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Gustavo Arcos Fernández-Britto

Gustavo Arcos Fernández-Britto

Profesor y critico de cine. Especializado en cine y sociedad en Cuba.

Padilla

Padilla, el miedo y la noche

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 1 febrero 2023
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

No lo olvides, poeta

En cualquier sitio y época

En que hagas o en que sufras la Historia,

siempre estará acechándote algún poema peligroso.

Heberto Padilla

«Dicen los viejos bardos». Fuera de Juego. 1968.

***

Hace unas semanas tuve la oportunidad de ver el documental El caso Padilla, realizado el pasado año por Pavel Giroud y que ha estado presentándose en diferentes festivales. Como ha venido ocurriendo en los últimos tiempos, las piezas perdidas de una historia, mayormente contada desde el poder, han comenzado a ser recolocadas en ese gran rompecabezas que ha sido la Revolución Cubana.

Sobre el escritor hay abundantes textos y ensayos. Al menos tres libros han circulado recientemente. Casa de las Américas editó Fuera (y dentro) del juego, una selección de cartas y entrevistas con diversos intelectuales que se vieron involucrados en el suceso. Letras Cubanas lanzó en el 2013 una magnifica investigación de Jorge Fornet bajo el título El 71, anatomía de una crisis, y Norberto Fuentes, testigo directo de los acontecimientos, contaba su versión de hombre duro en Plaza sitiada (Cuarteles de invierno-2018).  

Para muchos, este documental pudiera ser una simple curiosidad, un viaje en el tiempo que les permite apreciar imágenes y testimonios poco o nunca divulgados de un telúrico acontecimiento que marcaría para siempre la cultura cubana. Pienso sobre todo en los más jóvenes, tan vacíos de Historia y memorias, para los cuales estos sucesos nunca existieron.

Otros, los que aún quedan vivos y fueron testigos directos de aquellos años, vuelven a encontrarse con sus propios demonios en versiones o articulaciones de sí mismos, donde son colocados de nuevo en un instante que han preferido olvidar o silenciar. Y es que este documental no versa exclusivamente sobre el poeta Heberto Padilla y su histriónico arrepentimiento en aquella extraña noche del 27 de abril de 1971. Es una película sobre la desilusión, en tanto evidencia el fin de una esperanza: la que representaba entonces para muchos la Revolución Cubana.

Es también un testimonio visual sobre el miedo o la incertidumbre instalada en los gestos de los artistas citados aquel día a un salón de la UNEAC para ver «las barbas de su colega arder». Padilla llevaba, sin que se diera ninguna explicación convincente, cuarenta días detenido, y solo unas horas antes había sido liberado. Su arresto generó la condena de casi toda la intelectualidad hispanoamericana y europea. Ahí están los cientos de cartas, declaraciones, editoriales, palabras. No son actores secundarios los que hablan, son pesos pesados de la cultura universal reclamándole a Fidel, a la Revolución, una respuesta.  

Las cosas no suceden de forma inconexa, casual. No en Cuba, mucho menos en aquellos años. Hay un contexto que acompaña cada gesto o palabra de Padilla, y lo apreciamos también en las miradas y cuerpos (algunos retorcidos) de los allí presentes. Semanas antes, en un acto con jóvenes universitarios, Fidel había declarado que pronto se darían a conocer nuevos detalles del caso, donde aparecían otros implicados. Esas noticias «permitirían a la Revolución separar a sus verdaderos amigos, a los verdaderos revolucionarios».

El caso Padilla se convertía entonces en un parteaguas que debía definir a los intelectuales en dos frentes, los que apoyaban a la Revolución o los que se situaban contra ella. La «luna de miel» se había acabado. No hubo términos medios, mucho menos matices porque: ¡Primero dejar de ser, que dejar de ser revolucionarios!

¿Qué pudo haber dicho el poeta en esos largos interrogatorios con la Seguridad del Estado? Las imágenes grabadas por el ICAIC, y ahora rescatadas por Pavel, trasmiten el desasosiego que debió sentirse en aquella sala, especialmente cuando el acusado, ya sudoroso pero inspirado, comienza a mencionar los nombres de varios de sus amigos, escritores igual que él, que mostraban una obra supuestamente alejada de los principios y valores que propugnaba la Revolución, autores que escribían, nos dice, desde el desaliento, la frustración o la épica de la derrota.   

Nadie en aquel lugar estaba ajeno a la narrativa polarizada que sobre el rol del intelectual venía imponiéndose con intensidad desde el año 68. Todo el mundo sabía lo que significaba ser colocado en el bando del enemigo. El propio Padilla se había visto envuelto en una porfía (también Antón Arrufat y luego muchos otros) cuando su libro Fuera de juego recibió el premio Julián del Casal en el concurso literario que organizó la UNEAC aquel año.

Aunque el poemario fue publicado, la dirección de la organización tuvo que demarcarse del juicio emitido valientemente por el jurado (Lezama entre ellos), escribiendo una nota donde expresaban su desacuerdo con una obra «ideológicamente contraria a la Revolución». La nota declaraba además que la organización tenía el deber «de velar por el mantenimiento de ésta, defendiéndola no solo de sus enemigos declarados y abiertos… sino también de aquellos que utilizan medios más arteros y sutiles».

En varias ocasiones Pavel nos recuerda que debates similares se habían producido unos años antes, cuando el documental PM (Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante-1961) fuera vetado para su exhibición en salas de cine por no corresponder con las ideas de la Revolución. Fue tan intensa la discusión acerca de los límites que esta pondría o no a la creación artística, que Fidel tuvo que intervenir en lo que se conoce como Palabras a los intelectuales.

Las voces y los hechos se repiten. A veces también los personajes. Este documental de Giroud, viaja en el tiempo, capta un ambiente opresivo, insólito, donde la sospecha y la simulación marcan la conducta de los implicados.

Ya para 1971, el dogmatismo se había cimentado en las visiones que tenían los funcionarios (y no solo ellos) sobre la cultura y el destino del país. Se argumentaba que no podían existir «paños tibios» cuando la Revolución estaba siendo acosada. El pesimismo o la melancolía no tendrían espacio en el arte pues lo que el pueblo y la nación demandaban eran obras patrióticas y estimulantes.

Desde las revistas Verde Olivo y Alma Mater (que ya clamaba por una Universidad solo para los revolucionarios y realizaba sus purgas en consecuencia), o el periódico Granma, los creadores más críticos o incómodos habían recibido todo tipo de amenazas y descalificaciones.

En paralelo (¿casualidad?) a la intervención de Padilla en la UNEAC se efectuaba el tristemente célebre 1er Congreso de Educación y Cultura, plataforma legitimadora de los peores años que acompañaron a la cultura cubana. Un rol didáctico le sería asignado al arte, visto como arma de la Revolución y un eficaz vehículo para promover «la moral socialista».

En los discursos e intervenciones, en las palabras de clausura (dichas por Fidel) o resoluciones, los intelectuales son presentados como una élite, seres «blandengues» mayormente enajenados y contaminados por valores burgueses, apartados del pueblo, lugar donde se decía radicaban el verdadero arte y la sabiduría.      

Cuando Padilla entra a la sala de la UNEAC, está consciente de su rol como instrumento del poder. Sabe que, tristemente, todo se ha ido convirtiendo en un artificio, una representación. Tenía que actuar y actuó. El documental se trastoca entonces en una ficción. Pavel comprende que no necesita generar conflictos ni situaciones dramáticas, pues ellas se están revelando por sí solas delante de nuestros ojos. Por eso, deja correr los minutos para escuchar al histrión y más tarde a algunos «personajes secundarios» que atizarán el drama.

He aquí donde radica uno de los valores de esta obra: revelarnos el proceso de anulación de un sujeto, en toda su brutalidad y perversión. El individuo que se niega a sí mismo, abjurando de todas sus creencias, sus ideas, presentadas como demoníacas, para ponerse al servicio de una causa mayor, en este caso: La Revolución.

Padilla

El “mea culpa” de Padilla en la noche del 27 de abril de 1971. (Imagen: Fotograma de la película El caso Padilla)

¿Cómo, cuándo, en qué momento, todo se trastocó?

Padilla, como el Sergio de Memorias del subdesarrollo (Alea -1968)… ha visto demasiado para ser inocente. Sus años de trabajo en la URSS, su conocimiento de varios idiomas, sus lecturas, sus viajes por Europa lo habían colocado frente a una realidad, distante de la promovida en los discursos y las notas de prensa. Como si leyera el futuro, supo lo que venía. A esas alturas de 1971, poco importaban sus versos, sus críticas, su tristeza, su círculo de amistades.

Para sus captores, lo esencial era dar un golpe de autoridad en la mesa y con ello aplastar una forma de entender, no el país —noción que pasaba a segundo plano—, sino a la Revolución, elevada a categoría abstracta, maniquea y superior de la existencia humana, un dogma, un tótem al que adorar, un monstruo que ya estaba devorando todo. Colocada con el paso de los años en otra dimensión por sus… ¿protectores?, ha perdido su más preciada virtud: estar al alcance y servicio de los hombres y mujeres que la hicieron posible.

Heberto Padilla murió en el año 2000, solo, en su cuarto de la Universidad de Auburn, en Alabama, donde impartía cursos de literatura. Sus alumnos lo encontraron, víctima de un infarto. Curiosamente en ese estado sureño se vivieron, mientras él escribía Fuera de juego, las más intensas luchas por los derechos civiles y la igualdad racial que recuerde Norteamérica.

1 febrero 2023 15 comentarios 1k vistas
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Cubanos

Mientras tanto… los cubanos se mueven

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 26 septiembre 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

Hace una semana, en La Habana, un grupo de jóvenes aspirantes a la facultad de medios de la Universidad de las Artes (FAMCA) realizaba sus exámenes de aptitud. Para el ejercicio final debían imaginar una historia, que en forma de película o dramatizado radial tenían que exponer ante el tribunal. Se les dieron varios pies forzados (¿extraídos de un cancionero de Ricardo Arjona?), invitándolos a construir sus relatos a partir de motivaciones muy generales como: desde mi ventana descubrí…,  te miré a los ojos y no te encontré, o yo nunca me fui, siempre he estado aquí.

No es la primera vez que se aplica este tipo de ejercicio, donde ellos pueden mostrar creatividad, habilidades para narrar, desarrollar personajes, idear una puesta en escena y ciertos conflictos. Debo decir que alrededor de cuarenta estudiantes de todo el país llegaron a esta instancia luego de superar varias pruebas. El proceso eliminatorio es duro, tenso y en múltiples ocasiones se torna dramático, porque de cierta forma está en juego el futuro de muchos de ellos.

Imagino sus rostros, sus angustias, deseos. Yo también pasé alguna vez por ahí, así que puedo fácilmente reconocerme en sus miedos, incertidumbres, sueños. Pienso especialmente en los muchachos que han llegado a La Habana desde sus provincias para presentarse a estos exámenes, conjurando todo tipo de adversidades, no solo formativas o económicas, sino también existenciales. ¡Cuántos sacrificios de sus padres y de ellos, pues algunos crecieron en ámbitos donde apenas existen prácticas artísticas!

Por eso no me sorprende que detrás de esas historias haya mucho de sus vivencias. Los relatos sobre violencia y separaciones, desarraigos y exclusiones, no fueron casuales. Sus miradas, lágrimas, gestos, no son impostados. No se habla con tanto sentimiento de la soledad, la vejez, los intentos de suicidio, la falta de afectos o el desamor, sin haber transitado por esos territorios. Dramas realistas, contemporáneos y descarnados, donde siempre alguien parece escapar hacia alguna parte.

Recuerdo que las historias que se contaban en otros años, también trasmitían angustia y temor ante la vida. Muchachas violadas o maltratadas, matrimonios rotos, padres agresivos, profesores corruptos, entornos criminales donde alguien engañaba o imperaba una doble moral. Nada que ver con la imagen idílica que mostraban los medios oficiales sobre nuestras escuelas y adolescentes. No eran simples ficciones. Era el testimonio de sus experiencias en los preuniversitarios en el campo o las ciudades, el servicio militar, la vida que conocían en sus barrios y comunidades.

Cubanos

Jóvenes cubanos en el servicio militar. (Foto: Archivo)

Algunos colegas se preguntan cómo puede haber tanta oscuridad y desesperanza en la mente de estos jóvenes. Bueno, solo están siendo fieles al mundo que les rodea. Esa es también la imagen de Cuba grabada en sus ojos.  

Mientras tanto, en la televisión nacional el presidente se reunía con trabajadores de la empresa eléctrica. El país lleva meses prácticamente paralizado ante el crónico déficit de energía, pero el sector no solo enfrenta los problemas de obsolescencia tecnológica, sino que también carece de fuerza laboral porque sus empleados están renunciando. La única solución que se le ocurre al mandatario es decirle a los administradores que demoren el papeleo, o los convenzan para que no abandonen, porque toda esta situación pasará muy pronto. Es algo transitorio, afirma el presidente, quien prometió que para diciembre todo el problema electro-energético estará resuelto.

A veces pienso que nuestros dirigentes creen que los ciudadanos tenemos amnesia; pero ya hemos pasado por ahí, no una, sino múltiples veces. Proyectos, campañas, discursos, planes y consignas triunfalistas han inundado y acompañado nuestra existencia durante décadas.

Promesa y sacrificio, son el feliz matrimonio que hace apenas dos años celebraba en la Cuba revolucionaria sus bodas de diamante. No hay pareja que guste más a las autoridades y sus voceros que esta. La táctica es mantener siempre a la gente ocupada en alguna «grandiosa» labor, que los llevará hacia adelante y hará de la Isla un país mejor. De ahí que todo cuestionamiento sea visto como impugnación al sistema o modelo, siempre trazado por el Partido, que «sabe lo que hace».

Así, tuvimos una Campaña de Alfabetización, un Plan Niña Bonita, un Cordón de La Habana, las UMAP, una Ofensiva Revolucionaria y una Zafra de los diez millones. Luego, cuando el sueño se vino abajo, aparecieron la Rectificación de errores, el Plan alimentario, los hidropónicos, el plátano microjet y los Contingentes de la construcción. Más adelante, la Batalla de ideas, los Lineamientos y ahora el Ordenamiento. ¿Cuántos recursos han consumido esas… tareas? ¿Y cuánto de nuestras mejores energías, tiempo de vida y esfuerzos hemos empleado en ellas?

De un macroproyecto pasamos a otro, que en esencia es el mismo pero con diferente nombre. Todo vuelve a repetirse, pero en una espiral cada vez más perversa en la medida que son actos que —especialmente en las últimas décadas—, no generan beneficios duraderos ni progreso real. Tal cuestión no le importa al Partido, totalmente consumido por su propia inercia, palabrería y soberbia. Lo terrible es que en ciertas instancias consideran que así mantienen viva a la Revolución.

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¿Cuántos recursos han consumido esas… tareas? ¿Y cuánto de nuestras mejores energías, tiempo de vida y esfuerzos hemos empleado en ellas? (Foto: ¡Ahora!)

Como los primeros que la han destruido —anulando sus propósitos y significados—, son muchos de los que dicen defenderla, cada día hay más ciudadanos que toman distancia de todo ese teatro de ilusiones y apariencias. La gente se cansa, abandona, se agota. No es solo una cuestión de ideología, es también ya un distanciamiento que se produce en lo físico, manifestado en los cientos de miles que emigran o se apartan.

Renunciar a un puesto de trabajo, pedir licencias, no cumplir un servicio social, abandonar los estudios, buscar una beca, proyecto o práctica fuera del país, quedarse incluso en casa para «luchar», son articulaciones que muestran también un disenso hacia lo que el Estado representa o promueve. Una forma de decir: ¡basta!

Ni siquiera el aumento de salarios o los incentivos que en algunos sitios se han aplicado para atraer a nuevos trabajadores, tienen ya significado. Sectores como el turismo o las telecomunicaciones, que años atrás resultaban tentadores y competitivos para el mercado laboral, tienen ahora mismo miles de plazas vacantes. Con una moneda tan depreciada el valor del trabajo carece de utilidad, porque la vida hay que buscársela en otra parte.       

Deportistas, intelectuales, médicos, profesionales y técnicos se marchan en cuanto tienen la primera oportunidad. Ya es raro encontrar alguna familia que no esté viviendo la angustia de esas partidas y separaciones, pendiente de las llamadas o noticias de sus hijos, quienes cruzan no solo el mar, sino también las selvas y el desierto.

Como una mueca a la historia y a toda la vacua propaganda oficial emitida durante décadas, la gran mayoría de esos emigrantes, gente talentosa y joven, tiene como destino y horizonte de realización personal al «imperio del mal».

Cuba es hoy un país completamente dependiente del capital extranjero, no importa si lleva el nombre de remesas, préstamos, ayudas o inversiones. Una nación endeudada y por tanto debilitada que, como un peón, debe moverse en el tablero de la geopolítica según los intereses de las grandes potencias. Ya no es faro de nadie, porque ni siquiera tiene energía para mantenerlo encendido.

¡Revolución, tanto que nadaste para morir en la orilla!

Mientras tanto, en Europa, Canadá y Estados Unidos el cine cubano independiente se abre paso. No son películas del ICAIC, no han sido aún exhibidas en Cuba. Quizás demoren en hacerlo. Sus realizadores o artistas alguna vez pasaron por la facultad de medios y también contaron o inventaron las historias de sus vidas.

Es lo que hace ahora Carlos Lechuga al presentar su más reciente filme Vicenta B (2022), rodado en localidades del Vedado y Guanabo hace un par de años. Inspirado en la vida de su propia abuela, Carlos desea hablar de la familia cubana y de cómo esta, cada vez más, siente la pérdida de toda esperanza. Vicenta ha visto partir a su hijo y eso la ha dejado sin fuerzas.

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Ella, que siempre fue capaz de leer el futuro a través de las cartas, ahora no tiene respuesta a las incertidumbres y angustias de los que la visitan pidiéndole ayuda. Miedo, parálisis, exilio, renuncias, vacío. Sensaciones extrañas que Carlos Lechuga conoce muy bien, pues transitó por todas esas experiencias cuando su obra anterior, Santa y Andrés (2016), fue prohibida por el entonces ministro de Cultura, Abel Prieto.

Censurar, amenazar, silenciar. Tres acciones que rodearon la vida del poeta Heberto Padilla a inicios de los años setenta. Pavel Giroud, desde España, lleva a la pantalla el vía crucis del conocido intelectual cubano, rescatando para su documental, El caso Padilla (2022), imágenes de archivo, testimonios y momentos inéditos que desnudan el macabro juego del poder contra las figuras que le son incómodas.

El socialismo nunca se ha llevado bien con sus críticos, menos aún si estos son intelectuales que denuncian, a través de sus obras, los males del proceso. Padilla fue detenido por «conspirar contra la Revolución» y luego de casi cuarenta días de arresto apareció en la UNEAC haciendo su famosa autoinculpación. El mea culpa fue tan exagerado y absurdo que se ha interpretado como una burla a sus propios captores.  

Como en otros filmes documentales de cineastas cubanos en años recientes, Pavel revisita la Historia desde otras perspectivas, adentrándose en uno de sus episodios más oscuros y olvidados, para encontrar no solo las claves de su nación, sino también para develarnos cómo los instrumentos del mal operan sobre las conductas humanas.

Pavel sabe que todas esas articulaciones perversas del poder siguen presentes en la Cuba de nuestros días. Los interrogatorios, las denuncias, el acoso, las regulaciones y la vigilancia no terminaron con el caso Padilla.

CubanosMientras esto sucede, un conglomerado de medios financiados por el Partido y su Departamento Ideológico se expande aceleradamente por las plataformas oficiales de comunicación.

Los nuevos empoderados no tienen freno, y muchas veces ni siquiera ética, porque no se puede emitir un discurso crítico hacia tus rivales (que no estaría mal) y reproducir los mismos gestos o métodos que cuestionas. Dime de qué alardeas y te diré de qué careces. Acomodados en su tribuna, la televisión y prensa nacionales, pueden decir lo que quieran, atacar o sembrar sospechas, sin permitir luego el debate o la réplica de sus víctimas en el mismo espacio, así que: ¡Yo hablo y tú te callas!

¿Dónde está entonces el punto? ¿Por qué debo abrazar sus ideas, si responden a un fundamentalismo que debe ser superado? Nuevos conductores, blogueros, influencers, realizadores y periodistas se consideran la fuerza moral de la Revolución, sus salvadores, no importa si tienen que utilizar rostros y perfiles falsos para ello, a fin de cuentas, en el mundo virtual a quién le importa eso. Son los actores y actrices que cumplen disciplinadamente su rol en el teatro o juego de apariencias en que se ha convertido la Revolución.   

Como una secta, se citan en determinados espacios donde siempre confluyen las mismas personas, a escuchar a dos o tres artistas que les siguen la corriente y deben rotarse para cubrir las actividades del mes. Mientras conversan y beben, en las pantallas del local se pasan videos de Buena Fe y del programa Con Filo, así cargan energías para enfrentar a los «enemigos y mercenarios» un día después.    

Obsesionados con «desmantelar las manipulaciones del imperio», se entretienen en todo tipo de boberías mediáticas, armando editoriales, «artículos de opinión» e intervenciones públicas alrededor de ello. Descalificar al sujeto resulta esencial. Un post de Facebook, un comentario en redes sociales, las directas que un bloguero cualquiera emite en su canal personal; son sobredimensionadas y tienen que ser respondidas de inmediato por nuestros «especialistas de la comunicación», empleando tiempo, recursos y energía.

Es la cultura de la guapería institucionalizada por el poder. Son como los niños de una escuela primaria, que se citan a las cuatro de la tarde para caerse a piñazos en el patio de la escuela.

Y es que no puede hablarse de ética, valores y principios, si no se empieza por limpiar toda la basura que tienes en tu propia casa. Pero no, es más cómodo y seguro hablar de lo mal que está el planeta porque, a fin de cuentas, la UJC o el Partido les dieron casa y privilegios en La Habana.  

¿Qué más da lo que sucede en otras partes, si aquí ocurren cosas similares o peores? ¿Dónde están tu integridad, tu moral, tus principios si miras hacia otra parte mientras el país se derrumba a tus pies? Las estadísticas no me sirven. No resuelven la miseria, el hambre o la violencia que ahora mismo se expande por toda la Isla. No consuelan a los padres que ven partir a sus hijos, ni a las niñas o mujeres que son maltratadas y asesinadas. No ponen alimento en la mesa, no arreglan una vivienda, no hacen mejor la vida de los ciudadanos.

Cubanos

No ponen alimento en la mesa, no arreglan una vivienda, no hacen mejor la vida de los ciudadanos. (Foto: Laura Rodríguez Fuentes/CubaNet)

¿Cómo puede hablarse de un socialismo más humano si tenemos un sistema que cada día, por su ineficacia y algunas leyes, empuja a los ciudadanos hacia la deshumanización?

Si desde el Gobierno o Partido (que son la misma cosa) se emite una disposición que genera enorme descontento popular, o coloca a la ciudadanía al borde del colapso, el problema no está en «los enemigos de la Revolución» ni en el bloqueo, sino en aquellos que la suscribieron utilizando su nombre.

Rechazar, protestar, ejercer el activismo social en alguna de sus formas, no es ir contra la paz de la nación, es oponerse a los que, al dictar tales leyes, parecen empeñados en provocar el caos. Un cartel contra el gobierno, una canción, un filme, no generan ningún tipo de crisis social. En cualquier caso, serían un eco, una señal que debe atenderse, de que las cosas marchan mal.

Sin embargo, una ley dictada por el gobierno caerá sobre los hombros de millones de ciudadanos y sus familias. Si hay alguien a quien debe sancionarse por desestabilizar al país, no es a aquellos que escriben un texto, hacen un performance artístico, un video, o se expresan en las redes sociales; pues sus «gestos subversivos», por demás legítimos, no tienen el más mínimo impacto en la vida de los ciudadanos, como sí lo tienen las decisiones del gobierno.

Ni el imperialismo, ni la CIA, ni el bloqueo pudieron con la Revolución cubana. No les hizo falta. Ella fue derrotada por los propios revolucionarios.

26 septiembre 2022 60 comentarios 3k vistas
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Miedo que les provoca

El miedo que les devora el alma

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 15 agosto 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

Dicen algunos por ahí que la gente es pesimista, que solo hace críticas sin ofrecer soluciones. Que todas son burlas, fake news y manipulaciones porque en el fondo lo que quieren es destruir la Revolución, apelando al desaliento y la renuncia. Me detengo un momento para aclarar que los primeros que han renunciado a la Revolución, y desmontado prácticamente todo lo que ella realizó en materia de progreso o beneficios sociales, no son los memes, ni las directas en las redes, ni siquiera el embargo de Estados Unidos; sino son los mismos que, con sus leyes y disposiciones absurdas, dicen sustentarla.

No son los jóvenes que salen con un cartel a la calle, ni los grupos que se manifiestan reclamando derechos, los cineastas que hacen un corto independiente, o aquel que postea su criterio en Facebook, los que dañan al país. No son los medios o plataformas alternativas los culpables de la inflación, la deuda, la carencia de viviendas o la falta de alimentos. Impugnarlos es desviar el asunto, porque el responsable real y único de todo eso es el gobierno. En el caso cubano, este tiene total autoridad y control sobre todos los recursos, bienes y servicios del país.

No son los ciudadanos los culpables del estado de cosas, son las autoridades que toman las decisiones. Si el modelo de sociedad no logra sostenerse hay que buscar uno nuevo. El peor enemigo de una Revolución son los revolucionarios que, una vez empoderados, olvidan lo que fueron y se aferran, no a ideas sino a dogmas y consignas.

Desde luego que hay muchos logros para celebrar en la historia más contemporánea del país. En múltiples áreas, como la ciencia, la educación, el deporte, la salud pública o la cultura hay ejemplos de esa obra. Precisamente por eso, varias generaciones que conocieron tales conquistas perciben con preocupación y angustia su marcado retroceso. No es algo puntual, sujeto a determinadas circunstancias o fenómenos que pueden entenderse, es una erosión palpable, constante y profunda de todo ese entramado que legitimaba un proyecto social.

El desarrollo de las vacunas anticovid es uno de los logros recientes de la ciencia cubana. (Foto: Instituto Finlay)

Como no se sale de un problema para entrar rápidamente en otro, los ciudadanos cada día sienten que las autoridades no tienen el control de la situación. Es natural que aparezcan la frustración y el desencanto. Dictan una ley hoy, mañana otra, y al tercer día anulan la primera. Donde dije digo, digo Diego. Reuniones, «visitas gubernamentales», actos políticos, compromisos y decretos no dejan de sucederse sin que generen a su vez un avance sustancial y perceptible en la calidad de vida de la población. En esa espiral decadente todo vuelve a repetirse como farsa, tragedia y esperpento, juntos. Es lógico que afloren la burla y el abandono, porque quien vive de ilusiones muere de desengaños y, francamente, ya la gente está agotada de sacrificarse.  

Como los políticos actuales no tienen nada que ofrecer, ofrecen promesas. Y cuando estas no son suficientes, evocan al máximo líder. Se producen así extraños rituales, en los que un grupo de jóvenes se creen poseídos por su espíritu y corren por las calles mientras gritan: «Yo soy Fidel». Otros, más introvertidos, prefieren susurrarle palabras a la piedra donde descansan las cenizas del héroe mientras le preguntan qué hacer. Un tercero ve la silueta del comandante flotando sobre la ciudad en forma de nube, y se siente lleno de energía y desasosiego.

(Foto: Laura Bicci)

Mientras esto sucede, ciertos medios o figuras oficiales recurren a comparaciones que no tienen sentido. Vuelven a viajar en el tiempo —esa es una película que les encanta—, y como si hubiésemos vivido en un páramo, nos hablan de la «horrible existencia y destino» que tenían los cubanos antes de 1959, salvados todos gracias a la Revolución.

No sé si en su afán de potenciar el proceso posterior perciben que, contrario a lo que ellos pregonan, la Cuba del presente, con su acentuada crisis y dependencia económica, inflación descontrolada, carencia de viviendas y recursos, corrupción, violencia policial y deterioro social, se parece cada vez más a esa que nos cuentan de los años cincuenta. Si la práctica es el mejor criterio hacia la verdad, baste observar la impresionante cifra de cubanos que han emigrado en los últimos años, muestra palpable de cómo una parte notable de las nuevas generaciones siente que su destino o proyecto de vida no está en la Isla.

Detectar un problema es el primer y necesario paso para buscarle una solución, que no debe ser esconder la basura bajo la cama o aplicar la técnica del parche. La televisión nos muestra al funcionario que visita una cooperativa y ofrece su «sabiduría» al campesino, pidiéndole que siembre más. No importa que después el gobierno no le pague, o no distribuya sus cosechas; porque ya esa parte no saldrá en televisión. Los vemos también recorrer fábricas y empresas donde nuevamente escuchamos: «hay que trabajar, producir más». El presidente visita una comunidad, abandonada por décadas a su suerte, y aparece una santera que le agradece todo lo que la revolución ha hecho por ellos.

En la imagen está el mensaje. Las autoridades hablan, orientan, se muestran diligentes, señalan el surco, las maquinarias; pero los sujetos hacen mutis, caminan, asienten. Automatismo total. No se produce un debate, nadie hace un señalamiento, cambia la línea, se rasca una oreja. Todo se mueve según una dramaturgia falsa, calculada, diseñada en el Departamento Ideológico del Comité Central. Fuera de Cuba dicen que el país es un caos, nosotros mostramos orden y progreso, inspirados en la bandera de Brasil, porque si en algo hemos sido expertos es en aparentar.

Sí, en Cuba se trabaja, se emprenden negocios y proyectos, se ofrecen iniciativas, se hacen eventos, arte, ciencia; la gente sueña y busca, con muchos obstáculos, la felicidad. No somos ninguna excepción, ninguna de esas cuestiones es propiedad de la Revolución. En todas partes del mundo se ansía lo mismo y, salvo que estés bajo un bombardeo ruso o norteamericano, las naciones tratarán de salir adelante.

Lo cierto es que demasiada gente vive aquí de la comodidad que brinda cierto estatus, y hará todo lo que sea necesario para conservarlo. Como aquel personaje del filme Los sobrevivientes (Tomás Gutiérrez Alea-1975), al que «le da lo mismo el socialismo que el feudalismo, lo importante es cogerle la vuelta al sistema». Para ellos ya no se trata de tener una conciencia revolucionaria, sino de ser conscientes de cómo vivir del cuento revolucionario.

No hay nada nuevo bajo el sol. Las señales y alertas de ese deterioro han estado siempre ahí, emitidas desde hace décadas por múltiples vías, pero como vivíamos protegidos por la campana de cristal que significó la adhesión del país al CAME, el gobierno cubano olvidó que éramos una isla y quiso ser continente. En 1980 un guantanamero se convertiría en cosmonauta. Dos años después, la vaca Ubre Blanca rompía un récord Guinness al producir cientos de litros de leche en un día. Fidel llevó aquello al plano de la lucha política y las proezas de la vaca merecían titulares y discursos. A su muerte, en 1985, el Granma le dedicó una nota necrológica y más tarde se le haría un monumento. En La Habana, los ingenieros comenzaban las excavaciones para el Metro y en Cienfuegos se instalaban los cimientos de una planta nuclear.

Ubre Blanca Fidel

Ubre Blanca (Foto: Prensa Latina)

Cualquier problema parecía menor, desdeñable, superable. No importaba el bloqueo, rara vez se hablaba de él. Creíamos que el futuro pertenecía por entero al socialismo y que el imperio tenía sus días contados. El idioma que se enseñaba en nuestras escuelas era el ruso, y con mil ochocientos pesos se podía viajar como turista a todos «los países hermanos». No necesitábamos a Disney ni a Hollywood, porque desde arriba Mashenka nos mira. Un día, todo eso colapsó. García Márquez lo había avizorado en los cincuenta: «La URSS es un gigante con pies de barro». Eso no gustó en el Kremlin y se enemistaron con él.

Recuerdo al sonero Oscar de León cantando en la Ciudad Deportiva: … bájate de esa nube y ven aquí a la realidad, que con orgullo, soberbia y vanidad, no lograrás felicidad.  El Período Especial no comenzaba, sino que llegaba a su fin con la caída de todo ese universo idílico que vivimos bajo la existencia del campo socialista. Ya nunca más tuvimos cosmonautas, ni leche, ni Metro, y la planta nuclear, gracias ¿a Gorbachov?, jamás se terminó.   

La solución es siempre la respuesta puntual a un problema que tiene que ser expuesto, revelado. Pero si este persiste, y además se multiplica, entonces se trata de algo estructural, profundo. Si en Estados Unidos o cualquier otro país, alguien se manifiesta contra una ley, quiebra un banco, la gente protesta por la inflación, un empresario es detenido por corrupción, la moneda es devaluada, se cierran industrias, crece el desempleo o un presidente resulta destituido; nuestro (inmortal) Partido lo interpreta como ejemplos indiscutibles de que ese sistema no tiene futuro y debe ser superado. Cuando cosas similares ocurren en Cuba, son presentadas como una coyuntura, un hecho aislado, debidamente atendido por «los factores», tratado por la «justicia revolucionaria» o…la sección sindical.

Si se trata de otros, el problema es sistémico; en Cuba, solo es un fenómeno puntual, circunstancial, ¡ah!, y siempre organizado por el enemigo. La técnica es la de anular cualquier activismo ciudadano, presentándolo como algo pérfido organizado por fuerzas externas. Tu acción, o tu derecho a manifestarte, conducen al caos.    

Empatía

(Foto: Cubadebate)

En las escuelas suelen enseñar que la Revolución es justa y pura, y sus errores o distorsiones son achacadas a los individuos que no supieron aplicar las orientaciones del líder o el Partido. Ambos son presentados como una abstracción, separados de las dinámicas del mundo real. Siempre son otros los que se equivocan, y ese otro eres tú, es decir el pueblo, que, como apuntaron cierto día en el Granma, quiere seguir viviendo como pichones, del alimento que les da la madre.

En Cuba, no solo crecimos durante décadas reproduciendo un modelo centralizado y vertical, sino que además dependíamos de las decisiones que tomaba un solo individuo. Y no importa que ese, sin duda líder, con todo su carisma, prestigio y astucia haya sido Fidel; el proceso quedaba resentido desde su configuración pues respondía a la voluntad de una persona que, además, se convertiría en la máxima autoridad del único Partido existente; el hombre que era juez y parte de todos los asuntos de la nación.

No por gusto la gente solía decir que tal o más cual problema ocurría «porque Fidel no lo sabía». Así, se fue conformando la imagen del hombre-dios, del Nostradamus tropical. Estaba en todas partes, podía ver el futuro. Entonces había que esperar a que el máximo líder se enamorara de un proyecto, para que este echara a andar sin vacilaciones. Si visitaba una fábrica, una cooperativa, un centro escolar, una comunidad rural; la gente le decía los problemas que confrontaban porque parecía ser la única forma de que hallar su solución.

¿Y el sindicato, las organizaciones de masas, la administración, el parlamento, las estructuras de gobierno? Bien, gracias. Con Fidel aparecían los recursos, la energía, se movilizaba el talento. Dinos Fidel, que otra cosa tenemos que hacer, coreaba la multitud entusiasta. Y todo eso funcionaba en ambos sentidos, a veces para beneficio de todos, pero en otras para propiciar enormes fracasos y desaciertos.

Cuando su hermano tuvo que asumir la dirección del país, emitió varios discursos relacionados con el estado de la agricultura, los salarios, las deudas a los campesinos, la falta de productividad, la inercia, la errática política de cuadros, la falsa unanimidad o la enorme dependencia del exterior. Todo ese análisis fue justo pero tardío y además… ¿quiénes dirigían la nación? Él también había estado allí, como casi todos los que en ese momento se sentaban a su lado, que ahora aplaudían y apuntaban las nuevas instrucciones en sus agendas.

Todo el talento del cubano se gasta en adaptarse al momento, la gente no es consistente y siempre necesitan que alguien piense por ellos. (Memorias del subdesarrollo– Tomás Gutiérrez Alea-1968)    

Por cierto, nada de lo expresado por Raúl era nuevo. Todas esas lecturas o críticas al modelo cubano ya se habían realizado por economistas, agricultores, investigadores, artistas; pero la burocracia estimó que no era el tiempo adecuado para atenderlas.

Recuerdo su viaje por carretera hasta Camagüey, donde debía ofrecer el discurso por el 26 de julio en el 2007. En el trayecto quedó tan impactado por el abandono de los campos, invadidos por el marabú, que cambió su intervención y dedicó prácticamente todas sus palabras al asunto. Fue un discurso inusual, de fuertes críticas, donde señaló varios problemas que frenaban la economía cubana ¿Nadie había alertado sobre ese fenómeno? ¿Por qué tienen que esperar a que el presidente dé las órdenes? Pues justo porque así de lamentable funciona el modelo de socialismo burocrático. Pienso que si en lugar de viajar por carretera hubiese tomado un avión, hoy al despertar, el marabú seguiría allí.    

En sus primeros tres años, Raúl derogó impopulares y viejas leyes o restricciones que afectaban la vida de los ciudadanos. Eran reclamos que al Partido nunca le preocupó mucho atender. Desmontó también parte del Programa Batalla de Ideas, impulsado por Fidel desde inicios del 2000, que había generado extrañas estructuras económicas y administrativas paralelas a los organismos del Estado. Sus reajustes no quedaron ahí, sino que también sustituyó a prácticamente todos los cuadros del partido o la juventud que su hermano había promovido a los más altos niveles, pero que ahora, en rara carambola del destino, resultaban corruptos, oportunistas, ambiciosos y penetrados por los servicios de inteligencia extranjeros. Su hermano, y padrino de todos, los lapidó con aquella reflexión: «quisieron beber las mieles del poder sin haber hecho nada a cambio».

Dos importantes figuras de la política cubana, Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, fueron destituidas en 2009. (Foto: Heraldo.es)

¿Qué es hacer algo por la Revolución? Visto el ejemplo anterior, ninguno de los nacidos después de 1959 hemos hecho algo que merezca la pena. Tal parece que somos simples epígonos, figuras de papel, piezas en un ajedrez político donde otras fuerzas deciden nuestro destino. Tú vas aquí, el otro allá. Hoy tienes que acatar una orden, mañana otra, porque eso es lo que requiere el país. Tienes, además, una deuda eterna con la Revolución, pues lo que eres se lo debes a ella. Miguel Díaz-Canel, que vio las barbas de sus vecinos de generación arder, lo tuvo claro, y en la primera oportunidad que le ofrecieron dijo: «Somos continuidad».    

Cierto día, el país se sorprendió con la noticia de que se iniciaban nuevas relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Se liberaron los presos, se abrió una embajada, se filmaron blockbuster en La Habana, se multiplicaron los negocios, se borraron viejos prejuicios, arribaron los cruceros, se hicieron reformas; se dio un paso adelante. Cuando Raúl levantó el brazo de Obama en el Gran Teatro de la ciudad, la ortodoxia revolucionaria y los radicales de Miami comprendieron que tenían que mover sus fichas para regresar al estatus quo. Interesante momento ese, donde los enemigos se sienten traicionados y deben unirse por una misma causa.  

Raúl Castro y Barack Obama impulsaron el deshielo entre ambos países. (Foto: Granma)

Fue bastante significativo lo que ocurrió algunos meses después de la visita de Obama. Raúl ofrecía a la Asamblea Nacional algunos detalles e informaciones sobre el curso de ese acercamiento, de pronto, alguien le envía una nota y Raúl comenta que, desde la mesa, intentan censurarlo porque le advierten que tenga cuidado con lo que dice, ya que el acto se estaba trasmitiendo en vivo por la televisión nacional.

Cuba y Estados Unidos, he aquí el verdadero pájaro con las dos alas de nuestra historia. Toda nuestra existencia gira alrededor de ello. Se hizo una revolución para romper con tal dependencia y hoy tenemos una nación atrapada en esa madeja, pendiente de lo que decida el gobernante de turno en la Casa Blanca. Abro, cierro, quito, pongo. Cuatro palabras que condicionan la vida de millones.   

Los defensores a ultranza de la Revolución dicen que no tenemos alternativas. El bloqueo (y no el limón) es la base de todo. Para ellos, cualquier apertura real con el vecino del Norte implicaría la entrega del país a sus intereses, la pérdida de nuestra cultura e identidad. Incluso, van más allá, al decir que nos convertiríamos en algo similar a Puerto Rico.

El miedo les devora el alma y, además, los traiciona. ¿Somos o no invulnerables? ¿No es eterno nuestro socialismo? ¿Y el Partido, no era inmortal? ¿Acaso no estamos preparados para resistir y vencer en los peores escenarios? Pero bueno, cuando se trata de cuidar ciertos privilegios y una casa en Miramar, Siboney o Nuevo Vedado, hay que inventarse todo tipo de justificaciones y aparentar que se defiende a la Revolución.

¿Y el pueblo, qué pinta en todo esto? Poco. Mientras los dirigentes se ponen de acuerdo en cómo hipotecar o vender todo el país —habida cuenta de su enorme deuda y carencias—, el pueblo, que fue viril y soberano… sigue haciendo colas.

15 agosto 2022 49 comentarios 5k vistas
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Fidel

Fidel y el problema del huevo o la gallina

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 25 julio 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

Esta mañana he leído nuevamente uno de los documentos más controvertidos de nuestra historia contemporánea. En él, un joven abogado defiende su postura y liderazgo ante los tribunales que lo juzgan por varios delitos de alta gravedad, para los cuales solicitan veintiséis años de cárcel.  

El texto es largo, acusatorio, revelador; escrito desde la inspiración y el dolor. No es una transcripción directa de lo que dijo frente al tribunal, pero recoge la mayor parte de las ideas y denuncias expresadas por él, en un pequeño local hospitalario devenido juzgado, en octubre de 1953.

Estoy hablando de La Historia me absolverá y de Fidel Castro. ¿Qué pasaría hoy si alguien decidiera hacer lo mismo? A fin de cuentas, muchas de las cuestiones que motivaron aquellas acciones están todavía presentes en nuestra sociedad. Seguramente, ese delincuente del presente y sus seguidores (¿mercenarios pagados por el imperio?) serían fusilados sin contemplaciones, al menos si tomamos como referente cercano las reacciones y excesivas condenas aplicadas contra muchos de los que se manifestaron el 11-J del pasado año.

Olvidémonos del detalle (nada trivial) de las armas, o del ataque a varias fortalezas militares para, de tener éxito, convocar a una huelga general y presumiblemente desatar una contienda civil. En Cuba, desde hace décadas, disentir es ya un grave problema. Manifestarse pública o directamente contra el gobierno, las autoridades o las leyes, está prohibido; no importa lo que diga la Constitución. Siempre será vista como una acción ilegítima, impulsada desde el exterior y, como tal, reprimida.

Pero, ¿qué pensaba Fidel entonces? Que actuar de ese modo era algo necesario y, para demostrarlo, dedica varias páginas de su alegato donde recorre diversos momentos en la historia de la humanidad. Veamos por ejemplo esta cita que hace, extraída de la Declaración de los derechos del Hombre y el Ciudadano, firmada en 1789 por los revolucionarios franceses: «(…) cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para éste, el más sagrado de los derechos y el más imperioso de los deberes».

Más adelante, luego de citar a Santo Tomás de Aquino, Lutero, Rousseau, Thomas Paine, Locke, y muchos otros (pero curiosamente nunca a Marx, Engels o Lenin), recuerda a Martí: «Un hombre que se conforma con obedecer leyes injustas y permiten que le pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado (…)».

Fidel

Fidel Castro bajo arresto después del ataque al Moncada. (Foto: Wikipedia Commons)

No me interesa volver al conocido documento con el fin de recordar anécdotas, analizar estrategias de guerra, compartir cifras o cuestionar los irregulares (ahora también los hay) procedimientos jurídicos seguidos contra los acusados, de asaltar varios cuarteles un 26 de julio. Quiero explorar, partiendo de sus propias palabras, las ideas que impulsaron todo aquello, y si fueron válidas entonces, valorar por qué luego resultaron negadas, apartadas de todo debate sobre la nación y su futuro, e incluso castigadas. La historia no es algo pétreo, hay que intentar sacarla de los libros y museos para ponerla a dialogar con el presente.

Hoy se habla mucho sobre Cuba. Dentro o fuera de la Isla hay una intensa conversación que, desgraciadamente, se ha vuelto áspera, violenta y, sobre todo, vulgar. Ya no importan las razones sino las descalificaciones. Cada bando no ofrece argumentos, sino amenazas, chusmería y humillaciones. Como la ética era verde y se la comió un chivo, todos parecen reproducir la misma estrategia de cambio: Quítate tú para ponerme yo, que voy a hacer luego lo mismo que tú.

Entonces, se hace más política en un meme que en Washington o el Comité Central. Si en un lado tienen a Otaola, en el otro aparece Michel Torres Corona. Si unos dicen Patria o Muerte, los otros Patria y Vida. Del influencer Fidel, pasamos a Yotuel.

Hay que volver a los orígenes de ciertas cosas, quizás para comprender o encontrar algunas claves que nos permitan reflexionar, aceptar y sanar en ese necesario camino hacia el respeto y el progreso de nuestra nación. Sí, hay que pasar página, que no es lo mismo que olvidar. Hay que mirar adelante y superar esa dinámica tóxica y bravucona que lleva muchos años acompañándonos. Hay un país que se desmorona y unos políticos, en ambas orillas, alimentándose como hienas de esa tragedia humana.

La historia nos puede decir muchas cosas, no solo de quienes fuimos, sino también de lo que podemos ser. Trato de entender qué pasaba por la cabeza de aquel joven abogado y de muchos que lo siguieron (tuve familiares allí) a entregar sus vidas cierto amanecer de 1953. Fue aquel, un grupo heterogéneo y sin lugar a dudas valiente, honorable; cuyo principal objetivo era derrocar a un dictador y recuperar los valores de la República usurpados por el golpe militar.

Salvo unos pocos, no tenían conocimiento de lo que eran el socialismo o el comunismo. De hecho, el Partido Socialista Popular (PSP) había coqueteado durante cierto tiempo con el Monstrum Horrendum, como denominara Fidel a Batista. Decir que lucharon y murieron por una Cuba socialista, es faltarles el respeto y tergiversar la historia.    

Cuando una cúpula militar se hizo abruptamente con el poder, el joven abogado percibió que los problemas de la nación no serían ya resueltos por vías pacíficas. Por eso, su rebeldía fue entendida como legítima y necesaria, en tanto encarnaba los anhelos de un pueblo en busca de ese concepto, hermoso y utópico, que se llama libertad.   

Leyendo aquellas famosas declaraciones al tribunal, encuentro demasiadas paradojas. Está claro que las circunstancias que motivan determinadas acciones en un momento, no son aplicables por igual en otros, pero siento que aquí: donde dije digo, digo Diego.

Una cosa es hacer una revolución y otra, muy distinta, hacer un país. Sí, después de 1959 se produjo un proceso de transformaciones (para bien o mal), en todos los órdenes de la sociedad. Un mundo nuevo para el hombre nuevo (¡y la mujer!). Loable propósito al que se sumaron millones, pero que vino acompañado de una reescritura de la historia de la cual fue convenientemente borrado todo aquello que no se ajustase a la nueva narrativa social.

«Dentro de la Revolución, todo. Contra la Revolución, nada, porque el primer derecho que tiene la Revolución, es su derecho a existir y contra ese derecho, nada, ni nadie». (Fidel, 1961). No es una simple frase, es el punto cero en el inicio de una paulatina degradación de esa propia Revolución, transfigurada en dogma. Todo comenzará a ser parametrado, clasificado, dividido, regulado. Pasado-presente, dentro-fuera, bien-mal, David-Goliat, conmigo o contra mí; el punto medio es blandenguería y no equilibrio. Hemos pasado por tantas adaptaciones y mutaciones en seis décadas que, como Frankenstein, no sabemos ya si abrazar o matar.

Fidel

«Dentro de la Revolución, todo. Contra la Revolución, nada, porque el primer derecho que tiene la Revolución, es su derecho a existir y contra ese derecho, nada, ni nadie». (Fidel, 1961).

Pero el joven abogado parecía tenerlo todo muy claro en los años cincuenta. No había mayor prioridad en aquel entonces que restablecer plenamente la Constitución del 40: «(…) Entendemos por Constitución la ley fundamental y suprema de la nación, que define su estructura política, regula el funcionamiento de los órganos del estado y pone límites a sus actividades». 

Fidel entendía que no podía existir ningún poder, ordenanza, figura o partido político que violara los preceptos de la Carta Magna. En su defensa, denunciaba las manipulaciones anticonstitucionales que se operaban desde el gobierno para legitimar la permanencia de Batista, recordando que la máxima autoridad del país debía surgir de una elección popular, próxima a realizarse, y no de un «pequeño grupo conformado por ministros o funcionarios privilegiados», que además, fueron puestos ahí por el propio presidente.

De modo que pregunta: «(…) ¿Quién elige a quién por fin? ¿No es éste el clásico problema del huevo y la gallina que nadie ha resuelto todavía?». Es decir, según Fidel, el presidente tenía que ser elegido por los ciudadanos. Adquiriría un poder y una responsabilidad ante el pueblo, pero no podía ser omnipotente y, desde luego, no podía ser juez y parte, porque eso llevaría a la corrupción y al establecimiento de una dictadura, donde unos protegerían a los otros. Fue ese un argumento sólido en su defensa: la división de poderes en el Estado. Los acusados estaban restableciendo un orden, no actuando en su contra.     

«Había una vez una República, tenía su Constitución, sus leyes, sus libertades. Presidente, congreso, tribunales, todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero éste podía cambiarlo (…)». He aquí una idea extraordinaria, luego convenientemente olvidada.

Durante más de seis décadas hemos sido educados (y bombardeados mediáticamente), bajo el criterio de que antes de la Revolución no había nada, o muy poco, que rescatar, y que todo el bien, la dignidad, los valores humanos o la justicia para el país, fueron propiciados por el liderazgo de Fidel, el trabajo del Partido (único y eterno) y la articulación de una Revolución socialista.

Observamos además el pequeño detalle del respeto que Fidel decía sentir por las libertades de asociación y expresión, actos que no debían ser coartados bajo ninguna circunstancia. Los militares tras el golpe, incentivaron la corrupción de los partidos políticos, limitando o prohibiendo su ejercicio. Intervinieron los recintos universitarios, cerraron emisoras radiales y de manera voraz persiguieron las voces disidentes, encarcelando, torturando o matando a muchos de los opositores. Eso era inaceptable.

Un grupo se había adueñado del país, violando la Constitución y sembrando el terror. El orden anterior tenía que ser restaurado y las leyes respetadas. En los meses que siguieron a su golpe, Batista se las ingenió para hacerle enmiendas a la Constitución y ponerla al servicio de sus intereses, suscribiendo decretos que la volvían inoperante. Al respecto, nos dice Fidel:              

«No pueden existir privilegios la ley tiene que ser igual para todos. El porvenir de la nación y la solución a sus problemas no puede seguir dependiendo del interés egoísta de una docena de financieros, que hacen sus fríos cálculos en una oficina con aire acondicionado. No será tampoco con estadistas (…) situados en un palacete de la Quinta Avenida, que prefieren dejarlo todo tal cual está.

Un gobierno revolucionario con el respaldo del pueblo limpiará las instituciones de funcionarios venales y corruptos, procederá rápidamente a industrializar el país, movilizando el capital de los bancos y encargando la magna tarea a hombres de absoluta competencia, ajenos por completo a los intereses de la política».

Miro a mi alrededor, hago memoria; imágenes y recuerdos vienen a mi mente. Pienso en todas las experiencias personales en el campo del arte, la enseñanza, la ciencia, el deporte, los medios de comunicación. Pienso en muchos amigos, en conversaciones, lecturas. Territorios cercanos, familiares. Salgo a la calle, recorro el país, leo la prensa.

¿Privilegios? ¿Un pequeño grupo que decide en oficinas con aire acondicionado? ¿Se firman decretos y leyes antipopulares? ¿Lo político no debe dominar nuestra labor? ¿Lo que importa es el talento y no la fidelidad a una ideología o Partido? ¿Militares en el poder? Como diría Sergio en Memorias del subdesarrollo (Tomás G Alea-1968): «(…) yo he visto demasiado para ser inocente».

Fidel

«(…) yo he visto demasiado para ser inocente».

Si todas esas cosas, deseos, preocupaciones, resultaban justas para un país, y para restaurarlas se sacrificaron vidas y energías; por qué luego dejaron de serlo. ¿Cuándo, en qué punto, todo comenzó a trastocarse, suplantarse desvanecerse?

Fidel identifica los más agudos y urgentes problemas que tendría que resolver la revolución. ¿Tendría? No, aquí la incertidumbre y los problemas se viven en presente continuado.  

«El problema de la tierra, el de la industrialización, el de la vivienda, el problema del desempleo, el de la educación y el de la salud del pueblo, he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política.   

(…) ¿Cómo es posible que seamos un país agrícola, con magníficas tierras cultivables y tengamos que importar alimentos?… Cuba sigue siendo una factoría productora de materias primas. Se exporta azúcar, para importar caramelos, se exporta hierro o pieles y luego nos venden el arado y los zapatos.

(…) Miles de ciudadanos subsisten hacinados en cuarterías y zonas insalubres cerca de las ciudades, sin las adecuadas instalaciones de luz eléctrica o teléfono (…) El salario no alcanza, no hay estímulos laborales, lo que repercute en los jóvenes egresados, quienes no encuentran espacios de realización profesional y que, ante tanta incertidumbre, optan por emigrar. (…) hay piedra suficiente y brazos de sobra para hacerle a cada familia cubana una vivienda decorosa. Pero si seguimos esperando por los milagros del becerro de oro, pasaran mil años y el problema estará igual

(…) El alma de la enseñanza es el maestro y los educadores, pero en Cuba se les paga miserablemente. Basta ya de estar pagando con limosnas a los hombres y mujeres que tienen en sus manos, la misión más sagrada del mundo de hoy y del mañana que es enseñar. Si queremos que se dediquen enteramente a sus elevadas misiones, no pueden vivir asediados por toda clase de mezquinas privaciones.

Cuba podría albergar espléndidamente a una población tres veces mayor, no hay razón para que exista miseria entre sus habitantes. Los mercados deberían estar abarrotados de productos, las despensas de las casas deberían estar llenas, todos los brazos podrían estar produciendo laboriosamente (…)».

Conceptos, proyecciones de un país, angustias sobre un estado de cosas que demandaban un cambio, una actitud proactiva del gobierno y una intervención consciente de los ciudadanos en la toma de decisiones. Eso pedía Fidel en los cincuenta y el pueblo lo respetó, aceptando su liderazgo. ¿Y después? ¿Cuántas de esas cuestiones cardinales a superar se volvieron naturales bajo su propio mandato que, por cierto, no podía ni puede ser objetado?

Todos tenemos derecho a soñar, aunque sabemos que también sufriremos pesadillas. La historia me absolverá puede ser interpretada de muchas formas, pero también resulta, en buena medida, el relato de lo que pudo ser y no fue. Volver a ella es regresar a ese instante, único e irrepetible, en que cientos de jóvenes eran revolucionarios, pero no vivían a costa de la Revolución. Formaban parte del pueblo, pero no hablaban en nombre del pueblo y, mucho menos, organizaban acciones o leyes en contra del pueblo.

Estaban allí desde su pureza y autenticidad, respondiendo a su conciencia, no a una ideología política específica, ni a la propaganda. Buscaban la libertad, el bienestar y la independencia, cuestiones aún pendientes siete décadas después.

Tenían sueños, y para alcanzarlos pusieron sus cuerpos. Debemos regresar a ese punto, transparente, humano, en que lo esencial sea respetar la voluntad de los ciudadanos y no las doctrinas de un partido. La clave está en el ser y no en el parecer. La revolución ya se hizo, ahora hay que rescatar a Cuba.

25 julio 2022 53 comentarios 4k vistas
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Principio

Principio y final de una verde mañana

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 13 junio 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

Acaba de terminar la IX Cumbre de las Américas, opacada mediáticamente por el divorcio de Shakira y Piqué. Poco pudieron lograr los organizadores utilizando para los discursos el magnífico Centro de Convenciones de Los Ángeles, el mismo que sirve de sede al principal evento de videojuegos del planeta.

Muy cerca de allí, en las colinas, el famoso cartel de Hollywood domina la ciudad. Pudo aprovecharse como decorado ideal para la foto final de los mandatarios, luciendo sus trajes y sonrisas, porque a fin de cuentas la Cumbre es también un show, con todas sus coreografías, sus selectos invitados, prometedoras frases, cenas y pasarelas.   

De este lado también tuvimos espectáculo. El presidente ofreció un discurso ante los representantes de la llamada sociedad civil, esa que según él no fue invitada a la cumbre. Me armé de paciencia y escuché sus palabras porque, gústeme o no su gestión, es el máximo dirigente del país en que vivo. Sé que es difícil mantener la atención pues, como ocurre con otros de su nivel, no sabe improvisar y genera frecuentemente un discurso monótono, reiterativo y poco convincente. Si ellos no parecen creer en lo que dicen, qué podemos esperar de los demás. En cuestión de oratoria la continuidad ha sido un fracaso.

Como se sabe, no fuimos invitados al evento (tampoco Nicaragua y Venezuela) y eso, como es lógico, motivó rechazo y en algunos casos solidaridad entre los países de la región. Hay tanta hipocresía y desprecio acumulados de unos hacia los otros, que realmente no me sorprendió la decisión del mandatario norteamericano, que aplica palos o zanahorias según sea el conejo.

¿Cómo puede hablarse de una comunidad si se parte de exclusiones? ¿Qué sentido tiene «castigar» a los excluidos bajo el argumento de que son «regímenes totalitarios» si los propios organizadores toman una actitud soberbia, de presiones y discriminaciones? Si el respeto a los derechos humanos, las libertades individuales o lo que algunos suelen definir como democracia, fueran realmente cuestiones cardinales a cumplir por los gobiernos asistentes, no se hubiera realizado ni la primera de ellas.  

En lo personal, no creo que este tipo de acontecimientos resuelva ninguno de los agudos problemas que nos acompañan. Alguien decía que para lo único que sirven estas grandes citas o reuniones, era para retardar el exterminio de la humanidad. Algo es mejor que nada.

Frente a las pantallas, los presidentes fruncen el ceño y se ponen serios, ofrecen sus preocupaciones y promesas bajo un estudiado guión. Luego, regresarán a sus naciones y harán lo que quieran o puedan. La mayor parte de ellos solo estará en el poder tres o cuatro años, así que mejor tomarse las cosas con calma porque, probablemente, los compromisos de unos serán anulados por los miembros de los partidos rivales.

Mientras tanto, la dura vida cotidiana de cientos de millones sigue su curso. Dialogar y prometer son cosas buenas, pasos nobles en un camino que no debe despreciarse; pero responder con políticas públicas duraderas, cercanas a las necesidades reales de los pueblos, sería mucho mejor.

La posición de Cuba resultó, como la del propio Biden, bastante ambigua. Sí, pero no. No, pero sí. Primero, protestamos cuando se dijo que no seríamos invitados. Luego, tras la mediación de López Obrador y las presiones de otros mandatarios, Biden titubeo (aún más) pero el presidente cubano expresó que de igual forma no iría aunque se cursara la invitación. Cuando quedó oficializada la absurda negativa del gobierno norteamericano, Díaz Canel y nuestra cancillería emitieron un comunicado que mostraba nuevamente su disconformidad.

Si consideramos que el evento carece de importancia y deviene en plataforma «imperial de dominación», para qué molestarse en ir y armar tanta alharaca si no somos invitados. ¡Olvídalo! Para tus intereses tienes el ALBA, la CELAC, el CARICOM, los NOAL y todas las letras del abecedario para conjugar e inventarte algunos nuevos.

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Jefes de Estado de los países que forman la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), en La Habana, este viernes. (Foto: Palacio de Miraflores)

Mientras ese tira y encoge ocurría, en el tablero de ajedrez político se movían otras piezas. Biden retiraba algunas de las medidas más lacerantes impuestas por Trump contra Cuba. De este lado se aprobaba la primera empresa privada de un ciudadano norteamericano en la Isla, pero, sobre todo, se liberaba a varios de los jóvenes detenidos por manifestarse el 11 de julio. No es gran cosa, pero Despacito es el tema que más se escucha en Washington y en el Comité Central         

En su discurso, Díaz Canel pide respeto hacia las posiciones o tendencias ideológicas de nuestros países como forma de ver al continente en su diversidad, lo que permitiría que cada nación se exprese como mejor entiendan sus ciudadanos. Dice que, aunque existen profundas diferencias ideológicas entre algunos estados, hay que encontrar caminos de interés común para enfrentar las crisis y la desintegración. Desde luego, hay que oponerse a toda homogeneización cultural y generar espacios para el debate y el disenso con soluciones reales, observando cómo, cada día, crecen las desigualdades, miserias y fenómenos migratorios que deben atenderse.

Eso está muy bien, pero presidente, no puede existir una demanda o modo de actuar para el resto del mundo y una deuda siempre pendiente entre nosotros mismos. Candil de la calle y oscuridad de la casa, y es que todas esas acertadas observaciones sobre los otros, pueden aplicarse, letra por letra, al contexto insular.

Hay una cuestión esencial que se llama Ética, pero era verde y se la comieron los chivos. En el discurso habitual de nuestros medios, las frases de los políticos e incluso en la Constitución de la República, se nos habla, una y otra vez, de «principios que no son negociables», una frase que ha sido más horadada aquí que la superficie lunar.

Si resulta inmoral —y así lo expresamos públicamente—, la actitud de un gobierno que tiene un doble rasero para medir sus relaciones o afinidades, no deberíamos nosotros obrar de la misma forma, porque ¿cuál sería el mensaje que estamos ofreciendo? Se dice que los gobiernos no tienen aliados sino intereses. Perfecto, entonces asúmanlo y no me hablen de honestidad, o de valores intocables que la Revolución representa.

En nuestra historia contemporánea existen ejemplos de sobra en que hemos preferido imitar al avestruz, escondiendo la cabeza cuando conviene, y eso no es lealtad sino oportunismo, aunque en ciertos espacios académicos lo llamen geopolítica. Da igual la semántica, los eufemismos o las palabras que se utilicen, a los efectos reales resulta una estrategia igual de sucia y perversa. Con observar la actual posición del país frente a la invasión rusa a Ucrania tenemos un caso.

No resulta posible examinar con rigor y honestidad situación actual de Ucrania, sin valorar detenidamente justos reclamos de Rusia a EEUU y OTAN y factores q han conducido al uso de la fuerza y la no observancia de principios legales y normas intls q #Cuba suscribe y respalda
2/5

— Bruno Rodríguez P (@BrunoRguezP) February 26, 2022

También se dice por ahí, con mucho acierto, que si no superas a tu enemigo te conviertes de alguna forma en su esclavo. Esa es precisamente una de las mayores paradojas de la Revolución cubana: romper a inicios de los sesenta el ciclo de dependencia crónica hacia Estados Unidos heredado del período republicano, para volver a caer, pasados los años, bajo su égida. Es como aquella canción de Agustín Lara:

Piensa en mí cuando sufras, cuando llores también piensa en mí, cuando quieras quitarme la vida, no la quiero para nada, para nada me sirve sin ti.  

Entre Cuba y Estados Unidos se tiende una fuerte historia de amor, pero de esas que necesita de sacrificios y dolor. Eros amordazado, lacerado. ¿Quién se ata a la cama y quién toma la fusta?  En ambos lados del estrecho de la Florida vive una comunidad dividida que no puede existir sin la otra parte. Pendientes de cada gesto, declaración o artimaña política, los cubanos están atrapados desde hace demasiadas décadas en esa telaraña, que desgraciadamente ha acabado con familias enteras, amistades y compromisos.

Se ha impuesto toda una narrativa del odio, descalificación y desmemoria que, en ciertos sectores de las dos orillas, se extremó peligrosamente en los últimos años. Muchos se han empoderado mediática o políticamente con ese drama, utilizando en apariencia el mismo sujeto de preocupación, llamado Pueblo Cubano, y así viven felices de ese cuento.

Por eso, cuando Obama y Raúl decidieron pasar la página de esa retórica de larga e inútil data, saltaron las alarmas en las mansiones de los fundamentalistas de ambos bandos, preocupados por las negociaciones y los acuerdos. Como los extremos terminan por tocarse, sucedió la curiosa situación de que, por primera vez, «los protectores de la fe» unieron sus fuerzas en el mismo bando, porque no hay nada más revolucionario para ellos que mantener el estatus quo. El bloqueo se erige como ficha clave del dominó, que lo mismo sirve para trancar que para ganar. ¡Con la dictadura castrista no se negocia! ¡Con el Imperio que nos oprime, tampoco! Y así, el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos… 

No debemos olvidar en todo esto que la Revolución surgió como proceso emancipatorio que prometía conquistas sociales y transformaciones culturales inéditas en la región. Fue el «faro de libertad» que por años encandiló a millones en todo el mundo, y también a algunos de los nuestros que se quedaron ciegos y no supieron como avivar la llama.

Entonces aparecieron los dogmas, las órdenes, los principios, porque es más fácil reproducir que hacer. Aquella imagen iniciática y rebelde tenía que ser congelada para las postales y los libros de fotos que se ofrecen a los turistas. Todos sus símbolos pasaron a ser codificados, convertidos en trapos, estatuillas, bustos, cuadros en las paredes; encapsulados en filmes, almanaques, carteles o bisutería para los mercados. La Revolución que conquistó las calles ahora solo aparece en un tshirt.

Principio

Todos sus símbolos pasaron a ser codificados, convertidos en trapos, estatuillas, bustos, cuadros en las paredes.

¡Ah!, pero es importante hablar de Martí. Díaz Canel lo sabe y dedica largos minutos de su intervención a recordar las visiones que tenía el héroe sobre las verdaderas intenciones de Estados Unidos hacia América Latina. De nuevo hay que hablar del imperio y su avaricia, viajar siglo y medio atrás para decirnos lo que todos sabemos. Cortina de humo que elude los reales problemas que importan a esa sociedad civil que lo escucha. Como él no convence a nadie, necesita apuntalarse citando a Martí. Cuando no se tiene nada que ofrecer, ofrece al maestro. Es lo que enseñan en la Escuela Superior del Partido «Ñico López».

El presidente habla de luchar contra el pensamiento hegemónico y yo digo, correcto, pero empecemos por casa. ¿O acaso el Partido no impone un pensamiento dogmático y hegemónico sobre nuestros medios? La organización tiene un control total no solo sobre ellos, sino sobre el destino del país. Son jueces y parte que copan prácticamente todos los escaños de la Asamblea Nacional, el poder judicial, el Consejo de ministros, los gobiernos locales y el Tribunal Supremo. Está detrás de cada ley y decreto. Son una ínfima minoría, pero ostentan un poder abrumador. ¡No!, la culpa de nuestros problemas no la tiene el bloqueo, ese nefasto engendro del cual ustedes mismos se sirven.

Algunos de sus cuadros han llegado a decir, sin que les tiemble la voz, que su autoridad es superior a las leyes y a la Constitución. Se muestran desafiantes, se consideran miembros de una organización eterna que vivirá durante milenios, burlándose así de la dialéctica, y de Marx, Engels y Lenin juntos. Y tales disparates debemos escucharlos con frecuencia en los discursos, leerlos en vallas públicas, en nuestras escuelas, en las consignas que se escriben y reproducen por doquier. Pretenden que el pueblo lo acepte y acate sin chistar. Si esa es la Revolución, han engañado a todos los que un día dieron su vida por ella.

¿Qué puede ofrecerle realmente este gobierno al pueblo como alternativa moral, si solo reproduce el mal que dice desterrar? No se puede cuestionar la violencia de otros gobiernos contra sus ciudadanos, si el nuestro también la ejerce contra los suyos. ¿Por qué resultan justas las demandas y marchas por mejoras salariales, laborales, estudiantiles, campesinas o de cualquier naturaleza en Chile, Colombia, México o Brasil, y contrarrevolucionarias o «financiadas por el enemigo» si se producen por similares cuestiones en Cuba? ¿Cuál es el punto de aplaudirlas en unos y rechazarlas en otro?

¿Por qué Estados Unidos (que es «el país donde crece el mal») debería respetar a las naciones y modelos sociales diferentes, si nuestro gobierno («ejemplo imperecedero de humanismo») es incapaz de hacer lo mismo con sus propios ciudadanos, y castiga severamente a todos los que piensan o desean un país diferente?

Principio

¡Es que ni siquiera se acepta ya un debate público sobre el amplio espectro que pudieran cubrir esas diferencias! Las recientes «acciones» operadas contra la plataforma digital de izquierda Alma Mater, son reflejo de los serios problemas que tiene el Partido para procesar las críticas y análisis sobre la realidad cubana, no importa si son generados desde sus propias filas. ¿Se supone que eso sea revolucionario?

Hace rato no somos el país que decimos ser, y cada día estamos más lejos del que quisiéramos. Nuestros científicos fueron capaces de crear tres vacunas en tiempo récord, salvando con ellas miles de vidas en medio de una pandemia universal, lo cual es admirable. Nuestros políticos en cambio, con todo el tiempo y los recursos a su disposición, son incapaces siquiera de gestionar una eficaz cosecha de papas, para no hablar del azúcar, cuya última zafra fue de las peores en más de un siglo.

¿Por qué si tenemos el proyecto «más justo y humano que ha conocido la historia», cien mil de nuestros hijos lo han abandonado en un año? El presidente se refiere a los miles de migrantes que conforman ahora mismo las caravanas que avanzan por toda Centroamérica. Pero obvia el detalle de que entre ellos hay no pocos cubanos, nacidos y crecidos bajo la Revolución. ¿Locos desquiciados? ¿Suicidas? ¿Gente simple que no ve más allá de sus narices?

Ahora los nuestros comparten por un tiempo la misma suerte de hondureños, mexicanos y salvadoreños; que deben enfrentar a coyotes o traficantes, sortear la muerte cruzando ríos o selvas, dormir a la intemperie en tiendas improvisadas, aeropuertos y carreteras o en algún cayo perdido en el medio del mar, muy lejos de su patria y familias. Hay toda una tragedia humana aquí, de la que no somos ajenos pero de la que poco se habla. Ellos han empeñado sus ahorros, vendido sus casas y propiedades, sacrificado todo tipo de cosas, encontrando en la huida su única alternativa de cara al futuro.

En mayo de 1959 Fidel promulgó la Ley de Reforma Agraria, que hacía justicia al entregar la tierra a los campesinos, acabando con latifundios y empresas transnacionales. Fue un gran paso en la Revolución. Luego de seis décadas, esa tierra sigue sin producir ni satisfacer las demandas alimentarias mínimas de la población. Entrampada en su propia y extraordinaria burocracia, somos hoy una nación endeudada, ineficaz y dependiente, secuestrada por las fuerzas más conservadoras de ese Partido único. La Revolución no existe, y no por culpa de Estados Unidos, sino de ustedes que acabaron con ella.

13 junio 2022 51 comentarios 3k vistas
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País

Ese país que llevamos dentro

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 23 mayo 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

Un grupo de personas se reúne alrededor de una hoguera. Contemplan las llamas en silencio. Pudiera ser el origen del mundo, pero estamos en el oriente cubano y transcurre el siglo XXI. Alguien comienza a contar una historia que habla de un pueblo que ya no existe. Ahora está bajo las aguas de una presa. No es visible para nosotros, pero allí todos saben dónde estaban el parque, la calle, el pequeño mercado. De forma inevitable se evocan los muertos. Nadie se asusta, han aprendido a convivir con ellos.

Al día siguiente dos ancianos emprenderán ese viaje. Ya no les queda nadie, mejor sería volver con los suyos. Han sobrevivido en un islote y quieren que sus cuerpos sean colocados, sumergidos, en la glorieta del parque donde se conocieron. Una misteriosa mujer llega con una jaula, cubierta con un trapo negro. Dentro, presumiblemente, está el pájaro de la muerte. Quien lo contemple, cerrará sus ojos para siempre.

Es la historia que nos cuenta El rodeo (Carlos Melián – 2021), una película independiente filmada en la Cuba profunda, con personajes reales que habitan en algún punto perdido de la Isla, donde el tiempo y las cosas existen bajo otra dimensión.

El rodeo (Carlos Melián - 2021)
El rodeo (Carlos Melián - 2021)
País
El rodeo (Carlos Melián - 2021)

Un poco más al sur, en Santiago de Cuba, todos recuerdan a Mafifa, «la flaquita chiquitica, que tocaba la campana» en la conga de Los Hoyos. Hace cuarenta años murió, pero los que la conocieron le guardan respeto. «No es fácil caminar todo Santiago golpeando un pedazo de hierro», dice un vecino. Apenas hay fotos de ella, así que su retrato se va desvelando a través de recuerdos imprecisos. Un vestido, una actitud, un viejo recorte de prensa, un gesto. En un mundo dominado por hombres, ella supo cómo sobrevivir e imponerse. Se llamaba Gladys y su casa ahora está en ruinas.

La joven directora Daniela Muñoz Barroso trabaja sobre el vacío. Mientras reconstruye la vida de esta mujer (Mafifa – 2021), se va descubriendo a sí misma y, de paso, capta las dinámicas existenciales de una nación. La cámara recoge instantes de los carnavales, vemos gente anónima que bebe, que se busca la vida imitando un sinsonte, que observa en silencio la nada. Algunos bailan, transpiran, se agolpan en la multitud. Hoy están aquí, mañana volverán a sus rutinas. «¿Qué es la felicidad?», se pregunta Daniela.

Miles de cubanos han atravesado la selva del Darién que divide Colombia y Panamá. Algunos han muerto o desaparecido. Todavía les espera un largo y peligroso camino en su sueño de llegar a Estados Unidos. Es solo el comienzo. Cada uno tiene una dura historia que contar y lo están haciendo utilizando sus celulares, sus voces, sus mensajes. En un campamento, bajo tiendas de campaña y tendederas de ropa, esperan para continuar la ruta. Ellos también anhelan la felicidad.

Hasta allí se desplazó el realizador Marcel Beltrán para filmar La opción cero (2020), documental que recoge los testimonios de estos seres en transición. No es solo lo que cuentan, sino también lo que han dejado atrás. Familias, estudios, casas, amigos, pertenencias; buena parte de lo que son, para quizás alcanzar lo que quieren ser. Los hechos ocurrieron en el 2016, un adelanto de lo que aún estaba por venir. Cinco o seis años después, la huida se ha multiplicado.

En algún momento el documental inserta imágenes de Cuba. En la Plaza de la Revolución se prepara un desfile, se monta un espectáculo con la réplica del yate Granma y unos pioneritos que simulan el mar. Todo es escenografía, «Parece una ciudad de cartón», como diría Sergio en Memorias del subdesarrollo (Tomás G. Alea-1968). En pocas horas miles de cubanos agitarán banderas y consignas. ¿Cuántos de ellos no estarán mañana cruzando esa selva o las peligrosas aguas del Río Bravo?

Hace seis décadas se hizo una revolución, que luego se declaró socialista. Prometió un mejor país para todos. ¿Cuántas cosas se han ganado y perdido en ese tiempo? Se produce una sensación de vacío. ¿Dónde está la verdad y termina la simulación?         

En Los viejos heraldos (Luis A. Yero-2018), dos ancianos sostienen su humilde hogar. Es lo único que tienen luego de noventa años de vida. En la televisión, el canciller Bruno Rodríguez protesta por las nuevas medidas de Estados Unidos contra Cuba. El hombre, somnoliento, mastica un tabaco y ella, a su lado, se queja del calor. Siguen las palabras, las quejas. El anciano se levanta y cambia los canales, pero todos trasmiten lo mismo.

Hay también sonidos de una estática y voces imprecisas. Al siguiente día, el Parlamento se reúne y Díaz Canel es nombrado nuevo presidente del país. El televisor en blanco y negro, transmite la sesión de la Asamblea, pero la anciana lidia con las telarañas de la casa.

Se escuchan aplausos y el himno nacional. Nadie observa. Afuera, el anciano cuida una pira de carbón vegetal… la patria os contempla orgullosa, no temáis una muerte gloriosa... Los relatos marchan paralelos. Todo resulta aburrido, premeditado. Gestos que acompañan una rutina que cumple muchas décadas.  

Cerca de allí, en Bahía Honda, al norte de Artemisa, existe un desguazadero de barcos. En un país que, siendo isla, apenas cuenta con alguno, las imágenes resultan sorprendentes. Entre el hierro, el óxido, los desechos, las llamas y las ruinas, se desplazan algunos hombres. Como sombras chinescas, los vemos sobredimensionados por las luces de sus linternas. Trabajan allí, pero apenas se hablan y cuando lo hacen, cuentan extrañas historias de superpoderes, muertes o reencarnaciones.

En un camarote aparece el plano del navío, la armazón de una litera, un salvavidas. Son vestigios del pasado. En un recoveco se esconde una paloma. Parece estar perdida. El símil con la vida de estos hombres no es casual. En ese universo post-apocalíptico y fantasmagórico se desarrolla Abisal (Alejandro Alonso-2021), un corto que, como otros, intenta explicar nuestra historia desde la subjetividad y la memoria íntima.

Es lo que hace Carla Valdés cuando explora, para su documental Días de diciembre (2016), los recuerdos de varios veteranos de las guerras en África. No importa el gran relato, ni los argumentos oficiales que legitimaron la aventura. La épica se mide desde otra instancia, más personal o real, porque fueron acciones que impactaron en sus cuerpos, y la conciencia de todo aquello se enfrenta al paso del tiempo y la dureza de la vida. ¿Qué sentido tuvo ese sacrificio? ¿Quiénes son ellos ahora mismo?

Hace apenas un año la propia Carla filmaba a sus padres (Los puros – 2021), que recordaban sus años de estudio en la URSS. Las fotos y anécdotas funcionaban como piezas de un rompecabezas. Varios amigos intervenían en el proceso y, aunque hacía tiempo no se veían, los sentimientos y memorias compartidas mantenían la cercanía. Detrás de ese sencillo ejercicio autorreferencial, pervive una historia poco visibilizada que involucró a cientos de miles de cubanos durante varias décadas. ¿Dónde están y qué hacen ahora?

País

Los puros, de Carla Valdés (2021).

Buscando esa respuesta el realizador Carlos Quintela viajó a la localidad de Juraguá, muy cerca de Cienfuegos, en el centro sur de la Isla, para filmar La obra del siglo (2015). Allí se edificó, a mediados de los ochenta, una moderna ciudad donde vivirían los operarios e ingenieros de la primera planta nuclear del país. Ahora aquello parece una ciudad fantasma, un lugar como cualquier otro, tragado por la monotonía, el tedio, la fealdad. El domo, las torres e instalaciones son solo un esqueleto deformado que rodea los edificios de apartamentos.

Varios personajes mascullan sus dramas. Conforman diferentes generaciones en una misma familia. Apenas se hablan, más bien pelean, los rencores afloran, las frustraciones también. De pronto, aparece una brigada uniformada, son fumigadores contra el mosquito Aedes. El espacio se llena de humo, las imágenes se ralentizan, se tornan extrañas, inquietantes.

Un personaje, el jefe de la brigada, habla del cosmos, los cohetes, la Guerra Fría. Lo hace con añoranza y sabiduría: «Gagarin era un hombre lindo, con su escafandra y una sonrisa como la Luna. Él solo, ganó más seguidores que toda la propaganda del Kremlin en cuarenta y siete años».

Está en un balcón, junto al dueño del apartamento, observando la ciudad. No sabe que ese hombre fue uno de los mejores ingenieros del país, formado en la URSS para la central nuclear. Un alto edificio se levanta frente a ellos. «Luce abandonado, inconcluso. Parece un cohete», dice el fumigador. «A mí me gustaría haber viajado al cosmos. ¿A usted no?». 

Son apenas pocos diálogos, pero que contienen toda una historia, una época, muchos deseos, un sueño. La película, siete años después de realizada, aún espera por su estreno en Cuba. Nos hace pensar, es incómoda, amarga. Es arte.              

Recuerdo a Borges, el escritor argentino: «(…) somos nuestra memoria, ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos». Es quizás la idea que mueve a los jóvenes realizadores del presente. Recuperar una memoria, explorando esa otra Cuba contenida en los recuerdos de nuestros padres, las palabras de un amigo, el dolor por las pérdidas, el exilio, las ausencias. Son las pequeñas cosas que conforman una nación.

No son sólo películas, sino reflexiones de una generación nacida en los noventa o el siglo XXI, que recibe un país fragmentado y a la deriva, un territorio que tiene que ser repensado, reconstruido. Jóvenes o artistas que necesitan expresarse en sus propios términos, no para negar una historia sino para empezar a edificar las suyas.  

Son las dos amigas separadas por el exilio que se intercambian cartas y mensajes en A media voz (Heidi Hassan y Patricia Pérez – 2019). Es el poeta incómodo que debe ser aislado, vigilado y repudiado en Santa y Andrés (Carlos Lechuga – 2016). Es Pablo Milanés (Juan Pin Vilar – 2016) recordando una ciudad que ya no existe, pero también su paso por las granjas de trabajo forzado (UMAP) a mediados de los sesenta. Son las últimas palabras que le escribe un joven de dieciocho años a su madre, antes de morir accidentalmente mientras pasa el servicio militar en Las muertes de Arístides (Lázaro Lemus – 2017).

Son los dos homosexuales que emigraron por el Mariel, rehaciendo sus vidas una y otra vez, en Sexilio (Lázaro González – 2021), o el testimonio del trovador Mike Porcel (Sueños al pairo, José Luis Aparicio y Fernando Fraguela – 2020) sobreponiéndose al desprecio de amigos mientras recuerda toda la vileza de los actos de repudio.        

Por eso entiendo perfectamente a Daniela, quien un día estuvo muy cerca de la muerte: «Cada viaje que hago es una puerta que se abre. Quiero salir de este viejo planeta que soy yo misma. Llegar a un sitio desconocido y convertirme en otra, en alguien nuevo que no olvide quien fue».   

23 mayo 2022 19 comentarios 2k vistas
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Revolución

Flash back o de cómo el hábito no hace una Revolución

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 2 mayo 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

-VII-

La emisión por televisión del documental Canción de barrio (Alejandro Ramírez-2014), luego de casi siete años de realizado, generó hace unos meses un intenso debate en las redes sociales sobre el triste panorama existencial que ofrecían, para sus habitantes, varias zonas de la ciudad.

Recuerdo los largos aplausos que recibió cuando fue presentado en el cine Chaplin, y también las caras de desconcierto de algunos funcionarios, que fueron invitados para un filme sobre las giras de Silvio y se encontraron con uno sobre la gente que vive en los barrios donde cantó el trovador. Hay personas que anidan en una zona de confort, una burbuja, suerte de Matrix que los sitúa en otra dimensión. Nunca entienden nada, o quizás sí, pero prefieren esconder la cabeza, como el avestruz.

Cuando fue exhibido por televisión ya habían ocurrido las manifestaciones multitudinarias del 11 de julio, que tuvieron por motivo principal la irritación ciudadana ante la inercia de las autoridades, incapaces de solucionar cuestiones elementales como el suministro de agua, la alimentación o la electricidad en sus zonas de residencia.

Lo que comenzó como una protesta local, se extendió rápidamente por todo el país, confirmando que esa sensación de abandono y cansancio no era casual o puntual. Ese día se quebró el pacto social que la Revolución había propuesto desde hace décadas a los cubanos. Confiar, resistir, creer, tener fe en que, por su acción, la vida sería… ¿más próspera y sostenible?

-VI-

Quince años antes, en el 2006, un grupo de jóvenes estudiantes de la facultad de medios audiovisuales (FAMCA-ISA) decidió realizar su ejercicio docente en los asentamientos ilegales de San Miguel del Padrón, Regla y Guanabacoa. Era importante documentar lo que allí ocurría y que los medios parecían ignorar.

Casas de madera y cartón, armadas con planchas de metal y desechos, salideros, falta de luz, rústicas letrinas y muchas otras calamidades formaban parte de la vida cotidiana allí. Un padre que se llama Fidel, nombra a su hijo recién nacido, Elián, en honor al niño rescatado en el estrecho de la Florida a fines de 1999, pero llora desconsolado ante las cámaras pues no tiene apenas dinero o trabajo para mantenerlo.

La mayor parte de los entrevistados proviene de las provincias orientales donde, según nos cuentan, no tienen oportunidades y la vida es muy dura. El documental se titulaba Buscándote Habana, fue dirigido por Alina Rodríguez y terminaba con el tema Lucha tu yuca, de Ray Fernández.

(…) el cacique mandó montones a contar

a la tribu, quiere censar

el bohío que ocupas tú, prepárale un ritual

no sea que te declaren ilegal.

 

(…) Ay trabaja, trabaja, como suda el indito

al que todavía pagan con espejitos

en las horas de ocio juega al Batos un poquito

porque está caro, muy caro

el areito

(…) Lucha tu yuca taíno, lucha tu yuca…

Revolución
Revolución
Revolución
Revolución

-V-

A finales de los años ochenta, el instituto de cine cubano (ICAIC) realizó una serie de documentales y noticieros que se adentraban en los llamados barrios insalubres que proliferaban en la capital. Poco antes, en 1986, Juan Formell y los Van Van habían lanzado su hit La Habana no aguanta más, y aunque todo el mundo lo bailaba y cantaba, el tema se percibía como un eco fiel del hacinamiento y desatención que se observaban en muchas zonas de la ciudad.

Jorge Luis Sánchez filmaría por esos años su premiado documental El fanguito (1990), donde daba voz e imagen a las angustias de los habitantes de esa comunidad, situada a orillas del río Almendares. Los pobladores, gente humilde y honesta, decían simpatizar con la Revolución, pero al mismo tiempo sentían que esta se había olvidado de ellos.  

En la URSS, Gorbachov había iniciado su Perestroika, proceso de reformas que cambiaría la historia contemporánea; en Cuba, Fidel respondía con su Período de rectificación de errores y tendencias negativas. Era evidente que el socialismo, tal cual se había entendido y —sobre todo— practicado, hacía aguas. Los sueños del futuro luminoso habían terminado para muchos.   

Por aquellos años, José Padrón realizaba varios Noticieros sobre el ruinoso estado de la vivienda en la capital. En uno de ellos aparecía el grupo Mezcla interpretando otro popular tema sobre el contaminado río Quibú, que atravesaba zonas densamente pobladas en Marianao. En algún momento, mientras el espectador contempla imágenes sombrías de casas levantadas entre aguas albañales, escuchamos lo siguiente:        

(…) en estas condiciones viven alrededor de 60 mil habitantes de la capital del país… En América Latina entre el cuarenta y el sesenta por ciento de los habitantes de las grandes ciudades viven en barrios insalubres, pero ellos no tienen una revolución socialista y nosotros sí.

Tal observación no es anecdótica. Entraña una profunda reflexión sobre el sentido del proceso de transformaciones sociales iniciado en el país a partir de 1959, que situó como centro de atención principal a los sujetos más desfavorecidos y olvidados. Infinidad de planes, proyectos y discursos se habían sucedido cada año para mantener activas las esperanzas de los ciudadanos, dispuestos siempre al sacrificio en aras de un futuro mejor para sus hijos. Y sí, se hicieron cosas, pero otras muchas, esenciales, vitales, fueron postergadas indefinidamente.   

Tres décadas después no habían sido solucionados, ni de cerca, problemas como el de la vivienda, la alimentación o el transporte. La emigración hacia el exterior continuaba y los desplazamientos de zonas rurales a urbanas resultaban indetenibles, a pesar de toda la inversión en obras sociales e industriales llevada a cabo por la dirección del país.

Como si esos casi treinta años de sacrificios, trabajo, zafras y promesas no fuesen nada, el periódico oficial del Partido nos decía en un gigantesco titular de 1987: ¡Ahora sí vamos a construir el Socialismo!

-IV-

Años antes, en 1974, la realizadora cubana Sara Gómez filmó su primera y única película de ficción, titulada De cierta manera.  Un crédito inicial nos aclara ahora que se trata de un largometraje con algunos personajes reales y otros de ficción. Rápidamente, vemos imágenes de archivo que contrastan entornos ocupados por seres que subsisten en precarias condiciones sanitarias, alternando con otros donde diferentes familias habitan nuevas urbanizaciones populares.

Un narrador ofrece información generalizada de lo que ha venido ocurriendo desde los primeros años de la Revolución. Da algunas cifras comparando el antes y el después. Se nos dice que el desamparo y la marginalidad, tan habituales en la época anterior, van siendo paulatinamente sustituidos por las obras humanas de la Revolución. Hay un mensaje esencial: no basta con mejorar las condiciones de vida de una comunidad, sino que es necesario brindar a sus habitantes oportunidades laborales y de superación profesional.

Se insiste en que las conductas delictivas, la violencia y el desaliento son generadas por el desempleo, el analfabetismo y la falta de expectativas, componentes típicos del capitalismo. Pero… ¿acaso muchas de esas cuestiones no están presentes también hoy?

El sujeto, marcado por su entorno y por ciertas prácticas culturales; el viejo conflicto entre barbarie y civilización, entre lo viejo y lo nuevo; queda retratado en una imagen en la que se distinguen modernas casas prefabricadas y, en sus portales, en plena ciudad, los propietarios crían cerdos y cabras.  

Una secuencia nos introduce en una escuela primaria de la localidad: el matutino, las flores a Martí, los pioneros sonríen en una fila. Aparece la maestra y con ella el personaje, o sea, la ficción. Se muestra sorprendida porque no imaginó que una década y media después de la Revolución, aún podían encontrarse barrios en tales condiciones de atraso.  

La película, que adquiere por momentos un tono didáctico, sigue su curso. Salta de personajes y situaciones dramáticas a reflexiones sobre la marginalidad, las prácticas religiosas afrocubanas o el machismo. En algún momento leemos un extraño texto a toda pantalla: Después del triunfo de la revolución, no existe en Cuba sector marginal alguno.

Revolución

El chovinismo, las consignas y polarizaciones —el dogma—, son actitudes consustanciales a la práctica socialista en Cuba. Cualquiera que estudie un poco los textos, discursos o leyes revolucionarias, encontrará repetidas mil veces las mismas palabras o visiones del mundo. La Revolución como fin de un camino. Ya nada puede superarla. Todo suele leerse, además, desde una lucha de contrarios, el lenguaje de la trinchera o, incluso, la guapería.

(…) el primer derecho que tiene la Revolución es su derecho a existir y contra ese derecho nada, ni nadie. (Fidel, 1961).

-III-

Sara fue una mujer inquieta y muy talentosa, que veía a la Revolución como un proceso justo, pero necesitado de perenne revisión. ¿Qué sería de ella hoy? Nunca se conformó con las historias oficiales, por eso se trasladó, en 1967, hacia la granja Libertad, un centro de reeducación para adolescentes situado en la Isla de la Juventud, donde filmaría sus documentales La otra Isla y Una Isla para Miguel.

Las ideas del hombre nuevo estaban en su apogeo, y qué mejor lugar que ese para documentar historias de vida y transformación. Allí se llevaba a cabo un experimento con jóvenes que presentaban «problemas de conducta» e inadaptación social. Los campamentos de trabajos forzados (UMAP) habían sido desmantelados, pero los ecos de esa tragedia estaban aún muy cerca.

Durante muchos años, al saco de «los marginales» fueron enviados los delincuentes y antisociales, los vagos y criminales, los enemigos de la Revolución y los críticos o disidentes ideológicos. Asimismo quedaron estigmatizados cientos de miles por su identidad sexual, el color de su piel o sus creencias religiosas.

El discurso oficial entendía que todas esas manifestaciones conformaban una «lacra social», remanente del pasado que debía ser extirpado. La reeducación, a través del trabajo y el sacrificio, era el camino.   

En los documentales de Sara encontramos por ejemplo a Fajardo, el voluntarioso instructor cultural de la granja. No cuenta con mucho apoyo y tiene que resolverlo todo por su propia gestión. Nos dice que allí todo es trabajo, pero que él trata de llevar la cultura y el teatro hacia ellos, porque siente que esos jóvenes lo necesitan. Una cosa no puede separarse de la otra.

Rafael es tenor, egresado de las primeras escuelas de arte creadas por la Revolución. Aunque interpretó algunos papeles, sintió la presión de los prejuicios raciales y la discriminación, ya que las cantantes o actrices no querían trabajar a su lado. Se trasladó a la Isla porque creía que podía purgar esa frustración trabajando por dos años en el campo. No ha olvidado el arte y sueña con representar algún día La Traviata. ¿Lo habrá conseguido? Dice que allí, la gente es diferente: no es como en La Habana, aquí hay otro tipo de conciencia.

Revolución
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Lázaro fue seminarista, es un joven educado bajo determinados principios y creencias. Cuando trabajaba en un área educativa en las montañas del Escambray conoció la muerte en el rostro del joven alfabetizador Manuel Ascunce, asesinado por bandas contrarrevolucionarias. Para él, nos dice, fue traumático, un impacto que le hizo repensar toda su existencia e ideas.

Desde ese día, entendió que la violencia era necesaria como única vía para erradicarla. Lleno de angustias y contradicciones, espirituales o profesionales, decide entrar en la granja de la Isla, para, a través del trabajo en una vaquería, encontrar el camino de la paz o el perdón para su conciencia, pues quiere ahora luchar por el hombre y su futuro.

En algún momento aparece Cacha, una profesora que nos explica cómo las muchachas tienen allí todas las libertades, salen de pase los fines de semana, van a la playa o incluso viajan a La Habana para ver a su familia. Sara le pregunta por las relaciones sexuales y los aspectos morales que pueden imponerse. Es mencionado el ejemplo de una muchacha embarazada, algo prohibido en el campamento. Se piensa aplicar un consejo disciplinario, quizás una expulsión, pero luego se llega a la conclusión de que ese bebé, será más comunista que todos nosotros juntos. 

La granja como espacio para exorcizar el mal. Lugar donde todos, incluyendo el feto de la muchacha, encontrarían su purificación absoluta. Revolución, trabajo, sacrificio, conciencia, comunismo. Todos hablan en similares términos. Como una ecuación matemática o piezas de un engranaje. Debes encajar, integrarte, sino serás desechado. ¿Y el ser humano? ¿Dónde ponemos sus miedos, sus sueños, su bondad, sus deseos íntimos, sus intereses, sus dolores y debilidades, su cultura, su familia?     

Recordé entonces un documental realizado por el ICAIC en 1960. Fue uno de los primeros rodados por esa institución. Se titulaba Torrens (dirigido por Fausto Canel), un filme auspiciado también por el Ministerio de Bienestar Social. Cerca de la capital se levantaba un centro de reeducación para menores. Como era habitual en muchos filmes de la época, el narrador marcaba las pautas. Era la voz de la… ¿sabiduría? En un momento hace la singular aseveración de que pronto desaparecerán lugares como ese porque sencillamente no habrá menores delincuentes en Cuba.

Se desgranan los argumentos de la utopía revolucionaria, que desde momentos tan tempranos intenta convencer al espectador de su valía como proyecto social. Se trazan perspectivas y comparaciones entre dos épocas, mientras observamos a los niños que antes limpiaban zapatos, trabajaban o vivían en solares y cuarterías. El régimen anterior propiciaba la miseria, las diferencias de clases y el vandalismo.

Bajo el capitalismo, se nos enfatiza, los niños no tenían oportunidades y solo unos pocos (presentados como burgueses o privilegiados) podían superarse. Ahora la Revolución ha llegado para desterrar aquel pasado, favoreciendo una educación para todos y trabajo honesto como forma primordial de vida.

Existe una retórica aquí que empieza a imponerse, pero aún no lo sabremos. Es lógico, la mayoría está demasiado entusiasmada por los cambios y promesas revolucionarias. Frenar la emigración, el desamparo; entregar tierras y viviendas; acabar con el hambre, el analfabetismo, la prostitución, la muerte, la corrupción política, el juego, la venta de nuestras riquezas al extranjero.

Hay un proyecto por construir, un país que reformar. ¡La constitución del 40 sería restaurada y con ella todas las garantías democráticas! Eso dijo Fidel en La historia me absolverá. Pero, ¡cuántas cosas se dijeron antes del 59, y después: en los sesenta, los setenta, los ochenta… !

-II-

Las películas y documentales cubanos visualizan e imaginan un país. Son testimonio de las angustias e interrogantes que han acompañado a nuestros cineastas. Hoy se hacen otros filmes, hay otras generaciones, nuevos escenarios, compromisos y sujetos: unos hombres que habitan (¿y esperan la muerte?) en una chatarrería de barcos; unos héroes de Angola que se sienten solos y abandonados; un trovador al que le hacen actos de repudio, una madre que ve partir a sus hijos; una pareja que malvive en un solar y está dispuesta a todo.

Ellos también marchan al margen de la vida, son el resultado de un sistema, un grupo de ideas que quizás abrazaron cierto día, son víctimas de ellos mismos. Relatos tristes, dolorosos pero reales. Hay muchas sombras que iluminar, revelar. Una historia oficial que valorar, sí, pero también deconstruir, repensar.

(Inserto)

En 1988, mientras estudiaba en el instituto de cine de Moscú, la película Pequeña Vera (de Vasili Pichul) causaba furor, abarrotando los cines y generando amplio debate en los medios. Fue algo inédito en el cine soviético. Su drama, situado en una familia obrera y disfuncional, seguía el despertar sexual de una joven, rodeada de padres alcohólicos y amargados. Alguien irritado protestó en el parlamento o Duma estatal preguntando por qué se rodaban películas así. Le respondieron: Ellas no son el problema. Deberíamos sentir vergüenza por aceptar vivir así tantos años.

Revolución -I-

Cuando la Revolución despertó, la pobreza y la marginalidad seguían ahí. Pretender que ella, o el socialismo, borrarían para siempre tales cuestiones por el simple hecho de existir, solo demuestra idealismo y desprecio hacia las complejas leyes y dinámicas sociales o humanas que mueven el mundo. El acceso masivo a la educación, la salud, la cultura, son pasos de gigante, pero tienen que sostenerse sobre terrenos sólidos y estables; de lo contrario, se precipitan y desaparecen. Soñar es bueno, pero tener los pies en la tierra es mejor.

A los «marginales» se les denomina hoy «vulnerables», y los medios oficiales, instigados por las autoridades, tratan el asunto como si de pequeñas o aisladas comunidades se tratase, pero ya se sabe: no hay peor ciego que… el militante que no quiere ver.

No se trata de un barrio, sino de un país y de más de cien mil cubanos emigrando en apenas un año. Son demasiados para una isla que se creyó continente. Los «marginales» ya no están en la periferia, ahora son el centro. No son delincuentes, ni son las víctimas de un sistema anterior, puesto que la mayor parte de la población cubana nació después del 59.

Sesenta y dos años son muchos para seguir eludiendo responsabilidades. Las consignas no calzan ni visten a nadie, ninguna pone un plato en la mesa. Tenemos una política económica fracasada, un proyecto de país siempre postergado, ralentizado, realizado a ratos, a medias y tambaleante. La revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, aún está por concretarse.

2 mayo 2022 42 comentarios 2k vistas
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De cometas y revoluciones

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 11 abril 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

Hace unos días, conversando con mi amigo, el colega Antonio Enrique González Rojas, recordábamos la película Contacto, basada en el libro homónimo de Carl Sagan. En ella, una civilización extraterrestre conoce la existencia de vida en la Tierra cuando sus radares perciben las primeras imágenes transmitidas por la televisión de nuestro planeta, que no son otras que el discurso de bienvenida de Adolf Hitler al inaugurar la Olimpiada de Berlín en 1936.

Sagan utiliza para su libro, ondas de radio, mientras Zemeckis, el director del filme, recurre a imágenes audiovisuales. ¿Qué idea del mundo pueden tener los extraterrestres de lo que es la vida, la historia o lo que llamamos civilización humana, si todo lo que tienen de ella es aquel precario instante y fatal personaje?

Aunque ese punto de partida dramatúrgico tiene su basamento científico, funciona perfectamente como detonante del imaginario popular, de modo que cada espectador o lector hará sus propias analogías. Como la mente actúa de forma misteriosa, y muchas veces impredecible, imaginé con cierto espanto cuál pudiera ser la reacción de una comunidad alienígena si observaran un día las señales que, ahora mismo, transmite la televisión cubana.

¿Qué pensarían de nosotros si, por ejemplo, les llegaran solamente los reportes del noticiero, que intentan explicarnos por enésima vez los problemas del helado en Coppelia? ¿Reconocerían la identidad de una nación, sus conflictos reales, virtudes o defectos, cultura o sueños, en esa sucesión de fotogramas y cabezas parlantes? ¿Estarían dispuestos a viajar millones de años, atravesar agujeros negros y sortear todo tipo de peligros para conocernos y alertarnos sobre lo que se avecina?

Desde luego, siempre pueden toparse con imágenes peores, muestras del fracaso que somos como especie, si observaran, por ejemplo, la guerra desatada por Rusia en Ucrania, o el hambre y la devastación natural que golpean a buena parte de la humanidad.

Mi amigo Tony me recordaba el breve relato titulado Historia de un cometa, escrito hace más de un siglo por el astrónomo francés Camille Flammarion. En él, un cometa sigue su trayectoria por el espacio y cada cierto tiempo, medido en cientos de miles de años, cruza por el sistema solar y, por supuesto, roza la Tierra. Como el cuerpo celeste tiene vida y conciencia propias, reflexiona sobre los cambios ocurridos en la humanidad desde sus primeras visitas. ¿Cuánto han evolucionado, o no, los seres humanos? Tiene incluso un dialogo con su «hermano» Halley, con quien coincide en una de sus incursiones.

El relato juega con el tiempo, incorpora elementos fantásticos, especula con la historia y otorga privilegios extraordinarios al astro, que ha sido testigo de infinitos acontecimientos, mayormente desconocidos u olvidados por la especie humana.

Pienso entonces en lo interesante que sería poder conversar también con ese cometa, capaz de revelarnos tantas cosas que hoy parecen perdidas en algún recodo del tiempo. Es cierto que nuestra vida es corta, diría que efímera, y la memoria, selectiva; pero esas son solo justificaciones que no conjuran los problemas reales que afectan nuestros recuerdos; y es que el poder, cualquiera que este sea, trata de regularlos al dictar sus sentencias sobre el pasado y el presente, lo que deja en el camino más vacíos que certidumbres.   

En nuestro país tenemos un serio problema con la interpretación del pasado, especialmente cuando se trata de abordar ciertas gestas y figuras. Se resaltan unas y se ocultan otras según las épocas o intereses ideológicos predominantes. De hecho, existe una expresión bastante usual entre los funcionarios: «no es el tiempo, o el lugar adecuado, para tal o más cual cosa».

Así, la autoridad instrumenta su gramática para controlar los espacios y el discurso. Con ello anula al individuo, incapaz de detectar los verdaderos problemas de la nación. Últimamente, a esas figuras inquietas se les llama ciudadanos confundidos.

No es casual que toda la historia del país se divida en un antes y un después de 1959. En las escuelas, los libros, las palabras de los líderes, los medios oficiales y las leyes que se firman; se repite como un mantra que: «antes de la Revolución, Cuba era un país empobrecido, hambriento, mal educado, dependiente, con diferentes clases sociales, de identidad cultural borrosa y gobernantes corruptos o asesinos».

Esas… ¿certezas? (ver La Historia me absolverá) legitimaron la faena revolucionaria, presentada como solución final para el destino de la nación. Gracias a su acción y luego de múltiples avatares, podemos aspirar hoy a ser el «país próspero y sostenible» soñado por nuestros próceres.

Patria, independencia, nación, cultura, revolución, libertad, justicia; todo empezó a cobrar vida bajo una nueva narrativa que, al mezclar arbitrariamente los conceptos, terminó por diluir sus verdaderos significados. La Revolución se ofrecía al mundo como esas tiendas de todo por uno: el faro de América, la esperanza de la humanidad…

Cometa

La propia Constitución cubana refiere que nuestra nación jamás volverá al capitalismo y que solo en el socialismo, o comunismo, el ser humano alcanzará su dignidad plena. La carta magna ha traducido aquella vieja conga que se escuchaba a inicios de los sesenta del pasado siglo: somos socialistas pa′lante y pa′lante, y al que no le guste, que aguante, que aguante.  

Seis décadas son mucho tiempo para los cubanos, que ya han visto de todo, han tenido sueños y pesadillas. Tal vez los sabios que escribieron nuestra Ley de leyes, debieron prestar más atención a las letras del presente. Una visita por Santiago de Cuba, «la cuna de la Revolución», los actualizaría, porque en sus calles ahora se escucha:

…ya no me dan carne res, ni de primera ni segunda /el café me lo dan ligao, la multipropósito perdió la junta/ oyeee… me quitaron el jabón de baño, el de lavar, con el detergente/ me quitaron una libra de azúcar y liberaron la pasta de dientes/ oyeee…ya no existen los reyes magos/ desaparecieron los juguetes, los niños están embarcaos/ a los siete años les quitan la leche.   

Hay que andar por nuestras calles —no en visitas guiadas—, recorrer los pueblos y zonas rurales para comprender realmente cuál es la Cuba que tenemos. Y es que el discurso oficial continúa ofreciendo una visión polarizada de las dinámicas políticas que mueven el mundo contemporáneo: bien-mal, dentro-fuera, izquierda-derecha. Se juega con supuestos, obviando las contaminaciones existentes dentro de cada proceso político.

Se pretende desconocer la proliferación de nuevos actores sociales que conforman grupos y partidos no tradicionales. El activismo comunitario, los discursos de género, las interacciones en redes y plataformas virtuales ofrecen, entre otras cuestiones, un nuevo paisaje con formas de participación y empoderamiento que la Escuela Superior del Partido Ñico López debería procesar. ¿Qué es ser socialista o capitalista, hoy? ¡Hola! ¡Bienvenidos al siglo XXI!

Por otra parte, asociar la dignidad humana únicamente a la práctica de una experiencia comunista o a la pertenencia a un tipo de ideología, es punto menos que reaccionario y además irrespetuoso. El decoro no es consustancial a una ideología y filiación política particulares. En nombre de la izquierda, el socialismo o el comunismo, se han cometido también todo tipo de crímenes y vejaciones.

Si la dignidad dependiera de un carnet del partido, tendríamos que anular el rol de todos los que un día hicieron la Revolución, nacidos y educados sin excepción bajo «el oprobioso sistema capitalista». Y si de precisiones se trata, pudiéramos recordar además que muchos de ellos ni siquiera militaban en el Partido Socialista Popular (comunista).     

No importa el área de atención que se tenga sobre cualquier aspecto del país, siempre aparecen las comparaciones entre pasado y presente, como si tal asunto definiera a estas alturas el quehacer cotidiano de la ciudadanía. ¿Que antes de la Revolución había «profundas diferencias sociales»? Ahora también las hay.

Si antes los gobernantes y funcionarios públicos eran corruptos, ahora también te los encuentras por todos lados, siendo, por cierto, la doble moral uno de los grandes logros de la Revolución. Si antes, bajo la cruel dictadura de Batista, había un sentimiento de asfixia, falta de libertades y persecución política; no estamos lejos, en el presente, de percibir lo mismo. Tanto nadar para morir en la orilla.     

La gran mayoría de la población cubana nació después de 1959. Varias generaciones se han sucedido desde esa fecha, entregándole a la revolución —y a la cosa esta que vino después, como diría el héroe del filme Juan de los muertos—, todas sus energías, tiempo y desvelos, siempre en aras de que sus hijos o nietos vivieran en una sociedad mejor, más equitativa, justa y digna. ¿Responde la Cuba de nuestros días a aquellos sueños y expectativas?

CometaSolo se puede tener conciencia del momento que se ha vivido. Nuestra esencia, valores o formas de actuar, estarán determinadas por procesos cognoscitivos que parten, en lo esencial, de esas vivencias. El pasado, por terrible o formidable que sea, no puede reimplantarse en el cerebro de las personas. Conocerlo es necesario, pero todos somos hijos de nuestro tiempo, un axioma que cuesta entender a algunos.

A nuestros gobernantes no parece importarles mucho la solución definitiva de los agudos problemas (vivienda, transporte, salarios, alimentos, estado de las calles y caminos, calidad de vida, emigración) que golpean a la ciudadanía, pues para eso existe el bloqueo, engendro norteamericano que cargará con todas las culpas. Ellos dicen saber lo que hacen. Lo importante es la propaganda, mantener el espectáculo.

Los discursos, los congresos, las reuniones interminables, los planes y proyectos, las movilizaciones y el ¡Ahora sí construiremos el socialismo! mantienen a la gente entretenida, participando de una puesta en escena cíclica, redundante, en la que cada ciudadano cumple un rol asignado. Si alguien sobreactúa —el 27N y el 11J fueron señales—, será debidamente castigado en la plaza pública, sin derecho a réplica, encarcelado, desterrado o sepultado en vida, pues «intentó beber las mieles del poder, sin haber hecho nada a cambio».  

Ahora a los superrevolucionarios parece gustarle el arte abstracto. La imprecisión es su doctrina. ¡Van con todo! ¿Qué es eso? y son… ¡Continuidad!, pero, ¿de qué parte o momento de la Revolución son continuidad?

Nuestro cometa, que tanto ha visto, sabe de qué hablo, pero al poder y los fundamentalistas no les gusta leer relatos de ciencia ficción.

11 abril 2022 4 comentarios 2k vistas
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