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Autor

Manuel García Verdecia

Manuel García Verdecia

Poeta y crítico. Máster en Historia y Cultura Cubana

Martí

El Martí necesario hoy

por Manuel García Verdecia 27 enero 2023
escrito por Manuel García Verdecia

En los tiempos y condiciones que corren, José Martí continúa siendo un pensador necesario para cualquier proceso genuinamente emancipador, así como para la estructuración de una sociedad democrática y próspera. Poseedor de un acendrado humanismo, librepensador que se ha ilustrado ampliamente, civilista por convicción; Martí sueña con una patria acendrada por el decoro y la concordia inclusiva.

A su innata inteligencia, sensibilidad y empatía hacia los otros, suma la voluntad de sacrificio y la rectitud que le han inculcado los padres, la búsqueda de la excelencia y la virtud que ha cultivado el maestro Mendive, así como su actitud rebelde ante todo acto de injusticia, que desarrollara desde sus tempranos años de presidio y destierro. Todo cuanto hace está movido por su espíritu de justicia, su confianza en la virtud y su convicción de la posibilidad de perfeccionamiento del ser humano.

Entonces no resulta fortuito —al analizar sus actos de preparación de la revolución necesaria—, apreciar el cariz que tiene su relación con los militares ni su voluntad de defender la más plena democracia para su país. Por eso es que se enfrenta a determinadas posturas adoptadas por los veteranos, que le hicieron precaver cierta predisposición en ellos —dada su verticalidad de orden y disciplina así como ciertos prejuicios hacia los civiles, no siempre injustificados—; a ser los que determinaran y prevalecieran en la organización de la vida cubana tras la independencia.

Martí se opone de plano y concibe una estructura política cuidadosa e integralmente constituida, que organice la guerra y a la vez prevea las condiciones fundamentales para, una vez independientes, fundar una nación libre donde los militares cumplan su parte fundamental sin que comprometan el futuro desempeño de la república.

En tal sentido es que escribe a Gómez: «… ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana?» (OO.CC, T. 1, p. 178). Desde ya está alzando como bandera para la realización de la posible nación, el cuidado y consentimiento de las libertades públicas, o sea, la posibilidad de que sus compatriotas desempeñen, sin objeciones ni limitaciones, sus derechos ciudadanos.

Con ese fin crea el Partido Revolucionario Cubano, concebido no como una estructura que una vez ganada la libertad se consolide y entronice para decidir los asuntos de la patria; sino como lo que en su concepto prístino es un partido: un medio transitorio para aunar voluntades con el fin de conseguir determinada meta política. Dicha intención está explícitamente manifestada en las bases del Partido: «…lograr con el esfuerzo de todos los hombres de buena voluntad, la independencia absoluta de la isla de Cuba» (OO.CC., T. 1, 279). Notemos que propone dos condiciones: esfuerzo y buena voluntad. No hay un carácter deliberadamente ideológico. Solo se anhela conquistar la soberanía del país.

Martí

José Martí por Raúl Martínez

Pero ante la actitud de la metrópolis de no ceder un ápice su control de la Isla, y considerando que las vías pacíficas no habían logrado el intento libertario, concibe un método ineluctable: la revolución. De modo que prevé como tarea central del Partido: «…ordenar, de acuerdo con cuantos elementos vivos y honrados se le unan, una guerra generosa y breve…» (OO.CC., T. 1, 279).  Volvemos a encontrar el deseo de sumar voluntades honrosas para la tarea, pero además, su espíritu humanista y para nada belicista lo hace considerar la acción bélica como «generosa», cualidad extraña para una acción armada pero no rara en un hombre de su sensibilidad; o sea con el mínimo indispensable del uso de la fuerza, y en un lapso breve para que se evite la prolongación del sufrimiento en el tiempo.

Ahora bien, al pensar en la guerra como forma de conseguir el poder, ¿postulaba Martí la continuación de la labor del Partido en la dirección del país? Para nada. Los propios estatutos aclaran cuál es el objeto del esfuerzo militar una vez conquistada la independencia. La liberación por las armas está «encaminada a asegurar en la paz y el trabajo la felicidad de los habitantes de la isla» (Ibídem).

Fijémonos detenidamente en tres términos fundamentales, pues en Martí no  hay nada fortuito: paz, trabajo y felicidad. De modo que, una vez depuestas las armas victoriosas, lo que sobrevendría sería un clima de tranquilidad que favoreciera el desarrollo del trabajo como manera de obtener los bienes que garantizaran el bienestar de los cubanos. En última instancia, el objeto de la revolución debía ser la felicidad del país, que es en definitiva lo esencial de la vida humana.

Por ello no deja de enfatizar en las características que tendría esa guerra y en sus consecuencias para Cuba: «… una guerra de espíritu y métodos republicanos, una nación capaz de asegurar la dicha durable de sus hijos…» (Ibídem). Notemos la acentuación del sentido republicano que le confiere, no solo al objetivo de la guerra sino a la formación sociopolítica derivada de ella, que destierra cualquier rasgo colonialista o monárquico que, por experiencia, sabía había perturbado los esfuerzos emancipadores en otras naciones del continente, como Haití y la Gran Colombia.

Es la república la nueva forma de organización de la vida social y política de un país que la independencia, la industrialización y el ejercicio de los derechos humanos demanda, pues son las condiciones que propician que los ciudadanos vivan según sus potencialidades y adquieran con ella la mayor cantidad de dicha.

De igual modo Martí sintetiza esta idea en el Manifiesto de Montecristi, que no solo fundamenta ampliamente la necesidad de la guerra, sino cómo debe concebirse la misma y cuales sería sus perspectivas futuras. Allí explica que sería una «guerra digna del respeto de sus enemigos y el apoyo de los pueblos, por su rígido concepto del derecho del hombre, y su aborrecimiento de la venganza estéril y la devastación inútil» (OO.CC., T.4, p. 101). Desea que cuanto se haga por las armas sea lo razonable y considerado, de manera que los contrarios y los amigos admiren su justeza.

Es constante su vocación de aunar voluntades por encima de diferencias secundarias, siempre que se labore con honor y deseo de ampliar los caminos de la patria. Por eso, además de convocar a los cubanos de buena voluntad, como expresa en el Manifiesto de Montecristi, rechaza toda duda sobre la inclusión del negro y el español en la instauración y desarrollo de la nueva república, intenta desterrar el temor que estos puedan sentir ante la acción libertaria, y concibe su participación con la sola condición de que todos hagan trabajo generoso para levantar el país y mantengan una actitud cívica tendiente a la consolidación de la nación, laboriosa y justa, que se desea constituir.

Al analizar las bases del Partido Revolucionario Cubano, se puede apreciar su sentido transitorio y funcional. Allí se explicita que el mismo: «…no se propone perpetuar en la República Cubana, con formas nuevas o con alteraciones más aparentes, el espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia…» (OO.CC., T. 1, p. 279). Reparemos en que se destierra totalmente cualquier posibilidad de liderazgo único e ilimitado, ni tampoco de una administración oficinesca. El Partido, y en eso insiste constantemente, busca fundar un estado  moderno, no establecer una nueva monarquía partidaria. Esto sugiere que una vez concluida la contienda, el Partido daría lugar a formas de gobierno y administración que sustentaran la naturaleza de la república y ofrecieran posibilidad de realización a las libertades públicas y al más amplio ejercicio ciudadano.

Martí

José Martí visto por Jorge Arche.

El Apóstol se apoyaba en estimular las mejores virtudes de los cubanos para fundar esta nueva nación. Conocía lo ocurrido en otros lugares del continente y ansiaba prever para Cuba las arbitrariedades y formas de poder que había generado la colonia. Por eso incitaba el esfuerzo cooperativo y laborioso de los mejores cubanos, que deberían convivir en concordia y colaboración.

Las bases del Partido así lo expresan: «…fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia…» (Ibídem). Y no existe en sus ideas ningún sentimiento de revancha ni exclusión de cubanos, bien sea por ideas, raza o actitudes distintas, porque explícitamente declara trabajar con el empeño «de todos los hombres de buena voluntad». Martí jamás habría dado la orden de combatir a quienes opinaban distinto si se integraban honradamente al levantamiento del país.

Hombre de amplia perspectiva, sabía que no se podía lograr una república armoniosa desde la pobreza y el caos de una economía ineficazmente diseñada, y sin participación general y apertura a las más diversas maneras de producir hacienda. De manera que expone literalmente que la República que surja tras la libertad deberá: «… sustituir el desorden económico en que agoniza con un sistema de hacienda pública que abra el país inmediatamente a la actividad diversa de sus habitantes…».

Sabe que el sostenimiento, no solo de la libertad, sino de la paz y el porvenir de una nación, no se basa únicamente en las buenas intenciones, sino en el fomento de los bienes necesarios para la existencia, a partir de una economía diversa, sólida y funcional. Dos términos son cardinales en su proposición: «abrir» el país a la actividad productiva, así como actividad «diversa», pues solo en la multiplicidad de emprendimientos pueden suplirse las condiciones materiales que la nación y sus ciudadanos necesitan para la existencia y prosperidad.

Una y otra vez, el Maestro clama por una integración de todas las fuerzas benéficas para fundar la nueva República. Sabía que la verdadera libertad era imposible sin la participación espontánea y cooperativa de los diversos sectores sociales. No se podía derribar el absolutismo colonial para sustituirlo por otro, aunque revestido de carácter nacional.

Es así que en carta a Máximo Gómez advertía, entre otras cosas: «Impedir que las simpatías revolucionarias en Cuba se tuerzan y esclavicen por ningún interés de grupo, para la preponderancia de una clase social, o la autoridad desmedida de una agrupación militar o civil, ni de una comarca determinada, ni de una raza sobre otra» (OO.CC, T 1, p. 219). La visión forjadora de una nueva nación es en Martí verdaderamente cooperativa, participativa e inclusiva.

Esto nos indica el espíritu amplia y honestamente democrático que imparte Martí al partido que ha fundado como medio, no como fin, para forjar una república moderna e independiente. Por lo analizado, no creemos que aspirara a transformar el partido en forma de gobierno y entronizarlo como único representante de la dirección de los asuntos del país. Esto se puede verificar por sus criterios en torno al hecho de gobernar: «Ha de tenderse a una forma de gobierno en que estén representadas todas las diversidades de opinión del país en la misma relación en que están sus votos». (OO.CC., Fragmentos, t. 22, p. 108).

Para entender la calidad y carácter que anhela para la futura república, es imprescindible acudir al discurso que Martí pronuncia en Tampa el 26 de noviembre de 1891 (OO.CC., T. 4, pp. 269-279). En él hallamos una serie de fundamentos para crear el tipo de patria que un pueblo esclavizado, sufrido tras años de penurias, abusos y guerra merece para alzarse como nación moderna. Desde el inicio, el orador traza la pauta que debe mover toda acción: «Para Cuba que sufre, la primera palabra». No hay aquí distinción alguna a grupo, partido o sector de poder. Se trata de anteponer, a cualquier pretensión grupal o anhelo personal, el destino de un país que debe dejar de pasar penurias. El país antes que cualquier fracción.

Inmediatamente dice: «…yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre». Como condición primordial para el desarrollo de un sistema de legislación, este debe cumplir, primero que todo, no con un sistema filosófico, político o económico, sino con una virtud humana esencial: la dignidad absoluta de todo ser humano que sea cubano.

Martí

No hay favoritismos por ideología, raza, religión o cualquier otro rasgo: el hecho de ser cubanos les debía garantizar la total calidad de una existencia decorosa. Y lo aclara nítidamente: «Para libertar a los cubanos trabajamos, y no para acorralarlos».

Y esa amplitud de miras hacia todo ciudadano la hace aún más explícita en esta frase, que sintetiza un humanismo ilimitado y armonizador: «En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre: envilece a los pueblos desde la cuna el hábito de recurrir a camarillas personales, fomentadas por un interés notorio o encubierto, para la defensa de las libertades…».

Martí está estimulando así la solidaridad humana como fuente de todo acto emancipador, y rechaza radicalmente la posibilidad de que el goce de las libertades republicanas dependa de la pertenencia o no a determinado grupo o lobby de personas con influencias de cualquier tipo. La república es imparcial, justa e inclusiva; o no es.

Para que no quede duda del carácter universal que deben alcanzar las bondades y beneficios de la futura república, Martí cierra su alocución con una sentencia estremecedora, que se eleva como edificante y esperanzadora oración por el porvenir de la patria: «Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos y para el bien de todos”». Debemos colegir que una victoria de la guerra de independencia representaría nada más y nada menos que «el amor triunfante», no la prevalencia de una ideología o un grupo de poder.

Por todo lo anterior deducimos que, de haber sobrevivido a la contienda, Martí jamás hubiera permitido que el Partido por él creado se convirtiera en agrupación política única y elitista de la Cuba conquistada, y mucho menos que se alzara por encima de la soberanía y los derechos de sus conciudadanos.

De la lectura del Programa del Partido Revolucionario Cubano, del Manifiesto de Montecristi, así como de otras cartas y discursos, se infiere su meticuloso respeto por las libertades públicas, así como un espíritu de unidad y concertación beneficiosa de los distintos elementos humanos que conviven en la nación cubana. Su postura fue siempre conciliadora, considerada con las diferencias y generosa con el bien común.

El Partido Revolucionario Cubano fundado por José Martí, sigue siendo un modelo de organización política con contenido altamente humanista y democrático, con una finalidad práctica cardinal que se sintetiza en el logro de la emancipación y la felicidad para todos los cubanos. El proyecto martiano de república sigue siendo hoy un ideal por concretar.

27 enero 2023 15 comentarios 2,K vistas
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Libertad

Expresarse en libertad

por Manuel García Verdecia 1 diciembre 2022
escrito por Manuel García Verdecia

Una de las demandas cardinales de las luchas emancipadoras contra los poderes absolutistas a lo largo de siglos —fundamentalmente como resultado del largo proceso de concienciación que trajo la actividad intelectual del Siglo de las Luces en el esfuerzo por hallar en la razón el sustento, no solo del conocimiento, sino de la edificación de una vida más humana—; ha sido el derecho de las personas a expresar sus juicios con total libertad como parte de su plena realización ciudadana.

Tal derecho se refrenda asimismo en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, de 1776, y en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1779, documento fundamental de la Revolución Francesa, en cuyos artículos 10 y 11 se consignan los derechos a la libertad de opinión, conciencia y prensa.

De igual modo lo establecen la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, aprobada en 1948 por la asamblea fundadora de la OEA, y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, certificada por la asamblea General de la ONU en 1948, de la cual Cuba es firmante, y que ha sido paradigma básico para la concepción, tratamiento y legitimación de estas atribuciones; por citar solo algunos ejemplos.

De igual manera, la actual Constitución de la República de Cuba, en su artículo 54, establece: «El Estado reconoce, respeta, y garantiza a las personas la libertad de pensamiento, conciencia y expresión». Esto patentiza la significación social, relevancia vital e implicación para el desarrollo humano que tiene el poder manifestar los sentimientos e ideas que mueven a la persona en un ámbito de absoluta y respetuosa posibilidad. El cumplimiento de esta facultad resulta primordial para el desempeño de una sociedad cívica y democrática.

La libre expresión es consecuencia lógica del pensamiento activo. Pensar no es una actividad circunscrita ni restringida por otras circunstancias que no sean nuestras limitaciones intelectuales. La mente asume uno u otro objeto, uno u otro fenómeno según se enfrenta a ellos, y delibera ad libitum sobre los mismos. Unas veces enfocamos nuestro discernimiento a algo que nos interesa; otras, es nuestro propio cerebro el que nos coloca ante asuntos a los que no habíamos atendido.

Pero de todos modos pensar es incorporar el mundo a nuestra subjetividad, formándonos conceptos y juicios. Se piensa en esto y lo otro porque sí, sin que ningún elemento externo pueda impedirlo, y solo lo condiciona nuestra capacidad de percepción y análisis.

Además, entre pensamiento y palabra hay un vínculo inseparable: se piensa en palabras, así que, de hecho, las ideas llevan esa libertad interior. Esto quiere decir que el pensamiento siempre es absolutamente libre. Si se piensa algo se hace imprescindible exteriorizarlo en algún momento. El hombre es un ser para el intercambio.

Si se entiende la natural conexión entre pensamiento y expresión, ¿por qué imponer trabas a la exteriorización de lo que, de todas formas, se piensa, cuando el pensamiento en definitiva rige la acción? Es diferir lo que a fin de cuentas buscará una vía de materialización.  

En esencia, ¿qué es la libertad de expresión? Pues ni más ni menos que la desembarazada posibilidad de exponer aquellos juicios que nos formamos sobre distintos aspectos de la realidad con total espontaneidad y derecho, sin impedimentos ni silenciamientos que se opongan a ellos. Se trata de exteriorizar sinceramente nuestras ideas acerca de un asunto cualquiera, de forma razonada, lógica y desprejuiciada, a partir de nuestra experiencia, intuición e información, sin temor ni condicionamientos.

Dicho asunto puede ser cultural, científico, social, económico, político, etc., pues la expresión de ideas, tal como el pensamiento, no está atenida a un solo orbe de la existencia. Esta difusión de lo que concebimos no está centrada únicamente en lo político, aunque ese es un supuesto bastante generalizado, quizás por las implicaciones que el intercambio de ideas tiene en la opinión pública y las amplias reacciones que juicios contrarios generan, y por la forma en que pueden llegar a decidir situaciones que determinan el acceso al poder de un grupo determinado.

Es así, por lo general, que los que mejor consiguen la difusión de sus plataformas ideológicas sean los que más fácil acceden al control del poder.

Libertad

La libertad de expresión no implica el total albedrío para decir lo que nos venga en ganas, del modo en que lo entendamos o en que lo podamos hacer. La falacia, el irrespeto, la difamación no son componentes de la libertad de expresión, más bien resultan anomalías en el comportamiento comunicacional. Dichas actitudes resultan indeseables y son rechazadas por la mayoría de las personas, pues atentan no solo contra la posibilidad de cada quien de manifestarse con franqueza, sino contra la propia esencia de expresarse atenidos a la verdad, la justeza y el respeto.

Expresarse libremente no significa descalificar, limitar, intimidar o vapulear a los que tienen otras opiniones. Como todo en la vida, el respeto a la diversidad y la corrección en la forma favorecen a que lo dicho sea mejor atendido y, quizás, incorporado como estímulo a reconsiderar posturas y conceptos.

La práctica de esta posibilidad abierta de manifestarse tampoco conlleva necesariamente impugnar o desacreditar otras formas de concebir las cosas. Pensar libremente también es un modo de expandir, modificar, perfeccionar, argüir más sustancialmente, un asunto expuesto; por lo que acrecienta el bagaje de ideas, opiniones y criterios en circulación, y ofrece a disposición de la opinión pública un caudal más amplio de opciones para discernir y discurrir.

Muchas veces se confunden los conceptos de libertad de expresión y pensamiento crítico. Debe tenerse en cuenta que el primero se refiere básicamente a la no imposición de censura o limitaciones a la comunicación honesta, continua y variada de criterios; sin que comporte necesariamente una actitud crítica. La expresión libre es por esencia proposicional, expositiva, argumentativa.

Por su parte, el pensamiento crítico está dirigido no solo a exponer un asunto, sino a valorarlo de manera concienzuda y argumentada. Por tanto es analítico, reflexivo, refutatorio, encaminado a transformar una opinión o situación que se aprecia como incorrecta o ineficaz. Obviamente, un argumento expresado libremente puede conllevar una perspectiva crítica.

Cuando un pensamiento crítico es fundamentado, lógico y sensato, halla la oportunidad de expresarse sin cortapisas y se convierte en una herramienta eficaz para la formulación, organización e instrumentación de opciones que promuevan el avance de determinadas condiciones sociales, científicas, culturales, económicas, políticas y otras.

El vínculo de la libre expresión con el pensamiento crítico es enriquecedor del flujo del pensar y, sobre todo, del repertorio de posibilidades de solución a los problemas que genera la continua evolución de la sociedad. Por tanto, la libre expresión del pensamiento propende a la dinámica y evolución de las ideas, y permite consensuar vías convenientes para la conquista de determinadas metas.

Es así que la libre expresión de ideas propende al progreso del pensamiento, a su despliegue dialéctico, a su más amplia difusión, a su asunción más activa; así como también a la confrontación de diversos juicios y pareceres de forma que posibiliten hallar siempre mejores proposiciones. Es este sustancioso fluir de ideas, en su más desobstruida ventilación y en su diversa y múltiple interacción, que evoluciona el pensamiento.

Una sociedad que practica, estimula y defiende la libre expresión de ideas, es más consciente, participativa, consensual, dinámica y respetuosa de las diferencias, alentadora de la actitud cívica. De tal modo garantiza un clima ético más sano, que disuelve el ocultismo, la doble moral y el oportunismo; donde las divergencias se resuelven civilizadamente y los que opinan distinto no sean satanizados ni tenidos por adversarios, sino por conciudadanos que reflexionan desde otras perspectivas y bajo otras concepciones. Un debate serio, justo y reflexivo puede conllevar a unos y otros a desarrollar nuevos juicios y conceptos que consoliden un conocimiento más certero y fructífero.

Constreñir a una persona a no poder emitir con total libertad lo que piensa es, además de una infracción de compromisos internacionales firmados por Cuba, una violación de los derechos estipulados en nuestra propia Carta Magna.

Constituye no solo una injusticia contra la libre circulación del conocimiento que impide un mejor intercambio social de sus ciudadanos; es también un acto inhumano, pues priva al individuo del despliegue de sus potencialidades cognitivas, comunicativas y relacionales, por tanto lo elimina de su participación en el desarrollo del proceso social. De tal manera, lo convierte en un recluso de doctrinas ajenas prefijadas y lo excluye de la posibilidad de enriquecer y desarrollar las ideas del ámbito donde hace su vida.

Obstaculizar la libre expresión de ideas es vedar la dialéctica del pensamiento. Obstaculizar la dialéctica del pensamiento es negar el desarrollo del conocimiento. Obstaculizar el desarrollo conocimiento es encerrarnos en las tinieblas de la ignorancia y la parálisis. Debemos romper ese círculo perverso.

1 diciembre 2022 25 comentarios 1,6K vistas
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Tolerancia

Derechos y tolerancia para la convivencia armoniosa

por Manuel García Verdecia 18 octubre 2022
escrito por Manuel García Verdecia

Me alegra que numerosos compatriotas se beneficien con las disposiciones aprobadas en el Código de las Familias. Saber que muchos tendrán libertad para hacer vidas más plenas, sin rechazos ni impugnaciones por determinadas razones de elección personal, y que se busca respaldar a los más desprotegidos (niños, madres solteras y ancianos), es un asunto que cualquier persona sensible y libre de prejuicios debe celebrar.

Sé que hubo una alta cifra de decisiones de rechazo al acto plebiscitario. De hecho, según datos ofrecidos, los que no votaron, anularon boletas o respondieron «No», representaron el 54% del total de electores. Sin embargo, no creo que los votos desfavorables fueran mayoritariamente en contra de los derechos que obtienen esas personas.

Ando por las calles y escucho lo que hablan mis conciudadanos. Aunque un número de religiosos y otras personas se opusieran al matrimonio entre individuos de un mismo sexo, y otros ciudadanos rechazaran la modificación del concepto patria potestad, no fueron esas las razones más generalizadas. En un alto por ciento, el referéndum se utilizó para expresar desacuerdo con las arduas y precarias circunstancias por las que atraviesa el país, así como con la ineficacia de quienes lo dirigen para solventarlas.

Además, se consideró desmedidamente politizado desde la postura oficial un asunto cívico de todos, lo que se evidenció en que no les fueron conferidas similares posibilidades de argumentación y difusión a los que se inclinaban por el «No», algo que no es justamente democrático.  

Resulta obvio que no debía emplearse el referendo del Código como expediente para expresar descontento con asuntos de nuestra existencia cotidiana, pues no era eso lo que se sometía a consulta. No obstante, colocándonos en la posición de los que así reaccionaron, es cierto que no se han abierto otras vías legales para impugnar civilizadamente decisiones o actos considerados inconvenientes. Lo sucedido el 11-J desanimó a muchos en buscar, de acuerdo con lo estipulado por la Constitución, otras formas pacíficas de protesta.

Asimismo se esperaba una actitud crítica de quienes promovían la aprobación del Código en asuntos que nunca debieron ocurrir, pues algunos tenían que ver con derechos humanos básicos. Se aspiraba a que, cuando menos, fuera hecha una autocrítica pública —sino una disculpa—, por los desatinos cometidos contra homosexuales y religiosos, entre otros. Hay que recordar que no fueron precisamente los contrarrevolucionarios los que idearon la parametración, las UMAP y la inhabilitación de religiosos y homosexuales para distintas oportunidades de realización personal.

Tolerancia

La historia necesita del reconocimiento de los errores cometidos y su justa compensación para aligerar tensiones y apaciguar rencores, además de precaver su repetición. Esto hubiera proporcionado un mayor nivel de credibilidad a los proponentes del Código, pues no es fácil aceptar que los mismos que crearon aquellas limitaciones ahora estuvieran contra ellas.

Ahora bien, aprobado el Código, el mismo no deja de ser un elemento de contribución a una sociedad más inclusiva y diversa. Pero este, por sí solo, no garantiza la felicidad de las familias cubanas, hay otras condiciones imprescindibles.

Para crear, sostener y desarrollar una familia que viva con dignidad, se necesita que quienes la van a constituir puedan acceder más fácilmente a poseer una vivienda, que tengan un trabajo que les garantice la remuneración suficiente para cubrir sus necesidades vitales decorosamente; así como oportunidades de desarrollar otras aspiraciones humanas, como su vida espiritual, el empleo positivo de su ocio, digamos con vacaciones oportunas, o su posibilidad de creer y opinar de distintas maneras sin recibir rechazo; solo por mencionar algunas condiciones básicas.

Conseguir la funcionalidad y estabilidad de las familias es de primordial importancia en una sociedad con agudos problemas demográficos. De seguir con el muy elevado porciento de envejecimiento, la significativamente baja tasa de natalidad infantil anual y la cuantiosa emigración (sobre todo de jóvenes, la mayoría profesionales o con alta capacitación), en busca de mejores condiciones de vida, es difícil predecir cómo se va a desarrollar el país en un futuro inmediato y quiénes van a sostener aquellos que dependan de pensiones o asistencia social.

Se hace urgente un debate inclusivo para generar propuestas viables con el fin de mejorar el estado material y espiritual de las familias. Esto debe enfocarse en aspectos vitales para esa evolución hacia la existencia digna. Pienso que ello incluiría medidas para facilitar la construcción y mantenimiento de viviendas; fomentar el desarrollo de la agricultura con el fin de mejorar el acceso a una alimentación sana y asequible.

También sería necesario implementar acciones para equilibrar la relación entre niveles de ingresos y egresos de la población, principalmente, mediante el debido ajuste de precios con una cuantía de ganancia justa sobre los gastos de producción, así como el gradual paso a eliminar ventas en otras monedas y dar prioridad a la moneda nacional, lo cual también implicaría prevenciones firmes para detener y reducir la hiperinflación.

Tolerancia

Familia cubana cruza Río Bravo. (Foto: Captura de Video / Cubanos por el mundo)

Por último, se hace necesario destrabar impedimentos que pretenden más el control estatal sobre la actividad productiva y las ganancias, que estimular una producción acorde con las necesidades ciudadanas. De ese modo se facilitarían emprendimientos provechosos por individuos o grupos de ciudadanos, que a la vez que ayudan a mejorar el nivel de vida, mediante justos impuestos beneficien la solvencia del Estado.

Por una vez estoy de acuerdo con ciertos juicios de Michel Torres. En su artículo «El Código sí (es político)», publicado en el diario Granma el 24 de septiembre pasado, expresa: «Y ese proyecto está integrado de manera indisoluble con el ideal socialista que debemos defender: la misoginia, la homofobia, la discriminación y la intolerancia son valores contrarrevolucionarios».

Me parece correcto. Pero discriminación e intolerancia no pueden solo defenderse en asuntos religiosos o sexuales, es necesario también que se tengan en cuenta para la diversidad del pensamiento político. Criminalizar el pensamiento diferente, como es habitual en el programa que él conduce, solo lacera el desarrollo de la inteligencia de la sociedad.

La confrontación y el debate de ideas, por muy diversas que ellas sean, propicia la concepción de mejores opiniones y la consecución de consensos beneficiosos para todos, así como acciones para hacerlos realidad con mayor comprensión y compromiso por los implicados, pues se asumen como decisiones de las que hemos participado y, por tanto, nos hacen responsables. Solo desde el diálogo más amplio, sin discriminación ni intolerancia de ningún tipo, lograremos crear las condiciones necesarias para que las familias cubanas surjan, vivan en Cuba y lo hagan dignamente.

18 octubre 2022 16 comentarios 1,3K vistas
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Enajenación

Enajenación política

por Manuel García Verdecia 24 junio 2022
escrito por Manuel García Verdecia

La política no implica todo el espectro ético de los seres humanos, pero con el devenir del tiempo y la especialización de las formas de organización social ha ido ganando una gravitación amplia y determinante en nuestra existencia. Nadie escapa a sus vicisitudes, designios, torpezas o dividendos.

Si bien numerosas personas, sobre todo en el propósito de no crearse aprietos que, en ocasiones pueden ser riesgosos, señalan que no les importa o «no se meten» en política, sin embargo no pueden escapar de ella e incluso la ejercen por defecto, pues ella deriva regulaciones y prácticas que influyen en gran medida sobre la actuación cotidiana de dichos seres. Si no vas a la política, ella de todos modos vendrá hacia ti.

Un ejemplo elemental: en este momento escribo estas líneas con buena disposición e ideas precisas, pero supongamos que inesperadamente me cortan la electricidad. Esto no solo implicaría que me cercenan lo que tenía en mente hacer, que por disgusto se desestructure mi pensamiento sobre el asunto y que pierda un importante tramo de mi tiempo, sino que mi estado de ánimo se irrite. Mi disposición psíquica se ha alterado negativamente producto de una acción dirigida por cierta norma política. Justificada o no.

Además, el propio hecho de resolver no «meterse» en política es una postura de tal índole por rechazo, sobreentendiéndose que al sujeto no le interesa cómo es administrada la sociedad en su entorno. Ya Aristóteles afirmaba que el ser humano era un zoon politikon, pues si bien vivía en colectividad como los animales (zoon), tenía la facultad y disposición para organizar provechosamente esa vida compartida (politikon). Podía construir un espacio común ordenado: la ciudad, donde los individuos: ciudadanos, llegaban a cohabitar sin antagonismos insuperables pues los regía la civilidad, o sea, la política.

De aquí que se haga necesaria no solo nuestra educación en esa esfera, sino nuestra más consciente determinación de participar crítica y activamente en su dimensión vital, que establece y orienta una significativa porción de nuestra existencia.

No obstante, con el tiempo, la política se ha ido profesionalizando cada vez más y ha hecho surgir una nueva categoría profesional: el político de carrera. En sus inicios, la política —forma derivada del latín politicus que lo adquirió de la palabra griega para «civil»— se refería al modo en que el conjunto de ciudadanos de un país interactuaba para decidir acuerdos y proyectos sobre cómo organizar su vida civil del modo más eficaz y beneficioso.

Enajenación

Aristóteles afirmaba que el ser humano era un zoon politikon.

Si bien en teoría su resultado debería en toda ocasión implicar una acción provechosa a todos; producto de las complejidades del ser humano, así como de las inevitables diferencias en los modos de percibir y proyectar la forma y el contenido de la existencia entre unos y otros, no siempre una decisión será universalmente bien acogida. Es por ello que para lograr una coexistencia política favorable sea imprescindible un elemento esencial: el consenso, esto es, hallar el compromiso que menos perjudique a los individuos para realizar exitosamente alguna aspiración.

De esta creciente separación y especialización de la actividad política, desde la construcción colectiva de los ciudadanos a la proyección y decretación de acciones por un cierto grupo «representativo», ha surgido una creciente enajenación de la acción política entre dirigentes y dirigidos. Esto es, ha pasado el control de la organización de nuestras vidas de manos de los propios ciudadanos al desempeño de un número reducido de funcionarios.

Estos últimos, por el propio hecho de centrarse en observar la sociedad en perspectiva general; en conocer mediante disímiles mediaciones las preocupaciones, dilemas y aspiraciones de sus súbditos; en pensar cómo diseñar acciones para organizar, estimular, sustentar, preservar y encaminar las existencias de estos; se convierten en una suerte de sector supra-común de individuos. De modo que, gradualmente, el ámbito donde actúan se distancia del mundo exacto y complejo en que viven los ciudadanos.

A esto hay que añadir que un dirigente se guía por cierta plataforma ideológica que responde a los intereses del grupo o partido al que representa. Se sabe que la ideología es una formulación más o menos constante de determinados juicios que se consideran necesarios y decisivos para la consecución de ciertos fines.

Como la misma se concibe como una suerte de fin ideal deseable para alcanzar la redención humana, no es difícil entender que la visión ideológica en el curso de una práctica prolongada llega a sustituir el conocimiento de la realidad concreta común. Esto se hace más factible si no hay una intervención directa, sistemática y crítica de los implicados, sobre todo desde diferentes posiciones de discernimiento, en su evaluación y actualización,  

Si bien el concepto realidad virtual es de uso bastante reciente, impuesto  por el desarrollo de la información digital, su existencia es tan vieja como el ser humano, pues desde siempre la mente humana ha creado un ámbito donde lo pensado y ansiado se da por hecho. Es algo muy evidente en la ideología, pues la misma es un constructo ideal a partir de principios, juicios, conceptos y generalizaciones que se conciben, no como aspiración, sino como posibilidad concreta.

De ahí que toda ideología cristalice en utopía, espacio inexistente pero expresado como realidad palpable. Es una de las razones por las cuales los políticos, incluso a su pesar, se distancian cada vez más de su base social, pues mientras los sujetos tienen que enfrentar cada día la ardua existencia y gestionar su mejor desempeño en ella, los dirigentes, convencidos de la infalibilidad y progresismo de sus preceptos ideológicos, que los han llevado al puesto que ocupan, se atrincheran con mayor determinación en ellos como única manera de solventar la existencia.

Enajenación

El escritor rumano Norman Manea hablara de «felicidad obligatoria» bajo el régimen de Ceaucescu, pues en una sociedad así, todos están obligados a ser felices según los supuestos de la ideología en el poder. (Foto: Hooland)

Es algo palpable en el modo en que manejan actos como el diálogo o las respuestas a sus subordinados. Tales acciones no se conciben específicamente como un intercambio donde cada parte expone sus asuntos y una y otra ceden en ciertos elementos, hasta construir una base de aceptación que permita avanzar a una solución más admisible y benéfica para todos.

Por lo general, para los funcionarios dialogar quiere decir acercarse a los que tienen otros pensamientos y exponerles cómo deben entender lo que no entienden y qué causas motivan que las cosas sean como son, a pesar de que los receptores de estas exposiciones no les vean lógica o beneficio, porque no puede ser de otro modo a menos que se traicionen los presupuestos que guían el honor del sistema elegido.

Por eso es frecuente la orientación, consistentemente expuesta por los diversos medios, de la necesidad de explicar al pueblo, educarlo, hacerlo entender, convencerlo… Es como si la colectividad humana que ellos dirigen estuviera conformada por sujetos mal informados, de escaso desarrollo mental y poca capacidad reflexiva para entender sus propios asuntos.

Los líderes, sobre todo los que creen encarnar los designios de sus pueblos, consideran que su pensamiento resume y expresa el de los demás, su forma de proyectar la vida implica la de los otros, y su concepción de la felicidad es la que beneficia a todos. De aquí que el escritor rumano Norman Manea hablara de «felicidad obligatoria» bajo el régimen de Ceaucescu, pues en una sociedad así, todos están obligados a ser felices según los supuestos de la ideología en el poder.

En tal estado de determinación vertical: de arriba hacia abajo, nunca el flujo de conocimiento se verifica en sentido contrario: del pueblo hacia los dirigentes. Lo que sube desde la base social es contestado y reformulado según la perspectiva oficial para que los emisores comprendan y acepten debidamente el por qué las cosas son como son y no como ellos las piensan.

Incluso en el caso de funcionarios de mejor voluntad se observa esa convicción que los hace creer que ellos sintonizan y expresan el interés popular. Llegan a considerar que por su visión más informada y panorámica, por su permanente intercambio con «representantes» de la población, por su constante empeño en trabajar en la dirección de los asuntos públicos; se hallan en mejor disposición para saber lo que desea el pueblo y, por ende, ese mismo pueblo debe aceptar consecuentemente lo que se les indica.

Se entiende que nadie como ese mediador del pensar y el sentir general puede exponer mejor los intereses y preocupaciones generales ni disponer mejor su realización. Esto llega hasta a la delimitación de ciertos conceptos para imprimirles el sesgo personal del líder. Así, libertad, desarrollo, felicidad, etc., vienen a ser lo que el líder entiende por cada uno de ellos, y entonces la sociedad se debe ajustar a los mismos.

Un elemento principal para extender esta perspectiva de concepción infalible y verdadera de lo que se expresa por el grupo de poder, es el apoyo en los medios. Estos, comúnmente asociados al grupo gobernante, no solo se encargan de difundir los juicios e ideas de los que dirigen, sino que realizan profusas campañas para fundamentar y justificar «teóricamente» lo que se concibe oficialmente. De modo que el individuo tendrá que vivir en una perpetua confrontación entre lo que padece y lo que le exponen.

Enajenación

Los medios trabajan desde la perspectiva de una visión orientada en conseguir una sublimación de la realidad. (Foto: History, Culture and Legacy of the People of Cuba)

No pocas veces tal dicotomía lo lleva a dudar de sus propias ideas y a asumir superficialmente lo que se le informa. Los medios trabajan desde la perspectiva de una visión orientada en conseguir una sublimación de la realidad, para razonarla y exponerla de modo que coincida con la fundamentación oficial.

Súmese a esto que los políticos viven en condiciones que distan de ser semejantes a las de sus súbditos. Cuentan con mejores condiciones de vida, con determinados beneficios resultantes de su posición, sin sufrir el necesario tráfago para resolver la subsistencia cotidiana, en un mundo de relaciones con individuos que propugnan similares conceptos e ideología, moviéndose de una reunión a otra donde se habla un lenguaje común y se toman decisiones sin mayores confrontaciones ni refriegas.

Incluso acercándose al medio que dirigen mediante visitas sorpresivas a lugares donde se han adoptado las medidas pertinentes para que el resultado sea el esperado, y poniéndose en contacto con una porción de la población debidamente orientada de sus deberes. Todo esto coadyuva a que no haya confrontación entre lo que estos políticos creen que es y lo que manifiestamente ven.  

De aquí lo inadecuado, para el mejor desempeño y progreso de un país, de eternizar en su puesto a algún cuadro, pues con el paso del tiempo no solo se fosiliza en sus creencias y juicios, sino que se hace más distante la relación realidad objetiva-realidad ideológica. De este modo, por lo general, gradualmente los políticos pierden la percepción real del ámbito de los sujetos que dirigen, pues se encasillan en el mundo de sus ideas, perspectivas e intereses y tienden a ver lo que creen, como lo que es; y lo que resulta distinto es entendido como una anomalía de aquello que creen.

Es así como la política se enajena de la realidad y, a la vez, como los subordinados no perciben una debida correspondencia entre lo expuesto y lo que viven, la realidad se enajena de la política, constituyéndose un mundo ambiguo e ilusorio.

Con el fin de que la política no derive en enajenación y cumpla mejor su función de procedimiento eficaz para organizar la vida de los ciudadanos, es necesario que se dinamice y actualice lo más objetivamente posible mediante el constante diálogo ciudadano.

Para ello, es necesario que se den posibilidades de participación efectiva en la adopción de acuerdos y compromisos a la mayoría de los ciudadanos. Que se estimule el pensamiento crítico así como la crítica bien intencionada y fundamentada. Que se acepte el disenso cívico y la mayor diversidad de pensamiento y análisis sin prejuicios ni rechazos. Que se permita el desarrollo de una sociedad civil auténtica y espontánea, sin compromisos únicos con el sistema político en ejercicio.

Que se viabilice el desarrollo de medios de comunicación alternativos que permitan el más amplio horizonte de información y análisis para una colaboración más plena y consciente de los ciudadanos en los asuntos de la polis.

24 junio 2022 11 comentarios 1,9K vistas
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Sujeto

El sujeto que necesitamos

por Manuel García Verdecia 26 abril 2022
escrito por Manuel García Verdecia

El espacio que habitamos ha estado marcado durante más de sesenta años por la impronta de una revolución. Este fenómeno ha permeado todas las esferas de la sociedad, de modo que lo que se espera en un ámbito así es que los individuos actuantes en él sean revolucionarios.

Debido a ello, en el principio se pretendió forjar el «hombre nuevo», un sujeto que acogiera todas las señas de quien construye una sociedad desconocida hasta entonces. Pero esto se asumió desde presupuestos principalmente ideológicos y con una dirección burocrática que muchas veces contravenía lo que se procuraba.

No se realizó desde una generosa y profunda formación humanista de valores que gradualmente se enraizaran como convicciones para la actuación. Antes bien se concibió como un intenso adoctrinamiento despersonalizado y dogmático, donde el discurso importaba más que la acción práctica. Consecuentemente, se premió más la obediencia y disciplina formales que la actitud consciente.

¿Cuántos de nuestros conciudadanos no proclamaron por años el propósito de ser «como el Che» (modelo de alta exigencia ética) y luego enrumbaron por sendas totalmente opuestas y devinieron individuos antisociales que refutaban tal objetivo? La aparición de conductas negativas que se han desarrollado en el país, denunciada por el entonces primer secretario del Partido, Raúl Castro —en su discurso ante la Asamblea Nacional el 7 de julio de 2013—, es muestra fehaciente del fracaso.

Los valores se forman desde la actuación sensible y consciente, así como en el más desprejuiciado y abierto humanismo. La decencia, la honestidad, la honradez, la sinceridad, la sensibilidad, la solidaridad, la participación, la responsabilidad, la productividad, la cooperación, etc. no son de izquierda ni de derecha, sino de lo más enraizadamente humano. No son lemas ideológicos, sino modos de ser debidamente interiorizados.

A pesar de lo dicho, vivimos rodeados de seres que se autoproclaman revolucionarios aun cuando su actuación se aleje notablemente de lo que presupone tal calificativo. Se presume que un revolucionario sea alguien que continua y denodadamente luche por mejorar las condiciones en que vive, por cambiar los nudos que impiden un avance sistémico incesante y, a la vez, por mejorarse a sí mismo a través de su aportación.

Sujeto

(Foto: GTRES)

Muchos de los que se autodenominan así, son personas que básicamente se atienen a cumplir órdenes incondicionalmente, repetir postulados recibidos y mantener una conducta según lo estipulado por quienes marcan la pauta del proceso llamado Revolución.

Por lo general, no estudian la vida, no se inspiran en las vicisitudes de su entorno y de sus conciudadanos para trazarse nuevos propósitos y formas de actuación. Los impulsa su concepto del deber y no el verdadero ser. Es esto lo que conduce a un estatismo frustrante e improductivo. El país está necesitado de sujetos activos, ampliamente informados, atentos al fluir de la vida, con un pensamiento crítico, que sientan la necesidad de transformar el estado de cosas hacia una permanente superación.

El espíritu de transformación —y consecuentemente de auto-transformación— es principal. No se puede ser un mero perceptor o receptor de lo que acontece. Hay que involucrarse generadoramente. No se trata de cambiar solo para dar muestras de que algo se mueve. Se trata de ir a tono con el contexto y las exigencias de los tiempos y los seres humanos que transitan por ellos, para crear las condiciones de existencia donde mayoritariamente estos se puedan desarrollar satisfactoria y armónicamente.

Una sociedad que aspira a un modo de vida altamente cívico y próspero, demanda seres que tengan la voluntad de hacer lo posible para lograrlo, siempre pensando que no se puede postergar la vida. Ella es nuestro patrimonio mayor y es único e irrepetible. Hay que empezar a alcanzar lo ansiado desde hoy. De ahí la constancia indetenible del denuedo exigido.

Por esto es tan necesario el sujeto activo. Según mi parecer, este no debe semejar a un soldado que se limita a cumplir órdenes. Antes bien, debe ser un creador que, a partir de su conocimiento e información, así como de su involucramiento con el medio, comporte una constante intervención que lo lleve a obrar con opiniones y acciones en la evolución de su entorno. Ello implica, principalmente, una vocación humanista, un espíritu crítico, una inclinación meliorativa, en sentimiento cooperativo, una responsabilidad participativa, una postura cívica, así como una voluntad emprendedora.

Es  muy necesario el desarrollo de una conciencia crítica, pues el análisis sensato, la indagación constante y la inconformidad con los postulados osificados, son premisas para cualquier transformación. No obstante, a la vez, es imprescindible una postura activa en la búsqueda de solventar aquello que se critica.

Esto hace necesario que tal sujeto esté sensibilizado con los asuntos de sus conciudadanos y que sienta la responsabilidad de hacer, no solo por él mismo, sino por los otros. Se supone que, si cada cual asume esta actitud, pues la solidaridad y la armonía desplazarían a la indiferencia y el desdén típicos de la mentalidad gregaria que se guía por lo establecido. Al tener esa postura, consciente y activa, este sujeto estará apercibido de que las instituciones que los hombres crean para organizar y orientar a la sociedad solo los representan y a ellos deben responder.

Esto quiere decir que dichos sujetos tendrán una conducta vigilante para evitar que el estado y sus instituciones devoren a sus ciudadanos y lograr que los derechos e intereses de estos prevalezcan. Solo con tal actitud alerta se puede vencer cualquier situación de burocratismo autoritario, castrante e infuncional respecto a lo que necesitan y buscan los individuos.

Sujeto

(Foto: GTRES)

Para que ello se logre, se requiere un alto sentido de responsabilidad ciudadana, así como las condiciones que estimulen la actuación de ese tipo de individuo, antes que frenarlo, en circunstancias que incentiven su iniciativa y actividad transformadora.

Tal sentido de responsabilidad significa que los sujetos deben estar imbuidos de que es necesario que cada cual haga su parte y que ningún logro material o espiritual puede concretarse si no estamos convencidos y decididos a alcanzarlo. La libertad, la prosperidad, la democracia, la urbanidad armónica, solo se alcanzan si primero existen como determinación en nuestro fuero interno, que es quien dirige nuestro proceder.

La indiferencia a tomar partido, el temor a expresar lo que se piensa y la contención a actuar por iniciativa propia, solo derivan de espíritus ignorantes, domesticados y sin altos propósitos en su existencia. Hacen falta individuos atrevidos, que se arriesguen para obtener algo mejor, que quieran hacer su vida y no que esperen porque alguien se la diseñe.

En esto la autoestima es fundamental, pues si los individuos no tienen conciencia de lo que merecen ser, ni actúan a la altura de los tiempos por los que transita la humanidad, nada lograrán. Es necesario que vean su existencia como una creación a partir de sus deseos y aspiraciones, únicamente posible mediante su voluntad y desempeño. Porque la vida humana no es solo una realización biológica sino, sobre todo, una cultural y espiritual, lo que da preeminencia a la disposición del sujeto.

Es imprescindible desterrar el nefasto espíritu de masa, materia informe y manipulable, ente abúlico que solo sigue los impulsos de una fuerza externa superior. Debe sustituirse por el de un sujeto actuante, alguien que dialoga, concierta y actúa con sus semejantes para elevarse sobre las vicisitudes, carencias y limitaciones hacia su realización plena.

Tal vez esto parezca platónico, pero no lo es. Se necesita la voluntad que abra oportunidades y cree el contexto propicio para que germine un sujeto activo. En fin, más que el seguidor entusiasta de una idea que lo lleve a portarla como insignia permanente de identificación («revolucionario»), el país necesita de ciudadanos conscientes, sensibles, activos y escrupulosamente cívicos.

26 abril 2022 20 comentarios 2,3K vistas
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Humanismo

Por un nuevo humanismo

por Manuel García Verdecia 3 marzo 2022
escrito por Manuel García Verdecia

Hace unos doscientos mil años el hombre echó a andar hacia un supuesto progreso siempre creciente que lo redimiría de toda precariedad y sojuzgamiento. Sin embargo, tras una larga, penosa y exterminadora marcha, «somos aun aquel de la honda y de la piedra», al decir del poeta. Tenemos más artilugios y sutilezas técnicas, pero no más alma ni humanidad.

Poderes, guerras, sistemas y teorías no han conseguido librarnos del imperio de la necesidad, la estupidez, la ambición y la injusticia. Ni el capitalismo surreal de abarrotados escaparates y vacuos corazones, ni el socialismo real de entorpecedora y castrante burocracia han resuelto, resuelven ni resolverán nuestros más esenciales y caros anhelos.

Su empecinada e irresoluble polarización ha sumido al planeta en persistentes tensiones, guerras e injustas asimetrías que agobian y laceran a millones de personas. El mundo pide a gritos un cambio de paradigma que haga posible la vida con satisfacciones materiales asequibles, amplios horizontes espirituales, absoluto respeto a la diversidad física e intelectual, plenitud de goces humanos, así como justicia y equidad para convivir en armonía.

Es necesario que los intelectuales reasumamos la convicción de que solo nos hace meritorios de tal categoría el implicarnos con determinación y arrojo en los más candentes asuntos que afectan nuestra existencia y la de nuestros semejantes en el tiempo que nos ha tocado vivir, algo que debemos hacer conscientes de que nuestro real compromiso es con la verdad, la justicia y la realización humana, sin condicionamientos ni manipulaciones por bandos políticos, credos, ideologías u otras distinciones sociales.

Tenemos que trabajar para que el estado no sea ni Big Brother ni Big Father, sino una entidad sensata, justa y equitativa, que organice dinámica y razonablemente el desempeño de sus sostenedores con el fin de que logren sus aspiraciones, y que cree el entorno propicio a los ciudadanos para realizar sus vidas físicas y espirituales a la medida de sus anhelos y según sus afanes, y no siguiendo un plan dictado por el mercado o algún presupuesto ideológico.

Es preciso salir de las oficinas climatizadas, dejar los raudos autos de cristales ahumados, descender de los aviones cosmopolitas y caminar junto a los seres humanos que día tras día sudan y sufren y sueñan, casi siempre postergando indefinidamente la realización de sus proyectos. Sentir y pensar con ellos porque compartimos, y por tanto comprendemos, sus vicisitudes y ansias.

Humanismo

(Foto: psicologiaymente.com)

Por eso convocamos a todos los creadores a que, desde su obra y su actitud cotidiana, luchemos por forjar un nuevo humanismo. Uno que surja del centro palpitante y sensible del hombre, de su naturaleza y su sentido de la vida. Un humanismo que se sustente básicamente en:

  • la disposición de toda acción económica, política, científica y cultural a salvaguardar, desarrollar y enaltecer ante todo la vida de los seres humanos en su más amplia diversidad y plenitud, así como a preservar el medio ambiente que a esos seres ofrece refugio y sustento,
  • la incentivación del pensamiento crítico, no adormilado, venal ni dogmático; sino activo, lógico, constructivo y transformador, que abra mejores vías para el crecimiento de las ideas y el horizonte intelectual,
  • el recurso al diálogo desprejuiciado como procedimiento para la búsqueda interactiva e integradora de soluciones más justas y fructíferas a necesidades y conflictos,
  • el empleo del consenso como vía de implicar a mayor número de individuos en la proyección de sus vidas y las maneras para hacerlo, de modo que las decisiones se asuman consecuentemente,
  • la participación permanente y diversa de cuantos ciudadanos sea posible en la toma de decisiones generales, lo que formará sujetos activos y solidarios, de modo que no sientan ninguna disposición como ajena o extraña, sino pertinente y propia,
  • la incentivación del constante respeto al otro y lo otro en su más varia diversidad (étnica, sexual, religiosa, ideológica, etc.) como único camino a la paz y la seguridad,
  • el cultivo de la armonía con la vida y la naturaleza, que logre garantizar la subsistencia del planeta y el decoro de la vida humana en él,
  • la educación del espíritu indómita y permanentemente libertario, que no admita sometimientos y nos haga dignos, pues solo en la libertad es posible la vida y la felicidad verdaderas.

Hace falta con urgencia este humanismo salvador, ya que no solo el planeta sino el mismo ser humano están en riesgo de extinción. No puede haber nada por encima del ser humano ni de la vida. Esta última no se puede postergar pues es una y necesitamos vivirla cuando se nos da y para siempre del mejor modo.

Solo a través del humanismo universal y edificante, debidamente entendido y practicado, podremos desarrollar a plenitud las potencialidades que nos permitan alcanzar la satisfacción material y el esplendor espiritual que significa la verdadera existencia humana, así como garantizar la permanencia de los humanos y el planeta.

3 marzo 2022 25 comentarios 2,6K vistas
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Dialogar

Dialogar el diálogo

por Manuel García Verdecia 20 septiembre 2021
escrito por Manuel García Verdecia

Según la Biblia, Adán y Eva fueron expulsados del Edén por probar el fruto del árbol prohibido del saber. No creo que nuestros abuelos primigenios fueran castigados por querer saber, sino por dudar. La duda, sin embargo, es condición principal de quien busca la verdad. Desde ese instante de desobediencia, hemos sido arrojados a la intemperie, desacostumbrados de la fraternidad y condenados a una eterna trifulca de caínes contra abeles.

No siempre la obediencia es índice de mejor cualidad humana, pues muchas veces asiste a los timoratos y los conformistas. En ocasiones hay que quebrar reglas para acercarse a ciertas cotas de mayor realización. Sin embargo, no hemos vuelto a conseguir nuestra condición de criaturas para la existencia compartida. Es que debemos aprender a dialogar, lo cual implica un nivel de tolerancia hacia lo diferente y hasta opuesto.

Tolerancia es una bella palabra. Algunos la interpretan como condescendencia, con lo cual discrepo. Esta noción implica esencialmente, según el Diccionario RAE, el respeto a «ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias». ¿Qué más se puede pedir de un sujeto?

Creo que la tolerancia es humana y realista, pues no presupone que uno renuncie a su subjetividad sino que tenga la decencia de respetar la del otro. Nadie puede pedir que una persona desista de sus puntos de vista y sus modos de concebir la vida. Sería pedirle que deje de ser quien es. El que solicita tolerancia admite que no todos tienen que pensar como él, que puede estar equivocado.

No se trata de quién está o no en lo cierto, sino de saber concordar las discrepancias para que el mundo sea más amable. Y la ligazón que permite esto es el respeto a las diferencias, o sea, la tolerancia. Ella es un ingrediente principal para la realización del diálogo.

Dialogar (2)

Desde ese instante de desobediencia, hemos sido arrojados a la intemperie, desacostumbrados de la fraternidad y condenados a una eterna trifulca de caínes contra abeles.

Pero ¿qué es el diálogo? Intentemos una noción básica y práctica, más que una definición académica. Temo a las definiciones, pues tienden a ser conclusivas y unilaterales. No obstante, a partir de la experiencia conocida y demostrada de procesos dialogantes, puede uno acercarse al fenómeno. Digamos que el diálogo presupone la asunción de una posición constructiva, a partir del intercambio franco y respetuoso de ideas, criterios y prácticas distintas para el logro de un consenso beneficioso a las partes en la solución de determinado conflicto o problema.

Ello implica varios aspectos fundamentales. El diálogo parte de principios que cada parte considera esenciales, pero se viabiliza por otros que se estiman negociables. El resultado final de criterio o acción es una construcción lograda por la negociación. No se puede conseguir a priori, pues cada parte tiene que dar y tomar. La consecución de un resultado imprevisto pero plausible se basa en ese grado de respeto, tolerancia, buena disposición y flexibilidad con que se supone uno asista al diálogo.

Diversos autores se refieren a la capacidad o conocimiento para resolver problemas siempre de manera positiva para las partes. En inglés se le denomina a win-win situation, o sea, una situación donde cada partícipe gana algo. Esto no implica que se gane todo, pues en algo hay que ceder.

El diálogo falla precisamente cuando —por rigidez ideológica o práctica—, una, varias o todas las partes involucradas, consideran que deben lograr avances sin ceder en nada. La capacidad de diálogo se considera uno de los conocimientos indispensables en la educación del sujeto contemporáneo para la conformación de una sociedad participativa y productiva.

Personalmente, lo juzgo un elemento fundamental para el desarrollo de una nueva subjetividad, conocimiento que debería sedimentarse en sabiduría. Es nobilísimo imperativo pues, hasta ahora, se ha acumulado instrucción principalmente para doblegar al otro, cuando no para adaptarse a la situación imperante. El nuevo comportamiento deseado implica una cualidad constructiva y cooperativa para beneficio mutuo.

No se puede estimular el pensamiento resolutivo y edificante, desde un pensamiento inflexible, unilateral, impositivo y discriminador. Pienso que el gran cambio en la sociedad global contemporánea no se producirá solo como resultado de la introducción de nuevos materiales, métodos y técnicas. Más bien será el producto del desarrollo de otra mentalidad en el individuo. Una de carácter humanista, solidaria, ecológica, creativa, pacifista.

Debemos entender que todos somos iguales en principio, que todos tenemos derecho a defender ciertas convicciones personales, que nadie posee la verdad pero sí una parte de ella, que ninguna solución personal puede ser más rica y eficaz que la conseguida en interacción y que la mejor posibilidad de supervivencia está en la cooperación y la concertación. Es decir, en una disposición dialogante.

Solo un sujeto así estará apto para convivir y trabajar por resolver los inagotables problemas de la humanidad, mejor que exacerbarlos y perpetuarlos. Para que consigamos una casa habitable, todos los inquilinos debemos participar y armonizar nuestros gustos, opiniones y anhelos.

Dialogar (3)

Para que consigamos una casa habitable, todos los inquilinos debemos participar y armonizar nuestros gustos, opiniones y anhelos.

El hombre es siempre un ser en tránsito. Una criatura que viaja desde el que es, hacia lo que quiere ser, lo que quiere incorporar y lo que quiere conocer. El «otro», lo «otro», la «otredad», son elementos que animan nuestra curiosidad, búsqueda, y actuación en la vida. Por tanto, nos empujan al diálogo.

Lo que no es diálogo es confrontación. Las actitudes tozudas, prejuiciadas, preconcebidas, desarticuladas del contexto epocal; son fermento nutricio para la persistencia de maneras defensivas, cuando no ofensivas, que generan separación, distanciamiento, incompatibilidad, actitud litigante y empobrecedora de la vida. El diálogo es esencialmente constructivo, la confrontación siempre destructiva.

Es prudente no confundir «diálogo» con «canto gregoriano». Cuando las preguntas conducen a una única y casi siempre prefabricada respuesta, cuando esta se repite en una salmodia monocorde y sin ápice de cuestionamiento, duda o penetración, incurrimos en el profuso canto gregoriano.

El diálogo presupone cierta conflictividad, cierto elemento contradictorio que lo haga avanzar dinámicamente. Solo que esto no se toma como obstáculo insalvable, sino como incentivo de vías enriquecedoras para conseguir un punto de avance favorable. De manera que dialogar no implica ausencia de conflictividad. Sería irreal, más que ingenuo, pensarlo así.

El despliegue de las potencialidades humanas y la consecución de nuestros sueños más inquietantes nos enfrentan a senderos que perennemente se bifurcan y complican. Lo significativo no es la desaparición de los conflictos, sino el desarrollo de una actitud resolutiva, afirmativa, dirigida a la solución antes que al enquistamiento y complicación de los problemas.

En las acciones dialogantes es necesario evitar dos posiciones peligrosas. La primera es: «Yo tengo la razón». Es usual que cuando «discutimos» —término que comúnmente usamos para estos casos de dilucidar opiniones contrapuestas—, al que piensa de otro modo le respondamos: «Eso no es así» o «Tú estás equivocado»; en vez de: «Yo tengo otra opinión».

El que se cree en posesión de la razón se coloca en un pedestal de control y ganancia. Habla de dialogar con la intención preconcebida de convencer al otro de la certeza de su postura. Sin embargo, el propósito del diálogo no es convencer sino concertar. Si uno se atrinchera en una posición pensando que es la «verdadera» y, peor, la «única», no solo fracasa el diálogo sino que perdemos la oportunidad de enriquecer nuestros propios juicios.

La segunda actitud nociva es: «Yo soy la víctima». Es difícil establecer una transacción fructífera con quien, desde antes, acude en una postura que pretende saldar deudas, escamotear responsabilidades, achacar causas; antes que concertar nuevos enfoques.

No se puede dialogar desde una posición de pérdida pues no se plantean argumentos sólidos y creativos sino «quejas» y «lamentos» que buscan conseguir una ganancia inmediata y pírrica. El diálogo aspira a la fundación de una plataforma novedosa y sólida, beneficiosa en común a los dialogantes.

Dialogar (4)

El diálogo aspira a la fundación de una plataforma novedosa y sólida, beneficiosa en común a los dialogantes.

En ocasiones se asocia el diálogo con la existencia de perspectivas plurales, o con la muchas veces falsa libertad de expresión. La pluralidad de ideas por sí misma no facilita la negociación. Una pluralidad en conflicto es igual de desastrosa que una homogénea.

La libertad de expresión demanda una responsabilidad también dialógica. No es únicamente decir lo que nos falta, sino decir para construir, para solventar, para fundar puentes de entendimiento y tolerancia. El caos es un hervidero de posiciones plurales. Es la actitud dialogante la que hace posible la concordia social. No es tan necesario coincidir como actuar desde una disposición armonizadora. En ese espíritu, toda acción propenderá a una salida positiva y equitativamente benéfica.

El diálogo es la construcción de un sentido inédito. Cada participante aporta perspectivas, opiniones, datos e imágenes, que posibilitan la creación de un nuevo y enriquecedor discurso.

La dinámica de lo complejo es fundamental. El diálogo va hacia un sentido más complejo y armonioso que la suma de partes. La honradez informativa, el acento negociador, la flexibilidad de actitud, la apertura a lo distinto, la voluntad participativa, la disposición a la armonía discursiva, la intención resolutiva; son elementos necesarios.

Para posibilitar el diálogo es necesario el reconocimiento y el respeto al derecho del otro. Cada parte debe sentir que tiene horizontes para exponer, fundamentar y razonar sus juicios. No está demás recordar al Benemérito de las Américas: «En los individuos como en las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz».

Esto nos señala que mi libertad no puede castrar la del otro. De ello se colige que es fundamental la igualdad de posibilidades. Quienes dialogan son pares, no por los puntos que ventilan, sino por el derecho a ventilarlos sin cortapisas. Para que sea posible, es indispensable el aire de la tolerancia. Hay que considerar y permitir ese espacio de diferencia.

Por último, no se puede dialogar solo a partir de opiniones y criterios personales. Estos dejan cabida para clichés y prejuicios. Se precisa información, datos, conocimiento, para que el esfuerzo no sea inútil. Los diálogos son sustancialmente provechosos cuando tienen lugar en un semejante nivel de inteligencia.

Dialogar no debe consistir en una convocatoria o un procedimiento eventual y casuístico. Debe constituirse en modo de ver la realidad y de actuar consecuentemente en ella. Nuestra manera de pensar y ser en la vida. No es necesario que accedamos a las doradas puertas de la Ciudad del Sol. Solo que caminemos por las avenidas de una ciudad donde la franqueza, la cooperación y el respeto hagan los días más amables y promisorios.

***

*Variaciones sobre ideas expuestas en el coloquio organizado por el Comité Regional de la UNESCO en Monterrey, México, el 28 de febrero de 2006.

20 septiembre 2021 25 comentarios 3,K vistas
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odio

Del odio

por Manuel García Verdecia 8 diciembre 2020
escrito por Manuel García Verdecia

Vituperios como razones y argumentos en las redes sociales, reyertas por diálogo en los sitios de opinión, pendencias entre partidos como ética política, abusos a niños, golpizas cuando no asesinatos a mujeres, tapabocas a quienes disienten, marchas pacíficas disueltas a porrazos y balas, migrantes en busca de hogar seguro dejados al azar de la intemperie, genocidios en nombre de determinada fe, crímenes raciales, gobiernos impuestos por la razón de la fuerza, guerras por intereses mercantiles disfrazados de asistencia liberadora…

Tal es, en parco resumen, el panorama de este mundo. Una energía, potente como la gravitación universal, pero perniciosa y mortífera, parece hacer girar al planeta.

No hay fuerza más destructiva que el odio. Genera entre las personas constante resentimiento, agresividad, animadversión, rencillas, guerras, ansias de aniquilar al semejante. Pero el odio no solo hace daño al otro. En primer lugar perjudica al propio odiador. Lo sume en un estado de perpetua irritación, de obnubilación que no deja actuar a la sensatez, que enturbia la comprensión, que aleja todo afecto. La persona que odia no conoce la paz interior tan necesaria para acercarse, comprender y actuar debidamente en el mundo.

Y no se trata de la ira que es una energía necesaria para proceder con fuerza ante algo que nos lesiona, pero que no deja secuelas. La ira es ocasional y enfocada a un acto, el odio es permanente y se proyecta ante todo lo que el individuo considera inconveniente. Va dirigido no a los actos de una persona sino a la persona misma, pues se ve a esta como causa de nuestras decepciones, frustraciones y derrotas. Al ser un impulso instintivo e irracional actúa de forma desproporcionada y arrasadora contra el objeto de su animadversión.

El odio es fruto de la incapacidad del individuo para la autocrítica, el diálogo y la tolerancia. La arrogancia de pretender que siempre tenemos la razón o el rencor de creer que siempre somos la víctima es lo que genera el odio. Es por eso tan necesario el autoconocimiento, el pensamiento crítico, la sensibilidad ante lo diferente, el razonamiento asistido de sensibilidad humana.

Nadie es perfecto, pero eso no nos hace peores, solo humanos. Saber y aceptar esto nos lleva a una mayor paz interior, a una constante autosuperación y a un espíritu conciliador tan necesario siempre para el equilibrio de las relaciones humanas.

Por su carácter ofuscador y agresivo, que no admite otros argumentos que los de su pasión exacerbada, el odio puede ser fruto de manipulación para tétricas misiones. Precisamente, conocedores de la pujanza demoledora de este sentimiento, muchos capos de masas humanas lo han aprovechado para azuzar a favor de sus propósitos a unos grupos de sujetos contra otros.

Es la virulencia que atizó Franco contra los republicanos, el encono que incitaron los gobernantes pretorianos contra los negros sudafricanos, la carnicería que logró desatar Hitler contra los judíos y otras minorías o el minucioso exterminio de Stalin a sus opositores, solo por citar unos casos conocidos.

El mundo solo tendrá paz cuando nos acerquemos los unos a los otros a consensuar, a compartir y cooperar. Cuando se asuma una actitud así, los bandos y partidos solo servirán para objetivos concretos, pero nunca para la anulación o eliminación del otro.

El otro diferente es solo la parte que me hace comprender que la vida es mucho más que mi yo y lo que creo, y que todos podemos convivir con cordura, comedimiento y respeto. Alejemos con autosuperación esta cualidad aciaga porque, como decía Martí: «El odio es un tósigo: ofusca, si no mata, a aquel a quien invade».

8 diciembre 2020 30 comentarios 2,1K vistas
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