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Marcos Adrián Alemán Alonso

Marcos Adrián Alemán Alonso

Estudiante de psicología y humanidades. Escribe sobre divulgación de filosofía, ciencias sociales, y cultura de internet.

Ciudadanía

Yo no hablo de política, a no ser…

por Marcos Adrián Alemán Alonso 4 septiembre 2023
escrito por Marcos Adrián Alemán Alonso

«No, mi hermano, yo no hablo de política».

Si me dieran un peso cubano por cada vez que he escuchado esas palabras de algún conciudadano, probablemente podría comprarme una lata de refresco nacional, que en los tiempos que corren tiene un valor para nada despreciable.

Sin embargo, no es una novedad que los cubanos «de a pie», como los llaman en algunos sitios, han tenido una relación cuando menos complicada con la política a lo largo de las décadas, e incluso, con el término «política» en sí mismo. Esto no es de extrañar cuando, durante tanto tiempo, hablar de política ha sido motivo de «problemas» —decirles problemas es un claro eufemismo— en el trabajo, en el centro educativo y en la sociedad; o en el mejor de los casos, fuente de tedio en alguna reunión «obligatoriamente voluntaria» y no siempre deseada.

No sería difícil descubrir que esa distancia tomada por algunos hacia la praxis y el discurso político es muestra también de una apatía generalizada, existente en gran parte de la población, hacia la vida política de un país donde toda participación es percibida como vana e infructuosa, pues un ciudadano que siente su voz como irrelevante, a sabiendas de que los poderes fácticos harán lo suyo con total independencia de sus opiniones, se sentirá tentado a centrarse en sus asuntos privados y dejar que «los de arriba» hagan lo suyo. El papel del ciudadano en una sociedad así es adaptativo, no participativo.

Propaganda política en Cuba / Foto: vero4travel

No obstante, sería interesante preguntarse hasta qué punto es posible desentenderse de «la maldita política». ¿Acaso es posible ser políticamente indiferente, o no emitir criterios que posean un matiz político, incluso si no es explícito?

El origen de la palabra «política» nos remite —no puede ser de otra manera—, a la antigua Grecia. El término proviene del griego politikós (πολιτικός), en referencia a la práctica relativa a los asuntos de las polis, es decir, las ciudades-estado que constituían la civilización helénica en su período más próspero. A primera vista, podríamos traducir lo político como aquello relativo a la gestión de los asuntos de las ciudades, idea un tanto vaga, teniendo en cuenta la connotación de la polis para los griegos del período clásico.

La polis clásica, con Atenas como modelo canónico, no se presentaba únicamente como la ciudad, tal y como la entendemos en la actualidad. La polis era además un espacio de convivencia donde cada ciudadano debía participar. Lo político era de todos, y no podía ser de otra manera, ya que la polis solo podía funcionar cuando todos los ciudadanos estaban involucrados de algún modo en su administración y gobierno. La política de la ciudad-estado griega, y los asuntos cotidianos de la vida y la convivencia, eran indistinguibles los unos de los otros. Quienes no atendían los asuntos públicos eran, de hecho, rechazados socialmente y para denominarlos se utilizaba una palabra que, alegremente, ha quedado en nuestro vocabulario: idiota, proveniente de idiotes (ιδιωτης), con la raíz idios, cuyo significado es: «centrado en uno mismo». Es decir, para los griegos, quien no se interesaba en la política era, literalmente, un idiota.

Con el tiempo, el término política evolucionó, y cambió, además, el contenido de los fines y sujetos políticos. En Cuba, la ciudadanía suele percibir la política como un asunto de gobierno, más que público. Las bases marxistas-leninistas fundacionales del proceso revolucionario cubano, que planteó a la clase trabajadora como sujeto político, y luego a la «vanguardia organizada» —en el Partido Comunista de Cuba— como el canalizador de la voluntad de dicho sujeto, provocó a largo plazo que la concepción de política esté ligada a su carácter partidista. Cuando la «masa» habla por su cuenta —en la voz de sus intérpretes designados—, con independencia de los individuos que la componen, se produce una monopolización y exclusión agresiva en el discurso político, que crea una tendencia a la enajenación del ciudadano.

Partido Inmortal / Propaganda Política

Propaganda política en Cuba / Foto: Radio Progreso

Lo anterior, unido a la nula formación política de la ciudadanía, tras muchos años de priorizar lo ideológico por sobre lo cívico, o lo cívico como sinónimo de lo ideológicamente conveniente, ha generado la sensación de que lo político queda en el plano ideológico de lo burocrático y lo discursivo. La política en Cuba es, según la percepción extendida, hablar y pasar papeles de un lado a otro con un cuadro de Fidel al fondo.

Entonces, no es difícil entender por qué los ciudadanos no «hablan de política», o al menos, no de la política tal y como se percibe en el contexto cubano. Pero, aunque los ciudadanos eviten utilizar el término para describir el contenido de sus conversaciones, ¿realmente no hablan de política?

Muchos de esos cubanos «apolíticos» hablan en su vida cotidiana de sus problemas en el trabajo debido a cierta medida novedosa, hablan de las necesidades de la comunidad, hablan de la escasez, de los precios, de las subidas del dólar o de lo que vieron en el noticiero.

En una cola de la bodega, cual asamblea de rendición de cuentas, pueden ventilarse toda clase de cuestiones geopolíticas sobre la cercanía de determinados proveedores internacionales de arroz y nuestras relaciones con ellos, la solución al problema de la agricultura o, en una tarde de verano, durante una charla en la azotea, algún cubano puede hablar con su primo del Norte sobre las medidas iniciales de la Revolución, pero como es en familia, no se percibe como «política». Sin embargo, lo es, así como también lo es todo lo anterior. Si entendemos, como los griegos, que la política es aquello relativo a los asuntos y problemas públicos, cada apagón genera una conversación política, sea consciente o no el ciudadano.

La política, como aquello que rige la vida pública y comunitaria de la ciudadanía y del Estado, se infiltra de manera inevitable en nuestras charlas cotidianas. Intentar cambiarle el nombre es como tratar de ocultar al elefante en la habitación, pues, incluso rehuyendo del término, se pueden emitir criterios con una definida connotación política. Como decían los Borg en Star Trek: «la resistencia es inútil». Es imposible separar el pensamiento de la opinión en torno a las cosas públicas, o imaginar los futuros más deseables en el plano personal, que siempre están mediados por lo social, lo comunitario y, en fin, lo político.

Foto: Jorge Luis Baños – IPS Cuba

En el intento de evitar nominalmente lo político y, por tanto, la adquisición de una cultura política seria, el ciudadano se expone a mensajes malintencionados procedentes de todas las posturas ideológicas, y así, movido más por sus emociones iniciales que por un razonamiento consciente, podría verse tentado a abrazar posturas extremas, cuya velocidad de propagación entre la población, especialmente los jóvenes, ha sido abrumadora en los últimos tiempos.

Desde la llegada masiva de internet y las redes sociales, la juventud cubana ha accedido a nuevas formas de pensar y entender la política. La ausencia de contrastes de esas ideas con la «política oficial», o evitar hablar de política, se transforma a menudo en esquemas discursivos poco analíticos, acompañados casi siempre de mucha influencia grupal, de vivencias personales, y del comprensible resentimiento social hacia el estado general de las cosas.

Por otro lado, cuando los ciudadanos deciden «no hablar de política» abren la puerta para que otros, bajo la máxima falaz de «el que calla, otorga», interpreten su silencio como consentimiento para hablar en su nombre, o promover determinadas medidas que, en última instancia, pueden ir en detrimento del bienestar de los mismos apolíticos nominales, sin voz ni voto tras perder la partida desde el principio por no presentación, como ha pasado numerosas veces en el escenario político cubano. En ciertos contextos, incluso, no votar puede verse también como una forma de voto indirecto.

Quizá sería hora de comprender que la política no dejará de influir en nuestras vidas, solo por mirar hacia otro lado. Ignorarla es un esfuerzo vano, y al final terminará desbordando la barrera de contención e impregnando la vida colectiva de todos, que sin la preparación adecuada seremos arrastrados al pozo de la alienación, la radicalización, o la instrumentalización, por otros que convenientemente sí se ocupan —y viven— de ella.

 Al final, como rezaba una canción del popular grupo contestatario Porno para Ricardo, «a mí no me gusta la política, pero yo le gusto a ella, compañeros». Es redundante decir que hay que hablar de política porque, de hecho, ya todos lo hacemos. Es cuestión, más bien, de llamar a las cosas por su nombre, para que luego, al final del cuento, los griegos no puedan llamarnos idiotas a nosotros.

4 septiembre 2023 5 comentarios
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Postironia
Observatorio

La post-ironía y el humor negro en internet: más allá de la intención

por Marcos Adrián Alemán Alonso 10 agosto 2023
escrito por Marcos Adrián Alemán Alonso

Dentro de tres meses se cumplirá un año de un acontecimiento peculiar, que en su momento generó un encarnizado debate en redes sociales, y que aún hoy es recordado por muchos, a pesar de la notable fuerza con que las aguas rápidas del internet suelen barrer la memoria. Si usted, estimado lector, estuvo activo en Twitter —ahora X— por aquellos días, muy probablemente lo recordará: en la noche de Halloween del año 2022, en la oriental provincia de Holguín, un grupo de jóvenes había decidido salir al parque con disfraces del Ku Klux Klan.

Cuando la noticia se difundió, en aquellos días de apagones y cazuelas, las reacciones fueron diversas. Por un lado, se criticó duramente la actitud irresponsable que promovía, de forma inocente o no, una imagen que entraña por sí misma el odio y la discriminación racial, en nada menos que una de las provincias donde, según el decir popular, está más presente el racismo en la Isla. Sin embargo, por otro lado, una considerable cantidad de usuarios en redes, algunos con más matices que otros, salió a defender «con todos los hierros» a los muchachos, diciendo que «solo era humor negro», y que por lo tanto lo que hicieron era completamente inofensivo.

Memes sobre el caso del KKK en Holguín

En medio de la discusión, entre reacciones de indignación y otras supuestamente satíricas, se colaban mensajes y memes que, en efecto, transmitían de forma explícita ideas con una connotación claramente racista, donde el «chiste», si era eso lo que se buscaba, brillaba por su ausencia. Es por eso que, ahora, cuando el tiempo ha bajado las pasiones del momento, podemos preguntarnos, ¿era realmente inofensiva la actitud de los muchachos, solo porque la intención era, supuestamente, la de hacer «humor negro? Y podemos ir más allá, ¿es el «humor negro» en todo momento inofensivo? Para comprender esto, primero debemos entender un concepto fundamental: la post-ironía.

post-ironía

Tomado de Bed With Social

Se denomina post-ironía al fenómeno que se produce en situaciones donde las intenciones irónicas de una acción o declaración se confunden con las genuinas, o bien, a la llegada a posiciones sinceras a partir de posturas originalmente irónicas. El término, proveniente del mundo anglosajón y popularizado por los análisis de las obras de escritores contemporáneos como Thomas Pynchon y David Foster Wallace, se utilizó en principio para definir la ambigüedad en ciertos elementos discursivos de uso creciente que van más allá de la ironía característica de la posmodernidad, especialmente en literatura, y refiriéndose a contenidos con un predominante matiz satírico. Posteriormente, la post-ironía pasó a ser considerada una característica recurrente de la cultura popular en los tiempos actuales, donde las comunicaciones, principalmente a través de internet, suelen poseer diversas capas de significación, en dependencia del medio y el público que las recibe.

En años recientes el concepto ha recibido la atención de la opinión pública, porque se ha utilizado para describir las tácticas que utilizan ciertos grupos extremistas —fundamentalmente de la «derecha alternativa», o alt-right—, para captar jóvenes y promover la radicalización en foros de internet y redes sociales. Esto último no extraña, ya que, siendo sinceros, a los muchachos de la generación zoomer, la de los famosos «nativos digitales», cuyas edades ahora oscilan entre los 13 y los 28, les suele fascinar la post-ironía, y esto se hace más que evidente en el fenómeno cultural de los memes.

Meme sobre el feminismo

Los memes son el producto post-irónico por excelencia. En un meme no hay, por lo general, mucho contexto. Para producir un meme nos basta alguna imagen y algo de texto para acompañarla, y las explicaciones sobran, pues se asume que aquel que reacciona al meme debe entenderlo partiendo de un contexto previamente conocido. Sin embargo, esto no siempre es efectivo, y como muchos memes describen fenómenos complejos de una forma excesivamente simplificada, es habitual que el espectador rellene el resto de la historia con sus propias ideas y convicciones.

Este fenómeno se da a menudo con el humor negro. Por ejemplo, un meme sobre el Holocausto y su relación con ciertos productos de aseo personal tendrá una connotación diferente para un joven cualquiera, para una persona de origen judío y para un simpatizante del nazismo. Es precisamente ahí donde reside el peligro de la post-ironía en el humor negro de internet. Si bien la imagen que ven los tres es la misma, para el primero, quien podría considerar «evidente» que nadie haría tal «broma» antisemita de forma sincera, es posible que el componente irónico prevalezca y que lo crea retorcidamente gracioso, aunque no sin cierta inocencia. Para el segundo, probablemente el meme será claramente antisemita, y podría sentirse indignado con toda la razón. Sin embrago, es el tercer caso en el que la situación se torna verdaderamente peligrosa, pues el simpatizante nazi verá sus conductas y convicciones reforzadas. Si el meme antes referido recibe una gran aceptación, el sujeto sentirá que muchos están con él, y podría utilizar esto para atraer a otros a su ideología radical, incluso a algunos de los que estaban en el primer grupo. La intención original del que publicó el meme ni siquiera importa ya: acaba de extenderse una interpretación post-irónica.

Tomada de memedroid

En honor a la verdad, a casi todos nos gustan los memes. La comunidad cubana en redes sociales, fundamentalmente en Twitter, tiene en gran estima el «humor negro», o al menos, lo que muchos de ellos llaman así. Los llamados «memeros» —cubanos cuyos orígenes pueden ser trazados hasta la vieja comunidad LINLT— recurren constantemente a él, bien sea como forma de crítica social, de desahogo o simplemente para caer en gracia. Fueron muchos de estos influencers los que defendieron la «iniciativa» de los muchachos de Holguín, aludiendo unas supuestas y puras intenciones de comedia.

Sin embargo, como se demostró en su momento, y lo que puede deducirse por las maneras en que opera la post-ironía, incluso si el objetivo era provocar risa —ya me dirán cómo— las intenciones detrás de un acto expresivo no siempre determinan sus interpretaciones y consecuencias. Una «inocente» salida con disfraces puede terminar incentivando o consolidando el racismo en aquellos que lo interpreten post-irónicamente, incluso si esto nunca pasó por la mente de los jóvenes.

De manera similar ocurre con bromas y memes machistas, sexistas, clasistas, que pueden extender estereotipos nocivos, pero cuya crítica es desestimada en nombre de la libertad de hacer humor, o haciendo alusión a cierta «generación frágil». La transgresión es parte integral de toda juventud, así como la sublevación contra «lo establecido». Si lo trasgresor es la irreverencia absoluta, y aquello que se percibe como «lo establecido» es la llamada «corrección política», todo lo políticamente incorrecto será en sí una reafirmación de la identidad de aquel que busque transgredir de esa manera. No es de extrañar, pues, que la emoción y el sentimiento de pertenencia al grupo, suelan predominar por sobre la razón cuando se abordan estas cuestiones en el debate público.

Meme sobre la llamada generación de cristal

Internet hoy está cargado de post-ironía, lo cual ha preparado el caldo de cultivo para que se extienda una nueva y peligrosa ola de irreverencia, permeada por el discurso anti-woke y el alza de ciertos conservadurismos, y presentada como una «reacción legítima» en defensa de la «libertad de expresión», que muchas veces resulta ser, de forma irónica —o post-irónica—, la libertad para atacar a alguna minoría o grupo vulnerable.

Por supuesto, no es cuestión de abandonar el humor negro, o dejar de hacer memes, pues ambos son ya una parte indisoluble y fascinante de la cultura cibernética de nuestra época. Se trata, más bien, de no tomar el camino fácil del «descargo de responsabilidad», para luego desentenderse de las consecuencias no deseadas que puedan traer la propagación ciertos discursos; pues incluso las mejores intenciones pueden ser instrumentalizadas por los verdaderos promotores de las posturas que pretendían ser satirizadas.

No tenemos de otra. ¿Memes y humor negro? Sí, gracias, pero usando la cabeza.

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10 agosto 2023 9 comentarios
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Pueblo
Ciudadanía

¿Qué es el pueblo cubano?

por Marcos Adrián Alemán Alonso 19 julio 2023
escrito por Marcos Adrián Alemán Alonso

«La Guerra del Golfo no ha tenido lugar»: Con esta polémica frase el filósofo Jean Baudrillard se aseguraba, en un ensayo homónimo, su lugar en la historia del pensamiento post-moderno. El pensador en cuestión llegó a asegurar que vivimos en un simulacro permanente de una realidad que ya hace mucho se perdió para nosotros.

Baudrillard sabía perfectamente que los hechos —y la violencia, y las víctimas— de la Guerra del Golfo eran reales. La cuestión estaba en la interpretación de los sucesos. Para él, la llamada guerra no era más que una atrocidad disimulada, que solo existió como tal para el mundo occidental a través de la propaganda, los medios de comunicación, y las sucesivas manipulaciones convenientes que hicieron de lo sucedido la maquinaria mediática y sus intereses ocultos. La sangre se derramó, las masacres ocurrieron, pero lo que el mundo occidental conoció como la «guerra del Golfo» no sucedió jamás, y solo existió como una figura narrativa. He ahí el mensaje tras la frase.

La guerra del golfo no ha tenido lugar

Tomada de Editorial Anagrama

Han pasado ya más de tres décadas desde que Baudrillard publicó su ensayo sobre la guerra del Golfo. Sin embargo, ahora, en la era de las redes sociales y la posverdad, el fenómeno que denunciaba aparece tan o más presente. Los intereses mueven discursos y estos construyen narrativas. En este campo los cubanos tenemos experiencia y estamos de cierta forma acostumbrados a ello, al haber vivido toda la vida entre —o por debajo de— toda clase de discursos antagónicos, aislados en sus respectivas realidades.

  • El pueblo cubano quiere libertad.
  • El pueblo cubano es fidelista.
  • El pueblo cubano es firme en las convicciones revolucionarias.
  • El pueblo cubano salió a las calles para pedir el fin del comunismo.
  • El pueblo cubano condena el bloqueo.

El pueblo cubano quiere esto, lo otro, aquello…

En todas partes «el pueblo cubano» se vuelve un eje en torno al cual giran discursos, se imprimen pancartas y se firman generosos cheques y donativos. Es una combinación de palabras que se dice fácil, cuyo significado parece obvio. Es el conjunto de personas que viven en Cuba. Es evidente, ¿cierto?

No.

Si es así, ¿dónde quedan los cubanos que viven en el exterior, o los que se han visto obligados a abandonar la patria por motivos ajenos a su voluntad? ¿No son cubanos? ¿No deberían ser incluidos en el «pueblo cubano»?

Digamos que sí. Podríamos, entonces, vernos tentados a decir:

  • ¡Voilá! ¡He ahí la definición de «el pueblo cubano»!

Tomada de elToque

Sin embargo, dicha definición no es tan obvia, pues, de ser así el caso, ¿por qué su concepto parece ser tan variable para cada actor político, medio de comunicación, facción, grupo de presión, lobby, influencer, o cualquier emisor de criterio ocasional? Lo que es peor, no solo varía su contenido, sino que incluso se le atribuyen a ese «pueblo» del que hablan una serie de atributos: una voluntad, una personalidad, y hasta deberes morales.

Casi todos tenemos frescas en nuestra memoria las palabras de ciertos discursos: declaraciones soberbias donde se despojaba de la condición de cubanos a aquellos que, por un motivo u otro, no se acomodaban al concepto de preferencia que tenía el orador de lo que «el pueblo cubano» significaba. No hay que pensar en nadie en específico, pues es un síntoma común del que padecen, ya sea explícita o implícitamente, casi todos aquellos que entran al juego de la politiquería y el oportunismo sobre el tema de Cuba.

No es menos ignominioso cuando, desde una aparente posición de superioridad moral, se le piden a ese pueblo sacrificios —y no son pocos los que se le piden—, bajo el pretexto de que son necesarios para lograr la voluntad previamente atribuida, sin preguntar mucho, o preguntando selectivamente.

De esa manera vemos, por un lado, cómo un burócrata le pide al convencido y fidelista «pueblo cubano» resistir la crisis calmadito para lograr seguir «haciendo revolución» a su manera. Por el otro, algún «activista» desde la otra orilla les pide a los cubanos aguantar alguna flamante sanción económica porque, aunque vaya a impactar directamente en la calidad de vida de los más desfavorecidos —y en menor medida a aquellos a las que supuestamente va dirigida—, todo es por el bien del pueblo, que sólo quiere «libertad».

Lo hacen tan alegremente que, pareciera, nos conocen mejor que nosotros mismos, como si «revolución» y «libertad» no fueran también conceptos cuyo contenido es cualquier cosa menos clara, al estar sujeto a las premisas o convicciones de aquel que los usa.

Una vez más, aquellos que definen al «pueblo» según sus preferencias ya saben lo que es mejor para él, y sacrifican a los que verdaderamente componen lo que debería ser llamado «pueblo» como piezas en su particular juego político. Tan sabios y superiores son esos voceros, portadores de la «voluntad popular».

Cuando unos se hartan y gritan, resulta que grita el pueblo o un grupúsculo, según a quien se le pregunte. Y ya se sabe hasta por lo que gritan, incluso antes de preguntarles. ¿El 11 de julio de 2021 salió «el pueblo cubano» a protestar? También depende del interlocutor, como lo hacen también las causas y sentimientos de aquellos involucrados, por más infructuosa que sea la tarea de intentar abarcar en un único tipo de discurso la complejidad de los motivos, y la diversidad de todos los que salieron ese día, o los que sonaron una cazuela durante un apagón.

Por si fuera poco, hay otros que se incluyen en el pueblo y rellenan imaginariamente al resto de sujetos que lo componen a su imagen y semejanza, para de esa forma sentir que pueden hablar por los demás. Todos son el pueblo: un pueblo personalizado, hecho a la medida de sus ideas preconcebidas favoritas. Y ahí van los medios, haciéndole creer al mundo que el «pueblo cubano» es una cosa, u otra; haciéndole creer a los propios cubanos que al «pueblo» es posible hacerlo hablar por un solo micrófono.

Pueblo de Cuba

Tomada de France 24

Después nos sorprendemos del hecho de que muchos cubanos, especialmente jóvenes, se encierren en sí mismos y renieguen de todo lo que respecta a ese tal «pueblo cubano», tan ajeno y abrumador, del que nunca han formado parte.

No sería extraño concluir que «el pueblo cubano» es, al parecer, lo que usted prefiera que sea, o lo que los medios presenten, lo que las narrativas de turno le vendan al público, ya sea del interior o del exterior. Si esto es así, quizá deberíamos hacer como Baudrillard y, al no ser ese «pueblo cubano» más que una figura de discurso que se le vende a la opinión pública, declarar sin temor alguno que el «pueblo cubano» sencillamente no existe.

De la misma manera en que existió el enfrentamiento en el Golfo, desde luego existen los cubanos: son reales todos los sujetos que lo componen, así como sus sufrimientos diarios, sus opiniones —de un color u otro— sus costumbres, sus sentimientos, sus tragedias y sus alegrías. Existen los que quieren eso que llaman «libertad», signifique lo que signifique, así como los que quieren seguir «haciendo revolución», sea por convicción o por conveniencia; y también aquellos que no quieren saber más de Cuba y simplemente desean dejar todo atrás. Existen los que salieron el 11 de julio a expresar sus inconformidades, también los que tiraron piedras, y los que se quedaron en sus casas, y existen además los que salieron tras la «orden de combate», a defender sus «logros»; o los que salieron en uniforme —o uniformados de civil— a darle contenido a la palabra «represión». Todos ellos fueron «el pueblo», y a la vez ninguno lo fue.

Protestas del 11J / Tomada de CNN

Existen, en fin, todas las circunstancias que rodean a Cuba y los que en ella tienen su patria, estén donde estén. Eso podría ser «el pueblo» sin problema alguno, pero no es eso a lo que se refieren nuestros pretendidos portavoces: «el pueblo cubano» del que tanto hablan es un perfecto desconocido, tras décadas de instrumentalización, invisibilización de la pluralidad y voceros pretenciosos. En el mundo se hacen toda clase de declaraciones y muestras de condena o apoyo, a unos y otros en la cuestión cubana, que defienden «la causa del pueblo» con base en lo que han creído —o preferido creer— que eso significa.

«El pueblo cubano» es, en definitiva, una figura discursiva maleable, vacía, que ha perdido su contenido para caer en la oscuridad semántica. Solo a través de un diálogo respetuoso y verdaderamente inclusivo se podrá recuperar algo de claridad sobre lo que significa, y retomar —o crear desde cero— la capacidad de que aquellos que componen ese pueblo puedan expresarse por sí mismos.

Antonia Eiriz, Una tribuna para la paz democrática / Tomada de Museo Nacional de Bellas Artes

No hay vocero, por brillante que sea, capaz de abarcar la totalidad de la voluntad de un «pueblo», pues no existe discurso posible que pueda agotar la totalidad de lo que un grupo humano representa, y los deseos o convicciones de quienes lo forman. Si en el pueblo del que se habla no caben todos, entonces ese pueblo no existe. «El pueblo cubano» del que disertan sus bienintencionados médiums —pues eso deberán ser si pueden canalizar la voz de un fantasma—, allá desde sus alturas, en las sesiones del Parlamento Europeo, en el congreso de los Estados Unidos de América, o en las reuniones del Comité Central del Partido, es poco más que una ficción, un simulacro.

Ojalá que el famoso «pueblo cubano» se llene de voces propias y emancipadas, para que quizá, con el tiempo, las que hoy son palabras distantes y vacías lleguen a significar algo en lo que podamos reconocernos todos.

19 julio 2023 14 comentarios
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