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José Otoniel Vázquez Monnar

José Otoniel Vázquez Monnar

Psicólogo y profesor cubano

Tortura (1)

Análisis de la represión y la tortura en Cuba a propósito del 15N

por José Otoniel Vázquez Monnar 1 febrero 2022
escrito por José Otoniel Vázquez Monnar

La prohibición de la tortura es una norma que goza de carácter universal y obligatorio en el campo del derecho internacional. Una norma de ius cogens, especie de roca jurídica. Si bien es cierto que cada estado es libre de aplicar las medidas que considere necesarias, el concepto de tortura, en el derecho internacional es altamente condenable.

Su verdadero carácter vinculante es como observación a la conducta dentro de los crímenes internacionales. En el Estatuto de Roma, firmado en 1998, se establecen una serie de procedimientos, condenas y observaciones para evitar estos crímenes contra la humanidad, haciendo especial énfasis en la tortura. Aun así, Cuba no es signataria, y no hay forma de hacer ejecutiva la sanción en caso de ser condenada.

No obstante, en innumerables ocasiones el gobierno cubano ha firmado tratados y declaraciones que prohíben y condenan cualquier forma de tortura, por ende ningún argumento —dígase de «necesidad histórica o política», de costumbres locales, de guerra o de peligro a la estabilidad de un país— puede  amparar tal práctica.

Tortura y represión: percepción difícil

La violencia de estado y la tortura son temas difíciles de aceptar para buena parte de la población cubana. Cuando se le habla a alguien de tortura, puede que la primera reacción sea de incredulidad.  La imagen repetida de un gobierno sin manchas funciona para normalizar, en nombre de ideales políticos, actos de extrema gravedad por parte de órganos estatales.

Probablemente la representación social más común acerca de la tortura sea concebirla únicamente como un acto contra la integridad física de una persona en un contexto de guerra. Sin embargo, su definición reconoce claramente la tortura psicológica, donde el daño se inflige con carácter generalizado o sistemático, no solo sobre el cuerpo sino también sobre la integridad psíquica, la dignidad de la persona o sobre sectores poblacionales.

Tortura (2)

(Imagen: Amnistía Internacional)

Cuando alguien desmiente a una víctima de tortura física o psicológica, está simplemente reinscribiendo la indefensión a la que ha sido sometida. El verdugo se multiplica con cada individuo que refuta la terrible experiencia, es decir, se instaura una re-victimización.

La definición legal se cita del artículo 1 de la Convención de las Naciones Unidas contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes (TCID):

«Para efectos de la presente Convención se entenderá por tortura todo acto realizado intencionalmente por el cual se inflijan  a una persona penas o sufrimientos físicos o mentales, con fines de investigación criminal,  como  medio intimidatorio, como castigo personal, como medida preventiva,  como pena o con cualquier otro fin. Se entenderá también como tortura la aplicación sobre una persona de métodos tendientes a anular la personalidad de la víctima o a disminuir su capacidad física o mental, aunque no causen dolor  físico o angustia psíquica».(1)

La distinción contemporánea entre tortura y TCID puede verse a continuación, tomada de una tabla del texto de Pau Pérez Sales: La Tortura Psicológica, Definición, Evaluación y Medidas. (2)

Trato degradante: Trato que humilla manifiestamente a una persona o la impulsa a actuar en contra de su voluntad o su conciencia.

Trato cruel y/o inhumano: Trato que provoca deliberadamente sufrimiento físico o mental.

Tortura: Trato que provoca deliberadamente un sufrimiento (grave) físico o mental con el propósito de obtener información o confesiones o infligir un castigo o cualquier otra razón basada en la discriminación.

Si observamos la situación histórica de los presos políticos después de 1959 a través de esta definición, es evidente el secreto a voces de la sistemática participación, directa o indirecta, de miembros del MININT, el Departamento de Seguridad del Estado, la Contrainteligencia y sus colaboradores en actos de tortura.

Tortura (3)

Situación alrededor del 15N

En el trabajo de la Comisión de Protección a los Manifestantes del 15N se pudo apreciar el despliegue de una violencia de estado, ella existe hace ya tiempo en Cuba, pero esta vez se visibilizó gracias al Internet y las redes sociales. El artículo de la profesora Ivette González: «El Dilema de Ser y Parecer en Cuba», publicado el 23 de diciembre pasado en LJC, resumió claramente el resultado del monitoreo de la represión en aquel momento.

Debido al uso excesivo de la fuerza, golpizas y vejaciones, amenazas, destierros, arreglos oscuros para sacar del país a personas «indeseadas», aislamiento social, secuestros, actos de repudio, difamación e intimidación con imponer penas severas a los manifestantes del 11J; vale decir que el gobierno cubano ostentó una violencia de estado in crescendo en muy pocas semanas.

Entre octubre y noviembre del año pasado, la dinámica represiva puesta en marcha por el estado resultó similar al tratamiento individual que se da a cualquier preso político desde hace varias décadas en cárceles cubanas.  

Tomando en consideración el informe del Directorio Democrático Cubano en el 2008 y el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en el periodo 2017-2019, (3)  vemos que el «saber hacer» repetitivo y sistemático por parte de los órganos de la Seguridad del Estado simplemente se amplificó. Es decir, pasó de aplicarse a individuos y pequeños grupos opositores, a la comunidad en general, simpatizante o no con los opositores o activistas de derechos civiles.

La represión alrededor del 15N comenzó con el acoso. Ya esto era visto en las redes sociales en torno al Movimiento San Isidro. Sin embargo, el número de personas acosadas se intensificó. La Policía Nacional Revolucionaria entregaba citaciones sin respetar las convenciones legales. Los activistas y cada firmante de la manifestación del 15 de noviembre fueron interrogados, algunos a repetición y por varias horas.

Tortura (4)

(Foto: ADN Cuba)

Iniciaron así una serie de actos repetidos, con la función de debilitamiento inducido; tanto para los activistas individualmente como para sus familias. Se tuvo la intención de quebrar la integridad subjetiva de la persona utilizando un ritmo recurrente de intimidación, no dejando tiempo a que los acosados crearan defensas psíquicas, y quedaran emocionalmente débiles.

Las amenazas acompañaron muchos de  los interrogatorios. Ellas fueron de dos tipos: explícitas y de orden personal; casi siempre anónimas. Por ejemplo, llamadas telefónicas de contenido ofensivo o con amenazas de muerte hacia la persona o hacia algún miembro de su familia. Y, por otro lado, amenazas veladas o implícitas esgrimiendo el código penal vigente. Acá hablamos del peligro de ser acusado de un delito grave, que podría ser común o político; como la sedición.

Un dato interesante es que las mujeres fueron más acosadas que amenazadas, mientras los hombres fueron amenazados con más frecuencia.

En estos casos la ley fue instrumentalizada en función del control social. Se demostró que ella no sirve a la justicia sino al aparato represor. Tanto las instituciones penales como los cuerpos de seguridad están diseñados para torturar a las personas que son sus objetivos, ya sea con fines de obtener una confesión, castigar, hostigar o reprimir. A la luz de los últimos eventos, se impone un movimiento de educación de la sociedad civil en asuntos jurídicos. Es necesario mostrar las ambigüedades legales de las que se sirve la Seguridad del Estado.

Se ha corroborado la preocupación que varios informes de derechos humanos han expuesto: se están utilizando figuras penales con fines represivos, sea para proteger el honor de funcionarios del gobierno, por lo que se ataca, difama y silencia la crítica escrita o verbal hacia algún funcionario público; o para satanizar cualquier manifestación artística que represente una amenaza al ideal simbólico del estado cubano.

Hemos sido testigos del despido de varios trabajadores y de la presión sobre dueños de alquileres para que echen de ellos a los activistas. O sea, una persona que se opone o disiente a la política oficial en Cuba, es vulnerable al negársele el acceso a necesidades básicas como techo y trabajo.

Aun siendo difícil encontrar una frontera clara entre tortura y TCID, pudimos constatar la preferencia por ciertas técnicas que mellaron la integridad psíquica de los disidentes en Cuba. Los actos represivos indujeron una combinación de miedo e intimidación, vergüenza y culpa. Provocar estos estados afectivos, facilita el control del individuo y su red social. Neutraliza el acceso a la palabra, a la participación social de un individuo y crea un daño perdurable.

Ya instalado el miedo, un sentimiento social como la vergüenza viene a desempeñar su efectividad represiva. Los testimonios hablan de desnudez impuesta y posteriormente de comentarios sexuales y denigrantes que recibieron por parte de la policía. Otros ejemplos al respecto preferimos no mostrarlos en este artículo, para proteger la dignidad e identidad de algunas fuentes.  

Los fusilamientos mediáticos, la difamación, la manipulación de conversaciones grabadas y la exposición torpe de un agente —galeno no muy ético—, intentaron crear estados de opinión negativos sobre el activismo con el fin de justificar los abusos e ilegalidades después de las protestas del 11J y la aparición de la plataforma Archipiélago, con su convocatoria al 15N.

Tortura (5)

Difamar también es una manera de aislar a una persona del resto de la comunidad desde el miedo y la vergüenza. Que alguien sea visto como un enemigo lo vulnerabiliza enormemente. Está expuesto a ser víctima de violencia impune, ya que la imagen de maldad construida facilita ser objeto de violencia justiciera.

Es necesario insistir en que los actos de repudio son también una manera de aislar, atemorizar y avergonzar; no solo al individuo sino a la comunidad. Familias de activistas, donde incluso había niños, fueron víctimas de ellos a medida que se acercaba el 15N. Todos conocemos que esos mítines son denigrantes e injustificables. Inducir desde el poder la violencia entre ciudadanos es repulsivo, pero las personas que aceptan formar parte de tales acciones deben ser conscientes del delito nacional e internacional en que incurren.

Diferenciar represión y tortura requiere de una investigación más profunda, dada la línea sutil que las separa. En un estado totalitario estos actos se normalizan. Es por eso que para comenzar a dilucidar este entramado de violaciones debemos comenzar por reconocerlas y denunciarlas.  

Después del MSI, el 27N, el 11J y el 15N, los cubanos hemos comenzado a adquirir  una consciencia más generalizada sobre la necesidad de un cambio en tal sentido. Tanto los residentes en la Isla, como los de la diáspora, han aumentado las denuncias, sea en instancias legales como en redes sociales.

Impacto de la tortura y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes

Además de los problemas médicos que pueden ocasionar estos actos, por ejemplo, al estar horas en posiciones incómodas, porque se niegue o demore asistencia médica a un detenido o a un recluso, o por el uso de esposas en brazos y piernas, las llamadas Shakiras; aquí enumeramos algunas de las consecuencias psicológicas resultantes de haber experimentado tortura y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes para el individuo, la familia y la comunidad.

Como experiencia límite, la tortura implica una cascada de acontecimientos donde el individuo experimenta una desprotección casi absoluta, sin posibilidad de defenderse o de huir. La tortura psicológica tiene la intención de dejar marcas invalidantes en las personas, mucho más duraderas que las que quedarían físicamente en el cuerpo. Uno de sus objetivos es crear la sensación de imposibilidad de escape, de sumisión absoluta al verdugo.

Este tipo de relación, que encontramos multiplicada en cada denuncia, puede provocar angustia, acompañada, como sucede frecuentemente, de ideas suicidas. En casi todas las «intervenciones» de los agentes de Seguridad del Estado, encontramos primero la intención de mostrarle a la persona que no tiene otra opción que hacer y decir lo que el estado exige. Implantar la idea de omnipotencia y omnisciencia del estado, facilita el camino para la vivencia de desprotección absoluta, miedo generalizado paranoico en la subjetividad social de los cubanos.

Una parte importante de los suicidios se produce para defenderse y deshacerse de la angustia que trae vivir una situación sin salida. Suicidio como límite al exceso de violencia o de sufrimiento, o como vía ilusoria de que se tiene control al menos de la propia vida.

Tortura (6)

No puedo dejar de mencionar mi preocupación por el aumento de las huelgas de hambre como forma de lucha política. No logro percibirlas tanto como un acto heroico sino como una salida, producto del trato abusivo por parte de las autoridades, y no creo necesario estimularlas, sino encontrar creativamente otras maneras de denuncia y participación política.  

Por supuesto, la tortura es un evento traumático, incluso para algunos de los que la ocasionan. Los efectos en el individuo implican síntomas de despersonalización, depresión, ansiedad, los llamados flashbacks donde a partir de un estimulo conexo a la experiencia de tortura, la persona vuelve a experimentar todas las sensaciones y peligro a que estaba expuesto. Esto trae dificultades para retomar el estatus y las funciones sociales que tenia antes de los sucesos.

Estas personas pueden portar durante años un daño importante en la percepción de sí mismas; como si quedaran fijadas al abuso. Por tanto, o se esconden por vergüenza o hiper-reaccionan a cualquier tensión o frustración con comportamientos agresivos o ataques de pánico. Hablamos de daños perdurables que pueden aparecer a corto, mediano o largo plazo, donde se experimentan con intensidad afectos como:

– Miedo inespecífico. Una sensación de peligro perenne.

– Certeza de culpabilidad. Un ejemplo lo tenemos en los sentimientos de culpa que experimentan algunos activistas cuando saben o se les amenaza con que la SE puede acosar e intimidar sus familiares.

– Vergüenza. Sentimiento que provoca inhibición social.

Los tres embisten agresivamente una relación sana de las personas consigo mismas, dejándolas a ellas y a sus familias presas en relaciones patológicas. Menos aptas para gozar de su condición social y su participación política.

En la familia, el sufrimiento de uno de sus miembros fragiliza al resto de ella y a los amigos cercanos. El estrés, el miedo y la ansiedad circulan incluso en los niños. Como se conoce, los bebés perciben el sufrimiento de la madre o del que cuida.

La tortura puede cambiar la calidad de los roles dentro de la familia, como la dificultad en la capacidad de proteger a los hijos u otros miembros, la capacidad de amar y sentirse amado. Por otro lado, se pueden crear nuevas alianzas que buscan reorganizar la familia, restablecer el orden que existía, reparar sus relaciones. En esta última ola represiva, las familias cubanas han sufrido mucho. Ha sido una institución vulnerable durante años, por la emigración y la prioridad dada a valores ideológicos y políticos respecto a los familiares.

Como lo nombra el Protocolo de Estambul, cuando se deshumaniza y quiebra la voluntad de una persona, el torturador aterroriza también a cualquiera que se ponga en contacto con la víctima. De esta manera, se puede dañar comunidades enteras. Los actos de repudio son un vergonzoso ejemplo. Los juicios de las últimas semanas también son utilizados como escarmiento a quien en el futuro ose desafiar al gobierno.

Se impone insistir en la importancia de la denuncia, en no callar. El silencio es directamente proporcional a la violencia de estado y su duración. Es de suma importancia reconocer y denunciar estos actos, ya que las consecuencias psicosociales para el país son funestas y ya están entre nosotros. Aceptar con familiaridad acrítica la transmisión de la tortura y de otros tratos crueles, inhumanos y degradantes en una sociedad es abrir el camino a su autodestrucción.

***

1. Cursivas por el autor del artículo.

2. Pau Pérez Sales: Tortura psicológica. Definición, evaluación y medidas, Editorial Desclee de Brouwer S.A. 2016.

3. Comisión Interamericana de Derechos Humanos OEA OEA /Ser.L/V/II. Doc. 2.  3 febrero  2020 Original:  español.

1 febrero 2022 29 comentarios 2.365 vistas
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Lógica totalitaria

De la lógica totalitaria a la ética democrática

por José Otoniel Vázquez Monnar 11 octubre 2021
escrito por José Otoniel Vázquez Monnar

A quienes se arriesgan hoy por el 15 de noviembre próximo.

***

Lo humano es lo único que puede oponerse a lo inhumano. Sería completamente ilógico combatir el totalitarismo, o cualquier sistema inhumano, de una manera desalmada. Siempre que se ha utilizado la violencia para luchar contra la injusticia y el poder desmesurado, no se hizo más que replicarlos. ¿Hay posibilidad de seguir envenenados por la toxina totalitaria? Si nos quitamos el ropaje de silencio, ¿con qué «palabras» nos vestiremos?

No hay sociedad sin una lógica interna que dicte las pautas de cómo interpretar el mundo y cómo vivirlo. Hablo de formas priorizadas de representar al otro, y a sí mismo, de pensar la realidad, de relacionarnos. El totalitarismo insiste en sustentar y propagar una lógica de violencia binaria y excluyente.

Teniendo un enemigo exacerbado —y en esto el modelo ideo-político cubano es muy creativo, casi caricaturesco— se puede dejar lo cívico y lo ético a un lado justificadamente. Un régimen totalitario deshumaniza al enemigo, no reconoce humanidad en él y desde ahí, entonces, evade la culpa, se entrega feliz al acto de violencia o destrucción del otro. Esta es la manera de reclutamiento por excelencia de cualquier poder despótico. 

La urgencia política de los primeros pasos de la Revolución pudo justificar el continuar utilizando métodos de guerra. El resultado lo conocemos: nunca volvimos a ser una sociedad cívica ni democrática. Normalizamos los fusilamientos, el acoso, la intimidación, el destierro, las encarcelaciones arbitrarias.

Lógica totalitaria (1)

Normalizamos los fusilamientos, el acoso, la intimidación, el destierro, las encarcelaciones arbitrarias.

Se logró anestesiar la mirada cívica del pueblo frente a los vejámenes a artistas, intelectuales, activistas, sin que la mayoría fuera capaz de horrorizarse y condenarlo. Vemos con naturalidad sujetos orgullosos de dar golpizas y disparar, como en el 11-J; periodistas alardean, profieren amenazas y asesinatos de reputación mediáticos por la televisión nacional. Hemos cambiado valores cívicos por valores de supervivencia.

No creo que un sistema totalitario se sustente solo en el miedo paralizante del pueblo. Me parece irrazonable asumir que un fenómeno tan complejo y devastador, se sostenga únicamente en ello. Hay que considerar también la transmisión de la lógica totalitaria en la vida cotidiana del cubano.

Reducir el asunto a un problema únicamente político o económico es un gran error. El daño social y antropológico que el modelo estalinista, con su encarnizada discriminación política, ha causado al tejido social de la nación, hay que tomarlo en consideración seriamente.

Varias generaciones de compatriotas han aprendido, consciente o inconscientemente, a tratarse con los códigos del totalitarismo. Es decir: exclusión y polarización política, justificación del odio al alimentar el miedo a un enemigo casi omnipresente, supeditación de la dignidad humana al dogma ideológico, ausencia de límites éticos cuando se trata de defender una posición política o ideológica. Lo humano, el lazo con el otro, con el cuerpo y su libertad, no valen nada si no se está a favor del partido.

#CheVive: "Seamos la pesadilla de los que pretenden arrebatarnos los sueños"

— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) October 8, 2021

Sea en nuestras familias, las amistades, las relaciones de pareja, instituciones religiosas y, por supuesto, en las instituciones estatales, se corre el riesgo de ser totalitario. Podemos continuar discriminándonos, odiándonos y desconfiando. La subjetividad es el campo desde donde se transmiten estas lógicas. Podemos creer que trascendimos el sistema, que estamos en contra, y aun así seguir regurgitando, a ciegas, los sesenta y dos años del ácido totalitario.

Bajo el mismo proceso de transmisión encontramos aquellos que, asumiendo una posición activa contra el gobierno cubano, no son más que clones del mismo, ya que no pueden hacer otra cosa que polarizar la sociedad, trasmitir violencia, miedo y paranoia social, como ha hecho la propaganda del PCC.

Hablo de los colaboradores de la lógica totalitaria del otro polo. Aquellos que hacen dinero de la acentuación del conflicto entre civiles. Estos, para lograr más audiencia en sus canales de YouTube, combinan noticias falsas con verdaderas (justifican así que todo vale para derrocar al enemigo), facilitando nuevos actos de repudio, esta vez organizados desde internet, contra la propia oposición o contra toda persona que no se inscriba en sus representaciones totalitarias de derecha.

No hay nada más lucrativo en los medios que una audiencia polarizada y creyente; pero a la vez, nada más peligroso. La mirada binaria de los extremos no piensa, solo reacciona, por tanto, es más fácil manipularla. Es una visión fascinada por la agresividad contra el otro polo. Perspectiva totalitaria sin los límites del respeto a lo humano. Extremos opuestos en contenido; iguales en su esencia.

Para Foucault, la lógica de dominación se esconde no solo en las instituciones, sino también en los individuos. Se disfraza de una racionalidad, de argumentos que justifican la violencia. Dice en Dire et écrire: «el poder político es más profundo de lo que se sospecha. Hay centros y puntos de apoyo invisibles (…) Su verdadera solidez, su verdadera esencia se encuentra quizás, allí donde no lo esperamos (…)». (Foucault, 1994)

Si no aprendemos la lección de que no son los sistemas los que garantizan libertad y cambio, sino nosotros, cada individuo, el sujeto democrático; los seres humanos seguiremos repitiendo estos esquemas nocivos. Somos nosotros, los humanos, quienes somos éticos; no las creencias, ni las ideologías. La justicia, la democracia, es un acto, no una opinión. Si creemos que un cambio político es posible sin compromiso ético individual con la democracia, seguiremos repitiendo dictaduras.

Debemos comenzar a percibir nuestras diferencias en lo político como un ejercicio democrático, no como una señal de ataque. Debemos reconocer que la diversidad de la oposición; la ausencia esta vez de caudillos; las diversas proposiciones de lucha, perspectiva y organización; no son el enemigo, son la fuerza que trae ya el germen de la participación.

También opino que no es a los que vivimos fuera a quienes compete determinar qué debe hacerse dentro. Me parece repugnante pedir intervención militar desde Facebook, o alentar a los cubanos a arriesgarse en las calles desde un celular en otro país, comiendo ropa vieja, o un bocata con vino tinto; mientras jóvenes son golpeados, humillados y permanecen en prisión actualmente en Cuba. Entiendo que le toca al pueblo residente determinar qué hacer, y nosotros, los de fuera, apoyarlos. Sostener el reclamo del pueblo desde fuera, no al contrario.

Los cubanos que viven en otras naciones se han unido en su deseo de una Cuba democrática, pero asimismo corremos el riesgo de polarizarnos. Los tentáculos del pulpo totalitario también nos atrapan con sus leyes, sus precios, sus imposiciones económicas. Ahí hay mucho que hacer.

Lógica totalitaria (3)

Los cubanos que viven en otras naciones se han unido en su deseo de una Cuba democrática, pero asimismo corremos el riesgo de polarizarnos. (Foto: Cristobal Herrera-Ulashkevich/EFE)

Confío en el poder de las manifestaciones, de las denuncias y testimonios de las víctimas de violencia de Estado. Creo en el poder de arrebatar pacíficamente la palabra secuestrada por los medios oficiales y en el cambio inminente en Cuba. Creo en la urgencia de parar la violencia política y sus derivados en la nación. Pero no creo que deba ser a cualquier precio.

El pueblo realmente no está dividido en dos. Dentro de los que amamos hay opositores y adeptos al régimen. Pongámosle rostro al otro, devolvámosle su humanidad y ya estaremos derrocando y sanando una sociedad enferma de soberbia totalitaria. El temor y la angustia que tenemos los cubanos no deben convertirse en «gesto asesino», como diría Levinas.

Judith Butler, en su texto Vida Precaria, hace un análisis de la situación política en Estados Unidos después del 11 de septiembre de 2001. El hecho de que la soberanía nacional haya sido desafiada —dice Butler—, no significa que deba reforzarse a cualquier costo, si ello conlleva la suspensión de las libertades civiles y la supresión del disenso político (Butler 2006).  

Respecto a Cuba, opino que es solo en la puesta en acto del ejercicio ético y democrático de los individuos y sus asociaciones, que se puede derrocar el despotismo. La propuesta del 15 de noviembre es un ejemplo.

Cada persona, sea cuales fueren su edad, género, identidad cultural, posición y clase social; tiene algo que no puede ser doblegado, un deseo irreductible, quiere ir más allá de lo que se le ha impuesto. Ningún régimen totalitario podrá jamás aplastarlo. Aun así, el modelo cubano lo intenta desgarradoramente. Urge pararlo. Esto, sin embargo, no excluye una interrogante crucial: ¿estaremos a la altura ética necesaria para la democracia?

11 octubre 2021 22 comentarios 2.501 vistas
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Silencio

Sin ropaje de silencio

por José Otoniel Vázquez Monnar 20 julio 2021
escrito por José Otoniel Vázquez Monnar

A Isabel Amador Pardías, Javier L. Mora y a los otros menos visibles actualmente

 detenidos en Cuba después del 11-J

***

El domingo 11 de julio me tomaron por sorpresa los videos de San Antonio de los Baños y Palma Soriano. Dividido entre asombro, esperanza y preocupación por la pandemia, hubo uno que me impactó por la belleza de la metáfora. Una señora mayor, frente al Capitolio de La Habana gritaba: «¡Nos quitamos el ropaje de silencio!».

Un trauma es uno o un conjunto de eventos difíciles de digerir a nivel subjetivo por un individuo, una comunidad e incluso una nación. El sufrimiento aparece por la intensidad de los síntomas, que se repiten recreando la situación traumática. 

El trauma social de los cubanos existe desde hace décadas, solo que no es de los que ocurren de una sola vez, sino gota a gota. Ese tipo de traumatismo, a nivel individual, donde es casi imposible localizar el evento que lo produce, es muy difícil de tratar. En esos casos la angustia se vuelve difusa, perenne, y aunque popularmente se diga que el tiempo lo cura todo, el tiempo subjetivo no es igual. Lo traumático, en consecuencia, repite y muestra en actos y comportamientos lo que no se pudo elaborar, dejando al sujeto fijado a un instante eterno y angustioso.

Desde hace años el pueblo cubano ha estado acumulando tensiones socio-políticas sin posibilidad de solución, descarga o alivio. El precio del totalitarismo ha sido muy alto, pues de manera solapada o abierta impide la elaboración social y la dialéctica de cambios naturales que necesita toda sociedad. 

La imposibilidad de disentir libremente, los esfuerzos violentos por enmudecer a la diversidad social y política natural de un país, las medidas económicas improvisadas y desconectadas de la vivencia real de la mayoría del pueblo, sin olvidar la ostentación de la violencia física y psicológica contra artistas e intelectuales en los últimos meses, añadidos al caos epidemiológico, condicionaron la acumulación de malestares subjetivos, individuales y de grupo, que explotó ese domingo. El estallido social fue resultado de lo que el propio sistema político gesta sin asumirlo. 

Si el 11 hizo un llamado a la violencia, ya el 15 de julio el tono de Miguel Díaz-Canel era otro. Por más que se pretenda hacer valer la vieja lectura paranoica que define como mercenarios a los que disienten, no creo que se pueda evadir el suceso del domingo como un evento traumático para la nación.

Silencio (2)

Si el 11 hizo un llamado a la violencia, ya el 15 de julio el tono de Miguel Díaz-Canel era otro. (Foto: Canal Caribe)

La onda expansiva del estallido hace eco en el imaginario de la izquierda internacional y del mundo en general. Pero sobre todo, repercute en los conflictos generacionales de las familias dentro y fuera de Cuba. Seguirá teniendo resonancia en el aumento de problemas de salud mental, urgencias psiquiátricas y de pasajes al acto como el suicidio, la agresividad o los ajustes de cuentas en la población cubana en los próximos días y meses.

En el peor de los casos, quienes no vean todavía la gravedad del asunto y lo nieguen excluyendo el diálogo, solo están alimentando una violencia larvada en algunos sectores insatisfechos de la población que tarde o temprano no podrá contenerse y el aumento de conflictos históricos con el ya numeroso y diverso exilio cubano, donde igualmente se acumulan tensiones y angustias.

Nos preguntamos cómo restaurar ese daño subjetivo, cómo volver a tejer el lazo social fracturado entre nosotros después de décadas. ¿Cómo sana una nación del trauma de la violencia? Sinceramente, parece difícil ahora mismo, teniendo en cuenta la represión que continua. Pero sí es posible insistir en el deseo de vivir en democracia. En mi opinión, el proceso debería ser por la vía contraria al silencio y por la instauración futura de una justicia restaurativa, no solamente penal.

La importancia de hablar y de la memoria

La clínica del trauma privilegia dos principios necesarios para sanar. El primer principio es la facilitación de un espacio libre para la palabra, para que lo que no se puede soportar sea dicho, sea articulado. El segundo es la garantía de la presencia de un otro que acoja ese trabajo de elaboración psicológica. Es decir, un sujeto dispuesto a hablar y otro comprometido a acoger su versión son los pilares del trabajo con el trauma.

Pero el trauma nunca se reduce a cero y este es el límite a considerar también. Todo trauma confronta al sujeto con lo imposible, con lo que no tiene sentido, con lo que en psicoanálisis se llama lo real. Habrá que aprender a vivir también con lo irreparable.

Las sociedades asumen también mecanismos de cohesión social patológicos. Por ejemplo, las sociedades de control priorizan la paranoia como forma de lazo social. En nuestro caso, continuar en silencio sería perpetuar la vía patológica y provocar que el trauma retorne en pasajes al acto, como decía anteriormente. Sin embargo, ¿cómo hablar cuando publicar en las redes sociales ya es un delito, cuando el otro que debería escuchar es quien reprime? La democracia no se hace en silencio, como diría Rene Fidel González.

De todas formas, estoy convencido que de manera natural se abrirán espacios seguros dentro de la sociedad civil. Pienso en algunos psicólogos, psiquiatras, terapeutas, dentro y fuera del país, que quieran ayudar en la escucha pastoral de algunas comunidades religiosas o de ONG.

Silencio (3)

Pero mas que nada pienso en la resiliencia y la creatividad de nuestra cultura, donde cada cual encontrará una vía para no tener que tragar sin digerir, para reapropiarse del placer de utilizar su propia voz y enriquecer la memoria colectiva, pues ningún poder político es omnipresente, ni todopoderoso por más que lo pretenda. El control total es una ilusión.

No hay cura en la venganza

Uno de los peligros de los encuentros con la violencia es el de repetirla. La violencia, el odio y el resentimiento parecen la salida fácil, pero nunca lo son. La violencia es circular y regresa a sí misma, no hace lazo con el otro. El violento siempre debe cuidarse porque su propia violencia lo puede alcanzar. Por tanto, si creemos que la respuesta al 11 de julio es más violencia, entonces la encontraremos una y otra vez.

El camino de sanar juntos es largo, pero debe comenzar ya. Cuando aparece en los pacientes un atisbo de futuro, de deseo, se está frente al comienzo de la cura. Los cambios van a venir, a corto, mediano o largo plazo. Parafraseando a Julio Antonio Fernández, tenemos que inventar un nuevo sueño. Una propuesta es la de la perspectiva de la justicia restaurativa.

La justicia restaurativa no se centra en la venganza o el castigo, sino en la reparación de los daños de la nación y de las relaciones humanas. Solo desde ahí lo penal serviría también como reparación. Que el respeto a lo humano sea nuestro límite, para no fundar los nuevos caminos sobre la violencia. ¿Por qué repetir los tribunales populares, los fusilamientos, los ajustes de cuenta, cuando lo que queremos construir es democracia, un estado de derecho? Hay que sanar con una justicia que pueda restaurar algo del lazo roto. Justicia no es venganza.

Este tipo de justicia invita a las víctimas a tomar una posición activa en el proceso y, al mismo tiempo, sirve de muro de contención para la repetición de ciclos de violencia. Las víctimas hacen oír su voz y narran los daños irreparables que el ofensor provocó, y si es posible este último debe reparar lo más que pueda el mal que causó. SI bien no es una sustitución del sistema penal, es una perspectiva de valor terapéutico. Es la experiencia del fin del apartheid con la creación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación en Sudáfrica; no así la del fin del franquismo o la de la dictadura de Pinochet.

Ser responsables es responder por lo que nos concierne. Lo que ha sucedido en Cuba nos ha pasado a todos y a todas, y cada persona es responsable, aunque no todos somos culpables. El 11-J fracturaron para siempre la nación. Sanar del trauma social que también nos une, va por la vía de la restauración de la justicia en sí, sin la violencia, sin ideologías totalitarias y reconquistando el derecho a la palabra sin ropajes de silencio.

20 julio 2021 38 comentarios 3.128 vistas
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Clivaje

El clivaje político en Palabras a los Intelectuales

por José Otoniel Vázquez Monnar 2 junio 2021
escrito por José Otoniel Vázquez Monnar

Palabras a los Intelectuales es una inflexión determinante en la subjetividad social cubana, a partir de la cual se instaura y privilegia lo que puede denominarse un acto de clivaje político. El término clivaje, aplicado a la clínica psicoanalítica, denota un mecanismo psíquico que, inconscientemente y frente a conflictos internos o externos, permite dividir en dos las representaciones contradictorias de un mismo objeto.

Es decir, las características negativas y positivas de una persona o situación son separadas sin posibilidad de conciliación o de matices. Por ejemplo, una madre para quien una de sus hijas es casi perfecta y la otra es el desastre de la familia. O en el llamado Síndrome de Estocolmo, donde la víctima niega de manera absoluta cualquier percepción de maldad y violencia en el secuestrador. Aquí el clivaje se hace acompañar de afectos y amor para poder sobrevivir subjetivamente, como sujeto, frente a la omnipotencia violenta del secuestrador.

En Palabras a los Intelectuales, Revolución constituye una representación investida por la subjetividad del líder. De cierta manera se hace antropomórfica, es decir, es nombrada como un sujeto con aspiraciones y deseos, lo que confiere carácter fetichista a lo patriótico. A partir de esta intervención, el sujeto-revolucionario-idealizado asume su derecho a existir solo deshaciéndose de la diversidad de otras lecturas políticas, dividiendo en dos polos la percepción del proceso social.

Crisis económica y trauma psicosocial

La frase emblemática de Fidel en aquel momento, la que transcendió con autonomía aunque era parte de un análisis más extenso fue: «(…) Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución ningún derecho(….)». El clivaje de esta frase no divide precisamente a revolucionarios y contrarrevolucionarios, sino a honestos —que según las palabras de Fidel Castro podían ser revolucionarios o no tan revolucionarios— y deshonestos (contrarrevolucionarios incorregibles).

Este clivaje todavía perdura en los significantes que circulan en la prensa y la televisión oficiales de la Isla contra todo el que disiente: «mercenarios», «apátridas», «pagados por el imperio». En el núcleo semántico del discurso oficial siempre se encuentra presente la deshonestidad. El significante revolucionario sería completamente vacío hoy día si no consiguiera adherirse a otro significante oculto, el de honestidad. Por tanto, una persona que disiente no solo debe preocuparse por la argumentación política, sino por la defensa de su integridad. De ahí la facilidad para criminalizar cualquier acto de  desacuerdo o disidencia política. 

Si en la clínica los efectos del clivaje los vemos en el sufrimiento de los cuadros borderlines, o límites, donde el sujeto rebota entre la dependencia absoluta y la desarticulación de su relación con los otros; en lo social apreciamos sus efectos en los fenómenos de identificación rígida y disociación social de los grupos extremistas o sectas. El sujeto no puede tomar distancia de lo ideológico y se convierte en sujeto de la obediencia, que es el fin de las sociedades de control.

El daño antropológico en la sociedad cubana 

El resultado de este tipo de organización subjetiva en el ámbito psicosocial es la radicalización, la circulación del miedo como afecto regulador de las relaciones humanas, de la paranoia, la denigración, la discriminación del otro, el odio y la violencia. En fin, la locura social.

La lógica de las intervenciones de Fidel en junio de 1961, funda la exclusión como forma de posicionarse los cubanos, unos frente a otros. Este discurso ha condicionado que se conciba la representación social de una intelectualidad en los márgenes de la Revolución y otra en una posición completamente marginal.

A pesar de ciertos momentos de tolerancia política hacia textos y contenidos artísticos o científicos difíciles de digerir políticamente por el gobierno, la historia del arte y de la intelectualidad cubana siempre tropieza con la tensión del clivaje. Como resultado se tiene la homogenización de opiniones. Los intelectuales cubanos saben muy bien qué se dice, cómo se dice y dónde se dicen las cosas en los espacios públicos.

La experiencia es testigo de que las consecuencias de asumir un pensamiento libre en Cuba puede implicar la represión, el ostracismo, el destierro social, el aislamiento e incluso la pérdida de derechos constitucionales. Las UMAP fue el destino de muchos intelectuales apenas cuatro años después de la referida intervención de Fidel.

Los profesores sin aula, el decreto-ley 349, los actos de repudio y el acoso, el impedimento a la libre circulación, las detenciones arbitrarias, el destierro y la difamación institucionalizada para con los artistas e intelectuales, bien antes y después del 27 de noviembre del 2020, son formas actuales de codificar Palabras a los Intelectuales. Por más que se pretenda releer de otra manera aquel discurso, la violencia política y social actual constituye el après-coup a partir del cual se interpreta. 

Invitación a un espacio de palabra contra la desmentida

Este mecanismo no es más que una defensa que, al negar lo inaceptable para el sujeto, crea un punto ciego. De ahí que aquello que ha sido reprimido o negado se muestre en actos y comportamientos explícitos, pero no reconocidos ni nombrados por el sujeto.  Por lo tanto, todo clivaje y alienación a un ideal político intachable, borra la posibilidad de leer con matices la experiencia social. La anulación de la libertad de expresión es condición indispensable para perpetuar la frase y el fin de Palabras a los Intelectuales.

 A su vez, esta actitud facilita la posición del «alma bella», idea que Lacan toma de Hegel y que niega cualquier posibilidad de responsabilidad subjetiva. Es decir, un individuo o comunidad atravesada por el clivaje como forma de relación con el otro, lógicamente no se hace cargo de sus errores. Un ejemplo, que no intenta soslayar el carácter histórico de los Estados Unidos como depredador de América Latina, es el abuso de la justificación del bloqueo como argumento para encubrir la imposibilidad de reformar, política y económicamente, al modelo de socialismo burocrático.

Con este mecanismo nos convertimos cada vez más en un país que se auto agrede, por su fidelidad a un conflicto imaginario entre socialismo y capitalismo, cuando nuestro real conflicto social y político es entre el Estado de derecho o el totalitarismo. Sin embargo, permanecemos atorados en una combinación clivada de identificaciones políticas muy pobres, deshaciéndonos de responsabilidad cívica con frases como: «Esto no hay quien lo cambie».

Si continuamos alienándonos al clivaje político que nos ha determinado por décadas, solo intensificaremos la auto-lesión del tejido social. Digo autolesión porque el tejido social se trenza a partir de afectos de identificación, en consecuencia, todo mal que se haga a otro cubano, es un mal que se hace Cuba a sí misma.

Los Náufragos: breves pinceladas sobre una generación

La idea de Pierre Joseph Proudhon de que la libertad no es hija del orden sino su madre, me parece una cura.  Acá ciertos puntos a pensar, analizar y también a rebatir.

– Una salida posible es comenzar por la responsabilidad personal. Si de manera individual uno se deshace de este clivaje, es posible tender un lazo social de otra manera. Hablo de reapropiarnos del valor de la palabra, de asumir la coherencia entre lo que se piensa, dice y hace. Esto sería reapropiarnos a nosotros mismos.

– De esta manera, también se recuperaría la dimensión empática de la que estamos hechos como seres sociales. Esto implica decir «No» a todo acto que exija perder la capacidad de compasión y empatía para defender posturas políticas o ideológicas. Dígase actos de repudio, de exclusión o de intimidación. Si lo advertimos, en su retórica los medios oficiales se deshacen todo el tiempo de la empatía.

– Para crear un espacio a la empatía entre los cubanos, debemos tomar distancia de cualquier discurso que nos empuje a reaccionar sin reflexión; de cualquier discurso que se enuncie, en cualquier esfera de nuestras relaciones, desde el poder. Debemos hacer el ejercicio de asumirnos libres allí donde la política no tiene total acceso; libres de pensar desde nosotros mismos. En ese espacio se le da lugar al sentir del cubano común, el que no esta alienado como sujeto únicamente político.

– Finalmente, es imprescindible otorgar un lugar a lo ético dentro de lo político. En la clínica, darle importancia a las consideraciones éticas (que no es solo lo moralmente aceptado) tiene, en sí mismo, efectos terapéuticos. Sería bueno dialogar y llevar nuestras diferencias a los pies de lo ético antes de atacarnos desde trincheras opuestas. Tomar todo lo posible de la ética martiana, donde se concibe una Cuba sin cardos ni ortigas.

2 junio 2021 19 comentarios 3.039 vistas
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Patria como deseo

por José Otoniel Vázquez Monnar 1 abril 2021
escrito por José Otoniel Vázquez Monnar

El hombre nuevo

En una clase de Psicopatología, efectuada en un hospital psiquiátrico docente, organizamos una presentación de caso. Un joven hospitalizado y clínicamente estable aceptó ser entrevistado por los estudiantes.  El paciente había encontrado refugio en un delirio político como solución a la angustia que le provocaban sus síntomas y experiencias psíquicas poco comunes.

En medio de la entrevista, no pudo evitar sostenerse una vez más en su delirio y gritó determinado: «¡Viva la Revolución!». Todos los estudiantes, a pesar de que observaban un acto docente, respondieron serios y sin dudar: «¡Viva!».  Al percibir la respuesta pronunció dos consignas más, que fueron respondidas automáticamente con igual determinación.  Mi colega y yo retomamos el ejercicio didáctico lo mejor que pudimos, calmamos la situación y agradecimos al joven por haber colaborado.

Luego de acompañar al paciente a la sala, invitamos a los alumnos a hablar de lo ocurrido. Mi colega no paraba de reír. Los estudiantes y yo estábamos divididos entre el asombro y la risa.

No debemos confundir psicosis con locura. El paciente se había servido del delirio, era un asunto que se explica a partir de la psicosis. Del lado de la respuesta −¡de los vivas!−, el asunto fue otro; y solo se explica a partir de la locura.

Patria 1

(Foto: Reuters)

El beneficio de la ignorancia

Lo humano nace del desamparo. En comparación con el animal, que generalmente garantiza su independencia en algunas horas o días, el ser humano solo es independiente en apariencia. Mientras que el animal se siente en la naturaleza, parafraseando a Bataille, «como el agua en el agua»; el ser humano solo cree poder encontrar garantías en el otro; en algo extranjero a sí mismo: en la madre, en el lenguaje, en lo social. Sin las garantías biológicas del animal y en su condición de ser social, lo más íntimo del sujeto humano es éxtimo, como diría Lacan.

Este empuje hacia otra cosa que sí mismo, es el deseo. A diferencia de la necesidad, la naturaleza del deseo es precisamente nunca poder ser satisfecho. Nos empuja al reconocimiento de los demás, a buscar refugio en el arte, en la religión, en el amor, en los ideales. Es gracias a esta imposibilidad de certeza de un programa biológico, de respuesta definitiva, que creamos y que buscamos formas nuevas de vivir juntos.

Por el contrario, cuando se pretende asumir o imponer respuestas definitivas, los efectos psicológicos y sociales suelen ser funestos. Desde los rejuegos neuróticos en los que nos involucramos, hasta la afiliación extrema o la alienación a una ideología, a una secta, o a una religión; el fanatismo y la radicalización son un velo denso donde, siendo más fieles a un imaginario, negamos maniáticamente que somos seres desamparados. Le damos la espalda al deseo.

Aun así, las contingencias de la vida nos devuelven necesariamente a ese lugar que queremos evitar. No solo a usted y a mí, a pesar de la aparente eficacia del autoengaño, también a la vecina que se enfermó, al que vive en la pobreza; también a los reyes. Ni los Papas, ni los dictadores, ni los agentes de la Seguridad del Estado, ni los policías son invulnerables. Aunque queramos ignorarlo, no hay quien escape al sin sentido de la muerte, la enfermedad y el sexo.

La Castro/ación

Dos días después de la muerte de Fidel Castro, el filósofo Slavoj Zizeck publicó un pequeño texto dedicado a Cuba: The Left’s Fidelity to Castro-ation. Jugando con el término psicoanalítico castración, el autor introduce una pregunta sobre el futuro de los cubanos. Se alarma de que seamos presa del imaginario de la izquierda occidental y reconoce las contradicciones en que quedamos atrapados después de esa pérdida. No obstante, trata y finaliza el artículo repitiendo el mismo malentendido que critica: el de leer el asunto cubano solo a partir del 59; el de ver lo cubano solo desde el sueño de la izquierda internacional.

Patria 2

(Foto: Michael Christopher Brown)

Fidel Castro ocupaba el lugar de la imago paterna. Salir de Batista, dictador que traicionó el ideal republicano martiano, e identificarse al reivindicador fue fácil para el imaginario del pueblo. Son pocos los que se resisten a la idea de un salvador que condensa esperanzas y alivia de incertidumbres futuras. El anhelo de una sociedad próspera socialmente, la narrativa del hombre nuevo y del bien común, ayudaron a establecer la nueva perspectiva social.

Más allá de los excesos políticos que el gobierno revolucionario justificaba, la imago paterna del líder de la Revolución facilitó cierto aglutinamiento, identidad de grupo, ilusión de poder compartido. No hay caudillismo sin el enamoramiento de las masas. Este efecto de cohesión y enamoramiento hacia Fidel Castro fue fracturado tras su muerte en 2016.    

Los presidentes que vinieron luego no pudieron provocar el mismo resultado, aunque hayan tratado de servirse de la imagen paterna. Lo que ha quedado es aferrarse a la fantasía del gobierno irreprensible, sin manchas e inmortal. Funcionarios y adeptos se agarran a la idea de que una ideología de manual puede definirlo todo.

Se produce de manera recursiva una sola versión, una sola verdad fija, eterna, ahistórica y binaria de la realidad cubana. Se representa un estado de imagen irreprochable. ¿Por qué una canción, el performance de un artista, la imagen de Martí con sus dos patrias, una publicación aguda de profesores en una revista, o una joven de veintidós años, se convierten ipso facto en contenidos altamente peligrosos? Porque el estado gobierna desde el semblante, desde la fidelidad a esa apariencia. No se sostiene en la relación entre las instituciones, la ley, la experiencia real del pueblo y la participación ciudadana; sino en la exigencia de asegurar una imagen.

Pasando por la Zafra de los diez millones hasta el reordenamiento monetario, el discurso oficial dice algo y la realidad del barrio, la mesa de muchas familias, dice otra. La separación entre el discurso oficial y la realidad del pueblo es enorme. Definitivamente dicho discurso está castrado.

Patria 3

La luz que alumbra y el brillo que ciega

Uno de los atolladeros a los que ha sido expuesta la subjetividad social cubana, es la reducción de los símbolos de la patria a fetiches. El estado no toma en cuenta la saturación propia de todo proceso propagandístico. Los chistes y la manera jovial del cubano siempre han ayudado para deshacerse del desbordamiento y la saciedad de la propaganda. Pero peor que el hastío es el hecho de que lo que deberían ser símbolos, metáforas de cubanía, se transforman en objetos que solo remiten a una idea reducida de lo nacional.

Podría decirse que fetichizar la patria es querer sostener el patriotismo en la idolatría, en una fe perversa. La perversión radica precisamente en que el fetiche niega toda dialéctica subjetiva y social y fija una única manera de tener placer. Lo que nos hace preguntarnos si la única manera de ser-en-sociedad en Cuba, es dentro de un socialismo fetichista.

Otro efecto de este tipo de parafilia política es el de la homogeneización del pueblo. Al negar su diversidad, la representación de pueblo se reduce a Uno. El filólogo judío Víctor Klemperer, en su libro LTI, La lengua del Tercer Reich, hace notar cómo ese término era usado en el naciente estado nacional socialista: «Pueblo» se emplea tantas veces al hablar y escribir como la sal en la comida; a todo se le agrega una pizca de pueblo (…).  Tengo la impresión de que en Cuba la noción de pueblo es simplemente un pretexto, a partir del cual se impide que el propio pueblo hable de sí mismo.

El fetiche tiene un brillo que ciega, pero la palabra es una luz que alumbra. A la idolatría del totalitarismo, se contrapone el volver a tener confianza en la palabra escrita de lo jurídico y en la palabra hablada del pueblo real. Es la palabra la que sostiene el dialogo, el lazo social, la diversidad de las narrativas de lo cubano, de la poesía, y es en el dialogo que se abriría el camino a la patria como misterio.

El fetiche esta por fuera del amor y denigra la palabra. Es por esto que el Estado no dialoga. No solo por su carácter totalitario, sino porque no tiene acceso a la palabra; solo a reliquias ideológicas; solo a consignas. Ve un enemigo en la poesía, en el arte, en la producción de pensamiento. No es que los funcionarios del Estado no quieran dialogar, es que les resulta imposible. Porque allí donde debería haber escucha, preguntas, misterio, han puesto un ídolo ideológico. Como diría Umberto Eco en El nombre de la rosa (…) «El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda… Ojalá estemos a tiempo de todavía dudar».

«Sin patria, pero sin amo», escribió Martí, que prefirió el desamparo a la servidumbre. Es lo que han preferido algunos cubanos dentro y fuera de Cuba que son pueblo, artistas-pueblo, campesinos-pueblo, obreros-pueblo, intelectuales-pueblo, profesores sin aula-pueblo. Poco importa la estadística, poco importa la ilusión de minoría o mayoría. Un solo cubano es también pueblo. Otros, al contrario de Martí, prefieren la servidumbre al desamparo, optan por alienarse en consignas en vez de saborear la dimensión de la poesía; ellos también son pueblo.

Lo más íntimo en nosotros es disidente. El deseo en sí mismo desobedece, es inconformidad, nunca es unánime, no se adapta ni se conforma, busca otra cosa. Ante la imposición de la patria como idolatría y fetiche, póngase la patria como enigma y deseo, como palabra individual y de diálogo, como desobediencia y búsqueda. Hagamos de Cuba patria de lo individual y lo comunitario, un lazo inclusivo, una república, sin destierros, sin consignas automáticas.

1 abril 2021 18 comentarios 3.357 vistas
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palabra

Invitación a un espacio de palabra contra la desmentida

por José Otoniel Vázquez Monnar 2 marzo 2021
escrito por José Otoniel Vázquez Monnar

La Psicología es una ciencia que no puede pretender ser apolítica. No debe escudarse en un cientifismo absoluto para des-responsabilizarse del contenido político que circula libremente entre sus teorías y sus prácticas. Isaac Prilleltensky, autor argentino conocido en Cuba por la colaboración con el psicólogo clínico Joaquín Gómez en Santiago de Cuba, ha publicado varios libros sobre esa imbricación de la psicología y los valores políticos y comunitarios.

No pretendo disertar acerca del estado actual de las ideas en ese ámbito. Siento más bien el empuje de escribir sobre algo más urgente y práctico, algo que ayude. Asumo el riesgo de que el artículo se pase por alto, o de que entre en el juego de los extremos políticos que ciegan a los cubanos hoy. Me responsabilizo con las consecuencias posibles. Y adopto también una posición política. Solo que ella es la misma que aplico en la clínica. Es una política ligada a la ética psicoanalítica lacaniana.

La primera vez que presencié un acto de repudio tenía alrededor de siete u ocho años. La carga de violencia psicológica, verbal y física de la que fui testigo no me permitió jamás reconciliarme —viviendo dentro y fuera del país— con la ideología ni con el discurso del gobierno cubano.

Recuerdo que en los ochenta, una familia vecina había querido irse a los Estados Unidos. La madre estaba sin trabajo porque había sido expulsada de la escuela donde enseñaba. Cierto día, un grupo compacto de sesenta o setenta personas, convocadas, como todavía ocurre, por oficiales de Seguridad del Estado, decidieron hacer un acto de repudio. Eran las 6:00 am. Todo el barrio se despertó con los gritos.

No vale la pena repetir lo que decían. Es silencio lo que se impone. Lo indecible no viene del contenido de las ofensas, viene del acto mismo. La familia monoparental, compuesta de una madre, una niña de alrededor de ocho años y un joven adolescente, encerrados solos en un apartamento escuchando mensajes denigrantes, huevos y piedras tirados a su ventana.

Los actos de repudio tomaron auge en los años ochenta como manifestación de intolerancia política extrema. (Foto: AP)

Mis padres no permitieron que mis hermanos y yo miráramos por mucho tiempo. Nos fuimos a otro cuarto y hablamos sobre eso. Decidimos ir y ayudarlos luego. Puedo afirmar que vivimos como familia lo que se podría llamar traumatismo vicario. Nosotros también sabíamos de la marca que cualquier discriminación puede dejar en un ser humano. 

En nuestro caso, además de política, también era discriminación religiosa. Esa señora se convirtió en nuestra repasadora de matemáticas de la noche a la mañana y mis padres le pagaban por ello. La ética cristiana y martiana de mis padres nos orientó para elaborar lo sucedido, hablando y ayudando al otro. Asumimos un rechazo absoluto a responder con odio y violencia.

Tengo la necesidad de invitar a mis colegas psicólogos en Cuba a pensar su propia clínica desde la tensión ética y política que se vive en la isla. Que ha existido siempre pero que ahora se ha tornado manifiesta. Me gustaría pensar que los psicólogos estén facilitando allí un espacio de palabra para aquellos que son víctimas de violencia política.

No es un secreto la marca de angustia que queda en muchas de estas personas y en sus familias, aun viviendo lejos, en otros países, de la influencia de lo que se ha vivido. Se trata de una marca irreductible que, desgraciadamente, en algunos casos termina en el suicidio.

Uno de los actos de elaboración de angustia traumática —y diría de reivindicación—, más bellos que he visto últimamente, ha sido el libro de la profesora Carolina de la Torre: Benjamín. Cuando morir es más sensato que esperar. En él, la autora hace un homenaje a su hermano, artista y homosexual, etiquetas peligrosas para la revolución en los sesenta, quién se suicidó después de haber sido víctima de los campos de trabajo forzado llamados UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción).

La primera frase del libro es el fractal de toda la historia.

La violencia traerá el caos

Los actos de repudio rememoran al fascismo. Los nazis justificaban su antisemitismo de manera muy convincente. Los judíos eran los enemigos. Y en nombre de la superioridad ideológica y racial establecieron campos de concentración donde murieron millones de personas. También está el caso de los gulags soviéticos, por donde pasaron alrededor de dieciocho millones de personas. «Eran denominados enemigos del pueblo».

Desde el comienzo de la revolución, el discurso binario propio de la Guerra Fría de la época, entró también en juego para los cubanos. El discurso Palabras a los intelectuales, de Fidel Castro en 1961, es un buen ejemplo. La revolución no ha triunfado verdaderamente si continúa produciendo ese discurso y su efecto. Nunca triunfará hasta que lo supere.

El discurso binario-totalitario siempre repite una paradoja. Se disfraza de David frente a los Estados Unidos pero fanfarronea y abusa como Goliat ante los cubanos que disienten desde cualquier perspectiva política. O asume abiertamente que por ser negro, un cubano debe tener una actitud incondicional al gobierno por haber sido salvado de la discriminación en la que vivía antes del 59.  O tienes acceso a la educación pero no puedes usarla para defenderte de los excesos del Estado.

Es paradójico que se haya llegado al punto de no reconocer siquiera sus propios signos, sus propias categorías. Profesores de las universidades de Oriente y La Habana, de posiciones socialistas y comunistas, han sido expulsados de forma ilegal y turbia de los claustros donde enseñaban.  Para sobrevivir al sistema hay que saber muy bien cómo aparentar o cómo alienarse a él, de lo contrario, sufres las consecuencias. Esto deja muy pocas opciones a la singularidad.

El odio que produce este discurso también se manifiesta en el de la disidencia. Ese pensar que la receta de la salvación a la crisis política y económica de Cuba vendrá desde EE.UU., de la mano del partido republicano o del demócrata. Cada parte es una reacción a la otra, y se parecen más de lo que reconocen. Pienso que esta identidad hace del diálogo algo imposible.

El gobierno cubano tiene miedo y necesita mucho de Miami, de su ideología más extrema, de las caravanas, del odio que puede aparecer para sostener un enemigo y así poder perpetuarse. Los actos de terrorismo contra Cuba de parte de grupos extremos radicados en suelo norteamericano, no han hecho más que fomentar una destrucción violenta.

El diálogo de Caín y Abel

Si las ciencias psicológicas reconocen la causa subjetiva y social de los trastornos, entonces debemos pensar la clínica a partir de esta relación de los individuos y los discursos. El totalitarismo —sean sus matices estalinistas, maoístas, franquistas, nazis o fidelistas—, produce y facilita efectos devastadores en la subjetividad.

En ese punto es donde tales gobiernos, sean de izquierda, de derecha y sus respectivos matices, se asemejan, porque le quitan al sujeto toda capacidad de acceso a la palabra, a expresarse; y es ahí cuando la clínica psicológica debería encontrar su ética. Facilitar la palabra del sujeto, dando paso a lo singular del individuo, es el primer paso de una cura.

La clínica que adapta el sujeto a su medio —sea capitalista o lo que hasta ahora se mal llama socialismo—, no es clínica, es activismo. Asumo esto radicalmente. Hacer de la clínica un espacio político para desarrollar un sujeto ideológico, sea feminista o machista, capaz de prosperar y hacer dinero y tener bienes, o de contentarse siendo pobre y agradecido con el estado, religioso o que pretende sostener un ideal de felicidad en cualquier promesa ideológica; repito, no es clínica, es activismo.

El bienestar que se impone con la sugestión, incluso en nombre de lo bueno, es traumático. El psicólogo puede hacer mucho si se abstiene de transmitir sus ideales y acepta la diferencia del otro. Asumir su posición ideológica personal, al margen del lugar de la desmentida.

Trauma vicario

Al ver las imágenes del acto de repudio contra la familia de Anyell Valdés Cruz, activista política en Arroyo Naranjo, organizado con la complacencia del gobierno, al percibir la violenta participación de los convocados, me pregunto si no toman en consideración que las víctimas no se reducen a esta familia, a sus hijos, sino también a sus amigos, vecinos, a los otros niños y quién sabe incluso si hasta a los hijos de los perpetradores.

La activista disidente Anyell Valdés junto a su familia en el local que ocupa y que fue vandalizado durante un acto de repudio. (Foto: Yander Zamora/Efe)

 El trauma vicario es un término utilizado con cierta restricción de sentido. Por un lado se supone un trastorno parecido al estrés postraumático, donde se desarrollan síntomas después de sufrir un trauma. En cambio, en el trauma vicario, el riesgo de padecerlo viene de la fatiga empática de quienes escuchan la historia de dicho trauma.

Profesionales, generalmente de la salud, que han acompañado a sus propios pacientes a recuperarse de situaciones límites y terribles, desarrollan una piedad que los vulnerabiliza a desarrollar síntomas parecidos. Hoy se conoce más como fatiga de compasión.

Sin embargo, el término tiene un alcance más abarcador. Cualquier persona que sea testigo de una situación traumática vivenciada por otra, puede desarrollar síntomas similares. Por tanto, cada acto de repudio reproduce una cascada de síntomas individuales, grupales y comunitarios.

Y la situación empeora si el gobierno, —o las reacciones también extremas y contrarias a este—, estimulan, o a callarse o a ripostar con la misma intensidad. Dicho trauma puede ser transmisible, incluso, de una generación a la otra.

En lo traumático, el lugar del silencio es de considerar muy atentamente. Es interesante la lectura que Sándor Ferenczi, un psicoanalista cercano a Freud, hizo al respecto. Su texto, Confusión de lenguas entre los adultos  y el niño. El lenguaje de la ternura y de la pasión (1932), me permite dividir el trauma en dos tiempos. Primero,  separar lo traumático de lo puramente eventual, del suceso.

Por lo que tendríamos un primer tiempo donde ocurre algo de carácter peligroso y violento para el sujeto, cercano a la muerte física o psicológica (como es el caso de los fusilamientos de prestigio del NTV) y el segundo tiempo es el de la desmentida.

Este segundo momento implica la negación del hecho traumático desde el otro: hablo del agresor mismo que obliga a callar a la víctima, o la negación que viene de quien la persona que sufre pondría en el lugar de la protección. Es decir,  la familia, la policía, las instituciones que representan la justicia, entre otros.

Pienso aquí en los feminicidios, en el silencio y en la falta de conciencia y sensibilidad de un cuerpo policial claramente machista. Medito en la lectura política que hacen de esta situación de violencia contra las mujeres en la Isla. Incluyo también la vulnerabilidad de las personas trans, queer.

La nación fracturada

Se asume que es en el segundo tiempo donde se consolida y se determina el trauma. Si el otro desacredita a la víctima en su acto de palabra, lo imposible de decir, de elaborar, de hablar; vuelve una y otra vez al mundo subjetivo de la víctima. A este acto se le llama la desmentida.

Esa negación, que toma diversas formas, como la indiferencia o la imposición de otra versión de los hechos, niega la realidad de lo sucedido y deja al que experimentó la situación traumática en una posición de desamparo absoluto, facilitando la introyección y la asunción de una culpabilidad que no le corresponde. Tal estructura se repite sin cesar en la clínica con los adultos y la rencontramos por mucho tiempo entre los movimientos de la transferencia.

Precisamente, por la imposibilidad de dirigirse al otro para aliviarse, los síntomas se vuelven intensos, casi una repetición directa, sin mediación posible, de lo vivido. Las señales que generalmente aparecen son la angustia, un miedo excesivo fuertemente ligado a la desprotección, insomnio, sobresaltos y sustos fáciles, sentirse distanciado de tus familiares y de sus amigos, irritabilidad, pesadillas, ansiedad intensa frente a ciertos disparadores, entre otros. Imagino la dimensión que podría haber tomado el color azul para la familia de Arroyo Naranjo.

A partir del análisis que hago de la situación cubana, invito a mis colegas, sin necesidad de que sea la misma lectura, a convertir la clínica en un lugar de acogida a la palabra del otro, sin correcciones, un espacio de atención a las víctimas de actos de repudio, linchamiento de prestigio, expulsión de trabajos y de universidades, sea cual fuere su ideología. Les invito a ver responsablemente la magnitud de los últimos hechos en Cuba.

Para las familias

Concluyo brindando algunos puntos a considerar por las familias cubanas. No son consejos cerrados (la clínica debe apuntar siempre al caso por caso) pero pueden ayudar a abrir un espacio de palabra en la casa, mas allá de la hegemonía de lo ideológico, y ayudar a que un sujeto individual emerja frente a la desmentida.  

– Dejen hablar a sus hijos de lo que sienten y piensan, mas allá de lo que deben decir oficialmente.

– Háblenles de lo que siente usted también como persona adulta y pregunte cómo ayudar. La idea es abrir ese espacio de elaboración conjunta.

– Permita a sus hijos tomar partido y respete su posición. Déjelos expresarse con cualquier forma simbólica: la palabra, dibujos, representaciones teatrales —y en esto pueden ayudar otras instituciones civiles, religiosas, grupos de meditación, de juegos, lazos afectivos con mascotas, entre otras posibilidades.

– Estimule la compasión. Para participar en un acto de repudio se necesita deshacerse de la empatía. No reproduzca esto. Es un acto que se sostiene sin empatía. Facilite en la familia más actos compasivos que de respuesta agresiva.

– Hablen de los sentimientos de culpa que pueden aparecer. Una de las reacciones comunes es rumiar pensamientos que buscan razonar que se pudo haber hecho otra cosa.

– Diríjase a un especialista. Repito, no se quede inmovilizado por el silencio. Hable.

– Si alguien de la familia, o usted, tiene ideas suicidas, haga un pacto de palabra con un especialista u otra persona para no pasar al acto. Todos los síntomas que sienta trate de decirlos.

Es urgente y necesario que los psicólogos cubanos reconozcamos que los actos de repudio, y otros sucesos de represión política, no son en absoluto banales. Esta es la invitación que hago a mis colegas: abrámonos a la dimensión ética, clínica y política de la libertad de expresión, a la posibilidad de curarse con palabras.

2 marzo 2021 34 comentarios 5.765 vistas
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