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Autor

Lisbeth Moya González

Lisbeth Moya González

Periodista y escritora marxista cubana

abuela

En el cuerpo de mi abuela se libraron todas las batallas del mundo

por Lisbeth Moya González 8 marzo 2023
escrito por Lisbeth Moya González

Cuando a mi abuela se le cortaba la leche yo era feliz porque de ahí salía la maravilla: el dulce de boruguitas. Yo soy gordita a base de dulce de leche de mi abuela y batidos de guayabas recogidas de su arboleda.

Olga, con ese nombre ruso y hermoso, nació y vivió la mayor parte de su vida en Porvenir, un espacio perdido en el mapa que fue su primer y único amor. En las aguas limítrofes de los ríos Zaza y Caonao lavó mil veces la ropa. Esas aguas eran la fiesta en las tardes en que la familia se reunía para bañarse en el río. De ellas sacaba la fibra de yagua para fregar y los peces. Conservaba el agua fresca en su tinaja de barro y la traía desde muy lejos jalada por bueyes en la pipa, para las labores de la casa.

El río fue en su existencia una metáfora de la vida y la muerte: el río provee y mata. Cuando las aguas crecían, arrasaba todo a su paso e inundaba incluso su patio a un kilómetro de distancia. Mis abuelos se inventaron una balsa para que mi madre y los niños de la zona pudieran cruzar la creciente y llegar a la escuela. Mis abuelos son la balsa de mi familia.

Mi abuela era casi analfabeta. Aprendió a leer y escribir con un quinqué ensuciándose de tizne y desde entonces no paró de buscar y contar historias. El librero era el pase a otro mundo de mi abuela. Allí se podía encontrar lo mismo un libro de aventuras, que de religión o botánica. Se llenó la cabeza de historias y me la llenó a mí cada noche antes de dormir.

Las visitas a la abuela en el campo fueron la magia en mi niñez. Los cuentos de mi abuelo incluían misterios y gente sin cabeza, pero los de ella eran de mujeres que lograban sus sueños. Mi abuela me contaba historias sobre mi yo del futuro, siendo enfermera o periodista, toda una profesional, pero sobre todo: una mujer feliz.

abuela dulce

“Yo soy gordita a base de dulce de leche de mi abuela y batidos de guayabas recogidas de su arboleda”. Foto: María Lucía Expósito

Si mi abuela no hubiera vendido manteca y huevos suficientes, mi madre no hubiera tenido una casita al graduarse. Si mi abuela, con el alma rota, no hubiera mandado a mi madre con 10 años a una escuela lejos del hogar, ella no hubiera podido ser la profesional que es. Si mi abuela no nos hubiera alimentado hasta el cansancio, yo hubiera sabido lo que era la pobreza en la niñez. Si mi abuela no me hubiera contando tantas historias, yo no podría escribir ahora.

De sus manos salía lo inesperado: las flores de su jardín, los frijoles, la ropa que usé en mi niñez, el payaso de tela que atesoré, la hamaca de sogas bajo la guásima del patio, mi vestido blanco para la obra de teatro a los cinco años y mi madre, que aprendió a ser madre entre las manos de mi abuela.

Ella nunca quiso nada para sí. Cada centavo que ahorró, cada cosa que tenía, el amor que nadie le había dado, la fuerza que a veces no le alcanzaba, todo, lo volcó en sus muñecas: mi madre y yo. Para mi abuela yo era la niña más linda del mundo y lo fui hasta hace unos días.

Anoche se me cortó la leche y me senté frente al caldero a llorar. Mi abuela dejó de existir físicamente lejos de mí, en Cuba, y yo solo la imagino luminosa en su casita de guano y tablas de palma, convirtiendo leche cortada en amor.

Hoy es 8 de marzo y saldré a las calles de Quito por mi abuela. Por los derechos que ella no pudo disfrutar, porque la madre que tal vez seré, vea a sus hijos crecer en un mundo con libros, sin pobreza y sin miedo, porque se reconozca que en los cuerpos de las amas de casa como mi abuela se libran todas las batallas de mundo.

8 marzo 2023 11 comentarios 820 vistas
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Pablo

Pablo Milanés, la voz del país imaginario

por Lisbeth Moya González 23 noviembre 2022
escrito por Lisbeth Moya González

Ha muerto Pablo Milanés y con él un pedazo de la Cuba que vive en mi mente. Lejos del país que amo, la Isla es una balsa imaginaria y cálida que me aferra al Caribe y al dolor. Pablito es parte importante de ese espejismo y su obra, al menos para mí, la banda sonora del arsenal espiritual que me une a esa nación adorada y maldita.

He decidido hablarle en primera persona, como si estrechara su mano, como quien habla a un amigo antiguo, porque así le siento.

Pablito, a ese último concierto que diste en La Habana, yo quería llevar a toda la gente que amo. Pudieron acompañarme unos pocos, y por nuestra condición de disenso político, detrás de nosotros, cual perros de caza, acechaban los agentes de la Seguridad del Estado que regularmente nos acosan. Imagino entonces cuántos te vigilaban a ti, y bajo cuánta coacción cantaste esa noche. Ello me hizo valorar el amor que sentías por tu pueblo y la necesidad de despedirte de él, aunque fuera con un cuchillo en el cuello.

 Recuerdo que cantaste Pecado original y corrí a abrazar a Maykel González Vivero, porque estábamos en medio de la lucha por el matrimonio igualitario. Esa canción tuya fue, al menos para nosotros, el himno de la conquista de un derecho fundamental que se materializó días después con el Código de las Familias. Que decidieras incluirla en tu repertorio en ese concierto puntualmente, fue un gesto que la sociedad civil cubana y en especial el movimiento por los derechos LGBTIQ+ no dejará de valorar.

Cantaste también No ha sido fácil y se la coreamos a nuestros represores: «Soy como quisieron ser/ pero tratando de ser yo/ ni menos mal, pero en verdad, ni menos bien// No ha sido fácil tener/ una opinión, que haga valer mi vocación/, mi libertad para escoger». Recuerdo que les gritamos: «Pablo es nuestro y las narrativas de sus canciones también», y que nos paramos a cantar y ellos se sobresaltaron y pusieron en posición de alerta, como si con tus canciones, Pablito, los fuéramos a apuñalar, o pudiéramos tumbar con notas musicales el autoritarismo.

En ese concierto también miré al amor que duele a los ojos: «Qué gloria te tocó, / qué ángel de amor, que has renacido.// Qué milagro se dio cuando el amor volvió a tu nido». Sabía que me estaba despidiendo del amor de mi vida y se lo dije con tu voz. ¿Será que eres el amor de mi vida?

Lloré además por los amigos que se fueron, por los que quisiera ver para saber que soy humana y vivo y siento por mis hermanos; y me tocaste, Pablito, me tocaste cada fibra de patriota que anhela que su pueblo renazca de su ruina y paguen su culpa los traidores.

Recuerdo que una maestra que tuve me dijo que el Santiago de Yo pisaré las calles nuevamente era Santiago de Cuba, y en ese engaño viví hasta que muchos años después vi un video en que dedicabas esa canción a Miguel Enríquez. Entendí que La Moneda era en Chile y que tú le cantabas a ese pueblo, pero aun así evoco las calles de lo que fue nuestro Santiago ensangrentada, a fin de cuentas la sangre es del mismo color en las calles de Cuba o de Chile.

Me sobrecoge que tu obra no solo aborde el amor carnal, sino otros amores que yo venía sintiendo fuerte y que son acaso más nobles e ingratos: a la libertad, la dignidad humana y la justicia social. Entiendo hoy, Pablito, que tú tienes doble mérito: el de impulsar y cantarle a un proyecto noble y hermoso como fue la Revolución cubana en sus inicios, y el de sufrir en tu piel la represión y los horrores de una revolución que degeneró en autoritarismo, por no callarte jamás ni ceder ante ninguna prebenda de la burocracia.

Cuando era niña, cada mañana despertaba con tu voz. El noticiero radial de mi pueblo iniciaba con tu interpretación de Comienzo y final de una verde mañana y yo, semidormida, remolona y pequeña, abría los ojos con el beso de mi madre, mientras me acariciabas el pelo con un: «Déjame despertarte con un beso,/ en la verde mañana que te espera…». Hoy despierto lejos de esa isla que amo, y tu narrativa me atraviesa el corazón y quisiera poder decir: «Yo me quedo, / con todas esas cosas,/ pequeñas, silenciosas», pero como tantos miles de cubanos, no pude quedarme y pesa sobre mí la amenaza de no poder volver.

No obstante, sé que en allí a una no se le queda el cuerpo, pero sí el pensamiento y el corazón. Nadie se va de la Isla, porque hay tanta Cuba afuera y duele tanto la de adentro, que nuestro pueblo, cual nómada o gitano, ha construido un país imaginario sustentado en cosas intangibles, como tu voz.

Hoy me atrevo a resignificarte pues sé que la limpieza de tus ideas estaba en toda la frase «será mejor hundirnos en el mar,/ que antes traicionar/ la gloria, que se ha vivido». Esa no es la gloria de los burócratas y los corruptos, es la gloria del pueblo que quemó Bayamo antes de entregar su suelo al colonizador.

Por ese tipo de gloria, de Cuba soberana pero sin autoritarismos ni dominación, yo también me hundo en el mar. Tú estabas claro, Pablito, supiste discernir entre Cuba y sus captores; y seguiste cantándole a la patria a pesar de que ellos te encerraran en los campos de concentración que fueron las UMAP.

Quisiera despedirme cantando y creo que tú mismo escribiste tu propio epitafio: «Los días de gloria cerraban esperas, / abrían ventanas, donde iban entrando dolores de antaño hacia el porvenir.// Qué es lo que me queda de aquella mañana,/ de esos dulces años, si en ira y desgano los días de gloria los dejamos ir».

Gracias, querido Pablo. El mundo te llora. Nada fue en vano.

23 noviembre 2022 13 comentarios 1,3K vistas
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Causa (1)

Llamamiento a la solidaridad por la causa de los presos políticos del 11 de julio en Cuba. El caso del joven artista Abel Lescay

por Lisbeth Moya González 2 diciembre 2021
escrito por Lisbeth Moya González

Las manifestaciones del 11 de julio significaron para Cuba un gran cambio. Por primera vez, desde 1959, los cubanos salieron a manifestarse a las calles en diferentes provincias del país por muchas razones, pero sobre todo por el descontento popular que han generado la crisis económica y la gestión de la burocracia.

Si bien es cierto que las sanciones estadounidenses afectan la economía, al analizar Cuba no se puede pasar por alto el fenómeno burocracia y la falta de participación popular en la política. El disenso es castigado fuertemente y de eso dio muestras el gobierno el 11 de julio. Su reacción a todo tipo de disenso, incluso al de izquierda, es tildar a los ciudadanos de «contrarrevolucionarios», «políticamente confundidos» o «mercenarios pagados por el gobierno norteamericano».

El fenómeno Archipiélago fue ejemplo de ello. Se trata de una plataforma que tras los sucesos del 11-J buscaba establecer un diálogo nacional, más allá de condicionamientos ideológicos, y que convocó a una marcha pacífica para el 15 de noviembre. Este proyecto político fue dando muestras de un apoyo a la derecha mediante las proyecciones públicas y el posicionamiento de algunos de sus miembros.

Lo notable en sí, en el caso de este análisis, no es Archipiélago, sino el tratamiento que le dio el gobierno a este tipo de disenso. Nuevamente se usaron los medios de comunicación, sin derecho a réplica, para demeritar de todas las formas posibles a los principales organizadores e intentar probar sus vínculos con el gobierno norteamericano. La marcha fue desautorizada bajo la alegación de que el socialismo es irrevocable constitucionalmente y que las intenciones de esa protesta eran derrocarlo.

No obstante, una de las cuestiones más preocupantes es que en el fin de semana en que se realizaría la marcha, se repitió en Cuba de manera masiva uno de los capítulos más negros de su historia: volvieron los «actos de repudio», eventos organizados por el poder político para con gritos, improperios y todo tipo de violencia verbal, atacar el espacio más privado de los que disienten: la familia, el hogar.

Imagínese despertar con una turba de gente frente a su casa que le grita «contrarrevolucionario» y más, con un acto político organizado en su puerta, en su barrio, frente a sus hijos y padres. Eso fue algo habitual y bochornoso en la Cuba de los años 80, de lo que muchas veces se ha dialogado, algo de lo que muchos cubanos viven avergonzados, y que se repite hoy, con la estridencia de las redes sociales por medio. 

En este contexto el gobierno pretende evitar que sea denunciada una cuestión crucial: Cuba se abre a la liberalización de una economía estadocéntrica. El «ordenamiento monetario», medida anunciada para afrontar la crisis, que desde antes de la Covid-19 era notable, llegó en un momento de escasez y con matices nada ventajosos para el pueblo. Se trata, de hecho, de una segregación económica que ha llevado a los cubanos a la desesperación por la falta de productos básicos y la inflación.

El ordenamiento eliminó el CUC, la moneda fuerte que circulaba en Cuba desde 1994, pleno Período Especial, para dar paso a la Moneda Libremente Convertible (MLC), así como a cualquier divisa internacional altamente cotizada en el mercado negro.

Al anunciar la «Tarea ordenamiento», el ministro de Economía Alejandro Gil aseguró que a la par de los comercios en MLC, el resto de las tiendas continuaría comercializando todo tipo de productos necesarios en pesos cubanos, pues precisamente las nuevas tiendas tenían como finalidad recaudar divisas extranjeras para abastecer las ventas en pesos cubanos. En la práctica eso no ha ocurrido. Las tiendas a las que tienen acceso los cubanos que no poseen MLC están desabastecidas y cada día son menos. Conseguir productos básicos es una odisea y a pesar de la subida de salarios, el dinero no alcanza porque el proceso inflacionario es descomunal.

No sorprende entonces que ante semejante situación, agravada por la Covid-19, la imposibilidad de disenso y participación popular y el repetitivo discurso político que de manera burda manejan los dirigentes cubanos en los medios de comunicación para legitimar el proceso; la gente saliera a las calles.

La palabra izquierda es tabú en Cuba. Gran parte de la población asume como socialismo o izquierda al discurso y las prácticas que el gobierno sostiene. Se trata de una ciudadanía descontenta, con muy poca preparación política, pues los planes de estudio desde edades tempranas están centrados en el adoctrinamiento político a conveniencia del poder, y no en el desarrollo del conocimiento y el raciocinio en condiciones de libertad.

No es un accidente entonces que el 11 de julio la gente saliera a las calles. No eran mercenarios, no eran seres confundidos. Eran personas exhaustas respondiendo a contradicciones objetivas.

Causa (2)

No eran mercenarios, no eran seres confundidos. Eran personas exhaustas respondiendo a contradicciones objetivas. (Foto: Ramon Espinosa/AP)

Ese día salió a la calle gente contraria a las ideas de izquierda, sí, pero salió también el pueblo trabajador y marginado, la gente a la que la izquierda debe representar, las bases sociales a las que la izquierda debería llegar. Ese día salieron igualmente defensores del gobierno, jóvenes de la llamada «izquierda oficial», personas privilegiadas por el sistema en su mayoría.

En medio del caos, la violencia de ambas partes afloró. Eran manifestantes desarmados contra todos los cuerpos represivos del Estado y esos otros privilegiados o viejos defensores acríticos, armados con palos y respaldados por la policía.

El gobierno cubano afrontó una gran crisis de gobernabilidad, y sería injusto no tener en cuenta en este análisis la exhaustiva propaganda anticomunista norteamericana, que desde las redes sociales ha calado hondo en el imaginario del cubano. Pero las causas internas del estallido social están ahí, latentes en el devenir diario de las ciudadanas y ciudadanos de esta isla. Esas causas continúan sin resolverse y cada día se agravan más, debido a lo que significó para los manifestantes y sus familiares el 11 de julio.

Hasta el día de hoy, el grupo de trabajo sobre detenciones por motivos políticos de la plataforma de la sociedad civil cubana Justicia 11J, ha documentado 1271 detenciones en relación con el referido estallido social. De estas personas, al menos 659 siguen en detención. Se ha verificado que cuarenta y dos han sido condenadas a privación de libertad en juicios sumarios y ocho en juicios ordinarios. Ya se conoce la petición fiscal de 269 personas que esperan entre uno y treinta años de sanción.

La figura de «sedición» ha sido utilizada para imponer sanciones al menos a 122 personas, según informa dicha plataforma que se ha encargado de contabilizar y sacar a la luz la situación de los involucrados, debido a que no existen cifras oficiales disponibles.

El 11 de julio fue el punto más álgido de la represión al disenso en Cuba. Históricamente existía el acoso sistemático de los órganos de la Seguridad del Estado a quienes disentían a lo largo y ancho del espectro político; también se documentaban casos de expulsiones de centros de estudio o trabajo por cuestiones ideológicas y muchas otras evidencias por el estilo. No obstante, el 11 de julio la represión fue ejercida en el cuerpo de los manifestantes.

Tal es el caso del joven músico y poeta Abel Lescay, quien tras manifestarse en la ciudad de Bejucal fue arrestado esa noche en su casa. Este proceso es particular, porque fue conducido a la estación de policía desnudo y sufrió Covid-19 durante el arresto. Él actuó pacíficamente, no atentó contra ningún tipo de propiedad, a pesar de lo cual la Fiscalía le acusa de los siguientes cargos: desacato a la figura básica, desacato a la figura agravada y desorden público. Por todos ellos solicitan una condena de siete años de prisión.

Causa (3)

Al joven músico y poeta Abel Lescay le solicitan una condena de siete años de prisión.

Lescay es estudiante del Instituto Superior de Arte (ISA) y podría perder su carrera en caso de ser declarado culpable. Será juzgado el 5 y 6 de diciembre en el Tribunal Provincial de Mayabeque.

Casos como este acontecen en Cuba en estos días, situaciones absurdas e inconcebibles. Cuando hablo de estos temas con integrantes de la izquierda de otros países, resulta inaudito que a alguien le exijan semejantes condenas por salir a ejercer el derecho a manifestación. «Si es así estaríamos todos eternamente en la cárcel», me comentó un amigo argentino.

Escribo estas líneas llena de temor, aun sabiendo lo que significan en cuanto a repercusiones para una militante de la izquierda alternativa que vive y trabaja en Cuba. Escribo estas líneas porque la dicotomía principal de una militante de izquierda en Cuba es tener claro a quiénes se enfrenta y en qué contexto. Si bien tenemos como socialistas la misión de luchar contra el imperialismo en el mundo, si bien estas palabras podrían ser instrumentalizadas por otras causas, en Cuba ya no podemos callar, porque se trata de las vidas de muchas y muchos. Se trata del derecho a disentir y existir con dignidad.

Llamo a la militancia de izquierda internacional y a quienes lean este texto a no dudar en indagar y apoyar la causa de los presos políticos en Cuba. Convoco a la solidaridad internacional con Abel Lescay, porque solo así seremos escuchados. La izquierda, a pesar de sus matices y diferencias, debe pensarse como una en el mundo ante este tipo de atropellos. No podemos pensar al opresor solamente como un burgués, la burocracia también oprime. No me canso de decirlo: «Socialismo sí, Represión no».

2 diciembre 2021 31 comentarios 2,9K vistas
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Astrónomo (1)

Oficio de astrónomo

por Lisbeth Moya González 16 julio 2021
escrito por Lisbeth Moya González

El amor, madre a la Patria, no es el amor ridículo a la tierra

Abdala, José Martí

***

Leonardo Romero Negrín, estudiante de Física de la Universidad de La Habana, fue detenido en las manifestaciones del 30 de abril en Obispo por portar un cartel que decía «Socialismo sí, represión no». En los sucesos del 11 de julio fue apresado nuevamente por ser un simple espectador circunstancial que le preguntó a la policía por qué reprimían brutalmente a su amigo y estudiante Marcos Antonio Pérez Fernández, menor de edad. Actualmente se encuentra preso y se conoce muy poco de su situación

A Leo le pueden quebrar las costillas pero no la revolución. A Leo le pueden dar con un palo por las piernas pero no será menos pacifista, ni dejará de pensar en un país donde todos trabajemos en un huerto y los viejitos no vivan solos y los niños no sean decepcionados. A Leo lo pueden meter en el calabozo más oscuro, en la celda más negra, pero no va dejar de ser «el físico», «el mago Leo de los niños», el maestro Leo que hace levitar bolsas de té.

Hoy en la prisión, después de ser maltratada por un oficial, de no poder verle ni tener noticias suyas, vi a un adolescente en una torre cuidando el patio del centro penitenciario. Le grité desde afuera que si veía a Leonardo Romero Negrín, el físico, le dijera que su madre y yo estábamos ahí y que iba a salir.

Atrónomo (2)

Leonardo Romero fue detenido en las manifestaciones del 30 de abril en Obispo por portar un cartel que decía «Socialismo sí, represión no».

Pensé en los cuentos que Leo me ha hecho sobre lo importante que fue en su vida pasar el servicio militar en una prisión. Sobre cuánto aprendió en esas guardias interminables pescando caballos con zanahorias y pensando en «la tarde que a la tarde mira», siendo la parte más consciente del crepúsculo, pensando en un mejor país.

En el servicio militar Leo fue libre, me lo confesó mil veces. Libre de pensarlo todo en los ratos en que los humanos somos más creativos, esos momentos en que el tedio de no planear ni decidir nos arrastra. Siempre dijo que esta sociedad acelerada y poblada de interacciones y tecnología no deja mirar a las estrellas y que solo así los humanos descubrieron los misterios de su existencia.

Ese oficio de astrónomo, de lector empedernido y analógico, hizo parir en la cabeza de Leo los pensamientos más esclarecedores en materia de política que haya escuchado en mi vida. Anoche descubrí en su cama tres libros: uno sobre Martí y la fundación del Partido Revolucionario Cubano, otro sobre Filosofía Marxista y otro sobre el discurso de Fidel «Palabras a los intelectuales».

Anoche supe por alguien que lo vio en la prisión, que no le han quebrado el espíritu y que allí dentro insiste en un país socialista. «Seguro ya creó una escuela marxista en la prisión», comenté a quién me contaba sobre él y la respuesta fue: «¿Cómo sabes eso?».

Leo no ha dejado de ser comunista. Muchos se preguntan cómo un joven, después de haber sufrido tanta violencia, continúa creyendo que el socialismo es la vía para Cuba, persiste en defender un proyecto «con todos y para el bien de todos». Yo ni siquiera me lo cuestiono, comprendo que ahora más que nunca Leo entiende la necesidad de la verdadera revolución. A Leonardo Romero Negrín la historia le acaba de dar la razón.

Astrónomo

En los sucesos del 11 de julio fue apresado nuevamente por ser un espectador circunstancial (Foto: Yamil Lage/AFP)

Pocos entendieron el cartel que sacó ese negro 30 de abril en Obispo. «Socialismo sí, represión no», fueron las palabras escritas por las que lo privaron de su libertad la primera vez. Leo le dijo ese día a los manifestantes que el socialismo es la vía para Cuba, que la injerencia extranjera y el capitalismo son el cáncer que amenazaba con aniquilar a un pueblo, que el bloqueo es real y es violatorio, pero que el gobierno debe revisar su accionar político porque la represión por motivos ideológicos, sea policial o simbólica, no es la salida.

Leo se puso en medio de ambos bandos para que esa batalla de odio se librara en territorio de su cuerpo y no dañara a más hermanos suyos. Leo alertó a este gobierno sin dejar de apostar por el estado socialista y lo hicieron pagar, y no lo escucharon. 

Hoy su consigna es un espejo en el que Cuba debe mirarse para vendar las heridas del odio. Cuba debería sanar también las heridas del territorio que fue invadido ese 30 de abril, territorio preso nuevamente. Un cuerpo de joven que sufre por un país se pudre en una prisión y nosotros salimos al trabajo en esta mañana, sin pensar que a cada minuto que pasa somos asediados también por el odio y la presión de escoger un bando.

Yo seguiré luchando por abrazar a Leonardo Romero Negrín, todos sus amigos lo haremos, todos los seres que su alma ha tocado. Yo sé que él lo sabe y sonríe. Leo no sufre. Su madre está bien y su patria también lo estará.

16 julio 2021 35 comentarios 3,8K vistas
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