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Mario Valdés Navia

Mario Valdés Navia

Investigador Titular, Dr. en Ciencias Pedagógicas, ensayista, espirituano

Ceres, por favor, ¡ven pronto!

por Mario Valdés Navia 1 abril 2020
escrito por Mario Valdés Navia

La Mesa Redonda (MR) del lunes 30 de marzo, dedicada a la agricultura y el transporte, logró hacerme superar mi agnosticismo habitual y despertar mi oculta religiosidad politeísta. Recordé que en el panteón romano Ceres era la diosa de la agricultura, las cosechas y la fecundidad. De sus hijos −los cereales−, se hacía la pasta energética insípida que constituía la base de la comida latina. Su culto estaba ligado a los plebeyos, quienes se encargaban de la producción y el comercio de productos agrícolas.

Tan compleja e importante era su tarea que Júpiter le asignó una brigada de doce dioses menores para atender los aspectos específicos de la agricultura: Vervactor pone la tierra en barbecho; Reparator la prepara; Imporcitor, la rompe; Insitor, siembra; Obarator, ara la superficie; Occator, la canaliza; Sarritor, escarda; Subruncinator, entresaca las siembras; Messor, cosecha; Conuector, transporta lo cosechado; Conditor, lo almacena; y Promitor, lo distribuye.

Al ver la MR de marras me di cuenta que en la última visita de Ceres a los campos cubanos –que no he localizado aún cuando fue− solo dejó atendiéndonos a algunos de ellos. Según las informaciones oficiales sobre siembras y más siembras, se aprecia que Insitor nos ha cogido cariño; al tiempo que Messor, Conuector, Conditor y Promitor, apenas se llegan por aquí. O quizás lo hacen de incógnito, porque al menos en el NTV siempre existen productos del agro en algún lugar de Cuba; solo es preciso saber: cuándo, dónde y a qué precio.

En la intervención del ministro, centrada en la necesidad de sustituir importaciones −de los 2,000 millones que se gastan en alimentos, se considera que se pueden ahorrar entre 600 y 800 con producciones nacionales− sobraron las orientaciones y promesas y faltaron respuestas concretas a la incertidumbre que rodea la producción y comercialización de los productos del agro. En particular, me fueron sorprendentes dos omisiones cardinales: la falta de indicadores económico-financieros en el discurso de tan alta autoridad, y el ocultamiento del papel de los campesinos privados en los resultados agrícolas.

El Ministro de la Agricultura, Gustavo Rodríguez, expone la estrategia fundamental de la producción agropecuaria para abastecer de alimentos a la población en medio de la actual pandemia y del reforzamiento del criminal bloqueo del gobierno norteamericano🇺🇸 contra #Cuba🇨🇺. pic.twitter.com/aowCl4A1Uj

— Presidencia Cuba (@PresidenciaCuba) March 30, 2020

Lo primero es un déficit de vieja data en la información y las decisiones económicas que se adoptan en Cuba. Vale recordar que en todos los documentos rectores del partido/Estado, desde los años 70 hasta hoy, se hace énfasis en la necesidad de aplicar las categorías económico-financieras para el análisis de los asuntos económicos, pero aquí brillaron por su ausencia de manera especial.

Nada se dijo de valor y cantidades de las producciones llevadas al mercado y su relación con los planes; volumen de las necesidades y la demanda efectiva de cada una de ellas –aunque ambos ministros reiteraron que nada llegaría a satisfacer la aparentemente insaciable ¿demanda/necesidad? de la población−; monto y efectividad de las inversiones y, lo más importante, qué podremos esperar concretamente en estos momentos para la repartición controlada o normada, más allá de los precios en alza del mercado libre.

Ni hablar del uso de mecanismos crediticios o fiscales para ayudar a los productores. Ni siquiera se explicó por qué el agro cubano, con 6,4 millones de hectáreas de tierra cultivable –no se especificó si son totales, o en manos del MINAG− solo cultiva 2,5 millones y se riega apenas el 7%. Además, si se entregaron 2,3 millones a unos 250,000 usufructuarios que las tienen en explotación, pues de lo contrario las pierden: ¿qué cantidad es la que explotan realmente las empresas estatales y cooperativas?

Lo más increíble es que se manipuló la estructura territorial del agro cubano al decir que está dividido entre 4,800 cooperativas sin hacer la imprescindible distinción entre ellas. Lo cierto es que en Cuba existen tres tipos muy diferentes: las de créditos y servicios (CCS) que reúnen a campesinos privados para determinadas acciones y donde la tierra y lo producido pertenece al campesino; las de producción agropecuaria (CPA), clásicas cooperativas de socios y asalariados y, las unidades básicas de producción agropecuaria (UBPC), entidades paraestatales subordinadas a grandes empresas.

Hoy el agro, con cerca de un millón de trabajadores (el 20% del total), solo aporta el 3,6% del PIB.

Si bien el 80% de las tierras son estatales, gran parte de ellas están gestionadas por UBPC, usufructuarios y unos 30 mil productores individuales (patieros). No obstante, según las estadísticas oficiales, la mayor parte de las más importantes producciones la hacen las CCS, o sea, el sector privado.

Ante la crisis actual, acentuada por la pandemia y el recrudecimiento del bloqueo, que viene a sumarse a la que ya existía, no se plantearon propuestas que fueran más allá de reuniones con productores (¡?), consignas repetidas, compromisos generales y apelaciones innecesarias al honor, compromiso y creatividad de campesinos y obreros que siempre lo han dado todo para producir y abastecer al pueblo.

Con la repetición de tales métodos burocráticos, probadamente obsoletos e ineficaces, difícilmente podrá aspirarse a resultados diferentes. ¡Ceres por favor, llégate pronto por acá con toda tu brigada, o seguiremos en las mismas por secula seculorum!

Para contactar al autor: mariojuanvaldes@gmail.com

1 abril 2020 11 comentarios 552 vistas
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Pluridependencia y soberanía hoy

por Mario Valdés Navia 30 marzo 2020
escrito por Mario Valdés Navia

La pandemia de la Covid-19 ha revivido la vieja polémica sobre la relación de cada país con el resto del mundo. Aislamiento o colaboración son opciones que los gobiernos adoptan ante el mal común que algunos se empeñan inútilmente en resolver solos. Esto que el coronavirus saca a la luz afecta en primer lugar a los más pobres, pero el problema es consustancial a la globalización actual.

En 1989, la caída del Muro de Berlín acabó con la bipolaridad para dar paso a una disyuntiva no resuelta aún: unipolaridad vs multipolaridad. Si bien al inicio parecía que EEUU impondría su gobierno mundial, pronto mostró incapacidad para lograrlo ante la resistencia de muchos. El ascenso de otras potencias mundiales y regionales demostró que la disputa sería para rato. Todavía perdura.

Otros factores gravitan sobre la política mundial tiñéndola de nuevos significados: cambio climático, crisis ecológica, escasez de materias primas, auge de las TICs y conversión del ciberespacio en un escenario fundamental de la actividad humana. En medio de esta geopolítica tan compleja, los países periféricos tienen que batirse con sumo cuidado para, sin perder su identidad, lograr crecer y desarrollarse sin ser destruidos y/o engullidos en esa “pelea de los cometas en el Cielo”.[1]

Ante la realidad del ocaso del predominio de los EEUU −aún prevaleciente en casi todas las esferas−, la faz de un mundo multipolar se va configurando cada vez más. Al reto que significa el progreso indetenible de China, el renacer del poderío militar ruso y el poder económico de la Unión Europea, se añade el ascenso de países emergentes –India, Brasil, Irán, Turquía− a la condición de potencias regionales y  la resistencia indomable de un puñado de rebeldes que no acatan los dictados de Washington a pesar de presiones de toda índole (Cuba, Siria, Venezuela, Corea del Norte).

Para los países periféricos no es tarea fácil defender su independencia en un mundo globalizado donde la interdependencia no es entre iguales y sus débiles economías han de insertarse en circuitos internacionales del capital altamente monopolizados por grandes trasnacionales. Para Cuba, sometida por siglos a la influencia hegemónica de grandes potencias mundiales (España, Estados Unidos, Unión Soviética) y bajo la presión constante de un cruel bloqueo, las amenazas y oportunidades han de balancearse constantemente.

La historia de Cuba permite constatar que los lazos de lealtad, fidelidad, reciprocidad, solidaridad y unión imperecedera con potencias mundiales duran tanto como seamos útiles a sus intereses geopolíticos. Cuando ya no somos necesarios para apoyarlos en sus conflictos con otros poderosos, el interés por Cuba decae y nos dejan abandonados a nuestra propia suerte.

Por eso es importante recordar lo que advertía Martí al analizar el contexto de su época, cuando ya EEUU se aprestaba a arrebatar a los europeos la hegemonía mundial y para eso quería sumar a su hueste al resto de las naciones americanas:

Cuando un pueblo fuerte da de comer a otro, se hace servir de él. Cuando un pueblo fuerte quiere dar batalla a otro, compele a la alianza y al servicio a los que necesitan de él. Lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro, es separarlo de los demás pueblos. El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios. Distribuya sus negocios entre países igualmente fuertes. Si ha de preferir a alguno, prefiera al que lo necesite menos, al que lo desdeñe menos. Ni uniones de América contra Europa, ni con Europa contra un pueblo de América. El caso geográfico de vivir juntos en América no obliga, sino en la mente de algún candidato o algún bachiller, a unión política. El comercio va por las vertientes de tierra y agua y detrás de quien tiene algo que cambiar por él, sea monarquía o república. La unión con el mundo, y no con una parte de él; no con una parte de él, contra otra.[2]

Cierto es que, más que aprovechar en nuestro beneficio las contradicciones interimperialistas, el Apóstol exhortaba a la unidad de Nuestra América y a su desarrollo urgente como valladar contra el avance imperial. Hoy, tras el fracaso en concretar aquel proyecto, en un escenario aún más complicado tras casi siglo y medio de desarrollo desigual, se hace aún más necesario depender de varios países fuertes y nunca más de uno solo.

Solo la relación con la mayor cantidad de poderes mundiales nos permitirá mantener un balance geopolítico que permita preservar la soberanía en las condiciones actuales y futuras. La preponderancia de un solo país en nuestra economía –llámese Estados Unidos, China, Rusia, Venezuela, o Haití− solo nos conducirá a un callejón sin salida para los intereses cubanos cuando dejemos de serles útiles.

Solo el comercio, la colaboración en pie de igualdad, el intercambio cultural y científico-técnico con los vecinos que nos rodean en esta aldea global en que se ha convertido hoy el planeta Tierra nos traerá mayores cuotas de independencia económica y soberanía política. La dependencia respecto a uno de estos poderes nos mantendrá atados a su suerte. La pluridependencia nos hará cada vez más libres.

[1] José Martí: “Nuestra América”. OC, T6, p-17.

[2] “La Conferencia Monetaria de las repúblicas de América”. OC, T6, p-160.

30 marzo 2020 5 comentarios 342 vistas
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Lukács: antimperialismo y socialismo

por Mario Valdés Navia 27 marzo 2020
escrito por Mario Valdés Navia

Aún hoy, el pensamiento y la vida de George Lukács (Budapest, 13-4-1885 − ibídem, 4-6-1971), uno de los filósofos marxistas más importantes del siglo XX, es poco conocido y valorado en Cuba. La entronización del marxismo-leninismo soviético (M-L) como dogma prevaleciente hizo que quienes desarrollaron un pensamiento crítico desde dentro del marxismo fueran proscritos, tanto ideológica como teóricamente, del entorno de las aulas y las ciencias sociales y humanísticas durante décadas. La sola mención de su nombre era considerada tabú.

A los estudiosos a la fuerza del llamado materialismo dialéctico e histórico –es decir, todos los que pasamos por las aulas cubanas de nivel medio y superior, desde los años 70 hasta la actualidad− nos fueron presentados los manualistas soviéticos como continuadores brillantes de los clásicos marxistas. Así, meros desarrolladores de los aportes y dictados de los supuestamente infalibles Bujarin y Stalin, como Konstantinov, Kursánov, Rosenthal y Ludin, ocuparon en el parnaso filosófico de la isla el lugar que correspondía a Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, José Mariátegui, Louis Althusser y el mismo Lukács.

Aunque su texto más importante Historia y conciencia de clase (1923) circuló en Cuba en una edición soviética, no era empleado asiduamente en la enseñanza ni en la investigación. Es que sus tesis acerca de la necesidad de una reforma radical del socialismo y su interpretación sui generis de la militancia intelectual como una lucha en dos frentes: contra el “americanismo” [imperialismo yanqui] y el estalinismo, lo convertían en uno de los llamados revisionistas de derecha del marxismo occidental.

La militancia comunista de Lukács fue tan larga como azarosa, a consecuencia de su reiterada heterodoxia. Si bien fue fundador del PC de Hungría con Béla Kun (1918), quien lo nombró Comisario de Instrucción Pública en la República Soviética de Hungría (1919-1920), también es cierto que ideológicamente se aproximó más a la postura de Rosa Luxemburgo que a la de Lenin. Ambos abogaban por una identidad dialéctica peculiar entre la conciencia de las masas y la de la vanguardia intelectual, al tiempo que consideraban necesario llevar a cabo una revolución democrática social, en vez de una revolución proletaria que condujera a una dictadura del proletariado al estilo soviético.

Aunque Lukács se vio obligado a efectuar la autocrítica de esas posiciones y vivir confinado en la URSS durante años, su admiración por la dialéctica de Hegel y la reinterpretación que hizo de su influencia en Marx, en particular en su texto El joven Hegel –uno de los estudiados por el Che en Bolivia−, hicieron su obra sospechosa para los ideólogos estalinistas. Por el contrario, en la primavera revuelta de 1968, sería revisitada y aclamada por los jóvenes de la nueva izquierda, tanto en Hungría como en otros países, quienes solían pasarse de mano en mano ediciones “piratas” de su texto más importante: Historia y conciencia de clase.

De nada serviría que, aún al borde la muerte, el viejo comunista reafirmara su comportamiento político de por vida al afirmar que: “Desde mi punto de vista, aun el peor socialismo es preferible antes que el mejor capitalismo.”[1] Su posición de jamás exiliarse en Occidente lo llevó a verse involucrado en varios procesos de “caza de brujas”, tanto en Hungría como en la URSS, y no bastó para reivindicarlo a los ojos de los ideólogos del M-L europeo ni sus cofrades caribeños.

Ahora que Cuba parece haber superado el monopolio del M-L, al menos en la academia y la letra de la Constitución 2019, es de esperar que Lukács retorne a las aulas universitarias y a las fuentes teóricas de las nuevas investigaciones de estética, historia y filosofía. A casi medio siglo de su muerte, su visión certera de que los enemigos a combatir por los marxistas verdaderos son el imperialismo y el estalinismo resuena aún con vigencia plena. No lo olvidaremos.

[1] G.Lukács: “Entrevista: En casa con György Lukács” [1968]. En G.Lukács: Testamento político y otros escritos sobre política y filosofía inéditos en castellano, pp.121.

27 marzo 2020 22 comentarios 442 vistas
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cuarentena

Los dilemas de la cuarentena cubana

por Mario Valdés Navia 25 marzo 2020
escrito por Mario Valdés Navia

Si bien la restricción de la entrada a Cuba de extranjeros no residentes y de algunas actividades sociales fue recibida con agrado por la mayoría del pueblo, lo de la Mesa Redonda del 23 no tiene parangón. La explicación detallada del nuevo paquete de medidas por el primer ministro y otros miembros del gabinete se hizo con tal objetividad, claridad y coherencia que colmó la mayoría de las expectativas.

En particular, me resultó grata su referencia reiterada a la utilidad que está teniendo para los decisores la opinión popular –tanto en la comunidad como en las redes sociales−. No obstante, ese “oído pegado a la tierra” del gobierno parece no ser compartido por algunos que se creen más papistas que el Papa. Esos tildan cualquier opinión divergente con la postura oficial como parte de una conspiración internacional, aunque al otro día cambien de casaca automáticamente en cuanto se apruebe una nueva medida que modifique la anterior situación.

Así ha ocurrido ya con varios temas: la promoción del turismo hacia Cuba desde países con la epidemia, el cierre de la entrada de turistas y la paralización de las clases. Este 24 de marzo, la emprenden contra la demanda popular a ETECSA para que disminuya sus tarifas. Como el gobierno acaba de informar que la situación está siendo analizada y es probable que se aplique determinada rebaja, quizás ya tengan escritas sus loas a tal decisión. Ante la plasticidad de esas plumas no puede esperarse otra cosa.

Ahora, ya más cerrados en nosotros mismos, comienza a notarse la dificultad de adoptar cualquier tipo de encierro en el entorno cubano marcado por la sempiterna escasez de oferta de bienes y servicios indispensables. Una cuarentena prolongada –sea total, o parcial− crea stress en cualquier lugar del mundo, aunque muchos lo sufran con internet, despensa llena y tv por cable.

En Cuba las tensiones serán otras: menos psicológicas y más materiales.

En días pasados, algunos chotearon los anaqueles vaciados en tiendas de otros países, sin valorar que al otro volverían a estar llenos. Otros claman desde ya por una cuarentena total –a lo Putin− sin tener en la nevera una botella de agua, una caja de refrescos, o un paquete de pollo, ni tener idea de cómo los conseguirán. Y yo me pregunto: ¿la cuarentena total: que sentido tiene realmente? Analicemos fríamente.

El covid-19 es un coronavirus. Para esos seres cada uno de nosotros es como el planeta Tierra para un humano. Nos habitan por millones, y nuestro sistema inmunológico los mantiene a raya de manera sistemática. De hecho, la llamada inmunidad comunitaria global es la única que verdaderamente terminará con la pandemia. Todos seremos infectados por el covid-19 en algún momento de nuestras vidas. He ahí la cuestión esencial: ese momento no debe ser el mismo para todos. Por eso es que hay que romper las cadenas de contagio; no para que nadie se infecte, sino para que no ocurra simultáneamente de forma masiva.

El objetivo del encierro es que se llegue al pico de la infestación sin que el sistema de cuidados intensivos y de ingresos hospitalarios colapse. Si eso llega a ocurrir pasará lo mismo que vimos en China, Irán y ahora en Europa y EEUU. En muchos de esos países también hay buenos servicios de salud y cientos de médicos, enfermeras y personal paramédico que ofrendan sus vidas heroicamente en la guerra contra este implacable enemigo.

Por tanto, la restricción creciente de movimientos no es, ni una opción que se pueda soslayar, ni una panacea para evitar el contagio. De ahí que tengamos que prepararnos para mayores dosis de cuarentena según crezca la infestación de la población. Y eso para nosotros, obligados a la sofocante “lucha diaria” por la subsistencia, encierra un dilema existencial bien difícil.

Si el país se afecta por la falta de ingresos frescos en MLC al paralizarse el comercio, turismo y otras producciones: ¿cuanto no se afectarán las familias al no poner reponer sus exiguas despensas y congeladores? Si los niños y adolescentes están en las casas: ¿serán los padres capaces de contenerlos entre cuatro paredes, o los mandarán a jugar al parque? Si los alimentos y otros bienes no son enviados a la casa por mensajeros: ¿no serán las colas tumultuarias cubanas un espacio de infestación peor aún que el entorno regulado de  escuelas, fábricas, u oficinas?

Hay que preparar a toda la familia para los peligros de la escasez.

Prepararlos desde lo puramente profiláctico, hasta lo económico, político y también psicológico. Desgraciadamente, en cuanto a preparación material, Cuba no es China, Rusia, o Alemania. Realmente, creo que los pasos que el gobierno ejecute tendrán que ser con pies de plomo, o el remedio puede ser peor que la enfermedad. Hasta puede ser una suerte que se mantenga aún la vilipendiada libreta de abastecimientos.

En estos momentos la responsabilidad es de todos y tanto el Estado como las instituciones, las familias y los individuos tenemos que velar por la seguridad individual y colectiva sin abusos de autoridad, ni perretas irresponsables de los que siempre hablan mal del gobierno, tanto si boga como si no boga. Los dilemas de la cuarentena cubana serán muchos y difíciles. Solo con el aporte y la comprensión de todos podremos vencer al covid-19 con el menor precio de vidas y recursos.

25 marzo 2020 4 comentarios 609 vistas
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La tríada soberbia-bloqueo-escasez

por Mario Valdés Navia 11 marzo 2020
escrito por Mario Valdés Navia

La amplia discusión colectiva de los Lineamientos, la Conceptualización, el Plan 2030 y la Constitución 2019 sirvieron para crear consenso sobre varias transformaciones mínimas al modelo cubano que resultaban claras para la voluntad popular. Ahora se hace evidente que, para los que saben, esos textos se acatan pero no se cumplen, tal y como hacían los funcionarios coloniales con las Leyes de Indias provenientes de Madrid.

Si alguien lo duda revisemos el sentido que asumen las transformaciones a la propiedad en esos textos. Es obvio que el reconocimiento en todos ellos de una economía mixta, con otros tipos económicos además del estatal (cooperativas, asociaciones con capital extranjero, TCP, privados, de organizaciones, etc.) implica que el Estado haga dejación de su monopolio en varios sectores a favor de esos otros. Pero ahí es donde se traba el paraguas y no hay forma de que se abra.

Ni siquiera se ha cumplido la orientación expresa del primer secretario −por entonces también presidente− de que los latifundios estatales entregaran las tierras improductivas para ser repartidas a los interesados en explotarlas. Hoy, más de un millón de hectáreas permanecen sin usar en manos de empresas y sus UBPC satélites, quienes se niegan a deshacerse de ellas y las conservan en barbecho, sin medios para explotarlas, solo preservadas por el inefable marabú.

De la idea, varias veces sostenida, de que se entregarían los centros gastronómicos y tiendas de comercio minorista a los colectivos obreros mediante arriendo, cooperativas u otras formas mixtas, nunca más se ha hablado. El gobierno continúa remozando algunas cafeterías y apostando por el renacimiento de la gastronomía estatal. Mientras, sigue cerrado para los TCP el prometido comercio mayorista, aunque ni aún con esa competencia desleal por la diferencia de costos de producción, logra vencerlos en la preferencia de los consumidores.

Espacio aparte merece la cuestión del comercio mayorista y minorista de bienes, donde los pasos dados constituyen otra vuelta de tuerca a favor del ineficaz monopolio estatal. Desde que en 2013 se cerraran las ventas particulares de ropa y calzado con la promesa de que serían suplidas por la industria nacional y las ventas en TRD, lo único que ha proliferado sin parar es el comercio por encargo de las llamadas mulas que recorren el mundo, desde Haití hasta Rusia, para satisfacer los pedidos de sus clientes.

Cuando recientemente se abrió el comercio en dólares a productos de alta gama parecía que ahora sí el Estado implementaba una política de captación de divisas muy prometedora, pues explotaría al máximo su monopolio en esa rama. Apenas unos meses bastaron para mostrar que ni siquiera en esas tiendas le es posible mantener una oferta estable, por lo que de nuevo las mulas vuelven a partir hacia los cuatro puntos cardinales con sus encargos individualizados.

Ante el bloqueo cada vez más férreo de la administración Trump, el gobierno cubano debería dejar a un lado su obsoleta soberbia estatista y recordar el viejo comercio de rescate que está presente en nuestro ADN económico. Estoy convencido de que las vitrinas y anaqueles de nuestras tiendas no estarían tan vacíos y la irritante escasez sería mucho menor si se pusiera fin al monopolio absoluto de que disfrutan un puñado de super empresas de comercio exterior. Las que, por demás, casi nunca pueden poner los productos en tiempo y forma en el mercado interno.

Cuán diferente sería si mulas, cooperativas mercantiles, pymes y empresas estatales fueran autorizadas a comprar y vender en el exterior, pagando al fisco los impuestos correspondientes –no los impagables que suelen establecerse−. Si a eso le sumamos que, en lugar de limitarla, el gobierno diera un tratamiento preferencial a los negocios de cubanos, tanto de la Isla como residentes en el exterior, el fondo de acumulación se dispararía y las leyes del bloqueo serían casi inaplicables.

Hoy, la Oficina de Control de Activos Cubanos necesita miles de empleados para monitorear el accionar del puñado de bancos y empresas de comercio exterior y sus contados clientes y suministradores. Me pregunto: ¿cómo podría hacerlo si fueran decenas de miles las empresas de todo tipo que vendieran y compraran por el mundo en función del mercado cubano?

La persistente soberbia estatista solo favorece el trabajo de los hombres de Trump, mientras que una mayor  libertad de comercio se lo haría casi imposible. En última instancia, lo determinante es encontrar vías eficaces y eficientes para paliar de alguna forma la sempiterna escasez de nuestros mercados. Si lo hacen estatales, cooperativos o privados no es lo más importante.

Está demostrado que en Cuba hay dinero para respaldar una demanda solvente que hoy se torna inestimable. El Estado no sabe cómo captarlo. Es hora de que se eche a un lado en algunos sectores y deje hacer a los que sepan y puedan hacerlo con más facilidad. La economía y los requerimientos del pueblo están a la espera.

11 marzo 2020 28 comentarios 336 vistas
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Coins from different countries

Las cooperativas en el modelo cubano

por Mario Valdés Navia 4 marzo 2020
escrito por Mario Valdés Navia

Un paso decisivo para la democratización económica en Cuba y la mayor participación popular es el de la descentralización de la propiedad socialista. Esta cuestión exige del fomento de la otra forma de propiedad socialista: la cooperativa, nunca promovida al nivel de la estatal. A estas alturas del proceso, la ampliación de las formas cooperativas apenas se inicia y los acercamientos académicos a ella son aún limitados.[1]

No obstante, es evidente que el sentido de propiedad socialista suele ser mayor en las cooperativas, tanto en las tradicionales Cooperativas de Producción Agropecuaria (CPA) como en las modernas Cooperativas de Producción No Agropecuaria (CNA). En ellas los niveles de participación de los socios en la gestión de los medios, la distribución de los resultados y la toma de decisiones es mucho mayor que en las entidades estatales y se acerca más a su ideal de co-propietarios.

A inicios de la Revolución parecía que las cooperativas proletarias tendrían un rol importante en la naciente economía porque las tierras expropiadas de los latifundios cañeros que no fueran repartidas a particulares serían entregadas a los jornaleros devenidos en cooperativistas. De hecho, la conversión del Estado en gran propietario y productor directo en el agro no estaba prevista, ni en el espíritu, ni en la letra de la Primera ley de Reforma Agraria.

Por el contrario, uno de sus por cuanto estipulaba con toda claridad: “La producción latifundiaria, extensiva y antieconómica, debe ser sustituida, preferentemente, por la producción cooperativa, técnica e intensiva, que lleve consigo las ventajas de la producción en gran escala.” Mas, al poco tiempo, esas cooperativas fueron transformadas en las llamadas Granjas del Pueblo y los ex-jornaleros pasaron a ser trabajadores estatales.

Se creó así un inmenso sector estatal rural que se nutrió, no solo de las tierras expropiadas por el INRA, sino también de la recuperación de bienes malversados por Batista y sus secuaces, las expropiaciones a los colaboradores de la contrarrevolución y los propietarios que abandonaran el país, y la nacionalización de los centrales azucareros norteamericanos y sus tierras. El Estado pasó a ser el nuevo señor del campo cubano y las grandes empresas estatales que ocupaban miles de hectáreas, vinieron a ocupar el lugar de los latifundios privados.

Las ideas contrarias al latifundio de cubanos como Manuel Sanguily –a quien se dedicó la ley−, Ramiro Guerra, y tantos otros que pensaron y lucharon por hacer prevalecer la mediana y pequeña hacienda campesina en nuestros campos, con su producción intensiva y ecológicamente sustentable− quedarían pospuestas una vez más hasta el presente.

En saco roto ha caído el conocido pronunciamiento de Lenin: “el régimen de los cooperativistas cultos es el socialismo”.  Tampoco se ha tenido en cuenta el éxito que ha tenido su extensión en los modelos de socialismo de mercado de China y Viet-Nam. La suspicacia gubernamental hacia ella radica en que la cooperativa es un paso hacia la descentralización y la alta burocracia, apegada a la estatización verticalista, aspira al monopolio estatal más completo sobre todos los medios de producción, fundamentales y no fundamentales.

Pero los hechos son tozudos, y aunque el texto de los documentos principales del partido/Estado cubano −entre ellos la Constitución de 2019− insisten en el carácter principal de la empresa estatal socialista, los indicadores económicos de los últimos veinte años indican con toda claridad que la tendencia histórica es a la disminución de su importancia dentro del PIB respecto a otros tipos económicos y a la economía sumergida.

Ahora, cuando el inminente proceso de unificación monetaria pende, cual Espada de Damocles, sobre miles de empresas estatales que pueden ir a la quiebra al desvalorizarse su patrimonio y su producción, se discuten variadas opciones para su salvación. Se piensa en subsidiar, privatizar, o aplicar diversas formas del capitalismo de estado –siempre con capital extranjero, único permitido−. Sin embargo, poco se habla de la opción más expedita: su conversión en cooperativas industriales donde los obreros pasen a ser cooperativistas plenos.

A nivel mundial es una variante harto aplicada del cooperativismo y su eficacia ha sido comprobada en todos los continentes. Históricamente, fue una de las formas embrionarias de la propiedad colectiva y ha sobrevivido en varios países como una alternativa a la gran producción capitalista. Desde El Capital de Marx hasta la Comuna de París, las industrias gestionadas por sus propios obreros fueron una de las primeras variantes recomendadas de nacionalización socialista.

Es hora de que los medios de producción que son ineficazmente explotados en manos de empresas estatales cubanas encuentren mejor aprovechamiento en cooperativas surgidas de la clase obrera, y no solo de campesinos y artesanos privados. Prefiero verlos en cooperativas que administrados por capitalistas extranjeros, o por miembros de la burocracia, sus familiares y acólitos, devenidos sorpresivamente en empresarios en diferentes modalidades del capitalismo de estado.

[1] El profesor Víctor Figueroa Albelo, de la UCLV fue su principal promotor durante décadas. Un valioso aporte más reciente es el ensayo “Las cooperativas en el nuevo modelo económico cubano”, de Camila Piñeiro (2013), en su libro: “Repensando el socialismo cubano. Propuestas para una economía democrática y cooperativa”. Ruth Casa Editorial-ICICJM, pp. 107-171.

4 marzo 2020 22 comentarios 462 vistas
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organicos

Los intelectuales orgánicos de hoy

por Mario Valdés Navia 28 febrero 2020
escrito por Mario Valdés Navia

Pocos pensadores han insistido tanto en el papel de los intelectuales en la sociedad como el italiano Antonio Gramsci. Su concepto del intelectual orgánico es citado en los debates actuales por tirios y troyanos. Pero en este, como en muchos otros temas, la falta de lecturas del clásico y de sus estudiosos fieles hace que la confusión reine, para beneplácito de los que solo consideran como tales a aquellos que les son fieles, dóciles y confiables.

En síntesis, Gramsci sostenía que todos los seres humanos son intelectuales por tener la capacidad de pensar y crear según su voluntad, solo determinada por las circunstancias de la vida de cada uno. No obstante, precisaba que siempre aparece un sector que, dentro de la división social del trabajo, se especializa solo en labores intelectuales y por eso reciben ese nombre. Por la naturaleza de su labor se tornan una especie de conciencia crítica de la sociedad.

La mayoría lo hace a partir de sus propios intereses, motivaciones, preferencias y talento para la creación artística y científica, y de eso viven con mayor o menor fortuna. A esos los llama intelectuales tradicionales. Mas, hay un pequeño grupo que pone su talento al servicio de determinadas clases y grupos sociales y refleja sus intereses y objetivos en sus obras de manera militante. Esos son los intelectuales orgánicos.

Casi todos ellos son representantes fieles de las clases hegemónicas y, como el buey del conocido poema martiano “Yugo y estrella”, reciben por ello “rica y ancha avena”. Son las migajas que los grupos de poder les dejan caer para que cumplan con el lamentable papel que les han conferido: convencer, una y otra vez, a las masas populares de que viven el mejor de los mundos y que deben obedecer,  adaptarse, e incluso aprender a disfrutar de su situación subordinada y explotada.

Esclavistas, señores feudales, capitalistas y burócratas socialistas han tejido su red de intelectuales orgánicos que les permitan ejercer la violencia simbólica sobre los sectores hegemonizados. Al mismo tiempo, han existido siempre otros intelectuales que han decidido poner su pensamiento y capacidad creadora al servicio de los humildes y acompañarlos en su eterna lucha por la justicia, libertad y fraternidad universales.

En Cuba han sido muchos los que han optado por la “estrella que ilumina y mata” –como diría Martí en el poema citado−. Abogados, periodistas, profesores, médicos, escritores, ingenieros, poetas, filósofos, artistas de todo tipo, han asumido este rol que los ha llevado, en muchas ocasiones, al martirio y la ruina. Son los que nunca han metido la cabeza en la arena ante los problemas sociales, ni han abandonado su función de conciencia crítica por cobardía o ambición.

Martí les enseñó el camino al afirmar: “¿criticar qué es, sino ejercer el criterio?”[1] Y como defendía la necesidad de la crítica social observaba con júbilo: “en los cubanos de todas condiciones y colores, aquella laboriosidad tenaz, aquella crítica vehemente, aquel ejercicio de sí propio, aquel decoro inquieto por donde se preservan y salvan las repúblicas”.[2]

En las condiciones actuales de Cuba, algunos intelectuales limitan su deber crítico  frente a los asuntos cruciales por el temor a perder sus prebendas. Otros se acogen a la autocensura con el pretexto de que sus críticas debilitarían la unidad de la Revolución ante las acechanzas del enemigo imperialista y sus lacayos y se agencian temas insípidos y neutrales que no pican a nadie importante. Son los intelectuales tradicionales de hoy.

Con el tiempo, los intelectuales orgánicos cubanos del presente se van delineando en dos campos encontrados. De un lado están los que defienden cualquier postura, decisión o medida que se tome por la burocracia hegemónica, aun cuando los lleve a defender posiciones que hasta ayer atacaban sin misericordia. Del otro están los que, desde dentro de la Revolución, plantean y argumentan sus ideas públicamente, con total honestidad y transparencia y las someten a la opinión pública, cada vez más inquieta y participativa.

Para  valorar a unos y otros valdría la pena retomar las ideas del Maestro: “Brazos de hermano se ha de tender a los hombres activos y sinceros, que son la única crítica eficaz y la única honrosa en las sociedades que padecen de escasez de verdad y de energía”.[3]

[1] “Estudios críticos, por Rafael Merchán”. OC. T5, p.116.

[2] “Discurso en conmemoración del 10 de Octubre”, Hardman Hall, New York, 10 de octubre de 1891. OC. T4, p.264.

[3] “La Verdad”. OC. T5, p.57.

28 febrero 2020 28 comentarios 646 vistas
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Las leyes que faltan

por Mario Valdés Navia 19 febrero 2020
escrito por Mario Valdés Navia

A riesgo de ser declarado persona no grata por nuestros legisladores amateurs −tan ocupados en sus profesiones reales y ahora atiborrados al tener que cumplir con el intenso cronograma de leyes complementarias en sus apenas dos sesiones anuales de quince días− debo decir que hay unas cuantas leyes adicionales que han de aprobarse y que no deberían ser postergadas para el período post 2022.

Lo peor es que ni siquiera están comprendidas en el plan y cronograma dados a conocer cuando ya deberían estar funcionando hace rato. Por ahora solo me referiré a tres que considero imprescindibles; de ellas dos son económicas: la ley de quiebras y la ley antimonopolio, la otra corresponde a la superestructura: la ley de cultura.

La ley de quiebras pudiera estar incluida en la tan añorada ley de empresas de abril de 2022, pero parece que esta figura ni siquiera está prevista en nuestro futuro mecanismo económico. Hoy no existe ningún otro país, capitalista o socialista, que no prevea el estado de quiebra −o bancarrota−, y cómo se debe actuar ante la declaración oficial de quiebra de una persona, empresa, o institución.

El hecho de que en Cuba apenas se hable del tema es casi increíble, más si se tiene en cuenta el carácter ineficiente de la producción en numerosas empresas. Es cierto que las distorsiones contables provocadas por la doble moneda y las múltiples tasas de cambio hacen casi imposible delimitar cuáles empresas son realmente eficientes; pero cuando se unifiquen en un futuro inmediato: ¿cómo se atenderán las numerosas quiebras que ocurrirán? Acaso no es mejor prever esto antes de que llegue la hora de los mameyes.

El artículo 26 de la Constitución del 2019 dice que las empresas: “responden de las obligaciones contraídas con su patrimonio, en correspondencia con los límites que determine la ley. El estado no responde de las obligaciones contraídas por las entidades empresariales estatales y estas tampoco responden de las de aquel”. Mas, tradicionalmente el gobierno cubano ha movido el dinero a su antojo de una a otra entidad suya. ¿Ya se acabó con esa práctica?

Si el Estado es el propietario y una empresa cae en quiebra, o en una cesación de pagos: ¿Quién responderá por lo ocurrido ante clientes, suministradores y trabajadores? Por demás, la economía cubana es cada vez más plural. Hoy los TCP tienen que seguir pagando sus impuestos puntualmente tengan o no ingresos; las UBPC y CPA no pueden reclamar al MINAG por sus incumplimientos contractuales ante los tribunales; y las cuentas por cobrar y pagar fuera de tiempo continúan acumulándose. Acaso una ley de quiebras no contribuiría a poner orden en un estado de cosas que, a todas luces, tiene que desaparecer para que la economía se encarrile definitivamente.

La ley antimonopolio es otra constante en las legislaciones actuales de casi todo el mundo, incluidas las de China y Viet Nam. Martí y Lenin coincidieron en que el monopolio en la economía solo conduciría al parasitismo y la descomposición. La práctica económica cubana, con el predominio de grandes empresas estatales ineficaces e ineficientes en numerosas ramas, es una constatación histórica de que esa aseveración nos acompaña cada día.

El objetivo de las legislaciones antimonopolio −garantizar la competencia entre los proveedores para proteger los derechos de los consumidores en el mercado− es imprescindible en condiciones de una economía multisectorial y de mercado, aunque este sea socialista y planificado. Incluso, las empresas competidoras pueden ser solamente estatales, siempre que tengan suficiente autonomía para acudir al mercado de manera independiente.

Por su parte, en los predios de la cultura constantemente aparecen fenómenos nuevos y de alta complejidad, como corresponde al carácter subjetivo e interpretativo de esta esfera. Mas, la política cultural cubana nunca ha quedado plasmada en un documento concreto[1] y, peor aún, tampoco existe una ley que establezca el marco jurídico para desarrollar la rica e intensa vida cultural que caracteriza a nuestro país.

Periódicamente ocurren en el campo cultural distorsiones e incidentes que traen consigo protestas y debates que involucran al MINCULT, instituciones, creadores y público en general. Casi siempre se resuelven mediante imposiciones y/o negociaciones entre las partes hasta alcanzar un consenso. ¿Acaso no es hora de que Cuba cuente con una ley de cultura que precise los deberes y derechos de todos los sujetos –públicos y privados− en este campo como corresponde a un Estado de Derecho y a una esfera que es escudo de la nación?

[1] Los que se consideran documentos principales de la política cultural de la Revolución son: la intervención de Fidel conocida como “Palabras a los intelectuales” (1961); la “Declaración Final del Primer Congreso de Educación y Cultura” (1971), que dio inicio al Quinquenio Gris; y la “Tesis y Resolución sobre cultura artística y literaria” del I Congreso del PCC (1975). Todos anacrónicos en el contexto actual de la sociedad cubana.

19 febrero 2020 31 comentarios 284 vistas
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