En estos días de miserias y escaseces, agudizadas por las circunstancias que todos sabemos, más de una vez me he remitido a los días felices de mi infancia. El imprescindible bistec de res, el congrí y los tostones de la comida vespertina de los domingos; aquellas sopas, carne de res incluida, que mis padres me obligaban a tomar porque no me gustaban; los potecitos de yogurt a diez centavos, las barras de mantequilla…
También el jurel que mi padre compraba en la pescadería más cercana y que luego comíamos frito o en arroz; los desayunos de fin de semana a base de huevo frito, chicharritas, café con leche y pan; el carro del helado, que aparecía con cierta frecuencia, y que los chiquillos del barrio recibíamos llenos de felicidad; los cumpleaños con piñatas, dulces, refrescos; aquellas empanadillas rellenas con carne que tanto me gustaban y que mi padre me compraba, además de otras chucherías que no recuerdo, cada vez que íbamos al estadio o al zoológico… en fin, era la década del ochenta.
Eran años hoy añorados por muchos, abundantes en materia de alimentos, y en otras materias también. En aquella época los cubanos vivíamos ajenos al bloqueo y sabíamos muy poco o nada al respecto. Los generosos subsidios soviéticos, y los mecanismos comerciales con el CAME, beneficiosos para Cuba, levantaron una cortina de humo en torno al tema. Solo sabíamos que los yanquis eran (son) malísimos, que el capitalismo es mucho peor, y que vivíamos en el mejor de los lugares, en un país socialista lleno de sueños y utopías, cuyo único camino posible era el de la victoria.
Luego vino el mazazo, fue como caer de nalgas en la dura y áspera roca de la realidad. Apareció la retórica de la resistencia, apareció el bloqueo en el discurso oficial. Ya no importaban las promesas de una sociedad nueva, del austero y revolucionario Hombre Nuevo. Aguantar, resistir y vencer, eran los infinitivos a la orden del día. Y por supuesto, acá todo estaba bien, el problema eran (son) los yanquis, que personifican lo peor.
Y así pasaron décadas, años enteros en que, mientras sufríamos privaciones de todo tipo, el gobierno ignoraba su parte podrida en el festín de gusanos que es la política, y culpaba de todos nuestros males al bloqueo imperialista, como un salvoconducto que lo mismo servía para la escasez de combustible, que para la falta de plátano burro en las placitas.
En todos estos años se ha creado una cultura de la resistencia, pero resistir no es vencer.
Hemos aguantado, hemos resistido, ¿pero a qué costo? Es increíble cómo el gobierno ha mantenido durante tantos años políticas económicas que, lejos de combatir el bloqueo, lo ayudan y lo fortalecen. Es más increíble todavía que se insista en mantener un modelo de gestión económica en la agricultura cubana probadamente fracasado en el modelo soviético.
Diríase que este estado de cosas le conviene y favorece a la más alta élite política de nuestro gobierno, o más bien obedece a caprichos que hace rato echaron canas y por desidia, inmovilismo, falta de voluntad, senilidad mental o vaya usted a saber qué cosa, no quieren correr riesgos, y prefieren dejar las cosas como están. Quién sabe si mañana ocurre un milagro y baja un ángel del cielo a quitarnos el bloqueo…
Igual de terca es la insistencia de los sucesivos gobiernos norteamericanos en mantener una política de asedio anacrónica y hasta ridícula. Porque, vamos a ver, si tienen relaciones normales con Viet Nam, país donde murieron decenas de miles de soldados de EU en una larga y cruenta guerra, donde gobierna un partido comunista, entonces, ¿cuál es la inquina con nosotros? Razones geopolíticas podrían explicar el asunto, pero la verdad, a estas alturas, es como buscarle la quinta pata al gato. No obstante, me atrevería a afirmar que la política de bloqueo y asedio de EU no ha fracasado del todo.
El hecho de que hoy tengamos un gran conglomerado empresarial militar, que surgió como necesidad de autosustento de las FAR, debido a la amenaza enemiga, y que ha alcanzado proporciones gigantescas en detrimento de sectores tan sensibles como la agricultura y la vivienda, por ejemplo, es una pequeña gran victoria de nuestros enemigos, y ellos lo saben.
Otra lo sería esa política de economía de guerra que rige nuestro día a día, y que lleva, por ejemplo, a almacenes llenos de productos deficitarios, o a políticas de distribución que privilegian “lo poquito” por encima de lo suficiente. O la visión extendida y aceptada de la inviabilidad económica en el socialismo. Estos aspectos victoriosos del bloqueo, nos llevarían a suponer que la asfixia económica de todo un país, y la rebelión de su gente contra el gobierno, no son los únicos objetivos que el susodicho bloqueo pretende.
El bloqueo ha tenido bastante éxito en algunos renglones.
Entre los objetivos que ha logrado el acoso podemos mencionar la unidad a ultranza, la intolerancia y persecución a quienes opinan diferente, son aspectos de nuestra realidad que han ido trabajando lentamente en el subconsciente colectivo y que han creado un efecto de desgaste que ya empieza a notarse en la población cubana.
Como dijo una vez un reconocido periodista español y experto en temas internacionales, amigo de la Revolución, “en Cuba se aplica el principio de San Ignacio de Loyola: en una fortaleza asediada toda disidencia es traición”. Y esa, amigos míos, es la gran victoria del omnipresente bloqueo, el bloqueo que nos impone la mayor potencia de la historia y que todos creen un fiasco total.
El día que cese esta política, su fantasma seguirá presente por largo tiempo. Me imagino el discurso: “las difíciles circunstancias actuales, debidas en gran parte a las secuelas de un bloqueo que duró más de sesenta años…”
Recientemente, debido al SARS-CoV-2 y la administración Trump, hemos vuelto a darnos otro mazazo con el mundo real. Ojalá seamos capaces de construir una realidad en la que el bloqueo deje de ser un pretexto, una realidad en la que saquemos el máximo de lo que podemos hacer aquí sin mirar tanto hacia afuera, como esperando un milagro. Una realidad en la que el discurso diga: “gracias al emprendimiento individual y colectivo avanzamos hacia el bienestar”. Una realidad en la que el bloqueo deje de estar en todas partes.