La Joven Cuba
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Joany Rojas Rodríguez

Joany Rojas Rodríguez

bloqueo

La maldita circunstancia del bloqueo

por Joany Rojas Rodríguez 15 octubre 2020
escrito por Joany Rojas Rodríguez

En estos días de miserias y escaseces, agudizadas por las circunstancias que todos sabemos, más de una vez me he remitido a los días felices de mi infancia. El imprescindible bistec de res, el congrí y los tostones de la comida vespertina de los domingos; aquellas sopas, carne de res incluida, que mis padres me obligaban a tomar porque no me gustaban; los potecitos de yogurt a diez centavos, las barras de mantequilla…

También el jurel que mi padre compraba en la pescadería más cercana y que luego comíamos frito o en arroz; los desayunos de fin de semana a base de huevo frito, chicharritas, café con leche y pan; el carro del helado, que aparecía con cierta frecuencia, y que los chiquillos del barrio recibíamos llenos de felicidad; los cumpleaños con piñatas, dulces, refrescos; aquellas empanadillas rellenas con carne que tanto me gustaban y que mi padre me compraba, además de otras chucherías que no recuerdo, cada vez que íbamos al estadio o al zoológico… en fin, era la década del ochenta.

Eran años hoy añorados por muchos, abundantes en materia de alimentos, y en otras materias también. En aquella época los cubanos vivíamos ajenos al bloqueo y sabíamos muy poco o nada al respecto. Los generosos subsidios soviéticos, y los mecanismos comerciales con el CAME, beneficiosos para Cuba, levantaron una cortina de humo en torno al tema. Solo sabíamos que los yanquis eran (son) malísimos, que el capitalismo es mucho peor, y que vivíamos en el mejor de los lugares, en un país socialista lleno de sueños y utopías, cuyo único camino posible era el de la victoria.

Luego vino el mazazo, fue como caer de nalgas en la dura y áspera roca de la realidad. Apareció la retórica de la resistencia, apareció el bloqueo en el discurso oficial. Ya no importaban las promesas de una sociedad nueva, del austero y revolucionario Hombre Nuevo. Aguantar, resistir y vencer, eran los infinitivos a la orden del día. Y por supuesto, acá todo estaba bien, el problema eran (son) los yanquis, que personifican lo peor.

Y así pasaron décadas, años enteros en que, mientras sufríamos privaciones de todo tipo, el gobierno ignoraba su parte podrida en el festín de gusanos que es la política, y culpaba de todos nuestros males al bloqueo imperialista, como un salvoconducto que lo mismo servía para la escasez de combustible, que para la falta de plátano burro en las placitas.

En todos estos años se ha creado una cultura de la resistencia, pero resistir no es vencer.

Hemos aguantado, hemos resistido, ¿pero a qué costo? Es increíble cómo el gobierno ha mantenido durante tantos años políticas económicas que, lejos de combatir el bloqueo, lo ayudan y lo fortalecen. Es más increíble todavía que se insista en mantener un modelo de gestión económica en la agricultura cubana probadamente fracasado en el modelo soviético.

Diríase que este estado de cosas le conviene y favorece a la más alta élite política de nuestro gobierno, o más bien obedece a caprichos que hace rato echaron canas y por desidia, inmovilismo, falta de voluntad, senilidad mental o vaya usted a saber qué cosa, no quieren correr riesgos, y prefieren dejar las cosas como están. Quién sabe si mañana ocurre un milagro y baja un ángel del cielo a quitarnos el bloqueo…

Igual de terca es la insistencia de los sucesivos gobiernos norteamericanos en mantener una política de asedio anacrónica y hasta ridícula. Porque, vamos a ver, si tienen relaciones normales con Viet Nam, país donde murieron decenas de miles de soldados de EU en una larga y cruenta guerra, donde gobierna un partido comunista, entonces, ¿cuál es la inquina con nosotros? Razones geopolíticas podrían explicar el asunto, pero la verdad, a estas alturas, es como buscarle la quinta pata al gato. No obstante, me atrevería a afirmar que la política de bloqueo y asedio de EU no ha fracasado del todo.

El hecho de que hoy tengamos un gran conglomerado empresarial militar, que surgió como necesidad de autosustento de las FAR, debido a la amenaza enemiga, y que ha alcanzado proporciones gigantescas en detrimento de sectores tan sensibles como la agricultura y la vivienda, por ejemplo, es una pequeña gran victoria de nuestros enemigos, y ellos lo saben.

Otra lo sería esa política de economía de guerra que rige nuestro día a día, y que lleva, por ejemplo, a almacenes llenos de productos deficitarios, o a políticas de distribución que privilegian “lo poquito” por encima de lo suficiente. O la visión extendida y aceptada de la inviabilidad económica en el socialismo.  Estos aspectos victoriosos del bloqueo, nos llevarían a suponer que la asfixia económica de todo un país, y la rebelión de su gente contra el gobierno, no son los únicos objetivos que el susodicho bloqueo pretende.

El bloqueo ha tenido bastante éxito en algunos renglones.

Entre los objetivos que ha logrado el acoso podemos mencionar la unidad a ultranza, la intolerancia y persecución a quienes opinan diferente, son aspectos de nuestra realidad que han ido trabajando lentamente en el subconsciente colectivo y que han creado un efecto de desgaste que ya empieza a notarse en la población cubana.

Como dijo una vez un reconocido periodista español y experto en temas internacionales, amigo de la Revolución, “en Cuba se aplica el principio de San Ignacio de Loyola: en una fortaleza asediada toda disidencia es traición”. Y esa, amigos míos, es la  gran victoria del omnipresente bloqueo, el bloqueo que nos impone la mayor potencia de la historia y que todos creen un fiasco total.

El día que cese esta política, su fantasma seguirá presente por largo tiempo. Me imagino el discurso: “las difíciles circunstancias actuales, debidas en gran parte a las secuelas de un bloqueo que duró más de sesenta años…”

Recientemente, debido al SARS-CoV-2 y la administración Trump, hemos vuelto a darnos otro mazazo con el mundo real. Ojalá seamos capaces de construir una realidad en la que el bloqueo deje de ser un pretexto, una realidad en la que saquemos el máximo de lo que podemos hacer aquí sin mirar tanto hacia afuera, como esperando un milagro. Una realidad en la que el discurso diga: “gracias al emprendimiento individual y colectivo avanzamos hacia el bienestar”. Una realidad en la que el bloqueo deje de estar en todas partes.

15 octubre 2020 20 comentarios 431 vistas
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seis

Crónica de los seis días

por Joany Rojas Rodríguez 2 octubre 2020
escrito por Joany Rojas Rodríguez

Cuando fui al policlínico llevaba dos días sintiéndome mal. Síntomas de malestar físico y fiebres de 38 grados. Según mi experiencia era muy probable que se tratara de dengue. La ausencia de tos y molestias en la garganta me inclinaban a descartar la hipótesis de una gripe, y por ende el temido coronavirus. Ya con esta sería la cuarta vez en mi vida que tendría que enfrentarme a la molesta enfermedad transmitida por el mosquito. Después de las preguntas y análisis médicos de rigor el médico confirmó mi sospecha. Síntomas típicos del dengue, me dijo, y acto seguido dictaminó que debía ingresarme en las instalaciones destinadas al efecto.

Debo confesar que las tres veces anteriores que me vi aquejado por la enfermedad no me ingresé. Ya sé que fue irresponsable de mi parte, pero el hecho no fue gratuito. Resulta que la primera vez que me estrené con dengue, tal y como me había orientado el médico de guardia del policlínico acudí a este último pertrechado con mi mochila, para esperar la guagua que nos llevaría a mí y a otros enfermos al hospital donde debíamos ingresar.

Llegué a las cinco de la tarde, el transporte nos recogería a las seis. Sin embargo, cinco horas y media después, aún seguíamos esperando. Era un espectáculo desolador ver a personas mayores, a madres con niños pequeños, amontonados en los pocos bancos que había a la entrada del policlínico y en la sala de estar, incluso en el suelo. Mientras estuve ahí me dio fiebre dos veces y tuve que acudir al médico de guardia para obtener un par de calmantes que me bajaran la temperatura. A las once y cuarenta y dos de la noche decidí que ya era suficiente y me largué para mi casa.

Quedo puesto y convidado, me dije, para la próxima me quedo en casita. Y así fue. Las otras dos veces pasé el dengue en  casa, dicho sea de paso, sin mayores consecuencias.

Pero eso fue hace años y los tiempos han cambiado, y mal que me pese admitirlo, yo también he cambiado. Con los años uno se vuelve más prudente y cuidadoso, sobre todo en circunstancias como las que estamos viviendo, con un virus terrible al acecho que desafía la capacidad de resistencia y cordura de los seres humanos. Así que decidí acatar lo establecido, y a las diez de la mañana ya estaba yo, una vez más, en el mismo policlínico, esperando el transporte que nos llevaría a mí y a otros a nuestro destino final. Por suerte esta vez la historia fue diferente y la guagua apareció poco más de una hora después.

El lugar donde ingresan a los enfermos de dengue en la cabecera provincial de Camagüey es conocido como “el hospitalito detrás de la Vocacional” y pertenece al hospital Amalia Simoni. Alejado de zonas urbanas densamente pobladas el acceso resulta difícil, más en las condiciones actuales de escaseces de todo tipo, incluyendo la falta de transporte, lo cual es problemático para los familiares de los pacientes ingresados, siempre prestos y preocupados por hacer más llevadera la estancia de estos últimos, llevándoles provisiones y cuantas cosas necesiten.

Y como en mi casa nadie tiene carro agarré el móvil y llamé para avisar que no era necesario que me llevaran nada, que el lugar queda demasiado lejos, que voy a estar bien, etc…

La evolución del dengue oscila entre los dos y seis días, y como ya estaba en la segunda jornada después de la primera fiebre, debía permanecer allí cinco días, y de esa manera completar el ciclo. Debo decir que había oído historias terribles de aquel lugar, pero cuando llegué no me pareció tan malo. La limpieza es impecable, y la atención de los médicos y enfermeras para con los pacientes no deja lugar a dudas de su nivel de entrega y de compromiso.

Constantemente preguntan cómo estás mientras toman tu temperatura y tu presión, y si tienes fiebre o algún otro malestar no faltan los calmantes para aliviar tus males. Que en medio de la escasez generalizada de medicamentos de todo tipo haya disponibilidad de ellos en instalaciones como esta dice mucho de la voluntad de nuestro gobierno, que prioriza recursos  en situaciones de alto riesgo para la salud de las personas, aún en medio de tantas penurias y dificultades.

Limitado por el confinamiento bajo el mosquitero pensaba en el contraste entre la atención que recibíamos los que allí estábamos por parte de médicos y enfermeras, y la mal-atención que en muchas ocasiones recibimos en la consulta de un policlínico o de un hospital, cuando notas que el médico te mira de mala gana porque te ve llegar con las manos vacías.

O incluso en el consultorio del médico de la familia, en el consultorio al que pertenezco, por ejemplo, cuando hace poco fui a tomarme la presión, debido a que soy hipertenso, y la doctora montó en cólera porque ya eran las once de la mañana, y, según ella, esas no son horas de tomarse la presión. O cuando pasas horas enteras de pie en un pasillo de hospital, frente a la puerta de la consulta de un especialista, esperando con paciencia infinita para que atiendan tu dolencia. Desgraciadamente abundan ejemplos.

Por suerte también abundan médicos y enfermeras responsables, con sentido de pertenencia y respeto hacia su profesión, como los que trabajan en “el hospitalito atrás de la Vocacional”. Por encima de la sensación de molestia por estar fuera de mi casa y lejos de los míos, predominó la sensación de seguridad, de sentirme bien cuidado y estar en buenas manos. Así que para la próxima me ingreso sin dudarlo, siempre y cuando el transporte llegue, por supuesto.

Una última reflexión. Si tenemos un sistema de salud que a pesar de los pesares es fuerte, con capacidad de respuesta ante situaciones complejas como la que actualmente atravesamos, si contamos con protocolos médicos cada vez más avanzados y seguros, si disponemos de grandes avances en la medicina, si, incluso, hemos hecho de los servicios de salud una fuente de ingresos, si hemos avanzado tanto en esta esfera…

¿Cómo es posible que no seamos capaces de producir los alimentos que necesitamos? ¿Cómo es posible que tengamos una economía estancada en mecanismos obsoletos, al extremo de llegar al ruinoso y lamentable estado en el que estamos hoy? Ah sí, ya sé, el bloqueo.

2 octubre 2020 6 comentarios 366 vistas
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ungrateful

We the Ungrateful

por Joany Rojas Rodríguez 19 septiembre 2020
escrito por Joany Rojas Rodríguez

We are not ungrateful. The appearance by the Minister of the Food Industry on the national television program Mesa Redonda has triggered criticism, comments, jokes, and memes in the Cuban social sphere and on social media, the usual whenever a public figure screws up badly. And the repercussions go beyond his figure since these events often bring to the fore others which, under normal circumstances, remain concealed behind the happy curtain of silence.

I will not refer to what the minister said or to how he said it… or maybe I’ll do it below. Remember the memes about Trump and the disinfectant? Many of us witnessed or participated in the criticism, comments, and challenges to the president of the most powerful nation in the world for such a foolish remark. Many of us laughed and enjoyed the internet memes on the topic that sprouted daily on the web. One of the qualities that distinguish human beings is laughter, the mockery of what they consider terribly stupid or ridiculous, and that is – correct me if I’m wrong – an escape valve in stress situations. That’s the reason why, for example, the entire world laughed its head off with the magnate’s blunder, instead of having him shot in the head or sending him a missile.

All public figures are exposed to public scrutiny.

We Cubans have an idiosyncrasy molded by shortages and by our typical joyful character. Joking is a natural part of our culture and it has helped us survive through the worst moments, whether individual or collective. Even in funerals, we make jokes. In buses, when people who are desperate for having waited so long trying to get on through a gauntlet of shoves and elbows, practically walking over each other, you see many splitting their sides with laughter as if they were being tickled to death. And that’s because humor is inseparable from the way we are. Whoever tries to take that away from us has already lost the battle.

However, in the last few days, after the broadcast of the above-mentioned Mesa Redonda and everything it triggered, some official media have labeled as being ingrates, parasites, and even bought by the enemy all of those who took to the networks to laugh at the minister’s apparent ineptitude and lack of preparation, and I say apparently because one must always give the benefit of the doubt. Cubans have always made jokes about our leaders, and we have laughed at their fickleness and mistakes. The difference is that now we can express it on social media, which, for better or worse, is here to stay.

It seems the government authorities and the official media haven’t heard about it. We all remember that botched article in the Granma newspaper in which they criticized the makers of the popular TV show Vivir del Cuento for the parodic portrayals of cadres and political leaders at different levels. We know what came afterward. The thing is that our government officials – always so serious and solemn, so impeccable, so pure and all-knowing, so perfect – are never wrong, they never admit any mistakes, and that’s why it’s unfair that we criticize them and even have a laughing fit when we see them talk like they just came out of a science-fiction film.

It would appear we Cubans live surrounded by comfort and lacking nothing, thanks to the efficient and solid work of our officials. I mean, we would be very ungrateful if we showed dissatisfaction in the form of jokes and mockery. In short, the appearance by the comrade minister of the food industry deserves a deluge of applause and loads of gestures and words of gratitude for having informed the people so coherently, with explanations as transparent as chemically pure water, and, above all, for leaving our bellies full with the couple billion tons of food that are being produced.

We have all the right in the world to joke and laugh.

Isn’t it enough with the shortages and miseries we’re enduring? Are we also to worship mediocrity, lack of clarity, poor management, and the outdated verbal diarrhea that justifies everything with the siege of the blockade? Must we feel grateful for that? Must we feel grateful that they mean to feed us with tripe and croquettes? In developed countries, they also make canned food for dogs and cats. Do they think we’re stupid? Pig and cow tripe. And the meat, comrade minister? Who’s eating that?

If one is an ungrateful parasite that contributes nothing to society for laughing at the blunders of our leaders and asking these questions, then sure, I am one. If our officials don’t want to be the object of jokes and mockery, then come back to earth, put your feet on the ground once and for all, because our people, who use humor and jokes as an escape valve, and who also have a high level of education, isn’t stupid at all and will continue to laugh at everything and everyone whenever it feels like it.

Translated from the original

19 septiembre 2020 0 comentario 360 vistas
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odio

El odio de ambos lados

por Joany Rojas Rodríguez 15 septiembre 2020
escrito por Joany Rojas Rodríguez

En días recientes se publicó en Granma el artículo El odio no es cubano, referente a ese sentimiento tan dañino y oscuro. En este caso el que a diario se proyecta en las redes y otros medios contra la Revolución Cubana. En dicho artículo se plantean preguntas que parecen sacadas de una torre de marfil, y que ignoran hechos y realidades que los cubanos de acá, muy a pesar nuestro, conocemos bien. Reacción violenta, amenaza rugiente, groseros epítetos por el solo hecho de no coincidir políticamente, son algunas de las expresiones utilizadas para referirse a los que, desde aquel lado, se manifiestan visceralmente contra nuestro sistema político y todo aquel que lo defiende.

Seamos claros. La campaña mediática contra la Revolución Cubana es brutal, ofensiva y en ocasiones ridícula. Los que la llevan a cabo no tienen límites ni escrúpulos. Muchos de los que interactúan en las redes sociales han sido víctimas de todo tipo de insultos cuando defienden posturas favorables a nuestro proyecto político. Esa es una verdad indiscutible.

Pero también lo es que de este lado también se insulta, se ofende y se degrada, y lo peor, que se suele echar en el mismo saco a todo aquel que vive allá y que cuestiona el proceso revolucionario desde cualquier punto de vista. Sí porque, como siempre nos han enseñado, quien olvida su historia está condenado a repetirla, y no podemos olvidar que aquí en Cuba también se fomentó y se fomenta el odio, aunque en el presente los matices sean tal vez más sutiles.

No podemos olvidar las tristemente célebres Brigadas de Respuesta Rápida.

En décadas pasadas estas tuvieron como misión linchamientos morales, y a veces hasta físicos, a todo aquel que quiso emigrar. Si tenemos en cuenta que la emigración es un fenómeno tan viejo como la humanidad, y que parte del deseo natural del ser humano de buscar mejores condiciones de vida, que criminalizaran tan ferozmente a quien quisiera hacerlo, al día de hoy nos parece una barbaridad.

Tampoco podemos olvidar las aún más tristemente recordadas UMAP, en las que se encerró a todo aquel que no comulgara con la “moral revolucionaria”, considerados ajenos al concepto del Hombre Nuevo, vejándose la individualidad y la dignidad humanas de todo el que sufrió semejante disparate.

Tampoco podemos ignorar la intolerancia practicada durante años por nuestro gobierno con todo aquel que se ha atrevido a criticar o cuestionar, desde un punto de vista u otro, ya sea de manera constructiva o no, el sistema imperante, en aras de la unidad a ultranza. Debemos también recordar a los artistas e intelectuales que han sido condenados al ostracismo y al silencio, por disentir o expresar sin tapujos y con transparencia sus opiniones sobre determinados temas.

Es triste, pero los hechos están ahí, y han condicionado la visión de muchos respecto a Cuba, tanto dentro como en el exterior, creando rencores y resentimientos que aún perduran en los que residen fuera del país, principalmente en Estados Unidos.

Algunos odian porque sufrieron en carne propia lo antes mencionado, otros se dejan arrastrar por el contexto, otros lo hacen sin motivos aparentes, aunque es probable que al emigrar ya llevaran dentro el germen del odio, debido a malas experiencias vividas en su país.

Sin embargo, el odio, el desprecio, el insulto, la ofensa, no son patrimonio exclusivo de quienes, desde afuera, atacan el proceso revolucionario. Si usted revisa en las redes los foros y comentarios de partidarios de la Revolución, va a encontrar pequeñas joyas de maledicencia y encono verbal. Malnacidos, mercenarios, gusanos, malagradecidos, vendepatrias, apátridas, son de los insultos y ofensas más decentes que pueden leerse. Lo peor es que reconocidas figuras públicas del gobierno han caído en esta especie de chusmería virtual que muy poco favor nos hace.

Esos adjetivos son también posturas de odio, intolerancia y desprecio.

¿Qué moral nos asiste entonces para criticar a quienes la emprenden contra nosotros desde posiciones extremistas? ¿Qué tipo de disposición al diálogo podemos enarbolar, si, incluso desde el gobierno, se alienta este tipo de comportamiento? ¿Qué decencia y qué respeto vamos a reclamar si no somos capaces de llevarlo a la práctica nosotros mismos? La Revolución tiene derecho a defenderse, es innegable, pero ello no puede convertirse en un pretexto para ofender y denigrar.

El caudal político de la Revolución no es lo que era hace treinta o cuarenta años, la miseria y las constantes escaseces, además de otros factores, han creado mucho descontento, y la reacción a eso no puede ser la misma que la de nuestros enemigos cuando ven que el poder revolucionario sigue en pie.

Más aún, si queremos que nuestros emigrados formen parte del proceso de reformas económicas que pretende llevarse a cabo, no podemos seguir echando a todos en el mismo saco, ni juzgarlos porque decidieron irse de Cuba, ni apartarlos con ofensas e insultos porque no estén de acuerdo con el socialismo como sistema político y así lo manifiesten. Pagarles a nuestros enemigos con la misma moneda es facilitarles el camino.

Hay odio, sí, pero en ambas orillas. Ya es hora que del lado de acá nos llamemos a reflexión. Si los que nos odian persisten en su retórica, allá ellos. Pero nosotros no podemos seguir ese camino. No es sano ni constructivo. Bien que lo sabemos.

15 septiembre 2020 36 comentarios 454 vistas
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malagradecidos

Nosotros los malagradecidos

por Joany Rojas Rodríguez 14 septiembre 2020
escrito por Joany Rojas Rodríguez

A raíz de la mesa redonda en la que intervino el ministro de la industria alimentaria, se han desatado en el ámbito social cubano, y en las redes, críticas, comentarios, burlas, memes, en fin, lo habitual cuando una figura pública mete la pata hasta el fondo y su repercusión va más allá de su figura, ya que estos hechos suelen traer a la palestra otros que en circunstancias normales permanecen ocultos bajo la sombra feliz del silencio.

No voy a referirme a lo que dijo el ministro o cómo lo dijo, quizá lo haga más abajo. ¿Se acuerdan de los memes de Trump y el desinfectante? Muchos fuimos testigos o partícipes de las críticas, comentarios y cuestionamientos al presidente de la nación más poderosa del mundo por semejante disparate. Muchos nos reímos y disfrutamos con los memes sobre el tema que a diario salían en las redes.

Una de las cualidades que distinguen al ser humano es la risa, la burla a lo que consideran terriblemente estúpido o ridículo, y es, corríjanme si me equivoco, una válvula de escape en situaciones de estrés. Es lo que permitió, por ejemplo, que en lugar de dispararle en la cabeza o mandarle un misil teledirigido, el mundo entero riera a mandíbula batiente de la pifia del magnate.

Toda figura pública se expone al escrutinio público.

Los cubanos tenemos una idiosincrasia moldeada por las penurias y el carácter alegre que nos distingue. El choteo forma parte natural de nuestra cultura y nos ha ayudado a sobrevivir en los peores momentos, ya sea individual o colectivamente. Hasta en los velorios se hacen chistes. En las guaguas, cuando la gente, desesperada por tanta espera, trata de montar en medio de empujones y codazos, pasando unos por encima de otros, usted ve a muchos desternillados de la risa, como si estuvieran en pleno zafarrancho de cosquillas. Y es que el humor es consustancial a nuestro modo de ser. Y quien intente quitarnos eso tiene la batalla perdida.

Sin embargo, en estos días, luego de la transmisión de la susodicha mesa redonda y todo lo que desató, en algunos medios oficiales, se ha juzgado de ingratos, parásitos, malagradecidos, y hasta de pagados por el enemigo, a todos aquellos que en las redes se han reído de la aparente incapacidad y falta de preparación del compañero ministro, y digo aparente porque siempre hay que dar el beneficio de la duda. Desde siempre los cubanos hacemos chistes a costa de nuestros dirigentes, y nos hemos reído de sus inconstancias y desaciertos. La diferencia es que ahora podemos exteriorizarlo en las redes sociales, que para mal o para bien llegaron para quedarse.

Al parecer las instancias del gobierno y los medios oficiales no se han enterado de ello. Todos recordamos aquel infeliz artículo del periódico Granma, en el que se cuestionaba al equipo del popular programa Vivir del cuento por las paródicas representaciones de cuadros y dirigentes de distintos niveles. Ya sabemos lo que vino después. Es que nuestros funcionarios gubernamentales, tan serios y solemnes, tan impecables, tan impolutos y omnisapientes, tan perfectos, nunca se equivocan, no admiten errores, y por eso es injusto que los cuestionemos y hasta nos dé un ataque de risa cuando vemos que hablan como salidos de una película de ciencia ficción.

Pareciera que los cubanos vivimos llenos de comodidades y sin carencias, gracias al trabajo eficiente y sin fisuras de nuestros cuadros. Vaya, que seríamos unos ingratos si mostráramos descontento en forma de chistes y burlas. En fin, que la intervención del compañero ministro de la industria alimentaria merece un diluvio de aplausos, y montones de gestos y frases de agradecimiento por haber informado al pueblo con tanta coherencia, con explicaciones transparentes como el agua químicamente pura, y, sobre todo, por dejarnos el estómago lleno con el par de mil millones de toneladas de comida que se producen.

Tenemos todo el derecho del mundo a reírnos y burlarnos.

¿Acaso no basta con las penurias y miserias que estamos pasando? ¿También debemos rendirle culto a la mediocridad, la falta de lucidez, la mala gestión y la caduca verborrea de justificarlo todo con el asedio del bloqueo? ¿Debemos sentirnos agradecidos por eso? ¿Debemos sentirnos agradecidos porque nos quieran alimentar con tripas y croquetas? En los países desarrollados también se fabrican embutidos para perros y gatos. ¿Acaso nos toman por idiotas? Tripas de cerdos y vacas. ¿Y la carne, compañero ministro, quién se la come?

Si soy un ingrato, un malagradecido, un parásito que no aporta nada a la sociedad por reírme de los desaciertos de nuestros dirigentes, y plantearme estas interrogantes, entonces sí, lo soy. Si nuestros funcionarios no quieren ser objetos de risas y burlas entonces aterricen, acaben de poner los pies en la tierra, porque nuestro pueblo, que usa el humor y el choteo como válvula de escape, y que además goza de un alto nivel de instrucción, no tiene un pelo de tonto y va a seguir riéndose de todo y de todos cada vez que le dé la gana.

14 septiembre 2020 65 comentarios 510 vistas
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queso

Del queso y otros demonios

por Joany Rojas Rodríguez 7 septiembre 2020
escrito por Joany Rojas Rodríguez

Hágase la luz, siempre que sea legal, por supuesto. 

Frase célebre de Palante

Todo no comenzó con el queso sino por los revendedores y acaparadores. Gente que lucraba con productos destinados al consumo de la mayoría, y se llenaba los bolsillos a costa de precios prohibitivos para todo aquel que vive de salarios escasos y pensiones paupérrimas. Sin embargo la cuestión ha tomado ribetes que hacen pensar en los famosos agujeros negros, capaces de tragarse todo tipo de materia, incluso la luz.

Cada noche asistimos a reportajes en el NTV que ponen a prueba nuestra capacidad de asombro e indignación. Y es que la campaña de la supuesta lucha contra la corrupción y las ilegalidades se ha convertido en una verdadera cacería de brujas. Y digo supuesta porque es bien sabido que nuestro país está lleno de delincuentes de cuello blanco. Pero a esos al parecer no les toca salir por el noticiero. Disponen de una franquicia que los hace invulnerables a la vista pública, y en algunos casos a las leyes.

En un país que acaba de anunciar el establecimiento de la pequeña y mediana empresa privada, es un absurdo y un sinsentido que persigan y encarcelen a personas que han llevado a cabo negocios que no son otra cosa que el producto de su esfuerzo, sin robarle a nadie, sin desviar productos sensibles al consumo de la población. Cualquiera puede decir que, en el caso del vendedor de queso, la leche que dejaba de tributar al Estado era la leche del pueblo. ¿En serio?

En mi caso vivo en una provincia históricamente alta productora de leche, y resulta hasta gracioso cómo uno de los establecimientos estatales más conocidos por el pueblo del municipio cabecera, La Casa del Lácteo, ha permanecido, desde su fundación hace ya unos años, con los anaqueles vacíos. ¿La leche de los niños? Aunque el plan de producción se sobrecumpla cien veces por encima, la cantidad a distribuir no aumenta, y los niños siguen dejando de ser niños a los siete años.

Entonces, este campesino que se dedicaba a vender queso por su cuenta, ¿a quién hacía daño? ¿Acaso no son sus vacas? ¿Acaso no es su leche? Ah, se me olvidaba, todo lo que tenga que ver con el ganado mayor y sus derivados es patrimonio exclusivo del Estado. No importa cuánto sacrificio aporte el campesino para cuidar y alimentar sus vacas. No importa que todos los días madrugue como el que más para el ordeño y acopio de la leche.

El Estado, cual gigantesco ente parasitario, succiona la savia del fruto del trabajo de estos hombres, escudado en leyes ridículas y obsoletas que funcionan como muro de contención a cualquier intento de independencia económica que se salga de la narrativa del Estado Socialista como bienhechor absoluto y padre generoso del pueblo humilde y agradecido. Leyes que se intentan justificar con el, a estas alturas ya dudoso, principio de redistribución socialista.

Recuerdo un reporte en el noticiero del mediodía, hace unos tres o cuatro años, sobre la fábrica de queso de aquí de Camagüey, en el que el periodista, con el bombo y platillo acostumbrado, hablaba de la producción de queso con destino a la canasta básica, mientras las imágenes mostraban grandes estantes llenos de suculentos quesos que ni en sueños uno llegaría a probar. La pifia vino cuando, en el mismo reporte, se entrevistó a uno de los funcionarios que dirigían dicha fábrica, y este sin sutileza declaraba ante el micrófono que las producciones estaban destinadas al turismo y las ventas en divisas. Sí señor, el principio de redistribución socialista…

Volviendo a lo anterior, resulta contraproducente que en medio de un pretendido proceso de apertura económica puertas adentro, se siga actuando como si estuviéramos en pleno auge del más fundamentalista y conservador de los periodos por los que ha pasado la  Revolución Cubana. Y no se trata solo del productor-vendedor de queso. Aún está fresco el caso del productor de café, al que le fue confiscada dicha mercancía por venderla “a quien no debía”.

Es terrible que muestren con orgullo cosas como esas en la televisión. Ese es el país que le mostramos al mundo, cerrado a las oportunidades y la prosperidad. Y si alguien, partidario de las “buenas maneras de hacer de nuestro gobierno”, me acusa de hipercrítico y dañino por escribir este texto, entonces le pregunto: ¿quién hace más daño al bienestar de la nación, yo al publicar este texto, o el gobierno incapaz de garantizar una alimentación decente o permitir a los cubanos explotar su potencial productivo? Definitivamente, no acabamos de poner los pies en la tierra.    

7 septiembre 2020 40 comentarios 465 vistas
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tiempo

El tiempo perdido

por Joany Rojas Rodríguez 24 agosto 2020
escrito por Joany Rojas Rodríguez

Ya es casi mediodía. Llevo cuarenta minutos en la parada esperando el milagro del transporte público. Sí, porque quién lo duda, que una guagua aparezca y te puedas montar en ella, es un milagro en toda regla. Hoy decidí que debía salir en busca de algo para comer. Pasé toda la mañana dando vueltas por la ciudad, y el panorama aterrador de las grandes colas casi me hizo desistir de mi propósito. Casi.

El hambre es una mala palabra con el don de la tragedia, así que me involucré en una de esas colas. Después de ver que en las dos horas y algo que estuve allí apenas habían entrado seis o siete personas, y haciendo un poco de cálculo elemental, viendo la multitud que tenía por delante, desistí con resignación. Estar todo el día parado al sol, o sentado en la acera como un perro triste, no me hacía ninguna gracia, más cuando había la posibilidad de no alcanzar el paquete de muslos de pollo que allí vendían.

Y seguí en la búsqueda infinita y paciente, no de la sabiduría ni del bienestar del espíritu, sino del básico sustento que te ayuda a ir tirando. Y es que el asunto de la comida es una cosa seria. Puedo pasar días lavándome la boca sin crema dental, bañándome con una lasca de jabón llevada hasta la miseria misma, reciclando a más no poder el pomito de desodorante que sientes como si te mirara con lástima cada vez que intentas resucitar su contenido.

Hay escaseces tolerables hasta cierto punto cuando no te queda más remedio, pero no puedes pasarte quince días o un mes sin comer, a no ser que una fe poderosa te lleve a una huelga de hambre por una buena causa. Pero eso no me toca a mí, no tengo madera de héroe.

Y seguí mi caminata. Salí de la casa a eso de las siete. A las diez de la mañana todavía daba vueltas de aquí para allá, y solo pensaba que para la cena no tendría con qué acompañar el fufú de plátano. Sí, fufú de plátano, o es que no sabes que el arroz de la tan llevada y traída canasta básica normada no da ni para quince días, y que el arroz liberado desapareció por completo. Gracias que ha habido plátano todos estos meses, no ha faltado. Es raro, porque no he oído de ningún sobrecumplimiento en las noticias.

En fin, bien que dicen que la esperanza es lo último que se pierde, que nunca es tarde cuando la dicha llega, que a mal tiempo, buena cara, que la suerte es loca y a cualquiera le toca… así que me encontré con uno de esos establecimientos de fachada insignificante, y al que se suele ignorar en tiempos de crisis, al menos acá en Cuba: una carnicería. Claro que no había ningún cárnico en oferta, por algo se ignora su existencia en tiempos de crisis.

Y no me pregunten por qué se le sigue llamando carnicería. Supongo porque la costumbre es más fuerte que el amor. Croqueta conformada… 50 ctvos, decía la tablilla de ofertas, ¡y sin cola! ¿Pueden creerlo? Cincuenta croquetas, pálidas y derrengadas (no se me ocurre otra palabra) cayeron en mi jabita de nailon y salí de allí raudo y veloz, con la moral en alto y los pies adoloridos de caminar.

Y ahora estoy aquí en la parada, hace cuarenta y pico de minutos, esperando la guagua para regresar a casa. Con la pequeña alegría de cincuenta croquetas en la jabita de nailon, dentro de la mochila (esos pequeños sueños que ayudan a vivir). Estoy cansado, hambriento, con un calor que ni el demonio en los mil infiernos. Y por más que le doy vueltas, solo una idea persiste con la misma tenacidad del sol que me hace sudar a chorros.

¿Cuánto tiempo he invertido en busca de algo para comer? ¿Cuántas horas que pude haber empleado en concebir nuevas ideas, nuevos proyectos de vida? Horas y horas que pude haber usado en mejores propósitos, horas enteras invertidas en cincuenta croquetas anémicas que al tercer o cuarto día empiezan a echarse a perder.

Entonces me vienen a la memoria todas las horas desperdiciadas desde mi niñez: actos políticos de “reafirmación revolucionaria”, castigados bajo el sol mientras algún funcionario daba su discurso oportunamente ubicado bajo la sombra, caminatas en conmemoración de alguna fecha histórica, las sacrosantas escuelas al campo (todavía me pregunto qué podía aportar a la producción un puñado de muchachos a los que nos importaba un rábano lo que íbamos a hacer allí).  Las becas masivas en el campo, que le quitaban a la familia el papel que debía tener en la formación de los hijos.

También me vienen al recuerdo aquellas grandes movilizaciones agrícolas, especialmente una en la que estuve, que justo en el momento en que íbamos a almorzar, después de pasar la mañana pegados al surco, aparece un fulano del partido a reunirse con nosotros: hora y pico duró la perorata, y nosotros ahí, sudorosos, hambrientos, queriendo despellejar vivo al inoportuno visitante. También los mítines, las reuniones, las marchas, las tribunas… ¿Y para qué? Tantas horas retenidas, tantos días y meses malgastados, tanto tiempo secuestrado, ¿a dónde fueron a parar? ¿De qué sirvió tanto derroche inútil?

Yo solo sé que llevo mes y pico lavándome la boca sin pasta dental, que ya casi no me acuerdo de lo que es un baño decente con un jabón de verdad, y que hoy para la cena tengo plátano y croqueta. Poco me importa de quién sea la culpa. Es como dice la canción, es todo el tiempo perdiendo el tiempo.

24 agosto 2020 22 comentarios 273 vistas
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La Ofensiva Revolucionaria

por Joany Rojas Rodríguez 18 agosto 2020
escrito por Joany Rojas Rodríguez

“(…) hay que decir que no tendrán porvenir en este país ni el comercio ni el trabajo por cuenta propia ni la industria privada ni nada. Porque el que trabaja por cuenta propia que pague entonces el hospital, la escuela, lo pague todo, ¡y lo pague bien caro! (…)” Estas palabras fueron dichas por Fidel en el discurso pronunciado el 13 de Marzo de 1968 en la escalinata de la Universidad de La Habana, en un acto conmemorativo del asalto al Palacio Presidencial. Las repercusiones que tuvo el discurso son bien conocidas: anunció el inicio de lo que hoy se conoce como La Ofensiva Revolucionaria de 1968.

El objetivo fundamental de esa campaña fue acabar, de una vez y por todas, con los vestigios de la época pre-revolucionaria, lo cual era fundamental para la construcción de una sociedad nueva y la forja de El Hombre Nuevo, que no era más que el concepto del revolucionario austero y virtuoso, dispuesto a cualquier sacrificio y alejado de todo tipo de ambición material.

Debo confesar que este hecho me era por completo ajeno, pues nací mucho después, y además no es algo de lo que se hable con frecuencia. Ni siquiera lo enseñan en la escuela, y nunca he oído que celebren el aniversario de aquel discurso, que tuvo consecuencias directas en la vida cotidiana de los cubanos. Me parece sospechoso dado su significado y connotación, siendo nosotros tan dados a enaltecer los grandes hechos históricos, que aquello se haya mandado al país del olvido. Y al parecer sin pasaje de vuelta.

El gobierno revolucionario ya había nacionalizado las grandes empresas y compañías a inicios de la década de los sesenta. La socialización de los grandes medios de producción era un paso indispensable en la conformación de una sociedad socialista. Sin embargo, la expropiación de pequeñas y medianas empresas y de cualquier tipo de negocio privado era un paso radical que iba más allá. Muchos no entendieron de qué manera incidía la expropiación de un puesto de pan con croqueta en la construcción del socialismo, pero como dije más arriba se pretendía la destrucción total del viejo paradigma social. Sobre las ruinas de la anterior se erigiría una sociedad nueva, formada por seres humanos incorruptibles, monásticos y virtuosos, y, por encima de todo, revolucionarios y sacrificados, dispuestos a inmolarse por la patria nueva.

Y es verdad, era un ideal digno por el cual luchar, porque en eso consiste la belleza de los ideales, sirven de faro y guía para ser mejores, pero ese deseo no puede ser impuesto, ni ir en contra de las lógicas más elementales. Fueron expropiados comercios de víveres, carnicerías, bares, establecimientos de comida, a saber, restaurantes, cafeterías, etc. También lavanderías, barberías, zapaterías, talleres de mecánica automotriz, talleres de artesanía, carpinterías y todo aquello que representara un atisbo de independencia económica y autosuficiencia. Por supuesto, aquello no tenía cabida en la nueva sociedad socialista, ya que, en esa sociedad, sería el estado el garante absoluto de la satisfacción de las necesidades del pueblo, de todas las necesidades del pueblo.

Definitivamente, la belleza de los ideales es tentadora. ¿Qué razones se esgrimieron para este golpe definitivo al emprendimiento individual? Según el discurso al que ya hice referencia, se habla en primer lugar de las ganancias que dejaban estos negocios. Otro argumento es la actitud revolucionaria y moralidad de sus dueños y de la clientela. También se refiere a la legalidad, tanto en los documentos como en las fuentes de suministros. Se expresa dudas sobre las condiciones higiénicas e incluso se cuestiona que la mayoría de estos establecimientos no prestaban ningún servicio social a la comunidad. Pero si la venta de alimentos al por menor no es un servicio social a la comunidad, entonces no entiendo el concepto.

Es curioso cómo en dicho discurso se arremete contra los bares. Por las expresiones usadas puede inferirse que estos eran vistos como focos conspirativos, donde la degradación de la moral revolucionaria era demasiado grande como para no tenerla en cuenta. Y yo me pregunto: ¿no hubiera sido más beneficioso si en lugar de suprimir el sector privado se hubiera llevado a cabo un reordenamiento de este en función de una relación armónica y complementaria con la empresa estatal? Ah, sí, es lo que van a hacer ahora…cincuenta y dos años después.

¿Acaso no había nadie que alertara de las consecuencias que esta Ofensiva podía traer, y que de hecho aún sufrimos hasta el día de hoy? Hay muchos otros elementos relacionados con la ofensiva que no menciono aquí porque no haría sino repetir lo que ya está dicho de manera detallada, con abundante información en varios medios digitales. No obstante sí quiero hacer referencia a uno del que no se habla mucho, y que es para mí el más importante: el ser humano.

Muchas de estas pequeñas y medianas empresas, o negocios privados, como quieran llamarle, que fueron confiscadas en la Ofensiva Revolucionaria de 1968, formaban parte del patrimonio familiar de muchos cubanos que, por generaciones y con gran esfuerzo, sacaron adelante para garantizar a sí mismos y a sus descendientes una vida mejor. El despojo de los bienes que  con tanto sacrificio adquirieron, tuvo costos humanos irreversibles. Familias enteras quedaron en la ruina, algunos enloquecieron, otros buscaron la salida en el suicidio, otros emigraron, y muchos vivieron el resto de su vida desahuciados.

La alta dirigencia revolucionaria haría bien en pedir disculpas, porque, además de ser políticamente correcto, sería un alivio a tantos rencores y amarguras contra la Revolución, que al día de hoy son heridas aún sin cerrar, y que tuvieron su origen en aquellos días de 1968, cuando creíamos que los ideales se cosían a mano y que teníamos el paraíso a la vuelta de la esquina.

18 agosto 2020 63 comentarios 1.633 vistas
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