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Autor

Jorge Bacallao Guerra

Jorge Bacallao Guerra

Comediante, escritor y guionista

10 por ciento
Cultura

El 10 por ciento de mi decimoquinto aniversario

por Jorge Bacallao Guerra 23 septiembre 2023
escrito por Jorge Bacallao Guerra

Hace quince años empecé a escribir narrativa. No voy a decir que me acuerdo del día y la hora en la que comencé porque sería exagerar, pero por esas particulares relaciones internas entre sucesos pasados de nuestras vidas que todos manejamos, tengo claro que fue en septiembre.

Me interesaba producir textos que, sin dejar de ser narrativa, se pudieran leer en un ambiente apropiado y funcionaran desde lo humorístico. Debían ser cortos y tener la capacidad de sorprender a un auditorio que al menos escuchara (no para un cabaret a media luz, ni para los carnavales, desde luego). Por aquella época, llevaba ya varios años escribiendo y actuando mis propios monólogos de tipo stand up en peñas universitarias y algún que otro teatro, y en algún momento descubrí espacios en donde acudía gente con hambre de escuchar literatura. Y de reír.  Entonces, en aquel mes ocho, me senté a escribir y salieron cinco minicuentos. Aquí les dejo dos. Ojalá se los pudiera leer, como me gusta a mí.    

 

Diecinueve de noviembre

Antes de empezar déjame decirte algo. Esto que vamos a hacer, el acto sexual, para mí tiene una gran importancia. Claro que te quiero. Si no te quisiera, no te hubiese escogido para esto, para hacer el amor, quiero decir. Tú eres la mujer indicada. Supiste esperar hasta hoy, sin preguntas. Te debo una explicación. Hazme el favor, cállate y déjame terminar, que esto es una cosa muy seria. Hoy, diecinueve de noviembre, es un día muy especial. Un día como hoy, hace cinco años, me dieron el carné de la juventud, y hace veintisiete, mi papá y mi mamá se casaron en un trabajo voluntario. Un día como este nació Capablanca, y nació en Cuba. No me interrumpas, que tú ni sabes jugar ajedrez. Un día como hoy saqué mi primer cinco en la universidad, sin fraude, con la conciencia tranquila, con la satisfacción del deber cumplido, razonando, sin aprender de memoria, porque aprender de memoria es el mayor de los absurdos, porque si falla la memoria, falla todo lo estudiado, como bien dijo José María Heredia. ¿Qué tú dices? ¿Qué fue Félix Varela? Da lo mismo, ninguno de los dos era anexionista. Además, no me contradigas delante de mí. Me quita seguridad. ¿A ti no te enseñaron a escuchar? Hay que escuchar, es lo básico. ¿Por dónde me quedé? Se me fue la idea por culpa tuya… Ya recuerdo. Te hablaba de la trascendencia de este día. Por eso lo escogí para perder la virginidad, y te elegí a ti como instrumento desvirgador. Pero no quería proceder y ya: me era vital explicarte, como corresponde a un hombre romántico, a un proletario de corazón, que conoce las consecuencias de sus actos. Por eso te pedí que te pusieras ese pulóver del Primero de Mayo. Tú eres muy malagradecida. Te tildo de instrumento en el mejor sentido de la palabra, que, por otra parte, no sé por qué te suena fría. A mí, por el contrario, me transmite sensación de calor. Vienen a mi mente serruchos, tenazas… Deberías sentirte orgullosa de que te dé la categoría de instrumento: sin ir más lejos, la hoz y el martillo lo son. Mira, eres un instrumento y punto. Es por tu bien. Vas a recordar toda tu vida este diecinueve de noviembre. ¿Pero de nuevo interrumpiendo? ¿Cómo? ¿Que hemos estado hablando un buen rato y ya es veinte de noviembre? Coño, es verdad. Me cago en diez, es la segunda vez que me pasa… ¿Cómo que qué hacemos ahora? ¿Dónde está tu espíritu de lucha? Nos vemos aquí, dentro de un año.

 

Diez por ciento

El alcalde se dirigió al pueblo para dar importantes noticias. Según dijo, a pesar de que la ciudad estaba mucho mejor que el resto del mundo en todos los aspectos, era necesario tomar una medida decisiva, encaminada a garantizar que la urbe mantuviera su posición preponderante.

La medida consistía en que cada ciudadano debía sobrecumplir en el diez por ciento toda actividad que le diera el sustento. Para dar el ejemplo, una vez terminada su alocución calculó que había hablado por setenta minutos, apeló a la regla de tres, y a continuación habló por siete minutos más, de temas intrascendentes. Este hecho se consideró heroico. El pueblo aplaudió durante diez minutos y después, por orientación de funcionarios debidamente colocados entre la muchedumbre, un minuto más.

En los días ulteriores la medida se aplicó en todas las esferas de la vida. Una brigada que excavaba buscando petróleo encontró crudo de buena calidad a cien metros de profundidad y continuó cavando hasta los ciento diez metros. El campeón nacional de apnea rompió el récord mundial de tiempo sin respirar y murió en pleno cumplimiento de la orientación. Le fue otorgada la categoría de héroe y de cumplidor al ciento diez por ciento. En el velorio se guardó un minuto y seis segundos de silencio.

Este escrito termina en la línea anterior. Esta que lee y la siguiente constituyen el heroico diez por ciento adicional.

23 septiembre 2023 1 comentario
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Jorge Bacallao / día cualquiera
Ciudadanía

Un día cualquiera de un cubano cualquiera

por Jorge Bacallao Guerra 9 septiembre 2023
escrito por Jorge Bacallao Guerra

Nueve de la mañana

Estoy recostado a la cerca de una casa frente a la cola de la tienda MLC. Yo no vengo nunca a estas tiendas, porque son caras y ya no hay nada que sirva, pero anoche, en un grupo de WhatsApp, me llegó el aviso secreto de que iban a sacar cajas de pechuga de pollo rebajadas, porque caducaban pronto. El aviso parece ser que tan secreto no era, porque aquí hay un mar de gente beligerante y explosiva. Yo llegué como a las cuatro de la mañana, y a esa hora fui el tercero. A las cuatro y treintaicinco era el octavo, y a las cinco y diez, el vigesimoprimero.

Cuando al fin organizaron para entrar llegó una señora, que atisbando las caras de la gente de la fila para encontrar al más débil —o sea, al más educado—, se decidió por mí, me desplazó con una cadera voluminosa y me dijo con toda la certeza del mundo que ella iba delante de mí. Traté de argumentar, pero entre que hablo bajito, que soy incapaz de maltratar a una mujer —mayor de edad menos—, y que la cadera de la señora no me dejaba mirarla de frente, no pude imponer respeto. Además, me ofendió y me gritó. Con toda la entereza que pude reunir, le dije que quien más gritaba no era quien tenía la razón. Ella contestó que la razón no le interesaba, que lo que le importaba era alcanzar pechuga.

Sin esperanzas de pechuga y un tin recondenado de la vida, vine a recostarme a la cerca de esta casa, a esperar que pase el tiempo, que suele mejorar las malas situaciones. Se me acaba de acercar otra señora, que en contraste con la anterior es la mar de amable.

—Mijito, ahora ya no tiene arreglo, pero te lo digo para que lo sepas la próxima vez que vengas a hacer cola aquí. Nunca te recuestes a esa cerca, porque el señor que vive ahí, está cansadísimo de que la gente de la cola se le recueste a la cerca, y la unta con grasa gorda.

Una de la tarde

Llego a la primera parada de la 174. Es un parque pequeñito en un cuchillo que hacen dos calles, al pie de un edificio muy grande.

—Buenas tardes, ¿quién es la última persona, por favor?

—¿Para la guagua o para los antecedentes penales? —pregunta a su vez un señor.

—Para la guagua, para la guagua —respondo yo, mientras otro señor se acerca con una importante información.

—Es la misma cola. Una sola hilera de gente, el que vaya para los antecedentes a última hora va a la derecha, y el que se vaya a montar en la 174, coge a la izquierda. Para evitar regueros y confusiones, ¿sabe?

Siento como si se me licuara la masa encefálica e intentara salir por los huecos de las orejas. No respondo, ni siquiera pestañeo. Solamente empiezo a caminar, destino Lawton, con paso lento. El que me vea de espaldas se preguntará qué es esa figura, en forma de cerca, dibujada burdamente en mi pulóver con grasa gorda.

Seis de la tarde

Este es uno de esos momentos en que me pregunto qué hago aquí. ¿Por qué desperdicio mi tiempo cuando podría estar haciendo otras cosas grandiosas en otros lugares? Miro a mi alrededor y veo gente estancada igual que yo, supurando tristeza y desesperanza. ¿Por qué sigo y sigo? ¿Qué me impide irme? Es que ya llevas muchísimo tiempo aquí, me respondo. Sí, pero ¿cuánto más? ¿Y para qué?

A lo mejor dentro de un rato se me pasa, no siempre estoy del mismo ánimo. Pero ahora, en este preciso instante, no tengo la más mínima esperanza de lograr mis objetivos. He visto cómo la gente abandona y se retira. Uno tras otro. Hay quien resiste más, hay quien menos. Algunos conocidos, otros no. En fin, que acabo de decidirme: me voy, ya no aguanto más.

—Mire, señora, quédese detrás del hombre del pantalón azul, que va detrás de la muchacha bajita que fue a su casa, pero dijo que regresa.

9 septiembre 2023 19 comentarios
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taxi
Ciudadanía

A lo que me refiero cuando digo taxi

por Jorge Bacallao Guerra 26 agosto 2023
escrito por Jorge Bacallao Guerra

Veo venir un taxi. No, veo venir algo que podría ser un taxi. Me preparo: acelero el ritmo de respiración, sacudo levemente las manos. Chequeo los posibles rivales y evalúo sus posiciones relativas. Hay tres señoras que vienen juntas; esas pierden conmigo, que ando solo. El tipo de la maleta grande también está en desventaja. Aun así, extiende la mano con el índice en alto y le da dos vueltas al antebrazo (está queriendo decir: voy hasta la rotonda de la Ciudad Deportiva). El taxi (confirmado, es un taxi) amaga con acudir y enseguida siento la sensación inconfundible que provoca la adrenalina. Me solidarizo por décimas de segundo con cada pirata que intentó un abordaje alguna vez. «Vamos, que tú puedes», me digo para darme fuerzas.

Así más o menos, empiezan cada día mis mañanas: aventura. Y la aventura para un día está bien, pero en dosis muy altas estresa y como cualquier caballero Jedi sabe, el stress lleva a la ira, la ira lleva al odio y el odio te conduce al lado oscuro.

En casi cualquier parte del mundo un taxi es un vehículo con chofer y taxímetro. Aquí en Cuba, para calificar un taxi, habría que agregar una lista de identificadores bien extensa y variopinta. Y suavizar lo del taxímetro, porque sería demasiado pedir.

Puede utilizar gasolina, petróleo o combustible doméstico entubado (léase, gas de balita). No hay distinción de marcas, modelos o fechas: puede ser un Audi del año, un Fiat Polaco o un Plymouth Fury del 58. Puede ser por fuera un jeep Willis y por dentro un Lada, o por fuera un Lada y por dentro un Volkswagen escarabajo. La variedad tiende a infinito, como sucede con la vertiente musical del asunto, que también se antoja estocástica. Puedes encontrarte reggaetón, ópera o incluso Radio Reloj, y si tienes suerte, puede hasta tocarte un chofer que cante.

Hay cosas que sí están claras. Por ejemplo, la primera frase del chofer va a ser invariablemente una de estas dos opciones: «Socio, no me vayas a tirar la puerta» o «Amigo, tíreme la puerta bien duro». También es una verdad establecida que los pasajeros prefieren ventanilla. Algunos matarían por ella, y la mayoría miente con tal de obtenerla, con la clásica frase: «Pasa tú, que yo me quedo…» y que en realidad quiere decir: «Pasa tú, que yo me quedo con la ventanilla».

La suerte es que en el mundo, en ocasiones, la justicia se manifiesta de manera imprevista, y el taxista, con tal de ganar un poquito más, coloca en el asiento trasero a cinco personas. No es posible, usted dirá. Lo es. No es magia, es ciencia. Se emplea el método del zipper humano: el primero se inclina hacia adelante, el segundo hacia atrás, el tercero hacia adelante, y así sucesivamente. La naturaleza misma del procedimiento hace que la persona que tanto luchó por la ventanilla, no la disfrute, pues está inclinada hacia adelante y hacia un lado (la persona, no la ventanilla), porque el asiento trasero se hunde en el medio, los cuerpos cambian de nivel y las cabezas se acercan.

Los pasajeros están tan apretados en el asiento trasero que si se durmieran soñarían lo mismo. El pasajero más incómodo es —adivine quién— el de la ventanilla, que para mantener el equilibrio debe colocarse bajo el brazo la puerta del auto (pura justicia).

Desafiando la lógica, esa situación de incomodidad a los cubanos los pone conversadores. Comparten experiencias, opiniones y defienden a ultranza puntos de vista sobre cualquier tema: precios del agro, efectos del calor, posibles finales de las telenovelas en transmisión, si Cristiano Ronaldo es mejor que Messi y un largo etcétera. Estas conversaciones se solapan, se cruzan, se imbrican, se atan y desatan, desafiando la capacidad de concentración y el intelecto. Cada pasajero-orador intenta que su criterio prevalezca y la mejor herramienta es casi siempre aumentar los decibeles, en detrimento de la calidad del argumento. Todo esto, recuerde siempre, con reggaetón de fondo. Hay quien no soporta la tensión y claudica, o explota. Se baja, tira la puerta y grita: «Deja que llegue el último capítulo de la novela para que veas que Messi sí se queda con Cristiano».

Otro detalle sorprendente es que el taxista, chofer o botero, nunca revela para donde va. Es como si pertenecieran a una secta que tiene como ordenanza primera no divulgar el destino. Muchos optan por no responder y otros, por una versión mejorada del cuento de La Buena Pipa. No me crea, haga la prueba. ¿Chofe, para dónde va? ¿Para dónde vas tú? ¿Pero no me puede decir para dónde va?  ¿Para dónde vas tú? ¿Pero usted va a cambiar la ruta por mí?  ¿Para dónde vas tú? y así sucesivamente…Repito: no me crea, pruebe.

Confieso que he estudiado detalladamente cómo dirigirme al taxista para maximizar la probabilidad de que me lleve. He sido víctima de respuestas crueles y desenfadadas. Una vez pregunté: Chofe, ¿41 y 42? Me gritó: ¡83! Y aceleró. Y otra vez: Chofer, ¿Víbora? Y tú, ¡Anaconda! Así que he aprendido, en materia de taxis, a dosificar la educación formal. Pedir de favor que te dejen donde puedan, puede significar bajarte un par de buenos kilómetros después de donde tenías planeado. Tengo algunas estrategias que funcionan, y las comparto con usted.

  • Súbase al taxi primero y después pregunte para dónde va. Siempre habrá tiempo de bajarse en caso de que no le convenga.
  • No deseche un vehículo por incómodo. El siguiente podría no pasar nunca. En buen cubano: la luz de adelante es la que alumbra.
  • Espere lo mejor y prepárese para lo peor. No se asombre de nada. La ventanilla puede que no suba, que no baje, o que no exista. La puerta puede que no cierre, o que no abra. Usted tranquilo. Que nada le empañe la sonrisa.

El tema es profundo y espinoso. Se quedan muchísimas cosas por decir. Yo, por mi parte, después de escribir esta líneas voy acostarme temprano y a descansar, que mañana me espera un día complicado.  Uno de esos días que empieza tratando de subirme a donde usted ya seguro se imagina.

26 agosto 2023 5 comentarios
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Jorge Bacallao en su servicio militar
Ciudadanía

Mi servicio militar

por Jorge Bacallao Guerra 12 agosto 2023
escrito por Jorge Bacallao Guerra

Yo hice el servicio militar hace 25 años en el Combinado del Este, la prisión más grande de Cuba, llamado 34 y medio. Tengo cuentos para llorar, pero esos no son para hoy. Hoy, tocan tres anécdotas que atesoro con celo.

Récord Mundial

La previa la hicimos en una escuelita detrás del Combinado. Allí, al final de los 45 días, tuvimos que hacer varias pruebas de eficiencia física. Los 100 metros los corrimos en botas y sin camisa, a las dos y media de la tarde de un día de verano, en un polígono de chapapote. Dos reclutas se tropezaron y se limaron el pellejo contra el asfalto caliente. Quemadura por fricción, le llaman.  Yo sentí que corrí bien, y llegué entre los primeros, pero cuando fui a buscar la nota tenía B, y nadie tenía MB ni Excelente. Le pregunté al profesor, que era un tipo de muy pocas palabras:

—Es muy difícil sacar excelente, esto es para soldados de verdad

—Pero bueno, jefe, ¿qué tiempo hay que hacer?

—Jefe no, suboficial. Mire que usted pregunta. No pregunte tanto y corra más. A ver… —registró unos papeles—. Para el excelente hay que bajar de 9 segundos.

—Eh…, permiso, suboficial, pero el récord mundial de 100 metros planos en pista es 9,84, de Donovan Bailey

—¡Está bueno ya! Ocupe su lugar. Lo voy a decir alto aquí para que no me estén viniendo a protestar: si el Donovan ese pasa la previa aquí, y no baja de 9, no coge excelente

Y así fue como me fui con B en 100 metros planos la vez que más rápido he corrido en mi vida. Me mataron la esperanza

El martes que viene

La previa fue en una escuelita con nombre de héroe. Ahí preparaban cursos del SEPSA y cosas por el estilo. La pasé bastante bien, sobre todo porque soy un tipo que se amolda. Hasta que llegó el día de las ubicaciones. Me tocó el Combinado, la prisión que más lejos me quedaba, a pesar de que había informado que vivía solo con mi abuelo y de que había tenido un comportamiento destacado.

Cuando vi al político y le quise consultar, me paró y me dijo con una sonrisa que esos asuntos los trataba en su oficina, no en los pasillos. Hay que aclarar que no estábamos en un pasillo sino en el comedor. Fui a su oficina el día siguiente, y aunque estaba jugando Solitario Spider, me dijo que el día de atención a reclutas era el martes. El político era un señor que frisaba los 60 años, regordete y bonachón, que hablaba despacio y bajito, siempre con una sonrisa jocosa. Era de esos tipos que cuesta un mundo cogerle odio.

Fui el martes. Le pregunté la causa de mi asignación, ya que me quedaban más cerca otras prisiones. Además, le recordé que había sido un soldado ejemplar. Ven el martes que viene, para darte una respuesta, me dijo. Fui el otro martes. Me explicó que el Combinado era el frente de batalla más fuerte que había, y que la revolución le asignaba las tareas más duras a los soldados más capaces. Que mi asignación era un estímulo, por los méritos acumulados.

Yo esperaba algo así, de manera que le pregunté por el caso de Osiel González, el peor soldado, de peores resultados y más indisciplinado, que a pesar de ser de Marianao lo habían castigado mandándolo para el Combinado. Se rascó la cabeza y pareció dudar. Ven a verme el martes que viene, para tenerte una respuesta.

Resignado, asistí el siguiente martes.

—Ya te tengo la respuesta. Es muy sencillo, lo que para Osiel es un castigo, para usted es un estímulo.

—Entiendo, gracias. ¿Usted me puede poner eso por escrito?

—Por supuesto. Ven el martes que viene.

—La previa se acaba el sábado.

—¡Ah!, caramba, ¡qué lástima! Te pusiste fatal.

Pasé un año en el Combinado. Con Osiel.

La sala de juegos

Juego ajedrez desde niño. Juego bien. Sin un especial talento para el juego ciencia, fue el deporte de mi niñez y adolescencia y llegué a tener un Elo cercano a 2150. Todavía hoy juego a cada rato por internet.

Por eso, cuando nos dijeron el primer día de la previa que había sala de juegos y nos la enseñaron, vi el mundo en colores brillantes. Una islita en el mar de marchaderas y consignas.

Después supe que no iba a tener mucho tiempo para ir a jugar ajedrez, ping pong (sí, también había flamantes mesas de ping pong), ni nada, pero aun así, fui.

Estaba cerrada. Siempre cerrada. Hasta un día que alguien la vio abierta y nos avisó. Dejamos de almorzar tres de nosotros para jugar dos partidas. Para tratar, quiero decir. Había unos tipos allí que nos informaron que teníamos que averiguar qué día le tocaba la sala de juegos a los reclutas.

Fui a ver al político y quedó en averiguarme. Al político tú no le podías preguntar si te lo encontrabas, tenías que ir a su oficina. Eso sí, siempre estaba de buen humor y muy bien afeitado, y jamás le faltó un saludo y una sonrisa. Que no le resolvían ni cohete a nadie, pero faltar, no faltaban, y eso en un mundo en donde todo el mundo te grita, se echa a ver.

El político me averiguó: los domingos. Una jodedera, porque era el día de visita, que era la primavera semanal allí. Pues el domingo dejé unos minutos a la familia y fui como a las dos a ver la sala, por curiosidad. No es que fuera adivino, pero bobo tampoco. Estaba cerrada.

Le pregunté al político y quedó en averiguarme. Me citó para el martes en su oficina.

—Ya le tengo la respuesta a su inquietud, Bacallao. Mire, la sala de juego para los reclutas está prevista los domingos. Pero la sala la abre y la cierra un recluso. Y como usted sabe, los reclusos descansan los domingos.

Jaque mate.

12 agosto 2023 2 comentarios
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