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Ivette García González

Ivette García González

Doctora en Ciencias Históricas, Profesora Titular y escritora cubana

Democracia

Interpelación sobre la democracia

por Ivette García González 30 marzo 2021
escrito por Ivette García González

Para la izquierda no hay mejor política que el apego a la democracia como principio.

Arturo López-Levy

***

En el artículo El poder de las ideas hoy en Cuba, publicado por este medio, insistí en la necesidad de un ambiente democrático que reconozca y facilite el debate sobre la actualidad y el futuro de la Isla desde las diversas corrientes de pensamiento político que existen. Dicho texto motivó que, a través del correo electrónico, se suscitara una polémica enfocada en dos cuestiones esenciales: la democracia y mi postura política. La socializo ahora y amplío mis criterios, lo que permitirá mostrar dos de esas corrientes: continuismo vs izquierda crítica.

La opinión crítica inicial sobre el texto de marras fue enviada, con copia, a diversas instancias: medios oficiales de comunicación, embajadas, ICRT, Cámara de Comercio, Ministerio de Comercio Exterior, UNEAC y Despacho del Presidente. También a mí, lo que agradezco. Luego de los primeros intercambios decidí no continuar por esa vía, sino escribir sobre el tema y enviar copia por email a todos los destinatarios. En aras de la síntesis, me centraré en tres de los cuestionamientos principales.  

El poder de las ideas hoy en Cuba

Hablemos de democracia

Se me preguntó cuál es la noción de democracia que «venero» y considero «adecuada» pues, supuestamente, no respeto la «participativa» de Cuba, «capaz de convocar a millones para discutir la Constitución» y que logró fuera refrendada por más del ochenta por ciento de los votantes.

Sobre la democracia se puede encontrar abundante literatura e historia. No es perfecta en ninguna parte y es bandera de lucha de la sociedad civil en países muy diversos. Me extendería demasiado, así que voy al punto.

Concibo la democracia como una cualidad fundamental que debe presidir la institucionalidad y la sociedad. Defiendo la modalidad «participativa» −también llamada deliberativa o activista−, que se basa en la participación política como principal valor democrático. Requiere que el gobierno permita a los ciudadanos organizarse libremente para influir en las decisiones públicas, por tanto, implica descentralización de la toma de decisiones y amplia participación popular.

El socialismo presupone superar la democracia liberal representativa otorgándole esa amplitud que expreso antes. La «participativa» implica equidad, respeto y promoción de derechos humanos, justicia social, participación del pueblo en el poder, control ciudadano de lo público y énfasis en autogestión y autogobierno en el ordenamiento económico. Suscribo además la interesante idea del Dr. Fidel Vascós González: ir más allá y avanzar hacia la «democracia directa» en sus múltiples modalidades, que permite a los ciudadanos ir tomando en sus manos la decisión de los asuntos públicos.

En Cuba la democracia tiene restricciones y limitaciones que contradicen incluso su autodefinición de «país socialista». Hasta las restricciones que por fuerza impone el escenario de conflicto con los EE.UU., no pasan por el filtro del consenso popular. Es preciso reconocer el problema para identificar soluciones, lo que requiere también fomentar una cultura democrática, prácticamente inexistente hoy.

La libertad de expresión

La debilidad e ineficiencia de las instituciones, la distorsión de lo socialista como lo estatal, sin control ciudadano, y la sistemática violación de derechos constitucionales son muestra de tales falencias. La práctica de elaborar documentos rectores desde arriba, a veces con apoyo de «especialistas» seleccionados por el poder, para luego, en el mejor de los casos, «consultar» a la base, es un mal síntoma devenido tradición.

El Estado y el Partido Comunista son los únicos que disponen de los recursos: materiales, de divulgación y propaganda en espacios físicos y de todos los medios de comunicación. También cuentan con sólidos mecanismos de control social. Tal situación indica, cuando menos, que los resultados −siempre favorables al poder− no deben sorprendernos.   

La Constitución amerita un análisis aparte, pero adelanto tres elementos. Es ley fundamental para todos, arriba y abajo; es el poder quien no está acatando la voluntad popular al violar derechos humanos universales y pisotear el Estado de Derecho y, aun sin ser la ideal, debiera ser bandera de lucha desde la sociedad civil.

Ejemplos de violaciones son los execrables actos de repudio, las detenciones arbitrarias, las reclusiones domiciliarias, el silencio institucional como respuesta a reclamos ciudadanos, las violaciones al debido proceso y, recientemente, la negativa de entrada al país a una ciudadana cubana. Mientras, la Ley de reclamación de los derechos constitucionales ante los tribunales, prevista en el calendario legislativo para octubre del año pasado, se aplazó para diciembre de este y no los contemplará todos.

Para evitar que la invocación a la «democracia participativa» resulte abstracta, ambigua o demagógica, debemos definir cómo entendemos la «participación», cómo la evaluamos y qué recursos se ponen a su disposición. Juan Valdés Paz, Premio Nacional de Ciencias Sociales, sugiere atinadamente medir el «desarrollo democrático» en cada etapa según los momentos de esa participación. Porque la democracia implica, ante todo, participar en el poder, concretarse en todos los ámbitos y evaluarse según el grado de la «participación». No basta con tener capacidad de emitir demandas, es preciso poder juntarlas, hacer propuestas, ser parte de la toma de decisiones, ejecutar lo consensuado y supervisar/controlar la institucionalidad y la propia participación.

El ojo del canario es el poder revolucionario

Reacción a otras dos críticas

En el referido debate electrónico, se alega asimismo que mi artículo hace abstracción de «que Cuba (…) es una plaza sitiada por los imperios»; se afirma que «si no existiera el intento permanente del Imperio (…) por aplastar nuestra revolución quizás otro gallo cantaría (…)». Se insiste en que «estamos en una Guerra, a veces silenciosa, donde nos tiran a matar como dijo el presidente Díaz-Canel».

También se asevera que «tenemos la democracia que podemos en nuestras condiciones», «perfectible» pero «mucho más democrática» que la de «Cuba antes del 59» y que «el modelo de la democracia capitalista, en particular la de los EE.UU., que se toma como ejemplo la mayoría de las veces».

Nuestra relación con los EE.UU. ha sido históricamente difícil y/o de conflicto. Condicionar la democracia en Cuba a un cambio de política en ese país es un sinsentido. Es un factor externo sobre el cual no decidimos.  

Los efectos del bloqueo y la hostilidad de los gobiernos estadounidenses no solo son económicos. Atañen también a la conciencia social y al ejercicio del poder. Enlentecen y complican nuestros proyectos y estimulan las posiciones más conservadoras en Cuba. ¡Pero ese factor externo no puede servir para explicarlo todo ni para usarlo como pretexto de los vacíos democráticos! Esa práctica, la victimización del proceso y sus dirigentes como muchas veces se hace, es errática y cada vez menos convincente. 

La noción de «plaza sitiada» y del «enemigo externo» también es parte de la mentalidad establecida. Se usaba del mismo modo −con efectos muy nocivos para la democracia− en los países del llamado «socialismo real» en Europa. Y sucumbieron. Los asiáticos −de igual matriz pero diferente cultura−, vencieron al enemigo o lograron una dinámica de relación más favorable, reformaron la economía y crecieron; no obstante, mantienen similar conflicto con la democracia.

Vietnam: la democratización pendiente

Esas experiencias y la cubana muestran dos regularidades. Una es que el socialismo hasta ahora conocido ha estado reñido con la democracia. Otra, que el respeto y la promoción de la democracia están más allá de la variable externa, que influye, pero no decide en tiempos de paz. Los esenciales son los factores internos, en particular las relaciones de poder.  Por tanto, eso de que «otro gallo cantaría», no pasa de la especulación y no aporta a un debate sensato. 

Es exactamente al revés. Como expresara el ex diplomático y escritor Germán Sánchez Otero, para preservar «con éxito» la independencia y la soberanía de la nación cubana, el poder «está obligado a garantizar una auténtica democracia». Eso incluye el apego a la Constitución y el respeto a las corrientes políticas diversas, que deberían poder desenvolverse públicamente a través de los medios de comunicación masiva.

No estamos en guerra, por más que el discurso político se cargue de ese lenguaje. Otros países han tenido durante años al mismo enemigo, similar o peor bloqueo, han vivido sangrientas guerras y también desastres naturales; sin embargo, hoy nos superan con creces. Entonces hablemos del bloqueo interno, sobre el cual sí podemos y debemos incidir. Ocultar las falencias propias con la crítica a otros no funciona. Fue aquí donde hubo una revolución que antes de comprometerse con el socialismo lo hizo con la democracia.

Ninguna de las tres opciones que me plantearon quienes cuestionaron aquel texto: Cuba hasta 1958, EE.UU. o la situación que hoy existe; debería ser nuestro horizonte. Como decía al inicio, tenemos visiones divergentes que responden a dos corrientes políticas. Una continuista, que se conforma, defiende el estado de cosas y sustituye argumentos por consignas y discursos oficiales. La otra, crítica de izquierda y socialista, que lucha por una democracia participativa real de ciudadanos libres, que transforme el presente y lleve al país por mejor cauce, porque como dijera Octavio Paz: «Sin libertad, la democracia es despotismo, sin democracia la libertad es una quimera».

30 marzo 2021 64 comentarios 8k vistas
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NEP-Lenin

Glosas de lo político en tiempos de la NEP

por Ivette García González 15 marzo 2021
escrito por Ivette García González

La política es la expresión concentrada de la economía, (…) no puede dejar de tener supremacía sobre la economía (…) El socialismo es imposible sin la democracia.

Vladimir Ilich Lenin

***

El centenario de la Nueva Política Económica (NEP) permite valorar la grandeza de la Revolución que la inspiró y comprender por qué y cómo se torció el rumbo al socialismo. Desde diversas corrientes de pensamiento, los comunistas polemizaron en aquellos tiempos fundadores acerca de la nueva estrategia y otros temas medulares inconclusos y vigentes. Se trataba de cómo construir el socialismo y legitimarlo como opción emancipadora frente al capitalismo.  

En poco más de tres años desde el triunfo, Rusia había salido de la guerra imperialista, enfrentado la contrarrevolución, la guerra civil y la intervención de potencias extranjeras. Resistió el bloqueo y aislamiento político al que la sometieron las potencias capitalistas. La economía y la sociedad se centralizaron y militarizaron entre 1918 y 1921 mediante el Comunismo de Guerra, estrategia que permitió resistir y ganar, pero a costa de generar condiciones dramáticas que escalaron a la crisis política.

Las tensiones eran notorias desde fines de 1920 y la esperada «revolución mundial» no se concretaba. En ese contexto, en marzo de 1921 durante el X Congreso del Partido Comunista (bolchevique), se aprobó la NEP. En el centro del cónclave estuvieron la nueva estrategia y se retomaron la democracia, el papel y funciones del Partido Comunista, el Estado y los sindicatos.

NEP-Lenin

Lenin y Trotsky (ambos en el centro de la imagen) entre soldados y delegados
del X Congreso del Partido Bolchevique (1921).

En aquella etapa, los debates desde actitudes que obedecían a corrientes de pensamiento diversas sobre el socialismo, fueron amplios, públicos y fértiles. Los militantes elaboraban ideas y plataformas que se socializaban en espacios como la prensa, circuitos académicos y sociales, reuniones y congresos partidistas anuales.

Sin embargo, ese inédito ejercicio de democracia derivó hacia el autoritarismo y la lucha fraccional, que no obedece a presupuestos ideológicos para influir en política, sino a las pugnas por el poder que se traducen en alianzas efímeras, personalismos, demagogia sin principios, componendas y ajustes de cuentas.   

Polémicas y corrientes durante los años de la NEP

En 1921, cuando se aprueba la NEP, coexistían dentro del Partido cuatro corrientes políticas con influencias, en mayor o menor medida, del marxismo, la socialdemocracia y el populismo ruso.  Dos de ellas fueron protagónicas, en primer lugar frente a la NEP: la promotora, encabezada por Lenin con apoyo de varios sectores bolcheviques y figuras relevantes como N. Bujarin, y la liderada por L. Trotsky, que se le oponía con respaldo de Y. Preobrazhenski y otros bolcheviques.

Las otras dos corrientes opositoras tuvieron más participación y visibilidad en determinados temas, que no eran nuevos sino que el contexto del novel diseño económico hacía más preocupantes. Una era el Grupo del Centralismo Democrático (GCD), conformado desde 1919 con viejos bolcheviques liderados por T. Sapronov y V. Obolenski-Osinski. La otra era la Oposición obrera (OO), vanguardia de los sindicatos, que integraban funcionarios bolcheviques bajo el liderazgo de A. Shiliapnikov.

La NEP implicaba desarrollar una economía mixta que daba espacio a la propiedad privada, estimulaba la cooperativa y reservaba al Estado únicamente los sectores fundamentales. Lenin entendía que con esos cambios económicos, la gradual eficiencia de las formas socialistas y el acompañamiento de la educación de las masas, el socialismo terminaría imponiéndose. Para él, ese era un modo más lento pero seguro de llegar al socialismo si se controlaban los inevitables riesgos.

Lecciones a cien años de la Nueva Política Económica en Rusia

El grupo de Trotsky, que se identificaría luego como «oposición de izquierda», consideraba que tales medidas tendrían consecuencias económicas negativas a largo plazo, que eran concesiones al capitalismo y, por tanto, traición a la Revolución y a los principios comunistas. Además de concepciones diferentes sobre la acumulación, por ejemplo, influía el temor al riesgo, cierto apego a los métodos del Comunismo de Guerra y preferencia por la centralización y planificación estatales. Algunos de los seguidores de esta tendencia matizarán sus posiciones a partir de los argumentos leninistas y las luchas que sobrevinieron.

El tema de la democracia fue trascendental por su transversalidad en los demás tópicos. Los centralistas democráticos y los de la oposición obrera la consideraban lesionada en diversos ámbitos. Los primeros habían sido muy activos en las discusiones sobre la dirección única o colegiada. Criticaban la centralización y la concentración del poder en una minoría del Partido y lo que percibían como distorsión del centralismo democrático, que en su visión era «burocrático» y «autoritario». También rechazaban la burocratización del Partido y la frecuente intolerancia hacia opiniones diferentes.

La excelente obra de A. Kollontái, La oposición obrera, expone los temas de discusión en esos años y las opiniones del núcleo homónimo. Este reclamaba que el Partido y el Estado debían estar separados, incluso en el plano personal, y que todos los cargos dirigentes debían serlo por elección y no por designación, práctica a la que consideraban un «rasgo característico de la burocracia (…), [que] nutre el carrerismo, ofrece terreno favorable al favoritismo y a toda clase de fenómenos perniciosos (…)» y solo tenía un beneficiario: la burocracia misma.

Los partidarios de esta corriente se pronunciaban «por el retorno al espíritu democrático, a la libertad de opinión y de crítica en el seno del Partido» y entre los miembros de los sindicatos. Les preocupaba el distanciamiento de las élites dirigentes partidistas respecto a la militancia y la sociedad. Consideraban que «la condición imprescindible para sanear el Partido y para expulsar el espíritu burocrático» era retornar a la práctica de que todas las cuestiones esenciales de este y el Estado fueran «examinadas por la base antes que la síntesis de este examen fuera considerada por la cumbre».

Lenin entendía que el Partido debía ser una vanguardia muy selectiva en el plano ideológico y cultural, para canalizar los intereses y objetivos de la Revolución y el Socialismo a través de sus militantes. No dijo que debía estar estructuralmente por encima de la sociedad ni que debía ser único. Hablaba de hegemonía, pero su énfasis era en la función dirigente, y ya para entonces se habían prohibido los otros.  

Por otro lado, las discusiones sobre el papel y las tareas de los sindicatos fueron enconadas. Las posturas coincidían en la educación y la propaganda como una de sus funciones, pero la Oposición obrera iba más allá e insistía en que estos, en lugar de ofrecer su «concurso pasivo a las administraciones del Estado» debían «participar» activamente en «la dirección de toda la economía nacional», máxime ante la nueva estrategia económica. Defendían el control obrero, la autonomía, el papel de los sindicatos en la gestión económica y el requisito de su beneplácito para ocupar cargos en las fábricas.  

NEP

Lev Trotsky (Foto: BBC)

La corriente de Trotsky proponía integrarlos a la administración y que participaran en la gestión económica; mientras, la leninista, con la mayoría del Comité Central, se le oponía al acentuar su papel como órgano de defensa de clase.

Finalmente, el Congreso aprobó la resolución «Sobre la desviación sindicalista y anarquista dentro de nuestro Partido», que condenaba a la Oposición Obrera al considerarla una desviación incompatible con la militancia partidista. Dicha resolución, y la titulada «Sobre la unidad del partido», tuvieron consecuencias lamentables. Esta última orientaba la disolución de las facciones opositoras. Ambas trascendieron como coartaciones a la tradición democrática de la organización y sirvieron al autoritarismo y la represión de toda disidencia con Stalin.

Las corrientes opositoras representadas en el GCD y la OO quedaron debilitadas aunque continuaron defendiendo sus ideas. La primera se sumó, dos años después, a Trotsky. La segunda se disolvió en 1922, cuando sus demandas e intento de solucionar el conflicto («Declaración de los 22») fue rechazada en la Comintern y en el XI Congreso del PC. A pesar de ello, sus posiciones se mantuvieron en el Grupo de Trabajo Obrero de la organización.

De las corrientes de pensamiento a las pugnas y el ocaso

Una segunda fase transcurrió entre 1924 y 1927. Tras la muerte de Lenin, en enero de 1924, estuvo marcada por la puja en relación con la NEP, la escalada de Stalin y los cambios de posiciones. Stalin se había mantenido arropado en la mayoría leninista hegemónica, con L. Kámeniev y G. Zinóviev como aliados. Su ascenso a secretario general, en el XI Congreso (1922), se había subestimado por la fuerza del liderazgo de Lenin. Pero tendría fatales consecuencias.[1]

De un lado estaba la Troika, integrada, desde la enfermedad de Lenin, por Stalin, Zinóviev —presidente de la Internacional Comunista— y Kámenev, presidente del Consejo de Trabajo y Defensa. Siguiendo a Stalin se manipulaba el ideario leninista, se torpedeaba la NEP, se estimulaban la burocracia y las prácticas antidemocráticas.

NEP

«¡Recordad a los hambrientos!» (Cartel sobre la hambruna de 1921, por Iván Vasilevich Simakov (1921)

Del otro lado se hallaba la Oposición de Izquierda (s) presidida por Trotsky, que enfrentó una arremetida abierta del poder desde el XIII Congreso, en enero de 1924 y ya sin Lenin. El precedente clave: cartas de Trotsky y de otros cuarenta y seis destacados líderes soviéticos, («Declaración de los 46»), enviadas al Buró Político del Comité Central del PC. En ellas expresaban preocupación por las decisiones arbitrarias y dictatoriales del Buró Político, incluyendo la supresión por la fuerza de movimientos disidentes. Además, solicitaban una reunión urgente del Comité Central para discutir y resolver el dilema.  

Poco después surge la Oposición Unificada, también liderada por Trotsky, a la que se sumaron Kámenev, Zinóviev, el Grupo de los quince —que derivaba del GCD con Saprónov y I. Smirnov— y otros.

En ese contexto, el XV Congreso (1927) del PCUS terminó de allanar el camino para el abandono oficial de la NEP y el avance de la reacción estalinista. Las polémicas ya eran públicas, se limitaban a la cúpula partidaria y los conflictos se agudizaban con las llamadas «medidas extraordinarias». El final fue la expulsión de Trotsky y otros muchos opositores en dicho cónclave.

Se empezaba también a aplicar el famoso —por tenebroso— Artículo 58 del Código Penal, que costaría miles de vidas bajo el cargo de  «sospechoso de actividades contrarrevolucionarias». En consecuencia, proliferaron desde entonces los presos políticos, unificados bajo la etiqueta «enemigos del pueblo».

La última fase de enfrentamientos al interior del Partido ocurrió entre 1928 y 1930. Stalin enarboló el gran salto al socialismo con la industrialización y la implementación del Primer plan quinquenal, que sustituía oficialmente a la NEP. Ya no podían existir legalmente las agrupaciones de oposición, que fueron acusadas de «desviacionismo». Como resultado, se reeditaron «medidas extraordinarias» que agudizaron las diferencias.

Al frente de la fracción estalinista solo quedó, informalmente, la denominada Oposición derechista, liderada por Bujarin, A. Rykov y M. Tomsky. Era el reducto de la «unificada de izquierda» y otros nuevos, entre ellos algunos ex aliados de Stalin. Se consideraban seguidores de la línea de Lenin y por tanto de la NEP. Desconfiaban del éxito de los planes quinquenales. Habían flexibilizado un tanto sus posiciones en medio de la pugna de 1927, pero no coincidían con el gran salto ni con el autoritarismo estalinista. No obstante, casi todos los protagonistas y miembros de los grupos opositores no sobrevivirían a las purgas estalinistas.

NEP

Stalin y Bujarin

En ese tiempo se produjo un mayor acercamiento de los Centralistas Democráticos y los de Oposición Obrera, que intentaron rescatar el ideal de la Revolución de octubre. Estos valoraron incluso la idea de fundar un nuevo Partido Obrero Comunista Ruso y una Federación. Existe un interesante estudio de Michael Oliver sobre la evolución de esas dos corrientes.

De la luz a las tinieblas: lecciones desaprovechadas

Con la NEP, la URSS consiguió la recuperación económica en varios sectores y se reanimó la vida cultural y científica del país. Su impulso favoreció la creación de la URSS, en diciembre de 1922, y la proclamación de la Constitución de 1924. Sin embargo, la apertura propiciada por las reformas no se acompañó en el ámbito de lo político; este, por el contrario, se restringía. Fue precisamente el control férreo del Buró Político, en detrimento de otras opiniones, dentro y fuera del Partido, lo que condujo al boicot de la NEP en el mediano y largo plazos.

Los vicios y deformaciones provenientes de la burocracia y el funcionariado se incrementaron durante el ascenso de Stalin. En su texto «El esplendor que pasmó el mundo», la profesora Dinorah Hernández Sánchez demuestra la importancia creciente de este sector, que sería, a la postre, una de las causas del desplome de fines del pasado siglo. En 1927, el 75% de los delegados al XV Congreso del PCUS eran funcionarios permanentes del Partido, a pesar de la insistencia de Lenin: «¡Un aparato para la política y no una política para el aparato! ¡Una buena burocracia al servicio de la política y no una política al servicio de una (buena) burocracia!»[2].

Cuba: NEP versus Comunismo de Guerra

En el complejo escenario internacional e interno de una Revolución asediada que intentaba transitar al socialismo, el secuestro acelerado de la democracia, la contradicción entre apertura en lo económico y constreñimiento en lo político, así como las pugnas dentro del Partido y la escalada de una personalidad como la de Stalin, terminaron por torcer el rumbo.

La censura a la oposición, la compartimentación de la información y el secretismo, que tuvieron como precedentes lamentables la resolución de 1921, la excesiva discrecionalidad con el testamento político de Lenin —que no fue publicado hasta 1956— y la reducción de los debates en la cúpula del Partido sin participación de las masas, hicieron su parte. Derivaron en prácticas unanimistas, de doble moral y silencio cómplice ante el poder. Fenómenos que hasta hoy acompañan a los socialismos.

El discurso triunfalista de Stalin en el XVI Congreso (julio 1930), fue el colofón de la traición a los ideales de octubre y al aporte de tanto pensamiento fértil que intentaba tributar al socialismo. Con razón la profesora Natacha Gómez afirma que la Revolución Rusa no se perdió en 1991, «se estaba desintegrando desde fines de los años 20».   

***

[1] En los libros Mi vida, Coyoacán, México, 1930, y en el de Isaac Deutscher, Trotsky el profeta desarmado, LOM Ediciones, Santiago, 2015, se describen las vivencias y las concepciones trotskistas, así como los turbios manejos de Stalin desde esa época.

[2] Dinorah Hernández Sánchez: «El esplendor que pasmó al mundo», conferencia magistral por el centenario de la Revolución Rusa en la Universidad de Panamá, noviembre de 2017.

15 marzo 2021 62 comentarios 3k vistas
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referente

Un referente imprescindible para entender el debate actual

por Ivette García González 1 marzo 2021
escrito por Ivette García González

«He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos».

Charles de Gaulle (1890-1970)

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En mi texto anterior hice referencia a la legitimidad y complejidad de las corrientes de pensamiento político que se manifiestan en el debate actual en y sobre Cuba. Es un tema de la mayor importancia porque en el fondo atañe a si lo que debemos hacer los cubanos es reformar, actualizar o transformar la sociedad.    

Como en otras épocas de nuestra historia, a través de esos flujos que cohabitan en un escenario crítico y contradictorio, se perfilan diversos proyectos de país. De ahí el significado de identificarlos según sus referentes, presupuestos fundamentales, promotores, sectores que representan y vías de socialización de sus ideas.

El poder de las ideas hoy en Cuba

Un referente imprescindible para lograr ese propósito es la obra del Dr. Juan Valdés Paz, Premio Nacional de Ciencias Sociales; en particular su texto «Cuba: cambios institucionales que vendrán (1959-2015)», incluido en el libro Revolución cubana. Algunas miradas críticas y descolonizadas, del sello editorial Ciencias Sociales, que luego de mucho batallar vio la luz recientemente. Bajo la coordinación de Luis Suárez Salazar lo preparamos desde el 2015 varios escritores de la Sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores de la UNEAC, que me honré en presidir entre el 2014 y el 2020.

I

El capítulo de Valdés Paz versiona su exposición en la VII Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales, celebrada en noviembre de 2015 en Medellín, Colombia. Las que entonces denominó como «corrientes de interpretación de las políticas en curso» las consideró «revolucionarias y reformistas», por ende «a la izquierda del actual régimen». También como transversales a la sociedad cubana: instituciones, funcionariado, grupos civiles y dirigentes.

De acuerdo a su análisis, dichas corrientes emergieron del conjunto de los «Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución» aprobados en el VI Congreso del PCC realizado en abril de 2011 —que procuraban un nuevo modelo económico socialista—, las medidas implicadas y su efectiva implementación. 

Ambos modelos económicos, el existente y el que se pretendía, se declaraban socialistas bajo un mismo fundamento: la persistencia del carácter estatal de casi todos los medios de producción, la planificación centralizada de la economía y las prioridades para la distribución del producto, principalmente hacia la política social. Cuán socialista es un modelo económico que no asume la democracia en esa esfera, fue parte de la polémica entonces.

II

En un excelente ejercicio de interpretación sociológica, Valdés Paz identificó en aquel momento cinco corrientes con base en posturas de igual cantidad de actores: dirigentes, funcionariado, intelectuales, cuentapropistas y otros sectores de la población.

Las dos primeras categorías las había definido en su libro La evolución del poder en la Revolución cubana, publicado en dos tomos entre 2016 y 2018 por la Fundación Rosa Luxemburgo en México. Los «Dirigentes», también llamados «cuadros», son los actores del sistema político con facultades de decisión. El «Funcionariado» equivale a la categoría de «burocracia», pero sin incluir a los empleados.

Enero de 1959 y la utilidad de la memoria histórica

A continuación sintetizo aquellas corrientes que reflejan el conjunto de ideas previas e inmediatamente posteriores a los Lineamientos y al proceso de reformas anunciado hace diez años.

1. Convencional. De inspiración soviética. Su visión es la del Socialismo de Estado, equiparando socialización y estatización. Entiende la democracia como provisión de bienes y servicios por parte del Estado. Concibe las reformas como concesiones, por tanto, deben ser limitadas y reversibles. Frenan su implementación y consideran que estas deben preservar sobre todo la función reguladora del Estado y el sector estatal de la economía. Sus actores son dirigentes, funcionariado y sectores de la población dependientes de las políticas públicas.

2. Guevarista. Se inspira en el ideario del Che, sobre todo lo concerniente a la construcción del socialismo y el papel de la subjetividad. Se distingue de la anterior en que su visión del socialismo concede un mayor papel a la participación de los sujetos sociales en los asuntos públicos; respecto a las reformas, pone énfasis en limitar las que atañen al mercado y en reforzar las funciones del Estado, sobre todo la planificación, a la vez que en limitar los poderes del funcionariado. Entre sus actores incluye, además, a intelectuales.

3. Socialistas críticos. Se inspiran en diversas corrientes y en las críticas al Socialismo Real. Ven el socialismo como un proceso ascendente de autogobierno y autogestión de la población, una permanente socialización y democratización de todas las esferas. Consideran que las reformas deben transcurrir en un escenario de información abierta, de consulta y debate. Reclaman medidas de salvaguarda socialistas, entre ellas las que limitan el proceso de privatización en favor de la cooperativización. Aspiran a que las reformas produzcan una menor estatización y una mayor socialización. Sus actores son intelectuales, profesionales y sectores colectivistas de la población.

4. Socialdemócrata. Se inspira en la socialdemocracia histórica de izquierda y la experiencia del capitalismo norte-europeo. Concibe el socialismo como una economía mixta bajo reglas capitalistas y un Estado benefactor. La democracia debe basarse en el perfeccionamiento de los mecanismos de representación política y social. Frente a las reformas, opta por la aceleración de la desestatización de la economía y la generalización de las relaciones mercantiles. Entre sus actores está parte del funcionariado (administrativo y económico) y sectores autogestionarios de la población.

5. Socioliberales. Tiene importantes convergencias con la anterior. Se inspira en el liberalismo social y en la reforma china. Opta por un «socialismo de mercado» competitivo, con una desestatización y desregulación al máximo del sistema económico. Restringe la democracia a la esfera política y considera debe ser sobre todo representativa y delegativa. Las reformas deben ser de manera continuada y acorde a la eficiencia. Asume que un mayor patrón de desigualdad es inevitable y debe ser compensado con asistencia social focalizada. Sus actores son los mismos anteriores, más algunos profesionales.

III

Como puede verse, salvando las diferencias en cuanto a ritmos, prioridades y alcance de las reformas, todas las corrientes favorecían el proceso. Aunque el objetivo era la economía, tales posicionamientos, como ocurrió en los años sesenta, dejaban ver los diversos modos de entender el socialismo y pensar el futuro de Cuba.

Tanto las dos primeras corrientes —Convencional y Guevarista—, como las dos últimas —Socialdemócrata y Socioliberal— mostraban importantes coincidencias y solo algunos matices diferenciadores. De las cinco, solo en la Guevarista y la Socialista Crítica el autor identificó a intelectuales. Al tratarse de una interpretación sociológica del contexto económico, predominan actores del funcionariado, cuentapropismo y de los sectores populares dependientes de las políticas públicas. Obviamente, los dirigentes se ubican en la corriente Convencional.    

¿Cuánto de esa interpretación sociológica realizada en el 2015 está presente en las corrientes de pensamiento político que hoy se articulan en los debates y en las que los intelectuales tienen un papel significativo? Muchas cosas han cambiado en estos seis años, no pocas asociadas a la puja de intereses, aspiraciones y reivindicaciones que entonces quedaron en lo profundo de aquel proceso.

Hoy más que entonces conviene reflexionar y participar. La política está en todas partes, de un modo u otro nos afecta a todos. El consejo que en su tiempo José Ortega y Gasset diera a los jóvenes aplica al resto de los ciudadanos: «(…) haced política, porque si no la hacéis se hará igual y posiblemente en vuestra contra».

1 marzo 2021 33 comentarios 4k vistas
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ideas

El poder de las ideas hoy en Cuba

por Ivette García González 23 febrero 2021
escrito por Ivette García González

«(…) de los derechos y opiniones de sus hijos todos está hecho un pueblo, y no de los derechos y opiniones de una clase sola de sus hijos».

José Martí (1853-1895)

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En materia política, las corrientes de pensamiento se identifican por los elementos principales que defienden desde determinados presupuestos ideológicos: ideas —sobre formas de gobierno, democracia, sistema económico—,  fines —cómo la sociedad debería funcionar— y métodos para lograr los propósitos que las animan. También por los referentes —teóricos y prácticos— más reconocidos de sus principios y valores.[i] Dichas corrientes se orientan a la influencia y acción política a través de diversas formas asociativas: movimientos, partidos, asociaciones, etc., y sus tendencias o facciones.

Hace poco, varios intelectuales respondimos preguntas sobre la actualidad cubana a colegas latinoamericanos. Me correspondió explicar esta cuestión de las corrientes políticas y sus presupuestos en torno a la democracia y el socialismo, que son temas recurrentes. Es asunto importante y complejo, máxime cuando estamos en una coyuntura crítica de nuestra historia. Atendiendo a la brevedad del espacio, propongo centrar la atención en los antecedentes, el contexto y la legitimidad de esa diversidad para pensar y hacer por Cuba.

De dónde venimos

El triunfo de la Revolución (1959) fue un hito trascendental en un escenario crítico. Los cubanos venían pensando y luchando por un nuevo proyecto de país desde diversas corrientes de pensamiento. Rápidamente el debate se profundizó y radicalizó. Decantó toda opción del liberalismo y se enfocó en el tipo de socialismo que convenía a Cuba.

Resultado de un conjunto de factores en el que pesó no poco la hostilidad de los EEUU, tuvo lugar un cambio en la correlación de fuerzas internas a favor del Partido Socialista Popular (PSP, comunista) articulado con la URSS. A esto habría que agregar el voluntarismo y la euforia que acompañan a toda revolución y el significado del liderazgo de Fidel Castro. En consecuencia, se asumió el modelo soviético, lo que aseguraba el respaldo económico y la defensa del país en tiempos de Guerra Fría. Su diseño, de inspiración estalinista, se caracterizó por ser estatista, verticalista, burocrático y con una enérgica ideología de Estado; el mismo se institucionalizó desde mediados de los años setenta del siglo pasado.

Durante décadas hubo una convivencia relativamente conflictiva entre heterodoxia y ortodoxia, marchas, contramarchas y crisis económicas recurrentes. Aparecieron intentos reformistas en determinados momentos, pero, como tendencia, el pensamiento crítico y renovador fue asfixiado una y otra vez. Aunque se implementaron determinadas reformas, por lo general económicas, estas se presentaron y manejaron desde arriba como indeseadas, imprescindibles y reversibles, en aras de preservar lo básico.

Esas y otras limitaciones padecieron los países europeos de igual matriz ideológica que colapsaron: el control absoluto de la sociedad y la intolerancia de la diferencia desde el poder. En la variante cubana los ejemplos sobran, aunque fueron parte de los silencios de estas décadas: Congreso Cultural (1968); Congreso de Educación y Cultura (1971); Quinquenio Gris; cierre de la revista Pensamiento Crítico y del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana; los intentos reformistas de los ochenta, ahogados con el llamado «Proceso de rectificación —de ratificación según algunos críticos— de errores y tendencias negativas» (1986); la depuración del CEA (Centro de Estudios sobre América) en los noventa, entre otros.

El escenario de la polémica hoy

El contexto actual donde tienen lugar las contradicciones y polémicas es más complejo, crítico y diverso. Tres importantes fenómenos se relacionan y/o explican:   

1) El modelo social socialista asumido —que abarca todas las esferas— se agotó hace tiempo. La crisis escaló de lo económico hasta ser estructural y sistémica. Asistimos a la fractura de la hegemonía y el consenso políticos, a la pérdida de confianza en el poder y en las perspectivas de futuro. Se han debilitado el ideal de la Revolución y el Socialismo.

Como en los países que lo inspiraron, la variante cubana de ese modelo foráneo derivó en el ejercicio del poder por una burocracia política devenida en nueva clase, al estilo —salvando las distancias— de la que describiera el comunista yugoslavo Milovan Djilas en su obra  homónima. Tal fenómeno, junto a otros verificados en la URSS y los estados socialistas de Europa Central y Oriental, son examinados por Carlos Taibo en su importante libro Las transiciones en la Europa Central y Oriental, publicado en 1998.

Por su parte, uno de los intelectuales marxistas cubanos más brillantes, Juan Valdés Paz —en La evolución del poder en la Revolución cubana, publicado por la Fundación Rosa Luxemburgo en México, 2018—, identificó y escribió hace unos años sobre las que denominó nuestras «patologías políticas»: unanimismo, autoritarismo, burocratización, amiguismo o sociolismo y corrupción. Como la sociedad es una totalidad, esas fallas la atraviesan y corroen todos los ámbitos.

2) El país atraviesa hoy la peor crisis económica de las últimas décadas, provocada por los recurrentes frenos internos a las reformas, el endurecimiento del bloqueo de los EEUU y la pandemia del Covid-19. Las brechas socioclasistas, la tensión social y la incertidumbre se han multiplicado al calor de la implementación de la estrategia anunciada en julio de 2020, especialmente la apertura de tiendas en MLC incluso para productos de primera necesidad, y el comienzo de las políticas de ajuste, con la llamada «Tarea Ordenamiento» a inicios de este año.  

El discurso oficial sigue siendo triunfalista y desconectado de muchas realidades. Que se realicen rectificaciones a pocos días de iniciado el proceso de «ordenamiento» se presenta como muestra de flexibilidad y capacidad de corrección. Pero tantas rectificaciones en sectores diversos y por reacciones populares a través de las redes sociales, cuestiona la competencia de los diseñadores, la representatividad popular de los diputados y el papel de la prensa oficial.      

3) Ampliación del malestar social y el espectro crítico. En esto último destacan intelectuales y artistas, quienes han logrado más capacidad de socialización a través del correo electrónico primero y de la apertura de internet a datos móviles desde 2018. Todavía  no existe, sin embargo, un proyecto contra-hegemónico articulado.

El Estado, bajo la dirección del Partido Comunista, conserva el monopolio de los medios masivos de comunicación y tiene la capacidad —que ejerce casi sin limitaciones— para restringir el acceso a internet a través del costo elevado, la censura de sitios, medios, personas, páginas disímiles y los apagones digitales en circunstancias incómodas.

Pero a pesar de lo anterior y de las insuficiencias de los espacios de debate, la modificación del espectro comunicacional es una realidad irreversible. Muchos ciudadanos se informan mejor hoy del acontecer nacional e interactúan con ese segmento contestatario que pone sobre la mesa virtual de medios alternativos y redes sociales sus críticas, reflexiones y  aspiraciones para Cuba. Este es el ámbito más sensible para la burocracia política. No es casual que lo ideológico siempre se ratifique desde el poder como la prioridad.

Tampoco es novedad de Cuba. Djilas alertaba hace años de este fenómeno en Europa, pero lamentablemente en la Isla se retiraron sus ideas de la circulación. Dos de sus lecciones y avisos fueron: 1) «(…) la nueva clase se encuentra inevitablemente en guerra  con cuanto no administra o controla y ha de aspirar deliberadamente a vencerlo o destruirlo» y 2) «Lo que más atemoriza a la nueva clase es la crítica que expone y revela la manera cómo gobierna y detenta el poder».

Otra vez sobran los ejemplos del patio. Menciono dos que vienen por vías diferentes pero con el mismo sustento y propósito. 1) La ofensiva criminalizadora a través de los medios masivos de comunicación y la represión de toda voz crítica y 2) El listado de actividades prohibidas para el trabajo independiente, publicado hace poco por Cubadebate. Tan estratégicas para el país parecen ser la defensa como la edición y maquetación de libros, el periodismo, la investigación científica, los clubes deportivos o los servicios funerarios. La lista raya en el absurdo, insulta la inteligencia y viola derechos consagrados por la Constitución. Es otra vuelta de rosca contra los profesionales del pensamiento, la creación, el periodismo, etc.  

Y sin embargo se mueve…

Pero la realidad es terca y el pensamiento atañe a la naturaleza humana. Somos «animales políticos», como decía Aristóteles. Y hoy el debate cuenta con tres ventajas: el alto nivel de instrucción del pueblo, el acceso a información e ideas diversas por vías alternativas, y que esta vez los posicionamientos no se basan solo en teorías y referentes foráneos sino en la experiencia propia.   

La principal desventaja es la ausencia de un ambiente democrático que favorezca la socialización de ideas desde el respeto al «pluralismo político», concepto expuesto en Articulación Plebeya y que disparó alarmas en las instancias partidistas. Sin embargo, se trata de un principio clave para el ejercicio del poder. Implica pluralidad y convivencia con la diferencia, por tanto, participación de varios grupos sociales en la vida democrática. Requiere de pensamiento, expresión y socialización a través de los medios de comunicación. No es algo a lo que se pueda renunciar. La sociedad es, por su naturaleza, heterogénea.

Repasando los últimos sesenta y dos años y viendo la sociedad en su conjunto, parece que estamos en el momento más crítico. Las fórmulas empleadas arriba y abajo son hoy anacrónicas. Einstein aseveró: «No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo». Pero vivir con la crisis puede ser positivo. Este sabio nos recuerda igualmente que «La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche. Es en la crisis donde nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias».

La ausencia de un ambiente democrático para el debate de ideas y la acción cívica es injusto, injustificado y errático. Cuba es un país de pensamiento fértil y un pueblo instruido, con capacidad de comprensión y discernimiento. No ver esas fortalezas es arriesgado para todos. Complica y retrasa el proceso de transición porque radicaliza posiciones y abona el camino a la violencia. El costo que tendrían que pagar la nación y las actuales y futuras generaciones sería alto. Y no nos perdonarán. Eso es tener sentido del momento histórico, e insisto: es lo verdaderamente revolucionario.

[i] Una sistematización del tema ha sido muy bien lograda por la académica argentina Moira Pérez. Ver su texto: “Tres enfoques del pluralismo para la política del siglo XXI”, en http://www.revistas.unal.edu.cu

23 febrero 2021 53 comentarios 6k vistas
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memoria historica

Enero de 1959 y la utilidad de la memoria histórica

por Ivette García González 8 enero 2021
escrito por Ivette García González

Hubiera querido vivir aquel momento histórico de Cuba: enero de 1959. Leer los primeros discursos del líder de la Revolución cubana, Fidel Castro, permite un viaje en el tiempo para entender lo que vivieron nuestros padres y abuelos, lo que pretendía originalmente el proyecto revolucionario y la razones por las cuales recibió un altísimo apoyo popular. Después de 62 años, sirven también para valorar el desarrollo del proceso y reflexionar sobre el presente y futuro de Cuba.

Doce discursos pronunció Fidel en el mes de enero. Siete de ellos en sendas concentraciones populares. Casi todas fueron parte del recorrido de la «Caravana de la Libertad», desde el día 1ero en Santiago de Cuba, pasando por Camagüey, Sancti Spíritus, Matanzas y La Habana el día 8. Luego en Artemisa, Pinar del Río y, finalmente, ante la magna concentración del 21 frente al Palacio Presidencial, a la que asistieron millón y medio de personas, incluidos el cuerpo diplomático y la prensa nacional y extranjera.   

Fue un largo y emocionante recorrido. Según avanzaba la Columna, el pueblo se reunía para ver a los «barbudos», escuchar al líder, celebrar y pedir la solución de disímiles problemas. Fidel llegó a Artemisa con fiebre, gripe y casi sin voz. No importó; tampoco la hora: medianoche en Matanzas; 2:00 am en Sancti Spíritus. Llantos de emoción, desmayos, alegría por la partida del tirano, vestuarios con los colores rojo y negro del Movimiento 26 de Julio o con los de la bandera, mujeres de negro por sus hijos o esposos muertos a manos de la tiranía.

Dichas concentraciones favorecieron una interacción sin precedentes entre el líder y las multitudes, al tiempo que se configuraba la mística de Fidel y la Revolución. Esta se hizo valer como fuente de derecho, obligada a definir un nuevo tipo de orden social, para lo cual era vital movilizar al máximo las capacidades creativas y la energía popular. Fidel legitimó al gobierno revolucionario y a las principales figuras, recabó y consiguió la confianza del pueblo en sus compañeros del liderazgo, en particular del Movimiento 26 de Julio como vanguardia política.

Revolución contra los dogmas: conceptos y desafíos

Cada uno de aquellos discursos y primeros actos del triunfo permite análisis desde múltiples ópticas y en espacios más amplios.  Atendiendo a la vigencia y utilidad que tienen para el debate actual, invito a reflexionar sobre algunos tópicos reiterados en las concentraciones populares durante los primeros veintiún días.

La Revolución definió postulados fundamentales. Fidel expone y explica conceptos claves en aquel momento fundador. Los más importantes fueron: «pueblo», «patria», «revolución», «soberanía», «democracia» y «justicia social».  Los tres primeros, que forman parte esencial de la tradición del pensamiento político cubano, los ratifica y enriquece en aquel contexto.

El concepto de «pueblo» es el principal y mantiene la misma formulación del Programa del Moncada. Lo reivindica como protagonista de la lucha reciente y la victoria. Insiste en el poder del pueblo como soberano, mientras a la vanguardia política y a él en particular, los define como «servidores de la ciudadanía» en el discurso en la Plaza de la Ciudad de Camagüey, el 4 de enero de 1959 (p.14).

El concepto adquiere en el discurso una función movilizadora, procurando sembrar la fe en nuevas victorias y recabando la confianza en el liderazgo revolucionario. Fernando Martínez Heredia, en La noción de pueblo en La Historia me absolverá, y Juan Valdés Paz, en La evolución del poder en la Revolución cubana, son referentes imprescindibles para examinar ambas dimensiones: pueblo y poder.

Al igual que la vocación martiana de servir, el concepto de «patria» sigue ese ideario martiano, pero ahora lo asocia con la identidad, grado de satisfacción de los cubanos, participación y responsabilidad compartida en la nueva fase. Lo expresado en el mismo discurso anterior es una muestra:

«¿Cómo vamos a decir: “esta es nuestra patria”, si de la patria no tenemos nada? (…). Patria (…) es un lugar donde se puede trabajar y ganar el sustento honradamente (…), donde no se explota al ciudadano (…). Precisamente la tragedia de nuestro pueblo ha sido no tener patria. Y la mejor prueba (…) es que decenas de miles y miles de hijos de esta tierra se van de Cuba para otro país, para poder vivir (…). Luego, hay que arreglar la República (…), ustedes y nosotros (…)».

«Revolución» se evoca en el sentido universalmente aceptado de cambio radical, «hacer cosas nuevas» e ir «contra los dogmas». Argumenta que la victoria también resultó de haber subvertido dos dogmas de la época: 1) la idea de que contra el ejército era imposible luchar y vencer, y 2) la tesis de que cualquier resistencia hacia la política interna había que evitarla so pena de perder la soberanía con una segura intervención de los EEUU.

Anuncia que con el triunfo se inicia la «etapa constructiva» de la Revolución, la que define como el lapso del proceso de establecimiento del nuevo orden de la República, dentro del cual tiene un papel fundamental la solución de las injusticias y el restablecimiento de la democracia y la Constitución de 1940. En la concentración del 21 expresa: «La Revolución Cubana se puede sintetizar como una aspiración de justicia social dentro de la más plena libertad y el más absoluto respeto a los derechos humanos».

La «soberanía» se asocia al primer y principal desafío que tendría la Revolución: la hostilidad de los gobiernos de EEUU. Fidel enfatiza su importancia como atributo inalcanzado por la nación hasta ese momento y primer principio a defender. En ese momento era la campaña que, a través de medios internacionales y algunos congresistas estadounidenses, criminalizaba al proyecto revolucionario e insinuaba una eventual intervención en Cuba.

El peligro en ciernes se incrementaría pronto, incluyendo una alianza permanente entre sectores contrarrevolucionarios internos y externos en favor de la agenda del gobierno estadounidense. Poco más de un año después se plasmaría oficialmente en el «Proyecto Cuba».  Este y todas sus derivaciones posteriores, con múltiples efectos nocivos para el país, han tenido el propósito de retornarlo a la relación de dependencia anterior a 1959. Es un conflicto que atraviesa cualquier análisis.        

Los compromisos de la Revolución

Las concentraciones sirvieron de escenario al discurso/diálogo entre el liderazgo y el pueblo como ejercicio de democracia directa. Fidel reafirmó compromisos contemplados en el programa de lucha, formuló principios básicos del proyecto y definió prioridades que lograron un altísimo nivel de consenso. Entre ellas la necesidad de consolidar el poder, crear empleos, derechos laborales, revisión de precios, aumentos de salarios, recuperación de bienes malversados, disminución de las tarifas eléctricas, acceso al deporte, la salud y educación, mejores comunicaciones e industrialización del país.

Otras cuatro ideas fueron novedades repetidas y aclamadas:

1) La creación de «un tipo totalmente nuevo de hombre cubano», esbozada en el discurso pronunciado desde el balcón de la Sociedad «El Progreso», de Sancti Spíritus, el 6 de enero de 1959.

2) «No habrán privilegios para nadie», dicho en el discurso en el Parque Céspedes, de Santiago de Cuba, el 1ero..

3) «(…) el odio lo desterraremos de la República, como una sombra maldita que nos dejó la ambición y la opresión», declarado en el mismo discurso.

4) El restablecimiento del respeto a los derechos humanos y libertades fundamentales de los ciudadanos.

La última fue una declaración de principios reiterada. Se acompañó de la condena a la censura y por la protección de la libertad de pensamiento, expresión, prensa, reunión y asociación. Algunos fragmentos la ilustran: 

«Cuando se habla de un derecho después de la Revolución triunfante, se habla de todos los derechos (…) que no se pueden arrebatar (…). Cuando un gobernante actúa honradamente, cuando (…) está inspirado en buenas intenciones, no tiene por qué temer a ninguna libertad (…), no tiene por qué temer a la libertad de prensa, por ejemplo (…)».

Discurso en la Plaza de la Ciudad de Camagüey, el 4 de enero de 1959 (pp. 1-2).

***

«(…) tengo la seguridad de que (…) el presidente (…) decretará el restablecimiento de las garantías y la absoluta libertad de prensa y todos los derechos individuales en el país (…).Habrá libertad absoluta porque para eso se ha hecho la Revolución (…), seguiremos solo (…) la norma del respeto al derecho y a los pensamientos de los demás».

Discurso en el Parque Céspedes de Santiago de Cuba, el 1ero de enero de 1959 (pp. 23-24).

***

 «Bien merecen los periodistas la oportunidad de trabajar (…). El pueblo solo necesita que le informen los hechos, las conclusiones las saca él, porque para eso es lo suficientemente inteligente (…).  Por algo las dictaduras no quieren libertad de prensa (…). Cuando no había censura no podía decirse, sin embargo, que había libertad de prensa. (…) Libertad de prensa hay ahora (…) porque mientras quede un revolucionario en pie habrá libertad de prensa en Cuba. 

Discurso en la Plaza de la Ciudad de Camagüey, el 4 de enero de 1959 (p. 2)

***

«Estoy seguro de que las libertades que ha conquistado nuestro pueblo con tanto sacrificio, nada ni nadie podrá volver a arrebatárselas».

Discurso en el parque La Libertad de la Ciudad de Matanzas, el 7 de enero de 1959 (p.8).

Los presupuestos básicos de la Revolución sientan las bases de lo que se va a desarrollar. Podrán luego ampliarse y complejizarse; nunca negarse so pena de negarse a sí misma. Volver sobre aquellos primeros discursos de la Revolución cubana, una de las más importantes del siglo XX, sirve hoy también para pensar algunas contradicciones internas y el futuro de Cuba. Es hacer valer la utilidad de la memoria histórica.

8 enero 2021 65 comentarios 3k vistas
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razones

Razones de más para no callar

por Ivette García González 21 diciembre 2020
escrito por Ivette García González

Cierta indignación, desconcierto, inestabilidad y división vivimos hoy en Cuba. Los acontecimientos recientes, las respuestas gubernamentales a ellos, y los posicionamientos políticos convocan a la reflexión crítica. 

Los medios oficiales persisten en presentar una Cuba virtual y saturar con propaganda política, criminalizar y/o neutralizar a los que disienten e infundir miedo con reiteraciones tóxicas. Condenan lo condenable, mas también se busca amordazar, que renunciemos a la crítica, so pena de ser calificados de «mercenarios». Pero se trata de Cuba y hay mucho en juego.

El modelo socialista implementado por la Revolución se quebró hace años. Desde entonces padecemos una crisis estructural permanente. Ahogamiento de la iniciativa creadora, cansancio y pérdida de un referente de futuro son algunas consecuencias. Hoy el consenso y la sociedad se han fracturado.

El manejo oficial de la crisis actual está dando resultados favorables al gobierno, pero son solo aparentes y de corto plazo. Las medidas no van a la raíz y reproducen estilos fallidos y obsoletos. Las contradicciones se agudizarán, también porque se confronta incluso a quienes disienten desde posiciones revolucionarias.      

Algunas reacciones a los sucesos recientes

San Isidro fue un detonante. Adversar sus presupuestos ideológicos, compromisos y comportamientos, no implica aceptar violación de derechos inalienables ni respaldar cualquier decisión gubernamental. Cerco, represión, apagón digital, criminalización de los participantes a través de campañas mediáticas, violación del debido proceso, etc., fueron manejos oficiales erráticos. Era lógico que generaran una cadena de reacciones.

Las posturas críticas posteriores se arrimaron al ya satanizado MSI. Se criminalizó la espontánea movilización del 27 de noviembre frente al MINCULT y se arrinconó la crisis como si fueran solo quejas de algunos artistas e intelectuales.

Sin embargo, ese día abría una esperanza para muchos. Porque los problemas de fondo son de toda la sociedad: crisis económicas recurrentes y reformas enlentecidas; problemática regional y de las migraciones internas; violaciones al Estado de derecho, emigración, reticencia a reformas políticas, falta de libertades civiles, etc. 

Fracasó lo que debió ser un proceso negociador desde antes del diálogo, que podía empezar con el 27N y ampliarse luego. Lo que siguió a esa noche fue de acción/reacción y cazar el primer desliz para cancelar el diálogo o enrumbarlo hacia la modalidad cómoda y acostumbrada: desde arriba y selectivo. Funciona: calma las aguas y divide a los reclamantes. 

Algunos cubanos en el exterior y seguidores financiados en Cuba apelan a la violencia, en consonancia con el gobierno de los EEUU. Es condenable, pero es una minoría que lamentablemente tiene más visibilidad en ambas orillas. Acá se usa para presentar al ciudadano un cuadro cerrado donde sólo vean dos caminos: su gobierno o los opositores virulentos aliados del imperialismo.

Los extremos se topan. El oficial de Cuba también estimula y ejecuta o protege la violencia. Se evidencia en discursos de mítines, debates en redes sociales, orientaciones de activar brigadas de respuesta rápida, post y comentarios en medios institucionales y oficiales como Granma y Cubadebate. Si no es política oficial, sus administradores pueden no publicar, exigir moderación o incluir otros mensajes con un enfoque diferente. ¿Por qué no se hace?

«El oficial de Cuba también estimula y ejecuta o protege la violencia. Se evidencia en discursos de mítines, debates en redes sociales, orientaciones de activar brigadas de respuesta rápida, post y comentarios en medios institucionales y oficiales como Granma y Cubadebate».

Insisto en dos ideas que expuse hace tiempo en el artículo «La violencia traerá el caos»: 1) «Se puede llegar a buen puerto cuando las contradicciones en el escenario político e ideológico se dirimen a través del debate, las leyes y las expresiones cívicas. Pero llegar al extremo de la represión y la violencia, institucionalizada o no, como está ocurriendo en Cuba, conduce al caos y se aleja de los mejores valores de la Revolución»; y 2) «Los Estados que no controlan el uso de la violencia no son Estados funcionales. Estado y Gobierno deben ser negociadores, capaces de solucionar en forma flexible y siempre activa los problemas fundamentales de la sociedad, integrar en redes negociadoras a todos los grupos sociales, intereses y situaciones problemáticas».

La mayoría de los cubanos que disiente dentro y fuera de Cuba, e incluso muchos que no participan, pero piensan –y como diría Miles Davis, «el silencio es el ruido más fuerte»– están por el diálogo amplio e inclusivo entre gobierno y sociedad civil. ¿Por qué eso no se dice? ¿Por qué no se le da visibilidad?  

En lugar de eso, la violencia en diversas modalidades se ha incrementado por parte de quienes tienen la mayor responsabilidad de impedirla. El despliegue de fuerzas militares en la ciudad impresiona, duele, no es la Revolución.

El monopolio de la violencia corresponde al Estado para enfrentar actos de ese carácter y mantener el orden. No es una función que se delega; sin embargo, se mantienen los actos de repudio bajo su estímulo y respaldo. Es una práctica abusiva y nefasta para la sociedad, que deja heridas muy difíciles de sanar.  

Urge hacer valer el Estado de derecho. Las libertades de pensamiento, expresión, asociación, circulación, el debido proceso judicial y otras, son derechos inalienables y universales respaldados por la Constitución. No pueden ser válidos para unos y otros no. No pueden desconocerse las leyes a conveniencia. 

¿Por qué en vez de linchamientos mediáticos, represión y estímulo a la violencia contra los que disienten, diciendo que son pagados por el gobierno de los EEUU, no se aplica la ley que como en muchos países condena la asociación con otros estados para socavar el orden establecido y la paz? En sus artículos 114 y 119, el Código Penal vigente contempla sanciones para los delitos de «incitación a una guerra de agresión» y «mercenarismo».

¿Por qué se difunde tanto el ultraje a la bandera por un ciudadano y no se aplica la Ley de Símbolos Nacionales?

¿No hay leyes que sancionen a las autoridades que cercan a ciudadanos en sus viviendas, incautan celulares y detienen arbitrariamente a personas que tienen derechos protegidos por la Constitución?

Los ciudadanos que por ejercer su derecho a la crítica son acusados en medios oficiales de mercenarios, elitistas, nuevos contrarrevolucionarios y auspiciadores de golpes blandos, entre otras ofensas, deberían poder demandar con éxito a quienes los han ultrajado y exigir el respeto al Estado socialista de derecho. Circula en estos días un «Escrito de Queja y Petición», dirigido a varias instancias del Estado y el Gobierno. Veremos qué pasa.

Efectos de la manipulación del lenguaje en la crisis actual

La propaganda manipuladora hace mucho daño al socialismo, la civilidad y el proceso de cambios que necesita Cuba. Sus ideólogos asumen que la Revolución es el gobierno con sus seguidores incondicionales y que todo el que disiente es contrarrevolucionario.

Eso explica la arremetida contra algunos intelectuales. Se desea y espera que apoyen al gobierno o callen. Es temor a la capacidad de esclarecer, desmontar esquemas mentales con argumentos y estimular la independencia de juicio. No es nuevo, ha sido un duro fardo que muchos han tenido que cargar.

Se ha creado tal confusión que las palabras se usan en consignas y discursos trastocando sus reales significados. Habrá que empezar por interrogar qué es para nuestro interlocutor «Revolución» y «revolucionario».

Hace un tiempo escribí que en la tradición cubana «la Revolución» se asume también como proyecto, una visión futurista «comprometida con la democracia, que presupone cambios para alcanzar metas que conduzcan sistemáticamente al mejoramiento humano».

En consecuencia, supone la existencia de contradicciones a través de las cuales se procuran tales propósitos. Pero es imprescindible una práctica sistemática de gobierno democrático que gestione esos procesos a través del diálogo con sus ciudadanos. Sólo así el proyecto se supera y el consenso se retroalimenta y actualiza. La Revolución no es patrimonio de gobierno o sector social alguno. Es parte del imaginario social cubano con todos sus matices. 

El abuso del término y su contrario, «contrarrevolución», pasa por intereses y complejidades del poder. No es novedad que el gobierno se presente como representante de la Revolución y que muchos lo acepten así. Tampoco que dentro de la contrarrevolución incluyan a quienes disienten desde la propia izquierda.  

Ocurrió en otras revoluciones y en países con diversos modelos socialistas. Para la nación cubana esto tiene enormes riesgos. La crisis sólo se resuelve dialogando con todos los sectores sociales interesados en ello.

Hay mucha energía revolucionaria que aprovechar

No es un proceso fácil, pero es imprescindible y posible. Hay mucha energía verdaderamente «revolucionaria» disponible. El revolucionario es de convicciones firmes, no es un fanático. Es independiente en su pensamiento, sentimientos y decisiones. Tiene «capacidad para trascender los límites de la propia sociedad, (…) capacidad de criticar la sociedad en la que vive (…)».

Lo distingue el «espíritu crítico», que implica «dudar de las opiniones de los dueños del poder y los medios de comunicación que le pertenecen, mantener firmemente sus convicciones aun cuando circunstancialmente se encuentre en minoría»; dudar incluso del sentido común, porque este a veces se ha conseguido a fuerza de repetición de las ideas que se quieren imponer. En consecuencia, como ha dicho Erich Fromm, «el poder no puede ser venerado, debe someterse a escrutinio y desconfiando siempre de sus resoluciones».

De modo que lo revolucionario hoy supone una postura crítica respecto a los asuntos del país, la defensa de la soberanía nacional, la disposición y puja por el diálogo y la negociación en base al respeto y el reconocimiento de las opciones e intereses de los ciudadanos.

No hay golpe blando ni revolución de color alguna que tenga éxito si el escenario interno no es fértil para eso. Como diría G.K. Chesterton: «Las cosas muertas pueden ser arrastradas por la corriente, sólo algo vivo puede ir a contracorriente». Los derroteros de lo que está ocurriendo en Cuba los decidimos nosotros: gobierno y sociedad civil.

Quizás nunca la sociedad cubana estuvo tan dividida, ni la crisis fue tan profunda, ni faltó tanta inteligencia para manejar los disensos. Y ahora se suma un nuevo factor de tensión social con la llamada «Tarea Ordenamiento».

Varios economistas se han referido a su complejidad y desafíos en lo económico. Semejante viraje también tendrá efectos en la dinámica resistencia/represión y sus contenidos de violencia estructural y simbólica.

El reciente discurso del Presidente de la República en la clausura del VI Período Ordinario de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular en su IX Legislatura, constituye un excelente balance de las dificultades que ha confrontando el país, los avances en el proceso de cambios, la proyección actual en función de la recuperación de la crisis y el desarrollo, así como los desafíos que tenemos por delante. También ofrece una contundente crítica al formalismo, el acomodamiento, la burocracia y el «inmovilismo enquistado en algunas instituciones». 

Sin embargo, sobre el espectro crítico y de contradicciones existentes en el país, sostiene la postura y enfoque oficial descritos en este texto, omite las desacertadas respuestas y elogia a los medios de comunicación oficiales. No todos, Presidente,  somos «líderes de laboratorio» ni «lobos que se disfrazan de ovejas». No todos fomentamos actitudes violentas ni mercenarias, no todos somos parte de ese «enjambre anexionista».

21 diciembre 2020 45 comentarios 2k vistas
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Entuertos cubanos de lo político-ideológico

por Ivette García González 2 diciembre 2020
escrito por Ivette García González

Reflexionar en Cuba sobre el llamado «trabajo político e ideológico» puede parecer extemporáneo. Sin embargo es importante para entender las causas de algunos complejos fenómenos actuales. También confirma la necesidad de repensar el socialismo y el modelo social cubano.

Hace poco tuvo lugar una interesante polémica entre cuatro intelectuales que comparten generación y fueron dirigentes en diversos niveles y momentos del país: Félix Sautié, Fidel Vascós, Humberto Pérez y Joaquín Benavides. Se publicó inicialmente en Segunda Cita y después fue replicada en otros espacios.

El debate quedó inconcluso y me dejó pensando. Así que con todo respeto y desde la distancia generacional que me separa de los polemistas, ofrezco algunas ideas.

La noción de ideología y política, la relación entre ambas y las dimensiones de cada una, son puntos de partida básicos. La vinculación es estrecha. La primera, como conjunto de ideas fundamentales de una persona, una colectividad o una época en términos políticos, jurídicos, morales, estéticos, filosóficos, etc.

La segunda, en tanto actividad que a partir de cierta ideología se orienta hacia la toma de decisiones de una clase o grupo para alcanzar objetivos relacionados con la toma y/o ejercicio del poder político. Desde el siglo XIX, los partidos políticos y determinadas asociaciones constituyen su forma superior de organización.

Como sistema de valores que trata de explicar cómo es y cómo debería ser la realidad social, la ideología política también es importante para comprender lo que guía el análisis acerca del «trabajo político e ideológico». Félix Sautié lo define como «un conjunto de acciones e ideas, referidas a la educación, divulgación y/o defensa de (…) una determinada ideología y a su sistema de divulgar, educar, aplicar y/o defender sus concepciones específicas».

I. Algunos desacuerdos interesantes

Los disensos en esa polémica se encuentran en la dialéctica y flexibilidad o no de la ideología y teoría que defienden, en principio Marxista, esencialmente Marxista-Leninista; el papel de la práctica como legitimación de esos elementos conceptuales; los errores cometidos en la esfera del trabajo político e ideológico, sus causas y las prioridades actuales.

Llamo la atención sobre dos cuestiones que sobresalen en el debate:

  1. La debilidad de la labor política e ideológica, a pesar de tener el poder político, dominar los principales medios y vías de formación y divulgación ideológica, tener una guía exclusiva del Partido Comunista de Cuba y haber contado durante 56 años con un líder como Fidel Castro. Varios son los argumentos, pero lo cierto es que no ha dado los resultados deseados y esperados por el gobierno y el PCC. Los polemistas consideran esa labor «prácticamente obsoleta en algunos aspectos esenciales», «desactualizada». Y es cierto desde hace tiempo. Hoy asistimos a una fractura del consenso y la hegemonía que consiguió el liderazgo del PCC durante mucho tiempo.
  2. La raíz de algunos de los principales conflictos que arrastramos hoy y que nos limitan para repensar el país y avanzar, es el predominio de esquemas mentales que bloquean el diálogo, como la dicotomía de amigos y enemigos. Significa que quienes no comulguen con los preceptos ideológicos y de la política práctica que dicta el poder, que se atribuye la representación del Socialismo y la Revolución, son el enemigo o están al servicio de este. Y no hay cómo salvarse de semejante esquema mental. La reiteración de un lenguaje de emergencia y confrontación, a través del cual se convoca muchas veces a la unidad, asegura la dominación y la cesión de derechos y aspiraciones de los ciudadanos. Es la visión del Marxismo-Leninismo refrendada en los congresos del PCC desde 1975.

II. Conviene ir a la raíz de los problemas

El espectro sociopolítico e ideológico cubano es más diverso desde los años 90 del siglo pasado. Sin embargo, en las altas esferas del poder, la ideología política, con apenas algunos matices, es la misma de los años 70 y 80. Una parte de la sociedad civil la acepta por convicción; la mayoría, por reproducción mecánica de un modo de pensar y actuar inculcado durante décadas. Eso explica el mosaico complejo y a veces inexplicable que presenciamos hoy. 

Desde inicios de los años 70, Cuba –a través de su gobierno y Partido Comunista– se unió oficialmente al campo socialista, cuya ideología oficial, emanada de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), era el Marxismo-Leninismo. No todo se aplicó de modo dogmático y sectario, pero en la esfera de lo ideológico fue esencial.

El Marxismo, que es un conjunto de teorías y doctrinas derivadas de la obra de Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895), es una de las tres principales corrientes de pensamiento universal y tiene un amplio espectro en todo el mundo. Importantes aportes al ámbito que ahora interesa pueden encontrarse en obras de Rosa Luxemburgo (1871-1919), Antonio Gramsci (1891-1937), Luis Althusser (1918-1990) y autores de la Escuela de Frankfurt, como H. Marcusse (1898-1979), T.W. Adorno (1903-1969), E. Fromm (1900-1980), J. Habermas (1929- ), entre muchos otros.

El Marxismo-Leninismo es la interpretación estalinista del pensamiento marxista, cuyos antecedentes se encuentran en el folleto de Stalin, publicado en 1926 con el título «Cuestiones del Leninismo». Sus bases fueron definidas en la segunda mitad de la década del 20 y se consolida como ideología oficial de la URSS unos años después, bajo mandato de Stalin. Fue una época en la que se conocían apenas unos cuatro o cinco textos de Marx, predominaban los manuales y los textos divulgativos, un Marxismo vulgar.

Esa variante soviética del pensamiento marxista incluyó ideas originales de Marx, de Lenin y de autores afines, desconociendo a las demás escuelas adscritas al Marxismo. Consagró la dictadura de la burocracia sobre la clase trabajadora y un Estado fuerte con partido único. Casi una negación del Marxismo por parte de la burocracia estalinista. Con toda la carga sectaria y excluyente se reproduce en una relación de subordinación en la Internacional Comunista y los países del otrora Campo Socialista hasta el fin de la Guerra Fría.

Varias generaciones de cubanos, que se formaron hasta el nivel universitario en base al Marxismo-Leninismo exclusivamente, descubrieron durante los años 90 a la mayoría de esos autores antes mencionados. Por obra de las circunstancias en que surgió, es esta la teoría más articulada y, al mismo tiempo, la más dogmática y simplificadora del Marxismo.

Ha sido la base que guía la «lucha ideológica» y el «trabajo político e ideológico» en Cuba. Un repaso de los siete congresos del PCC –1975, 1980, 1986, 1991, 1997, 2011 y 2016– permite identificar algunas regularidades que explican las posturas asumidas en la polémica referida y la situación actual.

III. Regularidades y carencias

-Los congresos efectuados entre 1975 y 1986, con extensión a 1990, refrendan de modo reiterado la asimilación y generalización a toda la sociedad del Marxismo-Leninismo como «punto culminante y logro superior de la evolución del pensamiento económico, político, social y filosófico de la humanidad» y como «instrumento científico indispensable para realizar con éxito las tareas de la construcción socialista», según queda expresado en las Tesis y Resoluciones de la Plataforma Programática del Partido Comunista de Cuba.  

-Desde el IV Congreso, de 1991 en adelante, esa reiteración en el discurso político fue matizada para dar espacio a lo nacional: la historia de Cuba, sobre todo la épica y la figura de José Martí. El matiz se refleja en la dinámica sociopolítica, aunque a escala del trabajo político e ideológico práctico se mantienen las mismas características del Marxismo-Leninismo.

-Entre las que más laceraron la formación del pensamiento y la evolución de la sociedad cubana durante esas décadas, cuyas manifestaciones y efectos llegan hasta hoy, se encuentran:

  1. Esquematización del pensamiento para el análisis de los problemas de la sociedad.
  2. Identificación del gobierno, el PCC y el modelo socialista, asumido como la esencia misma de la Revolución y único camino para la nación.
  3. Prioridad de la crítica al enemigo externo: el capitalismo y, especialmente, los EEUU.
  4. Intolerancia frente a manifestaciones críticas de derecha e izquierda, estas últimas consideradas como revisionistas y lesivas a la unidad del pueblo en torno al gobierno.
  5. Clasificación de «enemigo» o al servicio de este a todo el que disiente, junto a otros apelativos denigrantes.
  6. Excesiva discrecionalidad de la información, amparada en la hostilidad de los EEUU. Generalización del «secretismo» y, consecuentemente, la desinformación de la población respecto a los asuntos públicos. Durante mucho tiempo el cuadro se completó con la imposibilidad de los ciudadanos de conocer otras realidades directamente –solo se podía viajar de modo selectivo a países socialistas–, o informarse con libertad sobre lo que ocurría en el resto del mundo.
  7. El trabajo político e ideológico se desarrolló a través de un sistema vertical de relaciones que abarca a toda la sociedad. Priorizó la formación de cuadros y funcionarios del PCC, el Estado y las organizaciones de masas, la educación en todos los niveles, el control de los medios de comunicación –prensa plana, radio y televisión–, la política editorial, las organizaciones políticas, sociales y de masas principales –UJC, CTC, CDR, FMC, ANAP– y la cultura artística y literaria. Algunos ejemplos pueden ilustrarlo:   
    1. Respecto a la educación, en el discurso de clausura de la sesión diferida del III Congreso del PCC, el 2 de diciembre de 1986, Fidel expresó: «que el trabajo político y revolucionario venga desde la niñez, desde que son pioneros, (…) desde que están en el círculo infantil. Y el Estado socialista tiene todo: círculo, educación, todos los niveles de educación, hasta el universitario, lo tiene todo. ¿Puede o no puede hacerse?».
    2. Bajo la dirección del PCC, en su condición de «educador, organizador y conductor de las masas», se crearon centros de superación política e ideológica, escuelas provinciales y nacionales, centros de estudios regionales y luego, de la historia de Cuba.
    3. Se creó una importante base poligráfica, con unidades en todas las provincias: periódicos, revistas, libros, afiches y otros materiales de carácter político propagandístico, respaldando también a la UJC y organizaciones sociales y de masas importantes.
    4. Durante el quinquenio 1981-1986, solo la Editora Política del PCC tuvo una tirada superior a los 60 millones de ejemplares, publicó 746 títulos, incluidas 15 intervenciones y entrevistas de Fidel, según el Informe Central al III Congreso del PCC. Para establecer la comparación, en esa fecha, 1986, la población de Cuba era de 10 millones 183 mil 900 habitantes y entre militantes y aspirantes del PCC se contaban 523 mil 639 personas, poco más del 5% del total. La cifra más alta, según los documentos partidistas, es la del 2011 cuando el país contaba con 11 millones 236 mil 700 habitantes y la militancia rondaba los 800 mil, alrededor del 7%. Cuba alcanzó una de las más altas proporciones de periódicos por lector entre los países del Tercer Mundo. Se distribuyeron anualmente cerca de 400 millones de ejemplares de periódicos nacionales, más de 90 millones de los provinciales, 62 millones de revistas y unos 13 millones de ejemplares de publicaciones extranjeras afines.
    5. Sobre los medios de comunicación –prensa, radio y televisión– primó el enfoque triunfalista, la reiteración de los mensajes y las debilidades mencionadas antes. Para eso, el PCC se apoya en las instituciones estatales, la estructura partidista y de la UJC; y como complementos, la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Esta visión de los mecanismos informativos y de la cultura puestos más en función del «deber ser» comenzó a distanciar a los medios principales de la realidad concreta y de los ciudadanos y a minar la propia credibilidad de sus diseñadores y ejecutores.

IV. Actualidad

La realidad es muy terca, como se vio en los intentos reformistas entre 1981 y 1986 y también desde los 90, a pesar de sus costos. Estos se identificaron como desviaciones o cambios indeseados, pero inevitables. En una interpretación invertida y perjudicial, el trabajo político e ideológico se consideró como la vía fundamental para el avance de la sociedad y la edificación del socialismo.

Estamos en el 2020. En la Constitución vigente, aunque menos reiterado y explícito que en la de 1976, se refrendan tanto en el preámbulo como en el artículo 5, el sustento del Marxismo-Leninismo con su vocación centralista, estatista y unipartidista.

Según la Enciclopedia Colaborativa Cubana (Ecured), la ideología política del PCC tiene cuatro componentes: «Comunismo, Antimperialismo, Marxismo-Leninismo y Martiano».

Sin embargo, el tercero no remite a su contenido real, sino al Marxismo, identificado como «la doctrina revolucionaria de Marx y Engels, un sistema íntegro y armónico de concepciones filosóficas, económicas y políticas sociales (…)». El Marxismo-Leninismo se revela al presentar a Lenin y la Filosofía Marxista Soviética con el referente de Stalin. Este, que nos llegó de la URSS y forma parte de las causas del fracaso del socialismo en Europa del Este, es el que sigue refrendando el PCC.

La asimilación acrítica del Marxismo-Leninismo fue un retraso frente a la fertilidad que tuvieron las ideas en Cuba durante los años 60. Terminó lacerando la hegemonía del liderazgo de la Revolución. Esta se mantuvo durante un tiempo prolongado debido a: 1) el beneficio que reportó a las mayorías las medidas revolucionarias; 2) el monopolio de la información, ejercido de modo férreo y coherente con el ejercicio político; 3) la formación marxista-leninista exclusiva a todos los niveles y por todas las vías; 4) el liderazgo de Fidel Castro, quien contó «con una aceptación y seguimiento mítico por parte la mayoría absoluta del pueblo», como bien señala Humberto Pérez; 5) con lo anterior se combinó la inconsciencia de las mayorías acerca de los alcances y consecuencias de la nueva dependencia a la URSS y a los países del Campo Socialista. Quienes por su edad o nivel cultural eran conscientes, la aceptaron por su confianza en Fidel, la imagen de éxito que llegaba de la URSS frente a los problemas del capitalismo, la perspectiva de un futuro promisorio para Cuba y la idea de que las fallas del proceso se irían corrigiendo poco a poco.

Ninguno de esos elementos da frutos más allá del corto y mediano plazos. Solo el primero se sostiene en la realidad social y exige actualización permanente, pero se ha sacrificado una y otra vez por los atrincheramientos ideológicos.

Concluyo con un excelente pensamiento de Fidel Vascós: «Defender en exceso a una ideología determinada conlleva el peligro de convertirla en un dogma y aplicar sus consideraciones de una manera sectaria. Es lo que yo entiendo por fundamentalismo, que puede ser islámico y también marxista y leninista. Para evitar este peligro, la ideología que se asimile debe ser suficientemente dialéctica para comprender sus límites en un momento histórico dado e incorporar nuevos conceptos y nuevas formas en su aplicación práctica, aunque provengan de partes de otra ideología».

2 diciembre 2020 41 comentarios 2k vistas
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violencia

La violencia traerá el caos

por Ivette García González 9 noviembre 2020
escrito por Ivette García González

Todas las cosas y los fenómenos tienen un límite. En el escenario político e ideológico, puede llegarse a buen puerto cuando las contradicciones se dirimen a través del debate, las leyes y las expresiones cívicas. Pero llegar al extremo de la represión y la violencia, institucionalizada o no, como está ocurriendo en Cuba, conduce al caos y se aleja de los mejores valores de la Revolución. Con ellos nos formamos muchos y en ellos hemos creído siempre.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la violencia como «el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, (…) una amplia gama de actos que van más allá del acto físico para incluir las amenazas e intimidaciones».

La violencia, como forma de dominar y someter ejerciendo el poder, se manifiesta de diversas formas: física, verbal -que implica amenazas, desprecio, subestimación y, casi siempre, precede a la física directa-, de exclusión -impedir a alguien que participe en actividades sociales de su grupo u otros-, emocional -amenazas de privar de algo al otro, de lastimar a sus cercanos, etc.-, económica -privar del empleo, retirar el salario.  

La violencia estructural de base económica supone producir un daño en la satisfacción de las necesidades humanas básicas que afectan la supervivencia, bienestar, identidad o libertad; y que puede provocar violencia indirecta o directa en dependencia del grado de reacción de los desfavorecidos. Por otro lado, la de base política se manifiesta a través de actos violentos del Estado -instituciones militares- o de sus seguidores, contra quienes se pronuncian con objetivo político diferente.  

La denominada violencia cultural se emplea para legitimar las formas anteriores. Ocurre cuando cualquier aspecto de una cultura se utiliza para dominar. Es establecer una norma política, un conjunto de ideas desde el poder y entender que todo lo que choque con eso es políticamente incorrecto. Lo políticamente correcto y la censura, por ejemplo, forman parte de la opción totalitaria que asume el sistema.

Su éxito muchas veces descansa en la idea de que tenemos deseos miméticos. Asumimos la verdad de otros que creemos que son mayoría por miedo a quedar aislados. Así, aparecen más personas que supuestamente comparten los mismos presupuestos y con eso se sigue aparentando que hay una mayoría, cuando en realidad muchos de los que participan piensan lo contrario.

El sociólogo noruego Johan Galtung, se refiere a la variante cultural de la violencia como los símbolos que nos hacen acostumbrarnos a ella. Así se va imponiendo una cultura de violencia: los ciudadanos ven ese tipo de respuesta ante los conflictos como algo normal e, incluso, como la única manera viable de hacer frente a los problemas y contradicciones que se dan en la sociedad.

El peligro de descentralizar el monopolio de la violencia

El monopolio de la violencia es una cualidad consustancial al Estado, tal como expuso Max Weber en su obra La política como vocación. Le compete en un territorio que está bajo su control, como uso legítimo para preservar el orden, para lo cual cuenta con instituciones como la policía y los cuerpos militares. Todo uso paralelo, bajo otras modalidades, solo puede darse si es autorizado por el Estado y las leyes.

Los Estados que no controlan el uso de la violencia no son funcionales. Estado y Gobierno deben ser negociadores, capaces de solucionar en forma flexible y siempre activa los problemas fundamentales de la sociedad, integrar en redes a todos los grupos sociales, intereses y situaciones problemáticas. No debe olvidarse lo expresado por Isaac Asimov: «La violencia es el último recurso del incompetente».

En una escalada de violencia intervienen hasta los peores instintos de los que hablara Sigmund Freud. Facilita el enardecimiento de la gente sobre todo cuando es estimulada a ello. Para el padre del Psicoanálisis, así como para Nicolás Maquiavelo, Friedrich Nietzsche y otros, la violencia era algo inherente al género humano, pero hoy se sabe que es sobre todo conducta aprendida.   

El Marxismo original la vio como un producto de la lucha de clases para transformar las estructuras socioeconómicas de una sociedad. Consideró la existencia de una violencia reaccionaria que usa la burguesía para defender sus privilegios, y otra revolucionaria que destruye el aparato burocrático-militar de la clase dominante y socializa los medios de producción. No la concibe contra los individuos, sino contra una clase y las instituciones en que fundamenta su posición dominante. Por tanto, luego de esa transformación radical deja de ser un medio que justifica el fin.

En política, violencia y represión se relacionan de modo fatal. Represión viene del latín repressĭo, acción y efecto de reprimir -contener, detener, refrenar o castigar- a otros, llevado a cabo desde el poder para cohibir actuaciones políticas o sociales indeseadas. Aunque puede ser legal o ilegal, siempre implica una cierta dosis de violencia. Asume función ejemplarizante, porque también busca que los demás se auto inhiban y no reproduzcan esos actos. Si excede los límites legales, los represores anulan derechos legítimos como la libertad de expresión o de manifestación. 

Cuando para reprimir se usa a la masa, se apela a un recurso peligroso y dañino para la sociedad. No me refiero a multitudes, sino desde la Psicología social, al grupo de personas, independientemente del número, que tienen como meta la de reprimir a otro u otros bajo indicación o con la permisibilidad e incluso la protección de autoridades, uniformadas o no. Lo que un individuo hace bajo esas condiciones puede estar contra su naturaleza o disposición a hacerlo de manera individual.

El sociólogo francés Gustave Le Bon, en su libro Psicología de las masas, considera que la masa organizada o masa psicológica es una agrupación humana en apariencia heterogénea y espontánea. Un escenario donde se forma una especie de alma colectiva. Esa masa se caracteriza por una pérdida de control racional, de la personalidad consciente y se maneja con ideas cortas y firmes. Prevalecen sentimientos simples y exaltados, priman la imitación, el sentimiento de omnipotencia y el anonimato que permite al individuo sentirse eximido de responsabilidad.

La masa, que siempre es transitoria porque aparece de repente y se disuelve de igual forma al concluir su misión, se muestra tensa emocionalmente y con una tendencia explosiva que se forma también por contagio mental. El individuo supedita su idea a la movilización colectiva y obedece las órdenes de quienes lo llevan a un estado de fascinación que bloquea su capacidad de discernimiento. Por todo eso, también la masa puede atraer a psicópatas, delincuentes y ciudadanos que ven la oportunidad para actos de venganza personal.

La urgencia de imponer límites hoy en Cuba

Lo que está ocurriendo actualmente en Cuba en las materias descritas, no es nuevo, pero sí mucho más peligroso que antes. Urge privilegiar el sentido común, la memoria histórica y la ciencia para pensar sobre el problema, evitar una escalada y ayudar a transformar el país.

Muchos años tuvieron que pasar para comprender lo que me había ocurrido en un acto de repudio en el que pronuncié un discurso a mis escasos 14 años. Era contra una familia vecina que se iba del país -una señora modista, amiga de mi madre, y sus dos hijos menores con los que mi hermano y yo habíamos crecido-.

Escribir el discurso no fue difícil. Luego el audio estridente, la muchedumbre gritando consignas frente a la casa de ellos y, enseguida, mi turno. Comencé a leer el texto, pero no pasé de dos párrafos: rompí a llorar. Algunos me consolaron y mi madre me sacó de allí, donde según supe continuó una escena horrible. Para los vecinos, yo estaba indignada y me había emocionado leyendo mi discurso. También lo creí, esa noche lloré mucho.  

Tras varias conversaciones con mis padres asimilé aquello como una situación excepcional y extrema para la cual estaba demasiado chica. Pasados los años, comprobé que lo vivido en aquel meeting no fue excepcional y que mi experiencia era simple frente a todo lo que había ocurrido y ocurriría. En el 80 se lanzaron piedras, se golpeó a personas con palos y cadenas, se les escupió, se les arrojaron huevos, excrementos, pintura en sus fachadas, se les agredió verbalmente de modo grosero.  Muchas familias cubanas fueron víctimas de aquellas acciones bárbaras.  

Llegaron los 90, se reeditaron los actos de repudio y se crearon las llamadas Brigadas de Respuesta Rápida, a las que debíamos incorporarnos en escuelas, barrios y centros de trabajo. Mucho se hizo bajo ese ropaje. Antes y después hubo linchamientos públicos, violencia de todo tipo contra personas que quedaban indefensas, acusadas de delitos que la gente ni siquiera tenía como probar. 

También supe luego que esos actos de violencia no eran espontáneos, ni originarios de Cuba. En nuestra sociedad han subido o bajado de tono, han asumido gradualmente cierto grado de sofisticación y se han adaptado a los tiempos con la tecnología, por ejemplo, pero se han mantenido. Comparado con los 80, hoy se nota menos violencia física directa y pública a gran escala, acaso porque es más selectiva, encubierta o porque son menos masivos los enfrentamientos y hay muchos indiferentes. Al parecer son menos los jóvenes que participan y ya no siempre la masa se compone de los vecinos de quienes son objeto de represión.    

En versión 2020 han estado a la orden del día los mítines de repudio y acciones coercitivas o abiertamente represivas contra quienes disienten. Para eso se alternan autoridades, militares vestidos de civil y grupos de ciudadanos. Son las masas de Le Bon.

Se impide a personas salir de su casa, realizar manifestaciones pacíficas, se incautan celulares o se les borra la información registrada por sus dueños, se vociferan amenazas y obscenidades, se endilgan delitos a quienes disienten o denuncian arbitrariedades, se imponen multas exorbitantes y algunas arbitrarias en medio de una crisis extrema. Y se ha mantenido la separación de profesionales críticos de sus empleos como docentes universitarios, médicos, periodistas, etc.

Ni en los 80 ni ahora esta táctica de enfrentamiento ha sido espontánea. ¿Cómo se conocía en la cuadra quiénes se iban del país en los 80, si las familias lo mantenían en secreto? Si los medios de comunicación son del Estado y la información sobre quienes son críticos del proceso no se expone en ellos ni directa ni indirectamente, la mayoría de los ciudadanos no conoce las ideas y comportamientos de esas personas. ¿Cómo es que se suman para agredir y reprimir de palabra y/o acción a quienes ni conocen bien? ¿Solo porque los convocan y les dicen que los otros son contrarrevolucionarios, gusanos, mercenarios, traidores? Vergüenza para este país.

Represión en tiempos de COVID-19

Considero que el manejo de la pandemia ha sido excelente en Cuba. Pero otros países también lo han logrado sin cuarentenas tan largas, sin culpar a sus ciudadanos de todo lo que no se logra, al punto de que la gente se agreda y se culpe de lo malo que sucede o de las metas incumplidas; o que incluso pida medidas extremas sin calcular las consecuencias de dar un poder desmedido a las fuerzas del orden de cualquier gobierno.

La pandemia ha sido también una cobertura para el incremento de la represión, la violencia y el desconocimiento del Estado Socialista de Derecho que refrendamos hace año y medio. ¿Cuántas personas han sido detenidas o encarceladas arbitrariamente? ¿Cuántos cercos a viviendas, arrestos y contravenciones al amparo del polémico Decreto 370 de julio 2020 o fuera de este, sin denuncia previa ni el debido proceso? De eso no se habla en los medios oficiales. Al contrario, sobre el 370, Granma apenas dijo que había «generado algunas dudas» y «preguntas en las redes sociales», cuando en realidad provocó conflictos desde el principio, innumerables denuncias y una ola de protestas en las redes.

¿Por qué, si se consideran actitudes violatorias, no intervienen las autoridades destinadas al orden, con los procederes establecidos, y, por el contrario, se usa a ciudadanos comunes? ¿Cómo se explica que el Estado se muestre tan reticente a descentralizar lo que debe para permitir el desarrollo y, sin embargo, sí descentralice el uso de la violencia, que es legítimamente su atribución en cualquier parte del mundo? ¿Por qué? 

Esas prácticas institucionales y paraestatales deben parar. Así es imposible luchar por el socialismo. Así vamos al caos. El proyecto de la Revolución no se sostiene por la fuerza, ni se defiende usándola bajo ningún ropaje. No es posible que los órganos oficiales del orden deleguen sus funciones y presencien tranquilamente cómo unos cubanos agreden a otros. No somos una sociedad de bárbaros. Respetémonos, aprendamos de la memoria histórica, si no directa, al menos por las referencias de los que vivieron aquellos años. Esas actitudes solo generan más violencia, incentivan el odio, las fracturas de la familia cubana y de la Patria que, en definitiva, es de todos.

9 noviembre 2020 23 comentarios 2k vistas
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