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Gustavo Arcos Fernández-Britto

Gustavo Arcos Fernández-Britto

Profesor y critico de cine. Especializado en cine y sociedad en Cuba.

Ausencias

Ausencias

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 16 marzo 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

Por cuestiones de trabajo, debo atravesar cada semana la zona donde radican las embajadas de México y Colombia en Miramar. Están separadas por quizás setenta metros y es posible que, en el fondo, las paredes o jardines de una confluyan con la otra. Entre ellas hay una concurrida cafetería que seguramente debe su éxito a la persistente emigración cubana.

Cerca, en un apartamento se llenan planillas; en otro, se hacen fotos. Hay también una escuela para niños extranjeros cuyos padres residen en el país. La casa del gran Chucho Valdés quedaba por ahí, y a solo cien metros se levanta La Maison, el famoso sitio de la moda. En esa pequeña porción de la ciudad, podemos reconocer una parte de Cuba.

A veces me detengo unos segundos y veo rostros, cuerpos, figuras que pronto se perderán, quizás para siempre, cruzando ríos o selvas. Hacinados en un camión recorrerán miles de kilómetros, cruzando fronteras, peligros, lidiando con traficantes, el hambre y todo tipo de incertidumbres. Otros, a veces, tienen más suerte. Muchos dejarán atrás a sus familias, amigos, pertenencias, hogares.

Ausencias

La muerte en pelotas, Antonia Eiriz, 1966

Pienso en todo lo que empeñan, abandonan. Hoy esperan por una entrevista, un trámite, una respuesta. No importa quién seas, cuál haya sido tu vida o de qué zona de la Isla vengas; todos buscan lo mismo: salir, escapar, recomenzar. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, la de los cubanos parecería inagotable, pero ahora mismo, en sus rostros solo se refleja…la angustia.

Hay mucha gente joven, personas que no rebasan los cuarenta años, todos nacidos después de la Revolución, formados, educados por esta. Durante un tiempo gritaron que querían ser como el Che, fueron al campo, a todos los actos, a la plaza, desfilaron, aplaudieron al líder. Sí, es la misma revolución que hizo grandes transformaciones sociales, que prometió un futuro luminoso, porque se levantaba con los humildes y para los humildes. Bueno, hace rato que eso no es así.

Las cifras indican que somos un país envejecido. No se equivocan. Con tantos jóvenes que parten, la geriatría tiene un gran futuro aquí. Veo fotos personales de hace algunos años, es el momento de la nostalgia. Si borrara los rostros de amigos y conocidos que aparecen en ellas, pero que ya no están, tendría un cuadro borroso como los de Antonia Eiriz.

Pienso en todas las veces que los cubanos hemos tenido que regenerarnos, comenzar de nuevo. Tus amigos ya no están, ahora tienes que buscar otros y esos, probablemente, también se irán. No se puede planear a largo plazo, todo es efímero, inminente. Lo que un día compartimos, se esfumó.

Como dice el replicante del film Blade Runner: «todos esos recuerdos se perderán como lágrimas en la lluvia». Miro fotos de mis estudiantes en la facultad de cine. Cuántos gestos de felicidad, de risas, de sueños. Los veo bailar, filmar, amar. Ahora lo hacen (eso espero) muy lejos de aquí. Sé que algunos apenas se ven. Ellos también han tenido que renacer.     

Leo en la prensa oficial que se han producido disturbios, protestas frente a otra embajada, la de Panamá. Cientos de personas reclaman sus derechos a viajar. Ya tenían pasajes, pero en la embajada alguien sacó cuentas y recordó que la emigración puede ser también un negocio, y ahora se les exige a todos un pago, por un permiso de estancia en el aeropuerto de Panamá.

La cosa se ha puesto fea en Quinta avenida, donde radica la sede diplomática. Hay patrullas, cerco policial, desvío de tráfico; la gente ya ha empezado a gritar otras cosas. La gritería es para los solares y en Miramar no hay ninguno. Aparece un funcionario del gobierno en la capital. Nadie lo conoce. Trata de aplacar los ánimos, se solidariza con los reclamos. Explica que la Cancillería cubana los apoya y que se hacen gestiones. Se escuchan aplausos. Luego recuerda que la Revolución no abandona a sus hijos. Se hace silencio. Suena incoherente, dadas las circunstancias.

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Cubanos protestan frente a embajada de Panamá (Foto: Cuballama)

Hay que buscar un culpable. Los funcionarios panameños son los primeros, pero el periódico Granma va más allá y afirma que el causante de todo es el gobierno de Estados Unidos, que ha mantenido cerrada su embajada por más de dos años. La gente quiere emigrar, visitar a sus familiares, asistir a un evento, pero debe utilizar terceros países para llegar a Norteamérica. Es injusto, absurdo. Cosas de Trump.

Hay algo más en todo esto. Siento que reducir el asunto a cuestiones de burocracia y papeleo es mirar para otro lado, una cortina de humo. Mañana se abre la embajada norteamericana y tendremos nuevamente decenas de miles solicitando un visado. Más colas, más dinero, más familias divididas. Vendrán nuevos muertos cruzando el mar, o la selva, porque las rutas de escape han cambiado. Veo cubanos varados en Ucrania y sorprendidos por la guerra.

Una noticia refiere la detención de una rastra donde viajaban 57 emigrantes ilegales en Centroamérica de los cuales 50 eran cubanos. Ya los nuestros compiten con los de Guatemala, El Salvador, México, Haití. Aparecen por cientos en las caravanas, los retenes fronterizos, las barcas. Esos serán devueltos a la Isla, donde posiblemente ya no tengan nada.

Siguen las culpas a Estados Unidos y su política migratoria, a las visas que se comprometió hace décadas y no otorgó, a la ley de ajuste, al bloqueo, a la «mafia de Miami», a la crisis internacional. Es un mantra. Siempre son otros los villanos, el diablo, el mal. Hablar del bosque, pero no ver los árboles.

Las preguntas que nunca hará el Granma son: ¿por qué cada año tantos quieren abandonar el país, sacrificando para ello tantas cosas? ¿Acaso estamos bajo una guerra? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Y no se hacen las preguntas porque responderlas implicaría desmontar buena parte del discurso y la retórica que fundamentan toda la Revolución.

En la Cuba post 59, la emigración nunca ha sido vista como algo propio de la condición humana, una práctica universal que tradicionalmente mueve a los individuos de un sitio a otro en busca de trabajo, oportunidades, estabilidad, paz, progreso y calidad de vida. La cuestión política ha centrado aquí todo el asunto, dividiendo las partes entre buenos y malos, íntegros y apóstatas.

El punto de vista oficial ha preferido construir la narrativa del estigma y el desprecio. El que emigra es un gusano, una escoria, una mancha. Como se promueve la idea de que la Revolución es lo más grande y anhelado por el pueblo, cualquiera que desee escapar o encauzar su vida en otro lugar, tiene que pagar, ser alguien deforme, enfermo, un desertor cuya historia de vida será convenientemente borrada de los libros, o desvalorizada. No quiero detenerme en los detalles porque todos sabemos que esa lista de muertos en vida, es larga.

Ausencias

(Foto: Quartz)

En nuestros manuales escolares, el tema migratorio suele resolverse de forma simplista y por tanto sin matices. En los sesenta los que emigraban eran batistianos, burgueses, siquitrillados, asesinos o colaboradores de estos; gente sin escrúpulos ni honor. Más adelante eran «los blandengues» que partían tras los cantos de sirena del imperialismo, «los traidores» a la obra revolucionaria y la patria que tanto había hecho por ellos. Para entonces, ya se ha trabajado sobre la conciencia de la gente, confundiendo Patria con Revolución y no solo eso, sino sembrando un sentimiento de culpa porque todo lo que somos, se lo debemos a ella.

Desde los noventa tenemos incorporado el relato del emigrado apolítico, gente «frívola» o «confundida» que solo sale en busca de mejorar su vida y economía, como si eso fuera una perversión. Para esta última categoría se produce una extraña disociación, que pretende justificar de alguna manera la partida achacando el acto al bloqueo, causante de todos los problemas materiales y existenciales de la población.

El gobierno no tiene la culpa, ni sus disposiciones o decretos, ni sus leyes o instituciones, ni su mala gestión. Han tenido todo, absolutamente todo para hacer y deshacer durante más de sesenta años, pero la culpa de nuestras desgracias es…. de Estados Unidos.

Es una narrativa que tiene que cambiar, porque ya no le dice nada a las nuevas generaciones, quizás porque un día, no hace mucho tiempo, asistieron a ese extraño y trascendental momento en que el presidente del país fue capaz de pasar la página y tenderle la mano al diablo en persona. Quizás porque percibió que, a pesar de toda esa historia de enfrentamientos y negaciones, se dio el paso para conversar, escuchar y respetar.

Tal vez porque esa esperanza de cambio se hizo trizas, como tantas y tantas otras. Quizás porque es una generación pragmática, que vive en el presente, donde la moneda del enemigo es la que vale y que sabe, a diferencia de sus abuelos, que el futuro empieza en este instante.

Tal vez, porque contrario a todo lo que le han enseñado y repiten cansinamente algunos en los discursos, el enemigo está dentro de nosotros mismos. Quizás porque mirando a sus padres se dieron cuenta de que todo lo que fue, ya no es o, como el personaje de Carla en la película Nada (Juan Carlos Cremata-2000), están «hartos de las noches sin vela, de las velas sin noche, del calor, de Cuca, del transporte, de la novela, de la sicología por televisión, de Concha, de Cunda, de todo y hasta de ellos mismos».

Comprendo que todo es mucho más complejo, y que en el otro lado también existen la mezquindad, el recelo, los llamados a la violencia, la cultura del pase de cuentas. Pero si reproduces las rutinas de tu rival no estas proponiendo nada nuevo, eres el mismo en la otra zanja, esperando que alguien levante la cabeza para cercenársela, y ese no debe ser nunca el camino. No puedes criticar la censura, censurando. No se puede lidiar contra el odio, fomentándolo entre los tuyos. No se puede estigmatizar al otro, que es al mismo tiempo tu hermano.

Mientras tanto, sigue la invasión rusa a Ucrania. Yo estudié en Moscú y visité Kiev y Lvov, una bella y pequeña ciudad en la frontera con Polonia, que mientras escribo estas líneas está siendo bombardeada. En los ochenta había paz, incluso formaban un mismo país. Ahora no existe ni una, ni el otro. ¿Existirá Cuba mañana?

16 marzo 2022 31 comentarios 4,2K vistas
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Iceberg

Iceberg, o cómo volver al cine para conocer un país

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 14 febrero 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

-I-

Hace unas semanas veía con mis estudiantes de la escuela de cine varios documentales y noticieros cubanos como parte de nuestro curso. ¿Qué le dirían a estos jóvenes del siglo XXI aquellas imágenes de los años sesenta? ¿Es el cine un espejo de nuestra realidad? En ellas hay una energía increíble, auténtica, rara; donde todos parecen abducidos por el proceso revolucionario que recién comienza. ¿Lograrán comprender esa dinámica participativa, tan distante de la que observan en el presente? Allí están sus abuelos ¿Pueden reconocerlos?  

El pueblo va al trabajo voluntario, aprende a leer y escribir, levanta un hospital, asiste al estreno de un filme checo, baila en un carnaval, marcha en una plaza o defiende al país de una agresión. El ambiente es contagioso y todo sucede de forma vertiginosa. Las personas ríen y, a pesar de los sacrificios y de no pocos peligros, lucen felices. Muchas veces aparece un narrador en off, que en tono aleccionador marca las pautas al trazar una línea que divide la historia en un antes y un después del 59. No es solo cuestión de tono sino también del mensaje, y el cine era el medio ideal para eso, sino que le pregunten a Lenin, Stalin, Mussolini o al general Francisco Franco.

La banda sonora de aquellos años no se quedaba atrás: Aquí pensaban seguir /ganando el ciento por ciento/ con casas de apartamentos/ y echar el pueblo a sufrir/ y seguir de modo cruel/ contra el pueblo conspirando/ para seguirlo explotando/ y en eso llegó Fidel/se acabó la diversión/ llegó el Comandante / y mandó a parar.

El relato siempre se nos presenta desde una perspectiva de conjunto, en planos generales y tomas aéreas. La masa empujando la Historia. En un documental sobre la apertura de un centro para adolescentes con problemas de conducta, se expresa una epifanía: pronto y gracias a la Revolución estos sitios desaparecerán. Se entiende que la pasión ciega.

En otro material los niños de una olvidada comunidad rural conocen a Chaplin, y se hace realidad aquello de que una imagen vale más que mil palabras. Los atletas que asisten a un evento regional tienen que vivir y entrenar en la cubierta del barco que los traslada, porque los norteamericanos no los dejan instalarse en la villa. La política sí cabe en la azucarera. Cada obstáculo obtenía una respuesta… ¿revolucionaria?

El filósofo francés Jean Paul Sartre visita la Isla en 1960 y entusiasmado, escribe Huracán sobre el azúcar. Su pareja, la también filósofa Simone de Beauvoir, diría que por primera vez asistían a una «felicidad conquistada mediante la violencia». Agnes Vardá y Chris Marker también registran con sus cámaras esa vorágine. Aparece ¡Salut les cubains! y ¡Cuba sí!   

Toda la vanguardia artística de entonces visita La Habana. Cada noticiero se compone de mil fragmentos, episodios múltiples de una época inolvidable. En medio de todo, son pocos los mencionados con su nombre: Dorticós, Che, Raúl y Fidel. Se escuchan himnos, ritmos trepidantes, consignas. En la pantalla aparecen pancartas donde leemos: «Dinos Fidel que otra cosa tenemos que hacer». ¡Y vaya si se hicieron cosas! Fantásticas, inspiradoras, precipitadas; y también tenebrosas.  

-II-

El cineasta Nicolás Guillén Landrián no tenía muy claro lo que encontraría a 800 km al este de la capital, pero era joven y lleno de ideas. Para alejarse de toda aquella algarabía viajó a las montañas orientales en busca de su personaje. Allí la Revolución tenía otro tempo y se hacía visible bajo otras dinámicas. El artista levanta la cámara y registra. Hay una muchacha que va a la iglesia, pero, quiere ser joven comunista. He aquí una línea que resume un país.

Los campesinos van al pueblo los domingos para reunirse y ver peleas de gallos, pero ahora quedaron prohibidas y en la plaza, bajo un sol inclemente, se celebran actos políticos. Las miradas están perdidas. Una foto de Lenin cuelga en el estrado. ¿A quién pertenece? ¿Qué significa todo esto?

Iceberg (2)Han sido alfabetizados y saben que eso es bueno; pero, ¿qué pasará ahora con sus vidas, sus costumbres? ¿Para qué sirve el conocimiento? Un grupo de personas lleva un ataúd. El muerto es La ignorancia. Todo está cargado de simbolismo. Los campesinos bailan, a pesar de ello el acto se muestra en forma ralentizada; de pronto, el rostro de una mujer ocupa todo el cuadro. Su mirada es poderosa. ¿Qué habrá sido de ella? Es el mismo procedimiento que veremos al inicio de Memorias del subdesarrollo (Tomás G. Alea-1968), donde también tendremos un baile, una muerte, un rostro de mujer.

Aquí hay algo más. En sus documentales, Landrián rehúsa incluir voces didácticas. La gente habla desde el silencio. Una mirada es suficiente y los inter-títulos tienen tanta fuerza que una simple línea capta todo el drama de una nación. Cuando Landrián encontró a Ociel, cruzando con su barca el río Toa, sabía que nos legaba un personaje para la posteridad. No es Fidel, pero: ¿Ustedes han visto la muerte?

El perro andaluz, fue un extraño filme surrealista rodado por Luis Buñuel y Salvador Dalí a finales de los años veinte. En su primera escena, un ojo es rasgado por una navaja. La imagen ocupa todo el cuadro. No hay mejor analogía para describir el sentido del cine o del arte.

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Ociel (Foto: Livio Delgado)

-III-

Poco tiempo después, siguiendo con nuestro curso, nos reencontramos con el Noticiero ICAIC. Estamos cerrando los ochenta y el sueño se había vuelto pesadilla. Ya pocos sonríen, apenas es voluntario el trabajo, ya no están el Che ni Dorticós. Ya no escuchamos tantas voces en off. Ahora tenemos el testimonio directo de la gente. Imágenes de barrios insalubres proliferan por doquier. Decenas de miles de personas se hacinan en albergues.

Mercados vacíos, largas colas para adquirir un producto de primera necesidad, fábricas paralizadas con equipos obsoletos, calles sucias, con baches y llenas de escombros, colapso del transporte público, ineficiencia, justificaciones, funcionarios que solo hablan de… factores. ¡Y lo peor estaría por llegar! Una interrogante surca la pantalla en varias ocasiones: ¿Quién es el responsable?

Realmente, ¿tendría sentido esa pregunta?  Encontrar un culpable no es, ni ha sido nunca el camino. Remover a un ministro aquí, sancionar a un funcionario allá, son paliativos de ocasión; la mascarada que nos hace vivir de ilusiones. Se rectifica y parece que tenemos un nuevo comienzo… para volver a llegar al mismo punto. Es el cuento de la Buena pipa que ahora se llama… Continuidad. Ese ha sido el ritual del poder. ¿Si el mal trabajo de un dirigente fuera la causa, por qué treinta años después ni uno solo de aquellos problemas ha sido resuelto?  

-IV-

La mayor parte de mis estudiantes nacieron en el siglo XXI y para ellos, tan marcados por el consumo de imágenes y una pragmática existencial, la vida se parece cada vez más al cine. Está claro que sus referentes, valores y sueños son diferentes; y una película puede hablarles más de un país que diez libros de historia juntos, sobre todo si en ellos encontramos cada vez más páginas en blanco.

La década de los ochenta fue singular y traumática. Se inició con el éxodo del Mariel y terminó con la desaparición del campo socialista. En ambos casos percibimos el desencanto. La primera generación nacida con la Revolución llegaba a las aulas universitarias. El hombre nuevo que construiría una nueva sociedad. ¡Un cubano viajaba por primera vez al cosmos! ¡Una vaca rompía un récord mundial de producción de leche! ¡Una central electronuclear se empezaba a construir en Cienfuegos! La ilusión socialista nunca fue tan real como en aquellos primeros años de la década. Pero en casa del pobre la felicidad dura poco. En abril del 85 Gorbachov llegó al Kremlin, y el martillo de la Perestroika rompería la campana de cristal.

Iceberg (4)

(Imagen: Noticiero ICAIC Latinoamericano)

En Cuba, Fidel iniciaba el período de rectificación de errores para conjurar la corrupción y las tendencias negativas que, según se decía, frenaban el desarrollo del país. En ese contexto los cineastas del ICAIC hicieron su tarea. Juan Carlos Tabío nos mostraba en Plaff – 1988, que no se podía tener tanto miedo a la vida y que todo cambio debía empezar por uno mismo. Orlando Rojas diseccionaba las manipulaciones del poder y el choque de generaciones en Papeles secundarios – 1989.

Mario Crespo nos traía a Zoe – 1990, una joven artista en busca de su independencia; mientras, Ana Rodríguez nos mostraba las heridas de una nación a través de los recuerdos de Laura – 1990. Por su parte, Gerardo Chijona filmaba Adorables mentiras – 1991, donde hablaba del oportunismo y la doble moral. Las señales de aviso siempre han estado ahí, emitiéndose desde todas partes por infinidad de artistas, pero a los políticos les gusta el cine de Hollywood.    

Al mismo tiempo, la Isla se sacudía su inocencia presenciando —como si de una novela por entregas se tratase—, los juicios a varios generales y héroes de nuestra historia acusados y condenados a muerte por alta traición. Todo un universo paralelo salió a la luz. Los procesos fueron televisados y la purga ejecutada, pero en una extraña carambola del destino, los villanos se convirtieron en mito y sus verdugos fueron despreciados.

Por cierto, algunos estudiantes desconocían estos acontecimientos. ¿Cómo era eso de que un héroe fuera fusilado? Se produce un intercambio en el aula. Eso es bueno. Hablamos de Cuba y ellos empiezan a reconocer un país. No es la primera vez que ocurre, porque las lagunas hacen ya un océano.

¿Qué historia es la que imparten en las escuelas? Noto muchas imprecisiones. Cada año es peor. ¿Pm? ¿Palabras a los intelectuales? ¿Polémicas culturales? ¿UMAP? ¿Padilla? ¿Primer Congreso de Educación y Cultura?  ¿Visitas de la Comunidad? ¿Embajada del Perú? ¿Mariel? ¿Actos de repudio? ¿Granada? ¿Tortoló, el nuevo Antonio Maceo? ¿Maleconazo? Demasiado para procesar. Y eso solo es la punta del iceberg.

-V-

Como un país sin imágenes es un país que no existe, hay que volver al cine para redescubrir el país. Curiosamente cada año escuchamos, en congresos y reuniones, un llamado al rescate de nuestra Historia. Eso está muy bien, pero tiene que ser un viaje en múltiples direcciones, un concierto con la mayor diversidad de voces. Recordar es grandioso, nos conecta con nuestra identidad; pero confrontar es más útil, y sobre todo responsable de cara al futuro.

Por eso aprecio que algunos de los jóvenes que conforman el llamado cine independiente cubano, y que un día estuvieron sentados en mi clase, se vean motivados por hacer ese viaje hacia las zonas oscuras de nuestra memoria. Hay demasiadas piezas escondidas en ese rompecabezas que se llama Revolución. Para ellos será un descubrimiento que mezclará asombro, placer y dolor. Esa es la vida y no la que nos cuentan desde el Departamento Ideológico del Partido.

Nadie posee la última palabra porque la memoria siempre estará en construcción, pero para esos jóvenes lo esencial es que tengan una voz y la protejan con sus propios argumentos. Si pretendemos que sean solo epígonos de sus mayores, cumpliendo tareas y aplaudiendo sin cuestionar cada uno de sus discursos orientadores, no habremos entendido nada de la historia y el futuro del país quedará hipotecado.

Regreso al cine. Es un refugio que puede atesorar toda la luz del mundo. En la película Madagascar (Fernando Perez-1994), Laura es una profesora que entregó toda su vida a la profesión y al país, pero ahora vive frustrada en pleno Período Especial. No consigue dormir y ya no tiene sueños.  Para colmo, su hija Laurita quiere irse a Madagascar. En una escena asistimos a esta discusión:  

Laura: Todo tiene su proceso y para guiarte en ese proceso estoy yo, que soy tu madre, porque tú todavía no sabes ni lo que quieres

Laurita: Yo sé lo que yo no quiero

Laura: ¿Y se puede saber qué es lo que no quieres?

Laurita: Ser como tú.

14 febrero 2022 20 comentarios 3,2K vistas
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Héroes

De Cuba, los héroes y otros demonios

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 17 enero 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

-I-

Hace unas semanas, mientras veía la película cubana El mayor (Rigoberto López, 2021) me vinieron a la mente viejas cuestiones sobre la necesidad que tiene nuestro cine de adentrarse en la historia, pero no para describir didácticamente eventos pasados o idealizar aún más ciertas figuras, sino para confrontarlas con su propia época, que es lo que verdaderamente tiene sentido. Ver, y si es posible entender al sujeto en toda su complejidad, con sus miedos, contradicciones, virtudes y pasiones.

Del pasado podemos aprender mucho, pero es necesario percibirlo en toda su dimensión. Se dice popularmente que debemos hacerlo para no repetir los mismos errores, no obstante, como afirma el refrán, el hombre es el único animal que tropieza mil veces con la misma piedra.

Entiendo que para numerosos historiadores o espectadores, ese viaje debe hacerse con rigor y respeto a la verdad, pero ya se sabe que esta es relativa, dependiente de las circunstancias, la subjetividad humana y los intereses del poder. Por otra parte, el arte cinematográfico es representación, juego con las formas y, en esencia, manipulación. Aunque el mundo esté ahí, necesitamos articular múltiples mediaciones —técnicas, artísticas, dramatúrgicas, visuales— para captarlo y reproducirlo, de modo que los cineastas siempre van a seleccionar y discriminar utilizando un lenguaje, el del arte.

Ocurre que cuando se trata de un suceso histórico, se pide a nuestros artistas que sean fieles, no tanto a los hechos como a la manera en que el poder los interpreta y cosifica; es decir, los filmes deben legitimar las lecturas e intereses oficiales sobre determinado asunto, y eso no es arte, sino propaganda. En definitiva, es el gobierno cubano a través de sus instituciones el que financia la mayoría de los proyectos (El mayor contó con estimable apoyo del MINFAR, y antes aconteció lo mismo con Kangamba, de Rogelio París, 2008; y Sumbe, de Eduardo Moya, 2011); así que todo adquiere sentido.

Tomás Gutiérrez Alea en Una pelea cubana contra los demonios (1971) y La última cena (1976), Humberto Solás con Cecilia (1981) y Fernando Pérez con José Martí: el ojo del canario (2011), fueron cuestionados por sus libertades a la hora de leer la historia e interpretar las sagradas escrituras. En una época oscurantista hubieran sido quemados en la hoguera por blasfemos.

Ellos tenían claras las limitaciones que representaba el tiempo cinematográfico. Imposible llevar al cine toda la vida de un individuo, mucho menos recoger las dinámicas y eventos alrededor de un gran suceso. Huyendo del panfleto o la adulación, se propusieron captar lo que se desprende de esos personajes y acontecimientos, buscando quizás un hilo que los conectara con el presente.    

Me gustaría recordar entonces uno de los por cuanto que, en la temprana fecha de marzo de 1959, sostuvieron la creación del ICAIC:

«Por cuanto: Nuestra Historia, verdadera epopeya de la libertad, reúne desde la formación del espíritu nacional y los albores de la lucha por la independencia hasta los días más recientes una verdadera cantera de temas y héroes capaces de encarnar en la pantalla, y hacer de nuestro cine fuente de inspiración revolucionaria, de cultura e información».

Queda plasmada desde sus inicios una extraña simbiosis que conectará indeleblemente a nuestro cine con los intereses del grupo que asume el poder. La ley 169 que crea el ICAIC, no solo fue la primera en el ámbito de la cultura, sino que se adelantó a otras como las de Reforma Agraria o Urbana.

Préstese atención al hecho de que en aquellos meses iniciales, donde tantas cosas se estaban fundando y organizando, confluían las expectativas y deseos de diversos sectores, partidos y movimientos sociales que simpatizaban con la revolución en su lucha para sacar al dictador Batista del poder. Pero, como ya sabemos, eso era una cosa y la Revolución declarada socialista en abril del 61, otra.

No fue casual que buena parte de los filmes y documentales producidos durante esa primera década estuviesen signados por el didactismo, la representación de los cambios revolucionarios, su compromiso con el poder y el viaje al pasado; en lo que se entendía como imprescindible rescate de nuestras raíces e identidad.

El primer largometraje terminado por el ICAIC fue Cuba baila (Julio García Espinosa, 1960), relato sobre una quinceañera contado en clave de sátira social, pero su estreno oficial fue postergado hasta abril de 1961 para darle paso —no podía ser de otra forma—, a Historias de la revolución (Tomas G. Alea, 1960) que se exhibiría en el cine La Rampa en los días finales de 1960.

No pasaría mucho tiempo para que se produjera, en mayo de 1961, el crispado debate alrededor de PM (Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante) documental censurado —en su exhibición en salas— al considerarse por la Comisión de Estudios y Clasificación de Películas: «nocivo a los intereses del pueblo cubano y su Revolución», unas líneas que aparecerán, como escritas en sangre, en cuanto documento, decreto o ley nos acompaña desde entonces.

Curiosamente y desde temprano, empiezan a aparecer también los elegidos que hablan en nombre del pueblo, determinando lo que podemos ver, escuchar, sentir… Ya sabemos que: «dentro de la Revolución, todo, contra la Revolución, nada, porque el primer derecho que tiene la Revolución es su derecho a existir y contra ese derecho, nada ni nadie…».

Lo que no sabemos «luego de tantos palos que nos dio la vida», es qué se entiende por Revolución, así que cada uno la ha interpretado, practicado y soñado como Frank Sinatra: «a su manera».

-II-

En la película El mayor volvemos a toparnos con los mismos errores de puesta en escena observados en filmes con estas características. Hablo de situaciones inverosímiles, gestos y voces grandilocuentes, personajes encartonados, largos parlamentos que parecen extraídos de un libro de texto, ceños fruncidos y posturas hieráticas de los héroes que, entre otras cuestiones, lastran una rica historia de vida, mostrada sosamente como si se tratara de un power point escolar, utilizando graficaciones y saltos arbitrarios en el tiempo.

Entonces, como me gusta relacionar las cosas y sé que nuestra cinematografía continúa en gran medida atrapada por el contexto, observo, no sin suspicacia, que todos esos problemas de naturaleza artística son secundarios ante el verdadero mensaje que intenta proyectar el relato. Varias son las escenas donde se presentan puntos de vista opuestos sobre la conducción de la guerra, y luego sobre las estrategias a seguir para encauzar la nación una vez soberana.

Agramonte y otros patriotas —más apegados al rol de una Asamblea de representantes, con poderes para elegir o destituir al presidente según los dictámenes de la nueva Constitución—, se enfrentan a las ideas de Carlos Manuel de Céspedes, quien prefería el mando total y centralizado en su figura como única vía para derrotar a los españoles y reconducir el destino de Cuba.

Céspedes comprendía (como después Martí) que el caudillismo o regionalismo —existían fuertes discrepancias entre los patriotas orientales y los del centro— no llevarían a feliz término esa contienda. El filme dedica amplios segmentos —para sufrimiento del espectador— a estos intercambios de palabras e ideas, que atentan contra la dramaturgia pero son esenciales para el mensaje que se pretende. 

Decía, por cierto, Ignacio Agramonte ante el claustro de la Universidad de La Habana: «(…) el gobierno que con una centralización absoluta destruya ese franco desarrollo de la acción individual y detenga la sociedad en su desenvolvimiento progresivo, no se funda en la justicia y en la razón, sino tan solo en la fuerza (…)».

Héroes (2)

El actor Daniel Romero Pildaín interpreta a Ignacio Agramonte el la película El Mayor. (Foto: Rodolfo Blanco Cué)

Todos los días, desde hace décadas, escuchamos el mantra de la UNIDAD. En las escuelas, titulares de prensa, palabras de los políticos y vallas publicitarias, se nos dice que «Un pueblo unido jamás será vencido»; frase que lleva muchísima razón si no fuera empleada también como acicate para anular toda manifestación que discrepe o cuestione el discurso, las leyes o las políticas oficiales.

Las críticas al gobierno y sus acciones suelen ser vistas como fisuras que resquebrajan la unidad y permiten el paso al enemigo. Sí, los ciudadanos pueden quejarse del estado del transporte público, la excesiva burocracia, la carencia de viviendas, la inflación, la falta de alimentos o… ¡el gramaje del pan!; pero nunca asociar tales problemas a una falla estructural del sistema, la pésima gestión de las autoridades de la nación o el rol del partido, aunque esos sean males persistentes por más de seis décadas.

-III-

Cuando en otros países se producen protestas, huelgas, marchas y manifiestos, son resultado de la inconformidad del pueblo con el sistema que los oprime y violenta; pero en Cuba tales actos solo responden a agendas trazadas por el enemigo y muchos de los que participan… están confundidos. Constantemente nos hablan de la hegemonía del capital y los poderes mediáticos dominados por grandes transnacionales, interesadas en controlar la información y la mente de las personas; pero en nuestro país debemos aplaudir que toda la prensa, la radio y la televisión estén al servicio del pueblo… bajo el control del aparato ideológico del único partido existente.

En el mundo proliferan líderes corruptos de países endeudados que dictan leyes en contra de sus ciudadanos; pero en Cuba, nuestros dirigentes son continuidad, renegocian la deuda, rectifican errores y hacen tareas para ordenar y mejorar nuestras vidas. 

En nuestros libros de Historia se cuenta la gesta de hombres y mujeres que durante siglos han levantado esta nación, con palabras y acciones que merecen todo el honor; no obstante, es una historia oficial, y no hay nada más frágil y sospechoso que las historias oficiales que obvian matices y colores. La unidad es buena, pero la ética y la honestidad serán siempre mejores.

Para los políticos, la historia es otra cosa. Es el lugar al que recurren para salvarse, sostenerse con toda su mediocridad y falta de autenticidad. Incapaces, la mayoría, de hacer algo real, duradero y trascendente; apelan al héroe que ya no está, ni aparecerá aunque le hagan monumentos y lo evoquen mil veces. Se sabe, pero algunos no desean comprender, que mientras más empeño pones en mostrar una cosa, mayor resulta tu debilidad. Atrapados en un círculo vicioso que solo habla de panteones y muertos, olvidan que frente a ellos discurre la vida, breve y única, de millones de cubanos.

No habremos aprendido nada de la historia, y el sacrificio de tantos habrá sido vano, si todavía, siglo y medio después de la caída de Agramonte y a sesenta y tres años de una revolución, por los humildes, con los humildes y para los humildes; estamos pugnando aún sobre la justicia, la desigualdad, el progreso, el respeto y la libertad.

17 enero 2022 16 comentarios 3,9K vistas
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Palabras (1)

Palabras que devoran las palabras

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 9 diciembre 2021
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

Alguien, a modo de broma, dijo cierto día que en Cuba solo había tres problemas: desayuno, almuerzo y comida. Mientras que en ciertas instancias, toda la conversación se establece sobre los grandes desafíos de la nación, la vida cotidiana de los ciudadanos transcurre en otra dimensión.

Parecería una banalidad, pero ningún análisis serio sobre Cuba puede obviar ese drama que representa, para la mayoría de la población, todo el sentido actual de su existencia. Por eso, no son los llamados disidentes, ni los mercenarios, ni los enemigos externos los que están generando una ruptura con la Revolución, sino que es ella misma la que viene implosionando, destruyéndose desde adentro. Aferrados a una narrativa que solo apela al flash back, nuestros dirigentes y funcionarios pierden de vista el presente e ignoran las señales que les envía el mundo real. 

La Historia, los héroes, las razones de Cuba, están muy bien; pero el pollo que sacaron en la esquina es mejor. Se ha ido imponiendo una pragmática de la cotidianidad, una peligrosa tendencia al ¡sálvese quien pueda!, que suele desconocerse en los estudios sobre la Isla, reduciendo ese gran relato a la dicotomía entre el bien y el mal, pasado y presente, Cuba versus Estados Unidos, Revolución-Contrarrevolución.

Para la gente de a pie —y cada día hay muchos más en esa lista—, el tiempo de las promesas se acabó. Eso es, como diría La Lupe: «puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro»…. En los años sesenta y setenta, se trabajaba incansable y voluntariamente para un futuro que, se decía, pertenecía por entero al socialismo. Un concepto de sacrificio que cobró sentido para nuestros padres. El hombre nuevo, la sociedad nueva, la trova nueva y el pueblo nuevo.

Todo se veía desde un prisma positivista, transformador, sostenido desde las palabras y los libros escolares por un discurso que estigmatizaba el pasado, visto como retrógrado y burgués. La Historia, los paradigmas, los valores, empezaron a reescribirse en aras de legitimar el camino trazado por el Partido que, aunque no era nuevo, ¡empezó a ser… inmortal!

La Revolución cambió muchas cosas, entre ellas el lenguaje. Hay toda una gramática generada por los ideólogos del Partido y la Cultura que impregnó cada esfera del pensamiento. La alfabetización fue buena, pero el adoctrinamiento de la sociedad resultó más eficaz. Es grandioso pensar, pero lo ideal sería citar al líder, aplaudir y nunca cuestionar.

Como toda cultura se levanta sobre leyendas y símbolos, el gobierno cubano puso especial empeño en inventar los suyos. La primera apropiación vendría con la palabra Revolución, reconfigurada ahora para definir, no una acción legítima y universal practicada durante siglos, sino un sistema político concreto, el nuestro, que es único e indestructible. Cualquier otra lectura de sus significados quedaba anulada o sancionada.

La Patria no es el lugar donde nacemos, donde encontramos nuestras raíces y cultura, sino que es, sobre todo, la Revolución, y solo se es un buen cubano defendiendo la Patria que es, al mismo tiempo, la Revolución. En la película Fresa y Chocolate (Tomas G. Alea – 1993) encontramos un ejemplo de hasta dónde puede estigmatizarse la existencia de los ciudadanos bajo esa perversa y excluyente analogía.

La independencia solo será leída como acción liberadora de un dominio externo, cualquier otra acepción es sospechosa puesto que, en un país institucionalizado y controlado por un solo partido e ideología, cualquier gesto de independencia resulta equívoco. Al mismo tiempo puede verse como se exacerba el concepto de unidad, palabra que atraviesa cada párrafo del discurso, las leyes o el mensaje público. La independencia es una fisura, un agravio a ese pueblo unido que jamás será vencido.

Hace apenas tres años, el parlamento cubano, como si no tuviera otro asunto importante que tratar, destinó ¡toda una mañana! a debatir el término propiedad privada, porque en el país lo que tenemos son… trabajadores por cuenta propia. Así, los eufemismos o el gerundio conformaron toda la estructura discursiva de nuestros políticos. Las cartas se están elevando, los problemas resolviendo, las leyes estudiando. Los emigrados pasaron de ser gusanos, escorias vilipendiadas, ratas que abandonaron el barco, a una comunidad residente en el exterior, gracias a la cual, por cierto, vive buena parte de la nación.

La verdadera democracia solo puede ser, si es socialista. El parlamento no es tal, sino una Asamblea del Poder Popular que es el verdadero poder, puesto que representa el poder del pueblo. La Constitución es la ley de leyes, pero por encima de ella está, según vimos en televisión, el poder del Partido que representa la fuerza rectora de la sociedad, aunque lo integren poco más de medio millón de ciudadanos.

No existe país más culto que el nuestro, ni ejército más noble, ni democracia más plena, ni bloqueo más genocida, ni elecciones más transparentes. Los héroes son sagrados, el líder es eterno, la calle y las universidades son de los revolucionarios, los que disienten son mercenarios y los que critican están confundidos. El arte es un arma de la Revolución, los CDR son la sociedad civil, las crisis no existen puesto que, solo son coyunturas y los problemas serán resueltos… cuando llegue el momento indicado.

Palabras (2)

No existe país más culto que el nuestro, ni ejército más noble, ni democracia más plena, ni bloqueo más genocida, ni elecciones más transparentes.

Los dirigentes rara vez ofrecen un discurso propio y, sin excepción, para legitimarse citan a Fidel o Martí, y mientras más lo hagan, mejor. Los debates sobre los derechos de la ciudadanía, las libertades, la justicia o la ética, siempre están condicionados a una interpretación de carácter ideológico.

En las leyes y disposiciones emitidas por la dirección del país existen muchas cuestiones favorables para la ciudadanía o el orden constitucional, salvo que atenten contra los principios de la Revolución y por tal motivo, toda huelga, manifestación pública o protesta ciudadana, quedarán prohibidas. 

Se ha dicho que el medio es el mensaje. En Cuba, el mensaje es el medio, en tanto la televisión, la radio y la prensa han estado totalmente controladas y supervisadas por el Departamento Ideológico del Comité Central del Partido. Ese matrimonio tuvo una existencia feliz y armónica, ofreciendo por décadas una imagen Cuba que tenía dos aristas: el paraíso tropical y la isla indomable. Los turistas, los amigos de la Revolución, los empresarios, viajaban al parque temático que guardaba, para cada segmento, sus rutas, sus baratijas —la comercialización exacerbada de la imagen del Che es un ejemplo— y sus narrativas.

No hay mayor relato que el diseñado alrededor del bloqueo de Estados Unidos. La historia del David enfrentado a Goliat siempre tendrá millones de seguidores. Esa dramaturgia ha sido escrita obtusamente por todos los gobiernos norteamericanos y algunos cubanos, en una ópera trágica que tiene mil voces. Mientras cada parte se ataca y niega, encuentra sus razones y sin razones, las familias cubanas sufren las mayores consecuencias. Enfrentamiento, divisiones, odios que se exacerban, rencores que no se superan.

Todo sirve para alimentar esa diabólica dramaturgia. Como si de un videojuego macabro se tratase, cada parte espera por las acciones del contrincante. Acción y reacción. A veces imagino a los políticos de turno junto al teléfono, haciéndose cada semana una llamada para trazar las estrategias y los obstáculos que colocarán en el camino de los ciudadanos, antes de pasar al próximo nivel.  

Uno pudiera preguntarse cómo es posible que luego de sesenta años, aún Cuba dependa tanto de las decisiones que tome un presidente de Estados Unidos. Recuerdo que entre las razones que propiciaron las acciones revolucionarias a fines de los cincuenta, estaba la necesidad de romper esa subordinación económica que teníamos con el vecino.

Mientras existió el campo socialista —devenida nueva subordinación—, el bloqueo estaba en el número diez de la agenda cubana, realmente poco importaba. Desde hace años, nuestros políticos, como pesadilla recurrente, no dejan de hablar del mismo y todos los problemas que tenemos son achacados a su existencia. No hay una mirada objetiva hacia dentro, hacia esa incapacidad de generar una economía propia que se sostenga. ¡Cuántas limitaciones, leyes, decretos y medidas se han firmado que obstaculizan la vida de los cubanos y que nada, o muy poco, tienen que ver con el bloqueo!

Palabras (3)

Cuando el pasado 11 de julio, miles de ciudadanos se lanzaron a las calles de toda la Isla, estaban mostrando su ira y frustración ante el estado de ciertas cosas. En ellos está también la angustia por la falta de diálogo real, las voces de aquellos que ya no quieren seguir en silencio, y el gesto inconforme, ¿por qué no?, ante la errática gestión de un gobierno.

Son los mismos ciudadanos que quizás marcharon ayer un 1ro de mayo, que en algún momento aplaudieron a Fidel y que, sin dudas, trabajan o estudian día a día intentando generar riquezas y progreso; pero que son, ante todo, seres con necesidades, carencias, angustias y expectativas no satisfechas. Para ellos, los discursos han dejado de funcionar, las reuniones son inoperantes, las quejas no tienen sentido y las promesas nunca se cumplen. El drama de la nación cubana encontró, desde ese día, su nuevo punto de giro. 

Si el gobierno tiene el control de todo, no puede únicamente esperar aplausos por su gestión benefactora, sino que también es responsable de todas las miserias y problemas que nos rodean. El ejercicio del poder implica una responsabilidad, para el bien y para el mal.

Los jóvenes de hoy nacieron en pleno período especial. Los que estudian ahora mismo en las universidades son una generación del siglo XXI, que se mueve a la velocidad de la luz y pegados a una pantalla, en una dinámica virtual que la aleja del mensaje unívoco y aburrido que muestran nuestros medios.

Las recientes medidas para unificar la moneda fueron una bomba de tiempo, lanzada al ya maltratado rostro de las familias cubanas, pero algunos prefieren hablar y dedicar largas horas a encontrar culpables en otras partes, obviando que no existe tal golpe blando, como gustan decir, sino uno verdadero, duro y terrible, originado desde las mismas instancias del gobierno.

Mientras algunos se entretienen siguiendo las rutas del dinero, buscando analogías en viejos manuales o encarcelando a supuestos líderes; miles de cubanos emigran cada año, en una sangría incontrolable que pone en suspenso cualquier idea que tengamos del futuro. Jóvenes formados por la Revolución que poco o nada quieren saber de ella.

El relato oficial gusta de repetir que la cultura es el alma de la nación. Debería entonces prestar mayor atención a lo que esa cultura popular le está diciendo, porque los dos fenómenos culturales y sociales más relevantes en los últimos quince años han sido generados, precisamente, a contrapelo de las instituciones. El reguetón y el paquete semanal representan dos formas de resistencia y articulación social enfrentadas a un modelo de cosificación cultural que ya fue instaurado en el país alrededor de 1971 y que hoy —decreto 349 entre otros recientes—, vuelve con nuevos bríos.    

Actualmente, un bloguero, un streamer, un cantante de reguetón, un grupo de personas que comparten aficiones o deseos a través de WhatsApp, pueden ejercer más influencia en una comunidad que todos los cursos y clases recibidas en una escuela. Los valores son diferentes, la sociedad es diferente, las prácticas sexuales son diferentes. Hay otros mitos, otras lecturas, otras canciones, otros sueños, nuevas imágenes, villanos y héroes. Hay, en definitiva, otra conversación social que tiene que ser escuchada y respetada. Es ahí donde se está produciendo la nueva y verdadera Revolución.

9 diciembre 2021 37 comentarios 10,6K vistas
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Apertura

Sobre la apertura de fronteras

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 14 septiembre 2021
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

En la película Una pelea cubana contra los demonios (Tomás Gutiérrez Alea- 1971), vemos el conflicto entre un cura y un mercader. El primero está interesado en desplazar el pueblo donde reside hacia algún punto tierra adentro, mientras que para el segundo no existe mejor lugar que la costa, sitio que favorecería no solo su gestión, sino que traería prosperidad y bienestar a toda la comunidad.

Dos visiones enfrentadas, dos maneras de entender conceptos como libertad, desarrollo, seguridad, esperanzas y calidad de vida. El discurso del primero llamaba la atención hacia los peligros que podían llegar del exterior, eventos como ataques piratas, enfermedades, desastres naturales, inestabilidad, perdida de moral y poder. Cuando vio que las ideas del comerciante lo superaban, convocó al demonio y Satanás se hizo presente provocando incendios, quemas de «herejes» y destrucción, porque lo importante era «salvar su rebaño». Esta historia, asociada a la fundación de la ciudad de Remedios, aparece en un libro de Fernando Ortiz.

Como en el cine cubano las películas no surgen por azar, sino que están estrechamente ligadas a eventos, políticas y acontecimientos de nuestra realidad o Historia, uno puede leer en este filme de Alea todas las tensiones existentes en la Cuba de inicios de los setenta, cuando la frustrada zafra de los 10 millones había terminado y el país iniciaba un camino oscuro, entregado económica e ideológicamente a las tendencias más conservadoras de la práctica socialista. De alguna forma, quedamos separados del mundo, existiendo bajo una campana de cristal, dependiendo básicamente de las ayudas y colaboraciones con el campo socialista.

No por gusto el propio Gutiérrez Alea nos recordaba en su parábola social Los sobrevivientes (1979), que toda comunidad que pretenda aislarse o marchar a contracorriente, estará condenada a su propio exterminio.

Apertura (1)

«Los sobrevivientes» cuenta la historia de una familia de la alta burguesía que decide aislarse en su mansión e ignorar los cambios que ocurren en el país después del triunfo de la Revolución.

La anunciada reapertura de fronteras a partir del 15 de noviembre, nos coloca ante los mismos desafíos y conflictos tratados en esas películas que tanto se parecen a nuestras vidas.

Desde que apareció la Covid, a finales del 2019, cada nación ha buscado e implementado todo tipo de medidas y soluciones. Algunas han tenido éxito y otras han sido un fracaso. Nadie ha escapado de este impacto. Cada país ha tenido además que llorar a sus muertos y procesar mucho sufrimiento. Abrir, cerrar, prohibir, limitar, controlar, decretar; son palabras comunes hoy en día pues lo que se pensaba podía ser pasajero y local, se ha convertido en duradero y universal.

El cierre de fronteras ha significado para Cuba un golpe demoledor a toda su infraestructura, que ya marchaba con bastante dificultad debido a una ineficiente gestión gubernamental. Si algo positivo puede sacarse del presente evento, debe ser la impostergable necesidad de romper todas las barreras burocráticas y conceptuales que han lastrado nuestro desarrollo económico.

No se concibe que Cuba, una isla rodeada de agua, no cuente con una flota pesquera, ni con barcos que puedan importar o vender nuestras mercancías sin necesidad de terceros. Ante una carencia de alimentos, mucho hubiera ayudado disponer de este servicio. Lo mismo pudiera decirse de nuestra ¿flota? aérea, limitada en sus vuelos, pendiente mayormente de la caridad y la buena gestión de manos solidarias a la hora de traer donaciones e importar materias primas.

Hemos visto que el mal no puede circunscribirse solo a la existencia de la Covid-19 y sus efectos destructivos en la salud humana. Medicinas, vacunas, balones de oxígeno, alimentos, mascarillas, camas, hospitales y personal médico o asistencial; conforman todo un entramado que tiene su apoyatura en el adecuado desarrollo económico de una nación. No basta tener gobiernos responsables, entregados a la solución del problema, es imprescindible contar con organismos, empresas, tecnologías, recursos y especialistas para solventar con eficacia el asunto.

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La rotura de la planta productora de oxígeno medicinal provocó que los balones con ese gas fueran trasladados en helicópteros del ejército para hacer más rápida la distribución. (Foto: Nelson Alejandro Rodríguez Roque/ACN)

¡Y claro!, hay que alimentar y cuidar a los enfermos, pero también a los sanos. Hay que invertir en medicinas, pero también hay que construir, desarrollar, educar, vestir, sembrar, reír y vivir. El mundo no puede paralizarse, el encierro puede ser un método puntual, pero va contra la propia naturaleza humana.

Cuba tiene ante sí un reto enorme, porque con la apertura aumentarán los contagios y por ende los enfermos, a la espera de que las vacunas hagan lo suyo. Al mismo tiempo, permitirá a mediano plazo una reactivación de su maltrecha economía y de todo el ecosistema privado, donde encuentran trabajo y beneficios más de un millón de ciudadanos.

El aumento de vuelos, la previsible normalización de la entrada de remesas y mercancías serán paliativos que mejorarán las dificultades y angustias de muchas familias, que han visto como sus vidas son dominadas por la rutina de las colas, la carencia de todo tipo de bienes básicos y la desesperación.

Supongo que para el gobierno todo esto haya sido un aprendizaje, un evento que, por cierto, puede repetirse con mayor fuerza en un futuro no muy lejano. La enorme deuda de nuestra nación, unida a su fragilidad económica, presagian un camino duro y mayores sacrificios. Lidiar con las sanciones y amenazas de Estados Unidos está bien, pero ya a estas alturas de la Historia, luego de seis décadas de confrontación, no puede ser que todos nuestros problemas y justificaciones estén asociados a ese diferendo.

Es hora de cambiar esa narrativa que nos hace vivir entre el lamento y la caridad. Este es un país con muchas riquezas, extraordinaria historia y cultura, pero su prosperidad llegará únicamente cuando sepamos vencer a nuestros propios demonios.

Septiembre 2021.

***

Este texto fue originalmente publicado en Progreso Semanal.

14 septiembre 2021 15 comentarios 2,4K vistas
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