Hace muchos años, llegó a mis manos un libro que me permitió acceder a otra visión de lo que había sucedido en China en los años de la llamada Gran Revolución Cultural Proletaria que, en realidad, fue el golpe de Estado con el que Mao Zedong destruyó la institucionalidad del régimen comunista en ese país para reforzar su poder personal, tras el descalabro del «Gran Salto Adelante» y la gran hambruna que provocó.
Se trata de China, el otro comunismo, del escritor y periodista polaco Kewes S. Karol, publicado en 1967, cuando apenas comenzaba el proceso que —en su plenitud—, desató una inmensa violencia en aquella sociedad que significó la destitución, encarcelamiento, trabajos forzados o incluso la muerte de miles de comunistas, entre ellos de Liu Shao qi, en aquel entonces la segunda figura del Partido y presidente de la República.
Karol recorrió parte del país durante cuatro meses, entrevistando a campesinos, obreros, soldados, e incluso al entonces primer ministro Zhou Enlai, quien sobrevivió políticamente aquellas jornadas. En su texto brinda un detallado reportaje sobre ese «otro comunismo», que se inspiraba en el «pensamiento de Mao Zedong» y resultaba mucho más radical y un tanto más primitivo que el soviético.
Mao siempre había insistido en que las condiciones particulares de la sociedad china reclamaban medidas diferentes a las adoptadas en la URSS. Después de la desestalinización y el llamamiento soviético a la coexistencia pacífica, se había producido una ruptura política entre ambos partidos comunistas y gobiernos, que transformó a los antiguos aliados en adversarios y reforzó además el aislamiento de China respecto al resto del mundo, en una especie de autarquía económica y política.
Con el apoyo de dos facciones radicales del Partido Comunista Chino (PCCh): la militar, encabezada por el mariscal Lin Biao, y la del llamado «grupo de Shanghai» liderado por su esposa, Jiang Qing, Mao fomentó el radicalismo de los jóvenes, constituyó el movimiento de Guardias Rojos y llamó a «derrocar los Estados Mayores», paralizó la enseñanza secundaria y universitaria, persiguió académicos, artistas e intelectuales y desterró tanto la cultura occidental como sus propias manifestaciones culturales tradicionales, para convertir el arte en burda propaganda ideológica.
Balzac y la joven costurera china, bellísima novela de Dai Sijie —que dio lugar a un filme homónimo—, se ubica en la etapa inmediatamente posterior a la «Revolución Cultural», cuando unos jóvenes, enviados a una zona montañosa con el fin de «reeducarse» trabajando con los lugareños, se enamoran de la joven costurera y, para satisfacer sus deseos de aprender, roban a uno de sus compañeros una maleta llena de libros prohibidos, entre los que estaban obras de Balzac, Hugo y varios escritores clásicos.
Como es sabido, luego de la muerte de Mao y de la derrota del grupo de Jiang Qing en la lucha por el poder, la «Vieja Guardia» comunista reinstauró a Deng Xiaoping en el núcleo dirigente.
A partir de 1978 este era el líder más poderoso y comenzó la reforma económica de China, cuyo resultado más evidente fue la transformación de ese país en una potencia industrial, política y militar que en la actualidad rivaliza con Estados Unidos en muchos órdenes, y lo supera en cuanto al volumen de producción industrial, la magnitud de sus exportaciones y sus reservas internacionales.
Es probable que, teniendo en cuenta las diferencias en tasas de crecimiento del PIB, China sobrepase a Estados Unidos como la mayor economía del mundo en 2029 o 2030.
Las reformas chinas y el legado de Deng Xiaoping
Las reformas económicas en China comenzaron a partir de la tercera sesión plenaria del 11º Comité Central del PCCh, y han sido ratificadas en los sucesivos cónclaves, hasta el más reciente XX Congreso, efectuado entre el 16 y el 22 de octubre pasado.
Se basaron originalmente en el programa de «Cuatro Modernizaciones», lanzado en principio por Zhou Enlai en 1963, pero que solo pudo ponerse en práctica por Deng Xiaoping, después del fin de la llamada «Revolución Cultural» y de la muerte de Mao. Para los reformadores chinos, el país debía avanzar estratégicamente hacia la modernización de la industria, la agricultura, la ciencia y tecnología y la defensa.

Las Cuatro Modernizaciones.
La estrategia de desarrollo se basó entonces en la reforma de los mecanismos de funcionamiento de la economía y la apertura económica. Para ello se desmantelaron de modo paulatino las «comunas populares», sustituidas por un sistema de «responsabilidad familiar» según el cual las familias, convertidas en nueva unidad de producción, usufructuaban la tierra mediante contratos con el Estado, con la libertad de vender a precios de mercado los excedentes sobre las cantidades pactadas con este.
Se fomentó asimismo la apertura exterior mediante Zonas Económicas Especiales, Ciudades Abiertas y Puertos Libres. En ellos se facilitó la inversión de capital extranjero para establecer plantas de producción industrial con destino a las exportaciones y, más adelante, se abrió el país entero a este tipo de negocios. Primero se estimuló la creación de empresas mixtas entre capital extranjero y capital estatal nacional, y posteriormente se autorizó la fundación de empresas privadas sin límite en cuanto a su magnitud.
Se modernizó el sistema bancario y financiero al separar la banca central de la comercial y de otras instituciones financieras, y fueron permitidos bancos e instituciones financieras privadas. Se desarrollaron mercados de bienes, servicios y factores de la producción. Se desmontó la economía centralmente dirigida mediante el otorgamiento de autonomía de gestión a las empresas estatales, así como a los diversos territorios.
Esto último motivó la aparición de nuevos centros industriales, tecnológicos y logísticos más allá de los tradicionales en Beijing y Shanghai, e incentivó otros centros urbanos, como Shezhen, Guangzhou, Tianjin, Fuzhou, Xiamen, Nanjing y otros. Todo ello quedó establecido en un marco legal que permitió la institucionalización de las reformas, más allá del impulso que le impregnara el liderazgo.
Las reformas económicas condujeron a un notable desarrollo. Poco a poco, China fue escalando posiciones en la economía mundial y llegó a convertirse en la segunda economía en la magnitud de su Producto Interno Bruto (PIB), medido por el tipo de cambio. Se convirtió en el principal productor global de bienes industriales, transitando de una economía basada en el uso intensivo del factor trabajo a otra sustentada en la mayor intensidad de capital y tecnología.
Entre 1978 y 2021, el PIB creció a un ritmo promedio anual de 9,2%. Se ha convertido en el principal exportador mundial de bienes, especialmente industriales, y en el segundo importador mundial. Es uno de los principales receptores y emisores de inversiones extranjeras directas y es la economía que ha logrado el mayor ritmo de crecimiento sostenido en las últimas cuatro décadas.
Adicionalmente, ha desarrollado de modo acelerado su infraestructura, y ha establecido la mayor red ferroviaria de alta velocidad en el mundo. En su esfuerzo por potenciar la innovación y el desarrollo, el país ha alcanzado el mayor número de personas involucradas en estas actividades a nivel global.

Fuente: UNCTAD (2022) Unctadstat.
Como puede observarse en la Gráfica 1, estos avances se han reflejado en el incremento sostenido del PIB per cápita a precios constantes, pasando de un bajo ingreso, a medio alto, y acercándose cada vez más a niveles considerados altos según los criterios del Banco Mundial.
Los cambios en China no estuvieron exentos de contradicciones políticas. Durante los primeros años, Deng contó con sus lugartenientes: Hu Yaobang (secretario general del PCCh entre 1981 y 1987) y Zhao Ziyang (primer ministro entre 1980 y 1987 y secretario general del PCCh entre 1987 y 1989), quienes desde posiciones decisivas de poder, y con el apoyo de Deng, lograron impulsar los cambios a pesar de la resistencia de algunos miembros de la «Vieja Guardia», conscientes de la necesidad de cambios para superar la extrema pobreza pero reticentes al paulatino desarrollo del capitalismo en China.
En 1987 y durante el XII Congreso, el propio Deng abandonó tanto el Buró Político como el Comité Central del PCCh. Junto a él dejaron sus cargos todos los principales líderes ancianos, que formaron una no tan ceremonial Comisión Central de Asesoramiento.
Esta la encabezó Deng (entre 1982 y 1987) y estuvo integrada, entre otros, por Chen Yun como vicepresidente (la presidió entre 1987 y 1992, cuando se disolvió), Li Xiannian, Peng Zhen, Wang Li, Bo Yibo (padre de Bo Xilai, rival político de Xi Jinping y condenado a cadena perpetua al vincularse al asesinato de un industrial británico por parte de su esposa), Xi Zhongxun (padre de Xi Jinping), Wang Zhen, Song Renqiong y Deng Yingchao (viuda de Zhou Enlai).
Las reformas económicas en China no significaron la democratización del país. De hecho, Hu Yaobang fue destituido como secretario general del PCCh en 1987, debido a sus intentos de introducir cambios democráticos. Aunque conservó su posición como miembro del Comité Permanente del Buró Político, su actividad se limitó a cuestiones ceremoniales. Fue reemplazado como secretario general del Partido por el también reformista Zhao Ziyang, quien a su vez, fue sustituido como primer ministro por el conservador Li Peng.
Cuando murió Hu Yaobang, en 1989, ocurrieron las protestas de Tiananmén, que comenzaron con la exigencia de un funeral de Estado para el líder fallecido y luego reclamaron la democratización de la sociedad. Como es sabido, fueron sofocadas por los tanques del Ejército Popular de Liberación (EPL) a partir de la intervención de los líderes conservadores, quienes también pusieron fin al liderazgo de Zhao Ziyang y ocasionaron varios cientos de muertos y miles de heridos entre los manifestantes e incluso algunos militares.
Aunque la sociedad china no se democratizó, Deng Xiaoping logró una serie de transformaciones institucionales y políticas. Si bien el PCCh mantuvo el poder de forma totalitaria, se adoptó la práctica de que quienes asumieran las principales funciones del Partido, el Estado y el Gobierno, no permanecieran en sus cargos más de dos períodos consecutivos de cinco años para evitar que se perpetuaran en el poder e impusieran su criterio sobre el del colectivo.

Deng Xiaoping, considerado creador de la China moderna (Foto: Reuters/Thomas Peter)
Esto fue válido para los equipos encabezados por Jiang Zemin (1989-2002) y Hu Jintao (2002-2012). La estrategia de desarrollo se asumió como una decisión colectiva del liderazgo del Partido con el apoyo de las estructuras del gobierno.
No obstante, todo eso cambió a partir del ascenso al poder de Xi Jinping en 2012. Durante su mandato se ha desarrollado un nuevo culto a la personalidad, tantas veces criticado por Deng en el caso de Mao como nocivo al desarrollo del socialismo. También se ha reforzado su autoridad personal, lo que ha transformado el sistema de dirección colectiva en uno autocrático, con fuerte poder del máximo líder.
El XX Congreso y la consolidación del poder personal de Xi Jinping
El recién concluido XX Congreso del PCCh consolidó a Xi Jinping como líder indiscutible. La propaganda oficial le ha elevado a la condición de teórico del marxismo-leninismo y «principal exponente» de la idea del «socialismo con características chinas para una Nueva Era».
Con su designación como secretario general del Comité Central del PCCh para un tercer período —algo que no hicieron sus predecesores Jiang Zemin y Hu Jintao— y su eventual «elección» el año próximo como presidente de la República y presidente de la Comisión Militar Central por tercera ocasión, Xi rompe con la herencia de renovación sistemática y generacional que legó Deng Xiaoping.
Por cierto, este último nunca detentó ninguno de los principales cargos en el Partido o el Estado, excepto el de presidente de la Comisión Militar Central, lo que le aseguraba una influencia decisiva en el alto mando militar.
En la última sesión del XX Congreso, se produjo un episodio —para algunos inesperado y para otros un plan orquestado con el objetivo de disminuir la dimensión política de su figura—, con el ex secretario general del PCCh y ex presidente de la República, Hu Jintao, de 79 años. El anciano dirigente fue «invitado», casi a la fuerza, a abandonar la sesión ante el asombro de la prensa extranjera acreditada y ante la mirada impasible de Xi Jinping.
Ello coincide con la salida de sus presumibles aliados en el equipo dirigente y su reemplazo por otro grupo directamente asociado a Xi. Poco a poco, Xi consiguió eliminar a sus potenciales rivales en el liderazgo y los remanentes de influencia que pudieran conservar sus predecesores Jiang Zemin y Hu Jintao.
Durante el XX Congreso se proclamó la erradicación de la pobreza absoluta y una «prosperidad moderada en todos los aspectos de la vida». En el Informe Político Central, Xi alertó respecto a la pérdida de confianza en el socialismo de «algunos ciudadanos», el afán por el dinero, hedonismo, egocentrismo, así como el «nihilismo histórico» —esto último para acallar las críticas al maoísmo—, que constituían según él «desviaciones del ideal socialista», y llamó la atención sobre una serie de problemas institucionales y desbalances económicos que afectan el desarrollo de la sociedad china.
Por otra parte se esbozaron las líneas estratégicas del desarrollo hasta 2035, entre las mencionadas:
1) incremento significativo del crecimiento económico y de las capacidades científicas y tecnológicas;
2) unirse al grupo de países con mayor aporte a la innovación tecnológica;
3) construir una economía moderna, basada en una nueva industrialización, informatización, urbanización y modernización agrícola;
4) desarrollar el «Estado de Derecho» y la construcción de una sociedad basada en la ley;
5) alcanzar un liderazgo mundial en educación, ciencia y tecnología, desarrollo del talento, cultura, deportes y salud;
6) alcanzar un desarrollo que no resulte depredador del medio ambiente;
7) alcanzar mayores niveles de felicidad, incremento del ingreso per cápita, garantizar el acceso pleno a los servicios sociales; y
8) fortalecer la defensa y la seguridad nacional.
En este último aspecto se han producido avances significativos, a partir del notable fortalecimiento de la capacidad militar y los criterios de seguridad, que han bloqueado los reclamos de democratización de Hong Kong y hecho emerger un discurso mucho más duro respecto a Taiwán.
Sobre cuestiones institucionales, resulta llamativa la referencia del Informe Político Central a fortalecer la «democracia consultiva» como «expresión de la democracia popular», a través de potenciar el papel de la Conferencia Política Consultiva del Pueblo Chino, institución creada en 1949 para agrupar a las fuerzas políticas no comunistas que, sin embargo, aceptaron el monopolio político del Partido Comunista sobre la sociedad.

Una imagen de Xi Jinping durante un acto multitudinario en Beijing. (Foto: Getty Images)
Mirando hacia delante
No caben dudas de que las reformas económicas chinas han resultado exitosas y se tradujeron en un mejoramiento del bienestar. A pesar de la profundización de las diferencias sociales y de ingreso, la población china ha aumentado su prosperidad en comparación con los años previos a las reformas. Esto ha permitido revalidar el contrato social que legitima el liderazgo del Partido Comunista, en una sociedad que no ha practicado la democracia jamás.
Por supuesto, existe una disidencia pro-democracia en China, sin embargo, la misma no ha podido prosperar debido a la férrea represión de los órganos de la Seguridad del Estado, a los mecanismos de coerción ideológica y al incremento real y palpable de la prosperidad material de la sociedad.
Esto no habría sido posible si en lugar de un crecimiento económico sostenido y un mejoramiento del bienestar hubiera tenido lugar un estancamiento económico y un deterioro del nivel de vida de la población. Algo similar a lo alcanzado en China se ha producido también en Vietnam, que en la actualidad muestra altas tasas de crecimiento económico y mejoramiento de las oportunidades y del bienestar de la sociedad.
Obviamente, no es el caso de Cuba o de Corea del Norte, en los que la economía está lejos de garantizar un mejoramiento del bienestar social, y en lugar de mayor prosperidad, la población sufre cada vez enormes privaciones y deterioro de su nivel de vida.
Pareciera sin embargo que Xi Jinping apuesta ahora por una mayor presencia global, haciendo valer el peso de China en la multipolaridad de poderes que caracteriza el actual escenario político y económico internacional, en la medida en que se debilitan el poderío e influencia global de Estados Unidos y la Unión Europea, mientras Rusia se enfrasca en una absurda guerra con Ucrania, altamente costosa en términos económicos, políticos y militares, con cuestionables réditos geopolíticos y geoeconómicos.
Todo indica que la dirigencia china pretende optar por un mayor poderío militar y geoestratégico, lo cual podría afectar el bienestar económico de una sociedad que aún no se considera desarrollada. En tal sentido, me han hecho recordar aquella famosa dicotomía planteada por Paul Samuelson en sus cursos de Economía Moderna en los que se advertía sobre el eterno trade off entre «cañones y mantequilla».