Las encuestas y los chamanes habían pronosticado que ganaría, pero nadie avizoró cuán aplastantemente lo haría. El binomio Luis Arce-David Choquehuanca obtuvo mayoría absoluta, más del 55% de los votos, y sobrepasó en más de diez puntos a su adversario más cercano, el centrista Carlos Mesa (42%). Tras la debacle de las elecciones 2019 -golpe de Estado, exilio de Evo y consolidación del gobierno de facto de Janine Añez, con su creciente derechista y un congreso de mayoría masista aparentemente colaboracionista- pocos concebían un retorno tan rápido al poder del partido indígena y sus aliados.
Lo primero que se desprende del hecho es que el Movimiento al Socialismo (MAS) demostró al mundo que era mucho más que el partido de Evo y que la institución seguiría luchando, aunque el líder tradicional ya no estuviera. Si la derecha creyó que con la expulsión del caudillo y su segundo había decapitado al masismo y sepultado sus poderes por mucho tiempo, gran chasco le esperaba.
Con la paciencia de su etnia, y sin pausa alguna, los masistas volvieron a trenzar los cabos rotos y a asegurar los debilitados en sus escenarios más fuertes: casa por casa, barrio por barrio y pueblo por pueblo. Ya en agosto pasado, ante el intento de Añez de prorrogarse en el Palacio Quemado con el pretexto de la Covid-19, las fuerzas populares paralizaron el país y forzaron la realización en octubre de las prometidas elecciones.
A mediano plazo, la política de reiniciar el fortalecimiento desde las bases, rehacer las alianzas −rotas desde el 2018 por la brava del intento reeleccionista de Evo−, denunciar los errores y horrores de la administración golpista en las esferas económica y social, y el ineficaz tratamiento de la Covid-19, dio frutos. Lograron darle nuevos aires a las esperanzas de una mayoría popular combativa, fiel al proyecto histórico del MAS, que conociera los mejores años de su historia moderna bajo sus administraciones (2005-2019).
En ese período, la economía boliviana creció de tal forma que fue reconocida por los organismos internacionales y sirvió de ejemplo a la región. La pobreza disminuyó de un 60 a un 35%, y brotó una creciente clase media indígena que llenó de resentimiento a los sectores tradicionalmente privilegiados, envidiosos de la mejoría popular. Solo ruina económica, represión, ineficacia y corrupción trajo como alternativa el supuesto gobierno salvador de Añez en sus meses de existencia.
La campaña electoral 2020 del MAS tuvo el mérito de concebirse desde el seno del pueblo, no del aparato estatal como fue la del 2019. Sus escenarios fueron reuniones sindicales, mítines barriales, caminatas, conferencias académicas, encuentros de organizaciones. En ellos afloraron nuevos líderes que mostraron su valía en intercambio directo con la población de todo el país.
El exministro Arce, economista reconocido pero no habituado al trabajo de masas, supo destacarse y, sin dejar de reconocer los errores de Evo, mostrarse como el único candidato capaz de devolver las expectativas de progreso a los votantes indecisos. Al final, fueron estos los que conformaron el “voto oculto” que se fue tras él. David Choquehuanca, antiguo rival de Evo, se consolidó como principal líder aimara; mientras el joven orador indígena Andrónico Rodríguez supo aunar y dirigir a los campesinos cocaleros en las nuevas condiciones.
Por su parte, la derecha soberbia se debilitó internamente ante las irrenunciables aspiraciones presidenciales de varios de sus líderes. El llamado al “voto útil” para evitar el regreso del MAS, que lanzara Carlos Mesa, se vio inutilizado por la presidenta Añez, renuente a abandonar el poder, mientras el regionalismo sempiterno de Luis Fernando Camacho, lo hizo preferir ilusamente ganar su bastión de Santa Cruz y de ahí el resto del país. Esta vez, la extensión de la supervisión internacional a diferentes actores (gobiernos europeos, Fundación Carter, parlamentos latinoamericanos) impidió la repetición de cualquier maniobra anti-masista por parte de los inspectores de la OEA.
Tanto Evo como García Linera esperan en Argentina las condiciones propicias para regresar e incorporarse al trabajo en las tareas que el nuevo gobierno les encomiende. Su presencia despertará sentimientos encontrados y no deberá eclipsar el de las nuevas autoridades que han ganado el poder tras un esfuerzo inteligente para sumar adeptos en las peores condiciones posibles. Los imagino trabajando por la unidad de las organizaciones campesinas, sindicales y de izquierda urbana a las que dedicaron sus mejores esfuerzos antes de llegar al poder.
El porvenir no será fácil para el nuevo gobierno del MAS que tendrá que gobernar con mesura y pragmatismo para hacer realidad las promesas de campaña. Las nuevas circunstancias les imponen grandes retos internos agravados por la crisis mundial de la Covid-19.
Sin las míticas trayectorias de Evo y Linera al frente, necesitados de negociar sus proyectos de leyes en el parlamento al perder la mayoría absoluta, atados por el compromiso de Arce de no tomar represalias con los mandos militares y policiales que efectuaron el golpe del 2019, y enfrentados a un líder carismático y provocador como Camacho en el oriente del país, tendrán que labrar nuevos liderazgos, alianzas y consensos para no perder el timón.
A los que desde Cuba apoyamos los proyectos inclusivos del progresismo latinoamericano, la victoria del MAS nos insufla esperanzas en varios frentes. El resurgimiento de UNASUR, ahora con los aportes argentino y boliviano; la revitalización de las relaciones económicas con la Isla, signadas por el retorno de los servicios médicos cubanos, indispensables para restablecer los sistemas de salud pública deteriorados por los neoliberales y, en especial, la consolidación de modos de producción mixtos, donde el Estado juegue un papel primordial, pero los sectores privado, cooperativo y comunal ocupen los lugares que les correspondan en cada país.
Al respecto es muy interesante la autorizada opinión de Álvaro García Linera:
Para ser progresista, un gobierno tarde o temprano tiene que darle una potencia económica a las estructuras del Estado. No absoluta: nunca hemos pensado ni creemos que el socialismo sea estatizar todo. Pero me atrevo a decir que el Estado debe disponer del 30% del PIB para arriba. Menos del 50% pero más del 30%, para que pueda tener un margen de decisión política y social que no esté supeditado al temperamento de los grandes bloques comerciales.
Esos por cientos que García Linera propone pueden ser objeto de discusión en cada país, pero su idea de una economía mixta, coordinada y liderada por el Estado, debería ser atendida y debatida entre nosotros para aplicarla en el caso cubano, de una vez y por todas.