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Diosnara Ortega

Diosnara Ortega

Dra. en Sociología. Académica Escuela Sociología UCSH. Directora Revista Temas Sociológicos

Chile

La vía chilena al socialismo: lecciones de historia política o A quien pueda interesar

por Diosnara Ortega 11 septiembre 2021
escrito por Diosnara Ortega

 No hay una manera no-mitológica, no-ideológica,

de contar la historia de un país.

Richard Rorty[1]

***

El 10 de septiembre de 1970, seis días posteriores al triunfo de Salvador Allende, seis días de incertidumbre y remezón en las fuerzas políticas de Chile, llevaron al Partido Democracia Cristiana a negociar «garantías formales de preservación de la democracia». Esto sellaba un pacto con la Unidad Popular que implicaría la ratificación de Allende en el Congreso como Presidente de Chile.

La Constitución de 1925 establecía que, de no obtener mayoría absoluta, la elección debería realizarse en el Congreso Pleno entre los candidatos con más votación. El 36% de los votos a favor de Allende, obtenidos el 4 de septiembre, debía entonces competir con el 35% de los acumulados por Jorge Alessandri. Era así que la fuerza de la Democracia Cristiana se volvía decisora para la ratificación, o no, de Allende.

Entre el 4 de septiembre y el 4 de noviembre de 1970, la polarización se radicalizó y ocurrieron actos como el asesinato de René Schneider, Comandante en Jefe del Ejército. El 20 de octubre, dos días antes del atentado a Schneider, el Partido Demócrata Cristiano acuerda votar por Allende en el Congreso Pleno, donde fue elegido como presidente de la República por 135 votos a favor el 24 de octubre.

En el tiempo trascurrido desde el 24 de octubre de 1970 y hasta el 11 de septiembre de 1973, la resolución del conflicto político y los intereses de diversas fuerzas políticas, en jaque unos sobre otros; pasaron de la negociación al golpe, del Estatuto de Garantías Constitucionales a la instauración de una dictadura militar que duraría diecisiete largos años.

Los tres años de la Unidad Popular fueron de una política de cambios limitados por el diseño constitucional del Estado y la correlación de fuerzas (reformismo vs. revolución). La vía chilena al socialismo implicó algo bastante más que un programa con empanadas y vino tinto; fue una experiencia de «gobierno popular» desde «dentro del Estado», que combinó cambios estructurales en lo económico a la vez que no desconocía sus efectos de clase, aunque no pudo sobreponerse a ellos ni a las fracturas ideológicas dentro de la propia izquierda y centro izquierda.[2]

Esta «vía» no solo ponía en cuestionamiento la relación Socialismo-Democracia, Poder-Estado, dentro de las teorías sobre la transición al socialismo, sino a las propias experiencias históricas existentes (Moulian, 2006). Esto es: la experiencia de un socialismo democrático y no la importación de una dictadura del «proletariado» bajo el régimen de un partido único.[3]

Chile (1)

La combinación de medidas nacionalistas, democráticas y socialistas fueron el sello del programa de la UP. Al respecto pueden verse el Plan de Desarrollo para 1971 y el Programa Básico de Gobierno de la Unidad Popular, candidatura presidencial de Salvador Allende, aprobados por los partidos Comunista, Socialista, Radical, Social Demócrata, el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) y la Acción Popular Independiente, el 17 de diciembre de 1969.

El asalto no era solo al estado burgués sino al estado de los «socialismos reales». Se trató de un gobierno popular, no de un gobierno socialista, aunque el socialismo era uno de los ejes de su programa. Allende sabía que para alcanzar dicho socialismo solo la fuerza popular y democrática sería la vía.

El trauma histórico

La UP tuvo que cursar entre dos tendencias extremas: por un lado el movimiento Patria y Libertad, gestado el 13 de septiembre de 1970, organización ultraderechista cuyo primer objetivo fue bloquear el pacto entre la DC y el Partido Nacional y que luego constituyó el Frente Nacionalista Patria y Libertad (1971); por el otro, el Movimiento Izquierda Revolucionaria (MIR), organización de extrema izquierda (1965) favorable a la vía armada como vía de acceso al poder para construir una sociedad comunista.

La estrategia ecléctica al interior de la UP, y el liderazgo conciliador de Allende, que sacrificó consistencia programática[4] en aras de cohesión interna, provocaron la pérdida de hegemonía e inconsistencia del gobierno, implantando con ello una estrategia política del «empate». La «tendencia aliancista» de Allende, ha sido interpretada como uno de los factores que incidió en el debilitamiento del gobierno popular (Moulian, 2006).

Estos factores a lo interno no pueden ser comprendidos, a su vez, al margen de la crisis económica, la capacidad de reorganización de la derecha y el arrastre del partido centrista, las correlaciones de fuerzas externas al gobierno y el peso de clase en la configuración política de la cultura chilena. Pero fueron los errores internos —la puesta en riesgo de la legitimidad democrática de las reformas económicas sin reformas político-institucionales—, lo que hizo que la vía chilena dejara de ser, en el camino de la aceleración política, la vía chilena. El resultado: el 11 de septiembre.

Chile (3)

Bombardeo al Palacio de la Moneda de Chile, el 11 de septiembre de 1973.

El 11 de septiembre no puede ser apreciado únicamente como un hecho conspirativo –lectura bastante común y superficial desde cierta izquierda ortodoxa y acrítica—; fue también resultado del divorcio entre UP y las clases medias, de la entrada de la estrategia gremialista a lo político, y del deterioro de la «situación de clase» —no solo económica— de la clase media, así como de la relación político-militar mal asumida por instancias políticas que creyeron tener en las Fuerzas Armadas un instrumento táctico, sin comprender su carácter clasista, que la llevaría a responder a un proyecto político propio.

Aprender de los errores internos es vital en política; asimismo, no maximizar los efectos de los factores externos, controlar las teorías conspirativas del enemigo todopoderoso, desarrollar capacidad de análisis crítico y transformación oportuna y rápida, porque todos podemos tener un 11 en nuestras biografías.

Lecciones

Las fracturas políticas evidencian la imposibilidad del diálogo, que en política siempre significa negociación y confianza. Dicha imposibilidad descansa en varios hechos: la ruptura del consenso entre diversas fuerzas políticas y/o a su interior; poder desmedido de una de dichas fuerzas sobre el resto (poder autoritario), fragilidad de la hegemonía (sustitución por la dominación).

Ninguno de estos hechos-variables contempla directamente las formas de resistencia o el poder ciudadano, con toda intención: la democracia no depende tanto de los de abajo, sino de los de arriba controlados por los de abajo.

Chile tuvo un quiebre democrático y la instauración de una dictadura en la cual se suman más de 40 mil casos reconocidos como víctimas de prisión política, tortura, desaparecidos y ejecutados políticos durante diecisiete años (1973-1990) Comisión Valech II. ¿Fueron los chilenos y chilenas un pueblo poco resistente?

Chile (3)

Augusto Pinochet.

Las dictaduras no son «culpa» de sus pueblos, no son resultado de una ciudadanía débil. Las dictaduras son el resultado de poderes autoritarios que logran, a través de la negociación y la coacción, traficar parcelas de miedos y aspiraciones: el poder militar pasó, de ser instrumento al servicio de los sectores políticos de centro y derecha y de sectores gremialistas de clase media, a imponer su propio programa.

«La política está hecha de deseos y de miedos», decía Norbert Lechner.[5] Las dictaduras son regímenes donde el miedo se vuelve ente controlador de la biografía de las personas y también de la nación. De allí que la gestión del miedo sea una estrategia política por excelencia en estados dictatoriales. Pero el miedo no habla de la falta de valor, sino del exceso de terror.

Solo quienes tienen conciencia del terror, sus costos y por tanto han vislumbrado tácticas de resistencia o enfrentamiento a dicho terror, experimentan el miedo. Quienes tienen suficiente valor para confrontar el poder autoritario de una dictadura son los que llevan en sí mayores cuotas de miedo.

El 11 de septiembre representa, en los imaginarios y la memoria política de chilenos y chilenas, un trauma. Como tal es procesado y revivido cada septiembre. El trauma social del 11 remite directamente a la fractura de una nación, la actualización del miedo y las formas en que este país ha encontrado para lidiar con ello: democracia y libertad. Una libertad que no ponga en riesgo la democracia, una democracia que se haga fuerte ampliando la libertad.

Los traumas históricos tienen costos políticos. De ahí la importancia de gestionar políticamente el conflicto. La imposibilidad de lograrlo y la imposición de la fuerza represiva ante una situación de conflicto político puede llevar directamente al trauma, y el peso de esto en la historia hacia adelante es altamente costoso para los de abajo, y para los de arriba, que un día ya no serán los de arriba y tampoco podrán ser los de abajo.

***

[1] Richard Rorty: Achieving our Country, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1998.

[2] Según analiza Tomás Moulian, en junio de 1972 se producen dos rupturas que comienzan a poner a la gobernabilidad al límite: el fracaso de las conversaciones con la Democracia Cristiana y su apoyo al Área de Propiedad Social (APS), y el cambio en la conducción del plan económico (Plan Millas). Al respecto apunta: «El énfasis programático estuvo puesto en la construcción de esa área [APS] como si se pensara que el requisito único o principal de existencia del socialismo era la propiedad estatal de los medios de producción». (T. Moulian: Fracturas. De Pedro Aguirre Cerda a Salvador Allende (1938-1973), Santiago de Chile LOM/ARCIS, 2006, p. 244).

[3] Desde 1933 el Partido Comunista había expresado la necesidad de una etapa de carácter democrático-nacional. Ver Luis Corvalán: Camino de Victoria, Santiago, Impresora Horizonte, 1971. (Referenciado por Moulian (2006). Analiza el período 1964-1970).

[4] El programa de gobierno priorizó y fue consistente con las reformas económicas y cambios estructurales en la economía chilena, procesos de expropiación y nacionalización que fueron su punta de lanza. Sin embargo, se pospusieron las reformas político-institucionales sin las cuales no es posible un cambio de modelo, al menos asegurando su dimensión democrática. La transición socialista implica ante todo un cambio en las estructuras mentales, en la cultura política, y en la organización político-institucional desde donde las fuerzas productivas entrarán en franco proceso de transformación, o no.

[5] N. Lechner: Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política, Santiago de Chile, FLACSO, 1988.

11 septiembre 2021 20 comentarios 2k vistas
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Chile 1

Chile, a la izquierda de las izquierdas

por Diosnara Ortega 20 mayo 2021
escrito por Diosnara Ortega

La noticia más importante de la semana en la región estuvo protagonizada por Chile con su histórica votación del fin de semana pasado, donde se celebraron, en dos jornadas, tres importantes elecciones: las municipales de alcaldes/alcaldesas y concejalas/es, las de Gobernadores/as Regionales, y las elecciones de constituyentes a la Convención que redactará la nueva Carta Magna. Estas dos últimas, nuevas en la historia electoral y constitucional chilenas. Conversemos sobre una de ellas.

¿Por qué es tan importante la elección de Constituyentes en Chile?

La elección de la Convención Constituyente marca un hito en la historia del constitucionalismo nacional y mundial y en la tradición política de Chile. En primer lugar, mediante ella se redactará una nueva Carta Magna que pondrá fin a la Constitución de 1980 y sus más de cincuenta reformas.

El hecho de que el mecanismo sea mediante una Convención Constituyente, con plebiscito de entrada y salida, le otorga la mayor legitimidad democrática en la historia de las constituciones chilenas. Por otro lado, la promulgación de la Ley 21200, el 23 diciembre 2019, permitió modificar ampliamente las condiciones para la reforma constitucional, especialmente en lo referido al procedimiento en tal sentido y a la conformación de la Convención Constitucional o Mixta. 

Los tres principales logros fueron: (1) la paridad de género dentro de la Convención, que la convierte en el primer órgano constituyente que logra este requisito dentro del constitucionalismo a nivel mundial. (2) Se lograron 17 escaños reservados para los pueblos originarios, que es un conflicto central dentro del Estado chileno y su sistema de representación política. (3) Se aprobó la existencia de listas de candidatos independientes, dentro y fuera de listas/pactos y partidos.

Para mantenernos entretenidos

Todo ello ha sido consecuencia de un conflicto social entre ciudadanía, gobierno y fuerzas políticas partidistas —tanto oficialistas como de oposición—, que puso al país, en octubre de 2019, en una situación de crisis política e inseguridad inéditas desde el fin de la dictadura. El estallido social del 2019 tuvo como incentivo inmediato el alza en treinta pesos al pasaje del metro en horario punta, pero su origen fue la acumulación de treinta años donde la desigualdad social creció, el Estado se mantuvo y fortaleció como un Estado subsidiario.

Cabe mencionar que veintitrés años de estas tres décadas estuvieron bajo los gobiernos de la Concertación (1990-2010) y la Nueva Mayoría (2014-2018), las izquierdas oficialistas chilenas.

La elección de Constituyentes fue el resultado de una salida institucional y democrática a una situación de conflicto social y político bajo un estado de excepcionalidad constitucional, decretado por el presidente de la República el 19 de octubre de 2019. El Acuerdo por la Paz y la nueva Constitución, firmado el 15 de noviembre del propio año por partidos políticos, tanto de derecha como izquierda, así como por diputados a nombre individual, posibilitó no solo la desescalada del conflicto, sino abrir en modo histórico la opción de refundación política del país.

Estas son dos de las enseñanzas que Chile deja a la democracia: (1) cómo ante la agudización del conflicto, llegados a un nivel de militarización y de suspensión de los derechos constitucionales, la política y la institucionalidad siguieron siendo una vía de resolución. (2) Se trata sí, de una política en que las partes están dispuestas al diálogo y la negociación, donde no se excluyan y donde los partidos siguen teniendo un rol central en el curso de la sociedad. «La calle» marcó una ruta, el gobierno dispuso la suya, pero los partidos salvaron al país de ambos extremos.

Protesta-Chile

Durante las protestas de 2019 uno de los reclamos fue el de dotar al país de una nueva constitución (Foto: Portico)

Si se tienen 155 constituyentes elegidos democráticamente, 48 de los cuáles obtuvieron sus escaños organizados en listas de independientes, esto es, sin afiliación partidista; se debe fundamentalmente al rol que tuvieron los partidos, que se la jugaron la larga noche del 15 de noviembre de 2019.

Es un dato que no podemos menospreciar y que permite: 1- no sobredimensionar el liderazgo de los/as independientes; 2- no minimizar el peso que continúan teniendo los partidos en la política dentro del país, aun cuando se trate de partidos en crisis, con problemas serios de liderazgos, de recambio generacional y corrupción, entre otros. Pero son partidos dispuestos a negociar entre extremos.

Un resultado no menor, fue que el Partido Demócrata Cristiano —partido bisagra en la transición a la democracia y que gobernó durante toda la década del noventa—, logró solo 2 escaños dentro de la Convención, uno de ellos el correspondiente a Fuad Chaín, su presidente, quien acaba de renunciar a la jefatura del Partido la noche del pasado 18 de mayo.

Por otro lado, el Partido Socialista consiguió 15 constituyentes de los 25 escaños alcanzados dentro de la Lista del Apruebo, que nucleó a los partidos de izquierda, menos al Partico Comunista (PCCH), al Frente Amplio (FA) y a la Federación Regionalista Verde Social (FRVS) (Lista Apruebo Dignidad), esta última con 28 escaños.

Listas, pactos y partidos: una fórmula más democrática

Uno de los aprendizajes que Chile nos deja en estas elecciones y su proceso constituyente, es la posibilidad de reinventar fuerzas y fórmulas que salven a la democracia, incluso cuando ello implique poner en crisis a ciertas instituciones o actores. La historia demuestra cómo la democracia y los derechos colectivos deben estar al centro de la vida política y la institucionalidad, y no viceversa. Se puede y se debe sacrificar al Partido pero no a la Democracia. Se puede y se debe sacrificar el Programa pero no el Proyecto.

Las réplicas que estamos observando tanto dentro de los partidos de la derecha, como de la izquierda y la centro- izquierda, evidencian la efectividad de estas nuevas fórmulas para incluir nuevos actores y lograr que las instancias decisoras se parezcan más al país real. La Convención ha instalado con fuerza constituyentes jóvenes, acorde con quienes lideran el recambio político en Chile (15 escaños lo ocupan jóvenes entre veintiuno y treinta años, y 62 escaños están en el rango etario de treinta y seis a cuarenta y cinco) y con una presencia de casi el 50% de mujeres.

Las luchas por las reivindicaciones

La opción de producir listas y pactos que permitieron la inscripción de candidatos/as constituyentes tanto desde los Partidos como independientes de estos, dio cabida a una ciudadanía que no se reconoce dentro del esquema duopólico de la política ni tampoco dentro de terceras fuerzas, por el principal hecho de que el «partidismo» acumula un descrédito social importante.

Se suma a ello el hecho sociológico de que, en contextos de grandes movilizaciones políticas, los movimientos sociales y demás actores emergentes que suelen identificarse simbólicamente como «la calle», se constituyen como ese actor de resistencia expresión pura del pueblo. Pero ojo, es solo un momento, como dice la canción.

Optar por la vía de la institucionalidad política representativa o de «la calle», es siempre una actitud excluyente, en la que uno de los polos es negado a priori por el otro. Chile cuenta con una larga trayectoria de polarización y de sus costos. La vía chilena al socialismo, aun cuando radical para los sectores que promovieron su desaparición, fue precisamente un ejemplo de esa izquierda que buscó —por la fórmula democrática, pacífica y del diálogo/negociación con sectores ideológicamente diversos —, la refundación del pacto social.

Los resultados de las Listas, Pactos, Partidos y Constituyentes independientes dentro y fuera de ellos en las pasadas elecciones, muestran un pluralismo político que evidencia la crisis de los partidos políticos, no así de la pluralidad de pensamiento y proyectos políticos y sociales.

Chile

Elaboración propia. Fuente: Datos SERVEL

Chile se coloca nuevamente en la historia dando cuenta de cómo la salida democrática es posible ante el antagonismo y la polarización extremos. Vuelve a decirle a esa izquierda dura, que abrirse a las demandas sociales y políticas de la ciudadanía, de movimientos y organizaciones de base, puede poner en riesgo la institucionalidad política, y de hecho lo hace, pero no al campo político. No todos los pobres son democráticos y no todos los ricos son autoritarios, no todos los independientes son de izquierda y no todos los constituyentes asociados a Listas y pactos con base en los partidos traicionarán «la calle».

La política hace mucho desbordó a los partidos. Solo insisten en la fórmula de crear más partidos aquellos países donde tienen una deuda con ello, pero la verdad es que la política se juega ya hace mucho desde otras canchas.

Las izquierdas que insisten en la fórmula del partidismo como única vía, o peor, del Partido único, deberían escuchar si, como Chile, quieren sobrevivir al terremoto que tarde o temprano se impone. Lo peor/mejor en todo caso no es el terremoto, son las réplicas que siguen.

20 mayo 2021 40 comentarios 3k vistas
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