El debate del periodismo cubano hoy es uno de los pilares del debate político de la Revolución. Ha vuelto a tomar calor a partir del texto Los periodistas imprescindibles, publicado por mi compañero Harold Cárdenas. Numerosos criterios se han vertido sobre sus líneas. El texto ha sido leído, tanto en las salas de redacción de periódicos y medios estatales, como desde las mesas de trabajo y oficinas de los medios independientes. Tanto los que cobran exiguos salarios en moneda nacional o los que se sostienen por el empeño propio, como los que cobran en dólares del patrocinio político o los sustentados por un pujante auge publicitario.
También lo leyeron en la UPEC, en el PCC, en la UJC, en todos los lugares donde tiene lectores atentos La Joven Cuba.
Varios no se limitaron a leerlo, sino que se han manifestado saltando con alarma como si el piso se hubiese movido bajo sus pies. No fueron contra este texto los ¨oficialistas intolerantes¨ ni los ¨inmovilistas retrógrados¨, sino algunos de los ¨independientes¨. Tal vez acostumbrados a escuchar palabras más cómodas.
Muchos de los que escribimos en la red no somos periodistas, no pretendemos hacer periodismo, somos revolucionarios que escriben. Muchos que no lo son también escriben, se organizan en proyectos de comunicación, en medios digitales, y tampoco son periodistas. El de ¨periodista¨ se ha convertido en el disfraz de moda adoptado por la contrarrevolución en el momento político actual. Como antes fue el de ¨bloguero¨, el de ¨artista alternativo¨, el de ¨promotor comunitario¨, o ¨intelectual objetivo¨.
Otros sí son profesionales graduados y con experiencia de trabajo en medios oficiales. Pero una larga tradición de más de un siglo de letras cubanas nos recuerda que el periodismo, más que todo, se ejerce.
Cuando Cuba evolucionaba hacia una identidad nacional, florecían las publicaciones culturales, nacidas de las tertulias en La Habana, en Matanzas, en Puerto Príncipe. Cuando se luchaba por la Independencia, surgían uno tras otro los periódicos independentistas. Durante la República a medias, todos los periódicos, sin excepción, tenían un objetivo político y no había pluma que escribiera en ellos que no cumpliera una función política.
Muchos de los revolucionarios que dieron su vida ejercieron el periodismo, varios periodistas de profesión, dejaron la pluma y tomaron las armas. Había entonces, como hoy, periódicos pequeños y grandes. Los que se imprimían contando cada centavo con dignidad, como los que se sostenían por la publicidad comercial pero mucho más por el dinero que recibían de los políticos ávidos de las urnas. Tan grandes eran sus planas que podían cubrirse con ellas en la noche los mendigos.
Entonces, si traemos y adaptamos a nuestros días las enseñanzas de ese pasado, la Historia nos enseña:
Primero, que no es importante si el medio es grande o pequeño, rico o pobre, si es parte del aparato de comunicación estatal o independiente.
Segundo, que tras cuatro páginas impresas en blanco y negro o tras un blog de palo sostenido con mucho esfuerzo puede haber más dignidad que tras la espléndida página web de algún proyecto lustrado con fondos cuestionables.
Tercero, que el periodismo siempre ha sido una actividad eminentemente política.
Hacer periodismo hoy en Cuba es hacer política, es asumir una posición política
Entonces la cuestión, no es si el periodismo se ejerce en un medio estatal o en uno independiente, la cuestión está en si es un periodismo a favor de la Revolución o en contra de ella. La diferencia es hacer periodismo revolucionario o periodismo contra la Revolución.
No existe la cuestión periodismo oficial vs periodismo independiente. Esa es la flauta con que pretenden encantarnos. Lo que existe es la cuestión periodistas revolucionarios vs periodistas contrarrevolucionarios donde quiera que trabajen. Punto.
Y para aquel al que le quede alguna duda, no es periodismo revolucionario el que no se confronta, el que no ataca, el que no desenmascara, el que no llama por su nombre, el que omite, el que teme a que no le den like en su Facebook, a que no lo inviten. El que se deja llevar o fomenta los lamentos por una manoseada libertad de expresión, de clamor doliente ante una intolerancia que permita a victimarios pasar por víctimas, los que se suman al lagrimeo y vestiduras rasgadas por los convenientemente censurados, el que ayuda a esconder la mano hoy a los que lanzarán de nuevo la piedra mañana.
La historia ha demostrado que no hay convivencia posible entre pensamiento revolucionario e intereses contrarrevolucionarios, ni cómoda, ni duradera, ni verdadera. En cuanto a intención, en los medios independientes se hace periodismo a favor del socialismo y contra el socialismo. En los medios estatales se hace idénticamente periodismo por el socialismo y periodismo para frenar el socialismo.
En cuanto a la dirección política, el mayor peligro para el periodismo revolucionario, al menos para aquel que se hace desde los medios estatales, no será en el futuro la autoridad o propiedad partidista y militante, no importa la influencia que tenga efectivamente hoy, sino la censura más oscura aún de la tecnocracia empresarial, de la corrupción, de la incapacidad administrativa, que ya se siente presionada por la prensa actual. El empoderamiento y la utilización política contra el periodismo para proteger sus intereses, que ya ejercen, ese es el mayor peligro en el futuro. La contrarrevolución sabrá aprovecharlo.
En el presente que nos urge, solo habrá una defensa plena del proyecto socialista en Cuba, cuando su Dirección comprenda que tiene muchas reservas políticas en los medios independientes revolucionarios, en los jóvenes de edad y jóvenes de espíritu que los sostienen. En definitiva, más que menos, no estamos separados de los medios estatales, porque es muy superior lo que nos identifica con ellos.
Nosotros mismos debemos madurar como tales, que no es solo migrar de un blog a un .com, sino a la evolución verdadera que es la maduración política. Dejar a un lado la vanidad, convertir los proyectos personales en grupales, buscar la unidad que nos convierta en un frente de lucha. Porque más allá de la página de fulano o la página de mengano, dónde hay que escribir es en la página de la Revolución.