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Maximiliano Trujillo Lemes

Maximiliano Trujillo Lemes

Doctor en Ciencias Filosóficas. Profesor e investigador de temas sobre el pensamiento filosófico cubano y el pensamiento filosófico sobre la religión.

Fundamentalismo y conservadurismo

Fundamentalismo y conservadurismo religioso en Cuba

por Maximiliano Trujillo Lemes 22 septiembre 2022
escrito por Maximiliano Trujillo Lemes

El triunfo de la Revolución cubana propició un proceso en el orden social, político y económico de carácter inédito, no solo en la Isla, sino en América Latina. Ninguno de los proyectos populistas o revolucionarios en el continente había generado las transformaciones profundas que provocó aquí el terremoto revolucionario.

La movilidad social se convirtió en un hecho constatable y masivo. Los campesinos, obreros, negros, mestizos, mujeres, incluso no pocos desclasados, ingresaron en escuelas primarias, secundarias, preuniversitarias, técnicas, universidades, puestos de dirección en la economía o en el ámbito político. Un ciclón social se hizo común en la nación; cambiaron costumbres, se abolieron tradiciones, que tan solo a partir de los noventa han comenzado a reemerger; pero la batalla se hizo más difícil en el orden moral, marcado por más de cuatro siglos de tradición judeocristiana.

No pocos dirigentes del nuevo proceso habían sido formados en colegios religiosos, católicos o protestantes. Otros, de extracción más humilde, arrastraban consigo la educación española protocatólica, que enseñó por siglos quiénes debían ser incluidos en procesos de dirección social o política y quiénes no, teniendo no pocas veces en cuenta como única cualidad indeseada, por ejemplo, una orientación sexual fuera de la heteronormatividad. Casi todo lo demás, salvo la poca confiabilidad ideopolítica, era admisible; por tanto, el conservadurismo moral del viejo régimen permanecía a flor de piel.  

Muchas prácticas discriminatorias contra minorías sexuales o las mujeres quedaron intactas, y en algunos casos se ideologizaron, lo que complejizó aún más el proceso de comprensión y aceptación futura de esas realidades. Eventos disímiles lo corroboran, por ejemplo, se mantiene como una herida social no enjuiciada aún con profundidad, el escarnio que constituyeron las llamadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).

En el caso de las féminas, y regularizado por leyes o decretos, estas se fueron incorporando al torbellino social como nunca antes. Según datos del censo de 1958, las mujeres eran menos del 30 % de la fuerza laboral activa. La mayoría se dedicaba en lo fundamental a la docencia, algunas a trabajos profesionales, tanto técnicos como universitarios donde eran minoría, y casi todas las que accedían a estos puestos procedían de la clase media o alta. Por el contrario, la parte en funciones de servicio doméstico era a dónde iban a parar las de origen muy humilde, sobre todo negras y mestizas.

Algunas se visibilizaban en el mundo del espectáculo y el entretenimiento, y otras  en el oficio más antiguo del mundo, muy común en Cuba dado su rol en el sistema de relaciones económicas regionales e internacionales, con crecientes servicios de turismo y placer para ricos nativos o visitantes extranjeros.

El desafuero era visible, pero pocas veces los impugnadores de «conductas morales dudosas» condenaban su dudosa moralidad en referencia al placer en cualquiera de sus manifestaciones, siempre que se preservara intachable la «hombría», uno de los valores más defendidos por nuestra ancestral cultura machista.

Al triunfar la Revolución, no alteró en lo fundamental esas normas, aunque hizo ingentes esfuerzos para eliminar la prostitución, como también una gran campaña contra el juego y la droga. Las mujeres se irían sumando a todos los oficios y profesiones que demandaba el nuevo modelo social, pero con gran resistencia de sus compañeros.

Se inició una nueva etapa para educar a la sociedad en esa perspectiva, aliviando el machismo pero sin superarlo en lo fundamental. En muchos casos los educadores necesitaban también ser educados sin distinción de rango, y ello no se ha conseguido totalmente, lo que evidencia que el conservadurismo moral nunca fue derrotado. A pesar de avances, de Retrato de Teresa, Hasta cierto punto y Fresa y Chocolate. ¡Se puede ser revolucionario en ciertas actitudes y profundamente retrógrado y conservador en otras! Nuestra historia pasada y reciente está colmada de ejemplos.

Fundamentalismo y conservadurismo

Fresa y chocolate​, largometraje cubano de 1993 codirigido por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío.

Males como la violencia de género, los feminicidios y el bulling contra las minorías sexuales, siguen a la orden del día, generan debates y encontronazos a nivel social pero no se solucionan en lo fundamental porque son actitudes no derrotadas en las mentalidades de decisores y subordinados, ¡y en no pocos órdenes hay silenciosa complicidad entre todos!

Ese espectro histórico estaba vivo cuando se discutió el proyecto constitucional en 2018. Recordemos que para aprobarse como Constitución de la República, el 24 de febrero del 2019, las fuerzas conservadoras y fundamentalistas —religiosas o no—, consiguieron suprimir de la propuesta el artículo que pretendía la aceptación del «matrimonio igualitario» y otros derechos para la comunidad LGBTIQ.

Por tanto, esas posturas son aquí ideológicas más que teológicas, y tienen combustible suficiente para no ser derrotadas. La compleja relación entre fe y política no es asunto de importancia menor para entender la evolución del fundamentalismo y el conservadurismo religioso en Cuba.

Fe y política

Hablar de esta relación hace inexorable que nos remontemos a la historia. Durante cuatrocientos años —desde el inicio hasta el fin de la colonización—, el Estado Español que operó en la Isla fue confesional, por tanto, tuvo una religión oficial: la católica. Los españoles la consideraban garantía de unicidad del espíritu hispano, y por eso los acompañó hasta su entrada en la modernidad como ente espiritual que calzaba las estructuras políticas de la monarquía. Esto, con altibajos, se entronizo en el sistema político colonial cubano.

Luego llegó la ocupación norteamericana. Durante esos años, el Estado que se instituyó en Cuba fue por primera vez de carácter laico, es decir, separaba la religión del Estado, como era en la nación norteña. Con ellos se sistematizó un proceso interesante de evangelización protestante de la nación, sobre todo con misioneros norteamericanos.

Concibieron que la aceptación del protestantismo por los cubanos pudiera fomentar la influencia estadounidense. Ese proceso tuvo éxitos y contravenciones, pues hubo sectores dentro de la sociedad, sobre todo políticos, que descubrieron el peligro que la expansión protestante podría tener en la Isla.

La llegada de la República en 1902, con la Constitución de 1901, volvió a declarar el carácter laico del Estado. Tanto en esa Constitución como en la de 1940 la religión se consideró formalmente un ente separado del Estado, pero ambos modelos constitucionales exigían a la ciudadanía el cumplimiento de la moral cristiana como presupuesto de su comportamiento cívico.

Ahí hubo cierta subordinación de la actitud cívica — y por tanto, hasta cierto punto de la actitud política—, a determinadas normas de la tradición católica presentes en el país, lo que generó inquietudes en otros sectores del mundo religioso insular. Esto evidenció que aunque el Estado iba a operar de manera independiente a la religión en la toma de decisiones, no iba a desentenderse de la influencia que esta podía tener en el control del comportamiento de los ciudadanos.

Tras la Revolución, sobre todo a partir de la década del sesenta, la cohabitación religión-Estado fue denostada tremendamente, en especial luego del conflicto del nuevo poder con la Iglesia católica, vinculado a disímiles causas que no son objetivo del presente texto. Se empezó a operar entonces un proceso atípico en la historia de las construcciones políticas en Cuba. Y es que dentro de las cimentaciones de identidad política y filiación política al nuevo gobierno, se exigía casi como condición la ruptura o negación de toda fe religiosa.

Fundamentalismo y conservadurismo

Dentro de las cimentaciones de identidad política y filiación política al nuevo gobierno, se exigía casi como condición la ruptura o negación de toda fe religiosa.

Por tanto, la religión empezó a operar no como estructura que acompaña al Estado, sino como estructura que es negada por el Estado. Tal actitud se hizo política a partir de 1975, con el Primer Congreso del PCC, y en 1976 con la nueva Constitución, considerada la primera de carácter socialista de nuestra historia. Su lectura descubre una raigambre profundamente atea.

No obstante, en el alma de la nación seguían casi intactos los valores morales que la catolicidad primero y la tradición protestante después, fueron acunando en la identidad de lo que somos. Y ello resulta una paradoja, pues la Revolución dijo apostar por formar un hombre nuevo. Y sí, se delinearon políticas para ir constituyendo ese prototipo de hombre, por cierto, a la usanza de la época, cuando se definía hombre y dicho término incluía a las mujeres y excluía a todos los demás

El difusor de esa idea en nuestro ámbito fue Ernesto Che Guevara, quien aseguraba que para formar el hombre nuevo era imprescindible crear la sociedad nueva. Sin embargo, en el caso cubano el modelo económico siempre tuvo altas y bajas que conspiraron contra el proyecto inicial, mucho peor que en Europa Oriental y en la extinta URSS, que ya fue bastante.

Aunque se consiguieron muchas realizaciones, no pudo evitarse todo tipo de carencias materiales, que han enrarecido la satisfacción de las necesidades humanas, una meta definida pero jamás cumplida en las proyecciones de lo que se ha dado en llamar nuestro socialismo.

El hipotético hombre nuevo, más que preocuparse por su nueva altura ética, ha tenido que crear estrategias para sobrevivir en circunstancias económicas complejas; mientras, en el orden moral, ese proyecto de hombre nunca superó la tradición.

A partir de los setenta, cuando fue cediendo la euforia de los primeros años, la sociedad cubana, en su ámbito político, económico e ideológico, se fue integrando al canon de socialismo real del bloque soviético. Actuamos igual que allí, donde las diferencias de género nunca fueron superadas y —con la tímida excepción de la RDA—, poco se hablaba de variantes de la sexualidad humana, o se hacía con denostación.

Por ende, el paradigma de realización del socialismo incluía, además de la tradición mantenida, el deber ser del nuevo modelo de sociedad, que era profundamente homofóbico. Ello se vinculaba al conservadurismo que las religiones seculares de esas sociedades habían instrumentado en las mentalidades de sus poblaciones durante siglos de dominación simbólica —fuese la Iglesia Ortodoxa, la Católica o el Islamismo—; y que los Partidos Comunistas, con sus variantes y diferencias de nombre, tuvieron a bien mantener, a pesar de las políticas ateístas que aplicaron inexorablemente.

De ello no escapó nadie, ni siquiera la católica Polonia, un error que allí se pagó muy caro, quizás más que en otras de las naciones donde se intentó mal construir el socialismo.

Todo ello ha sido caldo de cultivo para que el conservadurismo religioso tenga no poco éxito en estas sociedades, antes y tras la caída del llamado socialismo real.

Fundamentalismo y conservadurismo

El líder polaco Lech Walesa y el Papa Juan Pablo II. (Foto: Mike Person / Getty Images)

Fundamentalismo y conservadurismo religioso en Cuba

El fundamentalismo religioso en Cuba ha crecido o por lo menos se ha visibilizado significativamente a partir de 2018, tras la discusión del proyecto constitucional aprobado al año siguiente como Constitución de la República. Es una actitud que reúne los rasgos esenciales que esta tendencia manifiesta en casi cualquier lugar del mundo.

El fundamentalismo se genera básicamente en aquellos sistemas religiosos que cuentan con un libro sagrado del cual suelen hacerse lecturas literales. Las manifestaciones de fundamentalismo más comunes en Cuba se presentan en ciertas iglesias evangélicas y protestantes, en las que son usuales lecturas literales de la Biblia que pretenden que el mundo se constituya, se explique, se manifieste, exista y además se gobierne y estructure, según esos principios.

 En Cuba el leit motiv básico, aunque no único, de manifestación del fundamentalismo, está vinculado a asuntos de orden moral. Es un fundamentalismo que se expresa, por el momento, contra aquellas prácticas y actitudes que procuran defender maneras de amarse de grupos humanos que no encuadran dentro del canon heteronormativo de la moral religiosa cristiana, presuntamente vindicada por los textos sagrados.

El fundamentalismo religioso tiene diversas formas de expresarse: dentro de las estructuras estatales, de forma semi estatal, o extra estatal. Esta última se consuma donde los poderes fácticos de esas iglesias pueden tener cierta influencia sobre las instituciones y la funcionalidad del Estado, aunque no formen parte de él. También puede expresarse a nivel comunitario.

Si bien en Cuba la primera de las formas mencionadas no es evidente, sí hay sujetos que comienzan a sentir que pueden tener alguna influencia en la toma de decisiones en determinados diseños de políticas del Estado. Esa idea lo empieza a develar como un actor político aún cauto, tenue, pero con alguna atribución en ciertas disposiciones de políticas públicas, sobre todo en asuntos relativos a los derechos civiles de las minorías sexuales. Y pueden pretender más.

Lo más común en nuestro medio es que el fundamentalismo se exprese esencialmente en el ámbito comunitario. De hecho, ahí está teniendo un éxito significativo pues existen muchas denominaciones inscritas en estas posturas que han creado verdaderas redes de ordenamiento de la vida social en sus comunidades, con frecuencia caracterizadas por ser vulnerables en el acceso a bienes y mostrar síntomas de pobreza. El éxito de su gestión lo han conseguido sobre todo porque asisten a esos grupos humanos no solo con ayuda material, sino también con asistencia espiritual. Eso es importante tenerlo en cuenta.

En consecuencia, muchas de esas iglesias y denominaciones insisten en cambiar las dinámicas de aprehensión de lo religioso en sus comunidades, y tienden a dirigir su denostación hacia formas tradicionales identitarias nacionales de religiosidad, que juzgan enajenantes o demoníacas. De este modo, y poco a poco, van creando quinta-columnas que pueden tender a la intolerancia, e incluso a la violencia, contra aquellos grupos y estructuras sociales que dentro de la nación no corresponden con sus credos y posturas éticas, filosóficas, teologales, e incluso estéticas.

Los ataques de estos fundamentalistas, en tanto parte del cuadro religioso cubano, están direccionados básicamente a las religiones de origen africano, a las que demonizan en sus discursos; lo que está teniendo incidencia en ciertos sectores sociales. Además, los fundamentalistas están aspirando a participar en la educación espiritual y real de los ciudadanos. Lo hacen ahora en las estructuras de acompañamiento comunitario que han creado, pero desean más, pueden aspirar a entrar en los sistemas educativos formales y ahí transmitir su palabra. Es importante no perder esto de vista.

Existen investigadores que hablan de la posible conformación futura de verdaderos barrios evangélicos, donde con la movilidad de ciertos recursos y la existencia de liderazgos carismáticos en algunas de estas iglesias, estos grupos puedan fortalecer su poder de convocatoria en las comunidades, a nivel barrial e incluso más allá. Se constata que están teniendo éxito en eso, para refutar las posturas de otros o procurar demostrar que las suyas son las válidas.

Estamos frente a un fundamentalismo que, por el momento, ha tenido notoriedad en el ámbito comunitario; primero en las zonas rurales y en el oriente del país, donde eclosionó en la década de los noventa, para extenderse hoy a toda la nación, especialmente en barrios y zonas desfavorecidas. Sin alarmismos, pero con preocupación, puede considerarse —y lo es—,  un actor social, espiritual y hasta político, a tener en cuenta.

Fundamentalismo y conservadurismo

(Foto: Iglesia Metodista de Cuba-Facebook)

Fundamentalismo no religiosos

Además del fundamentalismo religioso, existen otras expresiones de fundamentalismo, el económico, el político, e incluso el estético. Existen ahí donde un grupo humano, o ciertos líderes, procuren demostrarle a los demás que sus verdades o sus códigos son los únicos adecuados, los únicos correctos y los únicos que todos deberían seguir o respetar.

Vivimos en un mundo donde esta tendencia tiene éxito en ámbitos no solo religiosos, lo cual es peligroso porque cuando entran a la esfera de la política y empiezan a tener múltiples seguidores, crean actitudes de intolerancia a otras posturas o actitudes políticas. Esto puede condicionar una desregularización de la democracia, donde la haya, o fortalecer posturas autoritarias o dictatoriales donde existan regímenes con ese carácter, que casi siempre se basan en presupuestos políticos fundamentalistas.

Es decir, si en la religión el fundamentalismo lo puede representar un pastor, un ayatolá, un rabino, un obispo o un sacerdote; en la economía puede ser un líder de opinión, un investigador de temas económicos que se haya convertido en adalid, y en la política lo puede ser un líder carismático. Hay disímiles tipos de fundamentalismos y todos ellos son peligrosos porque son intolerantes, porque exigen una lectura literal de ciertos textos que consideran sagrados o casi sagrados, y que habría que respetar a todas luces y sin objeciones para cumplir con su presupuesto de verdad.

¿Fundamentalismo es sinónimo de conservadurismo, o son cuestiones distintas?

No se debe confundir conservadurismo religioso con fundamentalismo religioso. Sin embargo, hay una línea delgadísima que los separa. No son necesariamente iguales, aunque en algunos órdenes pueden coincidir y se confunden. El conservadurismo permite interpretaciones contextuales de sus textos sagrados, en ciertos órdenes de la reflexión teológica.

Es decir, hay posturas conservadoras en la religión que pueden tener interpretaciones bien estructuradas sobre un asunto tan complicado desde el punto de vista teológico y conceptual, como puede ser el problema de la trinidad. Estas no hacen necesariamente una lectura literal de la Biblia para entender la trinidad, sino que le procuran una explicación, una interpretación, en relación a su tradición teologal o denominacional.

Puede manifestarse también en torno a la presunta santidad de María, la madre de Jesús (en el mundo cristianismo, y católico en particular, ahí donde María tiene seguidores). Son tradicionales lecturas diversas sobre la naturaleza sagrada de la Madre de Jesús, en ese orden permiten interpretaciones de textos o tradiciones orales u escritas. Pero cuando se trata de principios de la fe, o de postulados de orden moral, por ejemplo, pueden ser muy conservadoras, muy defensoras de la llamada tradición.

Para ese tipo de presupuestos, no necesariamente de carácter teológico sino de representación funcional de su «orden» dentro de la comunidad religiosa, e incluso, con la pretensión de que se asuman fuera de ellas; son defensores de las actitudes que presuntamente vindican los textos sagrados, o por el contrario, en el caso del catolicismo —donde es muy común el conservadurismo, no así el fundamentalismo (aunque tiene presencia)—, el respeto a la palabra de las figuras más significativas de esta Iglesia, como pueden ser el Papa, los obispos etc.

El conservadurismo se evidencia cuando se procura conservar ciertas normas o tradiciones que la institución religiosa considera que no son cuestionables. Esto se dirige en lo fundamental al mantenimiento de conductas morales, a la conservación de ciertas estructuras sociales o políticas con las que estas instituciones religiosas conservadoras se pueden sentir identificadas, o a la preservación de principios que consideren inviolables.

Las posturas del conservadurismo siempre están en el fundamentalismo, de una manera u otra. Lo que distingue al fundamentalismo es que, además, no permite ninguna interpretación de los textos sagrados. Exige siempre una lectura literal de esos textos como ya se explicó, y demanda que la comunidad religiosa deba actuar y operar desde esa lectura.  

Todo esto demuestra que frente a «desafíos» como las posibles transformaciones legales en la forma que se entienden la familia, sus funciones y responsabilidades dentro de la sociedad —cambios que inevitablemente alteran el viejo deber ser de la «tradición»—;  u otras movilidades en el orden social o político que «trastornen» lo establecido por estas instituciones, y no necesariamente hayan asumido las subjetividades de la totalidad de sus miembros, sus líderes se lanzarán a «controlar el rebaño». 

Procurarán que se asuman tales cambios como agravios, no solo en el orden de la fe, sino presentándolos como dislocación absoluta de lo que hemos sido como pueblo. Actitud vista por la historia de la humanidad una y otra vez, como si fuese ley el eterno retorno. 

22 septiembre 2022 21 comentarios 1k vistas
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Misoginia, homofobia y otros demonios, ¡anteriores al pecado original!

por Maximiliano Trujillo Lemes 11 enero 2022
escrito por Maximiliano Trujillo Lemes

Carlos Marx aseguraba que toda la vida espiritual de la sociedad estaba determinada por la vida material; y por una y otra concebía lo que definió como conciencia social y ser social respectivamente.

Entre los marxistas dogmáticos, tales consideraciones condujeron a afirmar durante décadas que la espiritualidad social era un puro derivado de las condiciones materiales de vida de una sociedad historiadamente determinada. Procurando contrarrestar esas interpretaciones positivistas y dogmáticas, Federico Engels, colega y amigo de Marx, hizo algunas precisiones al respecto:

«(…) el desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc., descansa en el desarrollo económico. Pero todos ellos repercuten también los unos sobre los otros y sobre su base económica. No es que la situación económica sea la causa, lo único activo, y todos lo demás efectos puramente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones, sobre la base de la necesidad económica, que se impone siempre, en última instancia». [1]

No hay contradicción entre ambos pensadores a la hora de entender la compleja relación entre espiritualidad y condiciones materiales de existencia dentro de una sociedad determinada, pero el segundo sí intentó poner coto a interpretaciones agónicas. ¡Penosamente no tuvo éxito!, la dogmatización del marxismo caló mucho más entre no pocos de sus acólitos que las interpretaciones dialécticas y renovadoras. Ello se evidencia en el omnipresente marxismo-leninismo de origen estalinista, que hasta hoy se niega a morir no obstante los daños que ha generado.

Desde estas aseveraciones me empeño en afirmar que todo juicio de valor en torno a una tradición de pensamiento, construcción espiritual o texto «sagrado», a los que procure endilgárseles toda responsabilidad, o incluso parte de ella, referida a determinadas conductas o actitudes humanas, requiere siempre ser ponderado.

Muchos aseguran que el machismo, la misoginia, la homofobia y sus derivados —y otras muchas discriminaciones en torno a lo «humano diferente»—, tienen sus causas dentro de la cultura occidental, en la tradición judeo-cristiana y sus textos de fe. Pero en ese aserto, porque en alguna medida es un aserto, hay no pocos errores.

La tradición judeo cristiana, en muchos de sus creadores e intérpretes, comete el pecado de la discriminación por herencia más que por invención; por la influencia que tuvieron las culturas previas donde nacieron y se formaron, vinculadas a los múltiples influjos que en ellos ejercieron sus predecesores.

Misoginia (3)

(Imagen: Cronica.com.mx )

Según algunos exégetas liberales de la Biblia, en dichos textos las tendencias discriminatorias sobre mujeres, homosexuales, extranjeros u otros grupos, estuvieron relacionadas también a las condiciones epocales en las que vivieron judíos y cristianos durante el largo período en que este libro fue escrito, tendencialmente los siglos IX a.n.e y el II d.n.e.

Afirman varios autores, que cuando hubo mermas en las poblaciones judaicas, las condenas a prácticas sexuales que atentasen contra la procreación se hicieron más evidentes que cuando no. Por tanto, la Biblia no es un libro unívoco a la luz de las interpretaciones que de ella se pueden hacer desde las ciencias modernas. ¡La Biblia contiene muchas Biblias!

Súmese a ello que la cultura patriarcal es hija del fin del matriarcado y aparece en el período en que, sobre la base de la primera gran división social del trabajo —separación de la ganadería y la agricultura—, empezaron a desarrollarse con relativa rapidez las fuerzas productivas de la sociedad, el intercambio regular, la propiedad privada y la esclavitud.

A medida que la ganadería y la agricultura progresaban, se fueron convirtiendo gradualmente en propiedad del hombre el ganado y los esclavos obtenidos a cambio de este, y los hijos empezaron a ser asumidos por vía patrilineal. Esto posibilitó al varón, no solo el control sobre los hijos, sino además sobre la madre.

El patriarcado también se vincula a la época en que el ser humano se hizo sedentario, inició la agricultura y, por tanto, se produjeron los excedentes de producción y acumulación de bienes. Esto condujo inevitablemente a la generación de la propiedad privada y a lo que ella conlleva: necesidad de defender el territorio y de mano de obra para trabajar en los campos.

Al respecto asegura el propio Engels:

 «El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas de la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada, en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida». [2]

Descubrimientos recientes en arqueología, o las conjeturas de la etnología o la antropología, no han desmentido en lo fundamental esta aseveración, lo que indica que judíos y cristianos heredaron ese cuadro real y simbólico de dominación o exclusión. Similar ocurre con las llamadas minorías sexuales, y ello revela que la culpa es anterior al mito del «pecado original».

Tal situación vuelve a demostrar que ningún culpable tiene toda la responsabilidad, en tanto la culpa hay que explicarla en sus contextos históricos. Parte significativa de la Ilustración francesa tuvo un agónico sesgo anticlerical. Hay quienes aseguran que entre sus cultores materialistas hubo posturas ateas, es decir, procuraron romper con la indiscutible influencia que la catolicidad tenía en los desatinos del llamado ancien regime. Pero jamás cuestionaron el sesgo ideológico de la subordinación femenina al varón, o la justificación espiritual aristotélica de la legitimidad de la esclavitud. Una esclavitud que en las colonias era extemporánea. Por tanto, la negación siempre fue limitada.

Aclárese que esa actitud marcó el ateísmo que luego caracterizó algunos movimientos revolucionarios de los siglos XIX y XX —y sus respectivas cosmovisiones teóricas—, de las que no escapó cierto marxismo. Ello se reflejó en actitudes y posturas, la mayoría sin ninguna lectura o interpretación bíblica, para justificar credos y discursos: ¡continuaron considerando como subalternas a las mujeres y discriminando a lo que hoy se define como minorías sexuales! A estas últimas las enjuiciaban como desviaciones morales generadas por el capitalismo. ¿Fueron víctimas de la tradición? Es posible, pero entonces no se puede ocultar que, en ese orden, fueron muy poco revolucionarios.

Existe en la narrativa cubana de fin de siglo, la presunta anécdota de que los fundadores de El Caimán Barbudo quisieron abrir su primer número en contraportada con un desnudo de Julio A. Mella fotografiado por su controversial compañera Tina Modotti. Según Jesús Díaz, la UJC no lo permitió, quizás sobre el supuesto moral que los héroes son impolutos. Era la segunda mitad de los sesenta y el país vivía la ebullición de transformaciones, pero el conservadurismo moral parecía infranqueable, actitud también poco revolucionaria. 

Han sido los movimientos cívicos promovidos por esos grupos humanos —mujeres, y colectivos LGBTIQ+— y su presión política, sobre todo dentro del capitalismo central, los que han conseguido mover la balanza en favor de sus derechos, y no exactamente las políticas públicas que se generaron en el entorno de los regímenes de «socialismo real» en el siglo XX, todo lo contrario.

De este juicio de valor pueden excluirse tendencialmente las mujeres, que sí, en muchas de esas sociedades socialistas, y hasta su extinción, lograron conquistas significativas, pero no todas las necesarias. Por ejemplo, la violencia contra las mujeres no era infrecuente en países como Rumanía, Albania o algunas Repúblicas Soviéticas de la periferia, por citar ejemplos. 

En Cuba, donde las féminas conquistaron algunos derechos después de 1959, se discutió durante décadas, y se discute hoy en nuevas circunstancias, el problema de la igualdad de derechos de ellas, agravado en el caso de negras, mestizas u otros grupos pretéritos. Tal asunto tocó la literatura, el cine o el teatro en no pocas ocasiones, y muchas veces el debate social obligó a la reflexión académica a poner el dedo sobre la llaga una y otra vez, recuérdense los casos de Retrato de Teresa o Hasta cierto punto, de Pastor Vega y Tomás Gutiérrez Alea respectivamente, en décadas sucesivas.

Aquí, sin interpretaciones bíblicas o justificaciones desde esos textos sagrados, algunos aún rememoran que en ciertas esferas del Partido, sobre todo en los años setenta, si una esposa era infiel, este órgano político obligaba a elegir al esposo entre su militancia y la esposa; lo que nunca ocurría al revés. ¡No hablemos de las minorías sexuales!, el caso UMAP, que no es el único, habla por sí mismo y está lleno de episodios de dolor, de mucho dolor.  ¡Todo ello justificado en la llamada entonces moral socialista!MisoginiaPor tanto, sí hay que procurar abrir el debate para que la justicia gane en el próximo referéndum sobre el Código de las familias en Cuba, pero en las reflexiones que lo acompañen es prudente mirar la multicausalidad de los prejuicios y no detenerse tendencialmente en una o dos. Las posturas o lecturas sesgadas de cristianos, islámicos y judíos sobre sus libros sagrados, no son las únicas responsables de nuestros atavismos morales. En este camino no muchos pueden mirar al lado, la responsabilidad es históricamente extensísima.   

Soy de los que opina que los derechos no deberían plebiscitarse, con que se legislen bastaría. Las mayorías no siempre tienen de su lado la razón y no siempre se suman a los carros de la justicia, llevan no pocas veces consigo, en sus mentalidades, el lastre de los que las han dominado por siglos.

***

[1]Federico Engels: «Carta a W. Burgius, Breslau, Londres, 25 de enero de 1894» en Marx y Engels, Obras escogidas, T. Único, Editorial Progreso, Moscú, 1975, p.731.

[2][2] Federico Engels: El origen de la familia la propiedad privada y el estado, en Marx y Engels, Obras escogidas, T. Único, Editorial Progreso, Moscú, 1975, pp. 513-514.

11 enero 2022 20 comentarios 1k vistas
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Virgen de la Caridad

La Virgen de la Caridad del Cobre y la identidad cubana

por Maximiliano Trujillo Lemes 8 septiembre 2021
escrito por Maximiliano Trujillo Lemes

Dicen no pocos estudiosos de la teoría de la cultura que los pueblos se dividen en dos grandes grupos, histórica y antropológicamente hablando: las agrupaciones humanas con culturas antiguas y los grupos humanos de culturas jóvenes.

Los primeros suelen ser detentadores de múltiples tradiciones, mitos y leyendas, y explican, desde esos relatos cuasi fantásticos, de dónde vienen y quiénes han sido y son; presupuestos que defienden con el orgullo de las corazas. Sin embargo, a los pueblos jóvenes les correspondería mutar, cambiar con más celeridad en hábitos, costumbres e identidades porque carecen de una sólida memoria histórico-cultural, son más dados a la permeabilidad, a la aceptación de lo otro, y muchas veces a su inclusión como síntesis en el cuerpo de lo que van siendo.

Los cubanos somos un pueblo joven, a duras penas tenemos 230 años de historia como nacionalidad en formación o ya formada; y mucho menos, no más de 119, como nación constituida, con no pocas volteretas en su devenir. Aunque existen historiadores que aseguran la existencia de la nación desde que se proclamara la primera constitución de la llamada República en Armas, en abril de 1869; es decir, argumentan que éramos nación antes de tener territorio propio, en tanto el nuestro perteneció formalmente a España hasta el 31 de diciembre de 1898.

Ello no significa que Cuba, como pueblo joven, no tenga en su haber múltiples mitos, leyendas o tradiciones. Estos se han venido formando y han contribuido no solo a la construcción de nuestra identidad, diferente a la de los troncos culturales que nos dieron origen, sino que además tributan a la unidad de valores, presupuestos religiosos, éticos, morales o de otra índole, que tipifican nuestra nacionalidad.

Virgen de la Caridad (1)

Entre esos mitos ocupa un lugar significativo el de la llamada Patrona de Cuba: la Virgen María de la Caridad del Cobre, tradición y símbolo de cohesión para muchos cubanos en cualquier lugar donde vivan o estén. No olvidemos que este país, según la UNESCO, es uno de los que tiene más del 20 % de sus nacionales viviendo en otros territorios.

El mito de la Virgen de la Caridad es una de las muchas advocaciones de la Virgen María en todas partes donde el catolicismo fue o es religión dominante, aunque de acuerdo al Dr. Enrique Sosa Rodríguez en su estudio comparado entre La Caridad y La Guadalupe, estas son las advocaciones marianas más significativas de la tradición latinoamericana; aserto que resulta paradójico, porque Cuba es quizás el país con catolicidad más extravía de todo el subcontinente.[1]

Por su parte, la acuciosa investigación de la Dra. Olga Portuondo Zúñiga, publicada en 1996 bajo el título: La Virgen de la Caridad del Cobre: símbolo de cubanía, demuestra encomiásticamente que la Patrona de Cuba es la devoción cristiana más extendida en la isla y, al mismo tiempo, el mejor y más evidente emblema de cubanía. Al respecto señala: «Cada vez que se quiere dar la imagen de lo cubano se expresa con la Virgen del Cobre y los tres Juanes. No por casualidad, ese notable ensayista cubano, José Juan Arrom, dejó dicho que los que iban en la barca representaban al pueblo de Cuba».[2] 

Breve historia del mito

«Ocurrió en los albores de siglo XVII […] En una pequeña canoa, tres obreros en busca de sal […] surcaban las aguas de la oriental y norteña Bahía de Nipe […] cuando vieron flotar, entre la espuma de las suaves olas, un pequeño bulto blanquecino que se les antojó ser un ave; el día comenzaba a clarear y remaron a su encuentro. Sus vestiduras estaban secas a pesar de navegar sobre una débil tablilla, en la cual unas grandes letras decían: YO SOY LA VIRGEN DE LA CARIDAD».[3]

Según documento localizado por el eminente intelectual cubano Leví Marrero —preservado en el Archivo de Indias (España) y registrado como de la Audiencia de Sto. Domingo, Legajo 363— este fue el testimonio de Juan Moreno, el niño negro que, junto con Juan y Rodrigo de Hoyos, encontró la imagen de la Virgen de la Caridad en la Bahía de Nipe:

En el lugar de las minas de Santiago del Prado, en primero día del mes de abril de mil seiscientos ochenta y siete años, el Señor Beneficiado Juan Ortiz Montejo de la Cámara, Cura Rector de la Parroquial de este dicho lugar, Juez comisario, por el señor Licenciado Don Roque de Castro Machado, Juez Oficial Provisor, y Vicario general de la Ciudad de Cuba y su Distrito, por su Señoría muy Venerables Señores Deán y Cabildo de la Santa Iglesia Catedral de dicha Ciudad, a cuyo cargo está el gobierno temporal y espiritual de este Obispado, sede vacante (signo ilegible) para que conste de la aparición y milagros de la Santísima Virgen María Madre de Dios y Señora Nuestra de la Caridad y Remedios, hizo parecer al Capitán Juan Moreno, del cual fue recibido juramento por Dios y una cruz, que hizo según forma de derecho, prometió decir la verdad de lo que supiere y le fuere preguntado.

Se le preguntó lo siguiente: Fuére preguntado cómo se llama, de dónde es natural, qué edad, estado y oficio tiene. Dijo: que se llama Juan Moreno, negro esclavo, natural de este dicho lugar, y que fue capitán de este dicho lugar, y que es de edad de ochenta y cinco años y casado. Y esto responde.

Preguntado declare lo que sabe en razón de la aparición de Nuestra Señora de la Caridad y Remedios. Dijo que sabe este declarante que siendo de diez años de edad fue por ranchero a la Bahía de Nipe, que es en la banda del norte de esta Isla de Cuba, en compañía de Rodrigo de Hoyos y Juan de Hoyos, que los dos eran hermanos y indios naturales, los cuales iban a coger sal y habiendo ranchado en Cayo Francés que está en medio de dicha Bahía de Nipe para con buen tiempo ir a la salina, estando una mañana la mar en calma salieron de dicho Cayo Francés antes de salir el sol los dichos, Juan y Rodrigo de Hoyos, y este declarante.

Embarcados en una canoa para la dicha salina y apartados de dicho Cayo Francés, vieron una cosa blanca sobre la espuma del agua que no distinguieron lo que podía ser, y acercándose más les pareció pájaro y ramos secos. Dijeron dichos indios, parece una Niña, y en estos discursos, llegados, reconocieron y vieron la imagen de Nuestra Señora la Virgen Santísima, con un Niño Jesús en los brazos, sobre una tablilla pequeña, y en dicha tablilla unas letras grandes las cuales leyó dicho Rodrigo de Hoyos y decían: “YO SOY LA VIRGEN DE LA CARIDAD” y siendo sus vestiduras de ropaje se admiraron que no estaban mojadas.

Y en esto llenos de gozo y alegría, cogiendo solo tres tercios de sal, se vinieron para el Hato de Barajagua donde estaba Miguel Galán, Mayoral de dicho Hato y le dijeron lo que pasaba, de haber hallado a Nuestra Señora de la Caridad. Y el dicho Mayoral muy contento y sin dilación envió luego a Antonio Angola con la noticia de dicha Señora al Capitán Don Francisco Sánchez de Moya, que administraba las minas de dicho lugar, para que dispusiese lo que había de hacer, y mientras llegaba la noticia pusieron en la casa de vivienda de dicho Hato un altar de tablas, y en él a la Virgen Santísima, con luz encendida, y con la referida noticia, el dicho Capitán, Don Francisco Sánchez de Moya, envió orden al dicho Mayoral Miguel Galán que viese una casa en dicho Hato, y que allí pusiese la imagen de Nuestra

Señora de la Caridad y que siempre la tuviese con luz.[4]

Virgen de la Caridad (2)

Santuario Nacional de la Virgen de la Caridad del Cobre.

Quizás por el color tendiente a lo mestizo de la imagen, y porque quienes presuntamente la encontraron eran antropológicamente personas con identidades típicas del criollo de la época; la efigie de la Virgen se fue convirtiendo paulatinamente, de un símbolo religioso del Oriente del archipiélago en el símbolo nacional. El mismo fue sustituyendo, desplazando o compartiéndose con las patronas regionales que los criollos habían asumido de España; casi todas advocaciones marianas marineras que eran, por razones obvias, las más populares entre los asentados en la isla.

Lo cierto es que la Caridad terminó por disponer de un Santuario Nacional, posiblemente la construcción religiosa más devocionada de Cuba y con una historia peculiar.    

El Santuario del Cobre

El santuario a la imagen de la Virgen terminó por erigirse en El Cobre, municipio de la oriental provincia actual de Santiago de Cuba, en el promontorio de Santiago del Prado. Su construcción soportó diversas vicisitudes: alrededor de 1637 se erige el primero, que fue destruido en 1776 a consecuencia de un terremoto. Entonces fue construido otro, de tres altares, que en 1906 se desplomó producto a otro terremoto y a explosiones y excavaciones en las minas.

La inauguración del santuario actual tuvo lugar el 8 de septiembre de 1927. El altar es de plata maciza y tiene otros objetos ornamentales de gran valor. Debajo del Camarín de la Virgen se encuentra la denominada Capilla de los Milagros, un pequeño recinto donde los creyentes depositan disímiles ofrendas: joyas de oro y piedras preciosas, muletas, entre otras. Unas quinientas personas acuden al lugar cada día. Los peregrinos se llevan consigo diminutas piedras de la mina, donde brillan las partículas de cobre.

Es importante destacar que en 1915 los veteranos de las Guerras de Independencia escribieron al papa Benedicto XV con la solicitud de que proclamara a la Caridad del Cobre como Patrona de Cuba, a lo que el Sumo Pontífice accedió el 10 de mayo de 1916. Dos décadas más tarde, el papa Pío XI autorizó la coronación canónica de la imagen, acto consumado el 20 de diciembre de 1936 por Monseñor Valentín Zubizarreta, entonces obispo de Santiago de Cuba.

Virgen de la Caridad (3)

Papa Benedicto XV

El santuario del Cobre se proclamó como basílica el 22 de diciembre de 1977, por mediación del papa Pablo VI.

Por su parte, la tradición religiosa cubana de origen africano sincretizó a la Virgen con Oshún, «(…) porque esta orisha es la dueña del cobre y tiene fama de caritativa y misericordiosa. La Iglesia católica utilizó la imagen en cintas de raso para proteger a las parturientas en los embarazos. Oshún es también protectora de las parturientas».[5]

Desde fines del siglo XIX el símbolo de la Caridad ha acompañado al pueblo de Cuba en epopeyas políticas, militares y culturales; además de ser un ícono de «protección y fe» para no pocas familias. Disímiles historiadores aseguran que fue estandarte de los mambises en las guerras de liberación contra España, tanto en 1868 como en 1895, a pesar de la cruzada de la Iglesia católica que oficiaba en la Isla contra estas contiendas cubanas. Debe recordarse que dicha Iglesia se proclamó aquí, en medio de las disputas bélicas, como iglesia de la hispanidad.

Fue la Caridad a su vez, uno de los íconos que preservó la base católica de la religiosidad popular de los cubanos ante la embestida del protestantismo, que se estimuló tras la intervención y la ocupación estadounidense, entre 1898 y 1902. También estuvo entre los revolucionarios de los años treinta, y bajó de las montañas en el pecho de muchos combatientes de la guerra insurreccional contra la dictadura de Batista en 1959.

La Virgen de la Caridad ha acompañado, silenciosa o visiblemente, a no pocos cubanos en las últimas décadas, para enfrentar vicisitudes y celebrar victorias. No la pudieron derrotar ni el ateísmo oficial que señoreó la vida de la Isla entre los años setenta y los ochenta del siglo pasado, ni otros dogmas que pretendían alumbrar caminos. Ella sigue ahí, impertérrita, incitando a los habitantes del país, cuando incluso pareciera que se cierran todos los caminos, a no perder la fe en el futuro. ¡Quizás por ello cada 8 de septiembre es también una silenciosa fecha patria!

***

[1] Cuba, considerada por su historia espiritual un país católico, no lo es en la dimensión exacta de este concepto; sobre todo si se analiza comparativamente con sus vecinos geográficos y culturales. Es cierto que ha repetido la dialéctica de la confluencia de cada uno de los elementos constitutivos del fenómeno, pero manifestándose en relación con las especificidades de su evolución histórica en la isla.

[2] Olga Portuondo: La Virgen de la Caridad del Cobre: símbolo de cubanía, Prefacio, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2014, p 6.

[3] Historia de la Virgen de la Caridad del Cobre

[4] Ídem.

[5] Ídem.

8 septiembre 2021 6 comentarios 2k vistas
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Ideología

Ideología de género y conservadurismo religioso

por Maximiliano Trujillo Lemes 1 julio 2021
escrito por Maximiliano Trujillo Lemes

Uno de los conceptos más vilipendiados en Occidente durante y tras la llamada Guerra Fría, ha sido sin dudas el de ideología. Una de las constantes del discurso liberal y neoliberal fue acusar al socialismo real de haber fundado sociedades ideologizadas y controladas, no solo por y desde el instrumental de los poderes del estado, sino, además, a través de su «vigoroso instrumental ideológico», que no resultó tan efectivo ni tan poderoso. En algunos de esos delirios discursivos no le faltó razón a los diletantes del llamado entonces «mundo libre».

Lo que nunca reconocieron ni han aceptado, es que también tras la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo articuló una poderosa maquinaria ideológica que ha ido desarticulando progresivamente la conciencia para sí de las clases, grupos y sectores subsumidos en las sociedades burguesas, hasta convertirlos, inconscientemente, en cómplices de sus propias lógicas de dominación.

La explicitación de esa dicotomía se la escuché al dominico Frei Beto allá por 1992, cuando se conmemoraban quinientos años de lo que los europeos definen como el descubrimiento de América. El teólogo brasileño afirmó que el gran abismo entre capitalismo y socialismo real fue que el primero privatizó la propiedad y socializó los sueños, mientras el segundo estatizó la propiedad y privatizó los sueños; el primero ha vendido sueños y el segundo los intervino. Eso también explica quiénes vencieron y quiénes no en aquella confrontación de la postguerra.

Conservadurismo religioso y educación sexual

Lo cierto es que cada vez que los vencedores han procurado deslegitimar alguna actitud o proceso, han acudido a la socorrida denuncia de ideologización, para dejarla en entredicho o crear rechazo. Hace unas décadas también han entrado a esos límites los llamados constructos de género y sus luchas por derechos civiles, económicos y políticos. Ellos han tenido como sus principales detractores a los sectores más conservadores de las estructuras políticas, eclesiales y religiosas.

¿De dónde viene el concepto de ideología y qué particularidades tiene?

El término ideología, etimológicamente, procede del griego antiguo y está conformado por dos elementos lingüísticos: idea, que se define como «apariencia o forma», y el sufijo logia, que puede traducirse como «estudio», por tanto, significaría: estudio de las ideas. De ahí se desprenden sus conceptualizaciones.

La mayoría de los autores define a la ideología como: un conjunto normativo de emociones, ideas y creencias colectivas que son compatibles entre sí y están especialmente referidas a la conducta social humana.

Según esta visión, son ideales que generan normas y emociones, compartidos por grupos humanos en una sociedad históricamente determinada, y no suele individualizarse. De acuerdo a esta concepción, no hay ideologías unívocas en individuos aislados, suelen tener carácter social.

Otros autores la definen como conjunto de ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso, político u otros.

Ideología (2)

Antoine-Louis-Claude Destutt

El término —presuntamente acuñado por Antoine-Louis-Claude Destutt, marqués de Tracy e ilustrado francés—, ha tenido no pocos críticos. Al parecer, el primero de ellos fue Bonaparte, que usaba el término ideólogos para referirse a aquellos que consideraba privados de sentido político y que asumían posiciones demagógicas y apologéticas. Por tanto, para el caudillo, un ideólogo inevitablemente tergiversa la realidad a favor de sus intereses y fines, personales o grupales.

A posteriori, los fundadores del marxismo vuelven sobre el tema. En La Ideología Alemana, texto de ambos autores escrito entre 1845-1846, abordan la problemática. Aquí le confieren doble connotación a la ideología, al afirmar que «Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes…», o «No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia».[1] En base a tales presupuestos, la ideología sería conciencia, reflejo activo del mundo material en el que se desenvuelven los sujetos históricamente determinados.

A su vez acotan: «Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época: o, dicho, en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante».[2]

Aquí la ideología es presentada como «falsa conciencia», como reflejo falseado de la realidad o inducido por la clase dominante para dominar a los sectores subsumidos también en el ámbito espiritual.

Esta doble connotación ha sido leída y releída por multiplicidad de autores y escuelas de pensamiento, lo que produjo diferentes definiciones y juicios de valor sobre lo ideológico. Ellos se mueven pendularmente en direcciones encontradas: los que consideran que la ideología, por ser conciencia o reflejo de la vida, permite elaborar estrategias de sostenibilidad social para los diferentes grupos humanos y sus intereses; y los que afirman la intencionalidad manipuladora de las ideologías.

Lo cierto es que el pensamiento más conservador de derechas, y algunos en la izquierda, también hacen uso o legitiman la tesis de la ideología como falsa conciencia, siempre que se refiera a la ideología de los otros y no a la propia. Es desde ese presupuesto que conceptúan y juzgan lo que se ha definido como ideología de género, tal como se señaló. 

El concepto género eclosiona en 1994, tras su inclusión en la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo. Fue admitido en documentos oficiales de la ONU por acuerdo entre gobiernos para referirse a los derechos de las mujeres y otros grupos humanos minoritarios. La ONU volvió a utilizarlo en los escritos preparatorios para la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, celebrada en 1995 en Beijing. Ello provocó la reacción de grupos católicos conservadores estadounidenses.

Su uso, ya en pose de demonización, aparece en el texto «La agenda de Género», de la periodista católica ultraconservadora norteamericana Dale O’Leary, publicado en 1997 y traducido a decenas de idiomas. O’Leary asegura que el término género es una herramienta neocolonial instigada por una conspiración feminista internacional de inspiración izquierdista.

Ideología (3)

Cardenal Joseph Ratzinger, quien posteriormente sería el Papa Benedicto XVI

Uno de los más importantes ideólogos de la Iglesia Católica en la segunda mitad del siglo XX, Joseph Ratzinger, publicó en el propio 1997 su libro La sal de la tierra. Cuando lo hizo, era aún Cardenal y líder de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Allí asegura que el concepto género disimula una insurrección del hombre contra los límites que lleva consigo como ser biológico.

A inicio de los 2000, en la medida en que las sociedades, sobre todo occidentales, comenzaron a legislar sobre los derechos de las minorías y a incentivar la defensa de las demandas femeninas —que paradójicamente también en algunos discursos son consideradas una minoría—, tras la presión de diferentes grupos sociales, fue que se explicitaron los discursos sobre la llamada ideología de género.

Comenzó a ser definida así en la dirección de «falsa conciencia», y se la presentó como generada presuntamente por actores del llamado neomarxismo, con la intención de desarticular y desestabilizar las «sociedades del mundo libre». Fue equiparada como «libertinaje sexual» y «desregulación de la moral tradicional judeo-cristiana».

A los discursos católicos conservadores se han sumado denominaciones cristianas u otras religiones, sobre todo las que tienen tradición de libro y larga usanza en lecturas literales de los textos sagrados. El tono de la confrontación ha escalado siempre que en algún país o contexto se aprueban los llamados matrimonios igualitarios o se implementan reformas en sistemas educativos para introducir programas de educación sexual y reproductiva.

Añádasele que muchas de esas iglesias o denominaciones han conseguido articular agendas políticas y acceder a estructuras de poder estatal con el apoyo de sectores en los que han hecho base social. De modo tal, esos espacios políticos se llenan de voceros anti-género que aducen entonces argumentos como los defendidos por Ratzinger en el referido texto, pero muchas veces con posturas más agresivas contra todas las formas de diversidad sexual y sus expresiones sociales.

Ideología (4)

No solo se oponen a que esos grupos humanos sean sujetos de derechos civiles, económicos y políticos, sino que aseguran que con ello se desarticula la familia tradicional y se subvierte lo que definen como naturaleza biológica y psicológica de los seres humanos, que por creatura divina, o hijos de la evolución, tienen naturaleza bipolar.

Hoy no solo apelan al Génesis para defender sus posturas ideológicas, recurren incluso a la simbología civil o hasta política de los pueblos, en sus construcciones más tradicionales, o hasta a Darwin, para desacreditar toda cientificidad en las propuestas de los que defienden el concepto de género.

Es un combate simbólico y político que escinde a las sociedades en grupos enfrentados, lo que muchas veces desemboca en conflictos. Esto responde a posturas ideomorales y éticas donde colisionan dos visiones de entender al hombre, su naturaleza, derechos y aspiraciones, que convierten al cuerpo y a la subjetividad de ese cuerpo en campo de batalla por el dominio del deber ser.

Ese pugilato ha llegado a Cuba hace unos años, e implica al Estado, a la sociedad civil y al ciudadano común. No todos con los mismos argumentos, comprensión de lo que se licita, destinos y sensibilidades, o estructuras para ejercer poder; pero evidentemente, cada quien con la certeza de que la razón le asiste, lo que convierte al combate, quizás en una batalla donde los perdedores pueden ser, otra vez, los más vulnerables.     

***

[1] Carlos Marx y Federico Engels: La ideología alemana, Editora política, La Habana, 1979.

[2] Ídem p 48

1 julio 2021 33 comentarios 3k vistas
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Educación

Conservadurismo religioso y educación sexual

por Maximiliano Trujillo Lemes 24 junio 2021
escrito por Maximiliano Trujillo Lemes

Los viejos manuales soviéticos de filosofía marxista-leninista dedicados al llamado materialismo dialéctico, aseguraban, quizás con razón, que las contradicciones eran la fuente de todo desarrollo, y las solían clasificar en: «fundamentales y no fundamentales», «internas y externas», «antagónicas y no antagónicas», etc. Luego aseveraban que las contradicciones antagónicas internas solían ser la causa básica de esa movilidad, de ese desarrollo, en tanto se generaban dentro de un sistema, órgano u organismo, y devenían en su perturbación y evolución correspondientes.

Esas presuntas verdades, que los cubanos que accedían a la educación media y superior aprendían de memoria, casi como los cristianos devotos aprenden la Biblia; unas veces para aprobar exámenes y otra por la convicción de que, asimilándolas, nos convertiríamos en sujetos con pensamiento dialéctico para enfrentar la vida y la comprensión del mundo, a veces se olvidan hoy. Una acusación frecuente para la época, cuando alguien insistía con obstinación en un argumento, era decirle: ¡no eres dialéctico!

Nos enseñaban, además, que la dialéctica se dividía para su estudio en «objetiva» y «subjetiva», con ello nos completaban el cuadro de comprensión de la movilidad inevitable de toda la realidad, aunque no siempre se asumía la necesidad del cambio para decodificar todas nuestras circunstancias. Por ejemplo, al valorar el proceso en las sociedades del llamado socialismo real, la mayoría de esos textos aseguraban que en el socialismo solo se revelaban contradicciones «no antagónicas».

Se insistía en que, tras la derrota de los antiguos explotadores y el establecimiento del denominado por entonces Estado de nuevo tipo, nos encaminábamos, en un espiral armónico, a la consecución del comunismo, donde se cerraría, presuntamente, el ciclo dialéctico de las negaciones. Era evidente que a nivel metodológico se asumía un cariz muy hegeliano para explicar estos asuntos.

Ello justificaba la unanimidad social y política, establecía como natural la inexistencia de objetores consecuentes dentro de los límites de la nueva sociedad y negaba que fuera posible la «reversibilidad del sistema». Sin embargo, lo que pareció ser, ya no es; vivimos actualmente en una sociedad que aspira a devenir modelo anticapitalista, pero que evidencia múltiples contradicciones internas, muchas de ellas de carácter antagónico, y que enfrenta a grupos y sectores que suelen tener, aunque no siempre proyectos irreconciliables, sí proyecciones contrapuestas en torno al país que desean.

Educación (2)

«Hoy en Cuba casi toda unanimidad es falsa».

Lo anterior permite afirmar que hoy en Cuba casi toda unanimidad es falsa, y quizás haya que afrontar definitivamente aquello que la vieja dialéctica enseñaba: las contradicciones internas son inevitables dentro de un sistema, y de ellas, las de carácter antagónico —esas que garantizan no solo la movilidad, sino además los cambios radicales dentro del conglomerado social—, nos son consustanciales.

Expresiones de tales contradicciones han aflorado desde hace años en diversos ámbitos, entre otros en torno a los modelos de familia y a los tipos de moralidades que deben aceptarse dentro de la cada vez más heterodoxa sociedad cubana.

Esto ha ocurrido, sobre todo, tras romperse en las mentalidades de no pocos, las viejas lógicas de lo que hasta la década de los noventa se denominaba moral socialista, y que en muchos presupuestos coincidía con la moral judeo-cristiana, de tanto influjo en la constitución del deber ser de la familia cubana: estructura monogámica, patriarcal, autoritaria con variaciones tras la salida masiva de mujeres al espacio público y el inicio de los debates en los sesenta referidos a la igualdad.

Es prudente recordar que aquel cuerpo moral defendido como socialista, impugnaba la infidelidad femenina, las orientaciones sexuales que rompieran con la heteronormatividad u «otros desvaríos»; y ello —salvo algunas críticas a la salida de los hijos del espacio familiar para incorporarse al sistema de becas generadas por la escuela al campo—, no provocó nunca choques frontales entre los sistemas religiosos más conservadores y sus presupuestos ético-morales vs las políticas del Estado a esos respectos.

Tampoco la religión contaba con bases sociales lo suficientemente sólidas para enfrentar conflicto alguno, especialmente tras las confrontaciones con el Estado en los sesenta y su consiguiente debilitamiento institucional y humano. En su transformación capital de la sociedad, que benefició a millones de individuos, cuando la Revolución puso a elegir a sus ciudadanos entre la fe religiosa y la adscripción al proceso: ¡las mayorías no tuvieron dudas!

En los noventa todo empezó a cambiar. La caída del socialismo real en Europa central, oriental y la URSS, aliados espirituales y estratégicos del Estado cubano por unos treinta años, no solo nos provocó la más grande crisis económica que haya vivido la nación en su historia, sino que además removió las bases filosóficas y espirituales que fundamentaban las convicciones de parte no despreciable del pueblo cubano en sus posturas cosmovisivas, morales y otras.

Una de las tablas de salvación a la que acudieron muchos para poder enfrentar la debacle que se vivía fue retornar al encuentro con las religiones. Quedó atrás el ateísmo, no solo institucional sino de actitudes, y se comenzó a presenciar lo que los investigadores que han tratado el asunto definieron como «reavivamiento religioso» en Cuba.

La nueva situación fue devolviendo sus bases sociales a las instituciones religiosas tradicionales, como la Iglesia Católica u otras denominaciones cristianas de larga data en la Isla; también visibilizó sin ambages las prácticas religiosas de origen africano, que incluso habían sido muy contenidas en la República Burguesa, a pesar del laicismo declarado de las dos constituciones republicanas.

Súmesele la aparición incontenible de nuevas formas de religión y religiosidad, que incluyen al islamismo, las religiones orientales y cada vez más al neo-pentecostalismo con su Teología de la prosperidad —muy vinculada conceptualmente al neoliberalismo como modelo económico e ideología política del capitalismo de fines del siglo XX e inicios del XXI—, a la que se han orientado iglesias y denominaciones protestantes y evangélicas más tradicionales.

Educación (2)

La discusión del proyecto constitucional en el 2018 fue expresión de la energía de las iglesias cubanas (Foto: IPS)

Todas ellas tienen hoy voz suficiente para pretender dirimir conflictos y quizás salir airosas. La discusión del proyecto constitucional en el 2018, que devino Constitución de la República al año siguiente, fue expresión de su energía. La casi totalidad de estas instituciones pujaron por salir al espacio público o emitieron declaraciones objetando el proyectado artículo 68 de aquel texto, que reconocería un nuevo concepto de unión matrimonial y aceptaba la posibilidad del llamado matrimonio igualitario. ¡Nada igual se había visto en Cuba, por lo menos a partir de la década de los setenta del siglo XX!

Lo cierto es que el artículo de marras no fue aprobado, y durante los debates se emitieron más de 16.800 criterios adversos. Muchas de las iglesias y denominaciones, sobre todo cristianas, lo asumieron como una victoria simbólica y legal, pero quedaron alertas para otros posibles conflictos.

Al parecer llegó la hora. El Ministerio de Educación aprobó, presuntamente, la Resolución 16/2021[2] que legislaría la educación sexual de niños, adolescentes y jóvenes en el Sistema Nacional de Educación, y de inmediato, en las últimas semanas, se ha generado todo tipo de reacciones entre iglesias evangélicas, denunciando que la referida resolución irrespeta el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos, y procura incentivar la llamada ideología de género en la formación de las nuevas generaciones.

A esta postura se sumó la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, con un comunicado por el Día de los Padres, el domingo 20 de junio, que dedica, en tono denunciatorio, por lo menos seis de sus acápites al asunto.

¿Qué tipifica a esta reacción? ¿Qué es la presunta ideología de género que tanto revuelo provoca? ¿Puede tener consecuencias frente al futuro referéndum en que se debe aprobar el nuevo Código de las Familias? Por razones de espacio, estas respuestas se ofrecerán en un próximo artículo.

***

[1] No se ha podido acceder a la vilipendiada Resolución en la página que tiene habilitado el MINED para ello.

24 junio 2021 27 comentarios 3k vistas
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papa

El Papa Francisco y la reforma moral de la Iglesia

por Maximiliano Trujillo Lemes 27 enero 2021
escrito por Maximiliano Trujillo Lemes

Hoy abordaremos al Papa Francisco y la reforma moral de la Iglesia. Tras la llamada revolución sexual de la década de los sesenta del siglo XX, los juicios morales y las deliberaciones éticas en torno al comportamiento humano en el ámbito de la sexualidad, las formas en que se asume, conforma y diseña la familia, y las maneras como nos relacionamos con nuestro cuerpo y el cuerpo del otro, o los otros, han cambiado notoriamente.

¡Le parecerá a los que han sido testigos de tiempos idos y de los actuales, que han habitado en planetas distintos!

Esas mutaciones tan aceleradas quizás nunca antes las conoció la historia de Occidente. Pero a la par, se han crispado las posturas neoconservadoras y fundamentalistas, no ya en posicionamientos políticos, sino también morales.

El fundamentalismo —que nació entre las iglesias protestantes estadounidenses allá por la década del diez del siglo XX, como reacción al avance de las llamadas normas de la modernidad—, es hoy tal vez mucho más militante y agresivo que en toda su historia, y cuenta con los medios y recursos para visibilizarse que no había tenido jamás.

Ante el crecimiento de la irreverencia a las normas morales tradicionales en no pocos sectores de las sociedades occidentales contemporáneas, los que se oponen han respondido con acciones que muchas veces llegan a la agresión física o de orden psicológico.

Estos argumentos demuestran que la crisis de la llamada «moral burguesa» en los 60, que eclosionó en el movimiento hippie, los defensores de las minorías sexuales y la mencionada revolución sexual; es hija de un largo proceso en la evolución moral de la humanidad, que ha enfrentado y seguirá enfrentando poderosas fuerzas resistentes.

Una de las instituciones con más responsabilidad en la constitución de los llamados «valores morales de Occidente», es sin dudas la Iglesia católica: madre de toda la institucionalidad y liturgia del cristianismo, y la religión más extendida en el mundo, entre las cada vez más diversas denominaciones, sectas y aprehensiones que el cristianismo genera por doquier. Ello significa que cuando nos referimos a la moral cristiana, genéticamente nos estamos refiriendo a la moral católica.

A partir del siglo V d. e., el cristianismo se convirtió no solo en la religión dominante en Europa y parte de Asia, sino que, con las posteriores oleadas migratorias y colonizadoras a África, América y Australia, se extendió progresivamente para establecerse, ya en los siglos XVI y XVII, como la primera «religión universal» de la historia de la humanidad.

Durante la Edad Media legisló y gobernó toda la moralidad del mundo occidental. A partir del Renacimiento, si bien no dejó de legislar, perdió el monopolio de los valores y actitudes morales, y se fortalecieron las herejías y disidencias, hasta convertirse, en el siglo XX, en práctica común.

Estos procesos, que no es posible analizar en pocas páginas, han incidido en la manera en que los distintos gobiernos papales, en sus encíclicas u otros documentos, dictaminan los valores morales a partir de la llamada Contrarreforma, comenzada en el Concilio de Trento (1536-1563). Y aunque los conservadores afirmen lo contrario, ¡han mutado esas sentencias e indicaciones!

Juan XXIII procuró, con la convocatoria al Concilio Vaticano II, entre 1962 y 1965 — el cual fue clausurado por Pablo VI, de pensamiento menos radical—, airear el conservadurismo de la Iglesia católica y situarla en diálogo con esa compleja época: ¡ciertamente en gran medida lo consiguió! Pero los papados que le sucedieron: Juan Pablo II y Benedicto XVI, volvieron muchas tuercas atrás, abriendo un período de relativo retorno a la «tradición tridentina».

El largo período que se extendió entre 1978 y el 2013, vio retroceder en el seno de la Iglesia, en cualquiera de sus estructuras, los aires liberales. No hay que suponer que esto no les generó consecuencias, las tuvieron: sanciones a sacerdotes rebeldes y migración de no pocos creyentes a otros movimientos religiosos, por razones diversas, aunque se pueden aducir dos básicas:

  • unos consideran que la catolicidad no preserva con toda rectitud la verticalidad teologal, litúrgica y moral.
  • otros consideran lo contrario, que la Iglesia católica es una institución arcaica, de raíz medieval, que no ha asimilado con la agilidad debida las múltiples mutaciones sucedidas en las sociedades contemporáneas. Ello coloca no pocas veces a la institución ante un fuego cruzado.

Con la sorpresiva elección, para algunos, de Jorge Mario Bergoglio, primer latinoamericano con tan alta distinción, como Papa de Roma; quien era Arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina —la que presidió en dos períodos consecutivos, desde noviembre de 2005 hasta noviembre de 2011, no pudiendo ser reelegido por impedirlo el artículo 61 de los estatutos—además de miembro del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM); se han producido cambios significativos en las proyecciones de ciertos sectores liberales de la Iglesia para juicios de moralidad o de procedimiento.

Tal situación, aunque no se acompaña de transformaciones de peso en el Derecho canónico, no ha generado poca alharaca. Los neoconservadores y fundamentalistas han gritado airados, mientras los liberales y la izquierda han celebrado los anuncios.

En su primer viaje internacional como Papa, en julio del 2013, para liderar la Jornada Mundial de la Juventud, en Rio de Janeiro, en respuesta a los periodistas que lo acompañaban de regreso a Roma, declaró: «¿Quién soy para juzgar a los homosexuales?». Ello no implicó un apoyo explícito al llamado matrimonio igualitario, pero alivió simbólicamente la condenación histórica que esa orientación sexual ha tenido en el devenir de la Iglesia.

En relación al propio asunto, en el documental Francisco, del ruso Evgeny Afineevsky, estrenado en octubre pasado, expresó: «Los homosexuales tienen derecho a estar en una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Lo que tenemos que hacer es crear una ley de uniones civiles. Así están cubiertos legalmente. Yo apoyé eso».

El divorcio es otro tema al que el Papa se ha referido. Sin desconocer el carácter sagrado y presuntamente irreversible del matrimonio católico, lo que aplaca la histórica censura de la institucionalidad de esta Iglesia sobre los que rompen la unión matrimonial, resaltó en un Motu Proprio —documento de la Iglesia católica emanado directamente del Papa, por su propia iniciativa y autoridad—, la flexibilización de las condiciones para los trámites de separación.

Asegurando que «facilita los procesos en el tiempo, pero no es un divorcio», y afirmó: «Los procesos legales son para probar que eso que parecía sacramento no lo era, por falta de libertad, por ejemplo, por falta de madurez, enfermedad mental (…) Son muchos los motivos (…)».

Cuando hay, según refiere, uniones de esta naturaleza, en la que se han violado los derechos de las personas, comentó que «no existe un divorcio católico, sino que no existió el matrimonio (…)», lo cual es una perspectiva de enfocar el asunto diferente a la tradición. Ha asegurado que habrá que valorar el derecho de los divorciados a tomar la comunión, dejando un intersticio para futuras consideraciones. Otra brecha posible dentro de la tradición moral del catolicismo.

El Papa argentino ha enfrentado además, con mucho más rigor que sus predecesores de los últimos treinta años, el escandaloso problema de la pedófila en las filas del sacerdocio y el obispado. No ha mirado a otra parte, ha asegurado que no habrá impunidad y que los culpables pueden ser también sancionados por tribunales penales en sus respectivos países.

Recientemente el Papa dio otro paso en la superación limitada de la misoginia dentro de la institucionalidad católica, que ha condenado por siglos a las mujeres, no solo a la exclusión para la ordenación sacerdotal, sino incluso en el oficio de la liturgia.

Con un Motu Proprio publicado el lunes 11 de enero del corriente, modificó uno de los artículos del Código del Derecho Canónico, para que las féminas puedan acceder a los ministerios del «lectorado» y el «acolitado», dos funciones en la misa que, según la legalidad eclesial, solo estaban reservadas a los hombres, aunque en la práctica, en algunos sitios se permitía a mujeres.

Estos ministerios consisten en que el lector, ahora también lectora, es el o la encargada de leer la «palabra de Dios» en la misa, instruyendo además a los fieles para recibir los sacramentos; en tanto el acólito, ahora también acólita, ayuda al diácono y al sacerdote en el altar, de modo extraordinario distribuye la comunión y expone el Santísimo para la oración, además de instruir a todos los fieles para la Eucaristía. 

Todos estos cambios, unos declarativos, pero con impacto en los imaginarios públicos, y los que han llegado al Derecho Canónico, evidencian que en asuntos de prescripciones morales se vive una nueva época en el Vaticano que habrá que seguir con atención. Nadie debe dudar que el Papa de Roma siga siendo un actor de mucha influencia, por afirmación o negación, en la vida de millones de personas y en el posicionamiento de la institucionalidad estatal y civil de no pocos países.

27 enero 2021 8 comentarios 2k vistas
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navidad

Los Obispos Católicos cubanos y el Mensaje de Navidad del 2020

por Maximiliano Trujillo Lemes 25 diciembre 2020
escrito por Maximiliano Trujillo Lemes

La Iglesia Católica es la institución más antigua de las existentes en Cuba. Está aquí incluso antes de que se constituyera no ya el Estado nacional, –que es reciente, tiene menos de 120 años– sino antes de que existieran los cubanos, que solo comenzamos a perfilarnos como nacionalidad a fines del siglo XVIII, cuando el criollo mutó en tal.

Data su presencia de 1510, cuando se produjo el primer asentamiento español en el extremo oriental de la Isla, y aun los conquistadores no habían estructurado debidamente sus primeras formas de gobierno en el archipiélago.

Su historia aquí es pendular: tiene períodos de gloria que debemos agradecer, porque desde ella también se perfiló lo que hemos terminado siendo; y etapas de vergüenza que serían prudentes recordar para no repetir –en las perspectivas de unos– u olvidar y asumir como si nunca hubiese pasado –en las perspectivas de otros, para no enrojecer de vergüenza–. Pero esos no son asuntos de este artículo.

Lo cierto es que, como nos tienen acostumbrados, los Obispos católicos ya enviaron el pasado 12 de diciembre su Mensaje de Navidad al pueblo de Cuba. Es un largo texto en el que reflexionan sobre disímiles problemáticas de la compleja realidad nacional, algo que no es nuevo en las prácticas de los obispos, y además, lo hacen posicionándose con cautela y precisión sobre asuntos de índole política, económica y social de la nación.  

Su mensaje de Navidad es pretexto para apuntar temas que preocupan a no pocos desde hace por lo menos año y medio, agravados por la crisis económica y social que vive el país vinculada a disímiles causales:

  • los desequilibrios generados por los impactos de la covid 19
  • el arreciamiento del bloqueo estadounidense tras la llegada al poder del republicano Donald Trump, con índices de agresividad no vistos en la política de ese país hacia Cuba desde, por lo menos, la administración de George W. Bush
  • la afectación generada por fenómenos naturales
  • la ineficiencia interna, vinculada a una administración muchas veces calamitosa de los medios de producción en el sector estatal de la economía, que siguen controlando más de 80% de la propiedad sobre esos medios, a pesar de la diversificación de los actores económicos, impulsada a partir del 2010.

Súmesele, la postergación no explicada a la «opinión pública» de medidas que debieron haber generado un impulso al desarrollo de las fuerzas productivas y que estaban prevista en los Lineamientos para la Política Económica y Social, aprobados en 2011 por el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, medidas que contaban con el asentimiento de la mayoría de la ciudadanía y que quizás hubiesen amainado esta nueva versión de una crisis iniciada en los 90 y que nunca ha sido superada del todo.

Todos esos factores y otros son los causales básicos, aunque no los únicos, de las problemáticas apuntadas por los Obispos y que en otras Cartas Pastorales se han ventilado previamente, recuérdese las controvertidas: «El amor todo lo espera» y «No hay Patria sin virtud», una del 8 de septiembre de 1993 y la otra en conmemoración del 150 aniversario de la muerte de Felix Varela, en febrero de 2003.

¿Qué asuntos fundamentales alerta o denuncia la Conferencia de Obispos Católicos Cubanos en el texto que ahora nos ocupa?

  • Las carencias materiales y el presunto cansancio espiritual que padecen las mayorías en la Isla, vinculadas a la extenuante crisis económica.
  • Aseguran sentir cercanía por los grupos y sectores humanos más vulnerables de la sociedad cubana.
  • Sugieren que deben ser atendidas todas las propuestas que se han generado en la nación para resolver los problemas que enfrenta el país.
  • Hacen un llamado a asumir el diálogo como forma de solucionar conflictos o perspectivas encontradas o diversas, en la manera de dirigir y construir el país y abandonar toda forma de confrontación, bullying o violencia verbal o física.
  • Señalan que los ajustes a la economía, anunciados en la llamada «Tarea Ordenamiento» a implementarse a partir del próximo enero, no deben convertirse en un nuevo problema para la existencia cotidiana de los connacionales, sino el inicio de la solución a los problemas ya existentes.
  • Creen que lo que se haga en Cuba debe propiciar que pueda encontrarse aquí la prosperidad y el bienestar que les permitan a los ciudadanos vivir de sí mismos, excluyendo el ansia de emigrar o recibir ayuda del exterior.
  • Condenan los bloqueos que ellos definen en dos dimensiones: uno externo, vinculado a las políticas agresivas de EEUU, aunque no mencionan explícitamente al agresor; y el interno, referido a las trabas que la burocracia nacional u otros factores imponen al desarrollo y la prosperidad del país.

Finalmente, agradecen al personal sanitario por su accionar frente a la COVID-19, así como las muestras de solidaridad que se generaron dentro de la nación durante los peores momentos del confinamiento por esa causa. No pasan por alto su regocijo por haber accedido a los medios de comunicación estatales cuando los creyentes no podían ir a los templos.

El Mensaje tuvo un impacto mediático significativo en la prensa internacional, mientras que en muchos medios nacionales y locales fue ignorada, una tendencia común ante este tipo de documentos, salvo en casos puntuales como el acaecido con la ya mencionada Carta Pastoral «El amor todo lo espera», cuando pareció que se viviría una nueva confrontación Iglesia-Estado, a la usanza de los 60, que terminó por ser escaramuza.

Se puede no compartir todos los presupuestos de este documento, pero no debería ignorarse aunque solo pareciera que es de interés para la comunidad católica. Cuando se trata del destino de Cuba, debemos escuchar todas las voces, salvo a aquellas que inviten a la violencia o la desintegración de la nación.

25 diciembre 2020 6 comentarios 1k vistas
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