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Mauricio De Miranda Parrondo

Mauricio De Miranda Parrondo

Economista cubano. Doctor en Economía Internacional y Desarrollo. Profesor Titular e Investigador de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali, Colombia.

Ucrania Rusia

Tres falacias sobre la invasión rusa a Ucrania

por Mauricio De Miranda Parrondo 17 marzo 2023
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

Se ha cumplido el primer año de la invasión rusa a Ucrania. A pesar de cómo han evolucionado los acontecimientos, tanto la propaganda proPutin —me niego a decir prorrusa, porque Putin no es Rusia—, como ciertos adláteres tropicales, siguen repitiendo falacias que desconocen las raíces históricas. Para agregar leña al fuego, se distorsionan los condicionantes geopolíticos asociados a este gravísimo tiempo en el que el mundo está en riesgo de enfrentar un conflicto desproporcionado, que pondría en peligro la existencia de nuestra especie.

El debate en torno a la invasión rusa a Ucrania constituye no solo un problema de cardinal importancia para las relaciones internacionales contemporáneas, sino permite decantar las posiciones realmente antimperialistas de aquellas que entre «filos» y «fobias» terminan perdiendo de vista que el imperialismo viste diferentes ropajes.

Falacia 1: Rusia está siendo cercada y responde a la amenaza atacando

Después del derrumbe del socialismo burocrático en Europa Oriental y la desintegración de la Unión Soviética, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha incrementado su membresía con la incorporación de antiguas repúblicas soviéticas, así como de otros estados que habían sido parte del Tratado de Varsovia. En 1999 ingresaron a sus filas Hungría, Polonia y República Checa. En 2004 se sumaron Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania; Croacia y Albania en 2009; en 2017 Montenegro y en 2020 Macedonia del Norte.

En todos los casos han sido solicitudes de los gobiernos de esos países, que buscaron la protección del bloque noratlántico frente a una posible agresión rusa o eventualmente serbia, para el caso de los estados balcánicos, que fortaleció al mismo tiempo las posiciones militares y geoestratégicas del bloque militar.

La preocupación respecto a Rusia está fundamentada en el hecho de que, desde la disolución de la URSS, pero muy especialmente desde que se estableció el liderazgo de Vladimir Putin, este país ha intervenido militarmente en diversos conflictos regionales e internos, ocurridos en algunos territorios de la otrora Unión Soviética. La disolución del Estado multinacional agudizó una serie de conflictos entre nacionalidades y etnias en varios de los Estados sucesores, cuyos primeros enfrentamientos habían tenido lugar en los últimos años de existencia de la URSS.

Solución rusa

(Foto: Monarquías.com)

Desde 1992, tropas rusas supuestamente de interposición, están estacionadas en el territorio de Transnistria, autoproclamada república independiente de Moldavia, a la cual estaba adscrito cuando se creó la República Socialista de Moldavia, dentro de la URSS. En la actualidad, dichas tropas son el sostén de las autoridades prorrusas del territorio, a pesar de que desde 1994 los gobiernos de Moldavia y la Federación Rusa habían acordado la retirada de dichas fuerzas.

Rusia ha intervenido en el conflicto entre Georgia y las regiones de Abjasia y Osetia del Sur, que mantenían estatuto de autonomía en los tiempos soviéticos, pero que buscaron su independencia al disolverse la URSS. En la actualidad, ambos territorios son de facto independientes de Georgia, después que en 2008 tropas rusas expulsaron a las fuerzas georgianas de ambos territorios.

Tropas rusas y fuerzas de seguridad han apoyado a los regímenes de Bielorrusia y de Kazajistán en la represión de protestas populares ocurridas en ambos países en 2020 y 2022, respectivamente. En el primer caso, contra lo que fue denunciado como un fraude electoral para favorecer la reelección de Alexander Lukashenko. En el segundo, contra el aumento de los precios del gas, decretado por el gobierno de Kasim-Yomart Tokayév, aunque se trasformó después en un reclamo a favor de la democratización de la más extensa y rica república ex soviética, después de Rusia.

Adicionalmente, varios de los países de Europa Central y Oriental han sufrido la agresión rusa a lo largo de la historia. Estonia, Letonia y Lituania fueron territorios incorporados al Imperio Ruso en el siglo XVIII, como resultado de las victorias de Piotr I sobre los suecos en los casos de Estonia y Livonia (parte de Letonia) y en las particiones de Polonia, en las que se anexaron también el entonces Gran Principado de Lituania y las regiones de Letgalia y Curlandia, hoy pertenecientes a Letonia. Los intereses geoestratégicos de Rusia, buscando una posición dominante en el Mar Báltico, condujeron al sometimiento de estos territorios al voraz imperio euroasiático.

Entre Rusia y Polonia existe una larga historia de desencuentros. A fines del siglo XVIII, en tiempos de la emperatriz Ekaterina II, la Mancomunidad Polaco-Lituana fue objeto de tres particiones (1792, 1793 y 1795) en las que desapareció la llamada «Rzeczpospolita», como estado independiente a manos de Rusia, Austria y Prusia. Cuando el Imperio Ruso se desplomó a fines de la Primera Guerra Mundial y tras la derrota de los imperios alemán y austro-húngaro, Polonia resurgió como Estado independiente y rechazó el intento bolchevique de incorporarla al nuevo Estado de los soviets. Ello condujo a la guerra polaco-soviética de 1919-1921, que concluyó con la victoria polaca y la ratificación de su independencia, reconocida por la Conferencia de Versalles en 1919.

Como consecuencia del Tratado de Riga (1921), la frontera polaco-soviética quedó establecida en la que existía entre el Imperio Ruso y la Mancomunidad Polaco-Lituana antes de la primera partición. Esto incluía territorios lituanos, entre los cuales estaba su capital histórica y actual, Vilnius, así como territorios occidentales de Ucrania y Bielorrusia, que incluían la ciudad ucraniana de Lviv (que en polaco se denominó Leópolis) y la bielorrusa de Brest, conocida entonces como Brest-Litovsk, donde se firmó el tratado que puso fin en 1918 a la presencia rusa en la Primera Guerra Mundial.

Por ello, en 1939, como parte del acuerdo secreto entre la URSS y la Alemania nazi, Stalin ordenó la ocupación de las regiones occidentales de Ucrania y Bielorrusia, incorporadas entonces a las respectivas Repúblicas Socialistas. Al concluir la Segunda Guerra Mundial esos territorios fueron reconocidos como parte de la URSS.

(Foto: Sputnik Mundo)

Besarabia era la región oriental de Moldavia que el Imperio Ruso le arrebató al Imperio Otomano en 1812, pero formaba parte de las tierras históricas en las que se fundó la nación rumana, convertida en reino en 1859 por la unión del resto occidental de Moldavia y el principado de Valaquia. Tras la Revolución Bolchevique, la región proclamó su independencia y votó su incorporación a Rumanía, lo cual fue reconocido por el Tratado de París de 1920, firmado entre Rumanía y las potencias aliadas en la Primera Guerra Mundial.

Sin embargo, como parte de los acuerdos secretos en el Pacto Molotov-Ribbentrop de 1939, las tropas soviéticas invadieron el territorio, junto al norte de Bucovina en 1940. Tras la Segunda Guerra Mundial, la condición de potencia vencedora le aseguró a la URSS ambas regiones. Bucovina del norte fue incorporada a Ucrania y Besarabia constituyó nuevamente la República Socialista Soviética de Moldavia, proclamada en 1940 y a la que se unió el Transniéster que hacía parte de la anterior República Socialista Soviética Autónoma de Moldavia, dentro de Ucrania.

La población mayoritaria de la actual Moldavia se considera mucho más cerca cultural y políticamente de Rumanía que de Rusia. En Moldavia se habla rumano y la decisión de su gobierno de declarar el moldavo con alfabeto latino como idioma oficial, fue el detonante del espíritu separatista de la región del Transniéster que es mayoritariamente rusófona.

Al concluir la Segunda Guerra Mundial, la región checa de Rutenia debió ser entregada a la URSS e incorporada a Ucrania. Como es conocido, Checoslovaquia fue invadida en 1968 por las tropas de cinco países del Pacto de Varsovia, liderados por la URSS para poner fin a las reformas introducidas por el líder comunista checoslovaco Alexander Dubček.

Aunque no existían fronteras entre la URSS y Hungría, los tanques soviéticos invadieron el país centroeuropeo en octubre de 1956 para derrocar a su gobierno que deseaba salir del Tratado de Varsovia y declarar la neutralidad.

Finlandia fue arrebatada a Suecia en la guerra de 1808-1809 y se convirtió en Gran Ducado del Imperio Ruso hasta que se independizó en diciembre de 1917. Fue la primera y única independencia aceptada por el régimen bolchevique. Sin embargo, el Ejército Rojo invadió el territorio en 1940 como parte de los acuerdos entre los regímenes nazi y soviético, con el objetivo de anexarse Finlandia y convertirla en República Socialista Soviética.

Pero la resistencia finesa en la llamada Guerra de Invierno lo evitó, aunque debió ceder alrededor del 9% de su territorio en el Tratado de Paz de Moscú. Tras la Segunda Guerra Mundial, Finlandia cedió nuevos territorios adicionales a la URSS y adoptó una política de neutralidad que ha sido abandonada, junto a Suecia, tras la invasión rusa a Ucrania.

Falacia 2: Genocidio ucraniano en el Donbás

La prensa rusa sometida al gobierno de Putin y a la propaganda de su régimen, han esgrimido repetidamente el argumento de un supuesto genocidio ucraniano cometido contra la población ruso-parlante de los territorios separatistas de Donetsk y Lugansk.

Sin embargo, el 27 de enero de 2022, un mes antes de la agresión rusa, la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OHCHR) emitió un informe en el que estiman entre 51.000 y 54.000 las víctimas del conflicto, en el período comprendido entre el 14 de abril de 2014 al 31 de diciembre de 2021. De ellos, entre 14.200 y 14.400 habrían fallecido (3.404 civiles, alrededor de 4.400 militares ucranianos y de 6.500 miembros de otros grupos armados).

Invasión

(Imagen: El Orden Mundial)

A esto debería sumarse un estimado de entre 37.000 y 39.000 heridos (entre 7.000 y 9.000 civiles; entre 13.800 y 14.200 militares ucranianos y entre 15.800 y 16.200 miembros de otros grupos armados). Aunque cualquier muerte por una guerra es una tragedia para quienes la sufren y sus familiares, las cifras de fallecidos no sugieren que haya ocurrido un genocidio, por brutal que pueda resultar todo lo que ocurrió antes de la invasión, que no guarda relación alguna con la catástrofe humanitaria producida por esta.

Falacia 3: Rusia despliega una «operación militar especial para desmilitarizar y desnazificar» a Ucrania.

El 23 de febrero de 2022, Vladimir Putin anunció el inicio de una «operación militar especial para desmilitarizar y desnazificar a Ucrania». Al día siguiente miles de soldados rusos atacaban zonas del norte, el este y el sur del país vecino mientras la aviación bombardeaba varias de las ciudades más importantes. Al parecer, la apuesta del presidente ruso y de los mandos militares del país era una guerra relámpago en la que muy rápidamente vencerían al más débil ejército ucraniano, derrocarían a su gobierno y establecerían uno prorruso, si no se anexaban el territorio completo, aunque esta última opción nunca fue reconocida públicamente.

Desde la desintegración de la Unión Soviética, Ucrania se ha debatido políticamente entre mantenerse en la órbita rusa o alejarse de ella y orientarse hacia la Unión Europea. Las zonas occidental y central han sido más proclives a la alineación con la Unión Europea y las orientales con Rusia.

El país, inmensamente rico en recursos mineros y considerado también una despensa de alimentos, ha sido tremendamente afectado por la corrupción doméstica y al igual que Rusia, su transición hacia el capitalismo facilitó la formación de grupos oligárquicos que se apropiaron de forma mafiosa de recursos públicos en el proceso de privatización postsoviética.

Invasión

Combatientes del batallón Azov con una bandera nazi (Foto: WikiCommons)

La existencia de grupos profascistas y xenófobos en Ucrania no refleja un fenómeno exclusivo en este país, sino en varios países europeos, incluida Rusia. En países democráticos son cada vez más numerosos los movimientos ultraderechistas que se aprovechan de fenómenos tales como la crisis económica, el desempleo, los costos reales de una globalización desigual y la creciente migración procedente de países subdesarrollados. Todo ello para ganar adeptos entre los afectados por estos procesos, en su intención de utilizar las vías democráticas para establecer regímenes iliberales y totalitarios, tal y como ocurrió en los años treinta del siglo pasado.

En cualquier caso, la población ucraniana que votó por Volodimir Zelenski, en aquel entonces un outsider de la política nacional, solo conocido por la serie televisiva «Servidor del Pueblo», lo hizo inspirada en una promesa de lucha contra la corrupción y su rechazo hacia los políticos tradicionales que en un amplio espectro habían facilitado, o sido ineficaces con la corrupción rampante que afectó al país desde la disolución de la URSS, pero también en contra de la política ultranacionalista desplegada por Petro Poroshenko, su predecesor y oponente, derrotado en esas elecciones.

Lo demás es conocido. Las protestas del Euromaidán, desarrolladas principalmente en las regiones centrales y occidentales ucranianas, para oponerse a la suspensión del Acuerdo de Asociación a la Unión Europea, decidida por el gobierno prorruso de Víktor Yanukóvich, reforzaron el nacionalismo ucraniano, incluso el extremista. El gobierno intentó limitar el derecho a la protesta, lo que motivó un recrudecimiento del conflicto, la destitución por parte de la Rada Suprema y posterior huida hacia Rusia del gobernante.

En medio de los desórdenes, se produjo la declaración de independencia y posterior ocupación rusa de Crimea y la ciudad autónoma de Sebastopol, anexadas a la Federación Rusa mediante un referéndum que la comunidad internacional no ha reconocido como válido.

Mientras tanto, las fuerzas prorrusas, con apoyo militar y económico del gobierno de Putin, se hicieron con el poder en las regiones de Donetsk y Lugansk y proclamaron sendas «Repúblicas Populares», independientes de Ucrania que, en ese entonces ni Rusia reconoció, aunque las apoyaba.

Esta secesión provocó el estallido de la guerra en el Donbás de 2014-2015, a la que se intentó poner fin ‒sin éxito‒ con el alto al fuego establecido por el Protocolo de Minsk (2014). Estos acuerdos establecían, entre otras medidas, la retirada de los grupos militares ilegales; otorgamiento de un «estatuto especial» que incluyera una descentralización del poder en dichas regiones; realización de elecciones anticipadas en la región de acuerdo con las leyes ucranianas y aprobación de un programa de reconstrucción económica para el Donbás.

Rusia Ucrania

(Imagen: Página 12)

Ante el incumplimiento por las partes involucradas, se adoptó el Acuerdo de Minsk II (2015) que establecía el alto al fuego inmediato; la retirada de todo el armamento pesado del territorio; creación de una zona de seguridad; adopción de una «autonomía temporal» en ambas regiones; retirada de tropas extranjeras; reforma constitucional en Ucrania que incluyera el reconocimiento de la descentralización y la adopción de una legislación permanente que reconociera las particularidades de ciertos distritos (porque no todos son rusófonos y prorrusos) en ambas regiones; así como la restauración al gobierno de Ucrania del control de todas sus fronteras, incluidas las que la separan de la Federación Rusa.

Tampoco Minsk II fue cumplido por las partes en conflicto, incluida Rusia y continuaron los combates entre las fuerzas ucranianas y las separatistas apoyadas por el país vecino.

Desde finales de 2021 se incrementó la concentración de tropas rusas en la frontera oriental y nororiental de Ucrania, aunque diversos funcionarios oficiales de ese país negaron su intención de atacar a su vecino. A inicios de 2022 se intensificaron los enfrentamientos entre tropas ucranianas y separatistas, apoyadas por Rusia, con acusaciones desde ambas partes sobre el origen de los ataques.

Ello se vio agravado por las gestiones del gobierno ucraniano de ingresar tanto a la OTAN como a la Unión Europea, que fue respondida por Putin con la supuesta «operación militar especial» que, en realidad, ha sido una invasión en toda regla. Después de fracasados intentos por conquistar Kyiv y Járkiv, las principales ciudades ucranianas, atacadas por aire y tierra, ha logrado establecer un corredor en el este y el sur de Ucrania que une los territorios separatistas con la península de Crimea, anexada desde 2014.

Además de este territorio, Rusia terminó anexando ilegalmente las zonas separatistas de las regiones de Donetsk y Lugansk en el este y Jerson y parte de Zaporiya en el sur de Ucrania.

Falacias

Zonas de Ucrania ocupadas por Rusia. (Fuente: Epdata)

En un acto público convocado el día del aniversario de la invasión y efectuado en el estadio moscovita Luzhniki, Putin afirmó que Rusia “luchaba por nuestras tierras históricas, por nuestro pueblo”, lo que no deja lugar a dudas de que el objetivo estratégico es la supresión de la independencia ucraniana y muy probablemente ello también podría incluir a Moldavia o al menos a Transnistria.

El 14 de febrero de 2023, el portal noticioso swissinfo, citando fuentes noruegas, cifraba las pérdidas de vidas humanas, tanto civiles como militares, entre 30.000 y 40.000, de los que entre 6.600 y 7.000 serían civiles. Se han denunciado casi 65.000 presuntos crímenes de guerra, la mayor parte de los cuales se atribuye a tropas rusas.

Entre los casos más notorios se menciona el ataque ruso al hospital de maternidad de Mariúpol, así como las muestras de cadáveres de civiles en las calles de Bucha con las manos atadas encontrados tras la retirada rusa. También existen acusaciones de torturas de prisioneros rusos por parte de fuerzas ucranianas. Alrededor de ocho millones de ucranianos se han visto obligados a abandonar sus hogares, emigrando a países vecinos, de los que solo una muy pequeña parte ha regresado al país. Varias ciudades han sido devastadas por la guerra y otras severamente afectadas por ataques de misiles rusos.

Realidades, ética y geopolítica

Las falacias no pueden esconder las realidades. Rusia ha invadido Ucrania con la intención de suprimir su independencia y recuperar lo que el gobernante ruso llama «tierras históricas» o desmembrarla, anexando por la fuerza las zonas oriental y sur del país, ricas en recursos naturales y ubicadas estratégicamente para un acceso dominante en el Mar Negro, al peor estilo imperialista.

Pareciera que, mediante la combinación de un conservadurismo extremo, nacionalismo exagerado y reforzamiento de los valores tradicionales de la iglesia ortodoxa, Putin pretende restaurar, de alguna forma, el viejo Imperio Ruso.

A menudo se esgrime el argumento de que Estados Unidos y la OTAN marginaron a Rusia y la consideraron un enemigo después de la desintegración de la Unión Soviética. Lo que sin dudas debió ocurrir es que, de la misma forma que se incorporaban a la OTAN los antiguos países socialistas e incluso las ex repúblicas soviéticas del Báltico, se hubieran incorporado Rusia, Bielorrusia, Ucrania y los Estados del Cáucaso.

Ucrania

(Foto: Ivar Heinmaa)

Sin embargo, eso no fue lo que ocurrió. Bielorrusia devino un régimen dictatorial desde 1994; Ucrania se ha debatido en una fuerte inestabilidad política, lo mismo Georgia; se han agudizado los enfrentamientos entre Armenia y Azerbaiyán y en las repúblicas de Asia central se han instaurado oligarquías como resultado de la metamorfosis del viejo liderazgo comunista, devenido nacionalista y religioso. Mientras tanto Rusia, después de una etapa de anarquía económica y política bajo Yeltsin, se transformó, poco a poco, en el régimen autoritario que Putin ha impuesto al país, con el apoyo cómplice de la mayor parte de las fuerzas políticas con representación parlamentaria, incluyendo a los comunistas.

La ausencia de un sistema democrático real en Rusia y su intervención directa en diversos conflictos de los Estados periféricos, alejó la posibilidad de una plena integración de este país en los mecanismos de defensa colectiva, que se amplió precisamente cuando el Kremlin comenzó a reforzar su influencia en los conflictos religiosos y lingüísticos que salieron a flote con la desintegración del Estado multinacional.

No cabe dudas que la expansión de la OTAN ha debido preocupar a Rusia, pero los países que se han adherido a ella tienen una larga historia de desencuentros con el gigante euroasiático y han sido ellos los que han solicitado su incorporación a la alianza atlántica.

A pesar de su no inclusión en la OTAN, Rusia fue incorporada en el Grupo de los Siete + uno en 1997, que terminó llamándose Grupo de los Ocho. A pesar de su menor peso económico, se reconoció su peso político en el grupo coordinador extraoficial de la política económica mundial, que también reunía a Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá y que, sin embargo, nunca incorporó a China. La expulsión de Rusia de este grupo se produjo como consecuencia de la anexión ilegal de Crimea en 2014.

La invasión rusa a Ucrania ha estado motivada por intereses geopolíticos imperialistas que en poco difieren de los que determinaron acciones similares de otras potencias en tiempos pasados y presentes. Por ello, las acciones de un imperialismo no justifican las de otro, especialmente cuando ello se traduce en acciones que causan la muerte de seres humanos, desprecio por su vida y, en resumen, violación de la soberanía nacional de Estados independientes.

Aunque a lo largo de la historia en las relaciones internacionales se han impuesto intereses, siempre es posible que no sean precisamente los de la clase dirigente de los países, sino aquellos que permitan asegurar la paz mundial y el respeto a los derechos humanos.

En el horizonte actual no se avizora una solución militar al conflicto entre Rusia y Ucrania. La guerra de desgaste terminará afectando no solo a ambos países, sino también al mundo entero por su impacto en la economía mundial. Continuarán muriendo personas inocentes y se destruirán más ciudades. En la medida en que el conflicto se extienda en el tiempo, es Rusia quien lleva las de perder, porque es el país agresor: carece del valor moral de la defensa de la Patria frente una agresión externa, algo que favorece a Ucrania, que es el país agredido.

Se impone negociar y evitar a toda costa el estallido de una conflagración nuclear, pero ello no puede ser, como en los tiempos de Hitler, a costa de la soberanía de Ucrania. Una base para una solución negociada necesitará partir del respeto a las fronteras y la soberanía de ese país como Estado soberano, así como encontrar los caminos para que dicha soberanía considere las especificidades culturales de las comunidades ruso-parlantes del Este ucraniano.

La posible neutralidad ucraniana, sin embargo, podría asegurarse a través de un compromiso internacional que incluya a Rusia y que garantice la inviolabilidad de sus fronteras estatales. Una paz que sacrifique a Ucrania solo incrementará el apetito expansionista del nuevo imperialismo ruso, tal y como ocurrió con Checoslovaquia en 1938 con el vergonzoso Acuerdo de Múnich.

17 marzo 2023 38 comentarios 1,5K vistas
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Autoritarismo y capitalismo mafioso. La experiencia rusa

por Mauricio De Miranda Parrondo 31 enero 2023
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

El modelo de «socialismo realmente existente» se construyó sobre el andamiaje de un sistema político autoritario y totalitario. A él se refirió sabiamente Rosa Luxemburgo en su texto «La Revolución Rusa»:

«(…) Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y de reunión, sin un debate libre, la vida muere en toda institución pública, se convierte en una mera apariencia de vida, y solo la burocracia permanece como elemento activo. La vida pública se adormece gradualmente, y el Gobierno queda en manos de unas pocas docenas de líderes de partido que poseen una energía inagotable y una experiencia ilimitada.

En realidad, no dirigen esas docenas de líderes, sino que lo hacen unos cuantos cabecillas, y de vez en cuando se invita a una élite de la clase obrera a las reuniones, para que aplaudan los discursos de los dirigentes y aprueben unánimemente las mociones propuestas. En el fondo, pues, se trata de un asunto de camarillas. Es una dictadura, pero no la dictadura del proletariado, sino la de un puñado de políticos, es decir, una dictadura en el sentido burgués, en el sentido de los jacobinos».

La historia política del socialismo real es la historia del poder de esas camarillas en detrimento de una verdadera democracia popular. Ese modelo político impuesto en la Rusia bolchevique se consolidó en la Unión Soviética bajo la égida de Stalin y posteriormente se adoptó —en esencia— por todos los países que, tras la Segunda Guerra Mundial, se auto-catalogaron socialistas, bien por la imposición de las armas del Ejército Rojo o por revoluciones propias.

La transformación económica para supuestamente alcanzar el socialismo sin haber desarrollado plenamente el capitalismo, también se llevó a cabo por la imposición de un poder incuestionado. Este decidía autoritariamente las formas expeditas a través de las cuales se lograría la socialización acelerada de los medios de producción, expropiando y confiscando la propiedad privada en el caso de la industria, el comercio y la gran propiedad de la tierra, y forzando en algunos casos, presionando ideológicamente en otros, a los pequeños campesinos a formar cooperativas agropecuarias.

Ello permitió el establecimiento de un sistema de planificación centralizada que reemplazó al mercado en la asignación de factores productivos y precisamente por ello dejó de considerar la demanda, y al someter la oferta a los planes de producción y los precios a decisiones burocráticas, terminó siendo en realidad un mecanismo de administración centralizada de la economía, más que de planificación.

La estatización y la colectivización no aseguraron una verdadera socialización de la propiedad sobre los medios de producción, debido a que los trabajadores de las empresas estatales y los cooperativistas no ejercían en verdad su condición de propietarios.

No podían fiscalizar de forma directa la gestión de su supuesta propiedad; no tenían la capacidad real de planificar, por el carácter directivo y centralizado de esta actividad; no decidían la política inversionista, ni los salarios, ni los precios; ni la política de contratación laboral y, salvo una representación formal de la dirigencia sindical que en realidad respondía a la línea del Partido, tampoco tenían influencia en las decisiones de los consejos de dirección o administración de las empresas.

En cambio, la burocracia a todos los niveles dispuso de esa propiedad como si fuera privada o de grupo, sin asumir los riesgos que asumen los empresarios cuando invierten su propio capital. Adicionalmente, ha disfrutado de forma privada de una serie de beneficios relacionados con su posición en la escala de poder y, al decir de Milovan Djilas, se convirtió en una «nueva clase» que «no llegó al poder para completar un nuevo orden económico, sino para establecer el suyo propio, y, al hacer eso, imponer su poder a la sociedad».

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Milovan Djilas

En consecuencia, en el «socialismo real» la propiedad social no se realizó como tal, y la supuesta democracia popular no fue otra cosa que un régimen autoritario vertical, con un centro de poder incuestionado y totalitario y un sistema de asambleas o consejos que ratificaban unánimemente, o por inmensa mayoría, lo decidido por el centro. En tal sentido, la deformación respecto al ideal se produjo desde los orígenes, aunque luego se consolidó.

Tras la necesidad de «defender al socialismo» se crearon en realidad los mecanismos para asegurar la perpetuación de la clase burocrática, convertida en «clase en sí y para sí»; la defensa de la propiedad social se trocó en defensa de su utilización por parte de la burocracia, como si fuera privada o de grupo, y cada vez más la propaganda se alejó de la realidad.

Sin embargo, en la medida que la «satisfacción creciente de las necesidades», formulada cual ley económica fundamental del socialismo, se alejaba de la cotidianidad de los ciudadanos, se deterioraba entre gran parte de la sociedad la credibilidad en el socialismo como sistema capaz de producir bienestar.

Ello, sin dudas se debe a que el sistema nació deformado, impuesto como opción política sin que existieran las condiciones económicas y sociales objetivas para asegurar una transición exitosa desde el capitalismo. A eso debe añadirse que en varios países capitalistas desarrollados se produjeron transformaciones económicas y sociales que conllevaron un mejoramiento sustancial del nivel de vida.

En tiempos de la Perestroika, la Glasnost y la democratización, en el fragor de la lucha política desatada entre las facciones reformista y conservadora dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), la última acusaba a la primera de pretender la «finlandización» de la sociedad soviética. De haber ocurrido, ello habría sido un gran avance, no solo desde el punto de vista económico, sino también político y social.

En cambio la sociedad soviética, que históricamente había vivido bajo un régimen autoritario, no fue capaz de lograr una transición hacia la democracia. Los cambios institucionales promovidos por Gorbachov no vencieron al autoritarismo porque fueron impuestos con los métodos autoritarios tradicionales. Al desaparecer la URSS, Rusia y la mayor parte de las repúblicas herederas mantuvieron el autoritarismo como mecanismo de toma de decisiones.

La transición hacia el capitalismo mafioso

Si bien es cierto que durante los años noventa, se respiraron en Rusia ciertos grados de libertad, proliferaron diversos partidos políticos y hubo elecciones relativamente libres en los diversos niveles de la administración del Estado; la debacle económica por el derrumbe del viejo sistema de administración centralizada sin que el país estuviera preparado para uno nuevo basado en un mercado transparente y con reglas claras, llevó a que muchas personas asociaran esa escasa e imperfecta democracia con el derrumbe de la economía y el empeoramiento del nivel de vida.

Según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), el comportamiento del Producto Interno Bruto (PIB) de Rusia en 1993 fue de -8,7%, y en 1994 de -12,7%. En el período 1993-1999 se contrajo a un ritmo promedio anual de -4,0%.1 La inflación promedio anual para ese mismo período fue de 141,2%, con años críticos en 1992 (874,3%), 1993 (307,5%) y 1994 (197,3%). Se desplomó la inversión durante cuatro años consecutivos (entre 1990 y 1994) y el desempleo creció sostenidamente desde 5,2% en 1992 a 13,0% en 1999.

Bajo el gobierno de Borís Yeltsin, no se planteó en Rusia una transición desde una economía centralmente dirigida a una de mercado que conservara los beneficios sociales alcanzados por la sociedad soviética, sino una transición rápida al capitalismo que favoreció abiertamente a ciertos grupos económicos surgidos de las ruinas de la Perestroika.

En ellos participaron antiguos dirigentes del PCUS y del Estado, miembros del Comité Estatal de Seguridad (KGB), de la policía, directores de empresas estatales, y criminales que durante la etapa soviética acumularon inmensas cantidades de dinero provenientes de diversas actividades ilegales, incluso tráfico de drogas, y que en tiempos del derrumbe del sistema político contaron con el apoyo y protección, a cambio de sobornos, de la policía y la seguridad del Estado.

Estos grupos fueron los grandes beneficiarios del proceso de privatización ocurrido en los noventa del siglo pasado. El carácter mafioso de los mismos pudo acomodarse bien a las prácticas del KGB desde tiempos de Stalin, que con métodos mafiosos pretendían enfrentar la contrarrevolución, y terminaron haciéndola.

El sistema establecido por personajes como Genrij Yágoda, Nikolai Yezhov y Lavrenti Beria, permeó negativamente la práctica de las instituciones de seguridad soviéticas que, más que proteger la seguridad del país de enemigos externos, se dedicó a proteger al liderazgo estalinista y su grupo de poder de la oposición interna y de la aparición paulatina de la disidencia política. Tras el fin del estalinismo, el KGB debió someterse a las estructuras partidistas, pero también continuó actuando con cierto grado de libertad en lo que atañe a la persecución de la disidencia política.

¿Cómo ocurrió la privatización en Rusia durante los noventa?

En los últimos años de la Perestroika, varios funcionarios del Partido, del Komsomol y del Estado a diversos niveles, se apropiaron ilegalmente de empresas ante el colapso de las estructuras del Estado soviético, o se quedaron con el dinero de la venta de activos de dichas organizaciones. Así, en el momento en que se decretó la privatización generalizada de las empresas estatales, ya existía un sector de funcionarios del Estado y el Partido, junto a quienes se habían dedicado a actividades delictivas, que tenían recursos provenientes de una «acumulación originaria» con base en la corrupción y el latrocinio.

Para la privatización, decretada en 1992, se aplicó el sistema de otorgar a cada ciudadano un bono de 10.000 rublos, con el que podría adquirir acciones de las empresas privatizadas u operar en el mercado secundario de valores vendiendo dichos bonos para adquirir bienes y servicios imprescindibles. En realidad, muchos ciudadanos sencillos vendieron sus bonos para obtener dinero en efectivo con el que obtener bienes y servicios imprescindibles y los compradores fueron sociedades de inversión o nacientes capitalistas que disponían de recursos «originarios» y estaban en condiciones de conseguir el control de empresas del Estado con importancia estratégica.

A tenor con ello, empresas mineras, petroleras, metal-mecánicas, de aviación y otras, pasaron a pocas manos; sobre todo después que el viceprimer ministro y ministro de Privatización, Anatoli Chubáis, «otorgara garantías a los directores de empresas del Estado, con la anuencia de Yeltsin, para aplicar de forma flexible la legislación sobre privatizaciones, de forma que pudieran controlar el proceso y alcanzar cuotas mayores de participación y control en las empresas privatizadas».

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Anatoly Chubáis (Foto: Forbes)

Así y todo, durante la primera etapa del proceso de privatizaciones no se logró recaudar suficientes recursos. Entre tanto, se deterioraba sustancialmente el nivel de vida de buena parte de la población rusa, en especial de los pensionados.

En las elecciones de 1996 Yeltsin anunció la intención de buscar la reelección, pero esa posibilidad era amenazada por la candidatura de Guennadi Ziugánov, máximo dirigente del nuevo Partido Comunista de la Federación Rusa. Esto llevó al presidente en ejercicio a pactar con los oligarcas el apoyo económico y propagandístico a cambio de ventajas en la adquisición de bienes del Estado.

Yeltsin se impuso en la segunda vuelta a Ziugánov, y empresarios como Borís Berezovski, Vladimir Gussinsky y Mijaíl Chernoi —rivales por el control del pastel empresarial que se feriaba a precios de ganga—, se aliaron para compartir el control de la mayor parte de las empresas estatales vendidas en aquella época. En breve tiempo, los oligarcas adquirieron empresas industriales y de servicios estratégicas, bancos y medios de comunicación.

Lo anterior fue posible precisamente por la existencia de una democracia débil, permeada por la tradición de autoritarismo, que permitiera la colusión entre los nuevos grupos económicos y las estructuras del poder estatal. Esto se facilitó por las ambiciones y características personales de Yeltsin, unidas al apoyo de los círculos de poder del capitalismo mundial, dispuestos a aceptar cualquier tipo de transición al capitalismo en Rusia, no importa si reproducía relaciones mafiosas.

Las mafias empresariales intervenían sistemáticamente en política, presionaban a ministros, accedían a puestos decisivos en la administración del Estado e incluso en los órganos de seguridad, y todo ello cuando el país entraba en bancarrota económica a fines de la década, mientras los oligarcas incrementaban notablemente su patrimonio aprovechando las relaciones corruptas con el poder del Estado. En esas circunstancias, Rusia entró en cese de pagos de su deuda en 1998 y la economía entró en una nueva crisis.

El «putinismo» y la transformación del capitalismo ruso

El ascenso de Vladimir Putin al poder a partir del año 2000, ha significado una nueva etapa en el desarrollo del capitalismo mafioso ruso. A diferencia de la etapa anterior, se aplicó un férreo control a la actividad de los oligarcas a cambio de fortalecer la posición política y económica del Estado, y permitir la actividad económica privada siempre que responda a los intereses del centro de poder. Algo muy parecido caracterizó la relación entre el régimen nazi y los grandes capitanes de la industria alemana en los años treinta y cuarenta del siglo XX.

Putin entró en cintura a los oligarcas de la época de Yeltsin, debido a que muchos de ellos aspiraron a acceder al poder político para utilizarlo en función de intereses personales y de grupo. Sin embargo, ha permitido la aparición de una nueva oligarquía, que se desarrolla a la sombra de su poder sin cuestionarlo.

Entre 2000 y 2021, la economía rusa creció a un ritmo promedio anual de 3,5%, que sin ser espectacular ha remontado la debacle de la última década del siglo XX. El PIB per cápita, a precios constantes de 2015, pasó de 5.331 dólares estadounidenses en 2000 a 10.217 en 2021. La inflación bajó, de dos dígitos al comienzo de la década, a solo uno en 2021; aunque volvió a alcanzar dos dígitos en 2022 (13,8%). El pasado año, debido a la agresión a Ucrania y las sanciones económicas de Estados Unidos y los países de la Unión Europa, la variación del PIB fue de -3,4%.

La guerra contra Ucrania ha demostrado las debilidades de Rusia en sus aspiraciones de recuperar una posición de gran potencia. La imposibilidad de ganar una guerra relámpago, los reveses en el campo de batalla y el impacto de las sanciones económicas, evidencian las debilidades estructurales de su economía, altamente dependiente de la exportación de materias primas, estratégicas pero materias primas al fin, y de las importaciones de tecnología.

Incluso, siendo potencia militar de primer orden, ha debido importar tecnología militar de Irán. Todo ello pone en entredicho las aspiraciones de Putin de lograr una posición como potencia geopolítica, pues carece del poderío económico para sostener tal pretensión. Con ello Rusia reproduce un escenario parecido al que definió su posición internacional en los años previos a la Primera Guerra Mundial.

El escenario de la Rusia actual es el de un país con instituciones democráticas formales, supuesta pluralidad de partidos políticos y «elecciones» regulares en las que el poder logra reproducir su dominio con mayorías parecidas a las de la época soviética, pero en el que se persigue a la oposición real al nuevo autócrata.

Los principales opositores políticos de Putin son asesinados y sus muertes jamás esclarecidas, así ocurrió con Anna Politovskaya y Borís Nemtsov; o se les intenta asesinar, como el caso de Alexey Navalny, y al no lograrlo, lo sometieron a procesos judiciales viciados y condenas excesivas, con evidente violación de sus derechos ciudadanos. Tal situación demuestra prácticas mafiosas con la connivencia de tribunales y organismos de la seguridad del Estado.

autoritarismo

Alexei Navalny (Foto: Yuri Kozyrev / Noor / Redux)

Desde el punto de vista económico, Rusia es un país capitalista con altos niveles de desigualdad social, que hasta el estallido de la guerra permitió el desarrollo no solo de los multimillonarios asociados al poder, sino de una pujante clase media y profesional que solía aceptar el autoritarismo y la falta de libertades políticas a cambio de un relativo bienestar económico.

¿Resulta deseable el «modelo» ruso para Cuba?

En Rusia se ha producido una transición del socialismo burocrático a un capitalismo mafioso, y de este a una especie de «capitalismo neopatrimonial», para utilizar la definición de Christopher Claphan que a su vez se basó en el término «patrimonialismo» de Max Weber y el «neopatrimonialismo» de Shmuel Eisenstadt, y que sugiere considerar el politólogo cubano Armando Chaguaceda al caracterizar el sistema político y económico ruso y la posible copia que algunos podrían intentar en el caso cubano.

Dicho sistema combina las estructuras políticas típicas del autoritarismo y la autocracia con el acceso ventajoso de los grupos económicos asociados al poder político, y gozan del apoyo de este siempre que no lo reten o pretendan acceder a él.  

Un sistema parecido caracteriza la evolución de la mayor parte de las repúblicas ex soviéticas, quizás con la excepción de las bálticas que se incorporaron a la Unión Europea y asumieron sus exigencias en materia política e institucional, además de económica.

Ello fue posible debido a un contexto internacional favorable, pues las grandes potencias capitalistas estaban más interesadas en el derrumbe del supuesto socialismo en esos países, que en asegurar su transición real a la democracia y a economías de mercado con justicia social. Para derrotar al sistema que se les oponía en la Guerra Fría, dio igual cuál sistema lo heredara, siempre que se basara en las reglas del capitalismo y la economía de mercado. Luego fue demasiado tarde.

¿Es este el modelo que debe tomar el proceso de cambios estructurales en Cuba? Para algunos la respuesta podría ser afirmativa, siempre que garantice la «tranquilidad» y un relativo bienestar económico. A fin de cuentas, sistemas parecidos existen en la actualidad en países como Nicaragua y Venezuela, aunque el bienestar allí es cuestionable y la tranquilidad es la que impone la represión.

No obstante, en Cuba se agotaron los tiempos para transitar a una reforma económica en el marco de instituciones autoritarias. A diferencia de Rusia, la Isla no ha tenido una experiencia democrática reciente a la que vincular con el desastre económico, sino que este se vincula precisamente al sistema autoritario vigente, que sigue coartando libertades, persiguiendo la disidencia y reprimiendo las voces críticas, incluso las que oponen al actual estado de cosas una opción socialista diferente. Además, resulta incapaz de producir una reforma económica que permita la recuperación del crecimiento y contribuya al mejoramiento del bienestar.

Los cambios económicos necesarios en la Isla son de un inmenso calado y naturaleza estructural, pero no tendrán los efectos positivos deseados de potenciar crecimiento y desarrollo con justicia social, si no se impulsan desde instituciones y políticas democráticas. En consecuencia, Rusia no es un modelo deseable para Cuba si el objetivo fundamental es iniciar una senda de desarrollo económico y social en condiciones de democracia política real, y no conservar el autoritarismo a toda costa.

***

1. Cálculos del autor con base a estadísticas del FMI.

31 enero 2023 21 comentarios 1,9K vistas
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Mercado cambiario

Mercado cambiario e inserción internacional de la economía cubana

por Mauricio De Miranda Parrondo 20 enero 2023
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

En los últimos días se ha observado una reducción del tipo de cambio de las divisas en el mercado informal cubano, que es por el momento el de referencia, ya que la venta de divisas en las CADECA, a un valor fijo adoptado por el Banco Central —cinco veces mayor que el precio oficial del dólar estadounidense—, no es capaz de asegurar la demanda de adquisición de moneda extranjera por parte de la población.

En el gráfico se observa también que el precio del dólar en efectivo supera el de los depósitos para su uso en tiendas en moneda libremente convertible (MLC), y mientras en el mercado mundial un euro (EUR) se cotiza a 1,08 dólares estadounidenses (USD) aproximadamente, en el mercado insular la proporción entre los precios de ambas monedas en pesos cubanos (CUP) es solo 1,018, lo que explica una preferencia por la moneda del país vecino.

Mercado cambiario

Tipos de cambio del mercado informal. (Fuente: El Toque)

Desde el 1ro de enero, tanto el EUR como el USD han perdido ocho CUP, mientras que el MLC ha perdido diez. El desabastecimiento que se verifica en las tiendas en MLC podría ser un factor que explique esta tendencia reciente, mientras que la disponibilidad de efectivo asegura una liquidez inmediata para viajar o acudir al mercado informal de bienes y servicios.

La reciente caída en la cotización de las divisas puede explicarse —entre otras razones— por el anuncio de las autoridades estadounidenses que ofrece treinta mil visas mensuales a cubanos, venezolanos, nicaragüenses y haitianos; al tiempo que se anuncia la deportación de personas que opten por entrar ilegalmente por la frontera norteamericana. El año pasado se produjo la mayor entrada de cubanos en Estados Unidos en los últimos cuarenta años, que superó ampliamente a la ocurrida en 1980 a través del puerto de Mariel.

Como he escrito en otras oportunidades, la crisis de la economía es estructural y requiere de soluciones estructurales. Una de ellas es, precisamente, la creación de un mercado de divisas transparente, con un tipo de cambio único y flexible, establecido por ese mercado y al que accedan libremente tanto las personas jurídicas como naturales.

El mantenimiento de tipos de cambio múltiples, con un tipo oficial sobrevaluado y sin fundamento económico y otro para transacciones de las personas naturales en CADECA, cinco veces más alto que el oficial pero con insuficiente oferta de divisas, lleva al mantenimiento del mercado informal de divisas, que es el único que funciona plenamente con arreglo a las condiciones de oferta y la demanda.

La actual situación genera severas distorsiones a la economía cubana. La dolarización parcial continúa segmentando los mercados, mientras que la existencia de tipos de cambio oficial y del mercado estatal que no reflejan las condiciones del mercado, están impidiendo a las empresas disponer de las señales que envía el sistema de precios relativos.

En tales condiciones no es posible adoptar las decisiones necesarias para mejorar la competividad, y tampoco se logra fomentar la producción nacional que sustituya importaciones si los tipos de cambio en que opera el comercio exterior son irreales y además sobrevaluados.

La dirigencia cubana ha priorizado históricamente mantener el control respecto a la economía y la sociedad, sobre las medidas para estimular el crecimiento y en consecuencia el bienestar de la sociedad, si estas últimas conducen al debilitamiento o pérdida de ese control. La persistencia en la utilización de mecanismos como la administración centralizada de recursos, la centralización de decisiones y los frenos sistemáticos al emprendimiento privado, lejos de favorecer al desarrollo económico lo han obstaculizado.

La economía cubana es abierta, lo que indica que depende en gran medida de sus relaciones económicas internacionales, debido a que con lo que produce no satisface las necesidades materiales de la sociedad. Sin embargo, en las últimas décadas esa dependencia se ha incrementado notablemente, toda vez que su industria está prácticamente paralizada, su sector agropecuario no satisface las necesidades alimenticias de la población ni de materias primas para el sector productivo, y depende de importaciones de combustible para responder a las necesidades energéticas de los hogares, las empresas y demás instituciones.

Cuando un sistema productivo resulta insuficiente para satisfacer las necesidades de la sociedad debe ser complementado con importaciones, pero para poder importar es necesario disponer de divisas, y para ello se necesita exportar. Si no se exporta lo suficiente para importar, resulta necesario buscar recursos externos que pueden provenir de la inversión extranjera directa o del endeudamiento externo. De lo contrario, sería necesario acudir a las reservas internacionales, en caso de que existan, para compensar los déficits externos.

Lamentablemente, los economistas no contamos con la posibilidad de analizar a profundidad la situación externa del país, debido a que la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), no publica los datos completos y actualizados de la Balanza de Pagos Internacionales. De hacerlo, podríamos obtener cifras oficiales no solo del comercio exterior de bienes y servicios, sino de las inversiones foráneas, los pagos por el rendimiento de los capitales invertidos o prestados, los movimientos del endeudamiento, así como los cambios en las reservas monetarias internacionales.

Tal opacidad suele indicar severos problemas en las finanzas externas, lo que desalienta el interés de potenciales inversionistas y estimula el de los llamados «fondos buitres», que buscan ganancias extraordinarias en el alto riesgo que pueden representar los deudores.

📌 Nota informativa de la Superintendencia del Banco Central de Cuba
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— Banco Central de Cuba (@BancoCentralCub) January 13, 2023

La teoría económica en general reconoce la importancia que tiene la inversión en el crecimiento económico. Para mencionar apenas dos ejemplos: Marx decía que la acumulación de capital es la fuente de reproducción ampliada del capital; Keynes, por su parte, esbozó una teoría sobre el efecto multiplicador de las inversiones en la renta. Pero, como enseña la macroeconomía moderna, la fuente de la inversión es el ahorro, y en una economía cerrada solo es posible invertir aquello que se ha ahorrado, por lo que ambas magnitudes deberían ser idénticas.

No obstante, en realidad todas las economías del mundo son abiertas —aunque unas lo sean más que otras— porque ninguna es completamente autárquica y todas se ven expuestas a las relaciones económicas internacionales, por lo que no existe tal identidad entre el ahorro y la inversión.

Los países cuyo nivel de ahorro bruto es superior a sus necesidades de inversión —como China—, exportan ahorro al mundo en forma de inversiones o préstamos. Los países cuyo nivel de ahorro es inferior a sus necesidades de inversión —como Cuba—, importan ahorro externo, es decir, necesitan de la inversión extranjera o de los préstamos externos.

En los últimos años, la situación económica de Cuba podría resumirse en las siguientes características:

  1. Una economía en crisis, que entre 2017 y 2022 muestra una variación promedio anual del PIB de -0,7%, que es como si cada uno de esos años decreciera el PIB en esa magnitud, aunque en realidad solo decreció en los años 2019 y 2020, pero los crecimientos de los otros tres han sido exiguos.
  2. El sector productivo doméstico está colapsado. Sus más importantes ámbitos —agricultura, ganadería y silvicultura; pesca; minería; industria azucarera; industrias manufactureras no azucareras; y el suministro de electricidad, gas y agua— muestran cifras negativas en la variación del producto sectorial en la mayor parte de los años 2017-2021.
  3. Notable deterioro de la infraestructura, y subdesarrollo y escasa cobertura de los sistemas de transporte y comunicaciones.
  4. Las últimas cifras de comercio exterior de bienes y servicios disponibles (años 2020 y 2021) muestran un balance negativo, porque las importaciones superan las exportaciones y ambas decrecen. A falta de otras alternativas para disponer de divisas, las exportaciones de bienes y servicios se convierten en un límite para las importaciones, y si estas son imprescindibles para asegurar necesidades de inversión, de gasto público o de consumo, se convierten en una limitación para el crecimiento económico.
  5. Insuficiente capacidad de ahorro interno bruto, que requiere de la importación de ahorro externo. Sin embargo, la afluencia de capitales por vía de la inversión extranjera directa, e incluso por endeudamiento, está limitada por las sanciones económicas estadounidenses y por la baja puntuación que las calificadoras de riesgo otorgan a Cuba. La incapacidad del país para cumplir sus obligaciones externas, lleva a que cada vez resulte más difícil y costoso recibir recursos financieros del exterior, sin los cuales la economía difícilmente recupere una senda de crecimiento.
  6. La excesiva centralización de las decisiones y el excesivo control sobre las actividades no estatales asfixian el emprendimiento empresarial, que debería ser la fuente del crecimiento económico.
  7. Los errores de política económica han sido responsables en gran medida de la gravísima situación del país, que impacta negativamente sobre el nivel de vida de la población.
  8. La crisis económica ha afectado notablemente a la educación y la salud, que habían sido históricamente los pilares de la política social.

Informamos a la población que, en el transcurso de este mes enero, en el Hospital Ginecobstétrico Diez de Octubre, de la provincia de La Habana, lamentablemente han fallecido ocho recién nacidos con bajo peso al nacer y prematuridad.

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— Ministerio de Salud Pública de Cuba (@MINSAPCuba) January 17, 2023

Dicho esto, pareciera que desde el punto de vista estrictamente cambiario, y sin hacer referencia en este momento a todos los aspectos de la política económica y a los necesarios cambios institucionales y políticos a los que en otras oportunidades me he referido, resulta imprescindible —en mi opinión— adoptar las siguientes medidas de urgencia.

  1. Abandonar el monopolio estatal del comercio exterior y permitir el libre acceso de todos los actores económicos —con independencia del tipo de propiedad— al mercado internacional de bienes y servicios.
  2. Eliminar las tiendas en moneda libremente convertible y otorgarle al peso cubano la soberanía plena en las transacciones económicas y financieras dentro del territorio nacional.
  3. Eliminar el tipo de cambio oficial fijo, que no guarda relación alguna con la realidad económica del país; abandonar los tipos de cambio múltiples y adoptar un régimen cambiario flexible, en el que el Banco Central tenga capacidad de intervención para frenar las presiones especulativas.
  4. Crear un mercado cambiario legal y transparente, permitiendo su funcionamiento en bancos, instituciones financieras, casas de cambio estatales, así como la actividad cambiaria privada y cooperativa en forma de micros, pequeñas y medianas empresas. Al hacer transparente la actividad cambiaria, el mercado informal pierde su razón de existir y el mercado legal marcaría la evolución de los tipos de cambio y permitiría al banco central calcular una tasa representativa del mercado de referencia para los diversos actores económicos y la población en general.

Lo más probable es que con el funcionamiento de un mercado cambiario legal transparente, los tipos de cambio se muevan hacia valores cercanos al actualmente informal, lo que beneficiaría a los exportadores porque haría sus bienes o servicios competitivos internacionalmente en términos de precios o permitiría un incremento notable de sus ingresos en moneda nacional.

Al mismo tiempo resulta imprescindible que se elimine la mayor parte de las restricciones que limitan el emprendimiento, y se permita el funcionamiento de empresas privadas y cooperativas en muchas actividades en las que actualmente se prohíbe, de forma tal que el crecimiento de la actividad productiva conduzca al aumento de la oferta, lo que permitiría un descenso de los precios y un mejoramiento de la capacidad adquisitiva de la población.

En la medida en que aumente la producción doméstica y el peso cubano alcance la soberanía monetaria interna y su convertibilidad plena, sería muy probable una paulatina apreciación de la moneda nacional y, en consecuencia, un mejoramiento de la capacidad adquisitiva de la población.

Esto no es suficiente, sin embargo, para solucionar la crisis de la economía insular, que tiene en el sector externo uno de sus mayores obstáculos. Cuba debe incrementar sus ingresos por exportaciones, sustituir importaciones con producción doméstica y revertir la tendencia de deterioro de la balanza de pagos y de las reservas monetarias internacionales. Pero nada de eso se logra por decreto o mediante consignas políticas.

Con independencia de las posibilidades de incrementar los ingresos por turismo, que aún no repunta suficientemente, es imprescindible reconstruir los sectores productivos nacionales y la infraestructura. Como quiera que las fuentes domésticas de acumulación son insuficientes, resulta necesario facilitar el acceso al capital procedente del exterior por la vía de inversión directa. La legislación en tal sentido se ha flexibilizado recientemente, permitiendo incluso asociaciones de capital extranjero con empresas no estatales, sin embargo, ello no es suficiente.

No existen razones de peso desde el lado de los inversionistas foráneos para invertir en Cuba. Entre las limitaciones principales podrían mencionarse: escasa dimensión del mercado doméstico; subdesarrollo de la infraestructura de vías, medios de transporte y sistemas de comunicación; ausencia de independencia del sistema judicial cubano en caso de un litigio con las autoridades; mantenimiento de mecanismos de exclusión de derechos de la población cubana residente en el exterior, que en un nuevo contexto político distendido, y solucionado el tema de las garantías, podría invertir en el país; así como persistencia de las sanciones económicas de Estados Unidos.

Hace unos días, el profesor, investigador y ex ministro de Economía y Planificación, José Luis Rodríguez, publicó en Cubadebate un artículo en tres partes en el que analiza los problemas de la inserción internacional de Cuba a través de los años. En la segunda de ellas mencionó que Cuba había renegociado favorablemente préstamos por 54.200 millones de dólares y había obtenido un 82% de condonación, pero a renglón seguido reconoció que después, desde 2016, no había sido posible sostener el pago de la deuda restante.

Mercado cambiario

Como es sabido, esto ha llevado al Estado cubano —entre otras dificultades— a un litigio internacional relacionado con el impago de deudas adquiridas por fondos de inversión de alto riesgo en el mercado secundario. Esta situación, unida a la crisis económica y a la ausencia de datos sobre la situación de las finanzas internacionales, resultan factores que deterioran la calificación del riesgo-país y, por tanto, dificultan y endurecen las condiciones de acceso a recursos financieros frescos que son imprescindibles.

Finalmente, no parece viable que mejore la situación externa de Cuba sin que pueda acceder a organismos financieros internacionales multilaterales y regionales, como el Fondo Monetario Internacional, el Grupo del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. Ello no será posible mientras se mantenga el veto de los Estados Unidos, por lo que resulta imprescindible el desarrollo de una diplomacia activa, que permita reencauzar el restablecimiento de relaciones diplomáticas y económicas normales entre ambos países y el desmonte de las sanciones económicas actuales como resultado de un proceso de negociación.

Para ello se necesitan pasos desde ambas orillas, y para comenzar, no porque Estados Unidos lo exija, sino porque lo requiere la necesidad de reconstruir la nación cubana, actualmente afectada por una fractura profunda.

El gobierno cubano debería abandonar la utilización de prácticas lesivas a los derechos humanos, como el encarcelamiento de quienes han realizado protestas; el hostigamiento o la imposición del exilio forzado a disidentes y críticos del sistema político; indultar a quienes se encuentran presos por motivos políticos y permitir el regreso al país de personas a las que se les ha impedido.

Asimismo, habilitar —mediante legislación complementaria— el ejercicio y no la restricción de los derechos que están contenidos en la Constitución; eliminar las restricciones de permanencia de ciudadanos cubanos en el exterior para conservar sus derechos y propiedades; y restablecer todos los derechos de los cubanos residentes fuera de la Isla en pie de igualdad con quienes residen en ella, incluidos el voto y la capacidad de participar activa y libremente en la vida política y económica nacional y contribuir al desarrollo del país.

No veo otra forma de reconstruir la maltrecha economía cubana, recuperar el crecimiento económico y mejorar el bienestar social que no sea en un sistema profundamente democrático, que admita el desarrollo de libertades cívicas y permita llevar a la realidad la máxima martiana de alcanzar la «dignidad plena del hombre». El camino puede ser largo y lleno de obstáculos, pero vale la pena trabajar porque se construya de forma pacífica, civilizada e incluyente.

20 enero 2023 18 comentarios 1,5K vistas
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Caja que cuadra

A propósito de «la caja que no cuadra»

por Mauricio De Miranda Parrondo 6 enero 2023
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

No me voy a referir esencialmente —aunque también—, al programa Cuadrando la Caja, transmitido en dos partes por la televisión cubana hace tres meses, al parecer sin penas ni gloria, pero que ha levantado un nuevo avispero a partir de que el pasado 29 de diciembre publicara, en su sitio de Facebook, una parte de la intervención del notable científico cubano Agustín Lage en aquellos programas, en que cambia su indudable experticia en el campo de la inmunología molecular por opiniones económicas de dudosa base científica.

Colegas como Julio Carranza y Oscar Fernández respondieron con excelentes textos en sus perfiles respectivos de Facebook y motivaron muchísimos comentarios de diverso signo, incluyendo uno mío. Luego, el texto de Carranza fue reproducido en el blog Segunda Cita, del cantautor Silvio Rodríguez donde suscitó opiniones de destacados economistas y cientistas sociales como Humberto Pérez, Joaquín Benavides y Carlos Alzugaray.

Este texto, sin embargo, no es mi respuesta al doctor Agustín Lage, ni siquiera a la calidad o pertinencia de las intervenciones hechas en el referido programa, sino tiene por objeto analizar lo inconveniente de continuar con estériles debates ideológicos que en realidad no resuelven los problemas principales que afectan al país desde hace varias décadas, y que alcanzan en la actualidad una gravedad extrema.

No obstante, considero importante desmitificar algunos conceptos que a menudo son utilizados por dirigentes del Partido y el gobierno cubanos en sus intervenciones públicas, y luego también por algunos analistas en medios oficiales. Tales conceptos, en el fondo, carecen de contenido real o son tergiversados debido al lamentable desconocimiento tanto de las categorías de la economía política marxista, como de la economía moderna.

El ataque que en la actualidad se dirige contra la actividad económica privada en Cuba, y la defensa dogmática del Estado como empresario, no es algo nuevo. Estamos acostumbrados a la funesta táctica de la dirigencia, apoyada en su control sobre los medios de difusión, de abrir espacios al sector no estatal y al mercado cuando el agua da al cuello y cerrarlos cuando baja a la cintura. El guion no ha cambiado.

La crítica no suele ser lanzada primero desde los más altos niveles de decisión, sino desde niveles intermedios y, a partir de un estado de opinión que nunca se demuestra con la publicación de datos, se cierran los escasos espacios de actividad económica con ciertos grados de libertad. La diferencia con el momento actual es que el agua sigue al cuello, y esto hace aún más absurdo apelar a una serie de dogmas cuya inutilidad está demostrada por la experiencia histórica.

Es usual que se culpe de los altos precios de bienes y servicios a los empresarios privados, y antes a los trabajadores por cuenta propia, desconociendo la responsabilidad que han tenido en ello la desastrosa política monetaria del llamado «Ordenamiento»; el excesivo déficit fiscal que se ha monetizado; la existencia de tiendas en las que se requieren depósitos en divisas extranjeras para adquirir bienes que resultan elementales en la mayor parte de los hogares del mundo; el impacto de la devaluación del peso en la necesidad de importar insumos debido a que nuestra industria lleva décadas postrada; y la escasez de producción agropecuaria y bienes de consumo en general, que en cualquier economía normal se traduce en aumento de precios.

No obstante, abogar por la existencia de empresas privadas y cooperativas en la economía cubana no significa que se proponga privatizar la propiedad pública. Hasta el momento, la mayor parte de los economistas que apoyamos el desarrollo de actividades económicas privadas y cooperativas no hemos propuesto privatizar, sino que, junto a la presencia de empresas estatales, existan empresas privadas y cooperativas, y si deben competir, que compitan.

Lo que no tiene sentido alguno es que para asegurar el control sobre la sociedad se establezcan monopolios estatales, que compensen su ineficiencia con altos precios por los bienes y servicios que ofrecen, usualmente con cuestionable calidad, lo que se traduce en el empeoramiento del nivel de vida de las personas.

A quienes atizan el fuego contra el naciente y bastante vapuleado sector privado en la economía cubana por temores de una restauración capitalista, les sugiero revisar todo lo que han avanzado muchísimas empresas privadas, incluso en países subdesarrollados y especialmente latinoamericanos, en temas de responsabilidad social. Les invito asimismo a considerar las posibilidades reales de restauración capitalista que se crean a partir de la existencia de empresas constituidas con recursos públicos y que aparecen «legalmente» como sociedades comerciales privadas.

Desde las torres de marfil del dogmatismo característico del marxismo vulgar, se pretende que aceptemos que socialismo es, exclusivamente, el modelo heredado del estalinismo, y que podría resumirse, desde el punto de vista económico, en el carácter centralizado y estatizado de la economía y la verticalidad de las principales decisiones relativas a producción, distribución y consumo.

Por su parte, desde el punto de vista institucional y político, en ese tipo de socialismo el «modelo» ha estipulado el dominio de un partido único —minoritario, por cierto—, sobre el resto de la sociedad, privada por ende de la soberanía para ejercer con mecanismos reales y legalmente asegurados su condición de propietaria de los medios de producción fundamentales.

Del estalinismo también se heredó —aunque ello comenzara bajo el liderazgo de Lenin— la práctica de asegurar la supuesta unidad no mediante el consenso, sino a partir de la represión del pensamiento diferente, y de estigmatizar la crítica con los calificativos de anti-socialista, anti-obrera, anti-soviética y, en nuestro caso, anti-cubana y, de paso, mercenaria.

Ese tipo de socialismo, fracasado históricamente, es el que se pretende «irrevocable» en Cuba para asegurar su «continuidad», en absurdo desprecio por la dialéctica, la concepción materialista de la historia y la realidad misma.

Para los fundadores del pensamiento socialista en su vertiente marxista —que vale aclarar no ha sido la única—, el socialismo sería resultado de la solución de la contradicción entre el carácter cada vez más social del proceso de producción y el carácter cada vez más privado de la apropiación de los resultados de la producción. Ese alto nivel de socialización de la producción no existía en la Rusia bolchevique al inicio de las transformaciones socialistas, y fue violentado. Lo mismo ocurrió en los países de Europa Oriental y en China, Vietnam, Corea del Norte, Cuba y demás naciones en que se adoptó este modelo.

Es decir, ninguno de estos países estaba en condiciones de construir el socialismo, si es que en algún momento ello fuera posible, porque la realidad es que el proceso seguido por las sociedades capitalistas más desarrolladas —que según Marx serían las primeras en lograr dichas transformaciones sociales y económicas—, están bastante lejos de conseguirlo, y mucho menos conjuntamente, aunque siguen presentes las contradicciones del capitalismo advertidas por Marx, solo que con las lógicas modificaciones del paso de más de un siglo.

Por eso, cuando diversos dirigentes o funcionarios hablan del «socialismo cubano», valdría preguntarnos si lo que existe en Cuba es socialismo, y mi respuesta es negativa. No es socialista un país en el que la propiedad social no se realiza como tal porque la sociedad carece de mecanismos para ejercer su condición de propietaria colectiva de los medios de producción que están en manos del Estado, y tampoco puede controlar la gestión de la misma.

Que una empresa sea estatal no quiere decir que sea socialista. En el orden práctico esto es bastante difícil de lograr. Sin embargo, la única posibilidad real de hacer efectivo un sistema que lo permita, requeriría de una democracia efectiva y de un sistema institucional desarrollado a partir del funcionamiento de un marco legal transparente. Nada de eso existe en Cuba.

Quienes insisten en petrificar el socialismo desde posiciones de poder, y lo convierten en camisa de fuerza que frena el desarrollo de las fuerzas productivas e impide adoptar medidas imprescindibles para sacar al país de la profunda y gravísima crisis en que está; en lo que sí parecen tener éxito es en que cada vez menos personas crean en las posibilidades de un sistema socialista —que tendría que ser radicalmente diferente al que se pretende aquí— como forma avanzada o incluso deseable de organización social.

Esta cuestión, en apariencia teórica, contiene sin embargo un carácter en esencia práctico; porque si asumimos que el sistema que nos presentan como socialista no lo es, entonces resulta perfectamente posible y necesario —incluso dentro del ideal socialista— eliminar todas las características que hacen que dicho sistema sea aquí improductivo y empobrecedor en lo económico y retrógrado en lo político. Por tanto, es imprescindible abandonar las camisas de fuerza que hoy sujetan a Cuba en la más grave crisis de las últimas tres décadas y crear condiciones para que resurja como una sociedad democrática y libre.

Es importante comprender que las penalidades que sufre la sociedad cubana en su vida cotidiana, marcada —entre otras cosas— por la insatisfacción de sus necesidades básicas, el deterioro de su poder adquisitivo, la emigración creciente de jóvenes, profesionales y técnicos; la gravísima situación de la población adulta mayor, son manifestaciones de una crisis económica estructural, pero su solución es de naturaleza eminentemente política.

Desde hace varios años, diversos economistas hemos hecho propuestas de política económica, algunas sistémicas, otras puntuales; algunas con determinado enfoque teórico, otras con otro; sin embargo, casi todos hemos coincidido en que las medidas adoptadas han sido incorrectas, mal diseñadas, mal implementadas y con efectos contrarios al deseable impulso de la recuperación económica del país. A pesar de ello, la dirección del Partido y el gobierno rehúsa considerar las críticas, adopta posiciones justificativas y se abroquela detrás de las sanciones estadounidenses como causa de todos los males. Esto nos sitúa frente a la realidad de que la solución a la crisis económica y al empobrecimiento acelerado que nos afecta, es de naturaleza política y requiere de soluciones políticas.

La dirigencia cubana no solo ha actuado con torpeza en su política económica, también lo ha hecho así en el manejo de los conflictos sociales y políticos resultantes de la agudización de la crisis misma, y de los reclamos de una parte creciente de la sociedad respecto al ejercicio de las libertades consagradas en la constitución y de otras que son parte del acervo político de la «civilización occidental» a la cual pertenecemos. Esto ha contribuido a profundizar la fractura de la sociedad y de la confianza de muchos en que un futuro mejor es posible en Cuba.

En tales condiciones la caja no puede cuadrar. Para ello resultaría imprescindible un nuevo consenso social incluyente, que parta del reconocimiento de opciones y alternativas políticas diversas, y en el que la unidad se alcance desde la diversidad y no a costa de ella. Este debe ser un ejercicio profundamente democrático, del que emerja un sistema institucional y político que asegure las libertades sociales e individuales consagradas en la actual constitución, y otras que deberían ser consecuencia de un futuro proceso constituyente verdaderamente democrático y que, por cierto, es parte del ideario que inspiró en su momento la Revolución Cubana.

6 enero 2023 23 comentarios 2,4K vistas
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Vaivenes Vaivenes

Cuba: entre los vaivenes de una política económica fallida y los problemas irresueltos

por Mauricio De Miranda Parrondo 22 diciembre 2022
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

Desde el rotundo fracaso de la mal llamada zafra de los Diez Millones, que obligó a Fidel Castro a abandonar —aunque solo temporalmente— el voluntarismo que había caracterizado su política económica; la economía cubana se ha caracterizado por oscilaciones entre una férrea centralización burocrática y períodos de moderada descentralización; entre la adopción de criterios de mercado y su abandono y reemplazo por mecanismos administrativos de «ordeno y mando»; entre cierto crecimiento cuando se producen medidas de reforma y un estancamiento cuando estas son frenadas.

Las reformas, siempre parciales y no integradas desde el punto de vista sistémico, suelen adoptarse cuando la economía está en estado calamitoso, y se frenan cuando inicia una recuperación, así sea leve. De tal modo, hemos pasado en la segunda mitad de los setenta y primeros años ochenta, por la introducción de un sistema de dirección y planificación de la economía que seguía el patrón soviético, al que jamás se le permitió funcionar plenamente y que fue acompañado de cierta liberalización de los mercados agropecuarios y artesanales.

A ello continuó, en la segunda mitad de los ochenta, el período de «rectificación de errores y tendencias negativas», que significó una nueva recentralización de las decisiones económicas, el abandono de los mecanismos de mercado y la persecución y posterior cierre de la actividad privada de los mercados mencionados.

El derrumbe de los regímenes dirigidos por partidos comunistas en Europa Oriental, la disolución de la Unión Soviética y la profunda crisis de la economía cubana de principios de los noventa, condujeron a nuevos aires liberalizadores desde el punto de vista económico —que se refrenaron en la segunda mitad de la década, cuando la crisis se consideró superada.

Dicha crisis obligó —entre otras medidas—, a una reforma de la administración central del Estado, del sistema bancario y financiero, del sistema tributario, a una apertura a la inversión directa extranjera y a la reintroducción del trabajo por cuenta propia. Sin embargo, este último aspecto, que implicaba la reaparición de agentes económicos privados, se ha visto sometido a las mayores presiones dadas las oscilaciones de la política económica.

En el último lustro del siglo XX se volvieron a cerrar los espacios del trabajo por cuenta propia, y solo después de una década tornó a impulsarse esta actividad, ante una nueva realidad de bajo crecimiento de la economía. A esas alturas, ya era evidente que el trabajo por cuenta propia no bastaba para fomentar el crecimiento económico, y que el sector estatal, prácticamente colapsado, ineficiente y lastrado por una densa burocracia, se mostraba incompetente —como ha sido siempre—, para asegurar el desarrollo de la economía.

La dirigencia cubana ha sido incapaz de producir reformas estructurales profundas que impulsen el crecimiento y desarrollo de la economía insular. Ni siquiera se han cumplido los Lineamientos aprobados en el VI y VII congresos del Partido Comunista, y el VIII pasó sin que se rindiera cuenta por tales incumplimientos.

Los problemas estructurales que afectan a la economía, no solo no se han solucionado en las últimas décadas, sino que incluso se han profundizado. Esto se ha debido a los errores de política económica, la falta de sistematicidad e integralidad de las reformas y el predominio de concepciones dogmáticas cuya ineficacia está más que demostrada.

La política económica suele trazarse para alcanzar ciertos objetivos, entre los que normalmente están: promover el crecimiento y el desarrollo económicos; incrementar el empleo; mantener una baja inflación; disponer de sistemas bancario, financiero y fiscal sanos y funcionales; alcanzar y mantener el bienestar social. Obviamente, estos son objetivos generales que es necesario adecuar en función del contexto coyuntural y complementar con otros más específicos.

Cuba se encuentra frente a una crisis sistémica de graves proporciones. Sus rasgos principales pueden resumirse en:

    • Incapacidad de la mayor parte de la población de satisfacer con sus ingresos las necesidades básicas elementales.
    • Estancamiento de los sectores industrial y agropecuario.
    • Insuficiente recuperación del sector turístico.
    • Desplome de la capacidad exportadora de bienes.
    • Alta dependencia de las importaciones.
    • Enorme inflación.
    • Elevado déficit fiscal.
    • Escasa inversión extranjera.
    • Incapacidad para cumplir los compromisos financieros externos.
    • Poco ahorro bruto interno.
    • Insuficientes recursos de inversión doméstica y errónea política inversionista del gobierno.
    • Debilitamiento de la moneda nacional agravado por el sostenimiento de la dualidad monetaria.
    • Mantenimiento a toda costa del monopolio estatal en actividades económicas fundamentales.

Todo ello caracteriza una situación en la que la mayor parte de la población debe concentrarse en la batalla cotidiana por la subsistencia. Pensar en el desarrollo de la economía y en el bienestar social, parece ahora mismo una quimera. Creer que con el proyecto económico y político de siempre es posible revertir tal tendencia es un absurdo, y pretenderlo desde la política económica es una irresponsabilidad.

En países democráticos con elecciones libres no habría sobrevivido un nuevo período en el poder el grupo político que llevara décadas cometiendo errores y siendo incapaz de cumplir su parte en un contrato social civilizado, que promueva el desarrollo y el bienestar. Por eso, una de las principales causas de los problemas mencionados es la incapacidad de la sociedad cubana para remover, de forma pacífica y democrática, las estructuras políticas que obstaculizan el desarrollo económico y el fomento de las libertades.  

Si la dirección del país persiste en reprimir la libre emisión de ideas políticas y económicas que disienten de la línea oficial; si continúa haciendo oídos sordos a la necesidad de solucionar, con medidas efectivas y radicales, los graves problemas económicos; deberán asumir que más temprano que tarde se producirán nuevos estallidos sociales. O continuará la sangría migratoria que, aun cuando pueda ser considerada válvula de escape a las presiones internas, también constituye una pérdida de la fuerza de trabajo requerida, no solo para reconstruir la actividad productiva sino también para asegurar el sostenimiento del sistema pensional y, por tanto, de la población adulta mayor.

Mientras tanto, el discurso oficial se mantiene desligado de la realidad, el dogmatismo continúa determinando el alcance e imponiendo restricciones a las decisiones económicas, se sigue responsabilizando a razones externas de la debacle económica, se apela al sacrificio de la población sin que sea posible asegurar ya que tendrá como resultado algo diferente al empeoramiento del nivel de vida, y se atacan las manifestaciones de los problemas y no sus causas.

Son precisamente esos fenómenos los principales enemigos del ideal socialista y, de persistir, terminarán por destruirlo. Digo ideal, porque en realidad es lo único que queda del socialismo en Cuba. Lo demás es una definición hueca, carente de contenido, expresión de la vulgarización del pensamiento marxista y de su concreción política.

Las barbaridades que ocurren en las inmensas e interminables colas para comprar cerdo, pollo o viandas, no son culpa de los «coleros». Estos son la manifestación de la escasez de productos que resulta de los persistentes frenos que impiden el crecimiento de la producción.

La alta inflación no se debe a la inmoralidad o al egoísmo de los productores privados, sino a la escasa producción; los altos costos de los insumos; la devaluación del peso en el mercado informal, que sigue siendo en la práctica el principal mercado cambiario; y a los aumentos de precios en las tiendas que funcionan en monedas libremente convertibles, cuyo acceso —cuando no se dispone de remesas—, requiere de la adquisición de divisas en el mercado informal. Y por supuesto, también se debe a la monetización de los inmensos déficits presupuestales y a la inyección de dinero, sin respaldo en oferta de bienes, que produjo la llamada «Tarea ordenamiento».

La grave crisis fiscal no se soluciona eliminando las exenciones tributarias a las nuevas mipymes, sino reduciendo el gasto que causa la inmensa e improductiva burocracia, estimulando la inversión y promoviendo el emprendimiento privado para que, en su desarrollo, generen nuevos ingresos tributarios con los cuales asumir un gasto público redimensionado y centrado en las prioridades del desarrollo económico y social.

La promoción de exportaciones no se consigue mediante el sostenimiento a toda costa del monopolio del comercio exterior, sino por el contrario, mediante la libertad de acción de las diversas empresas en el escenario internacional, y que ellas cuenten con un sistema cambiario flexible y libre que favorezca la competitividad internacional de la producción nacional y estimule la sustitución de importaciones.

La mayor oferta de alimentos y otros bienes industriales, no se logra con la persistencia del monopolio de acopio ni con consignas en las que muy pocos creen, sino con mayores inversiones en los sectores industrial y agropecuario, con créditos de fomento y con la creación de condiciones para el estímulo de las actividades privadas y cooperativas.

El desarrollo de las comunicaciones y de la infraestructura tecnológica, no se asegura con el monopolio estatal, que solo reproduce ineficiencia, insatisfacción y altas tarifas; sino mediante la apertura a la competencia con el sector privado, que permita revertir el actual subdesarrollo en estas actividades.

La solución de la actual crisis, que no es coyuntural sino estructural, requiere de una profunda reforma de las instituciones, que permita la democratización de la sociedad, de forma tal que sea posible construir colectivamente un nuevo proyecto de país. Para ello no es necesaria —y ni siquiera conveniente—, la unanimidad, sino la capacidad de construir desde la diferencia, haciendo valer la soberanía del pueblo, que no debe someterse a la dirección de un partido ni a la pretendida inmutabilidad de sistema político o económico alguno.

22 diciembre 2022 21 comentarios 1,8K vistas
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Consignas

La economía no cree en consignas

por Mauricio De Miranda Parrondo 15 diciembre 2022
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

Refiriéndose a lo que llamó la economía política vulgar, en el Postfacio a la segunda edición del primer tomo de El Capital, Marx escribió: «Ya no se trataba de si tal o cual teorema era o no verdadero, sino de si resultaba beneficioso o perjudicial, cómodo o molesto, de si infringía o no las ordenanzas de la policía. Los investigadores desinteresados fueron sustituidos por espadachines a sueldo y los estudios científicos imparciales dejaron el puesto a la conciencia turbia y a las perversas intenciones de la apologética».

Los marxistas vulgares de hoy, al servicio de una burocracia convertida en clase social, en una sociedad que denominan socialista pero que en realidad no lo es, apelan a la apologética para abordar los problemas de la economía y de la sociedad. Con ello traicionan la esencia misma del marxismo, además de ser incapaces de ofrecer soluciones reales a dichos problemas porque desconocen las contradicciones fundamentales que los generan.

No obstante, aunque el debate teórico puede resultar muy importante desde el punto de vista académico, la sociedad cubana requiere soluciones prácticas que reclaman no solo del conocimiento de las leyes objetivas de la economía, sino de una voluntad política para abordar las decisiones necesarias que permitan sacar al país de la profunda crisis actual. Si algo ha demostrado la experiencia histórica, es que la economía no cree en consignas, para ella solo cuentan las realidades.

Las realidades actuales y la multidimensionalidad de la crisis

Como he afirmado en otras ocasiones, la crisis económica en Cuba ha permeado a todas las esferas de la sociedad y adquirido carácter multidimensional. Existe una profunda crisis social debido a que, a pesar del discurso oficial de que «nadie quedará desamparado», hay claras evidencias de desigualdades, marginación e incremento notable en los niveles de pobreza que la apologética no permite reconocer. En parte creciente de la población se manifiesta una crisis de confianza en la capacidad del liderazgo cubano y del Partido Comunista para adoptar las políticas necesarias para sacar al país de la crisis.

Concurre asimismo una crisis institucional, determinada por el carácter no democrático de las mismas y la inexistencia real de balances y contrapesos, lo que asegura un sistema político totalitario, que funciona verticalmente desde el núcleo central de poder hacia el resto de la sociedad. Todo esto se traduce en una crisis política que ya se ha expresado en protestas —hasta ahora acalladas por la represión—, y más recientemente en la estampida migratoria que parece incontenible.

En el plano económico la magnitud de la crisis es inmensa y también multidimensional. Discrepo del ministro de Economía y Planificación cuando afirma que el principal problema es la escasez de divisas. El principal problema de la economía cubana es su incapacidad para salir del estancamiento productivo. Y esto tiene que ver con las deformaciones estructurales que han resultado de varias décadas de políticas económicas erradas, que han contribuido a profundizar el subdesarrollo del país, entendido como incapacidad para el desarrollo.

La industria azucarera ha sido destruida; la manufacturera se mantiene en una parálisis de más de treinta años; la agricultura no garantiza las necesidades de consumo de la población; la ganadería vacuna ha sido devastada desde la época en que se adoptaron —como política—, decisiones genéticas erradas; también existe una notable escasez de leche, carne porcina, pollo, e incluso de huevos; y a pesar de ser una isla tampoco tenemos pescado.

El propio presidente Díaz-Canel reconoció estos problemas ante la Asamblea Nacional a propósito del debate reciente de leyes (que aún no se han hecho públicas), para fomentar la ganadería y la pesca. Sin embargo, las leyes no son garantía de solución.

Obviamente, la destrucción de la industria azucarera, el colapso de la pesquera —que en los años setenta y ochenta era un sector exportador—, así como el estancamiento de la minería y la industria tabacalera, se traducen en una pavorosa contracción de los ingresos de divisas provenientes de las exportaciones de bienes.

El país ha experimentado un cambio en la estructura de su patrón de inserción internacional que lo ha convertido en exportador de servicios (turismo y servicios profesionales), pero en lugar de añadir esas actividades a las antiguas capacidades exportadoras de bienes, se ha desarrollado a costa de ellas; sobre todo debido a equivocadas políticas inversionistas y de desarrollo, por las que nadie ha rendido cuentas a la ciudadanía. Así las cosas, la escasez de divisas tiene causas profundas en la deformación estructural de la economía, motivadas —principalmente— por errores de política económica.

Consignas

(Gráfico: Pedro Monreal)

Tal situación se está reflejando en las bajas tasas de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB), que no es un problema coyuntural sino una tendencia desde hace varias décadas.

Si asumimos que, como afirmó Alejandro Gil ante la Asamblea Nacional, la economía crezca un 2,0% en 2022, tendríamos un crecimiento promedio anual de solo 0,9% en el período 2010-2022, lo cual es indicativo de estancamiento económico en un plazo suficientemente largo. Para el período 2017-2022, la variación promedio anual del principal indicador global de la economía es de -0,7%. Dicho de otra forma, es como si cada uno de esos años la economía hubiera retrocedido en esa magnitud.

En los últimos tres años, el desempeño económico de Cuba ha estado por debajo del promedio de América Latina y el Caribe. En 2020 la economía regional se contrajo en 6,9%, se recuperó en esa misma magnitud en 2021 y en 2022 crecería en 3,5%, de acuerdo con estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI). La economía cubana, en cambio, se contrajo en 10,9%, creció en 1,3% en 2021 y para 2022 la estimación oficial es del 2,0%, la mitad del valor planificado.

Por otra parte, se han agudizado graves desequilibrios macroeconómicos. El déficit fiscal en 2020 representó el 17,7% del PIB, y en 2021 el 11,7%. Ambas son proporciones muy altas para los estándares internacionales. En 2020 esto se explica por el impacto de la pandemia, pero en 2021 se acometió la desastrosa «Tarea Ordenamiento», que requirió un inmenso esfuerzo fiscal que tuvo el doble efecto negativo de inyectar dinero en la circulación sin contrapartida en la oferta de bienes y servicios, desatando una alta inflación, cuya medición, por demás, está subvalorada al no tener en cuenta el impacto de la devaluación real en los mercados informales en los precios de los bienes que se comercializan en estos mercados.

Alta inflación y elevado déficit fiscal son usualmente combinaciones explosivas que afectan seriamente la estabilidad macroeconómica y cuyo combate en condiciones de estancamiento productivo suele golpear a los sectores de menores ingresos.

Ciertamente la economía cubana está en un círculo vicioso, y aunque el presidente ha hecho un llamado a convertirlo en «virtuoso», no es por sus deseos o su llamado que se va a lograr. Para eso se requieren políticas económicas adecuadas y coherentes.

¡Venga la esperanza! ❤ pic.twitter.com/I4RdHjAU4V

— Presidencia Cuba 🇨🇺 (@PresidenciaCuba) December 14, 2022

La salida del círculo vicioso

El presidente cubano reconoció en la Asamblea Nacional el contrasentido de adoptar «una ley de soberanía alimentaria cuando no se producen suficientes alimentos, una ley de fomento de la ganadería, cuando no hay ganado, y una ley de pesca cuando no hay pescado». Lleva razón, sin embargo, la pregunta sería: ¿en qué medida estas leyes cumplirán sus objetivos? Aún no las conocemos, por tanto, no me quiero adelantar.

Varias de las recientes medidas anunciadas para «avanzar en la disciplina presupuestaria» tienen evidente carácter extractivo, en lugar de utilizar las exenciones tributarias como estímulo al desarrollo de los negocios, que es lo que conduciría al incremento de la oferta de bienes y servicios imprescindible para una recuperación económica.

Al definir valores mínimos de ingresos para el cálculo de los tributos, se gravará en mayor proporción a quienes menos ingresos obtengan por su actividad económica, lo que podría hacerlas insostenibles y convertirá a este en un impuesto regresivo. Suspender la exoneración en el pago de impuestos a los negocios de nueva creación, desestimulará la fundación de nuevas «mipymes», lo que se contradice con las exenciones que se mantienen para las inversiones foráneas.

El reconocimiento de la «tasa de cambio de mercado» para las operaciones de importación, pero no para las de exportación es, además de absurdo, contraproducente con el objetivo de fomentar exportaciones. Y lo grave y tremendamente preocupante es que ningún diputado haya cuestionado estas medidas en la Asamblea Nacional.

Las últimas decisiones adoptadas por el gobierno que preside Miguel Díaz-Canel han sido erróneamente concebidas, mal diseñadas y peor implementadas. Y eso es responsabilidad de la dirección del Partido, del Gobierno y de la Asamblea Nacional en pleno.

Consignas

Muchos especialistas en Economía y otras áreas del conocimiento, así como ciudadanos que sufren cotidianamente el impacto de la grave situación del país, hemos expresado nuestras ideas y opiniones. Sin embargo, las autoridades políticas y gubernamentales reaccionan de forma justificativa a todas las críticas, han visto intenciones perversas en ellas y no el interés real de profundizar en las contradicciones para superarlas, y además, han sido incapaces de reconocer sus errores, al insistir sistemáticamente en el impacto negativo de las sanciones económicas del gobierno estadounidense como causa principal de la crisis económica. No comprenden que dicha insistencia deteriora su credibilidad ante una parte creciente de la sociedad.

Siempre he afirmado que las sanciones económicas de Estados Unidos afectan a la sociedad cubana y efectivamente dificultan el acceso a fuentes de financiamiento externo; pero Cuba está afrontando dificultades de pagos con bancos e instituciones financieras que no se rigen por las leyes estadounidenses, y ello limita seriamente su acceso a recursos frescos, debido a una falta de confianza del mercado internacional de capitales en la capacidad de la economía insular para remontar la crisis y, en consecuencia, pagar sus obligaciones. Valdría la pena recordar que los cuatro bancos más grandes del mundo por el total de sus activos son chinos.

No obstante, en mi opinión, la principal razón por la cual la economía cubana no sale del círculo vicioso radica en una cuestión eminentemente política. El sistema político otorga poderes incuestionables a la máxima dirección del país, no es democrático en su interior, no reconoce la existencia de una oposición y además, la persigue y reprime. Cualquier disenso o crítica es tildada de «contrarrevolucionaria» o «mercenaria», y los medios públicos de comunicación del país son puestos al servicio de esa narrativa, que difícilmente conducirá a la construcción de consensos.

La dirigencia cubana insiste en que Cuba es un país «socialista», pero el socialismo al que apelan no es otro que la versión burocrática, petrificada y dogmática que ha sido construida en las diversas experiencias históricas.

La propiedad no es social, sino estatal, en un sistema político no democrático en el que la ciudadanía carece de mecanismos reales para controlar la gestión de su supuesta propiedad. En consecuencia, esto significa que las estructuras burocráticas usufructúan a su antojo la propiedad de la sociedad, pero trasladan a esta los costes del fracaso de su gestión. Pareciera ser un problema de naturaleza teórica, pero en realidad tiene una connotación práctica primordial y es que, al no realizarse como tal la propiedad social, el sistema económico dista mucho de ser socialista.

De acuerdo con la constitución, la soberanía radica en el pueblo, pero este carece de los mecanismos para revocar decisiones gubernamentales, o incluso a los dirigentes, a quienes ni siquiera elige de forma directa.

El sistema político está diseñado de modo que a los órganos donde en teoría reside el poder, no accedan personas que cuestionen la gestión de la dirigencia. Todo debe estar «atado y bien atado», como expresó el dictador español Francisco Franco en su discurso de navidad de 1969 al referirse a la decisión de designar a Juan Carlos de Borbón como sucesor, a título de rey. Todos sabemos cómo quedó el atado al final.

Se cuenta que Mao Zedong, en el umbral de su muerte, le dijo a Hua Guofeng que con él al frente de los asuntos «se sentía tranquilo». Hua no habría sido capaz de asumir la ingente tarea de remover a China desde sus cimientos y lograr el inmenso progreso económico que hoy exhibe, aun cuando no haya avanzado en la democratización de la sociedad. Para ello fue necesario que Deng Xiaoping regresara al poder y constituyera un equipo capaz de «emancipar sus mentes».

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Hua Guofeng

La historia del socialismo «realmente existente» está repleta de dogmas que no tienen nada que ver con su esencia, pero sí con la aplicación práctica de patrones heredados del leninismo y el estalinismo. El más grave de ellos para el desarrollo del sistema ha sido el desconocimiento de un aspecto teórico que tiene inmensa validez práctica, y es que el socialismo debió ser un resultado lógico del desarrollo del capitalismo, porque solo en el capitalismo desarrollado habría sido posible alcanzar los niveles de socialización de la producción para reclamar la socialización de la propiedad.

La realidad, sin embargo, es terca, y el capitalismo, como todos sabemos, ha tenido gran capacidad de transformación. En parte por las luchas y reivindicaciones de los movimientos sociales, y en parte por el avance económico y de bienestar social que en los países avanzados ha permitido un indudable mejoramiento del nivel de vida y una profundización de la democracia.

El socialismo burocrático fue impuesto en la Rusia bolchevique, en los países de Europa Oriental, en China y otras naciones asiáticas y también en Cuba. En ninguno de ellos existían, ni existen, las condiciones económicas o sociales para la construcción del sistema. La fórmula del «período de transición» ha perdido validez cuando este se ha vuelto eterno. Mientras tanto, las resoluciones de los congresos de los partidos comunistas en los países que se autodefinieron como «socialistas desarrollados», solo mostraron el nivel de vulgarización del marxismo al que apelaron sus líderes, habida cuenta del derrumbe ocurrido a fines del siglo XX.

En el orden práctico, considero que para empezar a salir del círculo vicioso se requiere eliminar todas las restricciones que limitan el emprendimiento privado y cooperativo; crear un marco legal que proteja la propiedad y fomente la inversión privada de cubanos y extranjeros, estimulando particularmente aquellas que generen exportaciones; instituir una legislación laboral que devuelva derechos conculcados a los trabajadores y asegure prestaciones sociales; y convertir al peso cubano en la única moneda con curso legal y obligatorio y fuerza liberatoria ilimitada, así como dotarlo de convertibilidad real basada en las condiciones de un mercado legal y trasparente.

Por otra parte, la salida pacífica del círculo vicioso requiere de un liderazgo comprometido con la solución de los problemas del país, que ataque sus verdaderas y más profundas causas. Las particularidades de la sociedad cubana, el nivel de polarización política que afecta a la nación en su conjunto, y el deterioro de la credibilidad de la dirigencia actual, no dejan lugar a dudas de que los problemas de la economía requieren de una solución política y esta pasa necesariamente por la democratización de la sociedad.

15 diciembre 2022 43 comentarios 2,3K vistas
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Estampida

La estampida migratoria en Cuba y sus implicaciones

por Mauricio De Miranda Parrondo 8 diciembre 2022
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

Aunque no existen cifras oficiales de la reciente emigración de cubanos, diversas fuentes hablan de casi 225.000 personas entre octubre de 2021 y el 30 de septiembre de 2022. Muchas de ellas han usado caminos tan complicados como atravesar toda América Central a partir del tapón del Darién, hacerlo desde Nicaragua, o hasta la incierta vía de cruzar el mar. Quienes han seguido estas rutas, arriesgando su vida y pagando altísimas tarifas a los traficantes de seres humanos, tienen denominadores comunes: la desesperación y la desesperanza.

La mayor parte de los migrantes son jóvenes o personas en edad laboral, e incluso una cifra no despreciable de profesionales. Si bien no es posible generalizar, pues en imágenes también pueden verse niños y personas de la tercera edad.

En Cuba, sin embargo, no se dispone de datos ni estudios públicos sobre el sensible tema, y las estadísticas siguen enmascaradas porque se considera como residentes en la Isla a muchas personas que viven y trabajan en otras naciones. Mientras tanto, la población total del país ha descendido sistemáticamente desde 2017 hasta 2021, de acuerdo con cifras de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI). Solo en 2021 descendió 0,61% respecto a 2020, una magnitud alta de acuerdo con estándares internacionales.

Si analizamos ciertos datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), el descenso poblacional cubano supera al de otros países, como los casos de Japón (-0,24%), Corea del Sur (-0,19%), Albania (-0,17%) o Rusia (-0,41%); y solo es superado por el de Taiwán (-0,85%), territorio que goza de un altísimo nivel de desarrollo. Las estimaciones de la ONEI prevén para 2035 una cantidad de población incluso inferior a la de 2021, y muy probablemente en tales estimaciones no se ha tenido en cuenta la estampida migratoria actual.

La Isla enfrenta una grave crisis demográfica, con una economía que no solo es subdesarrollada, sino que está profundizando esa condición debido a una crisis estructural que data de más de tres décadas. Los países desarrollados que tienen problemas demográficos —determinados por el descenso y/o el envejecimiento de su población—, han debido incrementar el gasto público para afrontar los retos sociales que imponen estas circunstancias, y en parte pueden hacerlo gracias a su nivel de desarrollo. No es el caso de Cuba.

Por otra parte, la población cubana envejece. En 2020, el 21,3% del total reportado como residente en la Isla —que no cuenta a muchos que en realidad viven y trabajan fuera del territorio nacional—, tenía más de sesenta años; pero en 2021 esta proporción ha aumentado a 21,5%.

El descenso poblacional se hace evidente también en la fuerza laboral. El Anuario Estadístico de Cuba muestra que en 2021 la cantidad de trabajadores fue de 4, 619 millones, frente a 4,643 millones en 2020. Ello representa un descenso del 0,5%. El 59,9% de los trabajadores del año más reciente reportado, tiene cuarenta años o más.

La relación de dependencia —que mide la proporción de población de cero a catorce y de sesenta años o más, respecto a la población entre quince y cincuenta y nueve años—, ha estado aumentando en los últimos tiempos. Esto ha sido: 571 por mil personas en 2018, 578 en 2019, 589 en 2020 y 596 en 2021.

Desde 2010 se observa un incremento paulatino de la proporción de población mayor de sesenta años, mientras descienden tanto la de menores de quince como la que se ubica entre quince y cincuenta y nueve. En 2021 la población considerada adulta mayor representó el 21,6% del total, en tanto la población menor de quince años constituyó el 15,7%, y la comprendida entre quince y cincuenta y nueve significó el 62,7%.

Las previsiones de la ONEI sugieren que para 2035 los mayores de sesenta años constituirán el 32,5% de la población, los menores de quince serían el 15,2% y entre quince y cincuenta y nueve estaría solo el 52,3% del total de residentes. Ello establecería una relación de dependencia de 909 por mil, lo que resulta gravísimo para las posibilidades productivas del país.

En las referidas condiciones demográficas es que se está produciendo la mayor sangría migratoria del país en solo un año desde 1980, y se ha superado incluso la cantidad de salidas que ocurridas por el Mariel. Esto, a pesar de la suspensión, por parte del gobierno de Obama, de la ley «Pies secos, pies mojados»; aunque se ha mantenido la llamada ley «De ajuste cubano».

Estampida

Razones de la estampida migratoria

Desde 1959, Cuba cambió su condición de país atractivo para potenciales migrantes extranjeros, y se convirtió en emisor hacia otros países. En los primeros años, las razones fueron esencialmente políticas: desacuerdo con la deriva hacia el comunismo; supresión de las libertades políticas; expropiación de propiedades; imposibilidad de que los padres pudieran asegurar educación privada y religiosa a sus hijos; represión contra la disidencia política; discriminación gubernamental de las prácticas religiosas; represión contra la homosexualidad; y otras.

Posteriormente, en la medida en que se ha deteriorado la situación económica del país, las razones económicas se han unido a las causas políticas que aún subsisten, como la persecución y represión de la disidencia y la restricción de libertades políticas. Tal combinación ha producido varias crisis migratorias, especialmente las 1980 y 1994, y la que actualmente nos ocupa.

La situación económica y política de Cuba hoy —sobre todo tras el llamado «Ordenamiento monetario» y la represión a las protestas sociales de julio de 2021—, caracterizan una grave crisis económica de carácter estructural, unida a una crisis política y social. Dichas circunstancias han generado en una parte considerable de la población una crisis de confianza en la capacidad de las autoridades para revertir el contexto económico, lo que incrementa la sensación de desesperanza, no solo respecto al presente, sino también al futuro.

A diferencia de los primeros años, no existe un futuro «luminoso» al que aspirar. El derrumbe del socialismo «realmente existente» demostró que aquel no era el camino, pero en lugar de aprovechar de forma creativa la experiencia histórica, la dirigencia cubana ha optado por persistir en políticas probadamente ineficaces, que profundizaron la deformación estructural de nuestra economía y, en consecuencia, el subdesarrollo.

La Constitución de 2019 se ha convertido en papel mojado, lleno de definiciones vacías de contenido real. La respuesta gubernamental y del sistema jurídico frente a las protestas sociales de 2021, demuestra la debilidad institucional del país y las contradicciones, además de la violación de la Carta Magna. Por otra parte, las autoridades se caracterizan por un autismo político reacio a críticas y con alto espíritu justificativo, lo que ha deteriorado su credibilidad ante una parte creciente de la sociedad. Esta realidad deja a la ciudadanía las alternativas de: aceptar lo que se decida desde el poder aunque puedan existir diferencias, enfrentarse a ello, o emigrar.

Varias generaciones de cubanos han aportado una notable cuota de sacrificio personal en pos de un mejor país para sus hijos y nietos. En cambio, la Isla tiene en la actualidad mayores y más graves problemas que los que tenía en los años ochenta del siglo pasado, y lo peor es que no se ve la luz al final del túnel.

Estampida

Migrantes cubanos reman hacia la isla Stock, cerca del Cayo Oeste, en Florida, el 12 agosto. (Foto: Mary Martin/AP)

Implicaciones de la estampida migratoria

Desde el punto de vista económico y político, la estampida actual, junto a toda la sangría migratoria que ha caracterizado al país desde hace más de seis décadas, tienen un impacto altamente negativo.

Ya se han aportado datos sobre la difícil estructura demográfica. Con ella, resulta difícil prever un incremento sustancial de la tasa de crecimiento del producto, si tenemos en cuenta la importancia del factor trabajo dentro de la estructura productiva de cualquier país, pero sobre todo de uno empobrecido, subdesarrollado, con escasez gravísima de capital y bajas tasas de ahorro e inversión; a lo que se suma la errónea política inversionista del gobierno, que ha preferido concentrar las inversiones en actividades inmobiliarias —aunque no precisamente en viviendas para la población—, en lugar de apostarle a sectores productivos tales como: agricultura, industria, o incluso infraestructura.

Si bien crecimiento no es igual a desarrollo, para superar la crisis estructural de Cuba y comenzar una senda de avances se requieren altas tasas de crecimiento del producto, muy especialmente de los sectores productivos. Lejos de esto, el PIB de Cuba entre 2017 y 2021 tuvo una variación promedio anual de -1,3%. Después de una violenta contracción de 10,9% en 2020, en lo que sin dudas influyó el impacto de la pandemia, la economía creció en 2021 solo un 1,3%.

Mientras tanto, el crecimiento interanual del primer semestre de 2022 fue de 10,9%, pero la contracción en el mismo período de 2021 había sido de 12,7%, lo que indica que en términos trimestrales aún no se recuperó frente a la caída del año anterior. En el segundo semestre de 2022, el crecimiento ha sido de solo 1,7% frente al mismo período del año anterior.

Las cifras de crecimiento trimestral del producto bruto sectorial indican contracciones en ambos trimestres en la agricultura, la pesca, la minería, la industria azucarera, la no azucarera, el suministro de electricidad, gas y agua, ciencia e innovación tecnológica, intermediación financiera y servicios comunales. En el segundo trimestre también se contrajeron la salud pública y el comercio. Solo muestran resultados positivos la construcción, los servicios empresariales y actividades inmobiliarias, y la educación.

La emigración impactará negativamente en el crecimiento económico, en la posibilidad de asegurar el sistema pensional, en las contribuciones al fisco y, en consecuencia, en el desarrollo del país. Quizá algunos piensen que en contraposición a este impacto negativo se podrían recibir más remesas, sin embargo, esto puede ser cierto en el mediano plazo pero no necesariamente en el corto, y las necesidades financieras del país son críticas de forma inmediata.

En otros tiempos se frenó la emigración al prohibir la salida del país. Afortunadamente esto no se plantea en estos momentos, sobre todo porque quizás algunos irresponsables piensen que con ella crean una válvula de escape que ayude a reducir presiones políticas y sociales internas.

No obstante, la realidad es que la estampida migratoria es testimonio fehaciente del fracaso de un sistema que se pretende imponer a toda costa sobre una sociedad en gran medida hastiada, así como de la falta de esperanzas de una parte considerable de la población —especialmente joven— respecto a las posibilidades de vida provechosa en el país. ¿Esto es el socialismo próspero y sostenible? Ni es socialismo, ni es próspero, ni es sostenible, no solo económicamente, sino también desde los puntos de vista social y político.

Los cubanos necesitamos ser capaces de construir un país en el que podamos vivir la única vida que hasta ahora sabemos que tenemos. Nunca ha sido más imperiosa que hoy la divisa de crear una República «con todos y para el bien de todos».

8 diciembre 2022 24 comentarios 2,4K vistas
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Solución

La solución no la tiene «el médico chino»

por Mauricio De Miranda Parrondo 25 noviembre 2022
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

En Cuba, cuando alguien quiere referirse a un asunto sin solución, afirma que «eso no lo cura ni el médico chino», lo cual significa, sin dudas, un reconocimiento a la medicina tradicional del oriental país.

Hace varios días se publicó en el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba (PCC), que la Escuela Superior de Cuadros del Estado y del Gobierno de Cuba (Esceg) convocaba a una cincuentena de funcionarios de nivel ministerial a estudiar «el pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con particularidades chinas para una Nueva Era», impartido por la Academia Nacional de Gobernanza de China.

Tal anuncio resulta llamativo si se toma en cuenta que en las bases ideológicas del sistema político cubano, jamás se había considerado otra influencia extranjera que no fuera el marxismo-leninismo.

Una cosa es tener en cuenta la experiencia del desarrollo económico de China, o de Vietnam, países que han realizado profundas reformas económicas, traducidas en un crecimiento acelerado de sus economías y en un mejoramiento del ingreso per cápita y el bienestar de sus sociedades respectivas; aunque mantienen regímenes totalitarios que cercenan libertades democráticas.

Otra cosa, totalmente diferente, es desplegar una campaña para el estudio en Cuba, por parte de los funcionarios del Estado y el Gobierno, del pensamiento del actual líder de China, elevado en el último congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) a la condición de fundamento teórico del «socialismo con particularidades chinas en la Nueva Era».

En los Estatutos del PCCh, aprobados en su XX Congreso, se afirma que:

«(…) el Partido Comunista de China se guía en su actuación por el marxismo-leninismo, el pensamiento de Mao Zedong, la teoría de Deng Xiaoping, el importante pensamiento de la triple representatividad [aporte de Jiang Zemin sin nombrarlo], la concepción científica del desarrollo [aporte de Hu Jintao sin nombrarlo] y el pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con particularidades chinas de la nueva era».

Es decir, Xi no solo prolonga su permanencia en el poder al cambiar las reglas acordadas para limitarlo a solo dos períodos, sino que su nombre está inscrito en los estatutos, como el continuador teórico de Marx, Engels, Lenin, Mao y Deng.

Solución

«Socialismo con características chinas»

La insistencia de los comunistas del milenario país en la defensa de un «socialismo con particularidades chinas», viene de la época en que Mao se impuso a los líderes determinados por la Internacional Comunista, a partir de lo que él y sus partidarios consideraban como incomprensión por parte del liderazgo de esa organización —y especialmente del liderazgo soviético—, respecto a las condiciones especiales que tendría la supuesta construcción del socialismo en un país atrasado y mayoritariamente rural y campesino como era China.

 Amparado en esta tesis, y ya en el poder, Mao conduciría a China por caminos muy diferentes a los adoptados en la Unión Soviética y otros países del llamado socialismo realmente existente. Después de la muerte de Mao, y al imponerse Deng Xiaoping en la lucha por el poder que le siguió, comenzó el programa Reforma y Apertura, que cambió notablemente la vida en aquella enorme nación.

China se abrió al comercio con el mundo y a las inversiones de capitales provenientes de países desarrollados, recibió transferencia de tecnología de vanguardia sobre todo para la producción industrial, desarrolló la agricultura, eliminó el racionamiento de bienes de consumo y su población mejoró notablemente el nivel de vida; aunque carecen de las libertades civiles que caracterizan a los países en que funcionan sistemas democráticos.

Como resultado de lo anterior, China es hoy la segunda economía más grande del orbe en términos del valor global de su Producto Interior Bruto (PIB); posee un PIB per cápita medido a precios constantes en un nivel medio-alto, de acuerdo a los estándares internacionales; es el primer exportador y el segundo importador mundial de bienes; el segundo receptor de inversión extranjera directa —detrás de Estados Unidos— y el cuarto inversionista —tras Estados Unidos, Alemania y Japón.

Es asimismo el país con mayores reservas monetarias internacionales. En el último informe sobre tecnología e innovación de la UNCTAD, ocupó el 25º lugar mundial en cuanto al índice de preparación para la tecnología más avanzada, pero es el primero en el ranking de investigación y desarrollo, el séptimo en el industrial y el sexto en el financiero.

Entre los diez bancos más grandes del mundo de acuerdo al total de sus activos, los cuatro primeros son chinos (Industrial and Commercial Bank of China, China Construction Bank, Agricultural Bank of China y Bank of China); mientras que por capitalización de mercado, entre los diez más importantes, cinco son chinos (Industrial and Commercial Bank of China 2º, China Construction Bank 5º, Agricultural Bank of China 7º, Bank of China 9º, China Merchants Bank 10º).

China es el segundo país con más multimillonarios del mundo en la lista Forbes, después de los Estados Unidos (607, incluyendo a los de Hong Kong y Macao). Dos de ellos: Zhong Shanshan y Colin Huang, están entre los veinte más ricos del mundo.

El país lleva cuarenta y cuatro años de reformas económicas, en las que a pesar de ciertos retrocesos en momentos puntuales, debidos a razones políticas, ha marcado una clara tendencia aperturista que lo hizo transitar de una agricultura totalmente colectivizada a una de gestión privada y libertad de mercados; de una industria por completo estatizada a la coexistencia de industrias estatales, mixtas y privadas, sin que las primeras sean necesariamente las predominantes.

Han florecido allí negocios privados de todo tipo; abandonaron los monopolios estatales de la banca y el comercio, tanto doméstico como exterior; la atracción de capital extranjero se dirigió al sector productivo, en especial exportador. En todo ese tiempo se superó el racionamiento de bienes de consumo que había existido desde la victoria comunista en la guerra civil, y el país dispone de un mercado de bienes y servicios en el que el Estado solo influye indirectamente a través de la política económica.

Según la agencia oficial china Xinjua, en 2021 existían 44,5 millones de empresas privadas frente a 10,8 millones en 2012. Y el sector privado aportaba más del 50% de los ingresos fiscales, más del 60% del PIB y más del 70% de las innovaciones tecnológicas, genera el 80% del empleo urbano y constituye el 90% de las entidades de mercado. 

Pareciera que el socialismo con características chinas —da igual si se trata de la nueva era o no—, es cualquier cosa menos socialismo.

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Xi Jinping y Fidel Castro. (Foto: AP)

«Socialismo cubano próspero y sostenible»

En Cuba, en cambio, los documentos programáticos del Partido Comunista en sus últimos congresos hablan de la necesidad de construir un «socialismo próspero y sostenible». A pesar de tal exhortación, no solo no se ha avanzado en esa dirección, sino todo lo contrario.

La dirigencia del Partido Comunista de Cuba (PCC) no ha sido capaz de implementar los lineamientos de política económica y social adoptados en el VI Congreso de esa organización y «actualizados» en el VII y VIII cónclaves.

La política económica continúa careciendo en la Isla de un enfoque sistémico, y parece destinada a apagar fuegos puntuales mientras continúa deteriorándose el nivel de vida de los cubanos hasta llegar a condiciones de subsistencia precarias. El nivel de ingresos promedio de la población no resulta suficiente para enfrentar la espiral hiperinflacionaria, que resulta de una persistente escasez de oferta, acompañada de una irresponsable reforma monetaria y cambiaria de precios, salarios y pensiones, que creó nuevas distorsiones en los precios relativos y la reactivación de un mercado informal de bienes y divisas que evidencia el sustancial deterioro de los ingresos reales.

Me he referido a estos temas en textos anteriores, y a pesar del riesgo de resultar reiterativo considero importante destacar que en los últimos treinta años la economía cubana ha profundizado su deformación estructural, se ha vuelto más dependiente y ha incrementado su vulnerabilidad externa. Todo ello deteriora a la par su capacidad de satisfacer las necesidades básicas de la población y de asegurar una adecuada inserción en el sistema económico internacional.

Los sectores productivos sufren el lastre de un colapso de más de tres décadas; afectados por obsolescencia tecnológica, escasez de capital, materias primas y combustibles. Golpeados por sistemas de gestión obsoletos, burocráticos y probadamente improductivos; así como por las restricciones que frenan el desarrollo de los sectores privado y cooperativo.

En medio de esta severa crisis, en la que también influye la persistencia de las sanciones económicas estadounidenses, pero agravada por los errores de política económica de la dirección partidista y gubernamental a los que me he referido en otros textos, se insiste en concepciones económicas dogmáticas que pretenden imponerse a contrapelo de las realidades evidentes. Entre ellas mencionaré algunas que considero fundamentales:

  • Insistir en el predominio del sector estatal en el sistema económico no garantiza su carácter socialista, sobre todo cuando no asegura la socialización real de los medios de producción en términos de capacidad de gestión o de control de la gestión de los supuestos propietarios colectivos.
  • Los monopolios estatales del comercio exterior, el comercio doméstico o la banca, no son necesariamente socialistas y su mantenimiento a toda costa frena el desarrollo de las fuerzas productivas, sobre todo cuando el sector público carece de recursos para asegurar su funcionamiento. Especialmente grave resulta que estos se relajen mediante un acceso discrecional a ciertos actores económicos, que podrían beneficiarse de manera privada de la información asimétrica o de vínculos personales, nepotismo y corrupción.
  • Insistir en la centralización de las decisiones económicas, sobre todo con medidas de carácter administrativo, no asegura el carácter planificado de la economía; por el contrario, conduce a consideraciones subjetivas, carentes de fundamento científico y, en consecuencia, a un desprecio de las condiciones reales que resultan evidentes en los mercados.
  • Imponer precios topados a los bienes, servicios o divisas, a despecho de las condiciones del mercado, no asegura la regulación estatal de la economía, sino que agrava los desequilibrios, potencia mercados informales y lejos de evitar la inflación, la fortalece en dichos espacios, lo que deteriora aún más la capacidad adquisitiva de los mercados.
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Los sectores productivos sufren el lastre de un colapso de más de tres décadas. (Foto: Yamil Lage/AFP)

¿La solución?

La solución de los problemas de la economía cubana no la tiene el «médico chino», mucho menos se encontrará en el «pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas de la nueva era».

La experiencia de países como China y Vietnam ofrece lecciones muy importantes de política económica, tanto en aspectos positivos como negativos, que han estado disponibles para la dirigencia cubana desde hace décadas. Es sabido que Fidel Castro desestimó en su momento ambas experiencias, dado su rechazo sistemático a la adopción de reformas que condujeran a una economía de mercado que debilitara el control estatal en ese ámbito.

Después de su salida del poder, la falta de decisión de una parte del liderazgo cubano y el rechazo de otra parte, impidieron la adopción de una reforma económica sistémica, orientada a favorecer los mercados y el emprendimiento productivo que, considerando los aciertos y errores de ambos procesos, habría permitido un transcurso paulatino de mutaciones con resultados económicos positivos.

En cambio, la inacción, el letargo y el estancamiento de la dirigencia insular han sido factores agravantes de los problemas económicos, han profundizado la fractura del contrato social y del consenso político. Expresión evidente de ello son las protestas sociales de 2021 y 2022 y la nueva estampida migratoria, que está produciendo una fatal sangría demográfica con severas consecuencias económicas y sociales a corto, mediano y largo plazos.  

En las condiciones vigentes de Cuba, no son suficientes las reformas económicas adoptadas en China y Vietnam. El actual andamiaje político e institucional es incapaz de asegurar la solución de los gravísimos problemas del país, que no son solo económicos, sino también políticos y sociales. Tampoco podrán ser resueltos desde el exterior. No los solucionarán nuevos convenios comerciales ni tratos favorables, ni deudas condonadas o prorrogadas.

La solución no puede ser otra que una nueva arquitectura institucional y política que surja del ejercicio real de la soberanía del pueblo, a través de una verdadera democracia, que va más allá del ejercicio electoral libre, pero que lo incluye.

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