste…

—No puedo jugar contigo —habrá respondido la jutía. No estoy domesticada.

Mientras me alejo del barrio, de la ciudad, porque hoy necesito escaparme, coger monte, pienso en lo que sería un campo de trigo, y en los cabellos color oro de El Principito. Recuerdo las veces que leí a mis hijos ese libro. A los varones, que ahora viven en otro país, y a mi hija, que vive conmigo. Me pregunto si tuve éxito en domesticarlos.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

—Solo se conoce lo que uno domestica —dijo el zorro, que en nuestro caso pudiera ser la jutía conga. Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los comerciantes. Pero como no existen comerciantes de amigos, los hombres no tienen más amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!

Quiero pensar que sí, mis hijos y yo somos amigos. Aparte de ellos tengo otros, pero en otros planetas. Así que voy, cámara en mano, caminando solo. Para escapar de la rutina sigo este rito esencial: alejarme, mirar la ciudad, el mundo, la vida, desde lo alto. La naturaleza me hace bien, las lomas, el río, el valle. Son para mí como aquella flor que domesticó al Principito.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Salir a tomar fotos es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas. Hasta que llego a lo que llaman El Pie de Cristo. La ciudad hacia el sur, el valle hacia el oeste. Y aquella casa sola, que me llama.

¡Eh, vecinos, buenas tardes! —grito antes de acercarme. Ningún perro ladra. No veo humo ni ropas en una tendedera secándose con la brisa y el sol de la tarde. ¿Hay alguien? —pregunto una vez más, pero es una casa a la intemperie, desierta, que llora.

Me siento al principio más bien lejos, en la hierba, para no asustarla. La casa me mira de reojo y no dice nada porque sabe que el lenguaje, muchas veces, es fuente de malos entendidos. Cuando se acostumbra a mi presencia, avanzo un poco más, despacio, y termino sentado en su banco, a la sombra del portal.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

—Tú no eres de aquí —me dicen por fin. ¿Qué buscas?

—Busco a los hombres.

—Los hombres tienen sueños y planes, y al final tienen que irse con toda la familia, como mismo harás tú. En esta tierra, por ahora, es imposible.

—¿Eso pasó con tus dueños, los que te construyeron?

Sopla un viento fuerte y el polvo que levanta empaña aún más los únicos cuatro cristales que tiene la casa, que son como sus espejuelos. Yo le acaricio las tablas con el dorso de mi mano derecha, con la yema de mis dedos, con mis ojos, y ella aprovecha el viento que bate otra vez para destrabar el pestillo de la ventana trasera, la de la cocina, y la abre de par en par, y ya sé a esas alturas que son las puertas de su corazón lo que me está abriendo la casa. Por eso entro. Y porque, además, todos sus fantasmas también me están invitando a pasar.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Me siento muy bien acogido, no puedo decir otra cosa. Es como si colaran café para el amigo de toda la vida. El café normal, el de la bodega, no te pienses. Me gusta igual, pero sin azúcar —les contesto—, mil gracias, y si antes pudiera darme un poquito de agua, se lo agradecería muchísimo.

Los niños juegan en la bañadera vacía y la muchacha/madre les pide que bajen el volumen de las carcajadas, y se disculpa por el reguero. Vinimos de Oriente hace poco, antes de la pandemia, ya tú sabes. Todavía no hemos podido comprar un refri, así que el agua es del tiempo. Me la alcanza en un vaso que en realidad es una botella de ron cortada por la mitad y, como no me la bebo toda, vierte el agua sobrante en la orquídea que cuelga en la terraza.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Algunas gotas caen sobre la tierra. Se hacen pequeños circulitos de fango. La muchacha/madre entonces comenta:

—Los niños están locos porque llueva, pero un buen aguacero, para ver si da para repletar la bañadera. ¿Tú te imaginas una buena piscina aquí arriba? Qué va. Habría que tener dinero por sacos.

Yo pienso que, sin embargo, son millonarios: por las vistas, por la tranquilidad, por el atardecer y los amaneceres. Y por ver la vida pasar desde esta altura. Después me despido. Les dejo mis bendiciones, un abrazo, y les deseo que sean felices donde quiera que hayan ido.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Cuando salgo por la ventana, todas las tablas de la casa crujen.

—No estés triste —le digo. Tú eres más importante para ellos que todas las casas en las que vivirán en lo adelante. Porque subieron hasta aquí, en su espalda, cada una de las tablas con que te construyeron. Cada teja, cada caldero, el colchón, los muebles… Y porque bajo tu sombra crecieron sus hijos, y rieron, y los padres soñaron junto a ti una vida mejor, o al menos distinta, para esos niños. «Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante». Así que no van a olvidarte tan fácil. Tú también los domesticaste.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

—Adiós —me dijo la casa.

Y cuando di la vuelta, allí estaba Osmani, el negro, con Niña y Jacinto, sus dos perros.

—¿Qué haces? —le dije.

—Vine a revisar las jaulas, ahí en el monte.

—¿Qué jaulas?

—Para cazar jutías.

Esencial

(Foto: Néster Núñez / LJC)

El bucle del tiempo, la espiral de las circunstancias. El reloj detenido en un día y una hora cualquiera. Y Osmani que se ríe como un niño que nunca crece. Y mi tía que cuando sabe el cuento se juega veinte pesos a la jutía, en la charada. Y yo que bajo de El Pie de Cristo henchido de nuevas ganas de vivir, luego de haber subido tan alto.

28 enero 2023 19 comentarios 1,5K vistas
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Leyenda

Una leyenda urbana

por Néster Núñez 14 enero 2023
escrito por Néster Núñez

Lo primero que ves es el casco amarillo de constructor, viejo y sucio, y debajo del casco, adentro, a un hombre que vende jabas de nailon. Si necesitas alguna te acercas, siempre desde arriba, porque tú estás de pie y él sentado. También porque eres tú el que paga. Estiras el brazo acercándole el billete, cosa de no aproximarte más de lo necesario, y recibes la bolsa blanquísima donde guardarás tus compras. Él quizás te dé las gracias. Tú responderás «Por nada», y te alejarás sin haberlo mirado a los ojos, restregándote la nariz inconscientemente.   

Entonces, Marcial Carmelo García Vázquez continuará en aquel quicio ganándose la vida del modo en que pueda, y tú, yo, usted, ellos, ellas, nosotros, vosotros, ustedes, retomaremos la vida donde la habíamos dejado antes de desviarnos a comprar la jaba. Si nos cuesta enfrentar su mirada es quizá por temor a ver, en esa miseria evidente, el fracaso de nosotros como como individuos, la frustración del país completo. Y, sin embargo, de Carmelo se dice, entre asombro y duda, que es millonario. Que vive así porque le da la gana.

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

La primera vez que me le acerqué fue para preguntarle si eso era verdad. Lo que me dijo fue que se ha pasado la vida entera trabajando. Fue cortador de caña, aunque no de los largos, y estuvo en la hilandería Bellotex y en la tenería de Matanzas, que ya no existe.

Pasó por la terminal marítima del puerto como estibador. Allí sí se destacó cargando sacos, fue jefe de brigada y se ganó, en los ochenta, aquellos estímulos que daba el sindicato en los hoteles de Varadero. Después fue barrendero. Los cien metros de calle los pagaban a 19 centavos. Él limpiaba de arriba abajo las vías Milanés, Medio y Río. Ganaba muchísimo dinero. Una parte la guardaba.

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Lo interrumpo, veo el momento de insistir: ¿eres o no millonario? Si respondiera con un Sí tal vez me nazca una esperanza. Una posibilidad: no todo está perdido. Si él lo logró… Después me digo que esa misma idea es la que sostiene la leyenda urbana. La necesidad de creer en un futuro mejor. La fe en una vida próspera… Detengo la cadena de pensamientos y busco en el móvil una foto que le hice hace más de tres años.

«Cuando aquello recogía latas vacías de refresco y cerveza, y las vendía como materia prima», me dice. «Y antes de eso, cargaba lavadoras y refrigeradores desde la tienda hasta la puerta de tu casa», rememora. La foto no aparece: Instagram no abre. La conexión está de madre por estos días. La conexión no: Etecsa. Me pide que otro día se la enseñe, y sigue:

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

«Esa fue una época buena. Ahora las cosas están muy caras. La situación muy mala. El carbón mismo te vale cien pesos el saco. Tres o cuatro días te dura. Si es marabú, mangle blanco o guayabo, que aguanta un poquito más, pero no mucho más tampoco. Ni el cedro ni el pino, que son una boronilla. Ah, y la mata de guao.

Ayer yo gasté 235 pesos. Me habían cogido una libra de mortadela en cien pesos, que aquello no era mortadela ni nada. Me la comí así mismo, fría y todo, porque se me echa a perder y gasto los cien pesos, pues no tengo refrigerador. Y que yo critique no quita ni excluye que sea revolucionario.

Aquí hay sus cosas, porque hay mucha gente que no entiende de la Revolución, que hacen esto y hacen lo otro, y lo que están es haciendo daño. En definitiva, cuando el pueblo se una y se enfrente a la situación es que el pueblo va a ir adelante. Es el pueblo el que lo hace todo. La unión del pueblo es lo que va a hacer todo. El pueblo es el que se va a virar y va a responder por el bien de él, no por el bien de ningún mequetrefe de estos que están metidos aquí y allá haciendo cosas que no tienen que hacer.

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Y como te digo una cosa te digo la otra. Esto no lo tumba nadie. Y el día que lo intenten tumbar, a mí me tienen que matar. Prefiero dar mi vida antes de verme en las manos del capitalismo. No quiero saber del capitalismo ni p… nada de nada. Y tengo familia en el Norte. Un hermano mío que es el que me sigue en edad. Él se fue por sus gustos y sus cosas porque le gustaba el sistema capitalista, se fue para mejorar su economía. Vino dos veces a mi casa de visita y le dije: de política, a mí no me digas nada. En primera es mi hermano, es mi sangre».

Cada vez que nos encontramos, Carmelo me dice «Mi amigo», y de inmediato saluda con un gesto alegre para que lo fotografíe. Le he tomado cariño. Las jabas que necesito se las compro a él. Le regalo los tabacos de la bodega o algunos cigarros. Pero lo que más le gusta es conversar. Siempre está solo.

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Lo veo y me siento junto a él en el quicio, huyéndole a una ratonera artesanal que tiene a su lado. Son estos primeros días del año 2023. «Las jabas están perdidas —me dice—, no hay en ninguna parte». Normalmente las compra a tres pesos y las vende en cinco. Los domingos, día de feria agropecuaria, son los mejores, significan un respiro para el resto de la semana. Luego cambia y me habla sobre la máquina de hacer ratoneras…

Yo, sin embargo, pienso en la muerte del ratón que tiene hambre y sale de noche a robar la comida que dejaste fuera. Cómo será menos dura la muerte, si agonizar durante horas por el efecto del veneno o morir de una vez por un golpe que te parta el cuello o el cráneo. Y de ahí mi mente salta a la eutanasia, el derecho a morir con dignidad. A la vida que llevamos tú, yo, ustedes, nosotros, estos y aquellos.

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Pero entonces, por suerte, el amarillo intenso y sucio del casco de Carmelo me regresa a la realidad. Le pregunto de dónde salió. Él dice que hace años lo tiene, pero no se acuerda ni cuándo fue la primera vez que se lo puso, y que una vez le salvó la vida. Un viento fuerte arrancó una teja de zinc del techo de su casa y voló directico para donde él estaba. Con la punta le cortó encima de la ceja derecha. «Si no llego a tener el casco, me raja en dos la cabeza».

Tú siempre estás solo. ¿Tienes amigos? ¿Con quién hablas? ¿En qué piensas todas estas horas que estás aquí sentado? ¿Qué pasó con tu vida? ¿Cómo llegaste a esta situación? ¿Qué hiciste el fin de año? Indago.

«El 31 lo pasé aquí mismo. Compré tres raciones de congrí y tres de yuca en La Cuevita, y un pepino de un litro y medio de cerveza dispensada. Pero qué va. Cuando esa yuca se juntó con la cerveza, el estómago se hinchó y el alcohol dijo aquí estoy yo y me emborraché completo. Fui a mi casa y me acosté hasta el otro día. Y así. Me levanté otra vez y vine a trabajar».

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Está jubilado por enfermedad y cobra mil setecientos ochenta y pico de pesos mensuales. Poco más de diez dólares. Termina hoy su jornada sin agregar casi nada a esa cuenta. O no hay muchos ratones en las casas o la gente se está buscando gatos que los alejen. Lo que sí hay es muchas ratas en las instituciones estatales.

Carmelo mete en el saco la ratonera y los bolígrafos que vende, se incorpora como puede, camina lentísimo, intentando no arrastrar el pie malo. «Es un problema de nacimiento que después se me complicó por unos tendones…».

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

La fe en la vida próspera… y Carmelo millonario.

«No me arrepiento por lo que he hecho ni por lo que me falta por hacer. No me arrepiento jamás. ¡Jamás! Si lo único que he hecho es trabajar como un caballo para poder vivir. Y nunca le robé a nadie».

Leyenda

(Foto: Néster Núñez / LJC)

14 enero 2023 18 comentarios 3,2K vistas
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Época

Es esta época del año

por Néster Núñez 30 diciembre 2022
escrito por Néster Núñez

Este día, una llovizna prolongada cayó sobre la ciudad y camino mirando hacia abajo para no pisar los charcos. Es malo, con este frío, que se te mojen los pies. No sé si hay zapatos impermeables en Seattle o en París, donde tanto llueve. Qué hace la gente allá para que los pies no terminen húmedos y arrugados, me pregunto. Irán en metro, supongo, o en sus propios autos. Pues yo estoy en Matanzas, a veces en La Habana, y camino, y si llueve me mojo como —casi— todos los demás.

Voy mirando hacia abajo por evitar los charcos y también porque estoy meditativo, quizá por la época del año, porque se cierra otro ciclo, simbólico, es verdad. La vida no muere hoy ni empieza de nuevo el primero de enero del 2023. Todo es continuidad, me digo y no puedo dejar de sonreír en silencio, por la asociación a la política, por el sarcasmo. Veo entre los adoquines el reflejo hermoso de la iglesia. Hago la foto. Luego entro sin persignarme, que no soy religioso.

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Algo en los templos me hace sentir siempre que llego a mi hogar, que soy bienvenido, que ya no hay más soledad. La luz, los inciensos, los vitrales, los techos tan altos, los confesionarios, el púlpito y los bancos de madera pulida… el silencio y la tranquilidad. Apago el teléfono, me siento, acomodo la cámara a mi lado. Observo entonces las imágenes de Jesús crucificado, de otros santos que no sé quienes son, de la señora que se arrodilla y junta las manos y dice una oración.

Yo entiendo que esté pidiendo algo. ¡Hay tanta necesidad material y espiritual entre los cubanos! Entiendo a los que hacen promesas a cambio de que Dios les conceda un deseo. Entiendo a los que se arrastran hasta El Rincón el día de San Lázaro, a los devotos de la virgen de la Caridad del Cobre, a los que reciben la mano de Orula, a los hijos de Shangó y Yemayá, a los de la kipá, a las de la hijab y la burka. Los entiendo a todos, porque al ser humano le es inherente anhelar, desear, sentirse esperanzado, tener fe, y confiar en que hay un poder superior que te guía, que te acompaña en el camino. Es muy reconfortante.

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Pero, ¿a quién le pido yo, que apenas creo? Estoy ahora sin frío, sin humedades, en el bullicio que rodea mi casa escribiendo esto, y miro por las ventanas del balcón hacia la calle. Es 29 de diciembre y afuera nada ha cambiado visiblemente de ayer para hoy, pienso. El cerrajero de dedos endurecidos no encontró ninguna llave de ningún paraíso, pese a que trabajó ocho horas la última jornada, y la anterior, y la otra y la otra.

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Y el pescador tuvo una pesca insuficiente y carece del don de multiplicar los peces. Y la vecina del cuarto piso que lavó y tiende las ropas, ajena al arcoíris que el agua y la luz pintaron en el cielo detrás suyo, a sus espaldas.

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Regreso en mi mente al confort de la iglesia para aplacar la inquietud que lo cotidiano me genera. Me evado, sí, por un momento. Palpo la cámara a mi lado. Veo la imagen de Jesús rodeada de andamios. Lo están reparando, devolviéndole el esplendor de antaño.

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Es curioso: uno de los restauradores duerme. O estará meditando pues ha alcanzado en este momento la misma altura que el hijo de Dios. También hago la foto, sin apuro, y luego cierro los ojos.

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

En esa, o en otra iglesia de las que visité aquel día lluvioso, un anciano atraviesa la puerta. Se adentra en el misterio. Quisiera conocer sus anhelos, sus aspiraciones, que me haga una lista con sus diez deseos más urgentes. ¡Sería tan lindo y vivificante que no ansíe para este 31 carne de cerdo y cerveza, sino un abrazo porque la soledad es lo que más le duele, y uno poder darle ese abrazo!

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Y ya que estamos imaginando, quisiera reunir una lista de los diez deseos más importantes que tienen los que habitan esta isla, e igualmente de los que nacieron aquí y están hoy en otro lado; para llegar a saber también a qué aspira el pueblo cubano.

Ojalá en el cierre del año caiga la lluvia, pero no trayendo la ira de Dios sino un aguacero que nos limpie de desesperanzas. Ojalá el amanecer del día primero sea como una muchacha feliz persiguiendo en la playa a una gaviota, o como un adolescente que no teme saltar al vacío, o como aquella mariposa que se posó una vez en mi dedo índice. Ojalá que vivir en Cuba sea una fiesta de los sentidos, y ojalá que se prolongue.

Época

(Foto: Néster Núñez / LJC)

30 diciembre 2022 18 comentarios 1,5K vistas
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Novios

¡Qué vivan los novios!

por Néster Núñez 17 diciembre 2022
escrito por Néster Núñez

Entonces el novio besó al novio y el público aplaudió. En realidad ya se habían casado antes, legalmente, y sus firmas figuraban en aquel documento notarial, así que cuando se besaron ya eran esposos. «Divinidad del amor, bendice estos anillos y haz que los que los llevan puestos reciban siempre la abundancia de tu gracia: amén, ashé, namasté, gasho y salom», había dicho Elaine Saralegui, pastora de la Iglesia Metropolitana en Cuba (ICM) que ofició la ceremonia.

Y ellos, los novios, Yoelkis e Israel, Israel y Yoelkis, encendieron cada uno sus velas, y luego las juntaron para dar vida a un fuego nuevo, una vela mayor. «Que sea esta luz que han encendido juntos la que ilumine sus días, que llene de calor el nuevo hogar que están conformando…».

Novios

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Tres días después los visité en su casa. Israel jugaba con Alfa en lo que se hacía el café. «Casarme, aparte de todo lo nervioso que estaba, fue algo muy lindo porque jamás y nunca pensé que siendo homosexual en este país me pudiera casar», dice. ¿Y el momento más lindo?, pregunto. Israel se toma su tiempo: baja la cafetera, sirve el café, mira a Yoelkis con una alegría casi infantil. «Para mí lo más lindo fue cuando mi abuela, que yo pensé que no iba a venir, me esperó con su vestido, ella que nunca ha usado un vestido jamás. Se paró y me abrazó muy fuerte y empezó a llorar».

Israel es de Santa Cruz del Sur, en Camagüey. A los seis meses de ser novio de Yoelkis le dijo a su familia que era homosexual. La verdad es que nunca lo dijo: lo dejó escrito en un papel. En el ómnibus, de regreso a Matanzas, recibió una llamada de su hermana: «Tata, ya todo el mundo lo sabe. Acuérdate que siempre vas a contar conmigo. Papá es el que está muy mal».

Novios

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Israel se deprimió y estuvo quince días sin hablar con su familia, hasta que recibió una llamada de su tío: «Oye, qué te pasa, por qué tu no llamas para acá. Espérate que te pongo a tu abuela». Y la abuela le dijo: «Al final tu siempre vas a ser mi hijo nieto. Yo estoy aquí, yo te voy a apoyar».

Lo interesante vino después, la primera vez que Israel y Yoelkis se aparecieron juntos en Camagüey. «Los amigos del padre —explica Yoelkis—, me preguntaban si podían hablar con Israel, si podían abrazarlo como siempre hacían». «Por la casa de mi padre pasaron personas que hacía años no veía. Imagínate, venían a ver al hijo de Israel que había salido del closet y que, además, había llegado con el novio», cuenta Israel y se ríen recordando el momento, la sensación de ser como objetos museables.

Novios

(Foto: Néster Núñez / LJC)

«Llegó el pollo a la bodega, vamos a buscarlo todos juntos, es más o menos la idea. Pero después, como al mes, ya mi papá hablaba más por teléfono con Yoelkis que conmigo. Media hora, cuarenta y cinco minutos… y yo: -Vean acá, ¿él ni tan siquiera se despidió de mí? -Ah, sí. Me dijo que te diera un beso».

Los recién casados rememoran otros momentos emocionantes: la confusión de los anillos, que si van en la mano derecha o en la izquierda, la alegría y la proeza de haber reunido a veinticuatro camagüeyanos en Matanzas, la presencia del abuelo de Yoelkis, de más de noventa años, la visita a una amistad muy querida que no pudo venir a la fiesta y la tradicional caravana de autos recorriendo la ciudad, pitando, escandalizando.

Novios

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Les pregunto cómo se vivió eso, la reacción de la gente. «Normal, saludaban, gritaban felicidades… gente de cualquier edad, no solo los jóvenes. Hubo alguien que siempre bajó la cabeza cuando pasábamos. A saber qué es lo que piensan, pero esto es mi derecho y lo siento si tienen otra mentalidad», expone Yoelkis.

Desde Afroatenas y el Callejón de las Tradiciones, en la barriada matancera de Pueblo Nuevo, Yoelkis ha sido un intenso activista por los derechos de la ciudadanía LGBTIQ+. En su momento, estuvo en desacuerdo con que sacaran el artículo 68 del proyecto de Constitución, y luego, con que llevaran a plebiscito el nuevo Código de las Familias. Ahora mismo, aunque el matrimonio igualitario es un hecho, considera que quedan nuevas luchas por delante:

«Es muy difícil llegar a donde te casas y tener que tachar con un bolígrafo la A de novia, y poner una O, porque los papeles no están todavía ni arreglados. Otra cosa… Yo quise que Kiriam Gutiérrez fuera mi madrina de boda, con toda intención. Kiriam es una mujer trans y yo le expliqué a la notaria lo que sucedía, pero la notaria se rige por la ley así que, a la hora de firmar el acta de matrimonio, el nombre que estaba puesto era el del carnet de identidad de Kiriam, y eso va contra su identidad.

Fue difícil, y estuve incómodo, pero eso me sirvió para recordar que todavía hay derechos que no se han conquistado. Falta una ley integral contra la violencia de género, y falta una ley de identidad de género.

Hoy seguimos diciendo que en este país hay que pedir perdón por todos los crímenes cometidos contra la ciudadanía LGBTIQ+, que últimamente se están queriendo invisibilizar con discursos baratos y sin sentido. Hay que educar a las personas, porque si bien ya hoy los homosexuales tienen el derecho de casarse legalmente, hay lugares donde simplemente es muy difícil hacerlo por la mentalidad que predomina.

Entonces sí, hay todavía muchas luchas en el horizonte, aunque defender derechos agota, te estigmatiza, te segrega, te aleja, y hay otros sinónimos alrededor nada buenos para la salud física y mental de uno… es complejo. No vamos a ser ni héroes ni mártires, porque no es lo que buscamos».

Novios

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Israel ha estado mirando a su esposo con admiración, con amor. Compañero de Yoelkis durante los últimos tres años, conoce bien los sinsabores que trae consigo el activismo en Cuba.

«Fue estar de la mano de muchas personas que me han acompañado en las luchas. Me faltaron amistades que yo quiero mucho, que no están en Cuba, que tuvieron que salir de aquí. Pero había una mesa que estaba cargada de esa energía. Los celulares y los whatsApp estaban todos activados, y muchos de ellos también disfrutaron de la boda. Fue un momento en el que nos pusimos a pensar en los demás. En los que no habían llegado, en todas las personas que han muerto en el camino, en todos los que desearon esa felicidad en su vida y no la pudieron tener aquí, en su país».

Novios

(Foto: Néster Núñez / LJC)

Para cambiar el ánimo le pregunto por la noche posterior a la boda. «¿Luna de miel? Si no hay ni abejas, ni hay miel en la Tierra, ¿qué va a haber una luna con miel? Como está la situación, es casi imposible. Así que no podemos vivir todo el sueño hetero burgués, hay que vivirlo por pedacitos. La luna de miel es seguir juntos. Seguir en lo mismo, en lo cotidiano: lavar, cocinar, recoger los regueros que dejó la boda… Hoy es domingo y la gente todavía sigue llamando y felicitando».

Novios

(Foto: Néster Núñez / LJC)

17 diciembre 2022 13 comentarios 1,8K vistas
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Perros

Esta vida de perros

por Néster Núñez 3 diciembre 2022
escrito por Néster Núñez

En esta gran familia que somos, Papi es el de más malas pulgas. Aclaro que es el más joven, el impulsivo, el que no reflexiona, y por eso no teme al castigo real de que lo amarren. Yo le digo que coja calma, que no va a resolver nada si protesta él solo, pero no hace caso a mi experiencia de perra vieja.

En vez de convencer a los otros de ladrar todos juntos, Papi es el primero que sale disparado cuando estamos durmiendo y tocan a la puerta, o cuando el pollo de la comida está demasiado caliente o cuando hace rato no paseamos en la moto. Después de Papi, ladra Pluto Jr., aunque sin tanta convicción, y a veces Kiara también se embulla.  La verdad, en esta familia no hay razón ninguna para ladrar en plan: «yo me opongo».

Perros

(Foto: Néster Núñez/LJC)

A mí, que soy de origen humilde y estuve años vagando por las calles, sin casa y sin familia que me acogiera, no hay quien me haga un cuento de lo que son el hambre, la sed, el miedo y otras mil necesidades. Y no estoy hablando de nosotros los perros. Estoy hablando de la tremenda cantidad de humanos que viven en condiciones que Papi ni se imagina.

Yo le digo que si esos humanos tienen un cerebro súper desarrollado y manos y un lenguaje avanzado y aun así no protestan, qué vas a estar ladrando tú tanto. Pero Papi no entiende. Además de ser muy joven, es de esta raza… chihuahuas… tal vez los extranjeros no entienden bien cómo funcionan aquí las cosas. (Testimonio de Niña. Perra mestiza. La más anciana)

Perros

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Si eso es lo que dijo Niña, pues está muy equivocada y protesto por su comentario superficial y racista. Nosotros venimos de México, pero llevamos generaciones poblando esta tierra. Yo mismo perdí la cuenta de los hijos que tengo por ahí regados. Es verdad que ella tiene otra experiencia de vida, porque viene de la calle. Y porque en las calles sufrió mucho junto a otros como ella: mestizos, o satos, o criollos, como quieran llamarles.

Sin embargo, ¿quién tiene la culpa de que los humanos prefieran a los de raza pura? Yo sé que todos los perros tenemos el mismo amor para dar, como mismo sé que hace mucho tiempo el amor no compra techo y comida. Pero nosotros, los de pura sangre, no tenemos la culpa. Eso es lo que Niña no entiende. La moneda extranjera es la moneda extranjera, y el amor dejó de ser moneda de cambio. (Pluto. Once años. Patriarca de la familia)

Perros

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Como beneficiario que es de todo este desorden, mi padre no entiende nada. ¿Te fijaste en su nombre? Pluto. ¿Es un nombre criollo, o al menos mexicano? Nada de eso. Es hollywoodense, extranjerizante. ¿Es que acaso no hubo en este país dos perros héroes llamados Guaso y Carburo? ¡Con cuánto orgullo llevaría yo uno de esos nombres! Pero no, se les ocurrió ponerme Pluto Jr. El hijo, el segundo, como si fuese poco. Por eso a veces no respondo, ni cuando me llaman para que tome leche.

Kiara dice que como tengo todos mis problemas resueltos, me meto en esos conflictos pequeñoburgueses. Y que lo mío es un típico caso de complejo de Edipo. Aunque no sé bien de qué habla, lo dice en ese tono despectivo y a mí me da por responderle que lo peor de todo es ser feminista extrema como ella, y ahí mismo dejamos de hablarnos. (Pluto Jr.)

Perros

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Voy a decirlo hasta que lo acepten: Yo, Kiara, chihuahua hembra de dos años de edad, NO VOY A PARIR NUNCA. El cuerpo es mío, y la decisión es mía. Niña dice que parir sería alegrar a la Zuri, que tanto se desvive por la felicidad de nosotros. Pero parir no puede ser en agradecimiento de nada, y mucho menos porque «me toca», como dicen los dos Plutos, machistas que son. ¡Claro, como para ellos reproducirse es como ir a una fiesta y que pongan el baile del perrito!

Pues voy a decirlo otra vez: yo no vine a este mundo a sufrir los dolores del parto. No vine a sufrir el dolor de ver cómo, más temprano que tarde, mis hijos terminan marchándose de mi lado. No quiero de ningún modo contribuir a la sobrepoblación de este planeta, donde cada vez hay más diferencias entre los que tienen y los que no tienen. Y si por mi decisión me botan a la calle, pues que así sea. Prometo que seré consecuente. Todas las perras que piensen igual deberíamos unirnos (Kiara)

Perros

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Oye bro, protesto y bien, porque a mí nadie me preguntó, por ejemplo, si quiero ponerme la camisa azul o la roja. O si quiero comer picadillo o pescado. Que me digan antisocial, delincuente, confundido, nada me importa. Protesto, ladro, maúllo si me da la gana, porque es mi derecho, vaya. (Papi)

Perros

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Después que los tengo yo me desvivo por ellos. El otro día gastamos 6 mil pesos en dos paquetes de pollo de diez libras y cuatro picadillos. Y antes compramos un saco de arroz. De aceite también hay una buena cantidad. Y tienen sus medicinas a tiempo, los desparasitamos. Sus champús…

Perros

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Cuando hay dinero tienes que emplearlo en las cosas que necesites, en lo básico. Porque la ropa te la pones hoy y otro día no te la pones, pero tienes que comer y asearte todos los días. Entonces tú ves a la gente puesta para la pacotilla. A mí lo que no me puede faltar son las cosas de la casa, y las cosas de ellos.

Yasmani, la amiguita mía, me buscó una ropa de muñecos, pero le quedaba grande a Pluto, el primero que traje. Entonces fui a casa del alemán y le compré una gorra. Y ahí Cachita me dijo: «muchacha, si yo soy las que las hago». Y después de eso me busqué a otra costurera y ya he tenido como cuatro.

Perros

(Foto: Néster Núñez/LJC)

Yo no los veo como perros, los veo como a mis hijos. La gente me dice «No, tienes que pensar…». No, yo no pienso nada. Por eso no me gusta hablar con la gente, porque la gente no me entiende… Ellos son mis hijos y son mis hijos. No hay más nada que decir.

¿Un deseo que tengo sin cumplir? Eso es fácil: que me hablen, tener el mismo idioma, saber siempre lo que están pensando. (Zuri, la humana).

Perros

(Foto: Néster Núñez/LJC)

3 diciembre 2022 9 comentarios 1,7K vistas
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