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Autor

Manuel García Verdecia

Manuel García Verdecia

Poeta y crítico. Máster en Historia y Cultura Cubana

Sujeto

El sujeto que necesitamos

por Manuel García Verdecia 26 abril 2022
escrito por Manuel García Verdecia

El espacio que habitamos ha estado marcado durante más de sesenta años por la impronta de una revolución. Este fenómeno ha permeado todas las esferas de la sociedad, de modo que lo que se espera en un ámbito así es que los individuos actuantes en él sean revolucionarios.

Debido a ello, en el principio se pretendió forjar el «hombre nuevo», un sujeto que acogiera todas las señas de quien construye una sociedad desconocida hasta entonces. Pero esto se asumió desde presupuestos principalmente ideológicos y con una dirección burocrática que muchas veces contravenía lo que se procuraba.

No se realizó desde una generosa y profunda formación humanista de valores que gradualmente se enraizaran como convicciones para la actuación. Antes bien se concibió como un intenso adoctrinamiento despersonalizado y dogmático, donde el discurso importaba más que la acción práctica. Consecuentemente, se premió más la obediencia y disciplina formales que la actitud consciente.

¿Cuántos de nuestros conciudadanos no proclamaron por años el propósito de ser «como el Che» (modelo de alta exigencia ética) y luego enrumbaron por sendas totalmente opuestas y devinieron individuos antisociales que refutaban tal objetivo? La aparición de conductas negativas que se han desarrollado en el país, denunciada por el entonces primer secretario del Partido, Raúl Castro —en su discurso ante la Asamblea Nacional el 7 de julio de 2013—, es muestra fehaciente del fracaso.

Los valores se forman desde la actuación sensible y consciente, así como en el más desprejuiciado y abierto humanismo. La decencia, la honestidad, la honradez, la sinceridad, la sensibilidad, la solidaridad, la participación, la responsabilidad, la productividad, la cooperación, etc. no son de izquierda ni de derecha, sino de lo más enraizadamente humano. No son lemas ideológicos, sino modos de ser debidamente interiorizados.

A pesar de lo dicho, vivimos rodeados de seres que se autoproclaman revolucionarios aun cuando su actuación se aleje notablemente de lo que presupone tal calificativo. Se presume que un revolucionario sea alguien que continua y denodadamente luche por mejorar las condiciones en que vive, por cambiar los nudos que impiden un avance sistémico incesante y, a la vez, por mejorarse a sí mismo a través de su aportación.

Sujeto

(Foto: GTRES)

Muchos de los que se autodenominan así, son personas que básicamente se atienen a cumplir órdenes incondicionalmente, repetir postulados recibidos y mantener una conducta según lo estipulado por quienes marcan la pauta del proceso llamado Revolución.

Por lo general, no estudian la vida, no se inspiran en las vicisitudes de su entorno y de sus conciudadanos para trazarse nuevos propósitos y formas de actuación. Los impulsa su concepto del deber y no el verdadero ser. Es esto lo que conduce a un estatismo frustrante e improductivo. El país está necesitado de sujetos activos, ampliamente informados, atentos al fluir de la vida, con un pensamiento crítico, que sientan la necesidad de transformar el estado de cosas hacia una permanente superación.

El espíritu de transformación —y consecuentemente de auto-transformación— es principal. No se puede ser un mero perceptor o receptor de lo que acontece. Hay que involucrarse generadoramente. No se trata de cambiar solo para dar muestras de que algo se mueve. Se trata de ir a tono con el contexto y las exigencias de los tiempos y los seres humanos que transitan por ellos, para crear las condiciones de existencia donde mayoritariamente estos se puedan desarrollar satisfactoria y armónicamente.

Una sociedad que aspira a un modo de vida altamente cívico y próspero, demanda seres que tengan la voluntad de hacer lo posible para lograrlo, siempre pensando que no se puede postergar la vida. Ella es nuestro patrimonio mayor y es único e irrepetible. Hay que empezar a alcanzar lo ansiado desde hoy. De ahí la constancia indetenible del denuedo exigido.

Por esto es tan necesario el sujeto activo. Según mi parecer, este no debe semejar a un soldado que se limita a cumplir órdenes. Antes bien, debe ser un creador que, a partir de su conocimiento e información, así como de su involucramiento con el medio, comporte una constante intervención que lo lleve a obrar con opiniones y acciones en la evolución de su entorno. Ello implica, principalmente, una vocación humanista, un espíritu crítico, una inclinación meliorativa, en sentimiento cooperativo, una responsabilidad participativa, una postura cívica, así como una voluntad emprendedora.

Es  muy necesario el desarrollo de una conciencia crítica, pues el análisis sensato, la indagación constante y la inconformidad con los postulados osificados, son premisas para cualquier transformación. No obstante, a la vez, es imprescindible una postura activa en la búsqueda de solventar aquello que se critica.

Esto hace necesario que tal sujeto esté sensibilizado con los asuntos de sus conciudadanos y que sienta la responsabilidad de hacer, no solo por él mismo, sino por los otros. Se supone que, si cada cual asume esta actitud, pues la solidaridad y la armonía desplazarían a la indiferencia y el desdén típicos de la mentalidad gregaria que se guía por lo establecido. Al tener esa postura, consciente y activa, este sujeto estará apercibido de que las instituciones que los hombres crean para organizar y orientar a la sociedad solo los representan y a ellos deben responder.

Esto quiere decir que dichos sujetos tendrán una conducta vigilante para evitar que el estado y sus instituciones devoren a sus ciudadanos y lograr que los derechos e intereses de estos prevalezcan. Solo con tal actitud alerta se puede vencer cualquier situación de burocratismo autoritario, castrante e infuncional respecto a lo que necesitan y buscan los individuos.

Sujeto

(Foto: GTRES)

Para que ello se logre, se requiere un alto sentido de responsabilidad ciudadana, así como las condiciones que estimulen la actuación de ese tipo de individuo, antes que frenarlo, en circunstancias que incentiven su iniciativa y actividad transformadora.

Tal sentido de responsabilidad significa que los sujetos deben estar imbuidos de que es necesario que cada cual haga su parte y que ningún logro material o espiritual puede concretarse si no estamos convencidos y decididos a alcanzarlo. La libertad, la prosperidad, la democracia, la urbanidad armónica, solo se alcanzan si primero existen como determinación en nuestro fuero interno, que es quien dirige nuestro proceder.

La indiferencia a tomar partido, el temor a expresar lo que se piensa y la contención a actuar por iniciativa propia, solo derivan de espíritus ignorantes, domesticados y sin altos propósitos en su existencia. Hacen falta individuos atrevidos, que se arriesguen para obtener algo mejor, que quieran hacer su vida y no que esperen porque alguien se la diseñe.

En esto la autoestima es fundamental, pues si los individuos no tienen conciencia de lo que merecen ser, ni actúan a la altura de los tiempos por los que transita la humanidad, nada lograrán. Es necesario que vean su existencia como una creación a partir de sus deseos y aspiraciones, únicamente posible mediante su voluntad y desempeño. Porque la vida humana no es solo una realización biológica sino, sobre todo, una cultural y espiritual, lo que da preeminencia a la disposición del sujeto.

Es imprescindible desterrar el nefasto espíritu de masa, materia informe y manipulable, ente abúlico que solo sigue los impulsos de una fuerza externa superior. Debe sustituirse por el de un sujeto actuante, alguien que dialoga, concierta y actúa con sus semejantes para elevarse sobre las vicisitudes, carencias y limitaciones hacia su realización plena.

Tal vez esto parezca platónico, pero no lo es. Se necesita la voluntad que abra oportunidades y cree el contexto propicio para que germine un sujeto activo. En fin, más que el seguidor entusiasta de una idea que lo lleve a portarla como insignia permanente de identificación («revolucionario»), el país necesita de ciudadanos conscientes, sensibles, activos y escrupulosamente cívicos.

26 abril 2022 20 comentarios 1.572 vistas
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Humanismo

Por un nuevo humanismo

por Manuel García Verdecia 3 marzo 2022
escrito por Manuel García Verdecia

Hace unos doscientos mil años el hombre echó a andar hacia un supuesto progreso siempre creciente que lo redimiría de toda precariedad y sojuzgamiento. Sin embargo, tras una larga, penosa y exterminadora marcha, «somos aun aquel de la honda y de la piedra», al decir del poeta. Tenemos más artilugios y sutilezas técnicas, pero no más alma ni humanidad.

Poderes, guerras, sistemas y teorías no han conseguido librarnos del imperio de la necesidad, la estupidez, la ambición y la injusticia. Ni el capitalismo surreal de abarrotados escaparates y vacuos corazones, ni el socialismo real de entorpecedora y castrante burocracia han resuelto, resuelven ni resolverán nuestros más esenciales y caros anhelos.

Su empecinada e irresoluble polarización ha sumido al planeta en persistentes tensiones, guerras e injustas asimetrías que agobian y laceran a millones de personas. El mundo pide a gritos un cambio de paradigma que haga posible la vida con satisfacciones materiales asequibles, amplios horizontes espirituales, absoluto respeto a la diversidad física e intelectual, plenitud de goces humanos, así como justicia y equidad para convivir en armonía.

Es necesario que los intelectuales reasumamos la convicción de que solo nos hace meritorios de tal categoría el implicarnos con determinación y arrojo en los más candentes asuntos que afectan nuestra existencia y la de nuestros semejantes en el tiempo que nos ha tocado vivir, algo que debemos hacer conscientes de que nuestro real compromiso es con la verdad, la justicia y la realización humana, sin condicionamientos ni manipulaciones por bandos políticos, credos, ideologías u otras distinciones sociales.

Tenemos que trabajar para que el estado no sea ni Big Brother ni Big Father, sino una entidad sensata, justa y equitativa, que organice dinámica y razonablemente el desempeño de sus sostenedores con el fin de que logren sus aspiraciones, y que cree el entorno propicio a los ciudadanos para realizar sus vidas físicas y espirituales a la medida de sus anhelos y según sus afanes, y no siguiendo un plan dictado por el mercado o algún presupuesto ideológico.

Es preciso salir de las oficinas climatizadas, dejar los raudos autos de cristales ahumados, descender de los aviones cosmopolitas y caminar junto a los seres humanos que día tras día sudan y sufren y sueñan, casi siempre postergando indefinidamente la realización de sus proyectos. Sentir y pensar con ellos porque compartimos, y por tanto comprendemos, sus vicisitudes y ansias.

Humanismo

(Foto: psicologiaymente.com)

Por eso convocamos a todos los creadores a que, desde su obra y su actitud cotidiana, luchemos por forjar un nuevo humanismo. Uno que surja del centro palpitante y sensible del hombre, de su naturaleza y su sentido de la vida. Un humanismo que se sustente básicamente en:

  • la disposición de toda acción económica, política, científica y cultural a salvaguardar, desarrollar y enaltecer ante todo la vida de los seres humanos en su más amplia diversidad y plenitud, así como a preservar el medio ambiente que a esos seres ofrece refugio y sustento,
  • la incentivación del pensamiento crítico, no adormilado, venal ni dogmático; sino activo, lógico, constructivo y transformador, que abra mejores vías para el crecimiento de las ideas y el horizonte intelectual,
  • el recurso al diálogo desprejuiciado como procedimiento para la búsqueda interactiva e integradora de soluciones más justas y fructíferas a necesidades y conflictos,
  • el empleo del consenso como vía de implicar a mayor número de individuos en la proyección de sus vidas y las maneras para hacerlo, de modo que las decisiones se asuman consecuentemente,
  • la participación permanente y diversa de cuantos ciudadanos sea posible en la toma de decisiones generales, lo que formará sujetos activos y solidarios, de modo que no sientan ninguna disposición como ajena o extraña, sino pertinente y propia,
  • la incentivación del constante respeto al otro y lo otro en su más varia diversidad (étnica, sexual, religiosa, ideológica, etc.) como único camino a la paz y la seguridad,
  • el cultivo de la armonía con la vida y la naturaleza, que logre garantizar la subsistencia del planeta y el decoro de la vida humana en él,
  • la educación del espíritu indómita y permanentemente libertario, que no admita sometimientos y nos haga dignos, pues solo en la libertad es posible la vida y la felicidad verdaderas.

Hace falta con urgencia este humanismo salvador, ya que no solo el planeta sino el mismo ser humano están en riesgo de extinción. No puede haber nada por encima del ser humano ni de la vida. Esta última no se puede postergar pues es una y necesitamos vivirla cuando se nos da y para siempre del mejor modo.

Solo a través del humanismo universal y edificante, debidamente entendido y practicado, podremos desarrollar a plenitud las potencialidades que nos permitan alcanzar la satisfacción material y el esplendor espiritual que significa la verdadera existencia humana, así como garantizar la permanencia de los humanos y el planeta.

3 marzo 2022 25 comentarios 1.412 vistas
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Dialogar

Dialogar el diálogo

por Manuel García Verdecia 20 septiembre 2021
escrito por Manuel García Verdecia

Según la Biblia, Adán y Eva fueron expulsados del Edén por probar el fruto del árbol prohibido del saber. No creo que nuestros abuelos primigenios fueran castigados por querer saber, sino por dudar. La duda, sin embargo, es condición principal de quien busca la verdad. Desde ese instante de desobediencia, hemos sido arrojados a la intemperie, desacostumbrados de la fraternidad y condenados a una eterna trifulca de caínes contra abeles.

No siempre la obediencia es índice de mejor cualidad humana, pues muchas veces asiste a los timoratos y los conformistas. En ocasiones hay que quebrar reglas para acercarse a ciertas cotas de mayor realización. Sin embargo, no hemos vuelto a conseguir nuestra condición de criaturas para la existencia compartida. Es que debemos aprender a dialogar, lo cual implica un nivel de tolerancia hacia lo diferente y hasta opuesto.

Tolerancia es una bella palabra. Algunos la interpretan como condescendencia, con lo cual discrepo. Esta noción implica esencialmente, según el Diccionario RAE, el respeto a «ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias». ¿Qué más se puede pedir de un sujeto?

Creo que la tolerancia es humana y realista, pues no presupone que uno renuncie a su subjetividad sino que tenga la decencia de respetar la del otro. Nadie puede pedir que una persona desista de sus puntos de vista y sus modos de concebir la vida. Sería pedirle que deje de ser quien es. El que solicita tolerancia admite que no todos tienen que pensar como él, que puede estar equivocado.

No se trata de quién está o no en lo cierto, sino de saber concordar las discrepancias para que el mundo sea más amable. Y la ligazón que permite esto es el respeto a las diferencias, o sea, la tolerancia. Ella es un ingrediente principal para la realización del diálogo.

Dialogar (2)

Desde ese instante de desobediencia, hemos sido arrojados a la intemperie, desacostumbrados de la fraternidad y condenados a una eterna trifulca de caínes contra abeles.

Pero ¿qué es el diálogo? Intentemos una noción básica y práctica, más que una definición académica. Temo a las definiciones, pues tienden a ser conclusivas y unilaterales. No obstante, a partir de la experiencia conocida y demostrada de procesos dialogantes, puede uno acercarse al fenómeno. Digamos que el diálogo presupone la asunción de una posición constructiva, a partir del intercambio franco y respetuoso de ideas, criterios y prácticas distintas para el logro de un consenso beneficioso a las partes en la solución de determinado conflicto o problema.

Ello implica varios aspectos fundamentales. El diálogo parte de principios que cada parte considera esenciales, pero se viabiliza por otros que se estiman negociables. El resultado final de criterio o acción es una construcción lograda por la negociación. No se puede conseguir a priori, pues cada parte tiene que dar y tomar. La consecución de un resultado imprevisto pero plausible se basa en ese grado de respeto, tolerancia, buena disposición y flexibilidad con que se supone uno asista al diálogo.

Diversos autores se refieren a la capacidad o conocimiento para resolver problemas siempre de manera positiva para las partes. En inglés se le denomina a win-win situation, o sea, una situación donde cada partícipe gana algo. Esto no implica que se gane todo, pues en algo hay que ceder.

El diálogo falla precisamente cuando —por rigidez ideológica o práctica—, una, varias o todas las partes involucradas, consideran que deben lograr avances sin ceder en nada. La capacidad de diálogo se considera uno de los conocimientos indispensables en la educación del sujeto contemporáneo para la conformación de una sociedad participativa y productiva.

Personalmente, lo juzgo un elemento fundamental para el desarrollo de una nueva subjetividad, conocimiento que debería sedimentarse en sabiduría. Es nobilísimo imperativo pues, hasta ahora, se ha acumulado instrucción principalmente para doblegar al otro, cuando no para adaptarse a la situación imperante. El nuevo comportamiento deseado implica una cualidad constructiva y cooperativa para beneficio mutuo.

No se puede estimular el pensamiento resolutivo y edificante, desde un pensamiento inflexible, unilateral, impositivo y discriminador. Pienso que el gran cambio en la sociedad global contemporánea no se producirá solo como resultado de la introducción de nuevos materiales, métodos y técnicas. Más bien será el producto del desarrollo de otra mentalidad en el individuo. Una de carácter humanista, solidaria, ecológica, creativa, pacifista.

Debemos entender que todos somos iguales en principio, que todos tenemos derecho a defender ciertas convicciones personales, que nadie posee la verdad pero sí una parte de ella, que ninguna solución personal puede ser más rica y eficaz que la conseguida en interacción y que la mejor posibilidad de supervivencia está en la cooperación y la concertación. Es decir, en una disposición dialogante.

Solo un sujeto así estará apto para convivir y trabajar por resolver los inagotables problemas de la humanidad, mejor que exacerbarlos y perpetuarlos. Para que consigamos una casa habitable, todos los inquilinos debemos participar y armonizar nuestros gustos, opiniones y anhelos.

Dialogar (3)

Para que consigamos una casa habitable, todos los inquilinos debemos participar y armonizar nuestros gustos, opiniones y anhelos.

El hombre es siempre un ser en tránsito. Una criatura que viaja desde el que es, hacia lo que quiere ser, lo que quiere incorporar y lo que quiere conocer. El «otro», lo «otro», la «otredad», son elementos que animan nuestra curiosidad, búsqueda, y actuación en la vida. Por tanto, nos empujan al diálogo.

Lo que no es diálogo es confrontación. Las actitudes tozudas, prejuiciadas, preconcebidas, desarticuladas del contexto epocal; son fermento nutricio para la persistencia de maneras defensivas, cuando no ofensivas, que generan separación, distanciamiento, incompatibilidad, actitud litigante y empobrecedora de la vida. El diálogo es esencialmente constructivo, la confrontación siempre destructiva.

Es prudente no confundir «diálogo» con «canto gregoriano». Cuando las preguntas conducen a una única y casi siempre prefabricada respuesta, cuando esta se repite en una salmodia monocorde y sin ápice de cuestionamiento, duda o penetración, incurrimos en el profuso canto gregoriano.

El diálogo presupone cierta conflictividad, cierto elemento contradictorio que lo haga avanzar dinámicamente. Solo que esto no se toma como obstáculo insalvable, sino como incentivo de vías enriquecedoras para conseguir un punto de avance favorable. De manera que dialogar no implica ausencia de conflictividad. Sería irreal, más que ingenuo, pensarlo así.

El despliegue de las potencialidades humanas y la consecución de nuestros sueños más inquietantes nos enfrentan a senderos que perennemente se bifurcan y complican. Lo significativo no es la desaparición de los conflictos, sino el desarrollo de una actitud resolutiva, afirmativa, dirigida a la solución antes que al enquistamiento y complicación de los problemas.

En las acciones dialogantes es necesario evitar dos posiciones peligrosas. La primera es: «Yo tengo la razón». Es usual que cuando «discutimos» —término que comúnmente usamos para estos casos de dilucidar opiniones contrapuestas—, al que piensa de otro modo le respondamos: «Eso no es así» o «Tú estás equivocado»; en vez de: «Yo tengo otra opinión».

El que se cree en posesión de la razón se coloca en un pedestal de control y ganancia. Habla de dialogar con la intención preconcebida de convencer al otro de la certeza de su postura. Sin embargo, el propósito del diálogo no es convencer sino concertar. Si uno se atrinchera en una posición pensando que es la «verdadera» y, peor, la «única», no solo fracasa el diálogo sino que perdemos la oportunidad de enriquecer nuestros propios juicios.

La segunda actitud nociva es: «Yo soy la víctima». Es difícil establecer una transacción fructífera con quien, desde antes, acude en una postura que pretende saldar deudas, escamotear responsabilidades, achacar causas; antes que concertar nuevos enfoques.

No se puede dialogar desde una posición de pérdida pues no se plantean argumentos sólidos y creativos sino «quejas» y «lamentos» que buscan conseguir una ganancia inmediata y pírrica. El diálogo aspira a la fundación de una plataforma novedosa y sólida, beneficiosa en común a los dialogantes.

Dialogar (4)

El diálogo aspira a la fundación de una plataforma novedosa y sólida, beneficiosa en común a los dialogantes.

En ocasiones se asocia el diálogo con la existencia de perspectivas plurales, o con la muchas veces falsa libertad de expresión. La pluralidad de ideas por sí misma no facilita la negociación. Una pluralidad en conflicto es igual de desastrosa que una homogénea.

La libertad de expresión demanda una responsabilidad también dialógica. No es únicamente decir lo que nos falta, sino decir para construir, para solventar, para fundar puentes de entendimiento y tolerancia. El caos es un hervidero de posiciones plurales. Es la actitud dialogante la que hace posible la concordia social. No es tan necesario coincidir como actuar desde una disposición armonizadora. En ese espíritu, toda acción propenderá a una salida positiva y equitativamente benéfica.

El diálogo es la construcción de un sentido inédito. Cada participante aporta perspectivas, opiniones, datos e imágenes, que posibilitan la creación de un nuevo y enriquecedor discurso.

La dinámica de lo complejo es fundamental. El diálogo va hacia un sentido más complejo y armonioso que la suma de partes. La honradez informativa, el acento negociador, la flexibilidad de actitud, la apertura a lo distinto, la voluntad participativa, la disposición a la armonía discursiva, la intención resolutiva; son elementos necesarios.

Para posibilitar el diálogo es necesario el reconocimiento y el respeto al derecho del otro. Cada parte debe sentir que tiene horizontes para exponer, fundamentar y razonar sus juicios. No está demás recordar al Benemérito de las Américas: «En los individuos como en las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz».

Esto nos señala que mi libertad no puede castrar la del otro. De ello se colige que es fundamental la igualdad de posibilidades. Quienes dialogan son pares, no por los puntos que ventilan, sino por el derecho a ventilarlos sin cortapisas. Para que sea posible, es indispensable el aire de la tolerancia. Hay que considerar y permitir ese espacio de diferencia.

Por último, no se puede dialogar solo a partir de opiniones y criterios personales. Estos dejan cabida para clichés y prejuicios. Se precisa información, datos, conocimiento, para que el esfuerzo no sea inútil. Los diálogos son sustancialmente provechosos cuando tienen lugar en un semejante nivel de inteligencia.

Dialogar no debe consistir en una convocatoria o un procedimiento eventual y casuístico. Debe constituirse en modo de ver la realidad y de actuar consecuentemente en ella. Nuestra manera de pensar y ser en la vida. No es necesario que accedamos a las doradas puertas de la Ciudad del Sol. Solo que caminemos por las avenidas de una ciudad donde la franqueza, la cooperación y el respeto hagan los días más amables y promisorios.

***

*Variaciones sobre ideas expuestas en el coloquio organizado por el Comité Regional de la UNESCO en Monterrey, México, el 28 de febrero de 2006.

20 septiembre 2021 25 comentarios 1.999 vistas
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odio

Del odio

por Manuel García Verdecia 8 diciembre 2020
escrito por Manuel García Verdecia

Vituperios como razones y argumentos en las redes sociales, reyertas por diálogo en los sitios de opinión, pendencias entre partidos como ética política, abusos a niños, golpizas cuando no asesinatos a mujeres, tapabocas a quienes disienten, marchas pacíficas disueltas a porrazos y balas, migrantes en busca de hogar seguro dejados al azar de la intemperie, genocidios en nombre de determinada fe, crímenes raciales, gobiernos impuestos por la razón de la fuerza, guerras por intereses mercantiles disfrazados de asistencia liberadora…

Tal es, en parco resumen, el panorama de este mundo. Una energía, potente como la gravitación universal, pero perniciosa y mortífera, parece hacer girar al planeta.

No hay fuerza más destructiva que el odio. Genera entre las personas constante resentimiento, agresividad, animadversión, rencillas, guerras, ansias de aniquilar al semejante. Pero el odio no solo hace daño al otro. En primer lugar perjudica al propio odiador. Lo sume en un estado de perpetua irritación, de obnubilación que no deja actuar a la sensatez, que enturbia la comprensión, que aleja todo afecto. La persona que odia no conoce la paz interior tan necesaria para acercarse, comprender y actuar debidamente en el mundo.

Y no se trata de la ira que es una energía necesaria para proceder con fuerza ante algo que nos lesiona, pero que no deja secuelas. La ira es ocasional y enfocada a un acto, el odio es permanente y se proyecta ante todo lo que el individuo considera inconveniente. Va dirigido no a los actos de una persona sino a la persona misma, pues se ve a esta como causa de nuestras decepciones, frustraciones y derrotas. Al ser un impulso instintivo e irracional actúa de forma desproporcionada y arrasadora contra el objeto de su animadversión.

El odio es fruto de la incapacidad del individuo para la autocrítica, el diálogo y la tolerancia. La arrogancia de pretender que siempre tenemos la razón o el rencor de creer que siempre somos la víctima es lo que genera el odio. Es por eso tan necesario el autoconocimiento, el pensamiento crítico, la sensibilidad ante lo diferente, el razonamiento asistido de sensibilidad humana.

Nadie es perfecto, pero eso no nos hace peores, solo humanos. Saber y aceptar esto nos lleva a una mayor paz interior, a una constante autosuperación y a un espíritu conciliador tan necesario siempre para el equilibrio de las relaciones humanas.

Por su carácter ofuscador y agresivo, que no admite otros argumentos que los de su pasión exacerbada, el odio puede ser fruto de manipulación para tétricas misiones. Precisamente, conocedores de la pujanza demoledora de este sentimiento, muchos capos de masas humanas lo han aprovechado para azuzar a favor de sus propósitos a unos grupos de sujetos contra otros.

Es la virulencia que atizó Franco contra los republicanos, el encono que incitaron los gobernantes pretorianos contra los negros sudafricanos, la carnicería que logró desatar Hitler contra los judíos y otras minorías o el minucioso exterminio de Stalin a sus opositores, solo por citar unos casos conocidos.

El mundo solo tendrá paz cuando nos acerquemos los unos a los otros a consensuar, a compartir y cooperar. Cuando se asuma una actitud así, los bandos y partidos solo servirán para objetivos concretos, pero nunca para la anulación o eliminación del otro.

El otro diferente es solo la parte que me hace comprender que la vida es mucho más que mi yo y lo que creo, y que todos podemos convivir con cordura, comedimiento y respeto. Alejemos con autosuperación esta cualidad aciaga porque, como decía Martí: «El odio es un tósigo: ofusca, si no mata, a aquel a quien invade».

8 diciembre 2020 30 comentarios 1.312 vistas
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guerra

Guerra de nuevo

por Manuel García Verdecia 24 abril 2020
escrito por Manuel García Verdecia

A través de los años, la codicia y el miedo han convertido a los hombres en lobos. En lugar de convivir en armonía y compartir los abundantes recursos de la Naturaleza con equidad, su ansiedad de tener cada día más y más los empujó a esta contienda. Unos a otros se mostraron los colmillos lo más ferozmente posible para ver quién se achicaba primero.

Esto permitiría a los ganadores ocupar el territorio, las frutas y los animales de presa de los derrotados. Además los vencidos tendrían que trabajar y luchar a favor de los vencedores. El afán de prevalecer hizo que los ganadores desarrollaran tecnología. Esta era una forma de crear colmillos más grandes y más afilados de manera más rápida, lo que les garantizaba mantener su posición dominante.

El desafío constante por el predominio empujó a los hombres lobos a numerosas peleas que gradualmente produjeron una escalada de violencia que terminó en dos guerras mundiales letales. Una vez alcanzado un punto de dominio tan alto, se necesitaban nuevas formas para mantener la supremacía. Así es como los hombres lobos llegaron a producir el colmillo superior, la bomba atómica. La idea era que los hombres lobos que la tuvieran, pudieran controlar el mundo entero. Entonces, la competencia aumentó para ver quién desarrollaría este supercolmillo primero.

Finalmente cada manada de hombres lobos consiguió su propia bomba. Cuando las dos manadas principales de lobos lograron tener el arma poderosa, se dividieron el mundo en dos parcelas y se encargaron de las tierras, los recursos y las vidas de su parcela correspondiente.

Pero los hombres lobos no podían dejar de querer más. Se dedicaron a jactarse de poseer el mayor poder y estar listos para usarlo cuando sus intereses se viesen amenazados. De vez en cuando cada uno hacía estallar una bomba para intimidar a la otra manada. Tener la bomba significaba disuadir a la manada opuesta de usar su propia bomba. El solo hecho de tenerla implicaba, por su potencial destructivo, mantener la situación en equilibrio.

Esto fue etiquetado como la Guerra Fría: significaba que cada grupo contaba con los medios para destruir todo y, aunque cada uno tenía medios equivalentes, nadie cometería el suicidio de entrar en la verdadera Guerra Caliente.

Para lograr sus objetivos, los hombres lobos cada vez más saquearon y abusaron de la Naturaleza. Concibieron a esta como un enorme almacén inagotable que les proporcionaría todo lo que necesitaban para regir y alimentar su codicia. Los lobos nunca consideraron la naturaleza como una fuerza viviente. Día tras día, la explotaron, la lastimaron y la desgastaron. Nunca se detuvieron a pensar en ella con amabilidad y preocupación. Entonces, un día la naturaleza decidió contraatacar. Repentinamente, los hombres lobos se vieron envueltos en una batalla feroz. La Tercera Guerra Mundial finalmente estaba en acción.

Las bombas atómicas no resultan útiles contra millones de minúsculos soldados invisibles que saben luchar de manera eficiente.

Esos soldados mortales del Imperio Corona atacaron rápida, fantasmal, devastadoramente en lugares nunca esperados. Diezmaron tanto a hombres como a mujeres, ancianos y jóvenes, destruyeron ciudades, sin importar si eran de países pobres o ricos, paralizaron industrias, pusieron fin a los viajes, mermaron la riqueza acumulada, convirtieron el miedo en la forma común de respiración, hicieron del progreso una fantasía inútil y de la idea del futuro solo un gran signo de interrogación. La posibilidad misma de que la civilización continúe se ha convertido en una gran nube de tiniebla. El dolor, el sufrimiento, la incertidumbre, nos han hecho caer de rodillas.

Durante siglos, los hombres han herido el alma de los humanos y también la de la naturaleza. No podemos curar el alma de los hombres si no curamos el alma de la naturaleza al mismo tiempo. La gran lección, si al final todavía habrá alguien que pueda aprender algo, es que el hombre no es el señor del mundo. No somos dueños de nada, sino solo seres semejantes de cada criatura pequeña o grande en el reino infinito de la naturaleza. La solución no se puede encontrar a través del poder financiero, tecnológico, militar, ideológico, religioso o de cualquier otro tipo.

La solución se encuentra en el humanismo ecuménico, uno que va más allá de la división obsoleta entre la izquierda y la derecha y en su lugar considera como un principio básico el pleno desarrollo de los potencialidades de los seres humanos en armonía con la naturaleza, la cual no solo es su hogar, sino su fuente de sustento y bienestar. Por lo tanto, para resucitar la civilización, debemos ser humildes, unir esfuerzos para emprendimientos reales y beneficiosos, y tratar cada pequeña cosa del universo con respeto y afecto.

No hay otro Señor en la Naturaleza sino la Vida. Solo somos transeúntes y debemos aprovechar al máximo nuestro tiempo para sumergirnos en el río de la existencia, hacer lo mejor de nuestro viaje y luego salir dejando que el río siga fluyendo fuerte y generosamente para que pueda irrigar eternamente las divinas semillas del ser.

24 abril 2020 8 comentarios 467 vistas
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La censura de la censura

por Manuel García Verdecia 8 abril 2020
escrito por Manuel García Verdecia

Parece que el ser humano estuvo predestinado desde los albores de la humanidad a que se le negaran ciertos actos. Recordemos que, una vez creados Adán y Eva, el Dios de los cielos les prohibió que comieran del árbol de la sabiduría. Fue el primer hecho de censura. Parecía que el saber les anularía la inocencia, cualidad desde donde todo puede ser creíble y aceptado sin oposición, y los ayudaría a conocer más allá de lo que les impartiera su creador. Buscar perspectivas propias y, sobre todo distintas, y contradecir declaraciones establecidas tuvo desde siempre un carácter trasgresor. Por supuesto que esta condición presuponía que había unos sujetos que se consideraban en posesión de lo correcto o verdadero y otros desposeídos de tales conocimientos, por lo que debían seguir puntualmente lo que estipulaba la parte cognoscente para que el mundo girara sin tropiezos.

Sin embargo, el hombre es en esencia un ser tentado por la curiosidad (tal vez un gen prevaleciente de la curiosa Eva) y esta lo impulsa a inquirir, a descubrir y a exponer la perspectiva que personalmente ha elaborado. No se trata de mera vanidad sino de esa aventura que es alcanzar nuevas experiencias y ayudar a conocerlas. De ahí surge la ilimitada variedad del pensamiento y, obviamente, los diferentes puntos de vista. Por supuesto, una vez que esta capacidad está determinada por otros motivos como el deseo de ser distinto, de destacarse por encima de los demás, de ayudar a quebrar normas o el afán de prevalecer en determinado círculo, pues ya se convierte en un ejercicio consciente e interesado. En realidad es, en última instancia, el afán de poder el que determina el afincamiento en determinado modo de pensar (rechazando modos distintos) y su defensa a ultranza para subyugar a los otros. Bien puede tratarse del poder de un individuo en relación con otro, de un grupo sobre otro, o de unas ideas respecto a otras.

Para legitimar tal potestad la misma se ha justificado sobre la sabiduría de alguien, la fortaleza de otro, la descendencia divina de un sujeto, o la encarnación en un héroe de las aspiraciones vitales de sus súbditos. Indiscutiblemente para que alguien detente el poder, alguien debe no tenerlo. Por tanto, el apoderado hará todo cuanto pueda por ilegitimar a quien intente rebajarlo. Una vía principal ha sido la censura de sus pensamientos y juicios. De manera que el predominio del poder ha sido siempre el mayor causante del ejercicio de la censura. Todo poder se erige y justifica sobre la base de un discurso coherentemente estructurado de manera que consiga en sus sujetos la mayor credulidad y lealtad. Todo grupo humano que ejerce el poder trata de preservarlo por los más diversos modos.

No se lucha para alcanzar el poder y luego cederlo o perderlo.

El poder implica tener súbditos, acólitos, que no solo asuman sino que, además, no objeten las perspectivas del poderoso. Cualquier fisura en el discurso puede poner en peligro la solidez del poder. De ahí la necesidad de prohibir cuanto tienda a resquebrajar su resistencia mediante juicios o críticas adversas. En esto cumple un papel cardinal la propaganda. Esta implica difundir lo que hace en cumplimiento de sus buenos propósitos quien posee el cetro de mando, utilizando cuanta sutileza o estratagema exista de modo que lo expuesto resulte convincente para mantener hechizados a los seguidores. Igualmente, y con una fuerza principal, el discurso del apoderado debe oponer argumentos hábilmente elaborados para contrarrestar la crítica y, desde luego, descalificar al crítico, de manera que los súbitos tengan a este, cuando menos por un insensato y, mayormente, por enemigo de las buenas causas.

Sin embargo no todos los sujetos asumen las disposiciones del poderoso con simpatía. Algunos sienten resquemor y, de estos un limitado número, quizás más aptos, quizás más informados, quizás más atrevidos, quizás todas estas cosas a la vez, llegan a la incredulidad. Es el peldaño inicial de toda acción crítica, la duda. A estos hay que hacerles un cerco mediante el impedimento a que accedan a otros juicios y perspectivas. Pero principalmente es imprescindible mantenerlos distantes de la posibilidad de comunicar sus puntos de vista a grandes grupos de crédulos no sea que logren romper el hechizo. Se hace necesario un control de cuanto se comunique, de forma que metódicamente lleve la sustancia de lo que concibe el poder central. Todo lo que no ayude a esto pues se convierte en un peligro a lo establecido y, por tanto, debe impedirse por beneficio de aquello. Esto es lo que genera la bipolaridad en un mismo espacio social de lo oficial y lo prohibido. Es una práctica que se ha ejercido desde que los seres humanos se agruparon y tuvieron que organizar sus funciones dentro de cierto orden establecido. En tal sentido ha habido censura étnica, religiosa, artística, moral, política, etc., o sea, en cada campo de realización humana desde donde se ejerce un control sobre otros y ello justifica modos de hacer que conllevan determinadas prácticas que interesadamente niegan aquellas que no se sustentan en la concepción del poderoso.

De modo que la censura es tan antigua como la organización social de los seres humanos, entre unos que guían y otros que son guiados. Para ejemplificar en el campo que mejor conozco echemos una ojeada a la censura literaria. La prohibición de obras, y consecuentemente la exclusión de sus autores (la cual ha llegado a su encarcelamiento, su reclusión en campos de trabajo forzado e inclusive la eliminación física en muchos casos), ha sido justificada por la presencia en ellas de asuntos que se consideran perniciosos a cierto estatus político o moral de una determinada sociedad. Se considera que tales asuntos pueden confundir, desviar e incluso hacer rebelar a los sujetos que viven plácidamente bajo aquel estatus.

Los dos ejes fundamentales de censura han sido el poder político y el religioso. La lista de censurados conformaría toda una antología pero veamos solo algunos casos. En la antigüedad se prohibieron obras de Arístofanes, por ridiculizar a un gobernador de Atenas, y a Protágoras, en el siglo V a. de J.C, le prendieron fuego a su libro sobre los dioses, mientras que en 168 a. de J.C. se quemaron en Palestina libros judíos, cobrando consistencia una de las formas más intimidantes de censura, la cual se repetiría muchas veces luego, bajo la Inquisición, el nazismo, el stalinismo, al maccarthismo y el pinochetismo. La España de la Conquista prohibió la entrada en América de libros de ficción para no embotar a los novomundistas con las fruslerías de la imaginación.

La censura también cobró la forma del impedimento a publicar, como sucedió con el Index librorum prohibitorum, de la Iglesia romana que duró desde 1564 hasta 1966 e incluía a escritores que fluctuaban en una diversidad que iba de Rabelais hasta Balzac. Largas fueron las listas negras del franquismo, el maccarthismo el estalinismo (por citar unos casos) que cerraban la publicidad a numerosos libros considerados atentatorios contra los principios al uso. Luego se asumió una práctica más sofisticada, el extravío de las obras, usualmente recicladas en pulpa de papel. La nómina de autores vetados conforma toda una historia de la literatura prohibida, bien fuera por lo que se consideraba blasfemo, obsceno o políticamente subversivo. Citemos solo unos nombres: Voltaire, Henry Miller, James Joyce, Boris Pasternak, Alexander Solzhenitzin, Salman Rushdie (cuya fatua ha costado ya treinta y siete vidas), Virgilio Piñera, José Lezama Lima… Es definitivamente una lista excesivamente extensa y penosa.

El asunto es que diversas instituciones que rigen asuntos del quehacer social han creído ineludible la necesidad de preservar cierta pureza de ideas y prácticas para que sus propósitos se concreten puntualmente y para ello acuden al impedimento de la propagación de obras que reflejan aspectos de la realidad que ponen en entredicho la supuesta pureza de principios y actitudes. El presupuesto que subyace en tal convicción es que juicios, conceptos, apreciaciones distintas a las que emite el grupo de poder pues desvían a los súbditos y ponen en peligro la existencia de dicha autoridad.

Un fuerte aliado de la censura es la propaganda. Esta constituye un medio para neutralizar la crítica y justificar la censura, además de ser un modo de ejercerla indirectamente. Son usuales los casos de artículos que abordan un asunto exponiendo razones en su contra, pero sin propiciarle al lector los datos sobre el problema atacado. Es como poner la cura antes de que se produzca la herida. Entonces se hace repetir por distintos medios de propaganda la tenebrosidad de determinadas ideas y posiciones. La reiteración a través de estos medios, de cierta manera autenticados, ayuda a concretarlas como fantasmas no vistos del todo pero presentidos.

Muchas veces se intenta avalar la censura bajo el presupuesto de que la crítica, al revelar datos que evidencian aspectos débiles del sistema de poder que se trate, pues se convierte en un arma potencial para los enemigos de aquel. Esto se ha practicado obcecada y sistemáticamente sobre todo por regímenes totalitarios. Sin embargo, es un elemento que antes de preservar más bien debilita el sistema en cuestión. Y lo debilita por varias razones: una porque crea una doble visión de las perspectivas del poder, una abstracta y otra práctica, pues quienes lo viven concreta y cotidianamente conocen (quizás no con un entendimiento comprensivo y razonado de ello) la realidad de tales debilidades. De cierta manera se vive en un país que son dos, uno en la superficie que es el oficial y otro subyacente que es el real. Esto conlleva la incubación del enmascaramiento y la doble moral. Entonces, tal situación obligará al sistema en cuestión a emplear recursos y energías en nublar de la mejor manera lo que es palpable en la cercanía de la cotidianidad. Ello de hecho, al ejecutarse mediante discursos, actos, obras por encargo, consignas etc., que se reiteran una y otra vez puede conducir al agotamiento de la percepción, la resistencia leal de los dirigidos, y el consiguiente desinterés e incluso el abandono por cansancio de cuantiosos fieles.

Hay asuntos que se denuncian por la propia falta de lógica en su presentación.

Es imposible que alguien cuerdo crea que en quince millones de personas todas crean en y adopten los mismos principios, que todas opinen exactamente igual sobre todas las cosas, e incluso que prefieran todos ellos un mismo modo de organizar la vida social convirtiendo estos sentimientos unánimes en agenda para su vida diaria sin un mínimo de variación. Por otra parte, el enemigo siempre hallará formas de enterarse de estos problemas, como puede ser la derivación de conclusiones a partir de hechos inocultables, como datos que reflejan ineficacia en la calidad de vida, baja producción o deserción de sujetos. También pueden acudir al espionaje o la comunicación tangencial con grupos de críticos. Esto, con el desarrollo de las comunicaciones digitales, abre posibilidades incalculables para la fuga de datos por miles de fuentes de comentarios. Todo lo cual, en definitiva, carcome al sistema pues lo pone en evidencia y le permite a quienes lo impugnan atacarlo como  fraudulento, con el consiguiente descrédito en la perspectiva interna y extranjera.

A la larga la censura solo coadyuva a la desinformación, a la configuración de sujetos con un conocimiento parcial e impreciso que no les permite participar críticamente en la acción social. Por consiguiente, eso sume a la sociedad en la dependencia de determinados enfoques que se brindan por medios “políticamente correctos”, lo que no le facilita una actuación consciente y enfocada a sus verdaderos propósitos. Así mismo, a medida que los sujetos se percatan de que son objetos de manipulación en la información sobre determinados aspectos, tal percepción los impulsa a la curiosidad cognoscitiva, lo cual conlleva un flujo no oficial de rumores, informaciones, datos, etc., los que no por imprecisos dejan de acarrear granos de verdad. Estos activan, por reacción, nuevas críticas y búsquedas de datos fidedignos. Ello implica un flujo de ideas subterráneas, otro sistema de información colateral si bien no legítimo pero con datos necesarios y con bastante de veracidad. Tal condición impone que para operar muchos de los sumidos en ese flujo clandestino de noticias acudan a la doble moral: acepto y repito algo en público, mientras comento y entiendo algo distinto en los círculos cercanos.

A la larga, la censura es una muestra de debilidad del sistema de poder en cuestión pues muestra que teme que su base social lo deserte si ciertos aspectos salen a flote. Cuando el poder es coherente entre lo que hace y lo que dice, cuando acepta valientemente que toda obra humana es proclive a errores, cuando no elimina sino, antes bien, estimula la crítica franca, razonada y se apoya en ella para corregir sus deficiencias, mostrando además el afán de enmendar sus yerros, ello confiere solidez al sistema socio-económico y consolida la confianza y fidelidad de su base social. Si no es así, si se insiste en negar las dificultades obvias y se afianza tal negación básicamente en la censura, no solo de las idea sino de los que las piensan, pues el sistema termina corroído y se derrumba.

Cuando la censura es una práctica sistemática y contundente expone tal desconcierto entre los que detentan el poder que, por repercusión infunde confusión y frustración en los subordinados, lo cual se traduce en una intensa búsqueda de vías para conseguir la verdad y, consecuentemente, realizar los cambios que ella implica. Por lo general, la censura solo logra retardar los procesos de perfeccionamiento social, desgastando el capital humano y moral de quienes sufren esa dilación y posponiendo de manera largamente infructuosa lo ineludible, el cambio hacia lo que, en verdad, responde a las necesidades y aspiraciones del ser humano. El ejemplo más contundente fue lo que aconteció a la extinta URSS y a todo el bloque socialista del este europeo.

¿Es útil la censura? No lo es si se trata de encubrir, minimizar o refutar malas prácticas, deficiencias, abusos y dogmas inviolables de algún sistema de orden. Sin embargo, ¿qué hacer con obras literarias, pictóricas, cinematográficas, musicales que alaben o exalten la violencia, la discriminación racial, el machismo, la xenofobia? Entonces, como todo en la diversa existencia la respuesta depende de las condiciones. Pienso que puede haber dos situaciones en que la exclusión se justifica. Una, cuando se trata de obras, textos, que denigren algún rasgo de la condición humana e inciten al odio y el rechazo de otros, en actitudes como el racismo, la misoginia, la xenofobia, la intolerancia religiosa  o ideológica, etc., posturas todas que generan terror y muerte. En pocas palabras debe rechazarse toda obra que atente contra la dignidad humana. La otra situación sería la censura estética, cuando desde posiciones autorizadas, expertas y sensatamente argumentadas se considera que una obra no cumple las cualidades para ser publicada o expuesta pues demeritaría el arte en cuestión. Sin embargo esta no conlleva que el que las hace no las difunda por otros medios ni que su persona sufra por ello. Es solo una prevención para que no se logre pasar gato por liebre y se mixtifique la educación estética de la personas.

El progreso, entendido bajo el concepto martiano de mejoramiento humano, ha sido posible, ente otras cosas, por la fluida, libre circulación y confrontación de la mayor variedad de ideas. Lo importante es generar un clima de veracidad en torno a lo que se pretende, materializado con una absoluta coherencia entre lo que se dice y se hace, lo cual otorga confianza a los individuos sobre cuyas espaldas recae la responsabilidad de concretar cierto tipo de existencia social. Tal clima, lógicamente, se fortalece cuando se construye en un espacio amplio, desprejuiciado, franco que sirva para airear en diálogo claro y permanente los aspectos que inducen a los seres humanos a ser y actuar de cierto modo. Es lo que posibilitará la honradez y participación ciudadanas que logren el consenso que da margen de actuación, sin exclusión, a todos, por tanto hará innecesaria la censura. Solo la franqueza, la buena voluntad y el debate constructivo engendrarán una sociedad que viva en el respeto, la colaboración y la sana vitalidad ciudadanas.

8 abril 2020 24 comentarios 508 vistas
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mike porcel

Mike Porcel: el bien, la belleza y otros males

por Manuel García Verdecia 20 marzo 2020
escrito por Manuel García Verdecia

Mike Porcel es uno de los creadores musicales más destacados del momento de la llamada Nueva Canción en Cuba. Fue músico desde siempre, cuando de niño le pusieron una guitarra de juguete en el árbol de Navidad. Su obra se dio a conocer a fines de los “60 y principios de los ’70, principalmente mediante su labor en dos grupos punteros de esos años: Los Dada y Síntesis. El músico se caracterizaba por asumir innovadoramente las esencias de la canción trovadoresca cubana y acrecentarla con elementos de fenómenos musicales internacionales que circulaban por entonces. Esto le proporcionó a sus canciones un realce sobresaliente.

Se trataba de una música ricamente concebida y, siendo un vehemente lector de poesía, de unas letras felizmente tocadas por la hermosura. Mike Porcel era ante todo un lírico, alguien que abre su alma al amor y la belleza. Sin embargo el éxito momentáneo del compositor pronto se vio coartado por ciertos “problemas” que presentaba. Le gustaba el rock, elementos del cual incorporaba a sus canciones, vestía pantalones estrechos, llevaba el pelo largo, era religioso y no componía alabanzas políticas. Por encima de modas y críticas decidió ser (y hacer) fiel a sí mismo.

Por supuesto que las puertas se le cerraron

Encajaba en el peligroso parámetro del “desviacionismo ideológico”. Sin trabajo seguro, sin presentaciones y sin grabaciones decidió buscar porvenir en otras tierras. Eso lo sumió en problemas más agudos, el rechazo de muchos de sus “compañeros” y los demoníacos actos de repudio. Todavía cuesta pensar qué fue lo que pudo llevar a tanta gente a emprenderlas a insultos, acosos y golpizas con personas cuyo único “delito” era que, por disímiles razones, muchas veces económicas pero también de ideas, no querían seguir viviendo bajo el sistema imperante en la Isla.

Todos los que vivimos esa época recordamos con horror aquellos actos crueles. A la gente se le apedreaba, se le daban palos, se les caía encima en grupos a pegarles puñetazos, se les cercaban las casas que eran bombardeadas cuando mejor con huevos. Se insultaba y separaban a sus hijos en las escuelas. ¿Qué mecanismo diabólico llevó a generar aquellas razias? No se trataba de personas que pusieran bombas ni se enfrentaran a tiros contra el sistema, sino simplemente de gente que quería irse a otros países. Como Mike Porcel.

Lo más irónico era que en el medio de los abucheos, sitios y golpes se les gritaba “¡Qué se vayan!”, ¡pero si era exactamente eso lo que los acometidos querían hacer! ¿Qué diferenciaba aquellas palizas a las que sufrían los judíos en la Alemania de Hitler o los negros de los movimientos civiles en los Estados Unidos por esos años, por solo poner dos casos en una larga historia de violencia contra los seres humanos? La política no puede ver como bueno un procedimiento porque lo motiva una supuesta idea grandiosa. Concebir que si los palos los dan los de derecha son injustos, si los consuman los de izquierda son legítimos. Tal principio es maquiavélico.

Los buenos fines deben ser cumplidos por buenos medios.

La política humanista, esa que intentamos construir y a la que debemos acercarnos cada vez más, debe ser inclusiva, generosa, dialogante. Como bien sabe Mike Porcel, ninguna persona está hecha para abandonar su país con el fin de realizar una vida viable. Es en su tierra materna donde tiene una memoria, un entorno humano comprensivo y semejante, un espacio significativo. Emigrar es siempre abrir una herida que jamás se cierra porque donde vaya el emigrante allí irá todo lo dejado y lo que pudo ser.

Felizmente aquellos actos han terminado, no así el recuerdo espantoso de su realidad. Creo que nos debemos todavía un diálogo franco y desprejuiciado para minimizar el daño residual que eso legó y, sobre todo, para evitar que vuelva a suceder algún día. Un país es de todos sus ciudadanos, crean  o no en el sistema que rige y a todos hay que hacerles espacio. La ley debe proveer oportunidades para todos, aliados o no con la idea predominante, dejando espacio para la realización plena de todos los ciudadanos a partir de la tolerancia, el respeto y la conciliación de objetivos y empeños.

El diálogo y el consenso desprejuiciados son los que consiguen que un ámbito así pueda funcionar sin lacerar a nadie ni rebajar la condición humana de nadie. Era lo que buscaba el principio martiano de “con todos y para el bien de todos”. Estos asuntos vienen a nuestra reflexión al ver el documental “Sueños al pairo” que recorre la vida y aquellos angustiosos momentos por los que pasara el compositor Mike Porcel. Es admirable que artistas e intelectuales cubanos excelentes accedan, con veracidad y afecto, a situar al músico en su real valía.

Con esto nos lo devuelven un poco a quienes lo admiramos y le devuelven a él la fe en un país que es mucho más que todo cuanto ha pasado y que guarda aun suficientes energías de regeneración. El artista parece percatarse de ello y lo resume en una frase luminosa: “En mí no hay rencor”. Todos debíamos hacer una práctica de vida de tal frase. Ese es un principio para la reconciliación y el empeño en abrir caminos beneficiosos todos juntos.

20 marzo 2020 16 comentarios 582 vistas
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Leo Brouwer

Leo Brouwer y la sombra que da luz

por Manuel García Verdecia 13 marzo 2020
escrito por Manuel García Verdecia

He visto el documental “Leo Brouwer, el origen de la sombra” consternado, profundamente conmovido, con ojos humedecidos al igual que el protagonista en los instantes finales de su relato. El filme se propone realizar una inmersión en la privacidad vital e intelectual de este gigantesco creador, una de las figuras más universales de nuestra cultura.

Nos asoma con tacto, perspicacia y naturalidad al silencioso espacio de donde emergen tantas ideas y sentimientos que luego se concretan en música, traducción melodiosa y armónica de los empeños, sueños y derrotas del hombre. Entramos como amistosos fantasmas al ámbito de sus curiosidades, de sus mínimas rutinas, sus gustos, sus tareas cotidianas, de los actos generadores de energía creativa.

Nos acercamos furtivos a su esmerado cultivo de la soledad, isla donde único puede hallarse la simiente de la invención. Resulta admirable la espontánea franqueza del músico para desvelar criterios, sentimientos, motivaciones, posturas y pesares. A Leo Brouwer solo lo compromete la verdad en que cree y halla orientación.

Desde ahí emprende el descubrimiento de cuanto sustenta e incita su quehacer. Solo la honestidad en la acogida de la existencia en su exacta pureza y variedad fructifica en obra trascendente. La mentira, la falsificación y la impostura pueden lograr destellos momentáneos, fuegos de artificio que el paso de las circunstancias termina por apagar, pues no se corresponden con el impulso real de lo humano. En el filme, cuadro tras cuadro vamos conociendo hasta la desnudez a la persona Leo, a las obsesiones y principios que incitan su creación.

Poesía, pinturas, gestos, rutinas, olores, inclinaciones, memorias, intuición de lo que late un milímetro más allá de la piel, lo conectan con el universo y lo impulsan a la conversión de todo eso en texto de sonidos con que expone lo que halla trascendente y perenne. Nadie que no cultive su soledad puede descubrir las puertas al misterio de lo otro.

Únicamente cuando el hombre penetra todo cuanto pueda en la oscura hondura de su yo y lo hace con honradez, discernimiento e imaginación puede entonces alcanzar y entender mejor cuanto existe en él del mundo y fuera de él, aquello que lo incluye, explica y le confiere sentido. Y Leo hace esto con minuciosa dedicación y puntual avidez de desentrañamiento. No solo se trata del universo que rodea a Leo Brouwer sino también de la naturaleza humana, empezando por la propia.

El compositor es un hombre que, aun contra su voluntad de orientarse hacia la luz, se mueve entre sombras. Unas son las que le tiende su fragilidad visual, otras las que proyecta sobre él una circunstancia no ansiada pero que, tozudamente por afanes de un destino torcido, se le imponen. Ha transitado por años muy duros para su país. Ha amado y sufrido por él, distingue lo hermoso de lo indeseado, de aquí esa doble condición de amor/odio que lo ata a Cuba.

Su obra y su vida las ha realizado con dignidad y con un decidido y felizmente dotado afán de dejar simiente significativa. Su música es un orbe que expone lo más esencial de lo cubano en diálogo con lo más sutil de lo ecuménico. Es allí donde se refugia para dar coherencia a lo que no la tiene fuera de su piel. Es allí desde donde intenta conferir sensatez a la necedad, sentido a lo ilógico, belleza a lo horrible, humanidad a lo bestial. Allí trata de imponer hermosura y sensibilidad a lo que se deshace en groseros y degradantes actos.

Solo la más atinada y sutil cultura (esa actividad bienhechora despojada de credos, dogmas e ideologías que alejen al hombre de su existencia más gozosa y significativa) salva. No es casual entonces que Leo Brouwer invoque, como un poderoso mantra a esos que han irradiado resplandores que guían.

Tremendamente emotivo y sintetizador de lo que anhela es el segmento donde, orientándose bajo el débil resplandor de una vela, se mesa el cabello como quien espanta el mal e invoca: “Alejo, Roig, De Leuchsenring, ¿dónde están? ¡Socorro! Fernando Ortiz. ¡Socorro! Amadeo Roldán…!” Las sombras solo pueden espantarse con la lucidez más ilustrada y sensible, con el alma más delicada y amable, con la conciencia más plenamente aguzada y benéfica, con la verdad más plena y desprejuiciada.

Se impone la cultura, grande, diversa, generosa, esa que desde la más sensible y sutil inteligencia crea belleza y espiritualidad para el mejoramiento del hombre. Ningún proyecto que intente imponerse a contrapelo de la naturaleza humana puede alzarse en obra perdurable. No hay economía ni política que prosperen ni perduren si no comprenden y acogen las aspiraciones y sueños de los seres humanos según sus potencialidades.

Únicamente la auténtica cultura puede poner fin a tanto desatino y disminución. Para alguien que sienta a Cuba desde su entraña más genuina e íntima resulta inevitable acompañarse de este documento sobre Leo Brouwer (algo que debemos agradecer a sus realizadores). Solo la luz que surge de los hombres esenciales ayuda a escapar de las sombras de lo imposible y la angustia de la incertidumbre.

13 marzo 2020 4 comentarios 630 vistas
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