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Harold Cardenas Lema

Harold Cardenas Lema

Analista Político, Editor de LJC, Master en Relaciones Internacionales por la Universidad de Columbia

indignacion

Los años de la indignación selectiva

por Harold Cardenas Lema 19 octubre 2022
escrito por Harold Cardenas Lema

En el siglo XXI el enojo y la indignación influyen de forma cada vez más notable en las maneras con las que muchos ciudadanos defienden sus preferencias sociopolíticas. Cuba no solo es parte de este fenómeno, sino que tiene cualidades que hacen a la población especialmente vulnerable a dinámicas de polarización y extremismo político. No existen incentivos para la tolerancia y moderación que necesita un país inclusivo, el extremo es la norma y el cubano “o no llega o se pasa”. Quizás no podía tener otra historia una isla primero colonizada por España y luego abusada por Estados Unidos.

La polarización en Cuba fue un largo proceso de creación de identidades políticas marcado por diferencias ideológicas, culturales y de clase social. Sin embargo, para entender el momento actual es crucial el 1ro de enero de 1959. A partir de esa coyuntura, la construcción de etiquetas y adjetivaciones propias de la Guerra Fría como “gusano” o “comunista” agudizó una demarcación entre nosotros y ellos que solo se ha acentuado en los últimos años.

Esto fue acompañado por la construcción de medios y otras fuentes de información en ambos lados del espectro, más enfocados en reafirmar las ideas preconcebidas de su audiencia y reforzar su identidad política que informar o contrastar opiniones. El panorama mediático actual es un entramado de publicaciones que ocupan posiciones específicas dentro del espectro político, generalmente críticos de la otra orilla ideológica, pero cuidadosos de no señalar las faltas en su propio patio.

El suceso más reciente fue el surgimiento de las redes sociales que llevó la cámara de eco a otro nivel. Dichas redes, que por definición necesitan provocar emociones en la audiencia para aumentar su tráfico e ingresos, funcionan con algoritmos que atrapan a sus usuarios en una espiral de radicalización. Esto se traduce en un contexto de escasa empatía hacia el otro que contrasta con la abundancia de contenidos que incitan a odiar al que piensa diferente.

Así llegamos a un presente donde los problemas de la nación requieren explicaciones complejas mientras muchos buscan respuestas simples. Cuando las personas se indignan solo con aquello que está en su burbuja de información, requiere un ejercicio consciente de empatía el mirar al otro lado. No basta enojarse con el dirigente que recorre el barrio en automóvil si no se aplica la misma indignación a funcionarios invisibles encargados en otro país de aplicar sanciones a todos y cada uno de los cubanos. Es contradictorio sensibilizarse en extremo ante injusticias cometidas en otras geografías mientras se permanece ajeno a los métodos cada vez más autoritarios del Estado cubano.

Los individuos de actitudes polarizadas son incapaces de identificar más de un responsable en la crisis actual, limitan su pensamiento crítico al no cuestionar sus propios prejuicios y esperar a que le señalen los culpables con el dedo. Esa conducta dócil y acrítica es fácilmente manipulable.

(Ilustración: Harvard Business Review)

En el  proceso de generar discursos de odio a través de la indignación, deshumanizar al otro bando es un paso necesario si se quiere despojar sus derechos. Al convencer a tu audiencia de que el otro bando es inferior, bárbaro o maligno (y existen teorías para cada argumento) cualquier injusticia contra ellos será justificada. Así se ha racionalizado históricamente la dominación de unos cubanos sobre otros, en un ciclo que parece no tener fin.

Hoy vemos medios e influencers instigando al odio desde todas las posiciones, generando contenido y etiquetas con aires contestatarios pero siempre afiliados a la teta de algún poder. Aunque quizás lo más interesante sean las audiencias, su facilidad para ser movilizados a través del enojo y radicalizados políticamente. Jennifer Rubin sintetizó cómo  “la ira casi se ha convertido en moda, una forma de indicar que sabes lo que está pasando y eres lo suficientemente sofisticado como para ver que se están aprovechando de ti”. Esto describe el comportamiento de numerosos troles en la esfera digital cubana que buscan en ideologías extremas una oportunidad de protagonismo.

La preocupación global sobre el efecto polarizante de las redes sociales no parece ser muy compartida en Cuba. Después de años de lucha para acceder a Internet como espacio de expresión o simplemente de acceso a información y entretenimiento, es difícil advertir a los cubanos sobre los peligros políticos que tienen expresión en la esfera virtual. La llegada tardía y abrupta al mundo en línea está cobrando factura.

Mientras, el extremismo político se sigue extendiendo entre audiencias cautivas que no escuchan (ni les interesa) las experiencias de otros. Episodio tras episodio, vemos ejemplos de indignación selectiva en nuestra vida cotidiana. Debería indignar de igual forma la censura de una canción de El Niño y la Verdad en la Habana que un concierto cancelado de Buena Fe en Miami. Es tan vergonzoso el acoso del gobierno cubano a la familia de un activista opositor como el del FBI a las brigadas de solidaridad con Cuba que operan en Puerto Rico. Sin embargo, las fuentes de información con más público cubano dentro y fuera del país, escogen con pinzas cuál es la censura y violencia política que debe ocupar los titulares.

Existe abundante literatura sobre cómo la polarización fomenta retrocesos democráticos y movimientos autoritarios. Cuando nos hacemos dependientes de la identidad política de cierta tribu o grupo, comenzamos a sospechar de toda información que contradice esos puntos de vista. Así, la posibilidad digital de darle voz a los silenciados palidece ante el fomento de una cultura gangsteril de intimidación digital y ataques en grupo que a menudo logra silenciar a quienes se desmarcan de posturas absolutas.

El problema de organizarse en grupos tribales es que entonces se legitima la voluntad de la mayoría como un herramienta de exclusión sobre las minorías. Sin entrar a presumir cuál es la mayoría o la minoría política en Cuba, es importante la búsqueda de normas que regulen su interacción de manera participativa. En un modelo de condiciones democráticas ideales, la mayoría ejerce el poder (pues sus intereses ya están garantizados) mientras la minoría ejerce derechos.

Pero es un balance frágil, cuando las mayorías ven disminuir su poder entonces las minorías no reciben derechos, y todos empiezan a sentirse grupos perseguidos. Las mayorías de hoy, si presienten que van a convertirse en las minorías del mañana, están menos dispuestas a otorgar derechos. Este balance entre fuerzas políticas es aún más difícil si las condiciones están lejos de ser las ideales.

Si las dinámicas de polarización perjudican a la nación cubana y su desarrollo democrático, ¿por qué las fuerzas políticas en pugna siguen apelando a ella? Porque es una forma expedita de generar lealtades Esto no es nuevo bajo el sol, quizás la indignación selectiva ha existido siempre y por eso seguimos sin opciones políticas capaces de ofrecer un proyecto de país verdaderamente inclusivo. Pero esta situación no debe ser irreversible y todos los que amamos a Cuba deberíamos pensar en contrarrestarla. Con este objetivo surgirá en las próximas horas un Observatorio contra la Polarización y el Extremismo Político en Cuba. Una contribución para sanar heridas y propiciar el diálogo entre cubanos.

19 octubre 2022 25 comentarios 1k vistas
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Serpiente (2)

La brecha generacional

por Harold Cardenas Lema 8 noviembre 2021
escrito por Harold Cardenas Lema

El 11 de julio una gran cantidad de cubanos salieron a las calles en una protesta política sin precedentes. Según imágenes disponibles muchos de ellos eran jóvenes. Durante años se ha hablado y advertido sobre marcadas diferencias generacionales en Cuba, ahora las encuestas y el malestar social parecen confirmar la fractura entre viejos y jóvenes. Esto puede traer esperanza para algunos, pero la falta de valores democráticos en la cultura política cubana y la creciente radicalización son un mal presagio para el futuro.

Una historia de ruptura vs continuidad

La conceptualización de generaciones en Cuba puede ser tan política como académica. Diferentes escuelas de pensamiento priorizan la continuidad generacional, mientras que otras se enfocan en el factor de ruptura. Esto se asemeja a la propaganda del gobierno en la Isla y su insistencia en la continuidad política frente al cambio. Para los propósitos de este artículo, abordaremos hasta qué punto las generaciones más jóvenes pueden estar evitando tal continuidad y abrazando una ruptura en el nuevo Zeitgeist cubano.

Durante décadas la simbología de la Revolución se ha centrado principalmente en los rebeldes que derrocaron al dictador Fulgencio Batista, y especialmente en la figura de Fidel Castro. Esto no logró transmitir un sentido de pertenencia política a las nuevas generaciones, a menudo sujetas a los caprichos de sus predecesores. Se necesitaron sesenta años para que una nueva generación asumiera el poder en la Isla y aún así ocurrió en un ecosistema político cerrado y con ciertos límites pre-establecidos.

Alabar la «generación histórica» ​​de la Revolución es un ritual necesario para todo aquel con aspiraciones políticas dentro del Estado. Las dinámicas sociales e institucionales que impiden cambios en Cuba están tan arraigadas que una transformación real requiere más que voluntad presidencial, necesita crear condiciones propicias a los sectores que buscan reformas dentro del sistema.

Los jóvenes defensores de reformas (incluso con inclinaciones de izquierda) tienen dificultades para avanzar en la escalera burocrática, a menudo excluidos de cualquier posición de poder. El liderazgo natural se percibe como problemático. En un pasado cercano, las universidades recibían órdenes de identificar «líderes negativos» y hacer seguimiento de su comportamiento.

El Partido Comunista (PCC) controla el presupuesto y el liderazgo de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), que a su vez controla la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU). Estas son las únicas organizaciones políticas legales para la juventud cubana. Las protestas del 11 de julio encontraron gran parte de la juventud desvinculada de estas instituciones, que hoy carecen de credibilidad y operatividad.

Dada la renuencia del gobierno en el pasado a extender Internet, las medidas de distanciamiento social por la COVID-19 pusieron a la Isla en la peor posición posible para una estabilidad política. Suficiente conectividad para acceder a unas redes sociales altamente politizadas, pero insuficiente para estudiar o trabajar desde casa en una escala masiva.

Para muchos, las redes sociales son su único contacto con la realidad y en un país marcado por la falta de oportunidades, el activismo político es el único control que tienen sobre su futuro. Así se van formando nuevos liderazgos en línea, más efectivos que sus contrapartes en las instituciones.

El deseo de cambio comienza en casa; muchos jóvenes solo necesitan ver el presente de sus padres y abuelos para desear algo diferente. A pesar de una serie de promesas y períodos de esperanza, la resistencia del gobierno a reformar profundamente la economía y la política interna solo agrava la desconfianza en el futuro. En este escenario, el discurso de continuidad del presidente cubano no solo es un error, sino que hizo inevitable el 11 de julio.

Los números (y los emigrantes) no mienten

La información cuantitativa sobre preferencias políticas y comportamiento social puede ser escasa y difícil de encontrar en Cuba. Las encuestas independientes no están permitidas (aunque se han realizado algunas) y la información recopilada por el Partido Comunista es solo para sus ojos. Para comprender los cambios generacionales, tenemos que mirar más allá y observar el comportamiento de los migrantes. Florida es el centro más grande de inmigrantes cubanos y la información recopilada sobre los recién llegados puede decirnos mucho acerca de lo que está sucediendo en la Isla. Datos valiosos de Florida y Cuba arrojarán algo de luz sobre las diferencias generacionales.

Una encuesta realizada en el otoño de 2016 por NORC, en la Universidad de Chicago, brinda un vistazo poco común a la opinión pública cubana. Según la investigación, «los cubanos de más edad tienen doble de probabilidad que los más jóvenes de tener una perspectiva positiva sobre la economía actual. El 23% de los cubanos de 65 años o más dice que la economía es excelente o buena en comparación con 1 de cada 10 cubanos más jóvenes». Esta brecha en expectativas y la rendición de cuentas al gobierno en lo relativo a la economía fue en 2016, antes que la administración Trump eliminara el proceso de normalización de relaciones y el COVID-19 paralizara la ya frágil economía. Podemos esperar una mayor diferencia ahora.

La encuesta Cuba 2020, de la Universidad Internacional de la Florida, proporciona datos sobre las diferencias generacionales en la diáspora. Las personas mayores adoptan políticas aislacionistas de línea dura hacia Cuba, con el 68% de los inmigrantes anteriores a 1995 apoyando las sanciones en comparación con el 54% de otros inmigrantes. La política de máxima presión para promover un cambio de régimen en la Isla tiene 64% de apoyo en inmigrantes de antes de 1995 y un 59% en los que arribaron después. Viejos rencores y traumas personales juegan un papel en este fenómeno, pero también el mito de que un cambio político está a solo un empujón.

La elección presidencial de 2016 catalizó las preferencias políticas de los cubanoamericanos.

La administración Trump creó condiciones propicias para influencers de extrema derecha en las redes sociales, la mayoría de ellos jóvenes, que a su vez lograron nuevos niveles de agitación y movilización política. Las cifras cambiaron drásticamente desde 2016: el anterior 72% de apoyo a las relaciones diplomáticas cayó a un 59% en 2020 y el 34% de apoyo a las sanciones estadounidenses aumentó también a un 59%.

La tendencia de inmigrantes sumándose a las filas demócratas y apoyando la normalización se revirtió. Hoy en día, la maquinaria republicana es extremadamente eficaz reclutando recién llegados a Miami: el 76% de los votantes registrados que entraron entre 2010 y 2015 informaron que se habían registrado como republicanos. Hasta la fecha, el Partido Demócrata muestra poco interés en romper la maquinaria de radicalización de inmigrantes hacia políticas conservadoras.

Una de las conclusiones de la encuesta es que «el Partido Republicano está recibiendo una infusión de nueva energía de los cubanoamericanos recién llegados». Si bien la encuesta de NORC sugirió años antes que la mayoría de cubanos con deseo de migrar a los EE.UU. eran jóvenes y apoyaban la normalización, una vez llegados a la Florida parecen adaptarse rápidamente al contexto político conservador y abrazar la política de máxima presión sobre sus pares en la Isla como un método legítimo. La falta de valores cívicos y democráticos en la educación y la esfera pública cubanas contribuyen a esta carencia de empatía una vez que los cubanos están fuera.

Vulnerabilidades cubanas

La trumpificación de la política estadounidense hacia Cuba y su cruel efecto en la vida cotidiana tuvo un impacto generacional en la Isla. El optimismo y la esperanza en el futuro fueron reemplazados por una inercia pesimista y crecientes esfuerzos de las generaciones más jóvenes para emigrar. El COVID-19 llegó luego para quitarles la esperanza en el presente. El 11 de julio pudimos vislumbrar el descontento y la desesperación de muchos, pero una situación tan vulnerable no está exenta de peligros.

Con más acceso a Internet, muchos jóvenes, en su mayoría de áreas urbanas, están moldeando sus ideas políticas basándose en información proporcionada por amigos y familiares en el extranjero. Esto no sería necesariamente nocivo salvo que muchas veces esta influencia proviene de ciudades como Miami y Madrid, epicentros de políticas conservadoras en Estados Unidos y Europa.

Tales interacciones crean entre los jóvenes la percepción de que la cultura política de la Florida es el paradigma en la política estadounidense o que VOX en España representa la norma europea de desarrollo político y económico. Las ideas socialdemócratas de los países nórdicos o el movimiento por el socialismo democrático en Estados Unidos son rechazadas por las autoridades cubanas y en su mayoría, ignoradas por nuevas generaciones deseosas de incorporarse a las tendencias políticas globales.

Fascinados con las posibilidades de expresión que brindan las redes sociales, los cubanos tienen poca conciencia de los peligros a la democracia y el consenso que representa la interacción digital.

En muchos países vemos cómo las cámaras de eco y las realidades alternativas en Internet contribuyen a ideas preconcebidas y radicalizan aún más a grupos con diferentes inclinaciones políticas y edades. El gobierno cubano se ha centrado en controlar el acceso y la expresión en Internet, primero cortando las redes sociales cuando lo considera necesario y segundo, con el Decreto Ley 35 que prohíbe la difusión de noticias falsas y la incitación a la violencia. El problema es que el frágil estado de derecho cubano permite a las autoridades considerar cualquier cosa como falsa o incitante.

Como el gobierno dependió del liderazgo carismático de Fidel Castro durante décadas, a menudo se ha menospreciado y descartado la ciencia de la comunicación política como una trampa burguesa. Si bien las generaciones mayores mantienen más lealtad al partido, los nuevos líderes comunistas no son particularmente cautivadores para la juventud y, como nunca han necesitado ganarse la opinión pública, les cuesta competir con jóvenes disidentes que son producto de un proceso de selección natural en las redes.

Decirle a la audiencia lo que quiere escuchar, reforzando ideas preconcebidas e imposibilitando cada vez más el consenso nacional, es una práctica común en los extremos políticos. Esta batalla por los corazones y las mentes de los cubanos tiene un público objetivo maduro para la demagogia y sin experiencia en los trucos del populismo. Pese al entusiasmo digital y las oportunidades que brinda Internet para la relevancia individual, las redes sociales ofrecen pocos incentivos para el pensamiento crítico o los matices.

El embargo estadounidense merece una consideración especial al analizar la brecha generacional. Los mayores recuerdan una vida de apoyo soviético y relativa abundancia en Cuba, mientras que los más jóvenes solo conocen la crisis y la eterna justificación del embargo estadounidense. Incluso cuando las sanciones de Estados Unidos no están dirigidas a los funcionarios del gobierno, sino que afectan a todos los ciudadanos cubanos, no todas las edades culpan por igual su sufrimiento al gobierno de los Estados Unidos. Las generaciones más jóvenes que han crecido escuchando constantemente a los funcionarios cubanos culpar al embargo estadounidense son más escépticas ante esta explicación de los males económicos de Cuba.

Muchos jóvenes intelectuales, periodistas y activistas, son conscientes de que usar presión económica para lograr objetivos políticos no es una práctica legítima a los ojos del derecho internacional, pero aún así evitan denunciarlo (o al menos lo hacen con menos frecuencia que las cuestiones internas) para evitar ponerse del lado del Partido Comunista.

Con el tiempo, el abuso del embargo por parte del gobierno cubano para explicar las penurias internas provocó rechazo y subestimación del efecto de las sanciones. Ahora que Estados Unidos continúa enfocándose en provocar mayores penurias entre los cubanos, mencionarlo es como la fábula de Esopo: el gobierno gritó «lobo» con demasiada frecuencia. Los manifestantes del 11 de julio probablemente no vieron mucha responsabilidad de Estados Unidos en sus desgracias.

Podemos encontrar una correlación directa en Cuba entre la escasez económica y el malestar político, lo que explica la determinación de Estados Unidos de continuar con las sanciones masivas contra la nación. Como lo explicó un funcionario del gobierno de Estados Unidos en un famoso memorando de 1960: «El único medio previsible de enajenar el apoyo interno es a través del desencanto y el descontento basado en la insatisfacción y las dificultades económicas».

Los acontecimientos de julio probablemente corroboran e incentivan la táctica de asfixia económica, inhumana e irrespetuosa del derecho internacional como es. La administración Biden carece de una política hacia Cuba, en cambio prioriza su estrategia electoral en Florida para las elecciones de mitad de término en 2022. En la práctica, la administración Trump no ha terminado para los cubanos y la estrategia de cambio de régimen cuenta con la brecha generacional para lograr su objetivo.

Este escenario de mala gestión gubernamental y sanciones externas dificulta determinar dónde termina el embargo y comienza la responsabilidad estatal, una pregunta que solo el fin de las sanciones respondería. Las actividades de cambio de régimen patrocinadas por el gobierno de EEUU también plantean la pregunta: ¿cuánto del 11 de julio fue un hecho doméstico espontáneo y cuánto es producto de factores externos?

Ciertamente, las dificultades económicas prolongadas y el aumento de la radicalización embrutecen el comportamiento sociopolítico y conducen al extremismo violento. Una Cuba desestabilizada, fracturada por ideologías y diferencias generacionales a sólo noventa millas de Estados Unidos es un fenómeno nuevo que podría tener cauces imprevistos.

Hay poco interés en los gobiernos de Estados Unidos y Cuba por hacer el trabajo arduo de cultivar los valores democráticos y la moderación necesaria para el consenso nacional.

Mientras muchos se concentran en la política, otros aprovechan este momento vulnerable en Cuba. Cada día las iglesias evangélicas se expanden y su agenda socialmente conservadora se enfoca en todas las generaciones. Hemos visto históricamente lo que sucede cuando un gobierno comunista comienza a colapsar: la religión llena el vacío ideológico como hizo en los países postsoviéticos. El contribuyente estadounidense ya está ayudando a financiar estas actividades, en la última década Evangelical Christian Humanitarian Outreach for Cuba ha recibido millones de dólares de USAID para proyectos que combinan religión con activismo político.

Recientemente, el gobierno cubano propuso un Código de Familia que legaliza el matrimonio igualitario. Los grupos conservadores y particularmente las iglesias evangélicas se movilizan ya en su contra, tal como hicieron en 2018 cuando obligaron al gobierno a eliminarlo del proyecto de Constitución. En Washington se presta poca atención a que los contribuyentes estadounidenses financien una agenda conservadora anti-LGTBQ+ en Cuba.

Un último factor que contribuye al malestar social es el propio comportamiento del gobierno cubano. Con una población sedienta de cambios, cualquier político decente se embarcaría en un programa de reformas para aumentar el apoyo social. El Partido Comunista ha prometido esos cambios una y otra vez, pero ha cumplido muy poco.

Cuando Raúl Castro asumió el poder en 2008, inició un proceso de reformas limitadas que el pueblo celebró como una señal positiva, pero luego fueron frenadas por la línea dura dentro del partido. El actual presidente Miguel Díaz Canel es vulnerable, carece del poder simbólico (y posiblemente la capacidad o voluntad) de ir mucho más lejos que Raúl Castro. Esta dinámica institucional y el fortalecimiento durante los años de Trump de los ideólogos comunistas formados en la Guerra Fría, disminuyen las posibilidades de cambio interno.

Una señal positiva para recuperar los corazones y las mentes de los cubanos sería tomar un enfoque inclusivo hacia los exiliados cubanos y la oposición, celebrando la unidad nacional en lugar de exacerbar las diferencias políticas. Las autoridades cubanas están haciendo lo contrario, radicalizando aún más a su pueblo y alienando a la juventud que protestó el 11 de julio.

Zeitgeist

Los manifestantes del 11 de julio probablemente se sintieron la vanguardia de la nación. Después de todo, cuando Fidel Castro asaltó el Cuartel Moncada en 1953 con 135 hombres y mujeres, la mayoría de los jóvenes en Santiago de Cuba estaban celebrando el carnaval de verano. Un pequeño grupo definitivamente puede cambiar el curso de la historia de Cuba, como ha sucedido una y otra vez. Pero atribuir representación generacional a un grupo específico o una generación específica significa privar de sus derechos a otros. Los líderes de la Juventud Comunista y los jóvenes disidentes tienen algo en común: ambos afirman ser la voz de la juventud y se consideran a sí mismos el futuro de la nación. Ambos no pueden tener razón.

Los medios estadounidenses se centran en activistas de oposición en las zonas urbanas, dando poca o ninguna voz a los grupos rurales o activistas no opositores. Este comportamiento imita la práctica del gobierno cubano de dar voz solo a sus seguidores. El caso es que Cuba es una nación dividida por generaciones e ideas, algunas a favor y otras en contra del gobierno. Un activista arrestado y abusado el 11 de julio es Leonardo Negrin, un estudiante socialista de 21 años de La Habana que se opone tanto al embargo estadounidense como a la represión gubernamental de los manifestantes. No obstante, está lejos de ser el luchador por la libertad promedio que imaginan las élites políticas en el Estados Unidos.

La realidad a menudo supera las expectativas y los estereotipos extranjeros sobre Cuba. Entre el extenso metraje de la protesta, podemos encontrar a padres y abuelos. Hay una inclinación a la crítica entre los jóvenes pero la protesta no parece generacional per se, ni puede ser simplificada en sus objetivos y composición social.

La brecha generacional es una realidad, pero es difícil medir qué tan lejos y profundo se extiende. Los comunistas todavía tienen organizaciones juveniles con seguidores, algunos movilizados por interés propio y creencias verdaderas. El futuro del gobierno cubano depende de su capacidad para transformarse y reconstruir el consenso nacional. El primer paso sería reconocer que los cambios son una oportunidad de renovar su mandato, pero el Partido Comunista sigue obtuso.

Con cada generación, las alternativas son más sesgadas y extremas entre la izquierda y la derecha, pero los desafíos que enfrentan los partidarios del gobierno y la oposición siguen siendo los mismos de hace mucho tiempo. Los comunistas son incapaces de combinar su deseo de justicia social con normas democráticas y prosperidad económica. Muchos disidentes no pueden conciliar su búsqueda de libertades individuales en Cuba con la preservación de la soberanía nacional. Irónicamente, el Héroe Nacional José Martí tenía una visión que incluía ambas, las libertades individuales y la independencia, particularmente de Estados Unidos. El hábito de elegir a dedo cuáles libertades y derechos son válidos defender y cuáles no, es un problema nacional.

La oposición gana impulso y la desobediencia social denota diferencias generacionales, pero tiene sus límites. Los críticos al gobierno pueden reclutar eficazmente en la crisis actual, pero parecen depender de la angustia económica para ser efectivos en traer seguidores a su causa. A pesar de las afirmaciones, el 11 de julio no fue planeado por ningún grupo político, sino que fue principalmente una movilización espontánea. Los disidentes hasta ahora han carecido de un plan de gobierno específico; la mayoría de ellos no van más allá de abogar por derrocar al gobierno. Lo que traerá la oposición a la mesa como alternativa al estado comunista es una excelente pregunta, hasta ahora ha habido poco escrutinio en su agenda.

Dada la naturaleza radical de las fuerzas políticas compitiendo en Cuba, ¿qué tan diferente sería reemplazar un gobierno autoritario de izquierda por un gobierno autoritario de derecha? ¿Un burócrata estalinista con un clon de Bolsonaro en el Caribe? ¿Son la extrema derecha y la extrema izquierda las únicas alternativas, o simplemente las más incentivadas en este momento? ¿Cuál es la responsabilidad propia y la de otros en la miseria de los cubanos?

Las diferencias generacionales y el rechazo al Partido Comunista van en aumento, pero no es el caso con los valores democráticos. Distraídos por los eventos del 11 de Julio y el anuncio del 15 de noviembre, los analistas deberían jugar un rol menos propagandístico de las fuerzas políticas en pugna y prestar más atención al comportamiento radical proveniente de ambos extremos, así como la falta de empatía que provoca la polarización. La brecha entre generaciones e ideas no será particularmente útil para construir un consenso democrático en Cuba.

(Texto traducido y revisado del original publicado en el dossier The Road Ahead: Cuba after the July 11 protest, organizado por el Centro de Estudios Latinoamericanos y Latinos de American University en Washington DC)

8 noviembre 2021 42 comentarios 3k vistas
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nacion

La nación fracturada

por Harold Cardenas Lema 10 diciembre 2020
escrito por Harold Cardenas Lema

Durante décadas el gobierno cubano hostigó a la oposición y la sociedad prefirió ignorarlo viendo el plattismo de muchos opositores. Este contrato social parece llegar a su fin. Un día fue suficiente para poner en crisis la legitimidad del tratamiento gubernamental a sus adversarios políticos. No fueron una huelga de hambre, el Movimiento San Isidro ni la intervención diplomática estadounidense los que quebraron el silencio ciudadano; a esos factores se les otorga demasiado crédito pero ninguno de ellos es novedoso.

Lo que rompió el pacto tácito entre la ciudadanía y el Estado —al menos parcialmente— fueron las imágenes de represión a los huelguistas de San Isidro y el sentimiento de impunidad que transmitían las acciones de las fuerzas del orden. Aunque la propaganda oficial quiera hacernos creer en el mercenarismo de los asistentes y la propaganda opositora presente los hechos como un acto de solidaridad con su causa, los ciudadanos reunidos el 27 de noviembre ante las puertas del Ministerio de Cultura reclamaron el respeto a un Estado de Derecho que los incluía a todos. También nos dividió como nunca.

En los últimos días, el Partido Comunista ha dirigido el foco de atención de los medios masivos a su disposición hacia las acciones de grupos opositores y no hacia los eventos del 27-N. Lo hace a sabiendas de que muchos —quizás la mayoría— de los asistentes, no comulgan ideológicamente con el MSI ni han recibido un centavo del gobierno federal estadounidense. Es harto evidente que la generalización irresponsable, la acusación sin pruebas y el asesinato de reputación se han convertido en prácticas comunes del Estado cubano.

La denuncia a la injerencia externa y sus aliados domésticos, ha sido siempre la zona de confort de un Partido con una audiencia cautiva que se informa principalmente a través de sus medios. A tenor con ello, orienta la controversia hacia las preferencias políticas de grupos opositores y las exhibiciones de trumpismo, terrorismo y plattismo de algunos de sus miembros; en lugar de asumir un diálogo real con los ciudadanos que se vieron representados el 27 de noviembre.

Después del avance de sectores conservadores dentro del gobierno y el Partido, hay escaso interés institucional en un debate franco sobre la relación entre el poder y la ciudadanía o el respeto a las garantías constitucionales, independientemente de preferencias políticas. El Partido Comunista se refugió en el conservadurismo como método de supervivencia, abandonando el discurso apoyado en la promoción de la crítica y el cambio de mentalidad que sostuvo años atrás. Una revolución donde la palabra de orden es continuidad en lugar de cambio, es una secta que se encamina a un suicidio político colectivo.

El legado de Trump en las instituciones cubanas

La opinión pública cubana está más marcada por la actualidad, las reacciones emocionales y la organización tribal de quienes la componen que por su memoria histórica, incluso de períodos recientes. Se siente muy lejano el 2015, cuando el radicalismo de derecha en la Florida estaba en decadencia y los nostálgicos de la Guerra Fría perdían relevancia en el Partido Comunista. La visita de Barack Obama, en 2016, renovó los ánimos de confrontación en el Partido; luego, la administración Trump llegó para reivindicar la retórica de estos ideólogos conservadores.

La creciente influencia de este sector dogmático y su monopolio actual sobre el Departamento Ideológico del Comité Central y los medios bajo control partidista de que disponen, también es resultado de la política de máxima presión sobre Cuba, que ha logrado empoderar a los personajes más radicales y silenciar cualquier análisis matizado o actor político equilibrado.

Las autoridades cubanas no se equivocan al señalar que tales eventos ocurren bajo la sombra de cuatro años de administración Trump y su formidable peso sobre la vida de la Isla, pero omiten reconocer cómo ha afectado esto a la correlación de fuerzas políticas en sus instituciones.

Varios de los analistas que el Partido ha utilizado para justificar su comportamiento de las últimas semanas, se han beneficiado de la hostilidad durante los últimos cuatro años. Los mismos que decían que Obama sería igual a Bush y “más de lo mismo”, pasaron los años de normalización de relaciones añorando la relevancia que encontraron luego con Trump y hoy buscan preservar con los conflictos domésticos.

Vale recordar que estos comisarios llegaron a escalar posiciones institucionales gracias al apoyo directo del presidente cubano, que ante un escenario internacional complejo prefirió refugiarse en la seguridad del dogmatismo criollo en lugar de dar espacio a la herejía. Hoy sus ideólogos crearon una cámara de eco que reúne a una masa incondicional de seguidores, incapaz de dialogar y retroalimentarse del resto de la sociedad.

Este radicalismo ha tenido aún más influencia en la Florida, empoderando a una derecha cubanoamericana radical que no tiene escrúpulos con provocar sufrimiento en la Isla si eso estimula el cambio político que desean. Su visceralidad y alianza con el presidente que menos ha respetado las propias normas democráticas de Estados Unidos, avivan serias dudas sobre su compromiso con Cuba. La herencia dictatorial batistiana caló hondo, particularmente en Miami. Por su complejidad y extremismo es mejor dedicarle un análisis más completo en el futuro.

La oposición doméstica

 Desde hace mucho tiempo el gobierno cubano aplica medidas punitivas a la oposición de manera impune y esta continúa brindándole razones para hacerlo. La penetración de los grupos opositores por la Seguridad del Estado cubana también es común. En un país con antecedentes de haber sufrido actos de terrorismo esto no es gratuito, pero existen pocas garantías de que tal infiltración no se utilice también como herramienta para desacreditar a sus enemigos políticos, una práctica ilegítima e incompatible con los valores de una república.

En un momento en que la ciudadanía reclama por los derechos de todos los cubanos, los opositores parecen más interesados en capitalizar el momento que en solucionar sus propias contradicciones. Es decepcionante ver a algunos de ellos competir por el protagonismo y apostar al cambio de régimen con ayuda externa como única vía para su integración en la vida política nacional. Hay un sector de la ciudadanía cubana alcanzando una dosis de civismo que trasciende lo ideológico y que no es de interés para la oposición y el Partido Comunista, más ocupados en luchar el uno contra el otro que en salvar el alma de la nación.

La oposición cubana es heterogénea, pero la mayoría de sus grupos organizados provocan dudas en cuanto a su compromiso democrático y su patriotismo. Quienes guardan silencio cuando desde sus filas alguien incita a la violencia o gritan que Donald Trump es su presidente, no son muy distintos a los republicanos que en Estados Unidos se hacen de la vista gorda ante la presencia de supremacistas blancos en su partido político y un presidente que abusa del poder ejecutivo.

Ese mutis opositor se extiende al terreno de las libertades políticas, lo que brinda poca o ninguna garantía de que un cambio de sistema en Cuba no regresaría a los numerosos militantes comunistas a la ilegalidad y persecución que sufrieron en el pasado. Despojar de libertades políticas a sus adversarios es un elemento común que identifica tanto a un sector amplio en la dirigencia del país como a muchos opositores.

Desde la izquierda y desde la derecha, la capacidad crítica y la honestidad intelectual en servicio del interés nacional es lo que puede ganar las mentes y corazones de los cubanos, algo a lo que las fuerzas en pugna no prestan mucho interés. Cada vez es más escasa la posibilidad de un diálogo que inserte a la oposición en la política nacional. Dicho proceso requeriría el cese de los programas de cambio de régimen por parte de Estados Unidos y la regulación del financiamiento a los partidos políticos en el país.

En el pasado, los comunistas cubanos participaron junto a otras fuerzas políticas en la redacción de una constitución avanzada para su tiempo, hay evidencia histórica de que tal coexistencia es posible. Por su parte, Estados Unidos debería mostrar su compromiso con la democracia y reconocer su problemática relación histórica con Cuba para, de una vez, tomar distancia de los asuntos internos de la Isla, que no son su ámbito doméstico.

Epílogo

Los sucesos recientes reflejan una sociedad en la que el rechazo al trumpismo y el plattismo de un sector opositor no se traduce más en el silencio de la ciudadanía ante una violación del Estado de Derecho y las garantías ciudadanas; pero una tormenta acecha en el horizonte. La circunstancia de acoso externo, escasez y torpe propaganda gubernamental ya muestra consecuencias que trascienden el modelo actual y amenazan dejar huella en la nación.

El fracaso del Partido Comunista en explicarle creíblemente al pueblo cubano los efectos reales de las sanciones estadounidenses han devenido en una subestimación del mismo. Para colmo, la escasa rendición de cuentas y transparencia gubernamental ha provocado una falta de empatía con las instituciones del país que tomará mucho solucionar.

El uso de los medios con fines propagandísticos y su escasa problematización de la realidad, sumado a un sistema educativo con vacíos cívicos y democráticos, nos está entregando sujetos vulnerables a cualquier tipo de radicalización, propensos a participar en un acto de repudio lo mismo en la Habana que en Miami.

El desconocimiento de las normas internacionales, la polarización política y la falta de alternativas están induciendo a una normalización de los fondos para cambio de régimen en Cuba que es preocupante para las libertades externas del país. Y si algo han condicionado cuatro años de trumpismo y el desinterés gubernamental en un diálogo nacional franco, es aumentar el abismo que hoy separa a un número considerable de cubanos. Por ahora las opiniones sobre el MSI, el 27 de noviembre y la ofensiva mediática desde ambos extremos, es un test de Rorschach perfecto para estudiar las preferencias políticas del pueblo.

10 diciembre 2020 21 comentarios 3k vistas
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homenaje

Alina’s Book

por Harold Cardenas Lema 22 agosto 2020
escrito por Harold Cardenas Lema

Prologue to the book En Tiempos de Blogosfera (In Times of Blogosphere), by Alina Bárbara López Hernández

Ever since Shakespeare wrote that what’s past is prologue, many books begin by looking back in order to explain the present. In Times of Blogosphere is not the exception; these texts are part of the brief and disorderly history of digital public debate in Cuba. Its context is that of a country about which many readers have in-depth knowledge, with the doses of national struggle and old dogmas that brought us here. Whoever seeks boring, complacent reading should abandon all hope.

Personal blogs arrived in this country with the new century, the founding fathers being precocious students and journalists on the internet. The variety of topics and tones was (and is) visible in these national platforms, but its political segment, which we discuss here, soon captured many people’s attention. By the end of the first decade of the 21st century, there already was a wide rift between opposition blogs encouraged by external actors and blogs promoted by the Communist Party to ‘multiply the truth of Cuba’. The polarization was centrifugal; their leading figures often sacrificed nuances and objectivity in order to score a point for their ideological preferences.

The blog La Joven Cuba appeared in early 2010, along with other voices which were not a product of political intention, but a spontaneous civic phenomenon. Three young professors from the University of Matanzas created this space to add some color to a reality that, until then, was mostly described in black and white. Thus, we advocated for home-grown socialism which wouldn’t succumb to the same maladies of its European counterparts in the 20th century, but we ended up giving visibility to the political spectrum of the Cuban left and its various strands of thought.

As you may imagine, such a practice had its defenders and its critics from the beginning. While Raúl Castro promoted a change of mentality, we experienced the need for it. Thanks to the trust of some officials and intellectuals, we survived attempts at censorship, harassment, and demonization. And thus we reached five million online reads, always relying on the trust of our leaders remaining stronger than their fears.

It took years to convince Alina López to write a text for the web. One of our national tragedies has been that part of our solid professional and intellectual sector has remained on the sidelines of online political debate. Technological limitations and the underestimation of the medium also did their part; but when it was most necessary, she sat down to write her first post.

It was September 2017 and the blogosphere was living through its darkest hour. The response of some actors in the Cuban State to the effects of the normalization of relations with the United States was to organize a campaign, throughout the spring and the summer of 2017, against what they called ‘centrism’. Instead of turning it into a struggle against political ambiguity or against the sectors that, without defining themselves as opposition, were complicit in the regime change policy aimed at the country, they used the label at their own discretion, more concerned with obedience to the government structures than with political commitment.

La Joven Cuba was brought into the fray. When Silvio Rodríguez, Israel Rojas, Aurelio Alonso, and other members of the civil society complained, perhaps the greatest domestic political debate since the E-mail War took place. While Donald Trump started to make everything worse, the new purge seemed to be the priority that summer. Public pressure and the rains of hurricane Irma put out the campaign, which had its consequences nonetheless.

Alina is an exceptional intellectual any opinion medium would be proud to have. My years-long insistence, so she would join the digital debate, was because I knew her voice was necessary. I think she agreed to write for an internet blog reluctantly, like someone making concessions to her profession. Asking her to cut down her texts was like demanding that she choose between her daughters. I shared her joy when she began to get reactions from readers and to build up the audience that now waits to read her work every week. She won’t receive any international awards, because she understands the circumstances of the Cuban government, nor the recognition of national political authorities, who will find her too critical. Alina doesn’t write what others want to read.

The texts you will find in this book identify the problems in our reality without making concessions. They discuss historical events from which we’ve learned little or nothing. They tackle the dangerous disconnect between a part of the political discourse and everyday practice, with no fear of entering controversy with other authors.

Some readers might ask about the purpose of that criticism or will demand that the successes of the revolutionary process be mentioned more often, but the author has reasons for such emphasis. Her analysis must compensate for the silences that have prevailed in the political discourse and for the limitations of a media ecosystem that’s prevented from carrying out its social function. Alina is willing to take on that burden, even if they accuse her of being hypercritical.

Her articles deal with the contradictions of a country in revolution and the effects of a trench mentality. She appropriately calls attention to the old practice of keeping silent about our mistakes until there are suitable conditions to do so, which never arrives. In The Culture of Terrorism, Noam Chomsky does something similar when he describes how the horror of the obedient Soviet intellectuals regarding the crimes of the United States contrasted with their benevolent look at domestic sins.

This book is a blow to the wretched circumstance of having so many intellectuals on the sidelines of digital public debate, because they wrongly underestimate it, or have no way of reaching it, or are guided by a mistaken concept of political discipline which makes them remain silent. It is also a testimony to the talent of the author and to the maturity of the institutions that recognize her worth.

This is the proof that Alina López decided to accompany a blog of young people with no journalistic training, which dealt with topics ignored by the traditional media, with limited technological capacity and under the centrifugal force of political tendencies that demand obedience under penalty of ostracism or discredit. Hers is an honest contribution to the daily exchange happening in the digital public sphere; it reflects the hopes of a people who deserve more than they have, and whose intellectuals are beginning to look into the future. The past will be prologue, but the future is built by those who, like her, follow the poet’s advice: by hand and without permission.

You can download the book here: En Tiempos de Blogosfera

Translated from the original

22 agosto 2020 1 comentario 1k vistas
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libro

El libro de Alina

por Harold Cardenas Lema 19 agosto 2020
escrito por Harold Cardenas Lema

(Prólogo al libro En Tiempos de Blogosfera, de Alina Bárbara López Hernández)

Desde que Shakespeare escribió que el pasado es prólogo, muchos libros comienzan mirando atrás para explicar el presente. En Tiempos de Blogosfera no es la excepción, estos textos forman parte de la breve y tumultuosa historia del debate público digital en Cuba. Su contexto es el de un país que muchos lectores conocen a fondo, con las dosis de lucha nacional y viejos dogmas que nos trajeron aquí. Quien busque una lectura aburrida y complaciente, que abandone toda esperanza.

Las bitácoras personales llegaron a este país con el nuevo siglo, sus padres fundadores fueron estudiantes y periodistas precoces en internet. La diversidad de temas y tonos era (y es) visible en estas plataformas nacionales, pero su segmento político, al que nos referimos aquí, pronto acaparó la atención de muchos.

Al terminar la primera década del siglo XXI ya existía una amplia brecha entre blogs opositores alentados por actores externos y blogs promovidos por el Partido Comunista para «multiplicar la verdad de Cuba». La polarización era centrífuga, a menudo sus protagonistas sacrificaban matices y objetividad con tal de garantizar una victoria a sus preferencias ideológicas.

El blog La Joven Cuba surgió a comienzos del 2010 junto a otras voces que no eran producto de una intención política sino de un fenómeno ciudadano espontáneo. Tres jóvenes profesores de la Universidad de Matanzas creamos este espacio para ponerle colores a una realidad que hasta entonces era mayormente descrita en blanco y negro.

Así, abogamos por un socialismo autóctono que no sucumbiera a las enfermedades de sus homólogos europeos del siglo XX, pero terminamos visibilizando el espectro político de la izquierda cubana y sus distintas líneas de pensamiento.

Como podrán imaginar, tal práctica tuvo defensores y detractores desde un inicio. Mientras Raúl Castro promovía un cambio de mentalidad, nosotros vivíamos su necesidad. Gracias a la confianza de algunos funcionarios e intelectuales, sobrevivimos intentos de censura, acoso y demonización. Así llegamos a cinco millones de lecturas en nuestra web, siempre dependiendo de que la confianza de nuestros dirigentes fuera mayor que sus miedos.

Tomó años convencer a Alina López para que escribiera un texto en internet. Una de las tragedias nacionales ha sido contar con un sector profesional e intelectual sólido y que parte de este haya permanecido al margen del debate público en las redes. Las carencias tecnológicas y la subestimación del medio también hicieron lo suyo; pero en el momento más necesario se sentó a escribir su primer post.

Era septiembre de 2017 y la blogosfera vivía su momento más oscuro. La respuesta de algunos actores del Estado cubano a los efectos de la normalización de relaciones con Estados Unidos fue organizar, entre la primavera y el verano de 2017, una campaña contra lo que llamaron «centrismo».

En lugar de convertirla en una lucha contra la ambigüedad política o los sectores que sin definirse como opositores eran cómplices de la política de cambio de régimen aplicada al país, utilizaron el calificativo a discreción, basados más en la obediencia a las estructuras de gobierno que en el compromiso político.

La Joven Cuba fue incluida en la refriega. Cuando Silvio Rodríguez, Israel Rojas, Aurelio Alonso y otros miembros de la sociedad civil reclamaron, tuvo lugar quizás el mayor debate político doméstico desde la Guerra de los Correos. Mientras Donald Trump comenzaba a arreciar, la prioridad veraniega parecía ser la nueva purga. La presión pública y las lluvias del huracán Irma apagaron la campaña, no sin dejar secuelas.

Alina es una intelectual excepcional que cualquier medio de opinión se enorgullecería de incluir. Mi insistencia de años para que se incorporara al debate digital era porque sabía necesaria su voz. Creo que accedió a escribir para un blog en internet con reticencia, como quien hace concesiones a su profesión, pedirle que redujera sus textos era como exigir que escogiera entre sus hijas.

Compartí su alegría cuando comenzó a recibir reacciones de los lectores y a construir el público que hoy espera leerla cada semana. No recibirá un premio internacional porque entiende las circunstancias del gobierno cubano, ni el reconocimiento de autoridades políticas nacionales que la hallarán demasiado crítica. Alina no escribe lo que otros quieren leer.

Los textos que encontrarán en este libro problematizan nuestra realidad sin concesiones. Se refieren a eventos históricos de los que hemos aprendido poco o nada. Abordan el peligroso desfase entre una parte del discurso político y la práctica cotidiana, sin temor a polemizar con otros autores.

Algunos lectores podrán preguntarse sobre el objetivo de esta crítica, o requerirán que se mencione con más frecuencia los aciertos del proceso revolucionario, pero la autora tiene razones para tal énfasis. Su análisis debe compensar los silencios que han prevalecido en el discurso político y las limitaciones de un ecosistema de medios impedido de ejercer su función social. Alina está dispuesta a asumir esa carga, aunque la acusen de hipercrítica.

Sus artículos abordan las contradicciones de un país en revolución y los efectos de una mentalidad de trinchera. Señala con acierto la vieja práctica de silenciar nuestros errores hasta que existan condiciones propicias para hacerlo, que nunca llegan. En La Cultura del Terrorismo, Noam Chomsky hace algo parecido al describir cómo el horror de los disciplinados intelectuales soviéticos respecto a los crímenes de Estados Unidos, contrastaba con su mirada benevolente a las culpas domésticas.

Este libro es un golpe a la maldita circunstancia de tener tantos intelectuales al margen del debate público digital, porque se equivocan en subestimarlo, no tienen cómo llegar a él o están movidos por un errado concepto de la disciplina política que les hace guardar silencio. Es también un testimonio al talento de la autora y a la madurez de las instituciones que reconocen su valor.

Esta es la prueba de que Alina López decidió acompañar un blog de jóvenes sin formación periodística, que asumió temáticas ignoradas por los medios tradicionales, con limitada capacidad tecnológica y bajo la fuerza centrífuga de tendencias políticas que exigen obediencia o condenan al ostracismo y el descrédito.

La suya es una contribución honesta al diálogo cotidiano que tiene lugar en la esfera pública digital, refleja los anhelos de un pueblo que merece más de lo que tiene y cuyos intelectuales comienzan a mirar al futuro. El pasado será prólogo, pero el futuro lo hacen aquellos que, como ella, siguen el consejo del poeta: a mano y sin permiso.

Aquí puede descargar el libro En Tiempos de Blogosfera

19 agosto 2020 29 comentarios 1k vistas
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verdades

Las verdades difíciles

por Harold Cardenas Lema 3 junio 2020
escrito por Harold Cardenas Lema

La mente humana es un órgano para descubrir verdades, no falsedades

Solomon Asch

El espacio público cubano ha devenido en un ecosistema de grupos que creen e intentan representar a la mayoría. Por consiguiente, el debate político nacional es un espacio tribal donde los grupos interactúan poco entre sí y se conforman con alimentar a su base de seguidores. Si las dinámicas grupales juegan un rol tan importante, dediquemos unas líneas al comportamiento humano y su capacidad para discernir verdades de falsedades.

En 1951 el psicólogo Solomon Asch hizo un ensayo de percepción visual en el Swarthmore College. A grupos de ocho estudiantes Asch les fue mostrando una tarjeta con una línea recta, luego otras tres líneas llamadas A, B y C. Una de estas era del mismo tamaño que la recta original, las otras dos eran más largas o cortas. Cada alumno debía identificar qué línea tenía igual tamaño a la original. Lo que ocurrió todavía es objeto de estudio en la psicología social.

Experimento de Asch

En la primera y segunda ronda de tarjetas todos coincidieron en identificar el tamaño correcto. En la tercera empezó el engaño. Antes de comenzar, siete participantes habían recibido instrucciones de responder correctamente en las dos primeras rondas y luego responder erróneamente pero en grupo en la mayoría de las 15 rondas siguientes. El verdadero sujeto del experimento, el octavo alumno, sería siempre de los últimos en responder. El objetivo del ensayo era medir cuántos individuos cambiarían una respuesta obvia por adaptarse a un grupo.

Después de un inicio en el que las respuestas eran unánimes, el sujeto del experimento veía confundido cómo sus colegas seleccionaron una recta mayor o menor que la correcta. Ante la mirada de los colegas que esperaban su respuesta, en el 75% de las ocasiones el sujeto respondió al menos una vez junto al grupo de forma incorrecta, a sabiendas de que estaba mal. La necesidad individual de encajar en el contexto alteró significativamente la respuesta.

Al hacer las mismas preguntas a otros sujetos de forma individual, el margen de error fue del 1%, los errores ocurrían sólo en un contexto de presión social. Las razones para este comportamiento deliberado fueron el miedo a ser ridiculizados (influencia social normativa), la duda inercial de creer a la mayoría antes que a sus propios ojos (influencia social informacional) y el confiar a ciegas en la opinión mayoritaria. La modificación de la conducta y distorsión del juicio personal en el estudio realizado. Imaginen esto en una realidad marcada por burbujas ideológicas.

Este experimento no es infalible. Entre sus problemas metodológicos podemos citar una muestra limitada, con sujetos de similar composición social. Además, aunque no sabían de qué trataba el estudio, sabían que era un ensayo científico. Aún así, demostró cómo no es posible entender el comportamiento humano sin ver a las personas en su contexto grupal. El conformismo, la presión grupal y el temor a la desaprobación social, son cadenas invisibles en nuestro comportamiento. Cuba merece un análisis más profundo, pero intentaré citar dos ejemplos cercanos.

Siempre es aventurado clasificar las filas revolucionarias en Cuba. Para ilustrar esta idea distinguiremos dos grupos: los incondicionales al poder político actual (no la revolución) y la izquierda revolucionaria que apoya el socialismo, más a pesar del periódico Granma que gracias a él. Por razones que ameritan otro análisis, los primeros disfrutan de un respaldo oficial que no tienen los segundos. Por razones obvias, tienen un acceso y control de los medios masivos que no gozan los segundos. Hoy me referiré al primer grupo, que el Che Guevara calificara como dóciles al pensamiento oficial, la mayoría de los cuales viven al amparo del presupuesto público.

Hace unos años el Partido Comunista cubano llegó a una encrucijada: creaba diques de contención al debate y apostaba a una autodenominada vanguardia escogida bajo criterios de incondicionalidad, o avanzaba un pensamiento crítico que alimentara la cultura política nacional sin temer a sus contradicciones. Desde el momento en que Raúl Castro dejó de mencionar la búsqueda de un cambio de mentalidad, el segundo camino murió prematuramente. Al primer grupo de incondicionales la dirección del país lo amparó en su ardua tarea de exigir obediencia al segundo, bajo acusaciones de centrismo, progresismo y otros ismos por venir.

Por su protagonismo, Iroel Sánchez es un funcionario de gobierno que a menudo se identifica con este primer grupo.

Ayer el señor Iroel Sánchez dedicó parte del día a encender su grupo de seguidores tomando un texto mío del 19 de Marzo, sin reparar en el contexto de esa fecha. Como fue publicado antes de contar con el conocimiento actual sobre la pandemia, el cálculo de la tasa de mortalidad tenía un error que se corrigió inmediatamente con una nota editorial al final del texto, como es el estándar periodístico. Sin embargo, el señor Iroel Sánchez no sacó fotos ayer al texto publicado en LJC desde marzo: buscó en su buzón de correo la cifra original y la resaltó para maximizar el uso político que quería hacer de ella.

En un experimento de exponer verdades difíciles a un grupo tribal, doy más detalles. El día anterior a mi texto había muerto la primera persona por coronavirus en la Isla. El día siguiente, la cifra de contagios pasaba de 11 a 16, un aumento de casi el 30% en 24 horas. Como dijera el Dr. Fabiano Di Marco en el New York Times el 17 de Marzo sobre la situación en Italia, “es difícil de entender que cada familia tendrá un familiar o amigo que morirá, esa es la situación… es una guerra”. Los modelos de predicción para América estaban marcados por la experiencia inicial en Asia y Europa, la alarma (y no el pánico) era justificada.

El día 20 Cuba cerró finalmente fronteras y comenzó su exitosa campaña contra la pandemia. Una semana después contrasté incluso los errores de la administración Trump con los aciertos del presidente Díaz-Canel. Eso Iroel no lo vio, pero 300 personas lo apoyaron en mi Facebook. 

Las acusaciones simplistas siempre tendrán las de ganar ante explicaciones complejas y lograrán encender a una base fiel- pregúntenle a Trump. El grupo de agitación y propaganda cercano a Iroel lo apoya sin comprobar la acusación, porque viene de uno de los suyos e imaginan que beneficia las preferencias políticas del grupo. Ante un asesinato de reputación en Internet siempre habrá una disyuntiva: si respondes, dignificas al atacante con una respuesta; si callas, otorgas la razón al otro. Sin entrar en el juego de las ofensas, esta transgresión es importante para desnudar las agendas que hay detrás de cada campaña grupal.

Todavía en el experimento de Asch no había premios para ajustarse a la opinión del grupo. En el contexto cubano sí que existen incentivos para seguir ciegamente a esta tribu y sus portavoces que han secuestrado la voz gubernamental. Cuando un sujeto del experimento en el año 51 respondía un error, no era para garantizar condiciones materiales o el sistema de premios que brinda un grupo aliado al poder. Y premios hay en las dos orillas, veamos el próximo grupo.

Alexander Otaola es un emprendedor del entretenimiento político en la Florida.

Con un programa de televisión que rebaja el debate ideológico al reparterismo más vulgar, Otaola aprovecha las esperanzas de quienes desean un cambio político en Cuba y creen que la emoción de su tribu lo hará llegar. La teoría del último impulso, le llamé en un texto anterior. Para su activismo cuenta con el apoyo de una administración estadounidense que no ha logrado cumplir una sola de sus prioridades en política internacional, pero aporta dinero. De hecho, la promoción de un cambio de régimen en Cuba quizás le sea más beneficioso que un verdadero cambio.

En el ecosistema de medios opositores que promueven el macartismo floridano, no abunda el profesionalismo. Tampoco en los programas de televisión que lo reciben. La idea, al parecer, no es superar la propaganda burda que hace el periódico Granma, sino emularla desde el otro extremo. Que la democracia liberal estadounidense no le sea suficiente y se sume a la derecha radical dice mucho de los valores democráticos del nuevo exilio cubano en Miami. No podría concebirse un incentivo peor para convencer a los cubanos de cambiar su sistema político: abracen el trumpismo.

En estos días Estados Unidos vive protestas sin precedentes motivadas por abusos policiales a la comunidad afroamericana. Otaola acusó al Partido Demócrata de estar detrás de la manifestación ciudadana en las calles. Unas semanas atrás el celebrity de Internet me mencionó en su programa, algo que posiblemente intimide a algunos y excita a su grupo. Su comentario tenía tantos errores que no me interesó demasiado. A su incitación al odio y amenazas físicas de sus seguidores sí le dediqué más tiempo en los canales correspondientes. Ahora, ¿qué posibilidades hay de que sus seguidores se cuestionen su compromiso democrático?

El artículo que molestó al señor Iroel tuvo más de 10 mil reacciones en Facebook, positivas en su mayoría. La Joven Cuba es un medio en crecimiento, esa es la razón de su denuncia, no una cifra en un texto. Otaola sabe que para establecer un pensamiento único en la Florida necesita hegemonía sobre el resto de las voces cubanas en Estados Unidos, por eso ataca la diferencia. Por su naturaleza tribal, más allá de los grupos radicales a los que ambos predican, no convencerán a nadie más. En cambio, la posibilidad de acoger varias líneas de pensamiento en La Joven Cuba y concebir un país que no divida a los cubanos por sus preferencias políticas, es una verdad difícil de silenciar.

El poder de un grupo viene no solo de la cantidad de personas que lo integren, sino de su unanimidad en contraposición a opiniones disonantes. Cuando dicha unanimidad se destruye, su control se reduce significativamente. Hubo personas en el experimento que no cedieron a la presión grupal, mientras más confianza tenían en sí mismos, menos se dejaron presionar.

El experimento de Asch tiene un último detalle. Cuando introdujo un segundo sujeto en el grupo y eran dos respondiendo correctamente. Cuando el sujeto inicial del experimento no tuvo que decidir solo entre una verdad evidente y la presión de su grupo social, el total de respuestas incorrectas disminuyó de un 37% a un 5%. Si los cubanos han tenido que escoger entre la línea larga de un modelo autoritario y una línea corta de república bananera, como si no hubiera una opción más lógica para el interés nacional, ¿qué pasaría si los acompañamos en su decisión? ¿Qué pasaría si a pesar de las presiones tribales escogemos una línea que no llega ni se pasa en la que todos tengan cabida?

3 junio 2020 33 comentarios 1k vistas
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años

Los diez años de La Joven Cuba

por Harold Cardenas Lema 3 abril 2020
escrito por Harold Cardenas Lema

Han sido diez años difíciles pero la mayor victoria de La Joven Cuba es que sigue aquí. De ser un blog de hombres blancos pasó a ser un medio de opinión política con balance de género y racial, más parecido al país que lleva en su nombre. Su composición hoy va desde estudiantes universitarios a los más altos grados científicos. Su línea política es progresista, y a riesgo de entrar en etiquetas podríamos llamarle socialismo democrático. Aún así, la persecución a nuestros integrantes persiste por la insistencia de algunos funcionarios ideológicos a los que queremos decirles: El acoso te atrasa. Evoluciona!

Desde un inicio, hemos tenido momentos de tensión y distensión con el gobierno y el partido cubano. Hemos visto administraciones estadounidenses dispuestas al diálogo y otras obsesionadas con imponer su ideología en Cuba. Hemos visto que el contexto de apertura crítica en el que se fundó este espacio hace una década fue reemplazado por intentos de obediencia impuesta, incluso antes de la llegada de Trump. Lo vimos y seguimos.

Hace unos meses celebrábamos cinco millones de visitas a nuestra web.

LJC no disminuye su ritmo, recientemente rompimos nuestro récord de visitas con 23,000 accesos a un texto que se publicó hace dos semanas. Sin embargo, la calidad de un medio digital no se mide por el número de visitas. Mucho menos en tiempos donde el número de seguidores de un influencer o activista digital puede ser inversamente proporcional a sus credenciales para abordar un tema. Es un contexto donde la propaganda y la apelación a bajos instintos se diseminan como pólvora ante una audiencia que sólo busca aquello que satisface sus ideas preconcebidas. Nuestras redes sociales y los medios digitales últimamente parecen el Coliseo romano.

Especial reconocimiento merece este equipo. Desde los autores más veteranos hasta los que hoy empiezan. En un contexto tribal donde unos defienden ciegamente la gestión gubernamental minimizando desafíos internos, y otros buscan un cambio de régimen político omitiendo los logros sociales de la Revolución y maximizando los defectos gubernamentales, LJC propone una mirada más mesurada. Sin el respaldo mediático y el sistema de premios que disfrutan los proyectos apoyados por la administración Trump o el gobierno cubano, la supervivencia de iniciativas como esta es la garantía de un espacio crítico no-radicalizado en Cuba.

LJC propone el camino socrático de poner en duda nuestros dogmas y prejuicios.

En los últimos años son varios los proyectos que han desaparecido en la esfera pública cubana. La presión creciente de una administración estadounidense corrupta, así como el fortalecimiento de sectores conservadores en el gobierno y el partido cubano, hacen difícil existir políticamente sin oscilar hacia algún extremo. Sin embargo, LJC ha logrado mantener su línea editorial. Las autoridades cubanas pueden cambiar de opinión una y otra vez sobre nuestro trabajo, que seguiremos publicando y proponiendo cambios que conduzcan el país a una mejor gobernanza y la preservación de la soberanía.

Ha sido una década difícil pero fructífera. Gracias a los amigos que fundaron este proyecto conmigo, gracias a nuestra audiencia, y gracias a este equipo que pone mucho en riesgo sin esperar nada a cambio. Como dijera un célebre pensador cubano: seguimos en combate.

3 abril 2020 15 comentarios 858 vistas
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impact

Cuba: Brace for Impact

por Harold Cardenas Lema 21 marzo 2020
escrito por Harold Cardenas Lema

There’s no way to explain this without a dose of drama, but it must be said. We must get ready for the possibility that every Cuban family will have a member or friend who will die in the next few months due to infection with COVID-19. We might think that, in an act of chauvinism, the national health system will underreport the number of cases, but the arrival of the pandemic is not just unavoidable, it’s a fact.

The new strain of coronavirus ended the world as we knew it a few months ago; something known in every country the disease has reached with enough time to reproduce. Cuba will soon know that too.

The global mortality rate estimated by the World Health Organization (WHO) currently sits at 3.4%. This doesn’t mean that the island may not be able to reduce that number, but such an outcome would require extraordinary measures that are yet to be implemented. The decision to put off social distancing, the closing of schools and the scaling down of the national productive cycle, has so far been criticized and defended with more political than scientific arguments.

In contrast, the countries successfully facing the disease are the ones that have mustered willpower, setting aside their internal differences.

It’s been verified that the moment and manner in which countries choose to contain the epidemic are decisive in its eventual impact. The social shutdown which has taken place in Europe and is now beginning in the US is the only effective way to contain the spreading.

The Cuban state policy of containment/mitigation and of deferring the closing of the country as a last resort is economically understandable, but it implies risks. Cuba is not conducting random testing to identify when COVID-19 will go from being an imported disease to freely circulate in the streets. Delaying isolation for too long may be dangerous, so the moment for everyone to go home should arrive soon. Success will depend on citizen participation.

The cultural traits of the population, far more used to physical proximity than that of other nations, represent a hazard when the first measure of prevention is isolation. Also, Cuba suffers economic sanctions which put the country at a disadvantage to face the crisis, while the US shows no sign of making a humanitarian gesture and scaling down its policy of maximum pressure on the island. Not even with 1100 deaths in Iran has the Trump administration reduced its sanctions. Cuba should not expect anything different.

Since it’s a new strain, it’s left to be seen whether reinfection is possible, whether a seasonal change will have some sort of influence or whether the virus can mutate. But we must get ready for the worst.

Additionally, the social practice of going to extremes, from disinformation to panic and from silence to stridency, is counterproductive in cases such as this one. The possibility of a mature debate in social media about how to face the crisis hasn’t materialized either. The public sphere is affected by the Industry of Indignation, an ecosystem of online political activists, specializing in maximizing citizen indignation in the face of any government decision.

It doesn’t matter whether the Cuban government received the MS Braemar cruise liner with British passengers or not, criticism of its decision was assured. On the other hand, triumphalism and official propaganda are amalgamated with the information provided by professionals in the Cuban medical industry, the true authority at a time of epidemiological crisis.

Cubans must prepare for true social distancing, washing their hands frequently and remaining in their homes, perhaps for months. Even with all that, many would contract the virus. The goal isn’t preventing the number of cases from rising, something for which citizens must be ready, but reducing the number of infections, and especially to not flood the national health system. According to World Bank figures, Cuba has 5.2 hospital beds for every 1000 inhabitants. Each country is different, but if the trend until now is that an elevated number of inhabitants contract the disease, then the availability of beds becomes a matter of life and death.

China and Italy applied a probabilistic selection tool which decides who can occupy a bed or a piece of medical equipment and who can’t. According to this terrible yet necessary method, the elderly –despite being a more vulnerable sector– have had to cede their place to younger patients with a better chance of surviving.

If over 20% of Cubans are older than 60, the math becomes simple and macabre. Due to the magnitude of the danger, it is prudent that the Cuban State applies a mechanism of national lockdown as soon as the first locally transmitted case is identified. This measure will have a high economic cost at a time that’s already delicate as it is, but it seems indispensable.

If the global mortality rate does not vary, thousands of Cubans may die in the next few months due to COVID-19. Since it’s a new disease, there’s no immunity, which increases the risk of infection in inhabitants. Dividing the number of deaths between the number of cases, we’re able to calculate the mortality rate. It’s still too soon to make predictions in the case of Cuba.

Anyone who needs a dose of hope in these times may find it in literature. According to the fiction novel World War Z, after a global pandemic, Cuba became the wealthiest nation in the world for its geography, political system and education. Other scientific texts describe how to face an epidemic, and history books explain how previous crises have been weathered.

If this text hasn’t been enough to take the situation seriously, let us bring some perspective. The last great pandemic was the Spanish Flu of 1918, with a mortality rate of 2.5%, and it wiped out 50 million people. It’s quite possible that one of our ancestors might have died back then. From now on, we recommend being well-informed, following the guidance of medical authorities, and perhaps finding refuge in literature in the privacy of our homes to contribute to the necessary distancing. Just be aware that some of the books we considered apocalyptic in the past may today be found in the contemporary history section.

Translated from the original

21 marzo 2020 1 comentario 708 vistas
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