El primer error lo cometió Boris Fuentes. Luego, toda la cadena de técnicos y censores, directores de noticiero, directores de canal. El material que se publica en el NTV pasa por muchas manos.
¿No había censores y un equipo de numerosas personas que revisaran el reportaje? Lo dudo, porque cortaron un beso gay de una película comercial norteamericana en horario no estelar. Pero si de verdad no lo tienen, deberían. Un presidente necesita un equipo de comunicación política que cuide y que seleccione cuidadosamente lo que se transmite de él, más en un momento así. Entonces, he ahí el primer grupo de responsables del escándalo con la declaración sobre limonadas y guarapo.
El segundo, lo encabeza el presidente y todo su equipo de trabajo. Sí, el equipo, porque un presidente tiene un equipo de gente que lo asesora directamente. Él debió tener en cuenta que sus discursos, ante todo, se recepcionan como propaganda política. Una prensa donde cada mensaje va acompañado de un mensaje cosmovisivo marcadamente político (postura a favor de la revolución cosificada en el gobierno), no puede transmitir una intervención presidencial como otra cosa. Eso hizo que, se quiera o no, fuera visto de esa manera.
De ahí que, el mensaje que se espera, a esta altura, no es de limonadas y guarapos. Lo esencial para la conformación de expectativas que ayuden a salir adelante de la Crisis dentro de la crisis que se atraviesa: un mensaje de aliento, no puede ser del orden de los refrescos. Es imprescindible generar una nueva imagen del mundo, que muestre algo favorable por lo que trabajar, para superar esto. Las palabras del presidente no fueron de aliento. Él encabezó una reunión más, donde un problema menor recibe atención. En pocas palabras, los modos de apropiación del discurso político, la lógica de semantización y contextualización habitual, le jugó en contra.
Por otro lado, el presidente habló como si fuera un cubano en la mesa de su casa, debatiendo un asunto común. Su tono campechano, virtud que no debería cambiar y que es algo que sí juega a su favor, condicionó su tono coloquial para referirse a una oferta muy específica ausente de los mercados cubanos.
Claro está que para un ingeniero eléctrico la limonada no es “la base de todo” ( más allá del papel del ácido cítrico en la respiración celular). Se trata una manera de señalar la necesidad de aprovechar el limón, a partir de utilizar absolutizaciones típicas del discurso cotidiano, porque todos conocen qué quiso decir, y que se refería a algo muy particular. Sabiendo los espacios para la descontextualización, a todo el equipo presidencial le correspondía prever.
Pero eso es sólo desde el punto de vista comunicacional. La gestión de una crisis exige que se vaya a los temas medulares. Jugos y pizzas son algo más que todo el sistema de cosas a resolver y que, según la lógica de autonomía defendida incluso oficialmente, debería ser competencia de los poderes territoriales. La máxima dirección del país no puede entretenerse, ni mediática ni ejecutivamente, en las tareas que las autoridades y funcionarios locales no han cumplido. Le corresponde generar, al menos idear (incluso su puesta en escena) respuestas a las trabas esenciales. Hay muchos rubros de la producción nacional que urgen ahora mismo ser rescatados para garantizar el consumo de los ciudadanos. Perder eso de vista es el gran fallo.
Mientras tanto, se siguen dando razones para que el centro del debate esté bien lejos del centro de los problemas.
El desabastecimiento ya está aquí.
Tomado de: Trinchera Abierta
Miguel Alejandro Hayes
Fernando Ravsberg necesita poca presentación. Su nombre es conocido en la esfera pública cubana y durante años sus textos críticos han despertado polémicas domésticas. Después de casi un año del cierre de su blog Cartas desde Cuba compartimos esta entrevista que concedió a La Joven Cuba.
Miguel Alejandro Hayes: Gracias por acceder a nuestra entrevista Fernando, comencemos sin rodeos. Gramsci decía que el mundo ya no es blanco y negro. ¿Qué opinión le merece la polarización política de Cuba hoy?
Fernando Ravsberg: Ese mundo en blanco y negro se está produciendo sobre todo en la intelectualidad, aunque el discurso en las redes no sea tan violento. Sin embargo, no creo que el problema esté en la polarización del debate, sino en la calle, en el ciudadano y sus circunstancias. Vemos los jóvenes que se están yendo y a mucha gente que ha perdido la esperanza. Cualquier cosa que se diga hoy, suena a teque.
Las declaraciones de García Frías sobre el avestruz lo demuestran. Lo que dijo sobre el ave es cierto, pero provoca que la gente se burle de otra aparición de un “plan maravilloso” de producción de carne, cuando el año pasado se redujo a la mitad la producción de puercos. La gente está acostumbrada a que en la agricultura todo se quede en planes, en proyectos y en globos. El discurso de avestruces debería haber venido precedido de la carne de avestruz en los mercados. Esta desesperanza e incredulidad aumenta con la pobreza y la marginalidad creciente. Basta pasar por los barrios para ver cómo el cinturón de pobreza se ensancha.
MAH: En la última entrevista que le hicimos, usted mencionó que no se construye un país sin saber el que tenemos. ¿Cómo es la Cuba del 2019?
FR: Estamos en medio del río. Raúl Castro dijo que había que cruzarlo, y nos metimos en él con el caballo. La cuestión es que todavía estamos metidos… y el plan brillante de motivar a cruzarlo se mutila sin muchas explicaciones. Entonces seguimos discutiendo en medio del río, no me refiero al capitalismo o al socialismo, sino a la caducidad del modelo y sus prácticas. La economía necesitaba determinados pasos, de eso se trata. Pero estando en medio del río, imagínate el equilibrio que hay que hacer y la indecisión sobre cómo llevar la rienda. Y el caballo se puede cansar, porque es él quien que está con el agua al cuello. Creo que Raúl Castro tuvo una visión muy integral y sospecho que quiso hacer más, pero no pudo.
MAH: Después del debate constitucional, se aprobó y entró en vigor una Carta Magna totalmente reformada. ¿Cómo valora este proceso?
FR: La Constitución anterior autorizaba específicamente a los cubanos ir a cualquier hotel y estuvieron 15 años sin poder hospedarse. Las constituciones de América hablan del derecho a una vivienda digna, sin embargo tenemos miseria por toda la región. El problema son las leyes complementarias y su puesta en práctica. Esta Constitución, como muchas otras, refleja una intención. Ahora, el debate altamente polarizado en las redes y parcializado en los medios oficiales, no llegó a la gente. La gente votó y ya.
Yo veo el problema más en el terreno práctico, cuánto va o no a cambiar el país con la nueva constitución, y hacia dónde se dirige. Se trata de crear las leyes complementarias y mecanismo burocráticos que permitan llevar a la práctica esas intenciones. Por ejemplo, la constitución permite las PYMES pero no se explica qué documentos necesito, qué organismo me autoriza, etc. Y a veces ni siquiera alcanza con la ley, tenemos ley de inversión, pero mira los resultados: Vietnam aprueba 240 nuevas empresas por año, ¿y nosotros? una veintena de empresas extranjeras en 6 años.
MAH: Cuba tiene un nuevo presidente. ¿Qué cree de su labor en este periodo?
FR: El nuevo presidente asume el método del joven Fidel Castro a inicios de la Revolución, pero eso es una cuestión de estilo. El de Raúl Castro fue diferente: él no apareció cuando el huracán del 2008, pero antes de que llegáramos los periodistas a la zona ya estaba la comida, los techos y lo necesario para la recuperación. Se notaba la alta organización. Vimos un presidente sin la presencialidad de Fidel, pero que fue capaz de hacer funcionar el apoyo a los damnificados de forma organizada, ágil y eficiente. No debemos confundir los estilos de los gobernantes con la eficiencia de un gobierno. Lo que realmente importa es si está funcionando el país, si la economía mejora. En qué estado está la salud, la educación, cuáles son los datos migratorios. Los gobiernos deberían medirse por sus resultados.
MAH: Ha dicho repetidamente que la prensa estatal debe mejorar. ¿Cómo?
FR: Como toda persona, mi pensamiento ha ido evolucionando. Ya no creo que en Cuba haya una prensa estatal. En Cuba hay prensa partidista. Si hubiera prensa estatal existiría un organismo que la gobernara o un Ministerio de Información, por ejemplo. Los medios de prensa los dirige el Partido, que es quien elige al director y define la línea editorial. Llegar a ser medios estatales, ya sería un logro en el caso de Cuba. Luego, para convertirlos en medios públicos habría que implicar intelectuales, artistas, blogueros, como parte de una comisión, de un equipo democrático de conducción.
El director de los medios podría ser electo por el colectivo de periodistas. Incluso el PCC pudiera influir en ese nombramiento, pero desde la democracia, apostando por convencer al colectivo, no por imponer. Es muy importante crear mecanismos para controlar el poder de los medios, sean privados, públicos, estatales o institucionales. Porque la libertad de prensa es también un derecho del pueblo, donde esta debiera tener formas de denunciar y reclamar cuando se difunde información falsa o se difama.
MAH: Hace años surgieron blogs, revistas digitales y otras publicaciones al margen de los medios oficiales. Hoy la ampliación del acceso a Internet condiciona una esfera pública donde se construyen estados de opinión, y destaca el periodismo independiente. ¿Cómo identificarlo?
FR: La palabra independiente es peligrosa en el caso cubano. Hay medios que han surgido desde la disidencia e identifican su labor como “periodismo independiente”. No los critico pero tampoco creo que sean independientes. Cambian el color solamente. En un lado, Cuba es todo negro, y en el otro, Cuba es todo blanco. Tú lees Granma y Cuba es blanca, lees la disidencia y es negra. Eso es lo que nos venden. Yo creo que el periodismo independiente es el de la gente que no tiene prejuicio ni en un sentido ni en otro. Son los colegas que buscan lo mejor para Cuba, aunque se equivoquen. No quiere decir que ese periodismo acierte siempre, pero abre ventanas por las que uno puede mirar. De repente dices “no me gusta”, pero te hizo pensar. Hay espacios entre los jóvenes que están haciendo cosas muy interesantes.
No creo que haya un nuevo periodismo sino nuevos periodismos. Hay gente que está intentando hacer un tipo de periodismo más literario, otros más duro, tenemos un periodismo de datos, hay quienes hacen uno dirigido a las redes y la blogosfera. En esa búsqueda hay cosas buenas, regulares y malas, pero lo fundamental es que hay un intento de hacer cosas nuevas. Lo importante es que ya están en el camino. Ese sí es el verdadero periodismo independiente: el que ve los matices y los colores, en un país en el que hay muchos. Y este periodismo independiente me parece que es la revolución de los jóvenes en la información y comunicaciones.
MAH: Entre esos nuevos medios está La Joven Cuba. ¿Qué cree del proyecto?
FR: LJC fue mi primer contacto con ese periodismo joven e independiente. Con independiente no me refiero a que no tenga una posición política, sino a que son capaces de reflejar la realidad con los matices que tiene, incluso cuando lo que se escribe cuestiona sus propias ideas políticas. Ser independiente no es carecer de ideología, sino mostrar la realidad sin que esta te condicione conscientemente.
Lo que más me gusta del proyecto es que entre los miembros de LJC hay diferentes puntos de vista, y es en esa variedad donde nace la riqueza del pensamiento. Sobre todo ahora con las burbujas en que estamos viviendo dentro de las redes sociales, necesitamos desesperadamente encontrarnos con gente que razone diferente, con puntos de vista distintos, y acostumbrarnos a poder conversar con ellos.
También en LJC han sabido soportar las presiones, cuando yo pensé que iban a ceder. Los han presionado de uno y otro lado pero siempre han logrado mantener ese grado de independencia. Nadie en ninguna parte es totalmente libre, pero ustedes conservan vivo ese espíritu, y es difícil en medio de una batalla tan polarizada, donde incluso le metieron un Judas dentro.
MAH: Hablemos sobre Cartas desde Cuba a casi un año de su cierre. ¿Qué ha significado para usted ese espacio que hoy permanece cerrado?
FR: Cartas desde Cuba tiene mucha historia. Surgió por idea mía. Yo quería entrar en ese terreno, el de los blogs. Fundamentalmente por la contradicción que enfrentaba con las fuentes. El periodismo de la BBC es muy estricto con ese asunto, y tienes que nombrar siempre a las fuentes. En Cuba nadie quiere que lo menciones, imagínate que le ocurriría a un viceministro que te de una información extraoficialmente y tú lo nombres después.
Yo pasé muchas situaciones complejas. Cuando lo de Alarcón en la UCI, lo publicamos nosotros, y la presión para que dijéramos el nombre del que me había dado el video provino de los dos lados, desde Londres y desde aquí. Mi respuesta para ambos fue la misma: “Hagan lo que quieran, no lo publiquen si no quieren, pero no voy a dar el nombre, porque fue el compromiso que hice”.
CDC era poder escribir fuera de las reglas del periodismo británico de la BBC, sobre todo de temas sobre los cuales yo tenía información y no podíamos mencionar la fuente. Otras veces tenía información que no era noticia pero que permite a las personas comprender lo que ocurre en un lugar aunque no sea noticia. Por ejemplo, el amor en la tercera edad en Cuba, el sexo, los viejitos que se casan… Y ocurre con otros países, ¿qué conoces de Colombia más allá del narcotráfico y la guerrilla? No conocemos más nada que el bombardeo noticioso. Por eso nace CDC dentro de la BBC.
Era un blog independiente. La BBC no podía influir sobre mi visión. Hasta que un día quisieron censurar un post y les dije que no. Me dijeron que se cerraba CDC, y se abría otro blog colectivo donde yo también escribiría. No me interesó, así que mi respuesta fue dejar la BBC, tras 22 años de trabajo. El reto era hacer solos CDC. Decidimos lanzarnos a la aventura pagándolo de mi bolsillo, y lo primero que ocurrió fue una caída en picada de las visitas, pero muchos jóvenes salieron al rescate y nos enseñaron a posicionarnos. Antes no era un problema: teníamos el blog más leído de la BBC, y de eso se encargaba el equipo técnico de Londres.
Se sabía que si me quitaban el trabajo, le quitaban el financiamiento a CDC. Así que cuando no me acreditan como periodista extranjero le dan el tiro de gracia al blog. Tuve muchas opciones de financiamiento, de embajadas, gobiernos, incluso de una empresa multinacional amiga de Cuba. El problema es que si aceptaba ese dinero iba a ser considerado un “mercenario”, que era el nombrete que me querían poner algunos desde hace tiempo. “O aceptamos dinero y seguimos o cerramos”. Cerramos pero lo hicimos como los Beatles, en el mejor momento. Nos vamos porque nos cierran, no porque queramos.
Nos cortan la forma económica, y tenemos determinado nivel ético como para no aceptar dinero. Siempre me acuerdo de cuando a Gómez le ofrecen dinero para él y sus tropas, y responde que solo puede recibir dinero de los familiares o de los amigos. Y que yo sepa nosotros no tenemos un antepasado en común, y mucho menos somos amigos.
Con el dolor de mucha gente y el nuestro, lo mejor era cerrar CDC. Incluso intentamos una colecta y sufrimos el boicot con empresas de pago americanas, como PayPal, a pesar de lo cual algunos lograron enviar su aporte. Y lo más lindo, es que hubo gente de aquí en Cuba que también donó, entre muchos recibimos 10 CUP de un jubilado. Por todos nuestros lectores, colaboradores y por mí, preferí que CDC muriera en combate, pero que muriera bien.
MAH: ¿Qué haría falta para abrir nuevamente Cartas desde Cuba?
FR: Que el gobierno cubano me deje trabajar como periodista en Cuba, que es como me gano la vida. Hoy paso tiempo trabajando fuera del país y es muy difícil seguir la realidad cubana cuando estás inmerso en otras. Mucho más cuando el caballo sigue en medio del río, dando hoy pasitos para adelante, mañana para atrás, y pasado para los lados. Cuando la propuesta inicial de Raúl Castro, fue cruzar el río.
MAH: Muchas gracias Fernando.
(Tomado del original)
La economía política que orbita alrededor del socialismo y que se respira en Cuba, emplea una dicotomía en clave de temporalidad. Con ello crea una especie de trade-off en el que la decisión se basa en: o apostar por el presente, o por el futuro; o que la dirección del país refuerce gastos en el consumo de la población, subsidiar servicios, etc.; o que invierta en industrias y aquellos sectores que tradicionalmente se asocian al desarrollo. De ahí se desprenden escolásticos debates de, por qué intervalo de la otredad del espacio[1] decidirnos para salvar para la construcción social; y de paso se crea otra antinomia socialista.
A la par, se da una apropiación colectiva inconsciente del binarismo en cuestión –mecanicista en ocasiones—. Así, casi sin percibirlo, cargamos –como pueblo— con la decisión de, si “comer” en el presente y dejarle a la posteridad el desastre, o por el contrario, sacrificarnos, “pasar trabajo” y “ahorrar más” –y no hablo de electricidad, sino de austeridad— para producir, invertir, y trabajar fuertemente y legar un buen futuro a las generaciones siguientes. La orientación de arriba, es por esto último.
La racionalidad que está detrás de tal visión no solo tiene su dosis de error, sino que es un poderoso instrumento político para los llamados forzados a recortar el consumo personal, a la calma, a la resistencia y a robustecer la economía de plaza sitiada –la favorita de la burocracia—. A lo que habría que agregar que el simplificado esquema de consumo/producción con discursividad socialista, ignora la inseparabilidad de los momentos antagónicos de una economía; es decir, que en la práctica no tiene que ser necesariamente “pan para hoy y hambre para mañana”, o su inverso de entre lo que se debe elegir. Más bien, el riesgo es que “el hambre de hoy” sea posiblemente lo mismo para mañana.
Relación de producción y consumo
El llamado Marx economista, luchaba en el campo de la ciencia correspondiente contra los mismos enemigos metodológicos que el maestro de la dialéctica. Uno de ellos –y no el principal—, es la falta de visión sistémica en la economía. Si bien todo el mérito no recae en el Prometeo, ya que en Ricardo quedaba planteada la secuencia del ciclo de la producción hasta el consumo –incluyendo sus elementos mediadores[2]–, es en el alemán donde se logra la visión más elaborada sobre el tema.
En los modestos Grundrisse, se desarrolla la relación entre producción y consumo y cómo la comprensión de este vínculo inseparable se puede extraer desde la mayor superficialidad de cualquier enfoque económico.
Así, resulta visible a la reflexión que un acto de consumo –en el sentido estricto— es de lo producido; es, por tanto, consumo productivo; y que cierra el ciclo productivo. Además, que la producción es siempre el consumo de determinados insumos y, consumo de la capacidad creadora directa del hombre; o lo que es lo mismo, que la producción demanda emplear fuerza de trabajo y recursos producidos por otro. De lo que deriva que declarar que se apuesta por, “o producir o consumir”, es ignorar la relación entre ambos –y que niega la exclusión que se le intenta atribuir—.
Por otro lado, el estado de esa relación producción-consumo siempre es resultante –en mayor o menor medida— de cómo se comportaba la dupla en la temporalidad instantánea anterior, y las anteriores; de ahí que el mañana sea resultado de la gestación ese ciclo hoy. Una sociedad que trabaja actualmente, es más empleo, más salario, más compras. Si no se van teniendo mejorías como acompañantes del esfuerzo laboral, no aparecerán de la nada el dinero y el bienestar al paso del tiempo.
Apuntarse debe, que las ideas anteriores, no son ni ningún plus ultra del pensamiento teórico de Marx, ni propiedad de este; pueden identificarse, claramente, por ejemplo, en los enfoques keynesianos de la economía. Por lo que valdría la pena preguntarse, ¿cómo se explica entonces, el trade-off que usa el discurso político del socialismo real?
Cuba no es la excepción. El futuro desde el hoy
En la economía cubana –a pesar de sus particularidades— al igual que en todas, si se apuesta en el corto plazo por el sector de los medios de consumo[3], lo que debiera ocurrir, es que estos puedan servir para generar la demanda que cerrará el ciclo económico de lo que logre ser consumido, que se estimule la producción de ciertos productos –al menos los de facturación nacional—, y estos, demanden factores de producción; si por el contrario, se escoge invertir más en medios de producción[4] e industrias tradicionales, igual esto puede servir de motor para crear enlaces y tejidos económicos con nuevas o viejas instalaciones productivas, que de la misma manera usarán recursos e insumos y fuerza de trabajo que, al ser pagados, terminará parte del dinero en manos de trabajadores que consumirán más.
Pero la dirección del país reproduce la falsa problemática planteada en la lógica cronológica que aquí nos ocupa, lo que deja oculto el verdadero tema, que es el que gira en torno a que, si las acciones emprendidas como resultantes de las decisiones que nos marcan el camino, contribuyen a fomentar las conexiones internas para que puedan trasmitirse y provocar efectos favorables, o no.
Se trata, para esforzarnos por una mejor nación, no de que como sociedad tengamos que es escoger –como si no se tratara de la vida humana— entre la actualidad y el porvenir, sino en pensar y lograr que el lado de la economía por el que se apueste como punto de partida de las políticas económicas, sirva para estimular e impulsar el resto del sistema productivo, monetario, cambiario, laboral, y se prolongue en el tiempo.
Cuando se quiere construir y no se parte de la nada (imagino que 60 años de historia no cuentan como “nada”), no se lucha o por el presente o el futuro, sino por ambos a la vez. El segundo no es más que la acumulación sostenida de lo vayamos creando en el primero. No tenemos buen futuro con un presente perdido; su relación es directa, no inversa. El llamado al esfuerzo sin resultados visibles en poco tiempo, es negar el papel creador del trabajo y, sobre todo, es querer tapar las deficiencias crónicas –sistémicas— de una economía incapaz de generar los eslabones mediadores del ciclo productivo y de materializar el sacrificio de la capacidad humana.
Hay que ir dejando de construir y difundir el mensaje de un supuesto antagonismo que pone a la conciencia sobre la base de la forma quimérica de separación de temporalidades. Eso no solo hace daño a futuro, también en el presente.
[1] El tiempo.
[2] Los mediadores son distribución y cambio.
[3] En la literatura económica marxista, se habla del sector de los medios de producción en la economía (Sector II). Tal y como indica su nombre, es el que se dedica a producir medios de consumo.
[4] Del mismo modo, se identifica el sector I, que es en el que se producen medios de producción, tanto para el propio sector de I, como los necesarios para el sector I. Esa lógica es la empleada en la teoría marxista de la reproducción del capital.
Tras el discurso del presidente cubano el pasado 11 de septiembre, una palabra inunda las redes y las calles, siempre con un tono humorístico: la coyuntura; fenómeno este que recuerda lo que ocurrió hace pocos meses con el caso del avestruz. Al parecer, las declaraciones de los dirigentes del país tampoco pueden escapar a la picardía del cubano.
El caso es que la coyuntura tomó la escena de los memes y los comentarios. Dicho sustantivo y sus conjugaciones fueron el arma del discurso político y económico oficial para caracterizar los días de dificultades –de crisis más bien— que se empezaron a ver. La declaración de arriba casi se convierte –aunque de seguro en ciertos círculos extremistas ya lo es— en un parteaguas ideológico: los que defiendan que atravesamos una coyuntura, son los más «revolucionarios», los que apoyen la idea de que va más allá, por ejemplo, que es estructural, «le hacen el juego al enemigo».
Hago abstracción de que pude constatar que lo de «coyuntural» para no pocos cubanos solo es un eufemismo de un discurso político en tránsito al anacronismo; las cosas malas, son las que vienen para quedarse, me comentaba una señora en la parada. Intento acercarme a la lectura económica que la ceguera política –como es de esperarse—, tapa.
Hasta ahora predomina la idea –sobre todo en académicos— de lo estructural. Criterio este que, si bien es mucho más acertado para describir la crisis que lo de «coyuntural», deja fuera otras posibilidades de análisis. Concuerdo con la mayoría de los economistas, pero hay otro tipo de crisis, cuyo prisma no debe desecharse.
Según parte de la literatura economía convencional, las crisis pueden ser:
- Cíclicas: la de los vaivenes inevitables de la gestión. Esta sería lo más parecida a la clasificación normalizadora que se defendió oficialmente, sobre todo si se tiene en cuenta que los embates del bloqueo deben ser casi una variable propia del ciclo económico y que el shock externo fue realmente el acercamiento “obamiano”
- Estructural: asociada la ineficiencia de la estructura en tiempo presente y sin remover las bases del sistema.
- Sistémica: asociada a los niveles esenciales del sistema, por lo que son un llamado a cambiar el «patrón de acumulación».
Lo estructural y lo sistémico. Invasión a la ciencia económica
Es importante aclarar que con sistémico o estructural se trata de buscar la abstracción que mejor explique la realidad del fenómeno; además, que la economía no es una ciencia básica, por tanto, toma sus armazones lógicas y de lenguaje de otros paradigmas.
El estructuralismo, que es hasta cierto punto una discursividad que venía implícita en la metafísica, marcó etapa el pasado siglo. La economía incorporó de modo que quedara visible lo que pudo de dicho estructuralismo.
La filosofía posterior superó y planteó las deficiencias de aquel ismo. La metáfora de la estructura no solo regresa al pensamiento a la dañina y jerarquización, sino que tiene siempre implícito un vacío: la dinámica interna de las estructuras. La comparación de proporciones que ofrece, no es ni remotamente suficiente.
Así, dejar el asunto en el nivel de estructura, permea hallar el fundamento y la ley, no sobre la cual se ordena esta, sino a la que responde (el objeto).
El molde de lo estructural también suele quedarse en un conjunto de partes asincrónicas y deformadas, si de crisis se trata; cuando una explicación más rigurosa llevaría a buscar la lógica del sistema, y acercarse al cómo este no es capaz de auto-generar correctamente las proporciones para moverse en plenitud (lo cual incluye tener en cuenta que se existe en determinado ecosistema económico, político, jurídico, cultural en el mundo).
Conocer las deficiencias del enfoque estructuralista como herramienta explicativa, no evita que al usarlo se escapen de ellas.
Por otro lado, el espejuelo de sistémico, visto desde la dialéctica –totalidad, automovimiento mediadores, lo multicéntrico, etc—, permite otro acercamiento a la racionalidad de un objeto en cuestión. Con ello, se podría determinar a qué responden las dinámicas estructurales, y ver si son solo un desajuste casual por mala administración, o un resultado inevitable del sistema.
El caso de la economía cubana
La economía cubana vivió una suerte de burbuja condicionada por los términos de intercambio que tapaban la ineficiencia, improductividad y despilfarro de casi 30 años. Después de la caída del bloque socialista, el aire que daba vida a la burbuja desapareció. El shock externo terminó por develar las debilidades internas.
A pesar de las ilusiones estadísticas (el año 1997, aumento del turismo, aumento salarial, crecimiento del PIB) y la mejoría innegable respecto a los momentos de oscuridad promedio, no se ha logrado estar bien. Un salto, un cambio de gran poder, así como los ritmos que lo vaticinen, no se logran. Algo que se aprecia en el poder adquisitivo del salario, y en cuánto explica este el nivel de consumo, por ejemplo.
Luego de dos periodos consecutivos de 30 años, tenemos el mismo todo caracterizado por decisiones económicas conducidas desde el Partido y con una alta estatalización que, burocratiza de manera improductiva y crea reglas casi nunca son propicias para el desenvolvimiento eficiente de la economía. Vale la pena preguntarse si al ordenamiento esencial correspondiente a esa economía no le será inherente lo actual y sus imperfecciones estructurales.
Construir un modelo teórico totalizador del presente sería casi imposible sin terminar en la intuición intelectual, la práctica especulativa y la fe, pero al apreciar una sociedad cuyos fundamentos económicos no han arrojado resultados significativamente diferentes en un intervalo de años que incluye la duración total del proyecto vigente, da suficiente evidencia empírica para cuestionar esos mismos fundamentos y el sistema que le corresponde.
¿Será entonces el desajuste estructural propio economía cubana?
Tengo mis sospechas.
Triunfó la Revolución y buena parte del pueblo cubano espera un cambio resultante de la lucha revolucionaria que se gestó en las montañas y en los llanos. Por su parte, el Noticias del Hoy explica la caída del tirano como expresión de la crisis de la filosofía burguesa. Fue algo tan extraño, que en Combate dijeron que en el Hoy estaban hablando en chino; bien enajenados andaban, diría yo.
El caso es que desde los propios inicios de la acelerada transformación social, la militancia comunista –guiada por su partido (PSP)—, arrastraba el dogma suministrado por la URSS. A pesar de haber presenciado un verdadero proceso popular y que su incorporación a la lucha armada fue tardía, seguían enfrascados en hablar en sus medios divulgación de “revolución proletaria” y todo el andamiaje correspondiente.
Ese grupo es el mismo que al ser presentado por Fidel en el proceso de unificación de las diferentes fuerzas revolucionarias, mientras aquel le adjudicaba la legitimidad del M-26-7 y del Directorio Revolucionario asociada a su participación, valor y protagonismo, marcó al PSP como “los que sabían”. Tal proclamación daba suficiente aval político ante los ojos del pueblo cubano, a las “facultades” que devendrían de los miembros de aquella organización.
“Los que saben” no dejaron de insistir en señalar camino. No tardaron nada, y las filas del las ORI se desproporcionaban con más miembros PSP que de otros grupos. Nunca fueron pocos sus intentos por ejercer el poder –intermedio, como un mayordomo medieval— que nos legaron polémicas en los sesenta, quinquenios y otros tantos momentos oscuros producto del entusiasmo militante de arbitrariedad, abuso de poder, etc. La tendencia del sentido común del clásico pesepista era a proyectarse cada vez más invasivo con las prácticas sociales, económicas, políticas, educacionales, culturales y en cada rincón que ha podido. Las ocasiones de extremismos provocados por el dogma no cabrían en este post.
Solo faltaba el fracaso del proyecto de industrialización y el posterior viraje hacia la URSS que se consolidó en los 70, para que aquella mentalidad del viejo militante tuviera el papel de mayordomo ya irrevocable. Sus portadores se adjudicaron el derecho a pensar y se lo quitaron a otros. Para el control de la ideología utilizaron todo cuanto pudieron. Aislaron las ideas, el debate, y los convirtieron en consigna.
La enseñanza de la historia
La “revolución proletaria” la absorbió la Historia de Cuba; su estudio fue secuestrado por la sapiencia partidista con categorías y métodos esquemáticos. El noble saber se utilizó como poderosa arma.
Como toda conciencia teórica es un agente rectificador de la conciencia cotidiana, además de ser clave en la formación de valores y sentimientos de patriotismo que atraviesan la dimensión política de la ideología, se intentó poner al curso del tiempo en este archipiélago los encasillamientos economicistas de las formaciones económicas sociales, y se hizo. Los buenos pupilos, discutían si se era capitalista, esclavista o feudalista en tal cuál o más intervalo de años.
Se intentó también utilizar la historia para construir toda una narrativa teleológica que su finalidad era –y es— demostrar el liderazgo, el protagonismo y respaldar una legitimidad histórica del Partido y de la subjetividad que lo caracterizan. Así se plasma explícitamente en el estudio de la Historia de Cuba en la educación primaria, secundaria, y que aniquiló otras tradiciones patrióticas sí surgidas en Cuba, que son tan o más válidas que el injerto al Caribe de la mentalidad del manual.
El sentido común que caracterizó a un viejo comunista nos entra a los cubanos y se propaga –en parte— por cómo se enseña a pensar la historia, la misma que después se convierte en prisma de la cosmovisión política.
Teniendo todo un mecanismo de propagación de las ideas construidas sobre aquellas traducciones del ruso, se pueden formar ávidos estatólatras como los de hoy sin que tengan que pasar por el manual, y tal vez los hay que ni siquiera los conozcan.
Por ahí le entra una parte del agua al coco. Pero los guardianes del dogma comunista de antes, defendían algo que les llegaba de manera más directa –estudiaban seriamente los textos donde estaba la doctrina— y por lo cual de verdad daban la vida. Los de ahora reproducen lo que ha quedado para repetir hasta la saciedad.
Y la historia se da dos veces…
Un máster. Un doctorado. ¡Un diploma!
Aquí no se pronuncia toda la dimensión de la inconformidad si no se cuenta con el aval de “persona apta para pensar”, y que varía según el área del saber. Primero, hay que tener el porvenir seguro, luego, a criticar con la valentía de magnitud nunca conocida en otros tiempos.
No pocas de las figuras –dentro o fuera del país— que en el presente tienen sabias y doctas reflexiones críticas –incluso radicales y opositoras—, en el pasado miraron para otro lado y callaron a conciencia ante una injusticia; o se pronunciaron en contra de lo mal hecho solo hasta que les fue permitido; o dieron charlas y repitieron sin creerlo el bodrio ideológico desfasado que tocaba decir; o luego de enseñar a sus alumnos dónde estaba el mal, dijeron en público que solo había bien –quizá antes hubo un regaño en una mesa con un oficial o funcionario—; o tomaron un carné a pesar de rechazar la carga de desprestigio reflexivo que le veían; o defendieron los más positivos e indigeribles dogmas marxistas-leninistas.
Todo ello, en lo que esperaban a publicar sus libros; o a que les llegara el (los) viaje(s) que podían obtener; o a dictar magistrales conferencias; o a recibir reconocimientos institucionales; o a obtener sus títulos y grados.
Tampoco es raro ver además cómo cada año se gradúan jóvenes que no aguardan tanto y en cuanto pueden –en dependencia de sus metas y de cuando se sientan en condiciones—, dicen lo que realmente piensan y que no lo hicieron antes porque querían terminar de estudiar y superarse “tranquilos”. Estos son de los que menos esperan, pero funcionan bajo la misma lógica.
Tal vez por eso, el pedido democrático para el sistema político cubano –que no es oposición, sino que es algo asumido desde la misma izquierda en su absoluta mayoría—, es de poco impacto y visto como lo que su propio sostén muestra, una fantasía de la “intelectualidad que siempre está en las nubes”.
Y es que, ¿cómo creer en ideas cuyos defensores no la siguen hasta las últimas consecuencias, que luchan luego de tener asegurada la carta bajo la manga que permita en caso de que salgan mal las cosas, ir a alguna universidad, centro o empleo “intelectualmente digno” fuera del país, o adentro, pero auspiciado desde fuera?
Esperar a ser formalmente un intelectual, no parece ser una actitud de pureza revolucionaria, y pone en duda si aquello en lo que se deposita la energía es en verdad necesario, en la medida que solo se combate desde ciertos espacios de resguardo profesional que se construyen. Claro está que algunos ni con doctorados y honores se atreverán a decir, pero el silencio no convierte al murmullo en grito.
Ello no quita que sea importante desde el punto de vista de la correlación de fuerzas, el papel que ejercen esas voces desde su condición de intelectual con su crítica –y desde la oposición, algunos— al hacerle contrapeso a los excesos partidistas. Lo que señala que una parte no despreciable de la acción política se concentra en la intelectualidad. Por otro lado, que esta se nutre –no en su totalidad y a lo mejor ni siquiera en su mayoría— del sujeto que, esperó a tener su patente por si se complicaba, que no jugó todas sus cartas, que si ahora sale o lo sacan del juego, no será su fin.
Así pudo verse en la reciente recogida de firmas digitales para apoyar el documento en el que se condenaba la discriminación por ideología política en las universidades cubanas. Ahí, salvo rarísimas excepciones, las personas sobre las que caía el peso principal de la misiva y que públicamente anunciaron el apoyo con su rúbrica, eran ya posicionadas y consagradas en sus respectivos campos, cuyo futuro ya es difícil tronchar porque son “alguien en la vida”.
No se trata de que en ese sector esté la mayor radicalidad y valor para expresarse, sino que ahí se reúnen los que poseen determinadas garantías profesionales –comparados con otros— para actuar.
Firmaron estudiantes universitarios, claro. Pero no era conveniente según la auto-percepción de estos, hacerlo saber en la web. De la misma forma, a otros tantos pupilos les hubiese gustado colaborar, o participar críticamente en el debate actual a través de sus redes, pero ellos también esperan a obtener el aval que los certifica como verdaderos profesionales para dar su grito al viento.
Así, la actividad –y no tiene que ser revolucionaria— cívica del criterio, de participar conscientemente en el debate público y en las dinámicas discursivas de mantener/modificar el pacto social y que es propia de los jóvenes –y que en nuestro país hay una larga tradición de ello— deberá conservarse para “cuando se pueda”.
La edad promedio de rebeldía la hemos desplazado hacia pasados los cuarenta. El joven cubano rebelde de hoy, ejercerá la suya cuando duplique su edad y ya tenga un máster, un doctorado, ¡un diploma!
(Tomado de La Trinchera)
En Cuba persiste una educación que no pudo zafarse de los tipos decimonónicos que llegaban desde la metrópoli española. Es casi innegable el carácter repetitivo de los 12 primeros años de enseñanza hoy. Lo muestran la memorización de fórmulas, los dicótomos y reduccionistas “verdadero o falso”, y los maratones de ejercicios “tipo”. Modos estos, que quienes los logren exitosamente serán mejor premiados.
El educando, se entrena para mostrar que memorizó esquemas previamente aprendidos. Ello lleva implícito que exista la autoridad que dicta el qué del proceso. Tal educación, atenta contra la formación del espacio social democrático para producir conocimientos y la propia realidad.
La repetición es la madre de la enseñanza, según el refrán que muchos creen. Y es que a partir de una vieja epistemología –pero muy vigente en el imaginario, y por tanto en la práctica—, la repetición de una descripción del concepto es lo que da el conocimiento. Hablamos aquí, del esquema de la escuela tradicional, y que parece ser el modelo utilizado en nuestro país.
La escuela tradicional memoriza. Tal vez aprehenda, tal vez no. Aprehender nos lleva a memorizar inevitablemente, el problema es que a la inversa no significa que se cumpla la causalidad. Por eso, la memorización-repetición de la información como práctica educativa, no garantiza de manera orgánica la conformación del conocimiento, sino que lo deja en manos de la decisión, intención y capacidad del educando. Su objetivo, es transferir un paquete con la información.
Se reproduce ahí el autoritarismo. No solo de manera activa por parte del educador, también pasiva por parte de los educandos, quienes piden o reclaman el entorno social de autoridad que viven, como lógica del orden en el acceso al conocimiento. Por tanto, la escuela tradicional es vehículo de supervivencia de la ideología autoritaria, le es funcional.
La combinación de estos dos rasgos –la finalidad de dar un paquete de conocimientos y formar en la ideología autoritaria—, dejan ver el individuo que de manera tendencial se estimula según los cánones clásicos: capaz de identificar y aceptar el criterio de autoridad, para a su vez asumir de este el conjunto de datos organizados que les decidió transferir. Es justo ese el individuo que necesitan las sociedades autoritarias. Y a su imagen y semejanza, diseñan el sistema de educación. No se olvide el papel de la escuela como aparato ideológico del estado, donde a través de la enseñanza se construye el sentido común y la ideología –en el orden de la sociedad civil—, donde se dan las relaciones de poder reflejadas en la estructura política.
Si tenemos un sistema de educación autoritario, como en cualquier otro escenario similar, lo que se hace es que regeneramos como sociedad el autoritarismo desde la propia enseñanza escolar. Guste o no, el sujeto que se forma y que se prepara para la vida futura, es aquel pasivo reproductor del autoritarismo, cuyo esquema atrapa su inconsciente, y que es parte imprescindible de la subsistencia de una dominación; y no me refiero solamente al escenario político.
Para Marx, la liberación del ser humano, el eliminar de esa dominación vendría junto con la de una nación de otra, de la mujer del hombre. Le agregaría la liberación del educando como dominado por el educador, relación que subyace también en las otras mencionadas.
Mientras tanto, se sigue fomentado el sentido común social orgánico a la conformación de la sociedad civil correspondiente a la lógica de la dominación. Los resultados, se hacen visibles.
Las revoluciones son grandes cambios sociales. Para que no queden solo en el plano del signo político, su influencia debe llegar hasta la cotidianidad de los ciudadanos. El proceso que se inició en 1959, parece repetir las circunstancias que ameritan esa hazaña.
En el país que aparecían cadáveres en las calles, no fueron pocos los retos a enfrentar para el intento de construcción de una nueva República alejada de aquella decadente y sin solución.
La vanguardia encabezada por un grupo de guerrilleros era el conjunto social en el que se personificaban las expectativas de muchos, y sobre todo, una alternativa a todo lo que era representado por Batista. En consecuencia con lo que de ellos se esperaba, actuaron.
La incógnita sociedad –hasta que se proclamara socialista— a la que la mayoría de los cubanos se habían sumado a construir, exigía de gran heroicidad, como mínimo el ámbito de la nación. Así lo demostraron los hechos demandantes del héroe cubano.
Aquel que apoyó la Reforma Agraria contribuyendo con su dinero; aquel casi niño que alfabetizó en lugares ubicados a miles de kilómetros de su casa; el que estuvo ahí en la nacionalización; el que defendió aeropuertos; el que luchó en Girón creyendo que vencía al yanqui; el dispuesto a todo en Octubre del 62; fue un héroe. Pero sobre la base de esos momentos a pie de cañón –como un campamento— no se construye la nueva sociedad, como recordara Gómez y otros que señalaron ese punto de fuga en el socialismo real.
Si bien ya con la Crisis de Octubre se llega a la cumbre dentro de la conformación –estabilidad— del sistema de ideas sobre la que se sostuvo la Revolución, el país necesitaba además producir alimentos, ropas, zapatos, industrializarse. La Revolución también debía hacerse en el reino de la cotidianidad, como lo era el entorno y la actividad laboral. Esfera, que ya en época de Girón mostraba rasgos negativos. Desde ese entonces, se dedicaron más fuerzas a combatir la indisciplina laboral que comenzaba a normalizarse, sobre todo el ausentismo.
El problema no era solo que el pueblo heroico desafiante del imperio era el mismo que podía ser tildado de contrarrevolucionario, sino que en la cotidianidad se mezclaran la adoración por los símbolos de héroe épico y de nación, con las malas prácticas laborales que revivían la casi enterrada leyenda negra del cubano. Dicha relación –antagónica o no—, dejaba como reto el más difícil de los heroísmos: el cotidiano. Solo con este, la Revolución podía cumplir la producción necesaria para sostenerse como proyecto.
A pesar de que hoy el ausentismo no es el mayor de los males de lo que a la dimensión laboral concierne, otros igual de dañinos a la obtención de eficiencia y eficacia productiva persisten, entre ellos, los asociados a la corrupción, uso indebido de recursos y el no cumplimiento de la norma laboral a pesar de estar físicamente en el trabajo –mutación posmoderna de aquel ausentismo—.
Arrastramos varios años donde lo que logró hacerse normal, fue ese conjunto de prácticas nada favorables a un proyecto nación más justa, tanto así, que su existencia son un secreto a viva voz.
Ante los llamados desde la máxima dirección del país, ahora no a eliminar el ausentismo –pero sí a una mayor responsabilidad ante el trabajo—, el reto sigue siendo el mismo de la joven Revolución de la que se afirma heredera: la transformación de la cotidianidad, de forma tal que esta devenga en una normalidad orgánica al proyecto planteado.