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Domingo Amuchastegui

Domingo Amuchastegui

Economista, historiador y analista

Cumbre

Una cumbre muy conflictiva

por Domingo Amuchastegui 18 mayo 2022
escrito por Domingo Amuchastegui

La próxima Conferencia Cumbre de las Américas (junio 6-10), va camino a convertirse en una muy conflictiva reunión de los países del hemisferio occidental (Latino América, Caribe y Norteamérica). Son dos los motivos: el primero y más candente, es la decisión de la administración Biden de excluir de su participación en la misma a Cuba, Venezuela y Nicaragua; el segundo, una agenda no menos conflictiva.

Fundada en Miami (1992) bajo los auspicios de la diplomacia de Washington y su dócil instrumento, la Organización de Estados Americanos (OEA), en sus inicios se forzó la exclusión de Cuba de semejante foro. Pero, entre las cumbres de Port of Spain y Panamá, se plasmó un cambio importante impulsado por la administración demócrata encabezada por el presidente Obama. Este y Raúl Castro se encontraban en Panamá y con ello se consolidaba la incorporación de Cuba a la Cumbre de las Américas. Ni siquiera la administración Trump trató de revertir la incorporación de Cuba a la referida Cumbre.

Sin embargo, el que fuera vicepresidente con Obama y validara igualmente la decisión de incorporar a Cuba a la Cumbre de las Américas, se propone ahora excluir a la Isla y suma a otros dos estados: Venezuela y Nicaragua. Parece que la administración Biden pierde de vista que estos no son los tiempos de la OEA, que santificaba la expulsión de Cuba entre sus conferencias de San José y Punta del Este, así como las intervenciones de EE.UU. en Guatemala (1954), República Dominicana (1965), Granada (1983) y Panamá (1990),  o las salidas golpistas de Guatemala (1963), Argentina (1962 y 1970), Uruguay (1973),  Bolivia (1964, 1969 y 1971), Chile (1973) y Honduras (2009), entre otros actos hostiles.

Igualmente, pierde de vista que soplan vientos políticos muy diferentes en el hemisferio. Las elecciones de Chile, Perú y Honduras; el regresos del MAS en Bolivia y de la vertiente más a la izquierda del peronismo en Argentina, junto a las potenciales victorias de similares vertientes en Colombia y Brasil, así lo confirman. No obstante,  la diplomacia norteamericana, y ahora Biden, se mantienen sordos y ciegos frente a esta realidad.

No se percatan siquiera de que nuevos aires soplan en México, donde la primacía histórica del PRI y su alternancia con el PAN han quedado atrás por el éxito de MORENA y su dirigente, el actual presidente López Obrador (AMLO), factor que viene a desempeñar en este crucial momento un singular papel de cara a la próxima Cumbre.

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El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, dijo que no asistirá a la cumbre si el gobierno de Biden no invita a los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela. (Foto: Erin Schaff/The New York Times)

López Obrador ha sido claro y terminante: las exclusiones de Cuba, Venezuela y Nicaragua son inadmisibles. De producirse una acción unilateral y discriminatoria, él no tomará parte de dicha Cumbre, lo que ratificó durante su reciente visita a Cuba. AMLO ha enarbolado con fuerza y claridad los fundamentos de la conocida Doctrina Estrada (definida por México en 1930, bautizada con el nombre de su secretario de Relaciones Exteriores, Genaro Estrada, y reconocida internacionalmente como instrumento válido en las relaciones entre Estados).

La UK Encyclopedia of Law destaca su concepto capital:  «The recognition of states should be based on its de facto existence, rather than on its legitimacy». Por esto México nunca rompió con Cuba, aunque en tiempos de Adolfo López Mateo (1958-1964), insistiera en la incompatibilidad del sistema establecido en la Isla con los principios hemisféricos imperantes.

En el contexto actual, AMLO no es una excepción. Posición similar ha sido asumida por el presidente de Bolivia, Luis Arce, en tanto los países del CARICOM expresan su desacuerdo con semejantes exclusiones luego de varias visitas recientes de sus jefes de Estado a La Habana. La CELAC se ha expresado en idénticos términos. Y hasta el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha anunciado —con otras miras— que no asistirá a la controvertida reunión. Pronunciamientos similares son esperados por parte de Chile, Perú y Argentina.

A la altura de mediados de mayo, el subsecretario de Estado de EE.UU. para el Hemisferio Occidental, Brian Nichols, argumentó que esos países (Cuba, Venezuela y Nicaragua) «no respetan la democracia» y manifestó que existe «poca posibilidad» de que se les invite. La Casa Blanca no ha hecho todavía el anuncio oficial en materia de invitaciones, pero varios de sus voceros oficiales han sugerido la segura exclusión.

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Brian Nichols (Foto: Reporte Latinoamérica)

De proceder a esta medida, Biden podría enfrentar su más importante revés en materia de relaciones hemisféricas. Si lo hace, un extenso consenso coincide en señalar que intenta con ello ganarse el voto latino y cubano, en particular en la Florida, para las próximas elecciones de medio término (noviembre 2022) y las presidenciales (2024).

Dicho posible revés se ve agravado por enfrentamientos en la definición de la agenda —todavía no anunciada—, donde se vislumbran fuertes debates en temas polémicos, como inmigración, comercio, inversiones, narcotráfico, finanzas, fuentes de energía, el punto relativo a una posible unificación monetaria para LAC —que viene presentada en la plataforma de Lula da Silva en las venideras elecciones brasileñas—, y cómo contrarrestar la creciente influencia económica de China y Rusia.

Es incuestionable que desde hace décadas la presencia de EE.UU. en el hemisferio occidental se ha debilitado en apreciable medida, razón por que diversos analistas insisten en la necesidad de recuperar el terreno perdido. Con costosas torpezas, como la que al parecer se propone la administración Biden, seguirán disminuyendo las posibilidades para una efectiva recuperación de dichas relaciones y se echan por la borda los pasos positivos que iniciara el presidente Obama y truncaran brutalmente Trump y su equipo.

18 mayo 2022 33 comentarios 1.087 vistas
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Agricultura-Cuba

De agricultura, azúcar, ganadería y otros temas

por Domingo Amuchastegui 6 abril 2022
escrito por Domingo Amuchastegui

Recién he leído un par de análisis excelentemente documentados del Dr. en Ciencias Juan Triana Cordoví, uno de los mejores economistas de Cuba según mi criterio. Al aludir a la industria azucarera y su situación actual, escribe: «Escuchar que hoy, muchos años después, vamos a “recuperar”, “salvar”, la industria de la caña de azúcar, me produjo sentimientos encontrados: Vergüenza y rabia, rabia y vergüenza». ¡Cuánta razón le asiste! Y tales reacciones se extienden por igual si analizamos la agricultura, la ganadería y otros temas.

No pretendo incursionar en los ángulos técnico-científicos de estos asuntos, sino en el complejo de relaciones económico-sociales y políticas que, a mi modo de ver frustraron, una y otra vez, década tras década, las inversiones, innovaciones y empeños que pretendían la mayor prosperidad posible y que desembocaron, una y otra vez, en sonados fracasos. Examinemos ese complejo de relaciones que pueden ayudar en alguna medida a comprender mejor los análisis de Triana.

1. La Primera Ley de reforma agraria se basaba —fuera de aquellos campesinos que optaron por el cultivo individual de sus parcelas— en un ordenamiento de cooperativas con amplísimas facultades y poderes (Véanse la referida ley y la obra de Lisandro Otero: Zona de Desarrollo Agrario) cuyos éxitos iniciales ratificaban el atinado curso de semejante disposición. Los cooperativistas (un caso fue el de la cooperativa Hermanos Saíz) percibían ganancias como nunca antes.

Muy pronto se frustraría este proyecto. Un año más tarde —segunda mitad de 1960— se produjo una estatización abrumadora que borraba el modelo positivo del año anterior. Se implantaron dos instrumentos que significaron un desastre mayúsculo: La suplantación de las cooperativas por Granjas del Pueblo (propiedad estatal total), y la anulación casi completa de las relaciones de mercado por ese engendro monstruoso conocido como ACOPIO.

Un argumento esgrimido con insistencia por parte de casi todos los dirigentes del viejo Partido Socialista Popular (PSP), era que los campesinos de las cooperativas iban en camino a convertirse en los kulaks (campesinos ricos) de nuestra realidad y constituirían la base social de la contrarrevolución que ya surgía por todas las provincias.

Este giro a la estatización autoritaria contribuyó en no poca medida a nutrir la base social de la contrarrevolución. Baste señalar un par de ejemplos: a. Los alzados del Escambray estaban inseparablemente condicionados a los abusos y extremismos del Comandante Félix Torres (filiación PSP); y b. La más numerosa evidencia de alzados se observa en Matanzas y tuvo su eco más sonado en el estallido social ocurrido en Cárdenas; en lo cual tuvieron particular responsabilidad los abusos y extremismos de Julio Suárez (Restano) y Calderío (El Abuelo), los dos miembros del PSP.

En 1963, la Segunda Ley de reforma agraria —más allá de algunos beneficios en materia de asignación de nuevas tierras a las Granjas del pueblo y agricultores pequeños—, reforzaba dichos mecanismos de estatización absolutista.

Agricultura-Cuba

(Foto: Fidel, soldado de las ideas)

2. A fines de los años sesenta del siglo pasado, se instauró un proyecto bautizado como «Cordón de La Habana» en referencia a la creación de una zona de cultivos —incluido el café Caturra—, con la que se pretendió garantizar la alimentación más estable de la Capital. Fue un enorme fracaso que culminó en el primer gran escándalo —en voz baja— de corrupción organizada por parte de los dirigentes encargados del proyecto.

3. El esquema antes descrito prevaleció durante treinta años, momento en que se produjo el abandono del modelo de Granjas de pueblo por otro conocido como Unidades Básicas de Producción Agro-Pecuaria (UBPC).

Todos los que trabajaron en este nuevo modelo —que supuestamente regresaba a las cooperativas—, propusieron la entrega de la propiedad de la tierra a las nuevas UBPC; sin embargo, Fidel se negó rotundamente y dejó sobre las mismas no solo el endeudamiento que adquirieron (nacían con una pesada carga), sino todas las injerencias y controles de los tiempos en que eran granjas estatales. A tenor con ello, el resultado fue igualmente un sonado fiasco (con particular impacto en la producción de caña de azúcar, alimentos y producción pecuaria).

Más de veinte años después se introdujo un paquete de reformas encaminadas a remodelar el funcionamiento de las UBPC. ¿Sirvió de algo? Evidentemente no, pues todavía están repensando qué hacer con las UBPC.

4. Por otro lado, el sector minoritario de agricultores privados agrupados en verdaderas cooperativas, denominadas de Créditos y Servicios (CCS), siempre demostró ser el único sector agropecuario realmente productivo del país. Si bien representaba apenas el veinte por ciento de los agricultores, eran los únicos en generar dos tercios del total de la producción agrícola anual… Si el criterio valorativo de la verdad es la práctica, ¿cuál debería ser la conclusión después de más de sesenta años?

5. El propio Raúl Castro se refirió hace algún tiempo a un ejemplo en extremo elocuente: Vietnam no producía café y Cuba le aportó técnicos y experiencias. Años más tarde, Vietnam era ya un importante productor-exportador de café a escala mundial, en tanto en Cuba el aromático grano está casi desaparecido. Raúl Castro prometió leche y ¿dónde está si no es importada? La famosa proposición: «Vamos a tomarnos un café a la esquina», desapareció ya del vocabulario cubano… para no hablar de la carne de puerco y las viandas más habituales de nuestra restringida dieta. El propio Triana reflejaba claramente tales escaseces en su artículo «Mi reino por un boniato».

Algo parecido pudiera decirse de una isla rodeada de mar, donde comerse un pescado es algo olvidado y hoy prácticamente imposible dada la nueva ley que restringe al máximo la actividad pesquera. Cabe destacar que en su momento, el Ministerio de la Pesca —y su ministro de entonces Rodríguez Romay— fue escenario de un espectacular caso de corrupción. ¿Resultado? En la actualidad Cuba, la mayor de las Antillas, no posee un Ministerio de la Pesca ni pescado que comer.

Agricultura-Cuba

Orlando Rodríguez Romay había sido capitán de navío de la Marina de Guerra Revolucionaria (MGR) ymcomandante del buque escuela José Martí, jefe de la base nacal de Cabañas y viceministro primero de Transportes.

6. La industria azucarera fue declinando paralelamente a los reveses descritos. El primer desastre fue la Zafra de los Diez Millones, concebida de manera improvisada y sin la base industrial necesaria. Orlando Borrego, ministro del Azúcar, le razonó a Fidel la imposibilidad de alcanzar semejante meta por los problemas con los centrales azucareros. La solución de Fidel fue despedir («tronar») a Borrego, pero con él o sin él, no se alcanzó la ansiada meta.

Con la incorporación de Cuba al CAME se intentó suplir, en muy poca medida, las múltiples necesidades de la industria azucarera (vale anotar que un episodio similar tuvo lugar con la industria del níquel a mediados de los ochenta) sin que se lograran los niveles de modernización necesarios. El gobierno cubano realizó ingentes esfuerzos que permitieron, en un breve período alcanzar la cifra de ocho millones de toneladas, para de inmediato iniciar un proceso acelerado de declinación que se prolonga hasta hoy, con una producción que apenas alcanza el medio millón de toneladas.

Cuba, la llamada azucarera del mundo como pilar de su modelo agroexportador, discute hoy, de manera desesperada cómo salvar la industria azucarera. Atrás ha quedado otra frase: «Vamos a tomarnos un guarapo bien frío»… Hoy, el agricultor y el indispensable machetero que cultiva y corta la caña, ¿cuánto reciben por una arroba cortada? Muy poco. En consecuencia, prefieren dedicarse a la producción de alimentos que le reportan mayores ingresos.

7. En el transcurso de los años sesenta, e insistentemente, trató el Estado cubano de promover la cría de ganado. Millones fueron gastados en comprar sementales y vacas lecheras en Canadá y se alentó la crianza de ganado menor. Para fines de esa década todo había fracasado.

En esos años, una y otra vez, científicos y especialistas canadienses, franceses y británicos trataron de aconsejar un cambio de dirección en los planes de la ganadería. Otros —como Charles Bettelheim— intentaron razonar y hacer sugerencias encauzadas a remodelar el sistema estatista-absolutista dominante en la economía insular. A la larga o la corta, todas esas asesorías fueron desestimadas. Prevalecían la rigidez y el verticalismo por doquier. Como resultado, cada una de las iniciativas se paralizaba, hundía y fracasaba.

8. ¿Por qué esta interminable cadena de fracasos? Porque por muchas inversiones, tecnologías, innovaciones y esfuerzos acometidos, el marco de relaciones de producción en que las mismas debían insertarse (estatización-absolutista, verticalismo, improvisaciones, ausencia total de sistematicidad, negación de las relaciones de mercado, giros impensados por parte de Fidel y otros directivos); hicieron imposible cualquier proyecto sostenible.

La dirigencia cubana se empecinó en la conservación de semejantes prácticas en un marco de relaciones de producción probadamente inoperantes —desde las experiencias soviéticas pasando por las comunas populares de China—, hasta el día de hoy. De ahí el estallido social y político del 11 de julio del 2021.

Y quién sabe mañana. Un conocido refrán asevera: «Rectificar es de sabios», mas, al parecer no abundan los sabios, al menos hasta ahora…

6 abril 2022 31 comentarios 1.740 vistas
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Rusia-Ucrania

Rusia-Ucrania: raíces y escenarios

por Domingo Amuchastegui 9 febrero 2022
escrito por Domingo Amuchastegui

El actual conflicto entre Rusia y Ucrania estremece al mundo por su peligrosidad y complejidades, que se agigantan ante la injerencia sostenida y desplegada por EE.UU. Los medios saturan sus espacios informativos con noticias cada vez más alarmantes. Pareciera que estamos a punto de una monumental debacle mundial. Examinemos el caso lo mejor posible.

Raíces

Existen no pocos elementos que, históricamente hablando, ayudan a comprender la formación y expansión de la lengua, cultura, identidad y múltiples nexos psicosociales del mundo eslavo y de su núcleo protagónico principal: Rusia y la lengua rusa, desde su formación inicial en torno el siglo IX. Su corazón nace en Novgorod y Kiev —en lo que conocemos como El Rus—, y en especial a partir de este último enclave de urbanización, poder, expansión y unificación; hasta que, siglos más tarde, su primacía se desplaza hacia la región y ciudad de Moscú. Desde Alexander Nevski hasta la conocida novela Taras Bulba, así se conforma la Rusia moderna.

Entre los siglos XIII y XVI el Imperio Mongol (La Horda Dorada), se había enseñoreado sobre las tierras rusas —eran tiempos en que Ucrania, Bielorrusia y otros estados que hoy encontramos en los mapas no existían ni remotamente—, pero con su derrota a manos de los príncipes rusos, las amenazas e invasiones desde el este cesaron. Culminó entonces la unificación de Rusia y, a partir de aquí, —como hicieron todos los imperios de esos siglos— se inició su expansión por Asia Central, Siberia y las costas e islas del Extremo Oriente, y en dirección al Mar Negro.

No obstante, desde el siglo XVIII en adelante, fueron las monarquías y poderes imperiales de Europa Occidental los que, una y otra vez, atacaron e invadieron el espacio geoestratégico ruso. Desde Federico el Grande hasta Napoleón Bonaparte; desde los suecos, lituanos y fineses hasta la gran coalición de Gran Bretaña-Francia-Imperio Otomano que pugnaron, inútilmente, por despojar a Rusia de Crimea, un espacio de suma importancia para la economía rusa, dado su acceso al Mar Negro con puertos que no se congelan.

Luego vinieron —una vez más desde el occidente europeo—, los devastadores episodios de la primera y la segunda Guerras Mundiales. Razones de sobra para que la Rusia zarista del pasado, la URSS de su tiempo y la Rusia de hoy; hayan tenido y tengan enorme desconfianza hacia los desplazamientos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), bloque militar que desde los 90 del siglo pasado ha venido «reclutando» nuevos miembros del finado campo socialista hasta lograr colocarse a las puertas de Ucrania.

Este territorio (Ukrainía en sus orígenes) era identificado por un término que indicaba en lengua rusa: tierras fronterizas o zonas distantes hacia el oeste. Solo en el siglo XVIII comienza a emerger cierta corriente de identidad propia —como parte de las tendencias paneslavistas de la época— en oposición a la opresión zarista. Y cristaliza como Estado, con fronteras cambiantes durante años, en los inicios del poder soviético, tras 1917.

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Manifestación ucraniana por la independencia en Khreshchatyk, en marzo de 1917.

En la década de los 90 del siglo XX, los primeros gobiernos de Kiev se resistieron a las tentaciones y ofertas para sumarse a la OTAN y alterar con ello el espacio inmediato de Rusia en sus fronteras occidentales. Estas delimitan hoy con las repúblicas bálticas (Lituania, Letonia y Estonia), Polonia, Bulgaria, Rumanía y Moldavia, y varios países del Cáucaso. Todos ellos miembros de la OTAN, hostiles a Rusia y con gobiernos que no pocos observadores caracterizan como neoconservadores y hasta fascistoides.

A lo interno, luego de 1991, Ucrania atravesó por un proceso similar al de otras ex-repúblicas soviéticas, identificadas por etapas iniciales en que las viejas estructuras del Partido y el gobierno de la época soviética dominaron la escena política —no pocos transformados en grandes magnates u oligarcas—, echando mano a sus recursos para perpetuarse en el poder.

En Ucrania eso estuvo simbolizado por los presidentes Leonid Kuchmá y Víktor Yanukóvich hasta mediados de la primera década del presente siglo, enfrentados a una creciente ola de descontento y protestas, donde confluían oleadas de generaciones jóvenes de muy diversas filiaciones (desde pro-fascistas seguidores de Stepan Bandera, el mayor y más sanguinario colaborador de los ocupantes nazis; junto a nuevos grupos socialdemócratas, socialcristianos, comunistas y otros).

Dicha situación se conjugaba con un intenso proceso de entrenamiento, asesoría y financiamiento en el terreno, por parte de las grandes potencias europeas y, en especial, de EE.UU. (Departamento de Estado, USAID, y otras instituciones públicas y privadas), que les aportaron más de sesenta y cinco millones de dólares, de acuerdo a medios de prensa de Europa Occidental.

Bajo el efecto de los diversos factores apuntados, el primer gobierno ucraniano, presidido por Víktor Yanukóvich, sería puesto en jaque por las dinámicas de confrontación y cambios. Esto culminó en una renovación del proceso político y electoral sobre nuevas reglas. Le llamarían «La revolución naranja» por el color que identificaba a los opositores.

De ahí emergió como ganador la figura de Víktor Yuschenko, que inició los tanteos para un desplazamiento total hacia Occidente, dio los primeros pasos de asociación con la Unión Europea y coqueteó con la posterior iniciativa de sumarse a la OTAN. A ello daría continuidad el siguiente presidente, Petró Poroshenko, que fue derrotado por el actual mandatario, Volodymyr Zelensky, en medio de un flujo y reflujo de partidos, bloques y alianzas de gran inestabilidad.

A Poroshenko en particular, le correspondió enfrentar las tendencias separatistas del oriente del país (zona del Donbáss) como reacción a sus inclinaciones pro-occidentales/OTAN y a la ruptura con el Patriarcado Cristiano de Moscú, al reforzar el papel de la Iglesias ucraniana y su crecientes nexos con el Papado.

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Petró Poroshenko (Foto: Financial Times)

¿Por qué el oriente del país? Por una diversidad de factores de identidad, lengua, nexos económicos y demográficos, de profundo sentido de pertenencia, que hacen a esa zona proclive a enlazarse con Rusia desde los tiempos de la emperatriz Catalina de Rusia. Y para no olvidar el rol de la lengua rusa y sus muy diversas connotaciones, una breve anécdota: un tiempo atrás, la conocida encuestadora Gallup aplicó un instrumento en Ucrania, pero antes preguntó a los encuestados en qué idioma preferían contestar, si ucraniano o ruso. El 83% escogió el ruso.

Todo esto desembocó en los conocidos episodios bélicos acaecidos en la zona del Donbáss (2013-2014), que culminaron en la autodeterminación de las repúblicas de Lugansk y Donetsk, y su separación del gobierno de Kiev.

Tal desenlace fue consagrado por los Acuerdos de Minsk (2013-2014) —pactados entre Rusia, Ucrania y la Organización de Seguridad y Cooperación Europea (OSCE); respaldados mediante una declaración de apoyo por Francia, Alemania y Rusia—, que continúan pendientes de materialización hasta que no se produzca una solución efectivamente concertada para su puesta en práctica.

Durante semejante conflicto, Rusia decidió apoyar a los separatistas de Luhansk y Donetsk, y avanzar sobre Crimea, donde se hallan los puertos y bases de Sebastopol y Odessa, incorporados unilateralmente a Ucrania en los años 50 bajo la égida de Nikita Jruschov.

Fue a partir de esta coyuntura que EE.UU. y la UE aplicaron sanciones múltiples a Rusia desde el 2014, e impulsaron —como nunca antes— la captación de Ucrania para las filas de la OTAN, sobre todo con el beneplácito del nuevo presidente, Volodymyr Zelensky. Paralelo a ello, el despliegue de fuerzas y medios militares de la OTAN en Ucrania y Estados vecinos se incrementarían a ritmo diario.

Tienen al mundo en vilo, tan preocupados como cuando la famosa Crisis de Octubre de 1962. Washington lleva meses anunciando la invasión rusa a Ucrania para justificar sus propias acciones agresivas. El nudo gordiano o meollo del conflicto en su etapa actual descansa en un tema crucial: ¿se suma o no Ucrania a la OTAN?

Preguntémonos: ¿hay razones de sobra o no para que Rusia se alarme y despliegue medidas defensivas apropiadas, tanto militares como político-diplomáticas? La dirigencia rusa ha reiterado que la incorporación de Ucrania a la OTAN es una amenaza directa a su seguridad y a la de su espacio geoestratégico.

¿Es necesario o no que exista una zona de neutralidad, un espacio de eventual contención, una suerte de Estado-tapón (buffer state, como se identifica en inglés), que separe y aleje a los potenciales contendientes? ¿Exageran los rusos, juegan a la guerra o asumen una postura justificada? ¿Qué razones o justificaciones pueden ser aceptables para colocar la OTAN a las puertas de Moscú?

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Volodymyr Zelensky durante la toma de posesión de su cargo como presidente (Foto: EPA-EFE)

Ninguna. Ya han avanzado de sobra en los últimos treinta años y nadie en su sano juicio se explica por qué un bloque militar de tal envergadura, el único en su tipo a escala mundial, sobrevivió injustificadamente al fin de la primera Guerra Fría —pues ya andamos de lleno en la segunda— con el colapso de la URSS. Hoy esa OTAN asedia en su totalidad las fronteras de Rusia.

Invito a los lectores a que revisen un mapa con el sistema de bases militares norteamericanas en el mundo y vea lo que ahora pretende en las narices mismas de Rusia para que comprueben con creces lo que planteo.

Escenarios

Los llamados politólogos, en especial los norteamericanos, son muy dados a la «construcción» de escenarios posibles, a especular de manera argumentada en qué posibles direcciones puede derivar el conflicto actual; o sea, ¿qué puede ocurrir o no?  Siguiendo su estilo, propongamos algunos:

1. El conflicto desemboca en una confrontación, limitada o generalizada, con el empleo de medios nucleares. Altamente improbable debido a sus devastadoras consecuencias para ambas partes. Hasta hoy ha prevalecido la más plena conciencia de que tal conflagración plasmaría la teoría post-era nuclear e implicaría la Destrucción Mutua Asegurada (DAM o MADen inglés).

2. Tendencia a apaciguarse y negociar un arreglo (similar al desenlace del 2013-2014). Mucho más probable ahora, pues en Europa se abre paso un estado de conciencia contrario a forzar la expansión de la OTAN, teniendo como promotores a Francia y Alemania, que impulsan activamente un desenlace negociado. A lo que se suman duelos verbales y posibles negociaciones en el ámbito de la ONU.

No puede olvidarse que ambos países son piezas clave dentro de la OTAN. El propio Zelenski parece estar  moderándose y llamó en días recientes a «no crear pánico entre la población», agregando que «No consideraba ahora la situación más tensa que antes. La gente en el exterior cree que hay una guerra. Este no es el caso».

En dirección similar se ha pronunciado el presidente de Croacia, Zoran Milanovic, que criticó el proyecto norteamericano de incorporación de Ucrania a la OTAN y con ello de «desestabilizar la situación geopolítica de la región». Dicho mandatario ordenó el retiro de tropas croatas en Polonia, acusó a su propio primer ministro, Andrej Plenkovic, de «ser un agente de Ucrania»,  y apuntó a un ángulo válido cuando afirmó: «Esto no tiene que ver con Ucrania o Rusia, sino con las dinámicas de la política interna de EE.UU.».

No se puede pasar por alto que la administración Biden busca contrarrestar los efectos de descrédito como consecuencia de su desastroso manejo de la retirada de Afganistán, mientras que Trump y sus partidarios procuran capitalizar los beneficios de semejante desastre.

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Presidente de Croacia, Zoran Milanovic (Foto: EPA-EFE)

3. La actual situación económica tiende a empeorar y con ello se refuerza el segundo escenario. Brevemente: a. El pánico al que bien alude Zelensky, agrava el deterioro económico de Ucrania desde hace dos años y mantiene alejada a la inversión extranjera; b. Las operaciones económicas —comercio e inversiones— de la UE en Rusia (en especial de Alemania y Francia) comprenden operaciones enormes; c. Un porciento muy elevado de la seguridad energética de Europa Occidental —máxime ahora que comienzan a desmantelarse las plantas de energía atómica en Alemania—depende de los suministros de gas y petróleo de Rusia.

¿Arriesgar todo esto por las maniobras de Washington de forzar la entrada de Ucrania en la OTAN? No parece que le beneficie a los principales actores económicos de Europa Occidental y los rumbos que deban impulsar o no en contra de Rusia.

4. El gobierno de Zelensky —asumiendo el eventual apoyo de EE.UU, indirecto o directo— decide avanzar militarmente sobre los separatistas de Lugansk y Donetzk —los que contarían seguro con apoyo, directo o indirecto, de Rusia—, a fin de recuperar dichos territorios.

Se origina un conflicto local limitado, cuyo desgaste obligaría a las partes a regresar a los esquemas de negociación definidos en los Acuerdos de Minsk como punto de partida con vistas a un arreglo más abarcador y viable. Escenario que cuenta con muchas probabilidades, pero que cede terreno a la esfera político-diplomática que propugnan Francia y Alemania, ahora con la incorporación de la ONU como marco negociador auxiliar.

5. Un incremento en escala hacia un conflicto local generalizado que involucre directamente las fuerzas militares convencionales de Kiev y Moscú, y que eventualmente incluya también fuerzas convencionales limitadas de la OTAN (países miembros fronterizos con Ucrania), configurándose un conflicto con muchas similitudes al de la desintegración de Yugoslavia en los 90 del siglo pasado y en algunos aspectos a aquellos que se desarrollaron en las repúblicas del Cáucaso en la misma década. Escenario probable en caso de fracasar los procesos de negociación y mediación.

6. Viraje interno en Ucrania. Los servicios de Inteligencia británicos han denunciado que Moscú alienta una suerte de giro político interno en Kiev. Parecen descubrir el agua tibia. No puede omitirse que en Ucrania la oposición a Zelensky, en número y fuerza, es todavía apreciable (no solo de partidarios pro-rusos), incrementada por el rechazo creciente a un conflicto militar y al deterioro económico en ascenso.

¿Cómo se refleja esto en el seno de las fuerzas armadas ucranianas? Alrededor de ello hay un sinfín de especulaciones y rumores, pues los militares ucranianos saben perfectamente que sucumben en caso del escenario (5). Todo esto puede repercutir muy negativamente para Zelensky, y la combinación de tales elementos bien pudiera dar lugar a choques políticos de envergadura, que precipiten la caída de Zelensky y produzcan un vuelco político que rechace la opción de sumarse a la OTAN y avancen hacia nuevos desenlaces pactados.

No creo que tengamos que esperar mucho para conocer cuáles de los escenarios anteriores prevalezca o se combine. Imposible olvidar que EE.UU. está en un año de elecciones de medio término, donde se define el control del congreso, y Biden se ubica en una situación política en extremo precaria que lo obliga a tratar de salir lo mejor parado posible de este conflicto.

9 febrero 2022 27 comentarios 1.728 vistas
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Kazakstán

Kazakstán: un episodio crítico para Rusia

por Domingo Amuchastegui 2 febrero 2022
escrito por Domingo Amuchastegui

El estallido social y político que estremeció la estabilidad de Kazakstán repercute seriamente en esa región centro-asiática, así como sobre sus nexos históricos con Rusia, máxime cuando no se trata de un caso aislado, sino de una profunda dinámica de cambios regionales donde gravitan por igual factores internos e injerencias externas.

Algunos antecedentes indispensables

La configuración del espacio geoestratégico de Rusia comenzó a formarse con más fuerza después de la derrota del Imperio Mongol —los tiempos de la famosa Horda Dorada— que ocupó ese espacio entre 1206 y 1368 y llegó hasta los confines de Polonia y Hungría. La recuperación del territorio por los príncipes rusos y su posterior unificación, llevó a un lento pero indetenible proceso de expansión, con énfasis hacia el este. 

Así se ocuparon todos los kanatos —compuestos por poblaciones mayormente de origen turco en Asia Central y la Siberia hasta orillas del Océano Pacífico. De esa forma se conformó el Imperio Zarista, hasta su derrota por la Revolución de Octubre, que asumió la totalidad de semejante espacio geoestratégico, sobre cuya base se alzó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

El poder soviético —particularmente bajo la larga y destructiva égida de José Stalin— estableció estas repúblicas en función del rígido esquema que incluía una subordinación autoritaria y la persistente campaña de supresión o reducción al mínimo de la poderosa influencia islámica en los territorios centroasiáticos. Además, se impuso una intensa rusificación de las culturas locales y la formación de élites dominantes —muchas de ellas de base clánico-familiar— dependientes de Moscú en términos absolutos.

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Nur Sultán Nazarbaev (Foto: Aleksandar Levajkovic / Agencia Anadolu)

Tras el fallecimiento de Stalin tal esquema de poder no sufrió alteraciones de importancia. Y en el caso de Kazakstán mucho menos, debido a su enorme espacio territorial (era la mayor de las repúblicas centro-asiáticas); su considerable riqueza en minerales y petróleo, así como por el polígono de Baikonur, esencial en los experimentos del armamento nuclear y los proyectos aeroespaciales. Al producirse el colapso de la URSS, las élites antes mencionadas mantuvieron en su casi totalidad, el control respectivo y los nexos de dependencia respecto a Moscú.

La élite dirigente de Kazakstán fue un ejemplo de lo anterior. Estuvo encabezada por Nur Sultán Nazarbaev desde décadas atrás hasta el 2019 en que renunció y, mediante dedazo, nombró presidente a Kassim Jomart Tokayev. Reservó para sí la presidencia del Consejo de Seguridad, asistido por Kassim Masimov, así como la designación de los principales miembros del Consejo de Ministros; una suerte de esquema perfecto de conservación efectiva del poder.

El clan Nazarbaev expandió sus niveles de control familiar sobre muchas empresas y procedió a otro tanto con los principales sectores de la anterior área estatal. En consecuencia, ese grupo logró tanto el monopolio de la política como de la economía, según constatan no pocos especialistas.

Mucho más que los precios de la gasolina

Se ha dicho y repetido que el gran estallido social que conmovió al país —con 164 fallecidos y 6000 arrestados— fue resultado de un aumento del doble del precio de la gasolina de base LPG, una suerte de gas licuado. Pero no pocos especialistas de diversas tendencias insisten en que las causas reales siguen sin estar completamente identificadas, como tampoco las fuerzas responsables por el estallido social y político.

Todos coinciden en destacar que las tropas rusas y de otras repúblicas, miembros de la  Organización de la Conferencia de Seguridad Colectiva (OCSC), presentes allí no se vincularon a las acciones represivas del gobierno kazajo de Tokayev, sino a la salvaguardia y protección de centros e instituciones de primera importancia por breves días, ejecutando su retirada con posterioridad.

Kazakstán (3)

Kassim Jomart Tokayev (Foto: AP)

Puede concluirse, apenas sin dudas, que aumentar al doble el precio del combustible fue el incidente sobre el cual los partidarios de Nazarbaev buscaron crear un conflicto de mayores proporciones para desalojar del gobierno a Tokayev y sus partidarios más cercanos. De otra manera no se explican las medidas extremas adoptadas por este último destituyendo al propio Nazarbaev, a todo el consejo de ministros y encausando, entre otros, a Kassim Masimov, su mano derecha por muchos años.

Una observación atinada es que el presidente Tokayev parece ser el principal beneficiario de los acontecimientos. No por casualidad la consigna principal de los participantes del estallido no estaba referida a la gasolina, sino a Nazarbaev y su gente. Así lo reflejaba la frase callejera ¡Shal Ket! (El viejo debe irse). Esto muestra claramente que, tras los precios elevados del hidrocarburo, existía un conflicto interno con intereses políticos y económicos en pugna. En esencia, presenciamos un evidente pugilato por el poder efectivo en el que Putin respaldó a la facción encabezada por Tokayev.

Semejante enfoque dista del criterio expresado por Vladimir Putin de que se está en presencia de un caso de «terrorismo internacional». Es lógico que así lo haga, porque su espacio geoestratégico se está viendo amenazando tanto por conflictos internos como por injerencias externas.

Ello se hizo más visible con el caso de Ucrania en 2013 —y antes en las repúblicas del Cáucaso— y el desalojo del gobierno pro-ruso de Víctor Yanukovski, que desembocara en un serio conflicto armado en la región del Donbáss. Allí, Luhansk y Donetsk, regiones pro-rusas y colindantes con Rusia, combatieron contra el nuevo gobierno de Ucrania y lograron su autodeterminación, reconocida en los Acuerdos de Minsk (2013-2014), en tanto Rusia recuperaba —sin necesidad de un solo disparo— la estratégica región de Crimea, arbitrariamente cedida por Jruschov —ucraniano de origen— a Ucrania en 1957.

Hoy este conflicto se ha reactualizado e intensificado y coloca a toda la región en una situación en extremo explosiva. No nos extrañe entonces que Putin insista en el factor «terrorismo internacional» al caracterizar la crisis en Kazakstán. Luego del episodio ucraniano del 2013-2014, otros incidentes de similares perfiles y magnitudes se produjeron en Armenia, Bielorrusia, Kirguistán y Tayikistán. Y esto supone para la Rusia de Putin, una desestabilización de elevada gravedad  e inadmisible para lo que han considerado su espacio geoestratégico durante más de tres siglos.

La agenda de conflictos en esa parte del mundo continúa in crescendo. Su manejo político-diplomático dirá mucho de los rumbos actuales y del ascenso de las tensiones que, hasta ahora, parecen prevalecer.

2 febrero 2022 26 comentarios 1.566 vistas
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Obama (1)

De Obama a Biden… ¡y lo que viene!

por Domingo Amuchastegui 17 diciembre 2021
escrito por Domingo Amuchastegui

Nadie se llame a engaño. La culminación tardía de las negociaciones conducentes al restablecimiento de relaciones entre Cuba y los EE.UU. en la etapa final de Obama representó una excepción pasajera que tomará muchos años en reactualizarse o repetirse.

Al calor de los indicios y señales de una diplomacia secreta y de las tendencias que derivaban de semejante proceso de normalización, hubo no pocos avances de importancia para Cuba. Los miembros del Club de París —grupo de países acreedores del grueso de la deuda externa insular, que venía arrastrándose desde los años ochenta del siglo pasado— acordaban suprimir más del 85% de dicha deuda (11 mil millones de dólares), equivalente a 8 mil 500 millones.

Por otro lado, un creciente número de grandes corporaciones de EE.UU. exploraban las posibilidades del mercado cubano; casi un millón de norteamericanos visitaban la Isla junto a más de 600 mil cubano-americanos. Diversos estudios estimaban que, de continuar este proceso de normalización y restablecerse el turismo, no menos de 3.5 millones de turistas norteamericanos elegirían el destino Cuba.

Se suscribían veintidós acuerdos de cooperación de cara al futuro en diferentes campos entre La Habana y Washington. Tenía lugar lo nunca visto desde 1959: un presidente norteamericano (Barack Obama) visitaba Cuba y se expresaba libremente. En el horizonte no pocos avizoraban la hipótesis de llegar, finalmente, a la supresión del bloqueo (embargo) más prolongado y dañino en la historia impuesto a un pequeño país. El emergente sector privado en Cuba veíase beneficiado de mil maneras diferentes (mayores clientelas a los paladares, a las casas particulares al estilo de B&B, a medios de transporte privados, guías y otros sectores).

Para las elecciones que se avecinaban en país norteño en el 2016, los dos candidatos —Hillary Clinton por los demócratas y Donald J. Trump por los republicanos—, se pronunciaban favorablemente respecto a la continuación de dicha normalización. Ayudantes de Trump visitaban Cuba en dos ocasiones con vistas a explorar las potencialidades de negocios. Nada parecía sugerir una paralización del rumbo constructivo iniciado; mucho menos una catástrofe de las proporciones y complejidad que tendría que enfrentarse a muy corto plazo.

Entonces llegó Trump, que no solo se disoció de sus propias palabras y de la ruta positiva iniciada por su predecesor, sino que puso en práctica un sinfín de acciones agresivas en todos los órdenes y que configuró una arquitectura de guerra económica —muchísimo más allá de los componentes del viejo bloqueo— integrada por unas 242 medidas que echaban por tierra los pasos iniciales de Obama. Como parte de esas acciones, decidió aplicar el Capítulo III de la Ley Helms-Burton —que ampara las reclamaciones sobre propiedades expropiadas y nacionalizadas en Cuba— lo que trascendía al ámbito de la extraterritorialidad con amenazas y sanciones a países relacionados con la Isla en términos de negocios e inversiones.

Obama (2)

Trump puso en práctica un sinfín de acciones agresivas en todos los órdenes y que configuró una arquitectura de guerra económica. (Foto: Lynne Sladky / AP)

Tal ángulo fue claramente rechazado por la Unión Europea (UE), pero, de cualquier manera, enfrió, inhibió y desanima todavía los proyectos de negocios, comercio e inversiones de sus países miembros hacia Cuba. Parecido expediente intentaron Trump y sus sucesivos asesores de seguridad nacional y política exterior aplicar a Venezuela y su alianza con la Isla, asumiendo que la caída de una conllevaría la de la otra.

Era lo nunca visto. Nadie trate de disminuir o restarle importancia al peso de ese factor en la agudización de la crisis existente. No se trata del viejo estereotipo de echarle la culpa al imperialismo por todos nuestros males; se trata de deslindar claramente la enorme responsabilidad de EE.UU. respecto a los errores e insuficiencias internos. Baste un ejemplo: decía un tiempo atrás un conocido estadista latinoamericano que cualquier gobierno enfrentado a semejantes agresiones no duraría ni seis meses…

Parecía un golpe de suerte la derrota electoral de Trump y la victoria de Biden en el 2020. No pocos se entusiasmaron con semejante triunfo. Era el vice-presidente de Obama; en su equipo de política exterior y seguridad nacional se contaban figuras que —con Obama— habían participado de los inicios del proceso de normalización. La idea de un regreso al rumbo interrumpido por Trump prevalecía entre muchos y no les faltaba base para el entusiasmo; debería prevalecer una tal consistencia. El desarrollo de los acontecimientos vendría a probar lo errado de tales cálculos.

Biden y su equipo no solo no retomaron el rumbo iniciado por Obama, sino que han mantenido intacta la guerra económica y la arquitectura más completa de agresiones que ha pesado sobre Cuba, añadiéndole algunas de su cosecha y desechando las muy modestas promesas que en ese terreno había hecho durante su campaña electoral.

A lo anterior se añade que en todas las encuestas realizadas entre norteamericanos, las dos terceras partes se pronuncian por una normalización de relaciones, pero la mayoría de sus representantes y senadores siguen ignorando esta realidad. El número de congresistas norteamericanos que favorecen una normalización sigue siendo una minoría muy por debajo del 50%. Incluso, entre los trumpistas los ha habido que se manifiestan a favor del comercio y los negocios con Cuba. ¿Cómo se explica esa incongruencia?

A escala de Washington ha predominado y predomina todavía la noción de la incompatibilidad del caso cubano respecto al sistema interamericano que ellos hegemonizan y manipulan. Se continúa culpando a la Isla de todas y cada una de las manifestaciones de protestas, conatos de violencia política y victorias electorales calificadas de izquierda que vienen en ascenso por América Latina.

Obama (3)

La derecha chilena y continental culpó al gobierno cubano por las protestas que sacudieron ese país. (Foto: El Comercio)

Con las etapas Trump y Biden se refuerza la percepción de que el gobierno cubano tiene que llegar a su fin y que —a diferencia de otros momentos— está en su fase terminal. Los sucesos del 11 de julio han reforzado en medida absoluta esa noción.

De ahí que tanto republicanos como demócratas concluyan que (a) deben continuar semejante rumbo agresivo y (b) Washington no debe hacer cosa alguna para mejorar las relaciones, pues ello supondría un alivio a los problemas y tensiones dentro de Cuba, lo que le permitiría sortear más eficazmente su crisis interna. No menos importante es la manera en que ambos visualizan la importancia de la maquinaria electoral cubano-americana en la Florida, con sus veintinueve votos electorales, y cómo ello influirá en las próximas contiendas electorales. Este es el pensamiento rector hoy en Washington, sin distingos partidistas.

Y si miramos hacia delante, hacia hipotéticas variaciones favorables futuras, un escenario tal no existe hoy ni se verá en largo tiempo. Todo lo contrario. Los desastres y desventajas que caracterizan a la administración Biden, tanto en política interna como exterior, parecen confirmar los pronósticos que auguran a los republicanos (y dentro de estos al núcleo duro del trumpismo) recuperar la mayoría en el Congreso —seguro en la Cámara de Representantes; casi seguro en el Senado—, en las elecciones parciales o de medio término que tendrán lugar en el 2022, así como en las presidenciales del 2024.

Nada bueno nos deparan las próximas elecciones del 2022 y 2024. No pueden ni deben albergarse esperanzas en esa dirección.

17 diciembre 2021 52 comentarios 2.205 vistas
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México

¿Qué fue a hacer en México Díaz-Canel?

por Domingo Amuchastegui 20 septiembre 2021
escrito por Domingo Amuchastegui

¿Formalidades protocolares por los aniversarios de la fundación de México y su independencia? ¿Acaso por coincidir con la celebración de la Cumbre de la CELAC? ¡Nada de eso! Esos menesteres protocolares los ha cubierto el canciller Bruno Rodríguez por muchos años. Entonces, es legítimo preguntarse qué fue a hacer el presidente Miguel Díaz-Canel a México, máxime cuando su país atraviesa una situación particularmente crítica. Examinemos tres ángulos que interesan por su trascendencia inmediata:

Relaciones bilaterales

1. ¿Incremento de las relaciones económicas entre México y Cuba? Altamente improbable, sino imposible. En más de seis décadas, ningún gobernante mexicano —de cualesquiera matices políticos— ha dado pasos importantes en esta dirección ni arriesgado las posibles sanciones que EE.UU. impondría.

El único que hizo un intento fue Carlos Salinas de Gortari, alentado por sectores del Grupo Monterrey que veían en la Cuba de los noventa un mercado prometedor (tras el colapso de sus nexos con la desaparecida Unión Soviética). En consonancia con tales intereses, durante su visita a Cuba el presidente mexicano prometió villas y castillos. Se anunciaron importantes acuerdos. México podría ser la tabla de salvación a corto plazo en momentos tan difíciles.

No se hizo esperar la reacción de Washington, que amenazó con toda clase de sanciones, incluyendo la suspensión de visas a empresarios mexicanos. El viento se llevó semejante movida. No es ocioso recordar que desde 1959 ocho presidentes mexicanos han visitado Cuba con idénticos o peores resultados.

2. Hoy, tras la firma del nuevo acuerdo entre México, EEUU y Canadá, en sustitución de NAFTA, el mercado mexicano se ve muy favorecido y, en consecuencia, se hace más improbable aún que AMLO arriesgue una colisión con EE.UU. e ignore el andamiaje de sanciones que pesa sobre Cuba.

Debe recordarse también que en su primer trienio, AMLO no movió una sola ficha a fin incrementar las relaciones económicas con Cuba o los niveles de cooperación bilateral. ¿Lo hará ahora? Es extremo difícil de concebir.

Por otro lado, hay dos sectores de la economía mexicana que han sido y son particularmente hostiles a cualquier operación de rescate que favorezca a Cuba: a) la industria petrolera (PEMEX), que además —según insistentes rumores en La Habana desde hace un par décadas— ha venido perforando pozos no acordados para extraer petróleo en zonas pertenecientes a la Isla; y b) La influyente industria turística mexicana, que ha visto con alarma y rechazo el ascenso de la industria turística cubana previo a la pandemia.

Venezuela

1. Es de suma importancia para la estatura político-diplomática de la gestión negociadora de AMLO como anfitrión de negociaciones entre el Gobierno de Maduro y la coalición de fuerzas opositoras, que estas culminen exitosamente. Sin embargo, en medio de los avances iniciales, Maduro anuncia ahora dos medidas que lesionan directamente el eventual éxito de las negociaciones.

Primero, la designación del colombiano Alex Saab (con rango diplomático venezolano) como integrante de la delegación venezolana. Saab está acusado de lavado de dinero en favor del gobierno de Maduro y es reclamado por la justicia norteamericana (decidida ya su extradición a EE.UU. desde Cabo Verde, donde se encuentra retenido).

México (1)

El empresario colombiano Alex Saab fue detenido este 12 de junio cuando su avión hizo escala para repostar en el Aeropuerto Internacional Amilcar Cabral de Cabo Verde), en respuesta a una petición de Estados Unidos cursada a través de Interpol por supuestos delitos de blanqueo de dinero.

Segundo, una reactivación del proceso judicial contra Juan Guaidó, una de las figuras claves por la oposición venezolana en dicha negociación y que hasta hoy ha burlado todos los intentos por encauzarlo.

Cabe preguntarse: si este es uno de tus interlocutores, ¿cómo a dos meses de las elecciones pactadas se pretende encarcelarlo? ¿Torpeza mayúscula o premeditada maniobra para desarticular el campo opositor, fomentar su mayor división y debilitar sus posibilidades para las elecciones regionales, a dos meses escasos de las mismas? ¿Acaso preocupa a Maduro un desenlace electoral al estilo del reciente desastre del Gobierno Fernández-Kirchner en Argentina?  Así parece, pero son acciones que dañan seriamente el proceso y comprometen, de manera muy negativa, el papel que aspira a desempeñar AMLO.

2. Es lógico suponer que el presidente de México espere lograr una contribución positiva de parte de Cuba y de su máxima autoridad, el presidente Díaz-Canel, en influir o persuadir a Maduro y su equipo de que tales acciones perjudican el proceso y frustran las aspiraciones de AMLO cuando todo parecía bien encaminado.

Desde el gobierno noruego, hasta Trudeau (Primer Ministro de Canadá), Pedro Sánchez (jefe del Gobierno español), Josep Borrell (UE), así como la mayoría de países de América Latina; todos están convencidos de que el gobierno cubano debe y puede hacer una contribución semejante, sin entender bien los límites de las autoridades cubanas en influir hoy sobre las acciones de Maduro, que, debe recordarse, no es ni remotamente Chávez. Para AMLO, esta contribución de Cuba puede ser decisiva en evitar el estancamiento de las negociaciones y conseguir que estas culminen como un importante éxito de su política exterior.

EEUU-Cuba

1. AMLO buscará, con el mayor esfuerzo posible, acercar la actual política del presidente Biden hacia Cuba a planos más conciliatorios, que supongan una contribución ante la situación de aislamiento y sanciones sobre la Isla y de esta manera, compensar los esfuerzos cubanos respecto a las negociaciones del caso Venezuela.

Cuba estaría en la mayor disposición de enrumbar su conflicto con EE.UU. hacia el diálogo y arreglos, aunque estos sean parciales o limitados. No es casual que para el 21 de septiembre, Biden visite México, donde deberá mostrar una posición más constructiva por parte de AMLO y del nuevo consenso que presentará este de parte de la CELAC.

México (3)

AMLO buscará, con el mayor esfuerzo posible, acercar la actual política del presidente Biden hacia Cuba a planos más conciliatorios.

2. Semejante escenario sería el más razonable, pero no el más probable. La administración Biden continúa empeñada en el tema Cuba basada en el instrumental de agresiones heredado de Trump y su total rechazo a cualquier flexibilización que, en alguna medida, ayude al gobierno cubano a sobrevivir.

Los acontecimientos del 11 de julio dieron mayor impulso a semejante opción. La hipótesis de ver colapsar a dicho gobierno es —sin dudas—, uno de los temas que con más fuerza acarician en Washington a fin de reclamar el mérito. Por otra parte, interpretan que esta política les asegurará una victoria segura en la Florida en las próximas elecciones de medio término del 2022.

México se convierte así en una escena de múltiples expectativas político-diplomáticas de suma importancia, aunque sus resultados finales pueden dejar mucho que desear.

20 septiembre 2021 25 comentarios 2.307 vistas
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Eslabón perdido

El eslabón perdido de la crisis en Cuba

por Domingo Amuchastegui 15 septiembre 2021
escrito por Domingo Amuchastegui

El estallido social del 11 de julio ha tenido entre sus muchas consecuencias que el Partido/Estado emprendiera un grupo de medidas económicas de alguna trascendencia, pero conservando intacto en lo esencial el modelo estatista-absolutista. No es ocioso recordar que de este modelo afirmó Fidel Castro en famosa entrevista con uno de los editores de la reputada revista norteamericana The Atlantic: «El modelo cubano ya no funciona más ni siquiera para nosotros». Ciertamente, fue una reflexión bien crítica que lamentablemente no se tradujo en cambios.

Un componente no menos importante de las acciones emprendidas, ha sido el maratón de reuniones y debates encabezados por el presidente Díaz-Canel con numerosos sectores (religiosos, juveniles, vecinales, estudiantiles, campesinos, obreros, economistas y periodistas). Ha sido una suerte de catarsis colectiva en que los tonos críticos se han expresado en mayor o menor medida. Es como si, de repente, la dirigencia cubana descubriera una abultada agenda de problemas no resueltos e ignorados durante décadas (como el caso de los barrios marginales). Cabe preguntarse, ¿hará falta otro 11 de julio para profundizar el ritmo y alcance de las reformas?

No obstante, más allá de ahondar en esto último, es imprescindible abordar la dimensión política de la actual situación, ella representa el eslabón perdido para una efectiva superación del estado de crisis acumulada.

En la neo-lengua oficial prevaleciente, el término Revolución es abusado hasta la saciedad, lo que ignora que desde los años setenta una dinámica de revolución se agota (las grandes transformaciones se completan hacia fines de los sesenta) y sobreviene entonces lo que comenzó a denominarse como institucionalización. Esa última, mal que bien, identifica hasta hoy el funcionamiento institucional del país (Partido, Constitución, Poder Popular y su Asamblea Nacional, planes económicos, congresos, presupuesto y otros; en medida considerable copiando del modelo soviético).

Desde entonces se perfila la actual estructura de Partido/Estado; el estatismo-absolutista que culmina proclamando al Partido como fuerza superior de la sociedad y Partido de la Nación, como si este partido político —más allá de sus méritos y respaldo popular— fuera capaz de encarnar una rectoría por encima de la Nación, el Estado y el Gobierno, con un ejercicio verticalista e inapelable del poder hasta sus más mínimos detalles. La máxima del rey francés Luis XIV: «El Estado soy yo», empequeñece ante el enunciado de «Partido de la Nación».

Eslabón perdido (1)

«El Estado soy yo» es una máxima atribuida al rey Luis XIV de Francia. Luis XVI, su sucesor no inmediato en el trono, fue guillotinado por los revolucionarios franceses.

Por otra parte, el grado de homogenización económico-social de inicios de los setenta —donde casi todo el mundo era empleado del Estado—, podía tal vez permitirse enunciados tan absolutistas y que nada tenían que ver ya con la noción de «Partido de vanguardia». Aclaro: el enunciado de vanguardia entraña un nivel de competencia respecto a otros contendientes y actores; sin esto, la referida condición se suplanta por la percepción de poder absoluto. Pero aún esa homogenización no era capaz de conciliar desencantos, creciente hostilidad y oposición al modelo dominante.

Desde las primeras emigraciones masivas (Boca de Camarioca – Vuelos de La Libertad), se comenzaba a advertir en el deseo masivo de ir al exilio o emigrar una importante modificación relacionada con la composición social de los que se marchaban.

En 1969, el entonces ministro del Interior, comandante Sergio Del Valle, apuntaba a semejante modificación al alertar —en una reunión a puertas cerradas— que la mayoría de los que marchaban no eran ya burgueses o sus servidores, sino mucha gente trabajadora. Tal planteamiento preocupó momentáneamente pero fue ignorado. Luego vendrían el éxodo del Mariel (1980) y el llamado Maleconazo (1994), con sus secuelas migratorias de decenas de miles de cubanos.

Esa homogenización o uniformidad económico-social quedó atrás hace décadas. Comenzó con la entrada de los dólares de exiliados y emigrados —además de sus múltiples influencias en términos culturales y políticos— y ha continuado hasta nuestros días, cuando cerca de un millón de cubanos se vinculan al emergente sector privado y donde la población rural se libera paulatinamente de mecanismos estatales. Más aún, con la aparición de la industria turística y la todavía muy modesta e incompleta inversión extranjera (IE). Es elemental concluir que, en estas circunstancias, la sociedad cubana está muy distante de aquella de comienzos de los setenta.

Es válido recordar que en las primeras elecciones de los setenta se registró un 98% de participación y aprobación. Las elecciones del 2018, por su parte, aportarían cifras elocuentes:

– De 8 millones 926 mil 575, votaron 7 millones 399 881 para un 82.90%.

– Por el listado oficial —orientado en la consigna «Votar por todos los candidatos»—, votó el 60.44%.

– Votó selectivamente —contrariando la consigna oficial—, el 19.56%.

– No votó —ignorando los repetidos llamados—, el 18.10%.

Eslabón perdido (2)

Esas tendencias estadísticas mostraban importantes variaciones en el comportamiento del electorado, tanto entre los que votaron como en la creciente abstención y votos negativos. Tales cifras aconsejaban algunas importantes e imperiosas modificaciones al sistema electoral, pero, una vez más, fueron desestimadas.

Cualquiera puede especular acerca de los resultados a esperar para el 2023, pero no resulta disparatado imaginar que los mismos serán mucho menos favorables. ¿Se llegará a una coyuntura —como predijera a comienzo de los noventa el entonces miembro del Buró Político, Jorge Lezcano— de «gobernar en minoría»?

Si aquello que aprendimos los más mayorcitos sobre «base y superestructura» le asiste no poca razón, no es posible continuar aferrados a un modelo económico probadamente inoperante y mucho menos a una superestructura política, instituciones y legislación que en muy poco se corresponden con semejante base.

A esa diversidad económico-social tiene necesariamente que corresponder una diversidad política, que debe expresarse en una pluralidad política, institucional y legislativa. Dicha realidad fue ignorada y sofocada en el momento de proceder a adoptar una nueva constitución, que de nueva tiene poco.

Se rechazaron todas las propuestas realizadas por muchos ciudadanos en el proceso de consulta popular, por ejemplo, sobre la necesidad de un reordenamiento integral de los mecanismos electorales de elección indirecta, —dedazos en buen cubano— y la ausencia de diversidad entre los candidatos. Fue olvidado algo que razonara el propio Fidel Castro en los preparativos de la primera Constitución, cuando afirmó que sería muy aburrido votar por candidatos únicos.

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Promulgación de la Constitución Socialista el 24 de febrero de 1976. (Foto: Liborio Noval/Granma)

Hoy se impone la necesidad de expresar esa diversidad en instituciones, asociaciones, medios de información y sus expresiones políticas; capaces de ventilar sus consensos, inquietudes, desacuerdos y oposición a todos los niveles, desde la Asamblea Nacional hasta la presidencia, desde la formación del gobierno hasta ejercicios legislativos con derecho al veto de las mayorías.

No propongo —entiéndase bien— una vuelta al relajo de las instituciones hasta 1952, ni tampoco que se me tilde de abogar por la democracia burguesa. Los campesinos y cooperativistas, los pequeños y medianos propietarios, empresarios y profesionales, creyentes y no creyentes, podrán tener sus espacios políticos, parlamentarios y de asociación (no aquella ficción de inicios de los noventa). Todo ello se podrá expresar y discutir en la Asamblea Nacional, donde las votaciones serán secretas y no a mano alzada.

La gente revolucionaria y los propios militantes del Partido podrán expresarse sin temor a sanciones o represalias. Será muy saludable tener un «partido de herejes» (en el buen sentido del término) dentro de las filas del Partido Comunista, o de cualquier partido, y no miembros obedientes y silentes.

Granma puede continuar siendo un órgano oficial, la TV o Cubadebate (que nada debate) y otros órganos oficiales —todo lo aburrido y monótonos que quieran—, pero los «herejes» tendrían todo el derecho a sus espacios dentro de esos órganos, o a medios informativos propios, y no limitados únicamente a blogs y redes sociales en los cuáles escuchar informaciones y criterios alternativos. Y que prevalezca el mejor, el más eficiente, el más persuasivo, con los mejores argumentos.

Es este el eslabón perdido que esencialmente falta en la experiencia de Cuba, que salve las realizaciones esenciales, so pena de perderlo todo a corto o mediano plazo.

15 septiembre 2021 11 comentarios 2.405 vistas
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Talibanes (1)

La victoria de los Talibanes

por Domingo Amuchastegui 24 agosto 2021
escrito por Domingo Amuchastegui

El mundo se concentra hoy en los acontecimientos de Afganistán. Los Talibanes culminaron su campaña de conquista con la captura de la capital, Kabul, y la fuga precipitada del presidente Ashraf Ghani. La desbandada o estampida de efectivos norteamericanos y sus colaboradores afganos es espectáculo diario en el aeropuerto. A todos viene el recuerdo de una fuga similar por parte de los norteamericanos de Saigón en 1975, momento en que se alcanzó la victoria vietnamita después de más de una década de guerra.

Concluye así un conflicto cuya duración —dos décadas—, bate todos los registros, en el que murieron casi 3 mil norteamericanos y más de 20 mil resultaron heridos, en su mayoría con serias mutilaciones de sus extremidades. En el momento de más presencia militar, 2011, llegaron a tenerse 110 mil efectivos; el mínimo fue de 4 mil en el 2021. Además, hubo casi 8 mil mercenarios amparados en el término de contratistas.  El total de gastos, hasta el 2019, alcanzó la astronómica cifra de $978 000 millones de dólares. Un costo inmenso e inútil.

Rastreando un poco de historia

EE.UU. se propuso derrotar a los Talibanes y edificar una suerte de Estado moderno en consonancia con sus valores, criterios e intereses. Aspiración fracasada, pues semejante proyecto debía instrumentarse en una sociedad que nada tiene que ver con la norteamericana, ni con sus esquemas de desarrollo e intereses.

Los norteamericanos ignoraron y subestimaron que ocupaban un país cuya sociedad, de cuarenta millones de habitantes, posee extraordinaria diversidad étnica y lingüística —catorce grupos diferentes reconocidos oficialmente—, y cada uno de ellos descansa en un heterogéneo y complejo cuadro de organizaciones tribales.

Sus primeros intentos hacia la formación de un Estado centralizado datan del siglo X. Las primeras instituciones monárquicas comenzaron a cristalizar en el XVIII. Tenían como denominador común, casi todo el tiempo, la primacía del grupo pashtún, mayoría histórica, que representa el 42% de la población total. Dentro de ese grupo existían diferentes tendencias: monárquicos, pronorteamericanos, muyahidines y, en su mayoría, Talibanes desde la década del noventa del pasado siglo.

Talibanes (2)

El 15 de febrero de 1989 el último soldado de las tropas soviéticas salió de la República Democrática de Afganistán tras una guerra que duró 10 años y costó la vida a casi 15.000 soldados del Ejército Rojo. (Foto: Alexandr Lyskin / RIA Novosti)

Washington —como es habitual— ignoró todo esto y mucho más: que nunca nadie logró consolidar su victoria sobre los afganos, comenzando por Alejandro el Magno y el imperio persa. Obviaron las lecciones del siglo XIX y comienzos del XX, cuando el Imperio Británico, en su apogeo, no pudo conquistarlo. No sacaron experiencias de la invasión soviética (1979-1988) y su monumental fracaso, que arrastró con los restos de la fuerza de izquierda en Afganistán, el Partido Democrático —de inspiración marxista—, que se desintegró a fines de los setenta.

Pasaban por alto que los Talibanes habían logrado derrotar a los grupos de muyahidines —como se conocían los combatientes contra los soviéticos— que obtuvieron la victoria en 1979 y, sin embargo, para 1996 salían derrotados de Kabul ante los talibanes. Estos se establecieron como poder entre 1996 y 2001, año en que la intervención de EE.UU. y la OTAN los forzó al repliegue y la dispersión.

De espaldas a estas experiencias históricas, EE.UU. invadió Afganistán tras la acción terrorista de Al Qaeda en Nueva York, el 11 de septiembre del 2001. No obstante, lejos de retirarse oportunamente tras lograr sus objetivos, se empeñaron en una guerra interminable para liquidar a los Talibanes. Veinte años después vemos los resultados.

El término Talibán significa estudiante, y se deriva de los discípulos afganos en los seminarios religiosos (madrasas), donde fueron educados en una interpretación y aplicación rígidas del Islam y de tradiciones pashtún de diez siglos atrás. Las madrasas se localizaban en territorio de Pakistán, y fue en ese país que los servicios de inteligencia paquistaníes entrenaron y promovieron la transformación de los estudiantes en combatientes.

En su abrumadora mayoría, el origen social de los Talibanes proviene de los sectores más empobrecidos: campesinos y pastores, con un extendido cultivo del opio y su tráfico a través de las fronteras vecinas. El opio es hasta hoy la «moneda fuerte» más importante de la población afgana. Una característica singular entre los Talibanes, así como en el resto de la población, es que prevalece la vertiente sunnita del Islam, único elemento unificador y de cohesión entre los Talibanes no pashtún.

El papel de Pakistán en alimentar y respaldar a los Talibanes ha sido particularmente importante. De este modo han buscado asociar Afganistán a sus objetivos geoestratégicos en la región, en particular en su diferendo con la India.

Talibanes (3)

Los Talibanes en el Palacio Presidencial de Kabul. (Foto: Zabi Karimi/AP Photo)

Además de Pakistán, el entorno geoestratégico abre múltiples interrogantes. Para Rusia supone una preocupación considerable, pues cuatro repúblicas centroasiáticas, ex-integrantes de la desaparecida Unión Soviética, poseen muchas interconexiones con Afganistán. Son ellas Tayikistán (27% de la población afgana está compuesta por tayikos), Uzbekistán (los uzbekos representan 9% de la poblaciónٕ), Turkmenistán y Kirguistán; lo que crea un clima de tensiones a lo largo de semejante extensión fronteriza.

Le sigue una especial vecindad con Irán, cuya población se ha extendido por Afganistán desde el siglo XVIII con la creación del Imperio Durrani. Su influencia cultural y comercial es considerable, aunque su afiliación mayoritaria al chíismo crea una separación no poco conflictiva. Finalmente, China, con un pequeño sector de frontera, podrá abrir grandes posibilidades de inversión y comercio, en caso de estabilizarse el poder de los talibanes.

La estabilización dependerá de varios factores:

a. Conservar su cohesión interna; b. Evitar en buena medida los extremismos que caracterizaron su anterior gobierno (1996-2001); c. Cumplir con los acuerdos suscritos con EE.UU., que los comprometieron a no amparar organizaciones y actividades terroristas (como hicieron antes con Al Qaeda) y a ofrecer garantías para la evacuación de ciudadanos norteamericanos; d. Garantías y seguridad en sus fronteras; e. Sofocar exitosamente cualquier oposición interna en algunas provincias por parte de ex-muyahidines (en particular en la provincia de Panjshkiri, en la que se trata de organizar semejante oposición).

Si este escenario se configura de manera estable, las posibilidades de inversión extranjera y comercio reportarán no pocos beneficios, pues Afganistán es particularmente rico en minerales de elevada demanda actual. A lo largo de estos veinte años el hecho cierto es —como bien destacan especialistas— que «la economía afgana está moldeada por la fragilidad y la dependencia de la ayuda internacional».

Repercusiones en EE.UU.

El debate interno en los Estados Unidos respecto a quién es culpable, ha ganado una intensidad extrema que casi iguala las discusiones sobre la pandemia. Todos los republicanos —los trumpistas en particular— y algunos demócratas, culpan al presidente Biden, en tanto este se defiende al argumentar que semejante desenlace era inevitable. No pocas recriminaciones han sido lanzadas por figuras prominentes de la OTAN.

El hecho cierto es que los verdaderos culpables habría que buscarlos en las administraciones de Bush (hijo), por aferrarse al proyecto de la ocupación de Afganistán, y de Obama por persistir en el mismo propósito, incrementar hasta el máximo la presencia militar y, tres años más tarde mostrar —junto a sus aliados de la OTAN—, una temprana retirada de efectivos.

Trump desempeñó un papel clave con el Acuerdo de Doha (Qatar) suscrito con el Talibán —ignorando al gobierno de Kabul— en febrero del 2020 y mediante el cual se acordaba el retiro de todas las fuerzas de EEUU para fines del 2021 y el Talibán se comprometía a no albergar ni fomentar organizaciones ni actividades terroristas. Trump razonaba con alguna sensatez que dicha retirada era lo más indicado para cesar su involucramiento en guerras interminables como esta en la región del Medio Oriente.

Lo que ha hecho Biden es, simplemente, ejecutar los acuerdos de Doha en el plazo de tiempo previsto, aunque habrá que ver cuánto cumplen los Talibanes de su parte del acuerdo. La imagen del presidente norteamericano se ha desdibujado en medida apreciable, y es muy probable que esto repercuta negativamente para los demócratas en las elecciones venideras de medio término de 2022 y las presidenciales de 2024, lo que abriría las puertas a un retorno de los republicanos y de Trump, si finalmente decide lanzarse como candidato presidencial.

Lo que se cumple con este episodio de Afganistán, es lo que un analista escribía en The New York Times algunas semanas atrás: «Desde la II Guerra Mundial, EE.UU. no ha podido ganar una sola guerra». El desastre de Kabul, tras veinte años de conflagración inútil, así lo ratifica.

24 agosto 2021 27 comentarios 2.637 vistas
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