La Joven Cuba
opinión política cubana
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Equipo
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto
Autor

Mario Valdés Navia

Mario Valdés Navia

Investigador Titular, Dr. en Ciencias Pedagógicas, ensayista, espirituano

Pueblo o población

por Mario Valdés Navia 25 mayo 2018
escrito por Mario Valdés Navia

Los que conocen el marxismo real saben que Marx, Engels y Lenin empleaban un conjunto de categorías sociológicas que trataban de ser lo más cercanas posibles a la realidad de la sociedad que estudiaban. Por eso preferían el análisis clasista y eran reacios a hablar del pueblo en su conjunto, concepto ambiguo que recordaba la época de la Revolución Francesa en que era sinónimo de Tercer Estado y tenía en la burguesía a su sector dirigente.

No obstante, los orígenes del concepto pueblo se pierden en la antigüedad de Grecia y Roma, donde siempre se le entendió como la gran mayoría de hombres libres (demos, pueblo, vulgo) que no formaban parte de la aristocracia. Desde entonces, la mayoría de los tiranos, demagogos y monarcas se han presentado como portavoces del pueblo, según el famoso lema de José II de Austria: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, que luego asumirían innumerables partidos, grupos de poder y figuras políticas de todos los signos.

Cuando Fidel definió al pueblo en su alegato del Juicio del Moncada lo limitó a los sectores populares y las capas medias, identificándolo con lo que Martí llamó “la masa adolorida, el verdadero jefe de las revoluciones”.[1] En todos los casos el pueblo abarca a los sectores medios, a la muchedumbre de trabajadores y sus familias, a los desempleados y los que viven en la inopia permanente, desclasados que Marx denominaba lumpen proletariado; es decir: el pueblo es la inmensa mayoría de la población.

En este punto es donde la burocracia cubana y sus acólitos han encontrado la posibilidad de hacer un aporte a las ciencias sociales merecedor de un Premio Stalin: la división oportunista entre pueblo y población. Los burócratas son déspotas inteligentes y jamás declaran hacer nada por su clase/estamento, sino siempre a nombre del pueblo, para el cual trabajan sin descanso, de sol a sol. Pero como los burócratas nunca aceptan estar equivocados y para eso hay que tener alguien disponible a quién echar la culpa, tenían que encontrar un culpable para los problemas en algún lugar y empezaron a buscar.

En otro país tendrían disponible a la oposición, a los burgueses y a sus partidos políticos, a los grupos subversivos o a las mafias del narcotráfico, pero en Cuba no hay nada de eso. Y ahí tuvieron que echar mano al alter ego del pueblo, la población. En el discurso de la burocracia el pueblo es revolucionario, leal, sacrificado, creativo, honesto, sano, inteligente y nunca se equivoca. Ah, pero la población es indisciplinada, injusta, desleal, no sabe esperar a que vengan tiempos mejores, ha perdido valores y se comporta como un pichón con la boca abierta, en espera de que el estado se lo de todo. En fin, una nueva versión tropicalizada del Sr Jekyll y Mr Hyde, al punto que algunos se preguntan a veces: ¿y en este momento qué cosa soy: pueblo o población?

Claro que esa falsa distinción permite a la burocracia pensar por el resto del pueblo, tomar las decisiones de las que depende la vida de todos y, encima de eso, exigirle constantemente lealtad y paciencia para esperar a que llegue el momento más adecuado para resolver los problemas, satisfacer sus exigencias y hacer las transformaciones de las que tanto habla la gente en sus casas, paradas de ómnibus, colas y otras actividades de la población.

De hecho, existe una distinción muy importante en las empresas e instituciones entre los bienes y servicios que se destinan al turismo, las reservas, el mercado en divisas y la población. Por ello existen, entre otros, el pan de población, el pollo de población y las papas de población que jamás se llevarían a los otros destinos antes mencionados para no pasar vergüenza con aquellos clientes superiores.

Es muy difícil querer hacer la revolución con un pueblo leal y disciplinado pero sin la población contestataria e inconforme. Vale la pena recordar lo que dijera El Maestro: “los pueblos no están hechos de los hombres como debieran ser, sino de los hombres como son. Y las revoluciones no triunfan, y los pueblos no se mejoran si aguardan a que la naturaleza humana cambie; sino que han de obrar conforme a la naturaleza humana, y de batallar con los hombres como son, − o contra ellos”.[2]

[1]“Lectura en Steck Hall”, OC, T4, p.185.

[2]“La guerra”, Patria, 9 de julio de 1892. OC, T2, p.62.

25 mayo 2018 32 comentarios 288 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Prohibir o autorizar

por Mario Valdés Navia 15 mayo 2018
escrito por Mario Valdés Navia

Cuando un ambicioso macho alfa de una manada de pitecántropos decidía formar un nuevo clan con sus hembras favoritas y algunos machos guatacones,  empezaba a imponer prohibiciones a sus subordinados que coartaran su libre albedrío y limitaran el relajo. Para lograrlo apelaba a gruñidos, cocotazos y puntapiés, pues todavía no se habían inventado las leyes, decretos y cartas circulares. Pura violencia física animal como antecedente de la futura coerción cultural propia del homo sapiens.

Cuando surgieron los estados, las prohibiciones se perfeccionaron y fueron aplicadas al campo de la economía y la política, siempre con tino, para no matar la libre iniciativa de las personas que concurrían al mercado y cooperaban entre sí de manera natural, aún en sociedades sin dinero, pero bien administradas, como la del Antiguo Egipto, que no en balde duró algo más de dos mil años. Por lo general, siempre se prohíbe lo que es pernicioso para la supervivencia de la sociedad y se deja hacer todo lo demás. Mas, ¿qué ocurre cuando en una sociedad se parte de prohibirlo casi todo y autorizar solo lo que parezca bien a los gobernantes? Veamos el caso cubano de nuestros días.

Desde los 60, el estado cubano llevó el proceso de socialización de la producción a niveles extremos, incluso en los marcos de la antigua comunidad socialista. Así, casi toda la economía se estatizó y se rigió por orientaciones venidas del nivel central –soy reacio a denominar plana lo que realmente fueron directivas sin un basamento científico y no negociadas con los colectivos laborales. Este modo de pensar pronto se extendió a todo el universo sociocultural y se instaló sólidamente en el subconsciente colectivo, al punto en que la gente se acostumbró a preguntar siempre si está autorizado a hacer algo, cualquier cosa, antes de actuar.

Tal es así que, como tendencia principal, los cubanos no empujan las puertas para entrar a un establecimiento público porque le temen a la ira de los custodios y empleados;  no preguntan por qué no se vende carne de res por la libre aunque ya no viene por la libreta hace veinte años; tampoco responden lo que piensan cuando les preguntan su opinión y prefieren que les digan primero de qué va eso para no meterse en problemas; y menos todavía osan criticar a las autoridades de cualquier nivel, aun cuando el discurso oficial insista en la necesidad de entrarle a la solución de los problemas con la manga al codo.

En el campo económico esto es fatal. El problema no es de propiedad privada o social, sino de que la burocracia fosilizada pretende seguir dictándole pautas sobre el más mínimo detalle de la producción, circulación, cambio y consumo a todos los productores: estatales, cooperativos, o privados. Para ello no cesa de poner nuevas trabas a cada solución, en pos de no perder los monopolios alcanzados tras tantos años de estructuración burocrática de los asuntos, que torna asfixiante el entorno económico dondequiera que se mire.

Tanto el jefe de núcleo familiar que pretende poner una cafetería en el portal para completar sus ingresos del mes, el obrero que quiere reorganizar la línea de producción para hacerla más eficiente, el científico que tiene tres patentes de garbanzos cubanos y quiere producirlos para no comprárselos más a Turquía, o el empresario extranjero que viene a instalarse en la Zona de Desarrollo del Mariel; todos chocan con la pachorraburocrática para tramitar cualquier asunto y, al final, autorizan solo algunos de manera excepcional, para que no digan.

Si de verdad el gobierno quiere desarrollar las fuerzas productivas tendrá que mirar más hacia adentro, abrirle cauces a lo que tiene disponible en el país y dejar que crezca el mercado interno. El mundo se está haciendo cada vez más proteccionista y parece que ahora es que algunos añoran las supuestas libertades del mercado global. Mejor es estimular las libertades de los sujetos económicos internos que soñar con un maná que nos caerá del cielo. Ojalá empecemos a ver listas de prohibiciones y no de autorizaciones.

15 mayo 2018 130 comentarios 237 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

El dilema de los empresarios

por Mario Valdés Navia 8 mayo 2018
escrito por Mario Valdés Navia

La solución racional al tema de la empresa privada cubana parece estar en la misma carpeta de asuntos pendientes que la nueva constitución y otras propuestas de leyes postergadas en la ANPP, la supresión del perjudicial impuesto al dólar en la CADECA, o la eliminación de la dualidad monetaria, pero: ¿quién le pone el cascabel al gato? Si bien el tema es poco abordado en los medios, los académicos lo reiteran en entrevistas, artículos y libros,[1] mientras que los aspirantes a empresarios lo reclaman a la menor oportunidad.

Aunque desde el 2009 comenzaron a ser emitidas licencias a vendedores de alimentos y se empezaron estudios para transferir pequeños servicios y producciones a cooperativas, fue la publicación de aquella lista de autorizaciones del 2011, que parecía un censo de ocupaciones de una aldea feudal lo que abrió las puertas decisivamente a la formalización de actividades económicas que se venían haciendo ilegalmente.

Con este paso el estado obtuvo una fuente adicional de ingresos fiscales a personas naturales que no serían reconocidas como empresarias y, por tanto, no tendrían los deberes y derechos de las personas jurídicas. En aquel momento pocos advirtieron los pros y los contras de esa decisión, tanto para los TCP y los consumidores como para el propio estado.

Pronto la reproducción ampliada capitalista y la competencia entre los productores hicieron lo suyo: los más débiles  quebraron y los prósperos crecieron. Hoy, los sectores del turismo, la gastronomía y la producción agropecuaria están sostenidos sobre la base de miles de fincas, hostales y paladares que explotan fuerza de trabajo asalariada y de las cuales depende toda una red de proveedores y agentes que actúan en la economía formal y la sumergida con probada eficacia.

Con más de medio millón de ocupados oficiales y sabe Dios cuantos por la izquierda, este sector privado de pymes cubanas parece haber llegado para quedarse. Aunque se discute mucho sobre sus ventajas y desventajas respecto al sector estatal, hay al menos una que salta a la vista y el gobierno parece obviar en sus análisis. Si la mayoría de los estudiosos estiman que la mitad del ingreso por remesas se convierte en capital de trabajo para este sector, entonces debe haber recibido casi mil millones de dólares en 2017. Más del doble que el monto total de las  inversiones estatales declaradas por la ONEI en ese año.

Y problema más grave con eso para los cálculos de la hacienda pública es que esos préstamos productivos hay que devolverlos con su interés correspondiente, o pagarles sus dividendos a los familiares y socios que pusieron el capital. Si es así es posible que hoy estén saliendo para el exterior cientos de millones de dólares y euros que el estado cubano no ve pasar.

Si pudieran estimarse los millones que se llevan los ahora nombrados oficialmente turistas comerciales cubanos para traer de afuera lo que las TRD no venden dentro, más los pagos puntuales de la renegociada deuda externa, es posible incluso que Cuba sea una exportadora neta de capital. A esto se añade que los inversionistas extranjeros no acaban de alumbrarnos con su maná de dinero fresco, a pesar de leyes, ferias y apelaciones a la agilización de los contratos trabados por la burocracia.

Quizás la formalización jurídica de las pymes, con su correspondiente mercado mayorista y de créditos, cree mejores condiciones para fiscalizar las fuentes de sus inversiones, ingresos y gastos. Así se situarían en el lugar que les corresponde en una economía mixta donde el sector estatal socialista se focalice en lo que siempre se declara y nunca se cumple: impulsar las áreas claves, de alto nivel de socialización de la producción, donde se concentran los indefinidos medios de producción fundamentales.

[1]Un buen ejemplo es el compendio “Miradas a la economía cubana”, de Omar Everleny y Ricardo Torres, Edit. Caminos, 2016.

8 mayo 2018 54 comentarios 265 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
consumo cultural

El consumo cultural sirve para pensar

por Mario Valdés Navia 30 abril 2018
escrito por Mario Valdés Navia

En ocasiones he escuchado a diferentes cuadros e intelectuales referirse al consumo cultural de manera despectiva, como si se tratara de una palabra equivalente a actividad subversiva o degenerada, casi al servicio del imperialismo. Pareciera como si consumo derivara de consumismo y no al revés.

Peor aún, algunos creen que la esfera del consumo es la menos importante de la economía, donde lo significativo es la producción, y por ese camino llegan a mirarlo por encima del hombro, como si el consumo fuera privativo del momento en que tomamos una cerveza o vemos la telenovela de turno. Peor aún, otros hablan de él como si solo fuera importante en los niños y jóvenes, y los demás no consumiéramos también sin parar.

Por suerte, en Nuestra América tenemos a varios de los mayores especialistas mundiales en temas de consumo cultural, en tanto que los famosos Estudios Culturales Latinoamericanos lo cuentan entre sus asuntos principales. Uno de ellos, Néstor García Canclini –al que debo el título del post−, lo define como: “el conjunto de procesos socioculturales en los que se realizan la apropiación y los usos de los productos”. Tanto él como Jesús Martín Barbero y Guillermo Orozco, entre otros, centraron su atención en el receptor, en el consumidor final de los bienes de la cultura.

Por eso creo que valdría la pena traer a Cuba a estos investigadores –todos hombres de izquierda y defensores de la identidad latinoamericana–, para que nos ayuden a encarrilarnos mejor en este campo. No creo que medidas burocráticas y obsoletas, como sacar el reggaetón de los medios, prohibir películas, o aplicar encuestas a la salida de cada actividad cultural para hallar las “opiniones promedio”, vayan a resolver los problemas del consumo cultural acumulados en Cuba.

Nuestros proyectos han de centrarse más en el receptor, sean hombres o mujeres, jóvenes o viejos, intelectuales o campesinos, religiosos o ateos, militantes o no; y explicar los cambios que los nuevos productos y servicios culturales están generando en el universo simbólico-social de los receptores cubanos, y en el sentido que otorgan a este cúmulo de comunicación inter-cultural que los bombardea.

Lo principal debería ser superar a los públicos en los temas de consumo cultural hasta convertirlos en receptores críticos, no conformistas; activos, no pasivos; inteligentes, no ordinarios. Para ello es necesario que crezcan los niveles de consumo, pues la escasez es en esto −como en todo− fuente de mediocridad y de mercados cautivos, donde la única disyuntiva para el consumidor es: Lo tomas, o lo dejas.

Hace falta diversificar las ofertas culturales de todo tipo. Ojalá que fuera mayoritariamente a partir de la industria cultural nacional, pero también de la extranjera, que no en balde vivimos en la era de las TIC’s y el mundo es una aldea global. Si no, pregúntenle a los millones de consumidores que gastan buena parte de sus ingresos y su tiempo libre en ofertas culturales por la izquierda, como el Paquete Semanal y la televisión extranjera por cable; o son asiduos a sitios como YouTube y las redes sociales.

También siento que los críticos han abandonado al público a su suerte, con las honrosas excepciones de algunos espacios en la prensa y la televisión, pero que siguen centrados en el producto o servicio cultural, y no en dotar a los receptores de herramientas de análisis para elevar sus niveles de apreciación artística. Como bien defendía Gramsci, el libre albedrío es lo que nos hace humanos, pero hay que estar preparados para zambullirse en estos universos simbólicos que nos rodean por todas partes las 24 horas del día, y no creer en el consumo a ciegas. El consumo también sirve para pensar.

30 abril 2018 87 comentarios 384 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Amartya Sen y las libertades positivas de los cubanos

por Mario Valdés Navia 30 abril 2018
escrito por Mario Valdés Navia

Creo que el único caso de un filósofo que ha obtenido el Premio Nobel de Economía es el de Amartya Sen, en 1998. El bengalí lo obtuvo precisamente por unir la reflexión filosófica a la económica y hacer importantes aportes a los estudios de la pobreza/bienestar, la desigualdad y el desarrollo, que superaron los estudios tradicionales basados en los índices económicos y se introdujeron en el mundo de la subjetividad humana donde el rol de lo simbólico es fundamental.

Su hallazgo científico más importante es la Teoría de las capacidades humanas, aquellas de las que cada persona dispondría para poder convertir sus derechos en libertades reales, que clasifica en positivas -capacidad real de una persona de ser o de hacer algo-, y negativas, que se expresan simplemente como la no interferencia y son las más comunes en la economía y la política. Por eso sostiene que un gobierno tiene que ser juzgado en función de las capacidades reales concretas de sus ciudadanos.

Si se aplica  esta teoría a los asuntos cubanos muchos aspectos relevantes salen  a la luz. En primer lugar, se aprecia el interés de la revolución triunfante por dotar a la mayoría del pueblo de los recursos indispensables para hacer valer sus derechos mediante el fomento de la salud, educación, alimentación, vivienda, seguridad social y participación activa en las tareas sociales. Para ello se usó lo que el propio Amartya Sen llamó el Estado Providencia, garante del empoderamiento de los sectores tradicionalmente excluidos, que implementó medidas favorecedoras como fueron: la rebaja de alquileres; el racionamiento, que garantizó la adquisición de productos alimenticios e industriales para todos; el plan de becas, que permitió la llegada de los pobres hasta la universidad; y la realización de grandes proyectos económico-sociales –unos brillantes, otros descabellados− a los que se incorporaron, de manera consciente, miles de cubanos y cubanas.

Pero en la medida que crecieron las expectativas individuales y familiares y el estado socialista fue asumiendo un modelo burocrático, este fomento de las libertades reales fue inclinándose hacia las libertades negativas y dejando a un lado las positivas. Muestra de ello es que si bien al inicio se abrieron posibilidades para que los individuos se superaran y lograran de ese modo ascender en la escala social, hoy la movilidad social se basa más en el sociolismo propio de la casta burocrática, la riqueza material disponible y el capital simbólico familiar que en el mérito individual.

Así la burocracia, como antes la oligarquía, garantiza la reproducción cultural de su clase y limita el empoderamiento de los trabajadores. Prueba de ello es que cada día más las universidades cubanas se blanquean, feminizan desproporcionadamente y se vacían de hijos de obreros y campesinos ya que la mayoría de los jóvenes pobres, negros y mulatos, tiene que trabajar desde temprano -casi siempre en el sector privado e informal-, para poder cumplir sus funciones básicas de proveedor, lo cual limita la realización de sus capacidades reales como individuo.

Por otra parte, en el plano económico, las retrancas burocráticas para pagar acorde al trabajo, de las que se habla tanto en la sobremesa familiar como en los discursos de la dirección del país, han puesto en crisis las libertades reales de los trabajadores del mayoritario sector estatal para vivir de los ingresos provenientes de su trabajo honesto y  actúan como fuerzas centrífugas que provocan el éxodo de especialistas de alto nivel y de jóvenes prometedores que se van a cualquier país –haya o no Ley de Ajuste Cubano− en pos de escenarios donde consideran que podrán poner en práctica sus libertades positivas, irrealizables en el entorno social cubano actual.

El estado socialista cubano tiene todo el poder, material y simbólico, para ser el vehículo conductor de las capacidades reales concretas de sus ciudadanos y ciudadanas −en su inmensa mayoría, sanos, talentosos y emprendedores−, solo falta que la burocracia acabe de abrir las compuertas para la realización plena de las libertades positivas de Amartya Sen.

30 abril 2018 16 comentarios 457 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Cuba estrena liderazgo

por Mario Valdés Navia 24 abril 2018
escrito por Mario Valdés Navia

Tras las felicitaciones y parabienes a Miguel Díaz-Canel por su elección como Presidente del Consejo de Estado y de Ministros, la Revolución Cubana entra en una nueva época llena de expectativas. Si bien ha suscitado variados criterios el hecho de que el Presidente haya puntualizado que las decisiones trascendentales estarían en manos de Raúl, solo los que no conozcan este sistema político pueden estar perplejos. En Cuba la máxima autoridad política es el Primer Secretario del Comité Central del Partido, no el Presidente.

El camino futuro está delineado: el propio Raúl explicó que abandonará ese cargo en el próximo VIII congreso del PCC, previsto para el 2021, y que Díaz-Canel deberá ser su sustituto. Entonces, el nuevo gobernante concentrará en sus manos las tres jefaturas principales (partido, estado y gobierno), como ya las tuvieron Fidel y Raúl. Por tanto, no hay nada oculto en este proceso de sucesión generacional, todo viene ocurriendo en total transparencia y legalidad y el consenso popular es indudable.

Por demás, la historia demuestra que lo más importante en un proceso socialista no es tanto el cargo oficial que se ocupe como el nivel de liderazgo que posea un individuo en las filas del partido y la sociedad. Marx nunca presidió la Liga de los Comunistas ni la Internacional, y Lenin tampoco era la máxima figura del reducido comité central bolchevique cuando ocurrió la Revolución de Octubre.

En el período 1959-1975 Fidel no fue Presidente de la República, sino el Primer Ministro, aunque desempeñaba la jefatura de las fuerzas armadas por lógica delegación de poderes del presidente Manuel Urrutia a su favor en enero de 1959. No obstante, siempre disfrutó de un liderazgo absoluto que lo acompañó desde la Sierra Maestra hasta su muerte, aunque tras su renuncia en 2006  entregó los poderes del estado y el partido a Raúl que era su vicepresidente primero y segundo secretario del partido.

La extraordinaria trayectoria histórica de Fidel lo hizo disfrutar de lo que Max Weber llamó un liderazgo carismático, que traspasó nuestras fronteras. Pero los liderazgos de este tipo no pueden sostenerse en la larga duración porque dependen de una persona, de sus dotes naturales y su historia de vida. Por eso, hallo que una parte exitosa de la obra de gobierno de Raúl ha sido el instaurar una nueva forma de liderazgo, más institucionalizado, que preparara las condiciones del natural relevo  generacional sin traumatismos fatales para el status quo creado por la transición socialista. Pero, sea de la forma que sea, el liderazgo no se hereda ni se otorga por designación.

Y aquí llega el turno a Díaz-Canel, llamado a convertirse en el nuevo líder de la Revolución Cubana. Para eso, como declarara en su investidura, dirigirá sus esfuerzos a mantener la continuidad histórica del proceso y defenderlo exitosamente contra las acechanzas del imperialismo y la contrarrevolución. Pero también tendrá que hacer muchas cosas de otra manera, porque como se han hecho hasta ahora no han funcionado y la gente lleva rato esperando cambios que no acaban de cuajar.

En las esferas de la reanimación de la economía desde dentro, la distribución y redistribución de los ingresos a los trabajadores y sus familias, los nexos inexplotados con la emigración cubana por todo el mundo y la lucha contra el burocratismo corrupto, encontrará campo abierto para liderar procesos que abran nuevos cauces al proyecto revolucionario y devuelvan el entusiasmo y la efervescencia creadora a las masas populares. Esas que siempre han estado dispuestas al sacrificio supremo por la Patria, la Revolución y el Socialismo y por eso se merecen poder vivir de los ingresos de su trabajo honesto, en un clima de mayor prosperidad y democracia participativa, sin paternalismo ni gratuidades que nunca han reclamado ni inventaron ellas.

Con el apoyo de la masa adolorida de los cubanos y cubanas, mayormente sanos, talentosos, emprendedores y revolucionarios, estoy seguro que la capacidad probada de Díaz-Canel para liderar en responsabilidades difíciles llevará a Cuba a niveles más altos de prosperidad y felicidad.

24 abril 2018 29 comentarios 208 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Cuba-CCCP: People to People

por Mario Valdés Navia 17 abril 2018
escrito por Mario Valdés Navia

Cuando hoy los jóvenes oyen hablar de la desaparecida Unión Soviética es casi como si les hablaran del Egipto de las pirámides, pero apenas dos generaciones atrás los cubanos vivíamos en contacto sistemático con hombres y mujeres de aquel inmenso conglomerado multinacional, a los que jamás se podía nombrar por el gentilicio de sus naciones bajo peligro de caer en el diversionismo ideológico, sino como soviéticos. No importa si eran rusos o ucranianos, chechenos o armenios, para la jerga callejera de Liborio todos eran los bolos.

Con independencia de los vaivenes de la geopolítica mundial y las relaciones oficiales entre ambos países, lo cierto es que los soviéticos siempre fueron, en su inmensa mayoría, respetuosos, amables y cariñosos con el pueblo cubano. Ciertamente, el ejemplo de valentía de la Isla de la Libertad y su sueño de construir el socialismo y el comunismo a 90 millas de los EEUU y hacerlo sin caer en las garras del estalinismo y su burocracia parasitaria, parecía una tarea tan romántica para los hombres y mujeres soviéticos que su asombro por Cuba y Fidel fluía de forma honesta y natural por toda la Unión. Por el lado de acá el sentimiento fue mutuo, en casi todos.

Antecedentes ya teníamos, pues los cubanos habíamos mantenido relaciones estrechas con los pueblos de nuestra metrópoli española y de la neometrópoli yanqui. De la Madre Patria todos somos hijos por la lengua y la cultura, pero muchos lo han sido literalmente, ya que cientos de miles de hispanos vinieron para Cuba en la época republicana y, lejos de disminuir, incrementaron el componente español en la población. Respecto a los yanquis, con diferencias culturales mucho mayores y una inmigración insignificante, las relaciones people to people fueron más culturales y económicas, pero no por eso menos intensas. Entre Cuba y España, y Cuba y los USA, la hibridación cultural fue penetrante e influyente en ambos sentidos.

Con los soviéticos todo era más difícil, pues las diferencias culturales eran inmensas y las coincidencias mínimas. Nada de lenguaje, religión, tradiciones, ni costumbres comunes; todo muy politizado e ideologizado a partir del repiqueteo constante de las ventajas del socialismo y el modo de vida soviético en publicaciones de las que solo una minoría desconfiaba. Mas, con el tiempo aparecieron, primero, las relaciones interpersonales: camaradas de armas, instructores y cadetes, asesores y asesorados, compañeros y tovarich. Luego asomaron los primeros puntos comunes: vodka y ron, guitarras y balalaikas, tostones y pescado ahumado, ostiones y caviar, que empezaron a distender las relaciones y pronto la amistad sincera vino a sustituir a las exigencias oficiales de buena vecindad.

El establecimiento de numerosos técnicos y asesores soviéticos con sus familias en Cuba, en épocas en que la tenencia de divisas era un delito, convirtió a la rusa del barrio en un personaje de la comunidad al que acudía todo el que necesitara algo de la diplotienda, cuando el dólar valía entre cuatro y siete pesos. Asimismo, la enorme cantidad de cubanos que estudiaron o se recalificaron en CCCP gracias a las becas del gobierno soviético, comprobaron in situ las ventajas y desventajas reales del sistema en su versión más acabada, que difería bastante de la oficial.

Boquiabiertos nos quedamos muchos que nunca visitamos CCCP con los cuentos de los que volvían acerca de sus juergas en las noches moscovitas, o las maravillas que se podían comprar en el puerto de Odessa con unos pocos dólares. Al mismo tiempo, muchos cubanos y cubanas −de color variopinto−, se encontraron con su media naranja por aquellos lares y empezaron a darle sabor criollo a algunas casas soviéticas. Y a la hora de regresar algunos trajeron a sus cónyuges, quienes, aunque nunca llegarían a hablar el español cubano como Dios manda, sí dieron origen a los primeros cederistas soviéticos.

Pienso que de esa época la población isleña quedó marcada, de manera indeleble, por los nombres inventados con Y inicial, intermedia y final y una pronunciación similar a la eslava. No fueron pocos los cubanos que le pusieron a sus hijos lo que eran agradables diminutivos de nombres rusos, como Petia, o Volodia; amén de los supercomunistas que llamaron a sus vástagos Lenin, sin pensar que algunos terminarían sus días en Miami.

Así, en un proceso de comunicación inter-cultural pocas veces imaginado pero intenso y legítimo, ambos pueblos sembraron una amistad y admiración mutuas que se mostraron mucho más sólidas que las pomposas declaraciones de eterna colaboración mutuamente ventajosa sin fines de lucro con que se llenaron tantas páginas de documentos oficiales a los que la Historia se encargó de dar de baja. A tantos años de la desaparición del país de los soviets: ¡tres hurras por la amistad cubano-soviética!

17 abril 2018 32 comentarios 377 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Las dos caras de Brasil

por Mario Valdés Navia 9 abril 2018
escrito por Mario Valdés Navia

En 1999 salí de Cuba por primera vez y estuve casi dos meses trabajando en la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE), en Recife, Brasil, donde fundé la Cátedra José Martí (CJM) e impartí docencia. Después estuve una semana en Sao Paulo, en la casa de una pareja cubana. Fue tan grata e impactante la experiencia que al regresar me dije: “Si tuviera que escoger solo un país extranjero para visitar volvería siempre a este”. Hoy, cuando conozco otros cuatro países latinoamericanos sigo pensando igual, pero prefiero el Brasil al que retorné en 2008, el de Lula presidente, lleno de esperanzas y realizaciones.

En la primera visita mis amigos del sindicato de educadores de Recife me hablaron mucho de Lula, y al visitar el sertão, la gran planicie semiárida del interior, conocí el entorno en el que creció el pequeño Luis, pues llegué a estar cerca de su casa natal, en Caetés. Aquella tierra de gente recia y hospitalaria, con una historia de sempiterna violencia, ha convertido en leyenda a la figura del más famoso jefe de los bandidos cangaceiros, Lampião –siempre acompañado de su mujer María Bonita−, lo cual no dejaba de parecerme un ajiaco entre Macondo, Robin Hood y Bonny and Clyde.

Desde que llegué a Recife disfruté de la hospitalidad y el afecto de las autoridades del Centro de Educación, de su rector, el inolvidable Joao Francisco de Souza, y conocí a un grupo de profesores, estudiantes, intelectuales y grupos de izquierda que hablaban de Cuba con respeto y cariño. En esas conversaciones siempre aparecía Lula, de un modo u otro, asociado a la expectativa de triunfo de un proyecto de Brasil libre de la tiranía neoliberal y capaz de satisfacer las necesidades básicas de millones de excluidos −hambre, desempleo, drogas, violencia urbana y rural− que convertían aquella tierra hermosa en un infierno para los pobres.

Tanto en Recife como en Sao Paulo, la belleza de la ciudad no podía ocultar la proliferación de caras famélicas, el temor a los asaltos, secuestros y el triste espectáculo de las familias de mendigos que vivían debajo de las vidrieras y a la entrada de lojas y restaurantes. En el campus del Centro de Educación pernoctaban miles de campesinos del Movimiento Sin Tierra apoyados por las autoridades universitarias y la mayoría de la población. En los noticieros de la mañana aparecían casi a diario decenas de jóvenes y adolescentes fusilados sin juicio por la Policía Militar en los barrios pobres, aunque no existía la pena de muerte.

Me llamó mucho la atención que no hubiera discusión respecto a quién sería el candidato presidencial de la izquierda, aunque tres veces se había presentado Lula y había perdido con los aspirantes de la derecha. Primero, en 1989, con el playboy Fernando Collor de Mello, ídolo de la oligarquía y los poderosos medios masivos y luego, en 1994 y 1998, con el entonces presidente, Fernando Henrique Cardoso, quien a pesar de su historial de revolucionario juvenil, enemigo de la dictadura y hombre de centro, aplicaba una severa política de ajuste neoliberal. A pesar de esas amargas derrotas, el pueblo seguía soñando con el triunfo de Lula y ya se preparaban para las elecciones de 2002, que lo convirtieron − ¡al fin!− en el primer presidente obrero de la historia brasileña. Como él mismo dijera en su toma de posesión, por primera vez obtenía un título, el de presidente de su país.

Luego supe de los cambios positivos que ocurrían en Brasil y vi a Lula, junto a Fidel, Chávez, Kirchner, Correa y Evo, encararse al imperialismo global y conformar un frente de gobiernos progresistas que darían otra faz a Nuestra América, más martiana y bolivariana. Pero no es lo mismo leer y escuchar que ver y constatar, cosa que pude hacer en el 2008, cuando regresé a Recife, invitado a los festejos por el décimo aniversario de la CJM y el VI Encuentro Internacional de Cátedras Martianas.

Estar allí y compartir con el incansable Rodriggo y su colectivo de entusiastas de la CJM me permitieron confirmar cuánto había cambiado el país. La cantidad de jóvenes y adultos que estudiaban en la universidad se había multiplicado, en las calles casi no se encontraban mendigos, y los niveles superiores de empleo y salud se apreciaban en los rostros de alegría de la mayoría de los ciudadanos. La política del PT y sus aliados de virarse hacia adentro: incrementar la producción industrial, los salarios y los créditos de consumo, habían disparado el mercado interno y atraído al capital extranjero como nunca antes, al tiempo que se pagaba la deuda con el BM-FMI.

Pero sus éxitos mayores estaban en la política social. El plan Hambre Cero liquidó la desnutrición, y la Bolsa Familia ayudó a sacar de la pobreza a más de 30 millones de habitantes. Este es el hombre que hoy pretenden condenar, encarcelar y borrar de la política para que el nuevo frente oligárquico continental se consolide aún más. Ojalá, cuando regrese a Brasil, sea al de Lula, no al de la burguesía trasnacional y el FMI.

9 abril 2018 69 comentarios 242 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
  • 1
  • …
  • 21
  • 22
  • 23
  • 24
  • 25
  • …
  • 27

Ayúdanos a ser sostenibles

Somos una organización sin fines de lucro que se sostiene con donaciones de entidades e individuos, no gobiernos. Apoya nuestra independencia editorial.

11 años en línea

11 años en línea

¿Quiénes Somos?

La Joven Cuba es un equipo de investigación y análisis político que trabaja por un país justo, democrático y sostenible. Con una plataforma digital y un equipo especializado en el análisis de la realidad cubana, aspiramos a ser punto de enlace entre la sociedad civil y los decisores, mediante la investigación y la generación de conocimiento sobre la aplicación de políticas públicas.

@2021 - Todos los derechos reservados. Contenido exclusivo de La Joven Cuba


Regreso al inicio
La Joven Cuba
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Equipo
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto