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Autor

Néster Núñez

Néster Núñez

Fotógrafo y escritor

transporte público en Cuba
Columnas

Experimento social en el transporte público, basado en hechos reales

por Néster Núñez 25 noviembre 2023
escrito por Néster Núñez

Voy de Varadero a Matanzas en una guagua de trabajadores del turismo; pero da igual que sea un camión urbano o rural, lleno de ruidos y de humos. Que afuera esté lloviznando o que haya 40 grados a la sombra también es irrelevante. Lo único necesario es que imagines este típico transporte colectivo lleno de gente que regresa a sus casas, tras un larguísimo día de trabajo.

Para la mayoría de ellos, trabajar significa pasar horas haciendo algo cuando menos insípido y descolorido a cambio de un salario que no alcanza. Vamos a decir, solo por contextualizar, que todos son cubanos. Por alguna extraña razón (los cubanos somos una raza alegre y extrovertida) los pasajeros de este transporte tienen caras largas, por no decir molestas, preocupadas, apesadumbradas, angustiadas o hastiadas.

Foto: Néster Núñez

Igual, pudiera ser mi percepción errónea nacida del dolor. De ese dolor que me provoca el tubo del pasamanos que me aprieta las costillas y no me deja casi respirar. Justo en un frenazo repentino, y cuando uno de esos hastiados sin motivo grita: «¡Chofe, los que vamos aquí no somos vacas!», logro adaptar mi cuerpo flaco a un rinconcito entre una ventanilla y un asiento, y aspiro una bocanada de aire contaminado, que me salva.

A lo largo de los años y a partir de los palos (y de los tubos en las costillas y de los cuchillos en el cuello) que me dio la vida, he desarrollado ciertas y efectivas estrategias de sobrevivencia. Guardar la cámara, el teléfono y la billetera en lo más profundo de la mochila, por ejemplo. También he aprendido a «tener sentido del momento histórico» y a «cambiar todo lo que debe – y puede- ser cambiado», empezando por mi propio estado de ánimo. En momentos como estos, de puro estrés negativo, me evado.

Foto: Néster Núñez

Aunque mi cuerpo permanece en el ambiente hostil del fallido transporte público en Cuba a las seis de la tarde, mi mente vuela primero hacia una ceiba en el monte, y luego hacia una caleta de aguas azules y rocas rosadas. El sonido de las olas, el olor a mar, la luz y la compañía son mágicas. Ubicado en ese lugar y momento donde la felicidad pudo ser, sonrío. Luego regreso a la guagua un poco más optimista de lo que me es habitual, y pronuncio para mis adentros una frase como de fe y de reafirmación que he concebido en los últimos tiempos: «Se va a dar».

Los rostros de los pasajeros están ahora recogidos, concentrados en sus teléfonos móviles, lo cual no deja de parecerme triste. El humo, la opresión y el cansancio son los mismos de antes, pero en las pantallitas de varias pulgadas acontecen todo tipo de historias divertidas, curiosas, cursis… Son como brevísimas telenovelas brasileñas o turcas, como pelis hollywoodenses que te ayudan a no tener que pensar en lo que estás haciendo con el tiempo que se te regaló y que llamamos vida. Es evadirse también, con la pequeña diferencia de que son historias ficticias o, en el mejor de los casos, vividas por otros.

Foto: Néster Núñez

En esta existencia real, el chofe vuelve a frenar con violencia y lanza un insulto a un transeúnte que cruza la calle mirando el teléfono. Un improperio del tipo: «¡Comemier…, atiende lo que haces!» Después de recuperarme del impacto contra la muchacha que está sentada delante de mí y de ofrecerle disculpas, pienso que está bien llamar a la reflexión a los que van por la vida como extraviados, pero que en este caso la forma es tan, o incluso más, importante que el contenido.

La muchacha sentada me mira por primera vez y me hace un gesto para que le dé la mochila, probablemente para evitar que vuelva a pegarle en la cabeza con la cámara y con todo lo que llevo dentro. Le digo que no se moleste y coloco el bulto en el suelo, debajo de su asiento. Antes, por alguna desconocida razón, extraigo el móvil. Ella regresa al suyo propio, a esos pedazos de vida ajena que transcurren en calidad HD o superior, y yo quedo como colgando del color azul de sus ojos, que me trasladan de nuevo al cielo y al mar de la caleta.

Puede haber sido por eso o por mi optimismo y mis ansias locas de cambiar lo que debe ser cambiado, de ser parte de la solución y no del problema, que vencí mi timidez innata y comencé a escribirle un texto en el blog de notas. También pudo ser porque el viaje me aburría o porque «de los cobardes no se ha escrito nada» o porque vi, intuí o me hice la idea de que esa muchacha en específico tenía dentro una felicidad contenida, y que sería hermoso que saliera.

Foto: Néster Núñez

Escribí apurado y nervioso en lo que repetía inconscientemente mi especie de plegaria de autoayuda: «Se va a dar. Se va a dar».   

Hola, muchacha. ¿Tienes alguna justificación para aceptar el número de teléfono de un fotógrafo? Una justificación pueden ser mascotas, hijos, padres, sobrinos o amigos que deseen hacerse una sesión de fotos. El fotógrafo soy yo. Mi nombre es NN. No soy malo haciendo eso que hago. Por lo menos lo intento y lo disfruto.

Y si crees que nunca necesitarás tener el número de teléfono de un fotógrafo, quizás necesites tener el contacto de un plomero, un albañil o un taxista o el número de alguien a quien llamar una tarde cualquiera para conversar y pasar un rato agradable…

Bueno, ya. Disculpa la molestia. Mi número es: 537×68993 NN, fotógrafo. 537×68993 NN plomero. 537×68993 NN albañil, carpintero, taxista, jardinero…

No te pido tu número porque no tengo idea de cómo podrías ayudarme. Claro, si no te conozco y ni siquiera sé tu nombre. Ahora voy a serte sincero: de albañilería y plomería y del resto de los oficios no sé nada. Ah, y que no tengo carro es evidente.

En el resto de las cosas no hay trampas. Acuérdate: fotos o sentarnos a hablar un rato. En esas dos soy bastante bueno. 537×68993 NN.

Anótalo, anda, por si acaso. O escríbeme aquí abajo el tuyo. Y ya. Disculpa otra vez.

Me entregó de vuelta el teléfono y se bajó del ómnibus en esa misma parada. Todavía resuena en mis oídos su carcajada volátil mientras caminaba por el pasillo. Y en mi cabeza, durante días, lo mismo: su risa y el «Se va a dar». Pero nunca me escribió un mensaje ni me hizo una llamada. Quise regresar a la misma guagua en el mismo horario para encontrármela y volver a escuchar su risa espontánea, como en una película de Hollywood. Serendipia. Sin embargo, mi correcta noción del momento histórico me hizo cambiar de idea.

Foto: Néster Núñez

Ya mencioné que he desarrollado ciertas efectivas estrategias de sobrevivencia. En este caso decidí no intentar regresar al lugar donde una vez fui feliz. Es decir, repetí el experimento, pero con otras muchachas desconocidas. La raza, el tamaño, la edad, el color de los ojos… el físico, en definitiva, no importaba. Solo tuve en cuenta un par de variables. La primera, que el lugar fuese siempre un transporte público lleno de gente que regresa a sus casas después de un larguísimo día de trabajo. La segunda, que la muchacha en cuestión estuviese pegada al teléfono. Lo de la felicidad encerrada es algo que todos llevamos dentro.

Los resultados obtenidos fueron:

  • Siete de ellas manifestaron alegría espontánea: sonrieron o soltaron sus carcajadas.
  • Dos me dieron sus números de teléfono.
  • Tres anotaron mi número de teléfono (ninguna me llamó una tarde de lluvia).
  • Cinco de ellas manifestaron ira: me estrellaron el teléfono en el pecho o tuvieron reacciones similares.

Foto: Néster Núñez

Pese a que los frutos estaban siendo positivos, con doce reacciones felices y cinco en contra, el experimento se vio interrumpido accidentalmente. La última muchacha (no importa el tamaño, la raza, la edad, ni el color de los ojos) dejó caer mi teléfono con el frenazo y en la confusión desaparecieron ambos: mi teléfono y ella (que llevaba botas, medias negras y minifalda de cuero marrón).

Me queda un viejo reproductor de música que utilizo ahora. Observo bien las expresiones cansadas y hastiadas o aburridas y escojo la canción que me parece oportuna. Sobrevivir implica reducir los riesgos. Después de la última mirada matadora que me dedicaron, ya no les pongo los audífonos directamente al oído. Solo les acerco el equipito, como sin querer, con el volumen un poco alto, y dejo que la música haga su magia. No llevo las estadísticas, pero he visto que mi experimento social en el transporte público ha sido todo un éxito: antes de terminar el viaje los rostros se aflojan, cambian.

25 noviembre 2023 7 comentarios
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Columnas

Hinchado de vientos pendientes

por Néster Núñez 11 noviembre 2023
escrito por Néster Núñez

Atardece y estás —pongamos por caso— en el Muelle Real de Cienfuegos, en el malecón de La Habana, de Matanzas o de Santiago. Lo tuyo es contemplar la puesta del sol hoy sábado que no tuviste trabajo. Hoy sábado que fuiste a visitar a tus padres y, de regreso a casa, te regalaste esos quince o veinte minutos solo para ti.

— A los niños no les pasará nada —te dices para no sentirte culpable. Dejaste la comida hecha y ya hicieron las tareas de la escuela—. Cuando regrese les digo que se bañen. No estoy haciendo nada malo…

Foto: Néster Núñez

El mar y la bella vista logran relajarte. Sientes deseos de tomar algo, pero llegar a la casa con olor a cerveza sería un problema mayor que la tardanza. Cierras los ojos y escuchas hasta el aleteo en pleno vuelo de una gaviota que pasa. El aire puro te llena los pulmones y te recuerda la voz de tu abuela cuando te cantaba «la pájara pinta posada en su verde limón. Con el pico recoge la rama, con la rama cortaba una flor». Una flor que en tu mente siempre fue blanca. Después, otra canción sale desde no sabes de qué parte recóndita de tu cerebro. No sabes cuándo la oíste ni por qué la memorizaste: «Mañana partirán las despedidas hacia los lugares transparentes, y yo quedaré como un paracaídas hinchado de vientos pendientes».

Foto: Néster Núñez

Los muchachos llegan desinhibidos, frescos, saludables. Se desnudan hasta la cintura y se lanzan al agua con esa espontaneidad tan adolescente, tan falta de ansiedades y de esquemas mentales. Son cuerpos que necesitan agua, refrescar, divertirse, cansarse. Saltan desde los lugares más altos. Se adentran en el mar a nado. Se persiguen y ríen como si no hubiera un mañana, como si la vida estuviese transcurriendo ahora mismo y no antes ni después, sino justo ahora. Se ve que no tienen grandes preocupaciones.

Foto: Néster Núñez

Tus hijos estarán jugando pelota o fútbol en la calle. Imaginas el sudor en sus caras, el churre en sus manos, sus gritos, la pasión que le ponen a todo, la bronca cuando pierden un partido o no batean el jonrón que el equipo necesitaba. Si estuvieras, desde hace rato habrían entrado a bañarse. Si estuvieras en casa y no en el malecón o en el muelle regalándote esos minutos, no te darías cuenta de que alguna vez tú vivías del mismo modo apasionado. No te darías cuenta de que has venido reprimiendo durante muchos años los deseos de jugar con ellos y reír también, como en tu niñez, porque se supone que los adultos son responsables, comedidos, y esas necesidades son secundarias, descartables. Demasiados años entrenando para no mostrarte, para cumplir las expectativas de otros.

Foto: Néster Núñez

Es el sol en el horizonte, es que te despeina el aire o que alguien pasa y se queda mirándote unos segundos con ojos color del mar cuando atardece… Es que un muchacho salta al agua cerca de ti y te salpican las gotas y en lugar de molestarte o de secarte con una toallita húmeda, pasas la lengua por las partes húmedas. De inmediato, el sabor salado te recuerda tu primer noviazgo, tu primer beso en la playa. Te recuerda la vez que soltaste el timón de la bici a toda velocidad, loma abajo. La vez que hiciste el amor rapidísimo, intensísimo, en la oscuridad de un callejón cualquiera después de la fiesta. Son pasajes que te afligen.

Foto: Néster Núñez

«Siento que mi trazo hasta hoy hace un largo camino de miel. Por qué duele mirar el reloj cuando dice lo tarde que es». La canción desconocida tiene ese estribillo triste. El tiempo no pasa igual para los muchachos, que ahora cantan a pleno pulmón un reguetón machista. Piensas otra vez en comprarte la dichosa cerveza. Sabor a agua de mar en tu boca.

Foto: Néster Núñez

Infeliz no eres. Amas a la familia que fundaste, solo que ya no haces cosas que creías importantes. Hasta de ti las ocultas para  evitar el conflicto. «Eso es convertirse en adulto», te dijeron y luego, que no afinabas bien y que tu voz era un poco molesta, por lo que ya no cantas ni en la ducha. Total, puedes prescindir de eso y de lo otro y de lo otro. Quizás lo hagas cuando los niños crezcan. 

Foto: Néster Núñez

Es la hora azul: el crepúsculo. Los muchachos se visten para regresar a sus casas. Tú también echas a andar. El cielo se ha nublado. Si toda la lluvia cayera de pronto no te esconderías bajo un portal ni tomarías un taxi: seguirías caminando. «Con el pico recoge la rama, con la rama alcanza la flor. Ay, dios, ¿cuándo vendrá mi amor?» Sabes que se trata de amor propio. Hace rato estás deseando bañarte sin ropas en un aguacero, en el patio de tu casa, donde solo tu familia puede verte. Que los niños esperen, si tienen hambre. Que se sumen, si quieren. Que se rían todos compartiendo esa especie de locura que últimamente te ha dado.

Foto: Néster Núñez

11 noviembre 2023 1 comentario
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playa
Sostenibilidad ambiental

Llegar al fondo, en la playa de tus sueños

por Néster Núñez 14 octubre 2023
escrito por Néster Núñez

Has llegado a la playa de tus sueños. Sabes que necesitas lanzarte. Sabes que esas aguas y ese tiempo sumergido, te curarán. Miras al cielo despejado y azul. El sol aún está suave en la mañana. El bote reposa sobre un mar sereno y transparente. El canto lejano de un ave te transmite calma. Aguantas la respiración. Te dejas caer a lo profundo.

playa

Foto: Néster Núñez

Años atrás tuve un amigo poeta que siempre llevaba puestos unos audífonos tipo cascos. Así iba al trabajo o a casa de la novia. Así lo veías caminando por cualquier calle de la ciudad, o subido en una guagua o sentado en el malecón del río o en un banco del parque. Cuando veía al poeta con los audífonos puestos, le hacía algún gesto para saludarlo, pero no lo molestaba. Lo dejaba tranquilo con su música, con sus audiolibros o con lo que fuera que escuchara. Hasta que una tarde, la curiosidad me venció:

—¿Qué es lo que escuchas tanto? —le pregunté. No me oyó a la primera, por supuesto— Que ¿qué estás escuchando?

playa

Foto: Néster Núñez

Mi amigo se quitó los cascos y me los puso sin sonreír, sin decir una palabra, sin cambiar su expresión tranquila. Yo no escuchaba nada. Ninguna música, ningún audiolibro. Le dije que pusiera a reproducir aquello. Él se llevó la mano al bolsillo y sacó el extremo del cable, todo mordisqueado. Creo que me explicó qué había sucedido, pero no logré escucharlo. Los cascos apretaban bien. Aislaban los sonidos de un modo que asustaba.

Un hombre que vive a ratos en una ciudad sin sonidos. Un hombre que a ratos ve en blanco y negro. Un hombre, una mujer, que amortigua a voluntad el sentido del oído, presta más atención a los olores, a lo que ven sus ojos, al tacto. Una persona así no teme acceder a las ideas y emociones que genera su cerebro. Es un ser humano que experimenta distintos modos de ser libre. De vez en vez regreso a leer su poesía.

playa

Foto: Néster Núñez

El agua fría eriza tu piel. Tu instinto de conservación se activa. Sientes los pulmones cargados de oxígeno. El fondo del mar te atrae. El movimiento de tus brazos y piernas te llevan abajo. Con la primera brazada dejas atrás el ruido de los motores de los autos. Con la segunda, toda la música se convierte en latido de corazón. Desciendes. Las voces humanas suenan como burbujas de aire en el mar. Tu mente está tranquila, relajada. Los apagones no existen. Los niños no tienen que ir a clases. No tienes que buscar comida para esta noche. Tu mente está tranquila, relajada. Eres solo un cuerpo húmedo acogido por una profundidad agradable. Has regresado como al vientre de tu madre. La placenta te protege.

Una vez tuve un amigo diabético que disolvía los límites. Bebía ron mientras el Ballet Nacional de Cuba bailaba Coppelia en el teatro. De noche, buscaba en el cementerio las carabelas de su madre y de su abuela para tenerlas de regreso en su casa. Apagaba los cigarros en la piel de su brazo. Pintó cuadros de bichos grotescos sobre la cúpula de la catedral católica, sin pretensiones de éxito o de dinero, solo por sacarse los demonios que llevaba dentro. «¡Abandonad toda esperanza!», decía junto a la puerta de su casa.

playa

Foto: Néster Núñez

La gente lo adoraba o lo odiaba, sin matices intermedios. Es difícil tener un amigo que te demuestre constantemente que se puede vivir de una forma distinta; que el entorno te asfixia solo si tú lo permites; que el poder estableció a su conveniencia límites y normas, y que quebrarlos no es tan difícil como parece. Yo era un muchacho normal: pertenecía al bando de los que lo llamaban loco. Aún no me había abandonado a mí mismo durante tres minutos en el fondo del mar, ni había conocido a aquel que llevaba audífonos tipo cascos.

Ves las algas fluir con el vaivén de la corriente. Los peces de colores juguetean frente a tus ojos. Los rayos del sol llegan dispersos a ti. Es como estar en un sueño. Treinta segundos, dos minutos, todos los años de tu vida: el tiempo que has pasado en esa especie de útero materno ha sido placentero, pero ya es demasiado. Lo que fue zona de confort ahora te oprime. Te falta el oxígeno y te revienta el exceso de dióxido de carbono. Tu cuerpo y tu mente no resisten la presión. Quedarse abajo es cosa de locos. Te quitas el cinto de plomo y comienzas el ascenso, desesperado por llegar arriba.

playa

Foto: Néster Núñez

El amigo poeta emigró de la isla. El pintor irrespetuoso de los límites, murió.

Dondequiera que estén, los imagino felices.

La vida es esa inmediata bocanada de aire después de salir del mar (del mal) que te rodea.

(A veces, a los recién nacidos hay que darles una nalgada.)

Y está el amanecer también, la familia y los amigos.

Has llegado a la playa de tus sueños: sabes que necesitas curarte.

Foto: Néster Núñez

14 octubre 2023 2 comentarios
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Calle-Cuba
Ciudadanía

Bajando por Cuba, la calle

por Néster Núñez 30 septiembre 2023
escrito por Néster Núñez

Encumbrados visitantes, eruditos, geógrafos nacionales y gente común dicen que esta ciudad parece un anfiteatro natural. Se refieren a las lomas que ascienden desde la bahía en todas direcciones, como gradas. Por mi parte, cuando la otredad me asalta, le asigno un significado más… intangible, epistemológico y determinológico. He pensado:

«En este gran anfiteatro todos somos personajes de una historia Equis. Solo actuamos, con mayor o menor talento, los papeles que alguna vez escogimos o que nos fueron asignados. La azarosa mezcla del libre albedrío con la superación personal, más la genética y las condiciones sociohistóricas, económicas y culturales como telón de fondo, es lo que determina que haya algunos finales más felices que otros. Pero de que todos actuamos en el mismo show, de eso, estoy seguro».  

Calle-Cuba-1

Foto: Nester Núnez

En todo caso, por alguna abíblica razón, esta mañana me subí al escenario más temprano que nunca. Eran como las seis de la mañana cuando me arranqué las sábanas del cuerpo y me miré las mismas canas y las mismas arrugas de los últimos tiempos, en el espejo de mi camerino particular. Lo nuevo era una convicción rara que me surcaba la frente como una cruz gamada, y que repetí como un mantra, como autohipnotizándome, a cada paso que di hasta alcanzar la cima de la calle Cuba: «Yo Soy el Espectador. Yo Soy el Espectador. ¡Yo Soy!».

De una punta a la otra, la calle Cuba tiene 13 cuadras (¡Persígnate, supersticioso! ¡Echa sal por arriba de tu hombro!). El tipo que se asomó hoy a este lado de la vida, sin querer ser sombra chinesca (es decir: Yo), necesitó caminar las más empinadas, las cuatro últimas de las trece. Ya arriba, aún de espaldas a la ciudad, un tanque de agua pintado de azul, con un letrero que dice «Acueducto y Alcantarillado», me dio la bienvenida.

Calle-Cuba

Foto: Nester Núnez

Volteándome hacia la bahía comenzó el espectáculo. Eran las 7 y 12 de la mañana. Cuando vi el primer rayo de sol, brotó de mis entrañas trasnochadas esta frase que pudiera sonar egoísta:

̶ Hoy, el sol sale especialmente para ser contemplado por mí.

No me hice una selfie, así que tendrán que imaginarla: en lo más alto de la calle Cuba (como si fuese el Pico Turquino), un flaco sonreía optimista.

Una señora me convidó a comprarle café acabadito de colar; una estudiante de preuniversitario preguntó si yo era mototaxista; un perrito pekinés levantó una pata cerca de mí con la intención de marcar territorio. Y yo, sin moverme. Y la gente sin admirar aquel espectáculo del sol naciente. Su problema. Entonces, hice la primera foto.

Calle-Cuba

Foto: Nester Núnez

Lo que ves en la pantalla no es el evento real, sino la interpretación del fotógrafo tamizada por la mecánica de la cámara. Por eso, lo que ella te muestra pocas veces describe lo que realmente piensas o sientes. «¿Y si hay un apagón mundial? ¿Si la termoeléctrica del sol se rompe?», me dije. Después indagué, de refilón, en los motivos que me hicieron salir tan temprano de la cama, mi zona de confort.

¿Subí a ver el sol desde lo más alto de la calle Cuba para encontrar algún tipo de felicidad auténtica y renovada? ¿Lo hice para guardar este instante por si me aqueja una prematura demencia senil, el desamor, el desarraigo de los que emigran aún sin salir de esta isla? ¿O fue solamente con la ilusión de que ese finito rayo de sol, el primero del día, encendiera la luz total al final del túnel?

Absorto en la exploración de mis inconscientes impulsos, el perrito pekinés hizo lo que tenía pensado desde el inicio. Sentí el líquido caliente correr por mi pantorrilla flaca hasta encharcarme el zapato. Lo miré un poquitín enfadado y el muy loco, casi suelta los ojos ladrándome. Y yo sin moverme. Y la gente mirando y burlándose de aquel espectáculo. «¿Y si el sol se apaga?»

Una vez perdí demasiada sangre. Todo se hizo oscuro y morir fue tan fácil como quitar el dedo de la herida, como entrar en pánico. Hubiera sido un final sin dolor, sin aspavientos, pero siempre he sabido que morir no es la solución de nada. Así que no apreté el cuello del perrito, sino que terminé acariciándolo. Alguien de por allí aplaudió, otro guardó el machete y varios se rieron, aliviados. La señora me regaló una taza de café con el mismo gesto pomposo de quien entrega un ramo de flores a un actor que dice magistralmente el parlamento final de la obra. Desde su punto de vista,

«Todo es relativo», me dije.

Calle-Cuba-1

Foto: Nester Núnez

Poniendo en práctica esa misma lógica, en lugar de apuntar que el sol había ascendido unos grados sobre el horizonte, comentaré que la Tierra era la que había bajado. El tiempo pasó, diríamos también desde una postura antropocéntrica, pero es que el tiempo en realidad no está en ninguna parte y a la vez en todas, así que no pasa. «Las manecillas de los relojes deberían ser pequeñitos hombres y mujeres, aunque terminen mareándose», pensé, mientras dejaba atrás al perrito meón y a la gente buena de la periferia alta, y caminaba Cuba abajo.

Si uno dice: «Bajé por la calle Medio», o «Bajé por la calle Milanés o por Contreras», la expresión es gramaticalmente correcta y las personas la entienden en su sentido literal. Pero en la frase «Caminé Cuba abajo», las personas sufridas y suspicaces encontrarían cierta redundancia.

Es cierto que la dirección del tráfico en esta calle es hacia arriba, pero funciona como las ilusiones ópticas: te parece que ves agua en el desierto, pero no. Aquí, te parece que Cuba sube, y tampoco. Ni aunque te traslades en un auto Tesla del último modelo. «¿Cómo cargan la batería, si la termoeléctrica…?» Recuerdo algo, todo es relativo.

Calle-Cuba

Foto: Nester Núnez

Pongamos un ejemplo: por la calle Cuba un caballo tira de un carretón con dos hombres encima. ¿En qué año sucede ese evento? Uno de los hombres le da un latigazo al caballo para que ande más aprisa. El caballo relincha, se para en dos patas, tumba a los dos hombres. Uno de ellos recibe un fuerte golpe en la rodilla. Supón que queda cojo para siempre. ¿Quién es aquí el héroe y quién el malvado?

Más fácil: una señora jubilada que no recibe remesas gasta un tercio de su pensión en viandas y vegetales. Le protesta al muchacho que vende los productos en una especie de carretilla en la calle Cuba. El muchacho le dice: «Pero mi vieja, la culpa de los precios locos no es mía». Luego, para compensar, y porque entiende a la señora, le regala un aguacate que mañana ya estará podrido, y un plátano macho en regular estado.

Entonces, Cuba es para abajo. Cuando llueve, algunos vecinos en el colmo de la extroversión, lanzan por esa misma cuesta la basura de sus casas al torrente de agua que baja impetuoso buscando el río. Al parecer, no les importa que sus inmundicias lleguen al mar, que se esparzan por el océano, que es como decir por el mundo entero, haciendo públicas las miserias que se cuecen en los fogones de la calle Cuba.

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Foto: Nester Núnez

Y cuando no llueve, también. Muchos se sientan en las aceras para huir del calor de las casas, para socializar, para revender algún producto que ayude a su familia a ver el sol del día que vendrá. Aprovechan el cielo despejado para expresarse sin censuras. Soltar, sacar del pecho y de la garganta lo que les apesta dentro. En principio, la basura de la que hablan no es suya, pero les afecta tanto que terminan infectados.

—La azarosa mezcla del libre albedrío con la superación personal, más la genética y las condiciones sociohistóricas, económicas y culturales como telón de fondo, han llevado a un inepto que no sabe inglés, a dirigirnos —dice Manolo con palabras que no son esas, por supuesto. Son peores—. No hay que ser un erudito ni un geógrafo para saber que todo lo que sube, termina cayendo.

Manolo, el de la calle Cuba, tiene la esperanza de que suceda más temprano que tarde, aunque no está dispuesto a asumir el rol de protestón ni de revoltoso en dicha obra. Lo suyo es pasarla bien mirando el juego desde las gradas. Por las tardes, cuida a sus nietos mientras montan bicicleta o se da sus tragos de ron conversando con los socios. Pasa por el tiempo lo más feliz que puede, intentando no marearse. Lo que dice del sol es que no se puede tapar con un dedo.

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Foto: Nester Núnez

—Durante 30 años me levanté a las cinco de la mañana para ir a trabajar. Ahora ya eso acabó. Gano más tapizando asientos de motores y muebles viejos, o lo mismo te engraso un ventilador que le coso la suela a un zapato roto.

Manolo está sentado en el contén del barrio. ¿Es actor o espectador en este show que se vive en la calle que baja? ¿Escogió o le asignaron el personaje que interpreta? ¿Le gustan los perros pekineses? ¿Será el suyo un final feliz?

Las respuestas siempre son… relativas. Sin embargo, por alguna abíblica razón, yo veo a Manolo como riéndose de todo desde la misma punta del Pico Turquino, y eso que vive en la séptima cuadra, de las trece.

(Oh, supersticioso, ¿existirá un remedio?)

Calle-Cuba

Foto: Nester Núnez

30 septiembre 2023 3 comentarios
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Virgen de la Caridad del Cobre
Ciudadanía

A la Virgen de La Caridad de El Cobre, mientras escribo

por Néster Núñez 16 septiembre 2023
escrito por Néster Núñez

No sé cuándo ni cómo surgió en mí el impulso, la osadía, de comenzar esta historia con la siguiente oración:

«Me aparecí ante la Virgen con dos velas amarillas y medio ramo de girasoles».

A diferencia de la fotografía documental que hago, escribir me permite falsear la verdad, poetizarla, reinterpretar a mi conveniencia los acontecimientos reales. «Me aparecí ante la virgen», he escrito, como si ella hubiera estado sola y deprimida y se alegrara con mi presencia repentina, con mis flores y la luz que traigo. Como si el milagro de la aparición fuese el mío, simple mortal desde que nací en un hospital de provincia cualquiera.

Foto: Néster Núñez

Ya comentarán algunos que nacer sí es maravilloso y extraordinario; que respirar y ver la luz a cada instante es un regalo divino; que deberíamos agradecer por ello. A veces llego a comprenderlos, pero cuando bajé del camión y puse un pie en el pueblo de El Cobre, todo a mi alrededor era mundano: el ruido, el calor, el paisaje, los terrenales e insistentes vendedores de agua, de pizzas, de piedrecitas luminosas y de vírgenes artesanales a los que constantemente había que mentirles del modo más amable: «No, gracias, ahora no. De regreso te compro». Aunque terminara gastándome allí mismo  ̶ y molestándome por mi debilidad ̶  un montón de dinero.

Para percibir lo divino en el sudor que emana por cada poro de la piel, en el aire que trae el acento oriental a los oídos o en el intenso verdor de las lomas en los ojos, hay que estar, lo confieso, en un lugar espiritual que no era el mío. Caminé hasta el Santuario porque es tradición cuando uno visita Santiago; por si acaso también: por si las moscas; y, en el fondo, porque he dicho que no creo en ná y he ido a consultarme por la madrugá, como tantos cubanos.

Foto: Néster Núñez

Así que me aparecí ante la Virgen con dos velas amarillas y medio ramo de girasoles. Además, cargaba con muchos dolores, dudas y reclamos anotados en una hoja en blanco.

El hecho de dividir por la mitad el ramo de girasoles no fue mezquindad, sino pragmatismo.

̶ A la Patrona de Cuba le interesaría más la calidad de la entrega que la cantidad ̶  le dije a la amiga con la que viajaba ̶  más cuando los comerciantes definen el grosor del manojo.

Tener los girasoles en mis manos sí me gustó: recordé por un instante la sonrisa de aquella novia mía que llegaba por la noche del trabajo y quedaba sorprendida al ver el búcaro alegre sobre el piano. Era mi forma de aliviarle un poco el cansancio diario, creo. Hay actos cotidianos que ofrecen más pureza y devoción que la que se encuentra en muchos altares.  

Ahora en la narración viene la elipsis para no recordar la subida de la escalinata. Ya comentarán algunos que la subida es importante, que cada escalón que dejas atrás te aleja de lo banal, simbólicamente, y te acerca al misterio divino; a lo más alto de ti mismo, en definitiva. Pero mi estado de ánimo era el de un tipo sudado y con hambre, así que saltamos en el tiempo y me describo ya frente a la mesa, listo para prender las velas.

Vigen-Caridad-del-Cobre

Foto: Néster Núñez

Silencio sí había en el recinto. Paz. Recogimiento. Casi nadie en todo el Santuario. Los infinitos bancos de madera pulida. La Virgen desde su altura. Mi poquita Fe y yo, indeciso. La fosforera hizo su chispa y vino una canción a mi mente: La luz que en tus ojos brilla… Si los abres, amanece. ¿Pasó realmente entonces, o sucede ahora, mientras escribo? Cuando los cierras parece que va cayendo la tarde.

La luz en las iglesias es hermosa; los colores de los santos en los vitrales; las paredes altísimas y las cúpulas. Las penas que a mí me matan, son tantas… Saqué la hoja en blanco con decenas de pedidos anotados, invisibles para los humanos y miré, suplicante, a la Virgen. A lo que es su representación, digo, porque ella está… ¿en el cielo? ¿Dentro de uno? ¿En todas partes?

Cada cual cree a su manera. Yo me senté en uno de esos bancos largos a hablar conmigo mismo sobre mis deseos, mis angustias, mis felicidades y temores… A dejar que fluyeran los sentimientos que me habitan. Noté que me faltaba música en la vida, por ejemplo; que me rondan las mismas canciones; que tanto el baile como el idioma inglés me provocan la misma ansiedad; que disfruto aprender; que no siempre me entrego a los otros como debería; que cuido mal a las amistades; que las distancias me matan; que mis hijos; que mis hermanos y mi madre…

Vigen-Caridad-del-Cobre

Foto: Néster Núñez

A veces me decía: «Eso lo puedo cambiar. Quiero hacerlo». A ratos soltaba un suspiro y, con él, un agradecimiento. También habré hecho alguna mueca de desagrado cuando me encontraba con mis partes oscuras, y entonces pensaba en las velas encendidas. Dios es amor: esa frase me convence. Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue otro símbolo enorme: la bandera cubana.

No sé qué tiempo transcurrió hasta que las voces dentro de mí se acallaron por completo. Bajé los escalones ya sin pensar en el futuro, en mi próximo viaje, mientras tarareaba una canción que creía olvidada: Yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentada, y en una nueva plaza liberada me sentaré a llorar por los ausentes. (No era Santiago de Cuba, sino de Chile, pero Pablito, desde la eternidad, sabrá comprenderme.)

Hablé mucho con la gente de El Cobre. Subimos al Mausoleo al Esclavo Cimarrón. Vi el campo de pelota, las tiñosas sobrevolando la laguna verde, el arte, los grafitis, el arroyo que baja de la sierra y las casas humildes. Fue entonces, al aire libre y desde esa altura mayor, que pedí por todos nosotros.

Virgen de la Caridad del Cobre

Foto: Néster Núñez

16 septiembre 2023 2 comentarios
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Escenarios de crisis

Raydel Armando: el alcoholismo y Cuba

por Néster Núñez 2 septiembre 2023
escrito por Néster Núñez

El bar está lleno. Hay cervezas a 150 pesos, lo más barato que se pueden comprar. Desde un rincón, Raydel observa todo. Una pareja paga y se va. Él recoge las latas vacías y las pone dentro del saco. Cuando regresa a su mesa, apartada del resto, ya estoy sentado allí. Nos damos la mano.

-Te afeitaste- le digo.

Raydel se rasca por debajo de la gorra, casi sonriendo, y se pasa la mano por los cañones que le han vuelto a crecer. Ahora solo le queda el bigote, manchado por la nicotina del cigarro y por no lavarlo casi nunca.

-Me regalaron una maquinita. Empecé ahí mismo en el parque, en seco. Yo solo. Pero había un carro parqueado en la calle Río y me miré en el espejo. La verdad es que estaba en candela. Pasó un socio, Damián, y me llevó para su casa. Yo cargaba un saco de latas. Nosotros tenemos ya tres sacos de latas, sin escachar. Cuando las vendamos, el dinero es a la mitad. Entonces me dio un espejo y hasta un jabón y terminé de afeitarme. Después me dio un poco de arroz amarillo con pollo y me dije: «Bueno, ya me cayó algo en el estómago».

«De todas maneras, de regreso para acá vine pidiendo comida a la gente que conozco. Me dieron un tanto así, casi un cuarto de jabita, de congrí. Con lo que me había dado Damián y con esa comida, pasé la noche feliz. Figúrate la artera que cogí, que ya hoy he ensuciado dos veces. Primero fue en el parquecito aquel… no me dio tiempo a nada, era mucha la artera. La segunda vez sí me fui para abajo de una mata de guano que hay entre los dos puentes, a donde siempre voy. No sé si es una mata de guano normal, o si es guano de cana».

Foto: Néster Núñez

Una señora le trae seis latas de cervezas. Raydel, con su lengua siempre enredada, le agradece. Luego guarda las dos primeras en el saco. La tercera se la lleva a la boca y baja, de un buche, el contenido caliente que le quedaba.

-A estas también le quedan, pero tengo que darle suave a la cerveza, que la presión me sube.

Lo que habitualmente bebe Raydel son las tinturas medicinales con base de alcohol que venden en las farmacias. Lo mismo de tilo, de caña santa que de pino macho. Cada pomo cuesta solo seis pesos. Emborracharse le sale barato.

Antes de las laticas, vendía cloro por las calles.

-Iba a la bomba inyectora del acueducto a buscarlo. El cloro venía puro de Villa Clara. A un tanque normal le podías echar hasta dos de agua. Pero aquello explotó, porque la gente de allí fue muy ambiciosa. Si tú te puedes ganar cien pesos, ¿por qué razón querrás ganarte mil de pronto?. Ese fue su fallo.

«Yo siempre tomé. Desde que llegué de Angola, tomé. Y más desde que se me murieron mis abuelos. La única que me hizo renacer fue mi hija. Me llevaron para Luanda con 17 añitos, en el último llamado. Y de Luanda para Cabinda, a una base de tanques bajo tierra. Yo era francotirador. Había que dormir con las botas puestas y un dedo en el gatillo, porque los Unitas siempre atacaban».

Se rasca el cuello y el brazo; dice que la escabiosis lo tiene loco. Casi nunca se baña. Duerme en el portal del Teatro Sauto, Monumento Nacional, o frente a la galería de arte. Sí, pide comida, pero nunca ha robado. Antes fue albañil. Técnico integral en Construcción Civil. Ganó mucho dinero. Es oriundo de Sibanicú, en Camagüey. Una pareja de médicos, amigos de su abuelo, lo trajeron para Matanzas.

Foto: Nester Núñez

Le he preguntado cómo llegó a la situación actual, y sus respuestas saltan de un tema a otro: la casa que levantó desde los cimientos en Pastorita, donde le robaron todas las herramientas. La vez que conoció personalmente a Pablo Milanés en otra casa que estaba terminando en el reparto Camilo Cienfuegos. La esposa que tuvo durante diez años. El alquiler en La Marina. La muerte de su abuelo y de su abuela, quienes lo criaron.

-Mi padre renegó de mí cuando yo tenía tres meses- dice.

Como una especie de terapia de choque, para que deje de victimizarse, le digo que muchas personas han pasado por situaciones similares y no terminaron alcoholizadas.

-Yo entiendo lo que tú dices, entiendo. Pero yo siempre tomé. Siempre. Por suerte, fui a Angola. Angola me enseñó a sobrevivir.

Me habla entonces de su hija de 20 años, entre lágrimas. Lo desvío de esa cadena de pensamientos negativos preguntándole, como si fuese un niño, qué tres deseos pediría si se le apareciera un ser mágico.

-El primer deseo que tengo para pedir, esto es sin pensarlo mucho, es que mi hija sea feliz. Que me dé un nieto o una nieta que estudie y que también sea feliz. El segundo deseo, que me renazcan. Renacer es volver a vivir. ¿Por qué? Porque yo cometí muchos errores. Me arrepiento mucho de no cumplir la palabra que le di a mi abuelo: seguir en la construcción. El otro deseo, que me quiten el alcoholismo este que yo tengo. Y el último, que Jesucristo me mande la muerte cuando él desee.

Se pasa la mano por los cañones de la cara. Se ajusta la gorra. Se rasca la escabiosis con sus uñas sucias y largas.

-Probablemente me caiga un trabajo de custodio. Por eso me afeité ayer, porque no me aceptaban con la barba.

Veo bastante difícil que eso suceda, pero callo. En cambio, le señalo varias mesas con latas vacías. Raydel Armando Mesa Vicente arrastra su saco para recogerlas todas.

Salto mis dudas éticas y pongo su nombre y sus fotos para que no sea más el borrachín anónimo del parque, el apestoso del que la gente desvía la mirada. Para que recordemos que, detrás de todos los que son como él, hay una persona, un ser humano, un cubano en desgracia, como cualquiera.

Foto: Néster Núñez

Además, Raydel me dio su consentimiento, antes de emborracharse, teniendo por testigos al Teatro Sauto (monumento nacional); a la galería de arte; al museo provincial; a la oficina del conservador de la ciudad; al cuartel de bomberos; a los adoquines nuevos y los centenarios; al monumento al mambí independentista cuyo cartel reza: «Los derechos no se mendigan, se conquistan con el filo de la espada…»

Y la dignidad, ¿cómo se recupera?

La pregunta ahora no es ¿cómo caíste ahí?, sino ¿cómo se sale del agujero del alcoholismo, de haber perdido a la familia, de no tener casa?

Los ministerios de Salud Pública, de Trabajo y Seguridad Social, los trabajadores sociales, los CDR, el gobierno, el PCC y el resto de las instituciones que existen para algo, ¿van a esperar a que se le cumpla a todos los Raydeles su cuarto deseo: la muerte? ¿O van a ayudarlos antes?

2 septiembre 2023 4 comentarios
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Frontera Paso Malo
Ciudadanía

El canal de Paso Malo: la frontera

por Néster Núñez 19 agosto 2023
escrito por Néster Núñez

El canal de Paso Malo siempre fue para mí la frontera entre la vida real y las vacaciones. El viaje comenzaba 32 kilómetros atrás, y las emociones aumentaban según pasábamos los cocoteros y las casuarinas sembrados a la orilla de la carretera. Las lagunas pantanosas del Faro de Maya y el barco encallado en la costa, el Río Damují, le daban a la aventura un cierto tono místico. Después venía el hotel Oasis, el cartel de «Bienvenido a Varadero», la Dársena, el aeropuerto viejo; pero sentíamos que la verdadera diversión comenzaba solo al cruzar el puente levadizo, como le llamábamos.

Frontera Paso Malo

Foto: Néster Núñez

Una única vez vimos el puente levantado. Por el canal navegaba un velero, cuyo mástil sobrepasaba la altura de la vía. Mientras esperábamos, mi mente infantil mezcló el espectáculo de la ingeniería con ideas catastróficas de accidentes y derrumbes, de piratas caribeños y ciudades fortificadas, de increíbles mundos que debían ser conquistados.

A la par de la imaginación, en aquel entonces todo fluía más fácil: no había que proponerse olvidar la realidad dejada en casa. No éramos conscientes de lo que hacían nuestros padres para poder llevar la olla de arroz amarillo con calamares que comíamos en platos plásticos a la sombra del puente. No había tantos turistas y hoteles. La diferencia entre los cubanos no era tan abismal como ahora.

Paso Malo Frontera

Foto: Néster Núñez

Varias décadas después, viendo la bandera cubana ondear en un extremo y a los muchachos lanzarse de cabeza al agua, pienso que la responsabilidad de hacerse adulto, duele. De inmediato me obligo a recordar que se trata de mis vacaciones. Que estoy con mi hija. Que ya crucé la frontera. Que puedo darme el lujo de verlo todo color Varadero.

Es cuando descubro a la señora sentada sobre una cubeta, pescando sola, absorta en la pita, esperando la picada del peje. Me atrevo a romper el silencio. Ella permite que le haga unas fotos. También pregunto algo.

Frontera Palo Malo

Foto: Néster Núñez

̶ Me llamo Caridad  ̶ responde ̶ . A veces se coge algo, sí. No lo hago por necesidad, sino para entretenerme. Llego a eso de las cinco y me voy antes de que caiga la noche. Hasta la semana pasada venía con una amiga que sí lleva muchísimos años pescando; pero ahora tiene un brazo fracturado. Son las cosas de la edad, imagínate. Aunque ella es mucho más joven que yo, solo tiene setenta.

Caridad recoge la pita. El pedazo de calamar que sirve de carnada sigue intacto en el anzuelo. Me pide que me aparte un poco para lanzarlo nuevamente. El nailon hace ese sonido típico, la parábola, y cae más allá de la mitad del canal.

̶  ¿Qué edad tú me tiras?  ̶ pregunta, pero no me da tiempo a responderle ̶ . Pues son 82 ya cumplidos.

Frontera Paso Malo

Foto: Néster Núñez

Siguen minutos de silencio. Veo las arrugas en la piel de su cara, su mano firme, su actitud calmada de señora octogenaria que nos da una lección de vida: todos los días disfruta un pedazo de vacaciones. En la orilla opuesta una familia parece hacer lo mismo, con el agua hasta la cintura. Desde el puente, salta esta vez una muchacha. Un gato sale de la maleza maullando. No tenemos comida que darle, solo afecto. Mi hija lo acaricia primero, su mano sobre el pelo del felino. El sentido del tacto, las sensaciones primarias.

Caridad me dice que ha vivido siempre en la calle 14, que tiene cuatro hijos, diez nietos y cuatro bisnietos. Una de sus hijas vendrá luego a recogerla. La brisa simple que sopla se lleva mis deseos de preguntarle cómo recuerda el Varadero de su infancia. Si el turismo benefició a su familia. Si algunos emigraron.

̶ Otro día hablaré con ella  ̶ me repito ̶ . Hoy es un día de ocio.

fronteraPaso malo

Foto: Néster Núñez

La bandera ondea de este lado del puente. En el punto de control la policía detiene una guagua de trabajadores, que terminan sus turnos en los hoteles. Habrá revisión de bolsos y mochilas, supongo. No quiero pensar en el estrés de los pasajeros. No quiero pensar por qué tienen que “resolver” cosas y luego sacarlas a escondidas. Me digo que, para ellos, el puente sobre el canal de Paso Malo es también una frontera, pero son más felices según se alejan de Varadero.

Todo es relativo. Todavía hay un gato con hambre maullando a los pies de mi hija.

Frontera paso malo

Foto: Néster Núñez

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Ciudadanía

Graduaciones

por Néster Núñez 29 julio 2023
escrito por Néster Núñez

Después de que el acto comenzó, cantó el afinado coro del preuniversitario y la sempiterna danza española estuvo representada por el talento local, que incluía a una virtuosa muchachita de larga trayectoria en esos andares. Abarrotaban el teatro los cientos de alumnos que por fin se graduaban del grado doce, más sus familiares. Las almas, en vilo, vieron actuar a los profes/conductores, quienes alabaron a Fidel y a la Revolución y, de vez en vez, entre bloques, mencionaron a los mejores estudiantes. Así fueron reconocidos el más integral; la destacada en cultura; otra que poseía clara cabellera y sonrisa translúcida, y además era amable, honesta y desinteresada (proveniente de una familia humilde); el educador más laborioso y un etcétera que no recuerdo, debido a lo aburrido y reiterado de la puesta en escena. En definitiva, la obra transcurrió como un matutino necesario y sin emociones.

Graduación

Foto: Néster Núñez

Todos los que pasamos por la escuela primaria en Cuba sabemos lo complicado que es preparar un matutino así, para padres e hijos, por lo que no nos tiembla la voz al felicitar a sus organizadores. Quizá faltaron banderitas, aplausos chinos o deportivos y el poema Che Comandante, Amigo, pero esa es una cuestión muy subjetiva.

A la larga, los muchachos la pasaron bien. Se homenajeó a los que lo merecía, y luego firmaron sus camisas, se abrazaron, recordaron los mejores y peores momentos vividos en los últimos tres cursos, marcados por la pandemia, por la escasez y el aumento de los precios de las pizzas, por las olas de calor y por la emigración de algunos de sus compañeros… Hablaron de planes futuros y se desearon la mejor de las suertes mientras mostraban, con orgullo y apremiados por el tiempo, sus títulos de Bachiller. Después los devolvieron para que el director provincial de Educación estampara en ellos su preciada firma porque, como se ven en las fotos, no tenían validez. Según entiendo, tal desliz, tal inconveniente, fue culpa del bloqueo. Detallito ese de las firmas será olvidado enseguida, porque estamos venciendo.

Foto: Néster Núñez

Un poco más difícil de olvidar será el profe organizador en jefe, quien usó los micrófonos y su total libertad de expresión para clausurar la obra. Empezó con algo bien impactante, así como:

—Por suerte yo estoy aquí y ustedes allá, alejados, porque de estar cerca sentirían cierta fetidez que proviene de mi cuerpo.

Lo de la fetidez sí que lo dijo. Se refería a todo el estrés y a las carreras que dio para que la obra saliera tal cual la disfrutamos; al sudor de su frente, digamos; a lo difícil que se vuelve todo y a pesar de lo cual salimos adelante cuando el empeño personal y colectivo es serio y constante.

Después trajo a colación momentos memorables del último curso. Habló de los alumnos que no se estaban graduando con el resto de sus compañeros porque en ese mismo instante hacían la prueba extraordinaria de matemáticas, por ejemplo, «pero no hay que estar tristes por ellos, yo se lo advertí, pero no siguieron mis consejos. Y recordó esas mañanas en que literalmente hacía correr a los estudiantes que llegaban dos minutos tarde al matutino, con la amenaza de cerrarles en la cara la reja de la escuela.

—Pero era por su bien —dijo, orgulloso de su método—. Porque algún día tendrán empleos y así ya saben la importancia de llegar temprano.

Un profe con un poquito de poder y con supuestas buenas intenciones. Y también con la responsabilidad de educar a las nuevas generaciones en la ardua tarea de tener sentido del momento histórico y cambiar todo lo que debe ser cambiado. ¿O qué otro objetivo perseguiría la educación, si no es formar jóvenes críticos y creativos, con habilidades para insertarse en un mundo y en una sociedad cada vez más cambiante?

Graduación

Foto: Néster Núñez

Cuando esos muchachos empezaron su preuniversitario todavía existía el CUC como moneda; no había la inflación desmedida de ahora; no existían las Mipymes ni la tremenda pobreza de algunos sectores, y para emigrar había que hacerlo «visitando los volcanes», porque lo del parole es muy reciente. ¿Prepararlos para el futuro es cerrarles la reja de la escuela, o conversar con ellos sobre esos temas? En un mundo ideal, habrían terminado el pre sabiendo mucho más de las ventajas que ofrece internet, hablarían otros idiomas y conocerían a profundidad la Constitución de la República, para que supieran defender sus derechos.

Pero la educación en Cuba es una vieja con colorete que vive de las glorias pasadas. Me arriesgo a afirmar que hasta los niveles de instrucción han descendido por la falta de motivación de estudiantes y profesores, porque los métodos no se han actualizado, porque el conocimiento debería construirse colectivamente en correspondencia con los intereses específicos de cada alumno, y no está sucediendo de ese modo. El nuestro es un sistema monolítico, burocrático, y a los profesores se les sigue evaluando por la cantidad de alumnos promovidos.

No hay que ser exministro del ramo para saber que la educación está en la base de todo, más que los mismísimos limones. Yo sé que no va a suceder, pero esta es la hora de darle un vuelco, de revolucionar todo el sistema educativo. El paradigma de Hombre Nuevo nunca se alcanzó o, en todo caso, quedó obsoleto. Habría que preguntarse otra vez, de modo estratégico, ¿qué tipo de jóvenes queremos formar? ¿Cuáles serán los conocimientos, habilidades y valores imprescindibles para construir una sociedad de bases humanistas?

A los que se graduaron en este curso, felicidades. Lo lograron en uno de los años más difíciles de los últimos tiempos.

Foto: Néster Núñez

29 julio 2023 4 comentarios
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