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Miguel Alejandro Hayes

Miguel Alejandro Hayes

Articulista. Ensayista. Editor de La Trinchera

Verdades de fe

por Miguel Alejandro Hayes 21 septiembre 2018
escrito por Miguel Alejandro Hayes

Algunos por ahí hablan de tener fe. Algo que después de 150 años de marxismo, es una vergüenza. El marxismo cuestiona verdades, no se dedica a aceptarlas, y mucho menos en actos de fe.

No han faltado en la historia de la humanidad sistemas de ideas que defiendan una verdad. Cada cual, por lo general se decía tenerla y más de una disputa se generó, en teoría, política o cualquier área. Llegó un momento, donde ante tantas “verdades”, no se podía distinguir cuál era la correcta. Tal dilema debía resolverse, y entonces se llegó a otro punto: estas debían ser demostradas.

Se llegó después a un nuevo problema: demostrar la existencia de Dios ¿Podía el hombre cristiano hacerlo para argumentar su fe él? Hubo dolores de cabeza en el feudalismo alrededor de tal ser trascendental, donde era muy común encontrar medievales discusiones “de esquina” sobre esto, hasta que uno de los grandes ideólogos de la iglesia, Santo Tomás de Aquino, sentenció que había verdades que se demostraban y otras, de fe. Problema resuelto, hay cosas que simplemente se aceptan, y una de ellas es Dios. Fue muy cómodo entonces exponer careciendo de argumentos, y apelar al todopoderoso.

Esto no duraría para siempre, con Descartes se iniciaba un movimiento de la filosofía moderna que partía de la duda, y cuestionaba. Siendo consecuente con ello explicó muy bien la existencia de Dios porque para él, tal verdad no podía ser solo de fe. Luego Kant, expuso que se podía probar la existencia de Dios, y también su no existencia. Entonces había un dilema para la razón, dos verdades tenían las mismas posibilidades de realizarse. Se podía creer con certeza que Dios existía, pero también que no, cada cual escogía la suya.

Por suerte, vino Hegel dudando de todo y resolvió eso: cada verdad solo tiene sentido dentro de un sistema teórico-lógico, y solo en estas existen. Por ahí le entró el agua al coco y Karl Marx, heredero y punto cumbre de la herencia hegeliana, continúo tal línea e intentó legar una gran enseñanza a lo que sería el marxismo: poner todo en tela de juicio. Con ello se iba más allá, se debían cuestionar las demostraciones, y el propio pensamiento que las generó.

Cientos de años transcurrieron para que estuviesen creadas las condiciones para el surgimiento de un materialismo dialéctico. Muchas escuelas y corrientes marxistas han tenido que desarrollarse para que este se ganara su lugar como ciencia. Pero todo eso se tira por la borda cuando algunos funcionarios y militantes comunistas comienzan a afirmar que hay cosas en nuestro sistema político -verdades políticas- que no es necesario demostrar.

Tal parece que estas personas ya no pueden siquiera demostrar su verdad y hacer que esta dialogue con otra. Han preferido regresar tan atrás en la historia, llegar al templo medieval junto a Santo Tomás, para afirmar que hay cosas en las que simplemente hay que creer, porque son verdades de fe, y acusar a quien no las crea, de su falta de esta.

¿Y el legado de Karl Marx? Debo reafirmar entonces que trocarlo con Santo Tomás de Aquino, en un país abiertamente marxista es una vergüenza, por razones obvias. En política tampoco puede haber verdades de fe.

21 septiembre 2018 25 comentarios 271 vistas
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Centralismo burocrático

por Miguel Alejandro Hayes 13 septiembre 2018
escrito por Miguel Alejandro Hayes

Los cubanos somos defensores del centralismo democrático como forma socialista para superar la democracia burguesa. Sin embargo, en su devenir puede denigrarse y convertirse en algo peor: el centralismo burocrático.

Durante mucho tiempo la tradición socialista en el poder, iniciada con la revolución de 1917, abogó y promulgó que el principio de su democracia era el del centralismo democrático. Esta debía conjugar la garantía de que el poder se mantuviera en las manos de esa vanguardia inicialmente revolucionaria, con la promesa de entregar “todo el poder para los soviets”.

Tal forma parece ser, en el imaginario de los revolucionarios -aun cargados del romanticismo que heredamos de un convulso siglo XIX-, el modelo necesario e incluso salvable. Lo cierto es que tal esquema solo funciona cuando se cumple una condición: los intereses de las masas y la vanguardia son los mismos. Las vías a través de las cuales ocurra el centralismo, señalarán su contenido.

Por su propia dinámica, la centralización hace aparecer -como señaló Weber- la burocracia. Esta consiste en un grupo de personas que sirven a los intereses del Estado, en este caso al llamado estado socialista. Ya en la Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, Marx advertía sobre la cuestión de la burocracia, y esto debía haber sido una variable tomada en cuenta en la conceptualización de proyectos socialistas.

Han sido pocos los que como Gramsci han atendido el tema, aportando poderosas herramientas de análisis; sin embargo estas ideas no han sido difundidas en la formación filosófica-política básica de las universidades o en las escuelas políticas del partido.

El autor de Los cuadernos de la Cárcel advierte cómo el centralismo democrático se degenera en centralismo burocrático. Este último -señaló- direcciona el programa revolucionario hacia el burocratismo, su casta, y destruye los nexos con la clase trabajadora.

“El estado mayor”- equivalente a un comité central- y las masas, se van relacionando a través de un grupo intermedio: “los cabos”, verdaderos burócratas por los que pasa la relación base-cúspide y cúspide-base. Ellos trasmiten la información de los de abajo a los de arriba y viceversa, monopolizando la relación entre los extremos sociales, convirtiéndose en el centro de gravedad del proyecto social al filtrar la información que estos se envían. Producto de esta misma condición, la burocracia termina por tomar cuerpo propio y debilitar el ejercicio del centralismo democrático.

La misma, necesitada de la estabilidad de los extremos para su preservación, llega a convertirse en la fuerza más conservadora y rutinaria de la sociedad, creando una desconexión entre las masas y el partido. Este último puede llegar a sentirse superior e independiente de la sociedad, y puede llegar al anacronismo.

La transformación de democrático a burocrático se acelera si la función de mando se asume autoritaria y dogmáticamente, de manera personal, unida a una visión carismática del jefe, considerado portador de la verdad. Esto es la vía directa y el punto final para que, mecánica y definitivamente, el centralismo adquiera un nuevo contenido, y se desplace a una nueva forma, cuya existencia y auto-conservación no es esencialmente mediante el ejercicio democrático.

Tales teorías gramscianas, cuyo contenido viene cargado de carácter profético, deberían tenerse en cuenta al caracterizar nuestro sistema político actual, en el que cierta burocracia ha adquirido un mayor peso y ciertas similitudes pueden advertirse a simple vista. Debemos revisar con ojo crítico, no sea que hayamos perdido, o estemos a punto de hacerlo, el centralismo democrático.

13 septiembre 2018 17 comentarios 1.290 vistas
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La metafísica del partido

por Miguel Alejandro Hayes 6 septiembre 2018
escrito por Miguel Alejandro Hayes

Muchos conocen aquella afición de los griegos de buscarle un principio al mundo. Apareció Tales diciendo que era el agua, Heráclito que el fuego, Anaxímenes con el aire. Incluso Empédocles, quien dijo que eran 4 elementos. Así continuaron muchos filósofos que intentaban atribuirle una sustancia al mundo. No hacían más que buscar una especie de ente que le antecediera y lo explicara. Sin embargo llegó Parménides, quien hizo de eso que todos buscaban, un principio metafísico.

Desde entonces fue una costumbre inventar sustancias raras e inmensamente abstractas como la mónada de Leibniz o el éter. No pudo escapar al pensar el hecho de tener algo, un elemento superior y trascendental, indivisible, incuestionable y que no había que demostrar. Después de todo, era  muy cómoda una verdad desde la cual se puede explicar el mundo.

Se han desarrollado sobre la base de esto muchos pensares metafísicos, que lejos de dar una explicación, establecen principios puros e inexplicables. Tales principios, hoy se manifiestan de muchas formas. Una de ellas, es en la cual se establece una regla de funcionamiento o del sentido de existencia de algo, sin más explicación o demostración, que llegan a convertirse incluso en “verdades universales” para el pensamiento que deben ser aceptadas.

Las izquierdas no han escapado de esto, y en ocasiones han combatido la fuerza dominante del capital y la explotación, con principios metafísicos que toman forma de consignas. Surge entonces “lo irreversible del socialismo”, “lo invencible” o “lo inmortal” de algo. Cosas que son así, pero no se sabe por qué. Esto se hizo extendido y reforzado por la tradición positivista burguesa que aún domina las mentes, y otra, por ese marxismo -positivista también- que se manualizó y que hizo muchos principios metafísicos.

Uno de ellos, y es de los que más daño nos causó y causa aún, es el asociado con el papel del partido en una sociedad. Según la definición, este es una “fuerza superior de la sociedad” que la guiará hacia el socialismo. Es decir, el partido es un ente con un contenido inherente, puro, y debe “ser guía”. Esto es, dicho así, un puro principio metafísico. Debemos asumirlo, saber y creerlo eterno sin más. Como si su nombre ya le atribuyera todo ese carácter de “salvador”. No importa la sociedad, el contexto, época, características de sus filas; su máxima dirección está conformada por buenos revolucionarios que nos guiarán por el buen camino y debemos creerlo.

Semejante condición ilimitada del poder del partido, ya provocó muchos estragos en la historia del socialismo real

Por su parte, la dialéctica, correlato vencedor de la metafísica plantea que nada es porque sí, sino que depende de un contexto, y sobre la base de entender este, se sabe el comportamiento y las fuerzas que describen el movimiento de algo.

Por lo que si se desea hacer cumplir la intención que se tiene con el partido, lo más propicio sería crear las condiciones para que esto ocurra. Entre ellas, puede ser armar los mecanismos para que sus filas las integren los más capaces para ejercer ese liderazgo. Por otro lado, ante su tan ilimitado poder, podría crearse una dinámica con respaldo constitucional que garantice detener cualquier exceso del uso de sus capacidades o que alguno de sus cuadros pueda sobrepasarse.

Tal vez así, el partido cumpla su misión histórica, porque se creen condiciones para ello, y no por un principio metafísico.

6 septiembre 2018 21 comentarios 434 vistas
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Constitución y libertad

por Miguel Alejandro Hayes 29 agosto 2018
escrito por Miguel Alejandro Hayes

La libertad ha ocupado la mente del hombre durante toda su historia. Muchas han sido las rebeliones, revoluciones y actos de rebeldía para intentar reivindicarla. Sentir su presencia, es una necesidad para nuestra especie.

Los cubanos, como otro de los tantos pueblos víctimas de la conquista y la colonización, sufrimos por siglos su falta. En su búsqueda, nació y creció la nación cubana. Continuas generaciones de hombres en este archipiélago han dedicado a ella su vida. Pareciera tal cosa, algo arraigado a nuestra condición de cubanidad.

Por desgracia, a pesar de que estuvo presente en gritos de ¡Libertad o muerte!, en ese “danos la libertad/con el machete”en la mano que rezaba Maceo ante cada combate. Hoy la palabra es parte de la fraseología de la oposición, de la disidencia y de una sentenciada contrarrevolución, en buena parte por insertarse su uso dentro de los programas de golpes blandos de la USAID y la CIA.

Para algunos, libertad es sinónimo de oposición, así corre peligro la Revolución de entregar su capital simbólico a la disidencia

Sin embargo, hablar de libertad, la de mambises, rebeldes, militantes de llanos o guerrilleros, en tiempos de redes sociales, sigue siendo un acto revolucionario y no un juego al imperio. Y no se trata de una libertad quimérica, utópica y romántica, sino una libertad política, cultural, de pensamiento, de ser pleno. En un ambiente de tal trascendencia como en el que vivimos hoy- de un proceso constitucional-, es imprescindible hablar de ella.

Para quitarle el contenido mítico, quizá pudiéramos resumirla en cosas tan simples como la formula griega de disminuir la desigualdad para aumentar la libertad, o en discursos de oportunidades sociales de elección, de superación.

Sin embargo, como marco referencial me gustaría usar al cubano más universal, que es más que un mármol, o a veces, un plástico con forma humana. Por eso, recordemos aquella sencilla enseñanza, por la que cada niño cubano pasó, donde la libertad es ese derecho de ser honrado, y de hablar sin hipocresía.

Si miro con detenimiento, veo una sociedad en la que las condiciones de subsistencia, ese salario que no alcanza, y la doble moral que este genera no fomentan esa derecho a la honradez. Un cubano que gana poco mas de 600, y que necesita más de mil para vivir, y con una familia que alimentar, no puede esperarse más de él -aunque no lo haga- que el acto de incurrir en eso que llamamos eufemísticamente lucha, invento, u otras formas. Necesidad que ya ha pasado por una especie de contrato social, y de la que no se habla, pero sigue presente a la hora de teorizar sobre el proyecto.

El derecho a un salario honesto falta en el proyecto de Constitución

Ese hombre genérico que es honesto, trabajador, pero el que más o el que menos, compra ese producto que en la tienda no hay y que sabemos de procedencia ilícita, luego olvida -tiene que hacerlo- su complicidad con la malversación, y regresa a su estado “revolucionariamente puro” de la conciencia. Como casi un dilema ontológico del cubano, hay que restar honradez-libertad- en pro de la supervivencia, pues no queda más remedio.

Por eso, en el hacer de la Constitución, debe pensarse en otorgarle al ciudadano esa honradez en la cual va parte de su libertad. Mientras vivir con salario bajo sea una realidad, se congelarán principios y el derecho a la honradez, y la libertad -que es algo muy real-, se verá afectada.

Buscando entre los párrafos de una futura Constitución, entre los derechos que como cubanos nos proclamamos, no aparece el de cada cubano a un salario digno, ni la obligación del Estado y su máxima dirección a garantizar esto. Al parecer, esas son cosas de otra índole, cuya importancia no tuvo carácter constitucional y que tendrá que seguir esperando a que esa libertad se convierta, cuando más, en una política impulsada por el Estado. Cuestión que a mi juicio debiera ser el eje central de todo el proyecto socialista.

29 agosto 2018 23 comentarios 317 vistas
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Los seguidores de doctrinas

por Miguel Alejandro Hayes 15 agosto 2018
escrito por Miguel Alejandro Hayes

Poco se conoce sobre la obra de Pitágoras. Apenas dejó pensamientos a la posteridad y se considera que posiblemente no escribió nada. Sin embargo, los pitagóricos se encargaron de en su nombre, enunciar doctrinas y pensamientos.

A las formulaciones de Aristóteles, los lógicos posteriores le pusieron numerosas coletillas, haciendo de su obra un dogma, donde solo aquellos que como Hegel la pensaron contextualizada en una época, pudieron trascenderla.

Descartes nunca dijo que su método era el que todos debían usar y sentenció: “Si, habiéndome gustado bastante mi obra, os enseño aquí el modelo, no significa esto que quiera yo aconsejar a nadie que me imite.” A pesar su declaración, andan por ahí muchos “racionalistas” copiando -conscientes o no- toda una doctrina de este filósofo.

Marx, anunció no tener una teoría del socialismo cuando dijo: “…yo nunca he construido un sistema socialista” pero hoy no son pocos los que repiten hasta el cansancio las supuestas ideas de la revolución socialista de este, y en su nombre han erigido procesos y sociedades totalitarias.

Trotsky por su parte, intentó inculcarle a sus seguidores la idea de no atacar la URSS y los trotskistas, durante mucho tiempo no hicieron más que dedicarse  a todo lo contrario. Como me comentaba una vez el mismo profesor de economía que conversaba con Iramís: el principal problema de los trotskistas es que no seguían los mejores aportes de su pensador guía.

Por último, está toda esa masa de militantes herederos de la ortodoxia del antiguo campo socialista, que repite consignas como la lucha de clases y ¡abajo el mercado! como evangelios de Marx, sin más fundamento que la confianza en aquellos manuales que decretaron la muerte al debate y condenaron al socialismo a un monolito “marxista”.

Pudiera seguir poniendo ejemplos, pero con estos se observa algo: tras grandes pensadores o ideas, han seguido otros que solo buscan una doctrina en la que creer, algo a lo que aferrarse y seguirlo como en acto de fe.

A lo largo de la historia este tipo de comportamiento ha predominado sobre el campo de la ciencia, la política y la sociedad. Han sido esos seguidores de doctrinas los que han venido deformando el pensamiento y el legado de los grandes. Ya le advertía Proudhon a Marx que sus ideas solo sustituirían a una religión para convertirse en tal.

Han sido bastante perjudiciales al pensamiento humano, tanto así que Descartes expresó su opinión sobre estos, los seguidores de doctrinas: “… son como la yedra, que no puede subir más alto que los árboles en que se enreda… me parece que también los que siguen una doctrina ajena… no contentos con saber todo lo que su autor explica inteligiblemente, quieren además encontrar en él la solución de varias dificultades, de las cuales no habla y en las cuales acaso no pensó nunca.”

Tras tantos años de marxismo en Cuba, en un contexto donde este es constitucional, sigue siendo un contexto fértil para que se continúe reproduciendo esa yedra que versa sobre el pensamiento de Marx; aún más peligrosa cuando esta encarna la figura de filósofos oficiales del estado y el partido, Lassalles contemporáneos, supuestamente sustentados en el estudio del Moro y sus corrientes subyacentes, que endulzan al pueblo con discurso y consignas “revolucionarias”. Esperemos que su presencia, en contra de toda lógica, no sea más perjudicial.

15 agosto 2018 6 comentarios 314 vistas
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Rescatar el sandinismo

por Miguel Alejandro Hayes 9 agosto 2018
escrito por Miguel Alejandro Hayes

Lo usual es escribir sobre Cuba pero lo que ocurre en otras naciones también importa. Tal es el caso de Nicaragua, país del cual intenté mantenerme al margen, quizá por no concientizar la gravedad del asunto, quizá por valorar la reacción que desataría una postura al respecto.

Hace unas horas, una destacada revolucionaria y amiga latinoamericana me envió sus impresiones y las de otros compañeros. Me hizo comprender que Nicaragua es asunto de todos y que hoy para mí, hablar de Nicaragua tiene la misma importancia que hablar de Cuba.

Ya una parte de la intelectualidad de izquierda, revolucionaria y amiga de Cuba, se ha pronunciado al respecto. Entre ellos Atilio Borón, quien afirma: “No se puede entender lo que está ocurriendo en Nicaragua sin tener en cuenta los síntomas de esta involución del sandinismo y el desgaste de su filo revolucionario.”

Muchos todavía parten del supuesto de que Ortega es revolucionario, socialista, progresista y líder de izquierda. Eso se dice en Cuba, y muchos lo defienden a ultranza y culpan de todo al imperio. Si bien es cierto que este último considera legítimo inmiscuirse en política interna de sus vecinos, no quiere decir que todo el que se le enfrentó a él y aparentemente aún lo hace, sea bueno. Los malos también pelean entre sí.

No se puede pensar a Nicaragua con ninguna clase de fanatismo. Por eso, hago un llamado a la objetividad, a dejar de buscar la culpa siempre fuera, típica reacción, muy recurrente en las izquierdas, que solo sirve para exculpar los propios errores, ocultar fracasos propios y desplazar la responsabilidad a fuerzas externas. Búsquese qué ocurrió y ocurre en Nicaragua.

Lo primero sería reconocer -guste o pese- que la rebelión ya tiene un carácter significativo, por lo que no se puede tapar el descontento popular, por tanto, descontento con el gobierno. ¿Culpa del imperio?

No se puede hablar de la historia reciente de este país sin mencionar “la piñata”, proceso en el cual, muchos de sus cuadros y algunos comandantes, en nombre del bienestar y preservación de la “sacrosanta revolución” se hicieron de muchas propiedades. Hecho que decepcionó a la izquierda regional.

Entre esos beneficiados estaba Daniel Ortega, quien ha agregado negocios como petróleo y combustibles, canales de televisión y radioemisoras, negocios turísticos, empleando en la gestión a sus hijos.

Ocurrió el caso de Zoilamérica, hija política de Ortega que lo acusó de abuso sexual, proceso en el cual un juez “sandinista” hizo un artilugio y desapareció la causa. Saltaron a decir que era cosa de la CIA. ¿Cómo alguien va a creerse que si la hijastra lo acusa de abuso va a ser cosa de la CIA? Es como si se pudiera hacer todo mal y después echarle la culpa al imperio.

Algunos afirman la pureza del líder por su participación en gestas liberadoras, aunque después pudiese desertar, cambiar de parecer o simplemente haber atentado contra la integridad de la revolución. En Cuba también hemos tenido de esos héroes, que luego han se han comportado como canallas.

Entrando ya en lo ocurrido realmente: Ortega se alineó con el FMI. Este felicitó al presidente por su gestión y le auguró una buena racha económica al país. Ya que algunos les gusta a aplicar el dime con quién andas… ¿podemos pensar que un gobierno obrará en favor de los desposeídos de la mano del FMI? Respuestas positivas ofenderían a la Revolución cubana misma.

No podemos defender lo mal hecho solo porque es de los nuestros. Estamos denigrando la imagen de las izquierdas cuando apoyamos casos como el del gobierno de Nicaragua.

Recuerdo que en Venezuela Maduro siempre ha intentado dialogar con la oposición, intentando encauzar el descontento de ciertos sectores, siempre dispuesto a dar su brazo a torcer al pueblo; mientras Ortega gestiona a base de decretos, como el más puro caudillo.

Siempre estará la garra del Norte, ahora camuflada en USAID y NED. La Seguridad del Estado en Nicaragua ha calificado como  subversivos programas de la USAID encaminados al fortalecimiento de derechos ciudadanos, participación ciudadana, o la creación de una cultura de exigencia de transparencia a las instituciones de gobierno. Si bien todo eso es positivo, seguro lo apoyan porque beneficia a la desestabilización de la izquierda en la región.

Ahora, suponiendo que el apoyo exterior no viniera condicionado a objetivos políticos, ¿Ortega o su gobierno se sentirían amenazados con un aumento de la democracia, la transparencia y la participación?

Una cosa es ser conscientes del acecho y otra pensar que la gente molesta es cosa del imperio. Fue el gobierno, solito, el que apostó por subir impuestos y bajar ingresos de los ciudadanos. Eso lo hace el gobierno, ¿y el descontento tiene que inducirlo la CIA? Disturbios financiados de seguro hubo, pero la rebelión es resultado del descontento que se ha acumulado por el desgaste de un modelo económico y político.

Para los que sospechan, hoy las huelgas y demás se convocan en las redes. Estas, como muchos saben, encuentran un efecto viral si el mensaje tiene una base social, sin ningún organizador, con muchos centros a la vez. En todo caso, si la gente se siente mal, solo culpará al causante de la molestia.

Considero que un gobierno cuyos líderes se han enriquecido como clásicos burgueses de la región, que han sido partícipes de escándalos de abuso sexual, que han gobernado la crisis sin ceder -como si el pueblo se debiera a ellos-, y que entregaron su país a las políticas del FMI, no es para nada de izquierda, ni revolucionario ni progresista. Se ha convertido en otro caudillo.

No hay que aguantar a un traidor por no seguirle la rima al imperio. La izquierda debe combatir al primero, pero también a los segundos. La CTC no murió tras el período mujalista, fue rescatada por otros revolucionarios posteriormente. La revolución nicaragüense ha sido traicionada pero el sandinismo no ha muerto. Suéltela quien ya no la merece y dele paso a otros revolucionarios.

9 agosto 2018 58 comentarios 579 vistas
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Los nuevos ricos y Cuba

por Miguel Alejandro Hayes 3 agosto 2018
escrito por Miguel Alejandro Hayes

Se debe tener cuidado y combatir el capitalismo, pero también hay que ser objetivo. Tenemos intelectuales acomodados, pequeños propietarios de negocios, pequeños capitalistas y cierta clase media acomodada, nuevos ricos considerados en nuestra tradición más extremista como burgueses (y lo son) pero habría que revisar su papel social.

Esa pequeña burguesía es mal vista, se cree que engendra capitalismo. Debemos resaltar que el capitalismo como forma dominante no surge del capital comercial, y ese es el que tenemos en Cuba. Desde el siglo XIII en Europa se advertía capital de usura y comercial, pero no fue hasta el capital industrial siglos después que el capitalismo se hizo hegemónico. Esto tampoco fue resultado de la competencia capitalista, ocurrió en la medida en que la superestructura social se iba transformando, como en Inglaterra, donde los nobles se convirtieron en burgueses.

El capitalismo como forma dominante no surge del capital comercial

Marx aclara que el capitalismo nace de manera violenta separando la fuerza de trabajo de los medios de producción, no podía hacerse de manera independiente y aislada. Para que una nueva forma económica emergiera, debía moverse todo el aparataje jurídico, moral entre otros de la sociedad. Con eso, Marx desmentía el mito de que el capitalismo surge de los ahorros de un hombre trabajador, quedando desmontado el mito del buen emprendedor.

No fueron emprendedores quienes instauraron el capitalismo sino las fuerzas dominantes del feudalismo quienes movieron la sociedad hacia el capitalismo. No fue el libre mercado quien consolidó al capitalismo, sino la necesidad que tenía su clase dominante de pasar a una forma socioeconómica superior.

No fueron emprendedores quienes instauraron el capitalismo sino las fuerzas dominantes del feudalismo

En Cuba la izquierda sigue despreciando a los pequeño-burgueses, en cualquiera de sus formas, y sigue perdiendo un aliado importante. Al hacerlo olvida que el capitalismo no ha sido solo un hecho económico, sino cultural, político, jurídico, conducido desde las clases dominantes. Cuba no debe ir a ese capitalismo donde la pequeña burguesía se imponga de manera natural, esto sólo podría ocurrir con la complicidad del poder político y entonces el enemigo no sería sólo la burguesía.

El tránsito al capitalismo en Rusia no fue porque bares y hostales privados tomaron el poder, sino cuando se eliminó la propiedad social-estatal sobre grandes medios de producción, ocurriendo lo que Marx describe como el hecho que da origen a la acumulación originaria: separando la fuerza de trabajo de estos, pasando a manos de dueños privados. Todo con la complicidad del poder político, por supuesto.

El tránsito al capitalismo en Rusia no fue porque bares y hostales privados tomaron el poder

Estudiando a Marx identificamos cómo sería la llegada del capitalismo a Cuba, si ocurre. Tendrá de manera general esa forma de Rusia a través de la emblemática acumulación originaria que Marx describe, en la medida que el pueblo vaya siendo alejado (jurídicamente o no) de los medios de producción. Cierto optimismo y confianza hacen dudar que eso ocurra, señalamos entonces el peligro de esa gran burguesía que existe fuera de Cuba y nosotros no tenemos.

Los pequeño-burgueses, que distan de ejercer hegemonía o hacer tambalearse la sociedad, históricamente no han sido precursores del capitalismo. Esperamos entonces que en nuestra isla no tengan apoyo político para apoderarse de los medios de producción. Si se les da un papel útil en Cuba, aprenderemos que no son tan malos, ni tan enemigos.

3 agosto 2018 60 comentarios 288 vistas
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No existe el socialismo pobre

por Miguel Alejandro Hayes 27 julio 2018
escrito por Miguel Alejandro Hayes

El término burguesía ha adquirido contenido peyorativo, desgraciadamente. Por eso es necesario delimitar lo que se considera burgués y su papel en la sociedad. Evitaremos el recuento de cuándo fue una clase revolucionaria, no viene al caso. Como la burguesía explota a la clase obrera, el término adquirió ese tono ofensivo, desde entonces la izquierda ha condenado el adjetivo y todo cuanto sea burgués. Serlo se convirtió en condición de negatividad, distorsionando el concepto.

Cuando se lee a los clásicos, todos los que calificaban de burgueses (o pequeño-burgueses) han sido condenados luego por las fuerzas progresistas. No niego antagonismos, pero debe mirarse con detenimiento y no con el dogmatismo que hace de todo lo burgués un enemigo per se. Hay que delimitar sus tipos. Como mismo Engels lo era, no todo lo burgués es malo, incluso por su papel en la estructura social.

No todo lo burgués es malo

Marx acusaba a Proudhon, no por querer ser un burgués sino porque su teoría era anti-progreso y no aportaba mucho a la liberación de los obreros. Este comportamiento infantil de Proudhon que señalara Marx, ha provocado una confusión que tal parece se refería a su estilo de vida y confort. Ese es otro error teórico de la izquierda: asumir que la comodidad de clase media es ser burgués.

Si tal condición es denigrante: ¿para ser bueno hay que pasar trabajo? Yo quedaría entre los “buenos”, pero no estoy de acuerdo con pensar así. Quienes contratan fuerza de trabajo, incluso de poca significación y peso en la economía, no escapan de esta palabra ofensiva.

No solo le han llamado así a los dueños de capital o con vida confortable, sino también a los pensadores que de una forma u otra tributaban a esos intereses. Así Adam Smith y David Ricardo, por ejemplo, se consideran burgueses en la tradición marxista, “enemigos de los obreros”. En realidad, estos señores no eran dueños de capital o contrataban fuerza de trabajo, sobre todo Smith. Este incluso condenaba la polarización de la riqueza en el capitalismo.

Error teórico de la izquierda: asumir que la comodidad de clase media es ser burgués

Con este panorama, la verdadera burguesía (poseedora de capital y que contrata fuerza de trabajo) ha sabido aprovechar el significado amplio que le han dado los obreros a esa palabra. Mientras sectores extremistas acusan de burgués a todo el que vive relativamente bien (ciertos intelectuales, dueños de negocios e incluso pequeños capitalistas), la maquinaria propagandística del capitalismo y la gran burguesía los acogen en su seno, perdiendo así la clase obrera un aliado.

Los grandes burgueses son los que controlan a la sociedad, pero Marx llamó burgueses a muchos, no por capitalistas sino porque no aportaban a la liberación de los obreros y su sistema de ideas no iba más allá del capitalismo. A pesar de poseer la misma distinción, existe una diferencia visible entre estos tipos de burguesía. Entonces la izquierda no debería considerar igual a todas las formas de burguesía, sobre todo, porque no han jugado el mismo papel en la construcción del capitalismo ni asumen la misma posición respecto a la construcción de una sociedad mejor.

27 julio 2018 25 comentarios 614 vistas
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