En el siglo XXI el enojo y la indignación influyen de forma cada vez más notable en las maneras con las que muchos ciudadanos defienden sus preferencias sociopolíticas. Cuba no solo es parte de este fenómeno, sino que tiene cualidades que hacen a la población especialmente vulnerable a dinámicas de polarización y extremismo político. No existen incentivos para la tolerancia y moderación que necesita un país inclusivo, el extremo es la norma y el cubano “o no llega o se pasa”. Quizás no podía tener otra historia una isla primero colonizada por España y luego abusada por Estados Unidos.
La polarización en Cuba fue un largo proceso de creación de identidades políticas marcado por diferencias ideológicas, culturales y de clase social. Sin embargo, para entender el momento actual es crucial el 1ro de enero de 1959. A partir de esa coyuntura, la construcción de etiquetas y adjetivaciones propias de la Guerra Fría como “gusano” o “comunista” agudizó una demarcación entre nosotros y ellos que solo se ha acentuado en los últimos años.
Esto fue acompañado por la construcción de medios y otras fuentes de información en ambos lados del espectro, más enfocados en reafirmar las ideas preconcebidas de su audiencia y reforzar su identidad política que informar o contrastar opiniones. El panorama mediático actual es un entramado de publicaciones que ocupan posiciones específicas dentro del espectro político, generalmente críticos de la otra orilla ideológica, pero cuidadosos de no señalar las faltas en su propio patio.
El suceso más reciente fue el surgimiento de las redes sociales que llevó la cámara de eco a otro nivel. Dichas redes, que por definición necesitan provocar emociones en la audiencia para aumentar su tráfico e ingresos, funcionan con algoritmos que atrapan a sus usuarios en una espiral de radicalización. Esto se traduce en un contexto de escasa empatía hacia el otro que contrasta con la abundancia de contenidos que incitan a odiar al que piensa diferente.
Así llegamos a un presente donde los problemas de la nación requieren explicaciones complejas mientras muchos buscan respuestas simples. Cuando las personas se indignan solo con aquello que está en su burbuja de información, requiere un ejercicio consciente de empatía el mirar al otro lado. No basta enojarse con el dirigente que recorre el barrio en automóvil si no se aplica la misma indignación a funcionarios invisibles encargados en otro país de aplicar sanciones a todos y cada uno de los cubanos. Es contradictorio sensibilizarse en extremo ante injusticias cometidas en otras geografías mientras se permanece ajeno a los métodos cada vez más autoritarios del Estado cubano.
Los individuos de actitudes polarizadas son incapaces de identificar más de un responsable en la crisis actual, limitan su pensamiento crítico al no cuestionar sus propios prejuicios y esperar a que le señalen los culpables con el dedo. Esa conducta dócil y acrítica es fácilmente manipulable.

(Ilustración: Harvard Business Review)
En el proceso de generar discursos de odio a través de la indignación, deshumanizar al otro bando es un paso necesario si se quiere despojar sus derechos. Al convencer a tu audiencia de que el otro bando es inferior, bárbaro o maligno (y existen teorías para cada argumento) cualquier injusticia contra ellos será justificada. Así se ha racionalizado históricamente la dominación de unos cubanos sobre otros, en un ciclo que parece no tener fin.
Hoy vemos medios e influencers instigando al odio desde todas las posiciones, generando contenido y etiquetas con aires contestatarios pero siempre afiliados a la teta de algún poder. Aunque quizás lo más interesante sean las audiencias, su facilidad para ser movilizados a través del enojo y radicalizados políticamente. Jennifer Rubin sintetizó cómo “la ira casi se ha convertido en moda, una forma de indicar que sabes lo que está pasando y eres lo suficientemente sofisticado como para ver que se están aprovechando de ti”. Esto describe el comportamiento de numerosos troles en la esfera digital cubana que buscan en ideologías extremas una oportunidad de protagonismo.
La preocupación global sobre el efecto polarizante de las redes sociales no parece ser muy compartida en Cuba. Después de años de lucha para acceder a Internet como espacio de expresión o simplemente de acceso a información y entretenimiento, es difícil advertir a los cubanos sobre los peligros políticos que tienen expresión en la esfera virtual. La llegada tardía y abrupta al mundo en línea está cobrando factura.
Mientras, el extremismo político se sigue extendiendo entre audiencias cautivas que no escuchan (ni les interesa) las experiencias de otros. Episodio tras episodio, vemos ejemplos de indignación selectiva en nuestra vida cotidiana. Debería indignar de igual forma la censura de una canción de El Niño y la Verdad en la Habana que un concierto cancelado de Buena Fe en Miami. Es tan vergonzoso el acoso del gobierno cubano a la familia de un activista opositor como el del FBI a las brigadas de solidaridad con Cuba que operan en Puerto Rico. Sin embargo, las fuentes de información con más público cubano dentro y fuera del país, escogen con pinzas cuál es la censura y violencia política que debe ocupar los titulares.
Existe abundante literatura sobre cómo la polarización fomenta retrocesos democráticos y movimientos autoritarios. Cuando nos hacemos dependientes de la identidad política de cierta tribu o grupo, comenzamos a sospechar de toda información que contradice esos puntos de vista. Así, la posibilidad digital de darle voz a los silenciados palidece ante el fomento de una cultura gangsteril de intimidación digital y ataques en grupo que a menudo logra silenciar a quienes se desmarcan de posturas absolutas.
El problema de organizarse en grupos tribales es que entonces se legitima la voluntad de la mayoría como un herramienta de exclusión sobre las minorías. Sin entrar a presumir cuál es la mayoría o la minoría política en Cuba, es importante la búsqueda de normas que regulen su interacción de manera participativa. En un modelo de condiciones democráticas ideales, la mayoría ejerce el poder (pues sus intereses ya están garantizados) mientras la minoría ejerce derechos.
Pero es un balance frágil, cuando las mayorías ven disminuir su poder entonces las minorías no reciben derechos, y todos empiezan a sentirse grupos perseguidos. Las mayorías de hoy, si presienten que van a convertirse en las minorías del mañana, están menos dispuestas a otorgar derechos. Este balance entre fuerzas políticas es aún más difícil si las condiciones están lejos de ser las ideales.
Si las dinámicas de polarización perjudican a la nación cubana y su desarrollo democrático, ¿por qué las fuerzas políticas en pugna siguen apelando a ella? Porque es una forma expedita de generar lealtades Esto no es nuevo bajo el sol, quizás la indignación selectiva ha existido siempre y por eso seguimos sin opciones políticas capaces de ofrecer un proyecto de país verdaderamente inclusivo. Pero esta situación no debe ser irreversible y todos los que amamos a Cuba deberíamos pensar en contrarrestarla. Con este objetivo surgirá en las próximas horas un Observatorio contra la Polarización y el Extremismo Político en Cuba. Una contribución para sanar heridas y propiciar el diálogo entre cubanos.