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Mario Valdés Navia

Mario Valdés Navia

Investigador Titular, Dr. en Ciencias Pedagógicas, ensayista, espirituano

El gen presidencial de los villareños

por Mario Valdés Navia 23 enero 2018
escrito por Mario Valdés Navia

A lo largo de la historia cubana un gen presidencial parece haberse incorporado al plasma de los habitantes de las inquietas villas, primer nombre dado por los gobernantes coloniales a las rebeldes villas centrales de Trinidad, Sancti Spiritus, Remedios y Santa Clara. A las que luego se incorporarían Cienfuegos, Sagua La Grande y Caibarién y que, desde 1879, conformaron la rica provincia de Las Villas, dividida en tres con la nueva división político-administrativa de 1976: Villa Clara, Sancti Spiritus y Cienfuegos.

La cuestión es que, por muy importante que hayan sido estos territorios, son muchos los villareños que han ocupado la primera magistratura en poco más de un siglo de vida republicana. El precursor fue el coronel trinitario Juan Bautista Spotorno, quien presidió la República de Cuba en Armas en 1876, autor del famoso Decreto Spotorno que condenaba a muerte a los emisarios de paz llegados al campo mambí. Pero lo más curioso vino tras la instauración de la república, el 20 de mayo de 1902, pues han sido diez los nativos de esa antigua provincia que han llegado al sillón presidencial hasta la actualidad, para un extraordinario 43,4% del total de 23 presidentes que ha tenido la Isla -sin contar a gobernadores yanquis, ni pentarcas del 33.

El primero fue el espirituano José Miguel Gómez Gómez (1909-1913), único general que ha abandonado la presidencia sin dar la brava, aunque nunca más la alcanzó tras varios intentos. Tras casi dos décadas, otro liberal villareño, el general Gerardo Machado Morales, natural de Camajuaní, en Santa Clara, fue el quinto presidente y primer dictador de Cuba que proclamara aquello de: “¡Jefe con cojones no se cae por papelitos!”.

Le siguió el lugarteniente de José Miguel, el coronel villaclareño Carlos Mendieta Montefur (1934-1935), natural del pequeño poblado de San Antonio de las Vueltas, a quien siguió, con apenas un semestre de intervalo, el también espirituano Miguel Mariano Gómez Arias (mayo-diciembre de 1936), hijo de José Miguel y la inolvidable América Arias, único presidente cubano depuesto por un impeachment ordenado al senado por el caudillo Fulgencio Batista.

El quinto fue el coronel remediano Federico Laredo Bru (1936-1940), a quien casi no se menciona por ser Batista el hombre fuerte, pero en cuya presidencia ocurrieron importantes acontecimientos históricos. El sexto y séptimo puestos en este hit parade de políticos villareños lo ocupan dos olvidados que fueron presidentes por un día: el también vueltence Alberto Herrera y Franchi -¡vaya con la gente del pueblito de Vueltas!- y el yaguajense Anselmo Alliegro y Milá, quienes “comandaron” el país los días 12 al 13 de agosto de 1933 y 1 al 2 de enero de 1959, respectivamente.

Lo que más llama la atención en este análisis es que después del triunfo revolucionario de Enero del 59 la tendencia a las jefaturas villareñas se ha incrementado, pues los dos presidentes de la república fueron el también yaguajense Manuel Urrutia Lleó (enero-julio de 1959) y el cienfueguero Osvaldo Dorticós Torrado (1959-1976).

Ahora, tras la confirmación hecha por el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros Raúl Castro Ruz, de su retiro del poder en el año en curso, es de presumir que, según la letra y el espíritu de la Constitución de la República de 1976, asuma la primera magistratura su actual sucesor, el villaclareño Miguel Díaz-Canel Bermúdez, oriundo de Placetas, quien, de ser aprobado por el Consejo de Estado electo por la nueva Asamblea Nacional en abril, sería el onceno villareño que dirigiría el timón del estado cubano.

23 enero 2018 135 comentarios 917 vistas
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¿Cuál es el día de la independencia?

por Mario Valdés Navia 16 enero 2018
escrito por Mario Valdés Navia

A veces la verdad histórica parece saltarnos a la vista, pero si escarbamos un tantico en las complejidades de los acontecimientos ya las cosas no se presentan tan claras. Tal es el caso de la fecha de la independencia de Cuba, entendida como el día en que la nación se levantó como entidad soberana en el concierto internacional, independiente de una potencia extranjera. Sopesemos los pros y los contras de cada una y juzguemos cuál es la más acertada.

Sin olvidar intentos precursores, la primera fecha a considerar ha de ser la del 10 de octubre de 1868 con el alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes, al que prefiero llamar, a tenor con la práctica al uso en Latinoamérica, Grito de La Demajagua. No obstante, el fracaso de la Guerra de los Diez Años hace que en Cuba no se le celebre como Día de la Independencia, sino solo del inicio de estas gestas.

La segunda, y menos conocida, es la del 16 de agosto de 1898, cuando se firma el armisticio entre España y EEUU que pone fin a la Guerra Hispano-Americana -a la que los cubanos consideramos Hispano-Cubano-Norteamericana. Ese día España renunció a la soberanía sobre Cuba y EEUU no la reclamó, al reiterar que se subordinaría a los compromisos de la Joint Resolution. Mas la ocupación de Cuba por el ejército norteamericano, que se duplicaría  tras el acuerdo, ponía en dudas sus intenciones reales.

En tercer lugar está la del 20 de mayo de 1902, cuando ocurrió la proclamación oficial de la independencia añorada y el inicio de la primera república, coartada por la odiosa Enmienda Platt, que la convertía, de hecho, en un protectorado, pues su independencia quedaba limitada por el derecho de intervención en los asuntos internos conferido al gobierno yanqui en la letra y el espíritu del apéndice constitucional.

El 29 de mayo de 1934, a consecuencia de la Revolución del Treinta, ocurrió la derogación de la Enmienda Platt y el establecimiento de un  nuevo Tratado de Relaciones EEUU-Cuba que excluía el derecho a la intervención, por tanto, esta podría considerarse como la cuarta fecha posible de la independencia cubana dado el fin del protectorado, aunque la dependencia económica y política al vecino del norte seguía siendo evidente.

El 1ro de enero de 1959, con el triunfo de la Revolución Cubana, se rompe la dependencia al Tío Sam y se inicia un proceso que convierte a Cuba en la Isla de la Libertad, precisamente por considerarla el Primer Territorio Libre de América, en clara referencia al cese de la hegemonía norteamericana. Por ello, esta fecha es la quinta de nuestra lista.

No obstante, los enemigos de la Revolución pronto comenzaron a  acusarla de convertirse en un satélite de Moscú. Algunos argumentos que parecían confirmar esta tesis fueron la admisión por Cuba -aunque con reticencias- de la invasión soviética a Checoeslovaquia en 1968, lo cual implicaba la aceptación de la Doctrina Brehznev, que postulaba el derecho de los soviéticos a intervenir en un país del Tratado de Varsovia si fuerzas hostiles al socialismo trataban de desviarlo hacia el capitalismo; así como la proclamación de la Constitución de 1976, que incluyó en su preámbulo alusiones explícitas a las relaciones especiales con el campo socialista y la Unión Soviética, práctica inadmisible en el derecho constitucional mundial.

Claro que los que así pensaban perdieron su punto de referencia el 26 de diciembre de 1991, cuando el Congreso de Diputados del Pueblo proclamó la disolución de la URSS y el supuesto satélite quedó prácticamente solo girando por su propio impulso en un universo capitalista, por lo que esta sería la sexta y última de estas propuestas.

Puesto a escoger, yo me quedo con la primera, pues el Diez de Octubre dio inicio a la existencia de la República de Cuba en Armas, sancionada jurídicamente unos meses después en la Asamblea de Guáimaro con la primera constitución mambisa; res pública por la que lucharon y murieron tantos héroes y mártires durante más de un siglo y por la que vale la pena seguir peleando.

16 enero 2018 80 comentarios 766 vistas
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Paul Lafargue y el elogio de la pereza

por Mario Valdés Navia 8 enero 2018
escrito por Mario Valdés Navia

Es extraño que se hable tan poco en Cuba del yerno criollo de Karl Marx. El cubano-francés Paul Lafargue nació en Santiago de Cuba el 15 de enero de 1842 y se suicidó en Draveil, Francia, el 26 de noviembre de 1911, junto a su esposa Laura, por acuerdo mutuo de una pareja enamorada e indispuesta a sufrir los horrores de una vejez decimonónica.

Más insólito es el caso si recordamos que este cubano fue un participante destacado en la Comuna de París, dirigente importante de la II Internacional y fundador de sus secciones en España, Portugal y Francia; donde estuvo entre los creadores del Partido Obrero.  Pero lo más interesante para la historia de las ideas en Cuba es que su libro El derecho a la pereza (París, 1883), mayoritariamente desconocido por acá, fue el texto más difundido de la literatura socialista mundial a fines del XIX, solo superado por el Manifiesto Comunista de Marx y Engels.

Quizás la causa principal de este olvido de sus coterráneos radique en la conocida postura de Lafargue contraria a la lucha por la independencia de la Isla al considerar –como buen socialista europeo-, que esos procesos de liberación colonial alejarían la llegada de la revolución socialista mundial. Por eso se negó a aportar dinero para la causa cubana y declaró que “una huelga en Francia es más importante para la causa del proletariado que todas las guerras de Cuba”. No obstante, por ese camino tendríamos que renegar también de Marx y Engels que pensaban igual.

“Trabajar lo menos posible y disfrutar intelectualmente y físicamente lo más posible”

La cuestión es más profunda y tiene que ver con la propia naturaleza de El derecho a la pereza, donde se postula como tesis central la necesidad de combinar el incremento del poder adquisitivo de los trabajadores con la reducción de la jornada laboral –a tres horas diarias como promedio-, para que ellos y sus familias pudieran dedicar más tiempo al disfrute de las artes, los deportes y la vida natural, en contraposición a la esclavitud enajenante del trabajo asalariado. Su lema era: “trabajar lo menos posible y disfrutar intelectualmente y físicamente lo más posible”.

Ese tipo de propuesta demoraría mucho en ser aceptada por tirios y troyanos, pues con la expansión de la gran industria en el siglo XX sobrevino la aplicación masiva del taylorismo mecanicista en el mundo capitalista -críticamente representado en el filme Tiempos Modernos de Charles Chaplin-,  y su homólogo socialista: el método estajanovista,  promovido en la Unión Soviética en la época de Stalin. Ambos preconizaban un incremento infernal de la intensidad y la productividad del trabajo para maximizar las ganancias, es decir, postulaban el productivismo como valor, aun en detrimento de la conservación de la naturaleza y de la realización plena de la vida humana.

Pero el devenir del siglo XX trajo consigo la materialización de varias de las previsiones de Lafargue: la sostenida superproducción capitalista, aplicación de paliativos terribles para vender los excedentes mediante el incremento del sobreconsumo ficticio e improductivo y la reducción de la vida útil de los productos, al tiempo que crecía la miseria relativa de la clase obrera mundial.

Así, con la extensión de las teorías actuales del decrecimiento y la sociedad del ocio, unidas a la lucha por la eliminación del desempleo crónico, la preservación del medio ambiente y el incremento de la calidad de la vida humana más allá de los indicadores económicos ligados al PIB; renace el interés mundial por las ideas del santiaguero Lafargue en épocas de la sociedad post-industrial, auge de las TIC y masiva destrucción de mercancías en los mercados globales.

Realmente, hablar en Cuba hoy del derecho a la pereza de Lafargue puede parecer contraproducente en un país que no sale del marasmo de la baja productividad e intensidad del trabajo por razones conocidas, pero sus ideas son vitales para hacer realidad, algún día, una sociedad socialista donde se haga más plena e integral la vida de todos sus miembros sin dar cabida a su alternativa contraria, la sociedad capitalista de consumo y su desenfreno productivista.

8 enero 2018 58 comentarios 498 vistas
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La revolución pospuesta

por Mario Valdés Navia 19 diciembre 2017
escrito por Mario Valdés Navia

Este año se conmemoran muchos cincuentenarios importantes relacionados con la Revolución Cubana, y entre ellos hay uno que no debemos olvidar: la campaña antiburocrática librada en todo el país en 1967, que tuvo como punto de partida un ciclo de editoriales publicado por el periódico Granma entre el 5 y el 12 de marzo bajo el nombre genérico de “Contra el burocratismo”.

Los escritos aparecían sin firma, por lo que pueden atribuirse a la dirección, encabezada por Isidoro Malmierca, pero es posible que en su redacción participaran otros autores ligados a la nueva vanguardia intelectual emergente de la época, como Fernando Martínez Heredia, jefe del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana y director de la revista Pensamiento Crítico; o Rolando Rodríguez, director del recién creado Instituto Cubano del Libro. No obstante, lo más probable es que su autor fuera el propio Comandante en Jefe, quien por esa época solía escribir personalmente los editoriales. Lo más importante, tras medio siglo de su publicación, es releer, repensar y revalorar su contenido a la luz de la experiencia y del contexto cubano actual. Echemos un vistazo a algunos fragmentos escogidos casi al azar.

El objetivo de la campaña quedó claramente precisado desde el primer texto: desentrañar el espíritu burocrático como “un peligro que debemos conjurar en nuestro país porque de su eliminación depende, en buena parte, el éxito completo de la Revolución”.[1]

En aquel momento se concebía al burocratismo como una manifestación de la ideología pequeñoburguesa que era preciso eliminar de raíz para llevar a feliz término el anhelado proceso de construcción simultánea del socialismo, el comunismo y la formación del hombre nuevo en Cuba. En consecuencia, se revelaban sin ambages las condiciones que hacían posible que “con el triunfo de la revolución socialista, la burocracia adquiere una cualidad nueva”.

El razonamiento que argumentaba esta tesis era claro, mientras en el capitalismo la burocracia era un estamento profesional secundario, intermediario, subordinado a la burguesía y alejado de las decisiones políticas; en el socialismo: “toda la burocracia que antes se hallaba dispersa, fraccionada, es vertebrada en sentido vertical por el aparato del estado y, en cierto modo, organizada y fortalecida (…) Además de su organización y crecimiento numérico, la burocracia adquiere una nueva facultad en sus relaciones con los medios de producción y, por tanto, con la actividad política”.

Los textos explicaban cómo, al triunfar la revolución y pasar a manos del Estado la dirección de la economía, la burocracia pasa a intervenir directamente en la dirección de la producción, en el control y gobierno de los recursos materiales y humanos del país. Así, de funcionarios subalternos sin poder de decisión en problemas políticos y administrativos de importancia, los burócratas pasan a ocupar posiciones decisivas en la economía y la política.

El meollo de la hegemonía burocrática fue desenmascarado entonces en su más profundo contenido económico-político, al quedar al desnudo la causa última de la posible conversión de la burocracia socialista en una clase explotadora: “Ese aparato tiene una relación determinada con los medios de producción, diferenciada al resto de la población, que puede convertir las posiciones burocráticas en sitio de acomodamiento, estancamiento o privilegio. ¡He aquí el problema más profundo e importante de la lucha contra el burocratismo!”.

El Granma atribuía al partido único la misión histórica de refrenar la burocracia, a condición de que fuera “siempre joven, siempre impetuoso; nunca estancado. Un partido siempre creador y fundido a las masas, nunca un partido que se resigne a intentar repetir lo que ya otros han hecho, sin antes valorarlo críticamente y ponerlo a la luz de las condiciones concretas en que tiene que ejercer su función dirigente y orientadora”. En cambio, se avizoraba que si el partido no ganaba esta batalla a la burocracia, si se estancaba y caía él mismo en la modorra burocrática se convertiría en un cuerpo privilegiado, incapaz de asumir su rol de vanguardia y de desarrollar la conciencia de las masas.

De ahí que el último editorial convocara al pueblo cubano a librar una batalla cultural inédita –y aún pendiente-, por el futuro del ideal socialista, pues: “La lucha  contra el burocratismo constituye, tanto por su importancia, como por la fuerza que ahora adquiere, una verdadera revolución dentro de la revolución. Posiblemente, la revolución que aún no se ha hecho en otros lugares (…) ¡La revolución antiburocrática!”.

[1] Todas las citas son de Fragmentos de “La lucha contra el burocratismo: tarea decisiva”, publicado en “El Orientador Revolucionario” No 5, del Granma, en Lecturas de filosofía, tomo II. Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1968, pp.643-647.

19 diciembre 2017 30 comentarios 444 vistas
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mentalidad

Cómo cambiar la mentalidad

por Mario Valdés Navia 11 diciembre 2017
escrito por Mario Valdés Navia

La convocatoria al cambio de mentalidad me parece una consigna aburrida si se torna indefinida y vacía, y profundamente revolucionaria  si se asumiera en serio y llegara a calar en las masas –función esencial de cualquier consigna-, por lo que la precisaría a mi manera diciendo que lo que hay que hacer es cambiar la mentalidad burocrática en mentalidad crítica.

La realidad cubana tiene aristas hermosas y alegres, que nos llenan de orgullo y son ejemplo para el mundo, pero también es cruda y desesperante y esa parte hay que revelarla, discutirla públicamente y superarla a través de iniciativas y proyectos sociales.  Para llegar a eso habría que hacer de otra manera muchas cosas al interior de nuestra sociedad.

Lo primero sería dejar a un lado la doble moral, el lenguaje complaciente y el miedo a las represalias de los de arriba, y seguir el consejo de nuestras abuelitas de decirle al pan, pan y al vino, vino, aunque nos cueste lo que nos cueste. Como dijera Martí, es preferible quemarse siguiendo a la estrella que ilumina y mata, que engordar apaciblemente con la ancha avena del buey manso.

La gente de Cuba tiene el derecho a estar informada de todo lo que ocurra en su país, y ese es el deber primero de sus comunicadores sociales. Realmente, si  se pretende construir una sociedad socialista de productores libres -como gustaban llamarla Marx y Engels- sin contar con una oposición política interna permitida y con medios alternativos que brinden al público una visión diferente de la realidad nacional e internacional, al menos hay que abandonar el lenguaje propagandístico, siempre edulcorado y satisfecho, que caracteriza a los medios oficiales, en particular, a la televisión, aun cuando esté haciendo el reporte de un accidente de tren, o la devastación causada por un huracán.

Claro que el dominio burocrático tratará de escapar siempre de su sepulturero: el control obrero, por todas las vías. La principal es mantener a los trabajadores en la obediencia mediante el habitus de la dedicación absorbente a la lucha por la supervivencia y la abolición de las prácticas de lucha por sus derechos, que va castrando el espíritu de lucha de los individuos hasta convertirlos en una multitud acrítica, lista para aceptar cualquier orientación que les bajen los organismos superiores, aun cuando les parezca, a todas luces, contradictoria e irrealizable desde el principio.

No es posible acabar con esa mentalidad de retranca creando un Buró de Lucha contra el Burocratismo –como ya se fundaron en su momento los ridículos Departamentos de Atención al Hombre-, sino abriendo cauces a la opinión pública mediante leyes –no decretos, ni cartas circulares- que regulen la participación real en diferentes aspectos de la vida social ya obsoletos, tales como: gobernanza pública, actividad económica, cultura, Derecho, comunicación social, medio ambiente, etc.; así como la proliferación de espacios para el diálogo y el debate de ideas entre posturas diferentes que busquen soluciones viables a los problemas de Cuba.

Para eso es imprescindible la iniciativa del Estado, las organizaciones políticas y la sociedad civil, y el cambio de actitud de toda la comunidad mediática. De esa manera el cambio de mentalidad será un punto de partida para transformar la realidad y no un punto de llegada al que arribarían algún día los que tengan paciencia para esperar por las calendas griegas. O, peor aún, que el cambio demore tanto que, como diría mi abuelita: cuando llegue el sombrero ya no haya cabeza.

11 diciembre 2017 71 comentarios 633 vistas
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hart

Armando Hart: acción y pensamiento

por Mario Valdés Navia 4 diciembre 2017
escrito por Mario Valdés Navia

En las cuatro generaciones de cubanos y cubanas que han vivido la época de la Revolución muy pocos han sido capaces de llevar  a un escalón tan alto como lo hizo Hart el protagonismo en la vanguardia política y la construcción de una obra intelectual arraigada en la mejor tradición del pensamiento nacional, pero enfocada a la construcción de propuestas revolucionarias viables ante los complejos problemas de la emergente cultura socialista.

Hart fue un verdadero hombre de pensamiento y de acción al punto que el sexenio revolucionario 1953-1958 estuvo indisolublemente ligado a su nombre, inscripto para siempre en los libros y en la leyenda. Fue fundador de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio en 1955, al constituirse este con las dos vertientes más radicales de la Ortodoxia: el grupo del Moncada, encabezado por Fidel y los que pertenecían al Movimiento Nacional Revolucionario, al mando de Rafael García Bárcena.

En 1956 fue a pelear a Santiago de Cuba y luego fue de los primeros en subir a la Sierra con Fidel, aunque su accionar principal lo desarrolló en el clandestinaje del Llano. Detenido en dos ocasiones fue sometido a las más crueles torturas. En la primera protagonizó una fuga espectacular al descolgarse desde el quinto piso de la Audiencia de La Habana para reaparecer en las calles como Coordinador Nacional del M-26-7.

Apresado nuevamente fue torturado salvajemente sin que su voluntad fuera quebrada. Por esos días recibió la noticia de la muerte trágica de su hermano Enrique, en Matanzas, y escribió: Murió porque sintió, pensó y sobre todo porque actuó.

El triunfo de  la Revolución lo sorprendió en la cárcel de Isla de Pinos, de donde salió para ocupar la cartera de Educación en el primer Gobierno Revolucionario con solo 28 años. Al decir de la Pogolotti, tenía una imagen tan joven que cuando se reunía con los estudiantes parecía uno de ellos. Desde este cargo,  coordinaría la Campaña Nacional de Alfabetización, el proyecto sociocultural más masivo e importante de la historia de Cuba.

Luego vendría la Reforma General de la Enseñanza, la presidencia de la Comisión de la Reforma Universitaria y la Campaña del Sexto Grado, que pondría al pueblo cubano entre los de más alto grado de instrucción en Latinoamérica. En 1965, fue asignado estratégicamente a la esfera de construcción del recién nacido Partido Comunista de Cuba como Secretario de Organización.

Todo este accionar de ideas y proyectos hizo de Hart un verdadero intelectual orgánico, el hombre escogido por Fidel, en 1976, para ser el primer Ministro de Cultura de Cuba al crearse este organismo tras los errores y horrores del Quinquenio Gris. Al decir de M. Barnet: Él fue situado donde hacía falta, ahí donde había que desbrozar las malas hierbas, donde había que erradicar el arribismo y la mediocridad, y lo hizo con elegancia, con cautela, sin cercenar cabezas, más bien sacando del hueco a aquellas que iban a rodar, y poniendo a un lado rencores y revanchas.

A partir de entonces, su nombre no podría separarse más de la cultura cubana, ni de la vida de los escritores y artistas con los cuales mantuvo siempre un vínculo fuerte, fértil y entrañable.

En su pensamiento existía una idea raigal que él denominaba la cultura de hacer política, o sea, la cultura entendida como un instrumento de emancipación política. Sobre esta base aplicó un eficaz estilo de comunicación basado en saber escuchar, respetar los criterios revolucionarios divergentes, ampliar el espectro de los debates hasta abarcar a todos los creadores y hacer realidad una de sus obsesiones: el diálogo entre generaciones, indispensable para el presente y el futuro de Cuba.

Su obra escrita abarcaría varias esferas del pensamiento cultural y constituye un aporte valioso a la ideología de la Revolución Cubana, a lo cual se suman sus entrevistas famosas, como “Cambiar las reglas del juego”, de 1983, tan vigente en las actuales condiciones de guerra de pensamiento. Colocarlo, en 1997, al frente de la Oficina del Programa Martiano y la Sociedad Cultural José Martí, dio un nuevo impulso a los estudios martianos y redimensionó la labor de promoción de los ideales de la Revolución Cubana a nivel mundial, de la mano de lo que más vale y brilla en la cultura cubana.

Para mí, haber trabajado bajo su dirección, entre el 2004 y el 2006, luchando por hacer realidad el sueño de construir el Portal Web José Martí y arrebatarle a los enemigos de la Revolución Cubana el monopolio de la figura de nuestro Apóstol en el ciberespacio, fue una experiencia sin par para apreciar de cerca la grandeza y la modestia de uno de los héroes más representativos de la gloriosa Generación del Centenario, arquetipo de la fusión entre el político y el intelectual, el revolucionario cubano y el hombre de América, digna encarnación de los preceptos martianos y fidelistas en el mundo de la cultura cubana en revolución, sin el cual sería inconcebible comprenderla y  encausarla.

4 diciembre 2017 13 comentarios 664 vistas
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Fidel y el imperio un año después

por Mario Valdés Navia 27 noviembre 2017
escrito por Mario Valdés Navia

A un año de su desaparición física Fidel sigue derrotando a sus enemigos. El último de los mitos apocalípticos que rodeaban su figura, el de que la Revolución desaparecería cuando su líder supremo no estuviera, ya no tiene razón de ser pues la estabilidad del país no deja lugar a dudas. Visitantes de todo el mundo lo confirman a diario y la mayoría de los cubanos y cubanas aspiramos a resolver los problemas internos, por complejos que sean, sin traumatismos socio-políticos ni injerencias externas.

El liderazgo del Comandante en Jefe tuvo un profundo fundamento histórico nacionalista que muchos parecen ignorar, o menospreciar, aún hoy. La causa de la independencia cubana –quizás la más popular del último tercio del XIX a nivel mundial- fue malograda, más que por la intervención norteamericana de 1898, que pudo tener otro desenlace, por la imposición de la infame Enmienda Platt que dejó a la naciente república en condiciones cercanas a las de un protectorado. Eso la convirtió, según el calificativo feliz de Ramón de Armas, en una revolución pospuesta que clamaba por un líder que la llevara a feliz término.

Por eso la entrada victoriosa de los barbudos en La Habana, con Fidel al frente, vino a suplir en el imaginario colectivo de la Isla lo que debió ser la de los mambises de 1898, precedidos injustamente por el US Army. Después vendría a potenciarse aceleradamente la cuestión ideológica y el conflicto con el Imperio, que lo trató siempre como un rebelde que le quitara lo que fue suyo por derecho de conquista.

De ahí que los atributos de la barba y el uniforme verde olivo hayan acompañado a Fidel hasta sus últimos momentos y formen parte indisoluble del mito que acompaña a su vitalicia condición de Comandante en Jefe,  cargo que fue mucho más allá del de jefe de las fuerzas armadas, que recibiera excepcionalmente del Presidente Urrutia en los días iniciales de 1959.

Convertido ya en dirigente comunista mundial. Fidel siguió dando muestras de relativa independencia también respecto al hegemónico modelo soviético. Sus posturas a favor del internacionalismo proletario iban mucho más allá del internacionalismo socialista con que se conformaba esa comunidad y comprometieron a Cuba en conflictos armados en América Latina y África que marcaron no solo la historia de ambos continentes, sino la vida de tres generaciones de cubanos; mientras que la aspiración de crear un hombre nuevo y construir el comunismo primero como un hecho de conciencia trastocaban las regularidades de la construcción socialista supuestamente establecidas desde 1957.

Con el tiempo, la larga contradicción con el gobierno de los EEUU asumió matices extremos que incluyeron la obsesión infructuosa de la CIA por eliminarlo físicamente. No obstante, en más de medio siglo de intentos, no pudieron asesinarlo -ni siquiera tumbarle la barba con sustancias químicas-; tampoco lograron derribarlo del poder, que solo abandonó por cuestiones de salud y murió casi una década después de haberlo delegado al sucesor que escogió: su hermano Raúl.

Su muerte natural provocó una multitudinaria manifestación  de duelo en el pueblo cubano y en todo el mundo y la Revolución Cubana siguió existiendo. De hecho, la forma en que murió fue una de las victorias más sonadas de Fidel ante sus enemigos imperiales.

27 noviembre 2017 6 comentarios 408 vistas
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Escasez o consumismo

por Mario Valdés Navia 20 noviembre 2017
escrito por Mario Valdés Navia

Entre los males universalmente reconocidos de la economía capitalista se encuentra la  destrucción de los bienes ya producidos debido al consumismo y las crisis de superproducción. Desde el siglo XIX se postula que una economía planificada podría ser la solución de estas contradicciones debidas a la espontaneidad de las leyes del mercado.

Desgraciadamente, en la práctica ya centenaria del Socialismo Real el consumismo fue sustituido por la escasez crónica, y la superproducción por la producción insuficiente y de baja calidad. No obstante, los que creemos que un socialismo mejor es posible nos negamos a considerar que no haya una tercera alternativa: socialismo con mayor consumo.

La conversión actual de la RPChina en el taller del mundo y su demostrada capacidad productiva y exportadora parecen desmentir la anterior aporía, aunque las grandes desigualdades y la pobreza en que sobrevive una parte importante de su población hacen dudar a muchos de las ventajas del modelo chino de socialismo de mercado, también denominado economía de mercado socialista, o socialismo con características chinas. Lo cierto es que los comunistas chinos producen tanto que abarrotan los mercados de todo el mundo con productos de calidad variable según las exigencias y la capacidad adquisitiva de cada uno.

Por otro lado, ha existido el criterio –dicen que salido del genio de Stalin y compartido por Mao- de que las masas deben permanecer en la pobreza y la escasez para que sigan siendo socialistas, pues el crecimiento del nivel de vida las convierte en miembros de las capas medias y, con ello, pierden su “espíritu revolucionario” y su “capacidad de sacrificio”, ya que empiezan a pensar de manera pequeño burguesa al priorizar las cosas valiosas que podrían perder de continuar por el peligroso camino de la revolución.

El problema de este retorcido postulado es que pone en duda la causa primera de la revolución socialista y de la construcción de la nueva sociedad, pues luchar por sacar a las masas de la explotación capitalista y crear un hombre nuevo solo puede expresarse en un crecimiento del nivel y la calidad de vida de los individuos y las familias. Lo demás me parece una estafa política y un fracaso socio-económico, pues se obliga al pueblo a permanecer hundido en un océano de penurias, mientras los líderes, sus familiares y acólitos viven en un limbo de satisfacciones materiales como si hubieran arribado ya al comunismo soñado.

Ciertamente, consumismo y consumo no son conceptos idénticos. El primero es una aberración mercantilista que juega más con el imaginario social –Marx lo llamaba fetichismo mercantil-, que con las necesidades reales de los consumidores; el segundo es el objetivo final de cualquier cadena productiva.

La producción no puede verse separada del consumo y tampoco de sus esferas intermedias, la distribución y la circulación. Ver las cosas de esa forma es lo que hace que los noticieros de la televisión cubana nos informen sistemáticamente de la cantidad de caballerías sembradas de tal o más cual producto, o de la cantidad de toneladas cosechadas, pero nunca de la cantidad que llegó a cada mercado local y, menos aún, de la dinámica de los precios en el eternamente contraído mercado interno. De hecho, los cubanos estamos más informados del movimiento de los precios en el mercado mundial que en nuestros mercados internos, tanto en CUC como en CUP.

Cuando las empresas cubanas, atadas inexorablemente al mercado internacional por la eterna necesidad de divisas y la trampa de la doble moneda, piensan más en exportar que en satisfacer la demanda interna -subestimada por la debilidad del peso como medida del valor-, no solo queda cuestionada su misión social como empresa pública, sino toda la razón de ser del socialismo.

Una cosa es exportar los excedentes y otra, muy distinta, hacerlo con producciones que nunca llegan al consumidor interno. Tener ganas de comer langostas y camarones de vez en cuando no es un pecado consumista de los cubanos y cubanas, sino una necesidad de primer orden para la mayoría de los habitantes del planeta, más si viven en una isla exportadora de mariscos.

20 noviembre 2017 52 comentarios 408 vistas
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