Hace 6 años, en el 2017, Graham Allison, profesor e investigador de la Universidad de Harvard, sorprendió al mundo académico con los resultados de su más reciente investigación, titulada Destined For War: Can America and China Escape Thucydides’s Trap?.[1] Según este estudio, Estados Unidos y China podrían estar ya atrapados en la llamada «trampa de Tucídides». Este paradigma postula que, en un sistema global dado, la mayoría de los procesos históricos internacionales en que ha surgido y se ha desarrollado una gran potencia emergente que ha desafiado la hegemonía previamente establecida por otra, ha terminado en un enfrentamiento armado entre ambas. Para el profesor Allison ese tortuoso camino podría ser al que están abocados ambos gobiernos si no toman medidas para «escaparse». [2]
En los dos últimos capítulos de su libro, propone buscar estrategias para resolver las desavenencias sin apelar a la guerra. Lamentablemente, como otras especulaciones académicos en Estados Unidos, las propuestas parten todas de que Washington mantenga su hegemonía.
Quizás ese complejo panorama («trampa» e intento de escaparse de ella sin ceder hegemonía) podría ser lo que está intentando hacer Washington con Beijing en fecha reciente.
En el plazo de las últimas tres semanas, dos relevantes miembros del Gabinete de Joe Biden, Antony Blinken y Janet Yellen, secretarios de estado y del tesoro respectivamente, han visitado la capital china. Esta actividad diplomática inusitada ha recabado la atención de los principales medios de comunicación. Hacía más de 4 años que ningún funcionario gubernamental norteamericano de ese nivel pisaba la milenaria ciudad que aún atesora edificaciones que fueron alguna vez el centro de la otrora gran civilización del «Imperio del Medio».

Secretario de Estado norteamericano Antony Blinken y ministro de relaciones exteriores chino Qin Gang / Tomada de El Mundo
La parte china ha tenido por lo general una actitud favorable a este tipo de diálogos, aunque el 29 de mayo se conoció que no había aceptado una invitación del Secretario de Defensa norteamericano, Lloyd Austin, para una reunión bilateral con su homólogo, General Li Shangfu, en el marco de un cónclave multilateral sobre temas de seguridad en Asia que tuvo lugar en Singapur. La razón para ello es que en el 2018 Washington impuso sanciones al general Li como respuesta a una alegada venta de material letal a Rusia.
Fue en este contexto que se supo de las visitas de Blinken y Yellen a la capital china. La propia administración Biden ha enfatizado que el objetivo primordial de ambos periplos es limar asperezas y reducir la posibilidad de una agudización de los antagonismos existentes, restableciendo y sosteniendo un diálogo al más alto nivel con el gobierno del país que se ha convertido en su más importante rival global en las actuales circunstancias. Por tanto, parecería que estas iniciativas estadounidenses estuviesen dirigidas a intentar escaparse de la «trampa de Tucídides».
Otros enfoques: «la tragedia de la política entre grandes potencias» de John Mearsheimer
En el complejo entramado geopolítico resultante de la guerra ruso-ucraniana, en la cual Estados Unidos ha invertido y se juega tanto, se ha convertido en una necesidad imperiosa de la actual administración buscar una avenencia con China, cuya posición ante el conflicto está determinada en última instancia por su alianza con Rusia. Tanto Xi Jinping como Vladimir Putin cuestionan y desafían, cada cual en sus circunstancias y a su manera, el proyecto norteamericano de imponer su dominación unipolar por medio del establecimiento de un llamado «orden global liberal».
Para el gobernante ruso, la suerte ya está echada desde la noche del 24 de febrero del 2022 cuando inició lo que designó como «una operación militar especial» contra Ucrania. Lamentablemente escogió el camino de la agresión y la guerra. No se sabe cómo terminará este conflicto, pero de lo que sí no hay dudas es que, por el momento, la vía diplomática se ha cerrado violentamente entre Moscú y Washington.

Tomada de Liga Internacional Socialista
Para el líder chino, sin embargo, no parece que el camino pase por un conflicto armado, por más que sectores de poder norteamericanos lo traten de provocar. Tampoco su apoyo a Vladimir Putin debe conducirlo irremediablemente a intervenir en la guerra del lado ruso. Lo que está en el interés de China es que prevalezca la diplomacia y así ha intentado hacerlo infructuosamente hasta ahora. Pero los líderes chinos culpan a las autoridades norteamericanas del deterioro de las relaciones, acusándolas de seguir aplicándole sanciones al gigante asiático para impedir su natural desarrollo tecnológico y económico.
Por ello, no es de extrañar que chinos y norteamericanos, pero especialmente estos últimos, busquen materializar la hoja de ruta pactada por los presidentes Xi Jinping y Joe Biden en la reunión bilateral que sostuvieron durante la Cumbre del G20 en Bali, Indonesia, en noviembre de 2022, la primera entre ambos mandatarios desde que el segundo asumió la primera magistratura estadounidense en enero del 2021.
Pero no ha sido un camino de rosas llegar a este punto. Como se recuerda, la visita de Blinken, inicialmente pautada para febrero de este año, fue pospuesta a última hora debido al «incidente de los globos espías». Con ello se retrasó el cumplimento de lo acordado en Bali.
Aún sin aceptar la «trampa de Tucídides», como un paradigma válido para el análisis, hay que reconocer que la agudización del conflicto entre China y Estados Unidos no es para nada imprevisible, como ha sostenido el profesor John J. Mearsheimer. Cualquier estudioso de la historia de las relaciones internacionales lo hubiera podido prever a partir de lo que este pensador realista ha llamado «la tragedia de la política entre grandes potencias»..[3]

Tomada de BBC
Mearsheimer, quien tiene un bien ganado prestigio como analista de la política exterior norteamericana y es un destacado teórico de la corriente realista en la teoría de las relaciones internacionales ha criticado el enfoque liberal de la política de su país hacia China. Lo ha hecho en un intercambio muy interesante con el académico chino Wang Yiwei, en un material publicado por Global Times, titulado «No flashpoint in Cold War as dangerous as Taiwan is today’ – Mearsheimer, Wang Yiwei on whether China, US can avoid tragedy of great power politics». Desde el punto de vista de Mearsheimer, el conflicto sino-norteamericano emerge no sólo de la realidad de que son dos grandes potencias rivalizando por la hegemonía sino porque el punto de vista de Washington está matizado por haber adoptado una visión liberal de su política exterior, para la cual es inadmisible que su competidor sea un país con un modelo económico y político totalmente antagónico.
China-Estados Unidos: ¿Una «nueva guerra fría»?
Ni por separado ni en su conjunto, la «trampa de Tucídides» ni el modelo de «la tragedia de las grandes potencias» de Mearsheimer han sido satisfactorias para explicar el conflicto sino-norteamericano ni para buscar una solución que evite un enfrentamiento armado. Las desavenencias entre China y Estados Unidos han llevado a tal nivel de aspereza que poco a poco se le ha ido calificando como una «nueva guerra fría», comparándosele con el enfrentamiento que opuso a Estados Unidos y la Unión Soviética entre 1947 y 1991, fecha esta última en que la segunda implosionó y desapareció como principal adversario del hegemón estadounidense.
Uno de los primeros en hacer notar la similitud del conflicto actual con el que dominó las relaciones internacionales después de la Segunda Guerra Mundial fue precisamente uno de los más conocidos historiadores de la Guerra Fría, el profesor Odd Arne Westad, de origen noruego y actualmente enseñando en la Universidad de Yale, donde integra el Jackson School of Global Affairs. Westad tiene el aval no sólo de haber escrito una de las más importantes historias de la guerra fría, de la cual hay una edición en español (La Guerra Fría: Una historia mundial), sino también una historia de las relaciones de China con el mundo (Restless Empire: China and the World Since 1750) y un recuento del papel que jugaron los conflictos en el Tercer Mundo durante la guerra fría (The Global Cold War: Third World Interventions and the Making of Our Times).

Tomada de BBC
En el 2019 Westad escribió un artículo para la revista Foreign Affairs, que tituló «The Sources of Chinese Conduct» (Las fuentes de la conducta china) en el cual adoptó una posición ambigua preguntándose si las diferencias entre lo sucedido en 1948-1991 en las relaciones soviético-norteamericanas no eran lo suficientemente significativas como para poder evitar una «nueva guerra fría». No obstante, Westad bautizó su artículo con un nombre (The Sources of Chinese Power: Are Washington and Beijing Fighting a New Cold War?) que recordó el escrito George Kennan y publicado en 1946 por la propia Foreign Affairs, que muchos especialistas consideran como el disparo de salida de la «guerra fría» (The Sources of Soviet Conduct)
Dos estudios publicados este año por académicos del Tercer Mundo vinculados a las izquierdas globales, consideran que ya se está en una «nueva guerra fría». Uno es Guerra Fría 2.0 Claves para entender la nueva política internacional, del argentino Mariano Aguirre. El otro es The New Cold War: The United States, Russia, and China from Kosovo to Ukraine del marxista libanés Gilbert Achcar, colaborador de Noam Chomsky y de Tariq Ali. Pero tanto uno como otro ven la «nueva guerra fría» como un conflicto triangular (Achcar incluye a Rusia) y hasta cuadrangular (Aguirre incluye a Rusia y a la Unión Europea).
En el 2021, Foreign Affairs pareció aceptar que se estaba ya en una «nueva guerra fría» y, lo que es más, pareció insinuar que la responsabilidad la tenía Estados Unidos. Le dedicó al tema su último número bimensual con el título de: The Divided World: America’s Cold Wars, ilustrando su portada con las efigies desafiantes de Xi Jinping y Joe Biden.
El contexto histórico
Para comprender mejor la naturaleza de este conflicto específico, aquí sería conveniente recordar cómo uno y otro, Estados Unidos y China, se convirtieron en las grandes potencias que son en la actualidad. Hay importantes diferencias que ayudan a explicar la forma y los métodos con los que Beijing y Washington enfocan diferenciadamente esta «nueva guerra fría».
La historia del surgimiento y auge de Estados Unidos como principal potencia imperialista mundial, a partir del impetuoso crecimiento de su modelo capitalista de desarrollo en el siglo XIX y de su agresiva política internacional en el siglo XX y lo que va del XXI, es bastante conocida entre nosotros los cubanos, pues hemos sido objetos de esta.
Hay claros indicios de que desde su fundación, las clases dominantes y élites de poder de la «república imperial», como la llamó en 1974 el influyente pensador liberal francés Raymond Aron, buscaron la hegemonía mundial y no cesaron hasta que lo lograron, bautizándolo con el título aparentemente inocuo de «orden liberal global».
En ese camino, parafraseando a Simón Bolívar, las élites de poder estadounidenses no tuvieron escrúpulo alguno en desencadenar guerras, aplastar resistencias, intervenir abiertamente en los asuntos internos de otros países, aplicar sanciones económicas a países más débiles, y muchos desmanes más. En el proceso establecieron un gigantesco entramado de bases militares y navales a lo largo y ancho del mundo. Este entramado es particularmente denso en regiones del Pacífico Oriental cercanas a la frontera marítima de China.

Tomada de El Semanario
Lo que quizás se conozca menos en Cuba es que uno de los cursos de acción imperialistas más claros que Estados Unidos siguió a lo largo de los años fueron los intentos de penetrar el gigantesco mercado chino, comenzando por la llamada «Política de Puertas Abiertas» (1899),[4] por la cual exigió a las demás potencias coloniales espacio para explotar a esa nación. Estas potencias le habían impuesto al otrora gran imperio de la Dinastía Qing (también conocida como Manchú) los llamados «tratados desiguales», que convirtieron al gran país en una especie de protectorado, humillando y aplastando al pueblo chino.
Resumiendo una larga y compleja historia de resistencia, revolución y auge de China como gran potencia mundial, puede decirse, corriendo el riesgo de hacer una generalización que deje muchos acontecimientos fuera, que la que hoy se designa como República Popular es ante todo un Estado que nació de uno de los movimientos de liberación nacional y revoluciones socialistas más importantes que triunfaron en países del Tercer Mundo después de la Segunda Guerra Mundial.
El ascenso de China a los primeros planos de las Grandes Potencias en el sistema internacional es, por tanto, muy distinto al de Estados Unidos. Alcanzada la liberación y proclamada la fundación de una república socialista, el gobierno chino intentó alcanzar la posición que su tamaño y poderío le hacían acreedor, pero no fue sino en la década de 1970 en que se iniciaron las reformas que han sustentado su desarrollo económico y tecnológico.[5]
Apoyándose en esas premisas, China condujo una diplomacia efectiva, aprovechando sus fortalezas entre países del Tercer Mundo y neutralizando a sus antiguos adversarios occidentales y a Japón. La República Popular también sufrió la agresividad estadounidense, hasta que Washington cambió su política con las visitas de Henry Kissinger (entonces secretario de Estado) y del presidente Richard Nixon en 1971 y 1972 respectivamente. Este giro en la política norteamericana estaba basado en el cálculo de que podrían beneficiarse con el giro anti-soviético de la posición china dentro del campo socialista, y hasta influir sobre una evolución del gigante asiático hacia el capitalismo.
Richard Nixon y Mao Zedong / Tomada de Union-Tribune en Español
Sin embargo, aunque inicialmente exitosa, esta táctica eventualmente fracasó en la medida en que las élites chinas persiguieron sus propios intereses y defendieron valores que no tenían nada que ver con ese «orden liberal» al que aspiraba Estados Unidos. No se comprendía que los padres y abuelos de los actuales líderes en Beijing fueran parte de una gesta popular contemporánea contra el imperialismo. Eso ha marcado la actuación de la diplomacia china en el escenario internacional.
A manera de conclusión
El recuento de sólo algunos de los enfoques académicos norteamericanos sobre el actual conflicto entre China y Estados Unidos nos permite ver la complejidad del problema y lo dificultoso que puede resultar evitar un enfrentamiento armado. La buena noticia es que en fecha reciente tanto Beijing como Washington parecen haber decidido que sería conveniente buscar el camino de la negociación diplomática para limar asperezas y entenderse mejor. Pero esa es otra historia.
Notas
[1] Traducción: Condenados a la guerra: ¿Pueden Estados Unidos y China escapar de la trampa de Tucídides? Se han publicado versiones en portugués y francés pero lamentablemente no en español.
[2] Allison es muy conocido desde que en 1971 publicó por primera vez The Essence of Decision: Explaining the Cuban Missile Crisis, considerado en su momento la mejor investigación sobre el proceso de toma de decisiones del presidente John F. Kennedy y sus colaboradores durante la Crisis de Octubre o Crisis de los Misiles de 1962.
[3] John J. Mearsheimer, «The Inevitable Rivalry: America, China, and the Tragedy of Great-Power Politics», en Foreign Affairs, November/December 2021, Vol 100, No. 6, New York, Pags. 48-59.
[4] Se conoce con este nombre la nota oficial que el Secretario de Estado de Estados Unidos, John Hay, dirigió a la Cancillerías de Francia, Alemania, Gran Bretaña, Italia, Japón, y Rusia el 6 de septiembre de 1899 con la exigencia que los puertos chinos que esos imperios controlaban fueran abiertos al comercio norteamericano.
[5] Los interesados pueden comprobar esta historia en el excelente recuento de Odd Arne Westad, al que se hizo referencia más arriba: Westad, Odd Arne, Restless Empire: China and the World Since 1750, New York, Basic Books, 2012