Es abrumador todo lo que está sucediendo. Lamento hoy las muertes de familiares, amigos y conocidos. Hay tanto pueblo dolido, que no existe refugio ni bálsamo inmediato para semejante tristeza.
Una situación de desamparo abraza al sistema de salud cubano: escasean los implementos de protección ante la Covid-19, los medicamentos, el oxígeno, las capacidades de ingreso hospitalario, la esperanza. Y en medio de semejante infortunio, el primer ministro Manuel Marrero Cruz comete el desatino de culpar a los médicos de la crítica situación en la provincia de Cienfuegos.
Que existen galenos que no están a la altura de su profesión, es cierto. Que los medicamentos son sustraídos de las instituciones de salud para ser vendidos en el mercado negro, es cierto. Que se trafica con las camas hospitalarias, es cierto. La salud pública y revolucionaria se viene desmoronando hace mucho tiempo, reflejo de su sociedad y su sistema, y eso también es cierto.
Yo aborreceré hoy y siempre a quien actúe en contra de los desvalidos, a quien falte a la ética, al compromiso, la responsabilidad, porque sin valores no somos más que fieras sin camino ni futuro. Pero me preocupa cuando, desde la impotencia, culpamos a los mismos que aplaudíamos a las nueve de la noche, a los que son mayoría, a los valientes que también mueren, los que hacen guardias, pasan hambre, sienten miedo, estrés y abandono.
Circula en las redes la denuncia pública de médicos holguineros como blasón del sentir del gremio, pues, de las afrentas hechas al pueblo cubano, esta ha calado demasiado hondo. Ninguna ideología puede permanecer inmóvil ante lo injusto: hoy he visto a un padre y un hijo de ideas políticas opuestas, abrazarse y condenar juntos la alocución del primer ministro.
Siento vergüenza de quien, impunemente, vilipendia el honor de aquellos que han estado en primera línea en esta guerra virulenta. Un verdadero líder debería saber cuándo y cómo sancionar a quienes incumplen sin tener que denigrar públicamente toda una obra de bien. Un verdadero líder debería tener la capacidad de organizar, planificar, dirigir y controlar una tarea, y, sobre todo, tener la altura moral para reconocer que ha fallado.
Ser político en Cuba es hacer malabares con la inteligencia ajena, es poner en escena la tragicomedia de la culpa que rebota, es succionar la valía de la gente y escupirlos cuando ya no les sirve.
Ojalá llegue el día en que dejemos de servirle al gobierno y comiencen ellos a servirnos. Ojalá las excusas se cambien por soluciones y el bienestar de los muchos esté por encima del de los pocos. Entonces, sanaremos.