La Joven Cuba
opinión política cubana
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto
Autor

Carlos Alzugaray Treto

Carlos Alzugaray Treto

Embajador y Profesor Titular retirado, analista internacional independiente y ensayista

Un contexto pesimista: las relaciones Cuba-Estados Unidos a principios del 2023

por Carlos Alzugaray Treto 9 marzo 2023
escrito por Carlos Alzugaray Treto

Una vez más los vaticinios de que las relaciones cubano-norteamericanas comenzarían a mejorar definitivamente este año, han sido desmentidos por la realidad en el terreno.

Como ha quedado demostrado a lo largo de los últimos 64 años, en una relación tan asimétrica entre vecinos cercanos, lo que puede hacer La Habana para modificarlas es muy poco en comparación con lo que puede hacer Washington. Por eso, el actual contexto está marcado por una clara hostilidad del gobierno norteamericano hacia el cubano y una política de «guerra fría» desde aquel hacia este.

Esa política la inauguró Donald Trump en 2017, cuando revirtió el breve momento de normalización que Raúl Castro y Barack Obama inauguraron en diciembre de 2014. A pesar de la buena disposición del gobierno cubano para retomar ese camino de normalización, tanto bajo Donald Trump como bajo Joe Biden, su sucesor, la relación sigue congelada en un conflicto al que Obama intentó poner fin sin éxito.

Se había pensado que con el reinicio de las conversaciones migratorias en abril de 2022, y su continuación a fines de año, las crecientes demandas de actores domésticos (representantes demócratas en el Congreso) e internacionales (nuevos gobiernos en Colombia y Brasil y la Cumbre de la CELAC, en Buenos Aires) para que Cuba fuera retirada de la lista de países promotores del terrorismo del Departamento de Estado; así como la aplastante derrota demócrata en las elecciones parciales en Florida, que la sacaba definitivamente de la lista de Estados en disputa (battleground states); se produciría un clima favorable para que el presidente Biden al fin se distanciara clara y definitivamente de las políticas de «guerra fría» contra Cuba restablecidas por Donald Trump en junio del 2017.

Contexto

El presidente Donald Trump muestra una orden ejecutiva firmada rodeado de miembros del gabinete y simpatizantes en Miami el 16 de junio de 2017. (Foto: Lynne Sladky / AP)

Se esperaba también que eso llevara a la administración a adoptar una política propia hacia Cuba que se acercara más a la de Barack Obama, quién célebremente proclamó en marzo del 2016 durante su visita a La Habana, que había venido a poner fin al último conflicto de la Guerra Fría.

Aunque la administración ha introducido dos o tres cambios cosméticos en su política hacia la Isla en las últimas semanas, aún quedan al menos tres medidas tomadas por Trump que el actual presidente demócrata no ha tocado: el mantenimiento de Cuba en la lista de estados promotores del terrorismo; la autorización de que ciudadanos cubano-americanos que eran cubanos cuando sus propiedades fueron nacionalizadas en los primeros tres años de la Revolución acudan a los tribunales norteamericanos para pleitear contra inversionistas extranjeros que estén explotando esas propiedades en coinversión con entidades cubanas (Titulo III de la Ley Helms-Burton, suspendido por todos los presidentes republicanos y demócratas entre 1996 y 2019); y la creación de una lista restringida de hoteles donde ciudadanos norteamericanos que viajen legalmente a Cuba no se pueden alojar.

Esta última medida es tan abarcadora que en La Habana hay uno sólo excluido de la lista. Téngase en cuenta que ello refuerza la prohibición de viajar, excepto a las personas que puedan clasificarse en las doce categorías autorizadas, una regulación de por sí bastante engorrosa. Recuérdese que Obama la echó por la borda mediante la aprobación de una licencia general que, junto a permitir las visitas de cruceros norteamericanos a puertos cubanos, tuvo un impacto decisivo en el aumento de visitantes norteamericanos. Esto, a su vez, influyó también en el auge de los negocios privados, perceptible en la Cuba del 2015-2016.

Tres o cuatro acontecimientos en la última semana demostraron que la administración Biden tiene muy pocas intenciones de distanciarse claramente de las políticas de guerra fría que giran alrededor de la aplicación de la presión máxima por medidas coercitivas unilaterales en lo económico y fomento de la subversión en lo político para producir el ansiado «cambio de régimen».

En rápida sucesión, Washington, a pesar de la solicitud oficial de devolución del gobierno cubano, otorgó asilo político a un piloto cubano que cometió un claro delito de secuestro de nave aérea, lo que viola distintos acuerdos bilaterales y multilaterales; canceló, a mitad de su desarrollo, la visita de un grupo de funcionarios cubanos invitados a Estados Unidos dentro del acuerdo de cooperación sobre seguridad portuaria y navegación marítima; y continuó listando a Cuba entre los estados promotores del terrorismo en el informe anual sobre el tema que cubría el año 2021, publicado hace unos días por el Departamento de Estado.

En lo que va de 2023, se han dado algunos pasos que no por positivos dejan de ser muy tímidos, si se tiene en cuenta el negativo estado en que la administración Trump dejó las relaciones. Ellos fueron la reapertura parcial de los servicios consulares de la embajada norteamericana en La Habana, cerrados desde 2017 debido a los supuestos «ataques acústicos», y el restablecimiento de un canal regular para el envío de remesas desde Estados Unidos. No pocos analistas han señalado que la Casa Blanca evitó comentar el informe de la comunidad de inteligencia que exoneraba a la Isla en el tema de los falsos «ataques».

Desde el primer momento el gobierno cubano aseguró que no tenía nada que ver con los «incidentes sónicos» que la administración Trump adujo como excusa para cerrar los servicios consulares en La Habana. Asimismo, ofreció toda la cooperación necesaria y puso a disposición de los investigadores norteamericanos las facilidades imprescindibles para llevar a cabo su trabajo en territorio cubano. Lo menos que  merecían tanto el gobierno como los miles de ciudadanos cubanos afectados por la medida, era una disculpa pública oficial de la Casa Blanca y del Departamento de Estado. Eso no se produjo.

Contexto

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump y el líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, dijo que creía que el Gobierno de Cuba estaba detrás de los presuntos ataques sónicos contra diplomáticos estadounidenses en la isla. (Foto: Kevin Lamarque / Reuters)

Por otra parte, a fines del 2022, funcionarios del Departamento de Estado adelantaron a distintas fuentes que la administración preparaba un paquete de medidas para facilitar el acceso del sector privado cubano a productos e insumos en Estados Unidos. Todo indica que la iniciativa, que se daba por hecha una vez pasaran las elecciones parciales de noviembre del 2022, ha sido pospuesta sine die.

La administración Biden se ha metido en un callejón sin salida del cual le será difícil salir si no define claramente su posición ante el gobierno cubano. O acepta su legitimidad y amplía la cooperación para avanzar en el proceso de normalización, como hizo el presidente Obama, o acepta el precepto central de la ya fracasada política de «guerra fría», que tiene como centro deslegitimar al gobierno y coaccionar al pueblo cubano para lograr el cambio de régimen. Este es un dilema del cual ninguna administración demócrata ha podido escapar.

Los presidentes Jimmy Carter y Bill Clinton intentaron evadirlo con «medias tintas» y fracasaron. El presidente Barack Obama lo solucionó de la única forma que se puede: dijo claramente que Estados Unidos no tenía ni la intención ni la posibilidad de imponerle a Cuba un cambio y que ese cambio dependía exclusivamente de los cubanos. Estos pronunciamientos, que se sumaron a su conocida posición de oponerse a las sanciones económicas, comerciales y financieras contra la Isla desde 2004, cuando era Senador por Illinois, no le impidieron al mandatario ganar el estado de Florida, tanto en 2008 como en 2012.

Según Juan González, director de América Latina del Consejo de Seguridad Nacional en la Casa Blanca, la política de Biden hacia Cuba, se ha acordado ya, y no será ni como la de Trump ni como la de Obama. O sea, una «tercera vía», emulando los intentos fallidos de Carter y Clinton. Como aquellas políticas, tiene el claro inconveniente de que no se desmarca del propósito de provocar el derrocamiento del gobierno cubano mediante una combinación de presiones económicas y subversión política. Dado que ese objetivo ha demostrado ser inalcanzable después de reiterados intentos de reforzar la coacción y la subversión, cualquier administración que lo adopte sucumbirá ante las presiones de la derecha en el Congreso, pues siempre se le reprochará que no logró lo que proponía.

Es probable que lo que se vea en los próximos meses, y sobre todo durante el año electoral 2024, sea una administración Biden sin una idea clara de qué es lo que quiere con Cuba: normalización y cooperación o guerra fría y cambio de régimen. Como esta última fue la que le dejó Trump en vigor cuando emitió su directiva presidencial de 2017, por la cual revirtió la de Obama de 2016, no queda más remedio que adoptar un enfoque pesimista.

Más allá de la tendencia hacia las prácticas de «guerra fría» de sus colaboradores, en última instancia el responsable de ello es el propio Biden, quien no ha sabido liderar la política hacia Cuba, como hizo el presidente Obama en sus dos mandatos.

No hay a la vista un gobierno norteamericano que asuma el reto de volver a la vía de la normalización iniciada por el presidente Obama. Mucho menos será eso concebible si el gobierno cubano no supera la crisis económica, social y política que embarga al país y no logra que el mismo avance decididamente por el camino de la prosperidad.

Entre los adversarios más furibundos del gobierno cubano en Estados Unidos, la crisis actual fomenta la narrativa de que la sociedad cubana ahora sí es vulnerable a las sanciones y es el momento de apretar y no aflojar para lograr el cambio de régimen. En un contexto en que las elites norteamericanas han abrazado la “nueva guerra fría” como principal “modus operandi” en política exterior, es presumible que esa narrativa ha sido asumida por el entorno de Biden y hasta por el propio presidente.

La fórmula que posibilitaría al gobierno cubano contrarrestar esta manera de pensar es encarrilar el país de manera categórica en el camino de la prosperidad, acometiendo con audacia y rigor las reformas aprobadas. Esta estrategia sería mucho más efectiva si ello se hace en alianza mutuamente respetuosa y beneficiosa con los emprendedores privados, la sociedad civil y la ciudadanía en general. No se puede olvidar que en un eventual proceso de normalización pudiera haber la pretensión de fomentar el distanciamiento entre gobierno y sociedad civil.

Altos funcionarios cubanos han vuelto a demandar que se cambie la vieja mentalidad. Una de las manifestaciones de esta última es la de posponer cambios inevitables pero riesgosos o incómodos para ganar tiempo. La vida, siempre terca, ha demostrado en estos años que esa táctica no funciona más.

9 marzo 2023 37 comentarios 1,6K vistas
1 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
Cuba-EEUU

Relaciones Cuba-EEUU desde un nuevo enfoque

por Carlos Alzugaray Treto 11 marzo 2021
escrito por Carlos Alzugaray Treto

El pasado 16 de febrero el Cuba Study Group hizo su aporte al creciente debate sobre la política que el presidente Joe Biden puede seguir hacia Cuba. Lo hizo a través de un detallado documento de 37 páginas de recomendaciones que su Director Ejecutivo, Ricardo Herrero, presentó a la prensa de Miami el 16 de febrero. El documento tiene un título quizás demasiado largo: «Relaciones entre Estados Unidos y Cuba en la Era Biden: Un argumento para lograr la resiliencia en la política de acercamiento como medio de brindar apoyo a largo plazo al pueblo cubano». Pero si largo es el título, amplias son las recomendaciones

Fundado en el 2000, el Cuba Study Group es una organización de cabildeo político con sedes en Miami y Washington que con los años ha incrementado su relevancia. Su fundador y animador principal es Carlos Saladrigas, nacido en Cuba en 1949 y residente en Estados Unidos desde 1961. Graduado de la Escuela de Negocios de Harvard en 1975, Saladrigas tuvo una exitosa carrera en el mundo empresarial y con el tiempo se convirtió en una influyente personalidad dentro de la clase cubanoamericana dedicada a los negocios en Miami.

Desde fines de 1990, dentro de algunos sectores de esa emigración post revolucionaria, surgió la apreciación de que la política de «cambio de régimen por coerción» hacia Cuba, que en su momento apoyaron, había fracasado. Gradualmente, Saladrigas y otros se convencieron de que debía ser transformada por otra que pusiera el énfasis en el acercamiento sin variar el objetivo. De cierta manera dos hechos catalizaron esta evolución: la exitosa visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, en enero de 1998, y la evidente derrota del «exilio histórico» en el caso Elián González, en abril del 2000.

A partir de esos acontecimientos, estos emigrados comenzaron a considerar la aplicación de una nueva política que se podría tipificar como «cambio de régimen por atracción». En el sitio web del grupo, por ejemplo, todavía se argumenta que incluso respetando la soberanía de la Isla y promoviendo una política de acercamiento entre ambas naciones y entre Cuba y su diáspora, lo que el país necesita es un conjunto de cambios que lleven a una «transición y transformación» hacia un «orden político y económico diferente».

Estados Unidos y el financiamiento a grupos políticos en Cuba

Ello no debe sorprender ni provocar rechazo. Es lo que el grupo cree y es lógico que así sea dada su composición socio-clasista. Después de todo, como se dice en la sección de Misión, Valores y Enfoque de su sitio web, su Junta Ejecutiva está compuesta por «líderes de negocios y jóvenes profesionales cubano americanos que comparten una visión de una Cuba libre, soberana, inclusiva y próspera que provea oportunidades para que todos sus ciudadanos puedan lograr sus aspiraciones». Esa es la forma en que definen su patriotismo y su compromiso tanto con su país de origen como con el de acogida. No hay por qué cuestionarlo. Tienen ese derecho.

Dicho esto, hay que reconocer que el Cuba Study Group apoyó y acompañó decididamente la política de acercamiento y normalización de relaciones del presidente Barack Obama quien, como se sabe, basó su posición hacia Cuba en dos premisas centrales: el levantamiento incondicional del bloqueo y el reconocimiento de que Estados Unidos no tenía ni la intención ni la capacidad para imponerle cambios a Cuba. Así lo declaró en dos alocuciones históricas: su última intervención sobre el Estado de la Unión ante el Congreso de Estados Unidos en enero del 2016 y el discurso que pronunció en el Gran Teatro Alicia Alonso de La Habana, el 22 de marzo de ese mismo año.

Esta política de Obama evolucionó hacia lo que pudiéramos clasificar como de «normalización constructiva sin cambio de régimen». No es que el «cambio de régimen» en Cuba fuera indeseado o rechazado, pero dejaba de ser el objetivo principal y único de la política. Eso se debía a una redefinición de los intereses norteamericanos, a partir de una diversificación de los posicionamientos hacia la Isla dentro de su sociedad.

Cuba-EEUU

El entonces presidente de Cuba, Raúl Castro, y el de Estados Unidos, Barack Obama, durante una reunión en la sede de las Naciones Unidas. (Foto: Reuters/Kevin Lamarque)

Coherentemente con esa posición de apoyo a la normalización pactada por Obama con Raúl Castro, el Cuba Study Group criticó la política de sanciones de la administración que lo sucedió entre 2017 y 2021 y fue de las primeras organizaciones que condenó y se opuso en los términos más firmes a la inclusión de Cuba en la lista de estados promotores del terrorismo el pasado 11 de enero.

Estados Unidos

No es posible en este espacio hacer un análisis pormenorizado de todas las propuestas contenidas en este documento. Sin embargo, conviene apuntar algunos de sus elementos centrales (Ver el Resumen Ejecutivo en las páginas 3-6[1]).

El primero y más importante es que, aunque el Cuba Study Group hace recomendaciones a ambos gobiernos, las más pormenorizadas y específicas van dirigidas a Washington.

Se destaca el criterio de que la iniciativa para volver al camino de la normalización de las relaciones corresponde al gobierno norteamericano y se recomienda «priorizar medidas tempranas» (4). También se plantean pasos tanto en el plano diplomático como en el plano económico-comercial. Se resumen a continuación:

  • Le sugiere al presidente Biden «devolver las relaciones bilaterales de inmediato a una ruta más constructiva, recuperar el control del discurso, e incentivar más reformas en Cuba». (3)
  • «Revertir políticas que han perjudicado indebidamente al pueblo cubano». (4) Aquí se detallan las más nocivas entre las 240 medidas que la anterior administración adoptó. Se puede comparar lo propuesto por el Cuba Study Group con el compendio elaborado por el MINREX en su sitio web.
  • «Restaurar el apoyo al sector privado cubano como política prioritaria». (4)
  • «Reanudar y reforzar la cooperación en salud pública con Cuba para combatir la pandemia de Covid-19». (4)
  • «Restaurar y fortalecer las relaciones diplomáticas a nivel de trabajo mediante el nombramiento de un embajador para liderar la Embajada de Estados Unidos en La Habana (o un encargado de negocios con rango de embajador, si fuera poco probable que el Senado confirme un nombramiento de embajador); la iniciación de conversaciones bilaterales para volver a dotar de personal a las embajadas de Estados Unidos y Cuba, con garantías de seguridad; y la reanudación de la cooperación bilateral en temas de seguridad nacional». (4)
  • «(…) ordenar una revisión apolítica inmediata de la redesignación de Cuba como Estado Patrocinador del Terrorismo, actualizar y restaurar la Directiva de Política Presidencial de 2016 “Normalización Estados Unidos-Cuba” y una vez más renunciar al Título III de la Ley Helms-Burton». (4) No se oculta que el propósito de ello es incrementar la influencia estadounidense en Cuba.
  • Adoptar acciones de acercamiento a la comunidad de emigrantes y de ciudadanos de origen cubano en la Florida para involucrarlos en esta política.
  • «Designar a un Representante Especial para Cuba o a otro funcionario gubernamental de alto nivel para negociar acuerdos de cooperación, arreglos económicos entre los sectores privados de ambos países y hojas de ruta para resolver disputas de larga data entre Estados Unidos y Cuba, con el objetivo de profundizar los lazos socioeconómicos». (5)

Esta última, combinada con las recomendaciones de carácter económico que se hacen al gobierno cubano son la clave de lo que propone el grupo. Su lógica, difícilmente cuestionable, es que el establecimiento de lazos económicos entre La Habana y Miami sería un elemento clave para garantizar la resiliencia de este proceso de acercamiento que se defiende y evitar su reversión de sobrevenir un cambio de partido en el poder en Washington en el 2025.

Estas recomendaciones generales están detalladas en las páginas 21-28. Ahí vale destacar las siguientes:

  • Reautorizar amplios intercambios académicos, científicos y culturales.
  • Autorizar las ventas estadounidenses de suministros, equipos y otros equipamientos médicos de emergencia a Cuba mediante una licencia general y flexibilizar los requisitos de verificación de uso final.
  • Solicitar una revisión de la «Lista de Entidades Cubanas Restringidas» del Departamento de Estado.
  • Ordenar al Departamento de Estado que lleve a cabo una revisión y auditoría completa de los programas existentes de promoción de la democracia en Cuba para abordar cualquier conflicto de intereses o incentivo inapropiado.
  • Potenciar las investigaciones sobre los incidentes de salud en la Embajada de Estados Unidos en La Habana y un incidente de tiroteo más reciente en abril de 2020 en la Embajada de Cuba en Washington.
  • Designar un funcionario de alto nivel que comience a revisar con la parte cubana algunos temas estructurales que deben ser negociados como la eliminación de las Leyes Helms Burton y Torricelli, la eliminación de Radio y TV Martí, o el futuro de la Base Naval de Guantánamo.

Sin duda, es la primera vez que una organización de cabildeo no vinculada a las de solidaridad con Cuba con sede en Miami levanta y acepta como lícitos algunos de los temas aquí enumerados y, por añadidura, subraya que el diálogo con el gobierno cubano es la única forma de abordar sus propósitos.

Cuba-Guantánamo

La ocupación del enclave de la Base Naval de Guantánamo es uno de los temas cuya pronta solución se recomienda. (Foto: AFP 2021 / MLADEN ANTONOV)

La agenda de medidas propuesta por el Cuba Study Group es amplia, abarcadora, y ambiciosa. De adoptarse de inmediato, como se recomienda, se volvería al camino de la normalización abandonado por la administración anterior. Ello coloca al grupo en una posición de abierto enfrentamiento al sector más retrógrado de la emigración cubana en Estados Unidos, partidaria de seguir castigando al pueblo cubano so pretexto de «ayudarlo».

También los coloca en línea con el sentimiento que ha prevalecido de que el presidente Biden no debe posponer sine die una iniciativa con respecto a Cuba. El centro de su propuesta está en la siguiente formulación que es un abierto desafío a la tendencia que ha sido mayoritaria en Miami en los últimos cuatro años:

«Las estridentes denuncias de los fracasos del comunismo y la imposición de condiciones absolutistas para el alivio de sanciones son débiles sustitutos para una diplomacia sólida y una política que equilibre el idealismo con la realpolitik, muestre a Estados Unidos como magnánimos y empodere cada vez más al pueblo cubano para que construya su propio destino». (8)

Las recomendaciones al gobierno cubano no tienen el carácter de precondiciones. El Cuba Study Group subraya que las sugiere respetuosamente como «medidas paralelas». Ello significa una importante transformación de la filosofía del grupo y de su liderazgo. Si nos atenemos a una tipología que he sugerido como hipótesis para clasificar los posicionamientos hacia Cuba de distintos grupos de cabildeo en Estados Unidos, el Cuba Study Group puede estar transitando de una posición de «cambio de régimen por atracción» a una de «normalización constructiva sin cambio de régimen».

Carta Abierta al presidente Joseph R. Biden, Jr.

Esta terminología es provisional, pero la tomo de una investigación en marcha en la que se maneja la hipótesis de que hay cuatro tipos de posicionamientos hacia Cuba dentro del sistema político norteamericano, ateniendo a sus propósitos y medios: «cambio de régimen por coerción», «cambio de régimen por atracción o subversión», «normalización constructiva sin cambio de régimen», y «normalización constructiva con cooperación acentuada»[2].

Estos tipos o modelos no son compartimientos estancos inamovibles, sino que son una propuesta analítica para poder clasificar mejor las distintas tendencias que se mueven en el terreno político norteamericano. Debe reconocerse que puede haber migraciones de uno a otro según se perciban las circunstancias.

Cuba

En el documento el Cuba Study Group identifica 10 recomendaciones específicas al gobierno cubano, alertando sin embargo que no se deben limitar a ellas. Por su tono se trata de opiniones que pueden ser objeto de diálogo entre ambas partes. Los interesados pueden leerlas en las páginas 32 y 33 del documento. Cinco de las mismas son económicas y no se diferencian mucho de las que algunos economistas cubanos han sugerido. Tómese, por ejemplo, las que adelantó el profesor de economía de la Universidad de La Habana, Oscar Fernández, en su artículo «Diez puntos para avanzar mejor», publicado en el medio cubano-americano OnCuba News.

De las tres de carácter político doméstico, dos (mayores derechos para ciudadanos y emigrantes cubanos y mayor espacio para la libertad de expresión con garantías jurídicas que se correspondan con el régimen de derecho establecido por la Constitución del 2019) son razonables, pero abordables sólo en un clima de confianza mutua que resultaría si el Cuba Study Group logra que la administración Biden actúe como recomienda. La tercera (marco legal para el funcionamiento de medios no estatales), no importa cuánta legitimidad tenga, implica una modificación de preceptos de rango constitucional.

Las dos finales son de otro carácter. Una, el problema de las reclamaciones de propiedades de ciudadanos norteamericanos, ya fue objeto de negociaciones entre ambas partes durante 2015-2017. Esas negociaciones, que son sumamente complejas y estaban en sus inicios cuando las descontinuó la anterior administración, también incluyen las reclamaciones cubanas por daños causados por políticas norteamericanas hacia Cuba. Por tanto, ambas partes y no sólo el gobierno cubano, tienen que buscar soluciones creativas.

La otra tiene que ver con Venezuela. Por un conjunto de razones es muy difícil, sino imposible, que la parte cubana acepte participar en cualquier proceso negociador que desconozca la legitimidad del gobierno del presidente Nicolás Maduro y persista en la ficción, ya fracasada, de tratar de imponer a Juan Guaidó como Jefe de Estado. Esa es una invención de la anterior administración y de la oposición venezolana que cada vez está más desacreditada.

Firmas por los cubanos

Si la administración Biden quiere avanzar en el tema, tendrá que revisar toda la política de sanciones contra Venezuela y de paso, contra Cuba. Si Washington sigue empeñado en apoyar las ilusiones sin fundamentos de la oposición venezolana, sin tener en cuenta la realidad, es muy poco lo que Cuba puede aportar.

En resumen, el Cuba Study Group ha dado un paso importante para entrar al debate y para alcanzar un rol de interlocutor constructivo. A tales efectos es muy significativa su clara posición en favor de la normalización: «La política de acercamiento con Cuba sigue siendo el enfoque de política a largo plazo más práctico y ético hacia la Isla. También es el que mejor promueve los intereses de Estados Unidos». (18)

Antes formular conclusiones, el Cuba Study Group dedica un acápite a las relaciones de ambos gobiernos con la emigración cubana en el sur de la Florida y lo titula: «El camino hacia el logro de unas relaciones resilientes pasa a través, no alrededor, de Miami». Esa es una realidad que parece cada vez más evidente para los distintos actores sociales en Cuba, incluido el gobierno. Pero hay otra realidad también evidente que el grupo asume con este documento: «El camino hacia el logro de unas relaciones resilientes pasa a través y no alrededor, del gobierno cubano».

***

[1] Se hará referencia a las páginas del documento que se puede encontrar en su versión en español en la página web siguiente: http://cubastudygroup.org/wp-content/uploads/2021/02/2021-02-16_CubaStudyGroup_PolicyPaper_2021_SPANISH.pdf

[2] Ya lo hice anteriormente en la revista Temas en el 2009; en el espacio Dialogar Dialogar, de la Asociación Hermanos Saiz, en el 2013; y más recientemente, el 25 de febrero, en el blog Segunda Cita, fundado y moderado por Silvio Rodríguez.

11 marzo 2021 36 comentarios 6,1K vistas
3 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
telon

Trump vs. Biden: tercer acto e inminente caída del telón

por Carlos Alzugaray Treto 3 noviembre 2020
escrito por Carlos Alzugaray Treto

El debate final entre Donald Trump y Joe Biden, que tuvo lugar en la noche del 22 de octubre, moderado por Kristen Welker, corresponsal de la NBC en la Casa Blanca y copresentadora de Weekend Today, fue una suerte de anticlímax. Lo fue si se le compara tanto con el primer debate el 29 de septiembre, como con el ejercicio que ambos contendientes llevaron a cabo el 15 de octubre -fecha originalmente reservada para el segundo debate-, al participar en paralelos Town Hall meetings o Cabildos Abiertos.

Aparentemente compulsado por las recomendaciones de sus asesores y por las medidas organizativas tomadas por la Comisión de Debates Presidenciales, el presidente tuvo un comportamiento más temperado, lo que posibilitó, hasta cierto punto, un simulacro de civilidad entre ambos contendientes.

Como notarán los que han seguido estos textos publicados en La Joven Cuba sobre las elecciones estadounidenses, se ha modificado el título de este último. En vez de «round», como en el boxeo u otros deportes, usado en los dos primeros, se ha preferido usar un título más propio del arte dramático: el debate final de la campaña se presenta como un tercer acto final, previo a la caída del telón. Por supuesto, la obra teatral no ha terminado. Para su desenlace el 3 de noviembre, queda, al momento de escribir estas líneas, un poco más de 72 horas.

https://jovencuba.com/trump-vs-biden/

«Cuando hacen campaña, los políticos no son tanto polemistas o servidores públicos o expertos en política como son actores. Ellos y sus equipos de producción trabajan sobre la imagen, y la lucha política se traduce en proyectar estos constructos culturales a los votantes», ha apreciado en su obra The Performance of Politics, el Profesor de la Universidad de Yale, Jeffrey Alexander, conocido especialista en sociología cultural. Los debates presidenciales en campaña son ejemplos claros de este acerto pues se les puede considerar obras de teatro muy bien coreografiadas por los equipos de campaña de ambos contendientes. Y así sucedió en este último enfrentamiento más normal.

Por supuesto, esta hechura impuesta debió facilitarle el camino al presidente. Después de todo, tiene más experiencia como actor que Joe Biden, gracias a su participación en el programa de televisión The Apprentice, el Reality TV Show que, además, fue su salvación financiera cuando enfrentó problemas con sus inversiones.

La coyuntura política

Pero no puede olvidarse que los principales elementos de la coyuntura política seguían siendo adversos a Donald Trump. Vale la pena enumerarlos una vez más:

  • La pandemia en Estados Unidos se está transformando no en un elemento coyuntural sino contextual e, incluso, estructural. El debate tuvo lugar cuando el país sufría la tercera ola de alto contagio. El propio 22 de octubre se reportaron 75 mil 64 nuevos casos, sólo inferior a la más alta anterior, 75 mil 687, el 16 de julio. Al día siguiente, 23 de octubre, se estableció un nuevo récord para un día: 85 mil 85. Obviamente, esto subrayaba la tragedia que enfrentaban los estadounidenses, agudizada por la falta de una política coordinada de la administración, encabezada por un presidente que persistía en minimizarla. Excepcionalmente y por primera vez en su historia, el New England Journal of Medicine publicó el 8 de octubre, dos semanas antes del debate, un áspero editorial calificando el liderazgo de Donald Trump de «peligrosamente incompetente» y apelando a los ciudadanos a que expresaran su disconformidad en las urnas.
  • El segundo elemento coyuntural de importancia lo compone, sin duda, la grave situación económica provocada por la pandemia. El 17 de septiembre, The Hamilton Project, un programa de la Brookings Institution, publicó un informe titulado Ten Facts about COVID-19 and the U.S. Economy, en el cual calificó la situación como sin precedentes por su escala, ya que abarca «shocks en la demanda, en la oferta y en las finanzas». Un mes después, para el día del debate, el estado de la economía no había mejorado ni daba muestras de hacerlo. El país tiene 30 millones de desempleados en este momento, una cifra récord. Y, finalmente, la aprobación de un paquete de estímulo estaba detenida en el Congreso, algo que ya es usual. Si bien la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, anunciaba que se estaba acercando un acuerdo con el Departamento del Tesoro, el líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, bloqueaba el avance debido a que tenía más premura terminar el proceso de confirmación de Amy Coney Barrett como magistrada de la Corte Suprema.
  • Por supuesto, el tercer elemento coyuntural lo constituyó la ventaja de Joe Biden en las encuestas, algo que también ha tenido una regularidad y permanencia sobresaliente en este ciclo electoral. La prestigiosa encuestadora Quinnipiac University le daba a Joe Biden un margen de 12 puntos en su recuento nacional del 22 de octubre. Adam Nagourney, en un artículo publicado ese día en el New York Times, señalaba que, dado el estado de las encuestas, el presidente Donald Trump necesitaba ganar al menos cuatro de los seis estados en que triunfó en el 2016: Arizona, Carolina del Norte, Florida, Michigan, Pennsylvania y Wisconsin, en los cuales Biden le había sacado una ventaja promedio de 4 puntos, muy superior a la que tuvo Hillary Clinton en aquel momento.
  • Finalmente, un elemento coyuntural para tener en cuenta fue el hecho de que ya en la fecha del debate, 56 millones de norteamericanos habían votado. Este número representa el 40.57 por ciento del total de votos emitidos en las elecciones del 2016, 138 millones. Esa tendencia se mantiene. Al momento de escribir este texto, ya lo han hecho 63 millones, con la siguiente distribución regional: 31.1 millones en estados «péndulos» o «battleground», para un 43%; 24 millones en estados seguros para el partido demócrata como Nueva York y California, para un 38%; y sólo 9.2 millones en estados seguros para el partido republicano como algunos del Sur Profundo –Deep South-, para un 14.6%.

https://jovencuba.com/estados-unidos-segundo-round/

El debate

Ante esta coyuntura tan compleja, aunque el debate fue un poco más civilizado, no se caracterizó precisamente por un análisis profundo de las políticas de ambos contrincantes y de lo que proyectan hacer durante 2021-2025. Ambos fueron con objetivos muy precisos, basados en sus estrategias de campaña. Sin embargo, hay que decir que el presidente tenía que controlarse para no desviarse de su estrategia de campaña, como suele hacer.

Para Trump era vital no sólo proyectar una imagen más convencional, sino defenderse de las críticas de Biden. Ahí aplicó aquello de que la mejor defensa es pasar a la ofensiva. El presidente tenía que producir un hecho que cambiara la dinámica de la campaña y, al parecer, pensaba hacerlo con revelaciones convincentes sobre enriquecimiento y tráfico de influencia del propio Joe Biden a través de su hijo y de su hermano. Finalmente, tenía que provocar que Biden cometiera algún error garrafal que demostrara que no tenía la acuidad o claridad necesarias para ser presidente.

El antiguo vicepresidente, por el contrario, fue con su claro objetivo de que el debate se focalizara en los errores de la administración en manejar la COVID. Asimismo, buscaba tener la posibilidad de exponer algunas de las políticas que piensa seguir y que lo diferencian de las que Donald Trump ha seguido hasta ahora, particularmente en materia de salud y economía. También tenía que evitar dar la impresión de que había perdido facultades. Finalmente, estar listo para responder con firmeza y sin perder los estribos ante los seguros ataques personales que el presidente le dirigiría a su familia y a él.

Teniendo en cuenta este entramado y las respectivas estrategias, no es extraño que el debate, a pesar de su aparente normalidad, fuera tan limitado en lo que a un intercambio sustantivo sobre las políticas de ambos se refiere. No obstante, vale la pena apuntar los elementos centrales.

Sobre cómo enfrentar la COVID. El contraste no podía ser mayor. Trump siguió minimizando su impacto, mientras Biden insistió en la necesidad de tener una estrategia basada en las opiniones científicas y cumplir con las normas de distanciamiento social. Martilló su mensaje principal dirigiéndose a los espectadores: «220 mil muertes. Si no oyen más nada esta noche, oigan esto. Cualquiera que sea responsable por tantas muertes no merece seguir siendo presidente de los Estados Unidos» El presidente sólo atinó a decir que se «estaba yendo» y que ya ha pasado lo peor. Afirmó que la vacuna estará en unas semanas y que movilizará al ejército para suministrarla. Es poco probable que haya convencido a alguien más allá de sus seguidores con estos argumentos.

Cambio climático. Sin muchos argumentos, ambos reiteraron posiciones conocidas. Aquí el presidente, más que contrarrestar a Biden, intentó ponerlo en evidencia con los votantes de Pennsylvania, uno de los estados péndulo en los cuales se practica el fracking para extraer petróleo. Pero el ex vicepresidente hizo un planteamiento más riesgoso, alegando que sí acepta la existencia del cambio climático y que estimulará políticas para terminar con la dependencia de combustibles fósiles. Según reconoció el Wall Street Journal, este fue un debate inesperado. Joe Biden puede haber sido imprudente, pero las encuestas no reflejan que lo haya perjudicado en Pennsylvania como esperaba el Presidente Trump.

Salud. Más allá de sus diferencias en cuanto al enfrentamiento a la COVID, ambos discutieron sobre la Ley de Atención Acequible (Affordable Caer Act que es el nombre oficial del Obamacare). El presidente no ocultó su intención de abrogarla, asunto que ha cobrado mayor relevancia con la incorporación de la jueza Amy Coney Barrett a la Corte Suprema, pero por más que la moderadora insistió en preguntarle, no quedó claro con qué mecanismos la sustituiría para darle seguro médico a los grupos más vulnerables. En tanto, Joe Biden explicó como pensaba mejorarla.

Inmigración. Llama la atención que este tema no hubiera salido antes en ninguno de los debates entre los candidatos a presidente y vicepresidente de ambos partidos ni en el Cabildo Abierto del 15 de octubre. Lo introdujo la moderadora con una referencia a los 545 niños separados de sus padres. Ahí se produjo un intercambio de recriminaciones mutuas en que ninguno de los dos contrincantes salió bien parado, aunque Biden, al final, reconoció que la forma en que el tema había sido tratado por la administración Obama no fue exitosa.

Justicia criminal y reforma. En este tema, al igual que en el migratorio, tanto Trump como Biden tenían el techo de cristal, aunque obviamente era más obvio el caso del presidente, cuyo manejo de las manifestaciones de Black Lives Matter este año ha sido objeto de muchas críticas. No ha ganado apoyo entre votantes que no sean sus seguidores, el argumento de que las manifestaciones han sido violentas debido al estímulo que han recibido del partido demócrata.

Este razonamiento estuvo dirigido a crear el miedo entre los habitantes de los suburbios. Biden tuvo que reconocer que las leyes aprobadas en la década de 1990 con su concurso como senador eran injustas. Trump perdió la oportunidad de aprovechar este lado vulnerable cuando se empeñó en hablar de su persona en términos superlativos, como suele hacer, diciendo que era el presidente que más había hecho por los negros desde Abraham Lincoln y la persona más anti racista en esa sala, lo que obviamente no podía ser cuando se veía claramente que la moderadora es afrodescendiente.

Pero quizás el debate será más recordado por algo que no tenía que ver con las diferencias de políticas y que no pasó. Al parecer la carta que traía Donald Trump bajo la manga para producir el cambio que necesitaba en la dinámica de la campaña era la acusación de que una persona que decía haber estado asociada por negocios con Hunter, el hijo de Joe Biden, Tony Bobulinski, poseía documentación que probaba que ambos, padre e hijo, además del hermano del vicepresidente, James Biden, se habían enriquecido ilegalmente blanqueando fondos de oligarcas rusos.

La idea era que el asunto fuera revelado por el Wall Street Journal. Pero, a contrapelo de ello, Rudy Giuliani, abogado del presidente, había filtrado a The New York Post, parte del imperio noticioso de Ruper Murdoch, el disco duro de una laptop supuestamente propiedad de Hunter Biden en el cual se podía encontrar documentos sensibles sobre sus negocios, muy similares a lo alegado por Bobulinski.

Aunque hay quien asegura que esta sórdida historia puede tener algo de verdad, lo cierto es que el Wall Street Journal decidió matar la noticia y no darle credibilidad después de que fuentes de inteligencia norteamericana aseguraron que detrás de las mismas había una campaña de desinformación de los servicios especiales rusos. Trump intentó poner el asunto sobre la mesa, Biden lo negó y no hubo ulteriores repercusiones. Era el libreto del 2016 contra Hillary Clinton, pero no prosperó.

En los 11 días posteriores al debate nada cambió. El rebrote de la pandemia ha continuado; los indicadores económicos mejoraron, pero no lo suficiente; las encuestas siguieron arrojando guarismos iguales o similares; y se alcanzó la cifra de 90 millones de votantes.

Los republicanos impusieron la confirmación de la jueza Barrett, lo cual puede impactar en un sentido y otro en los electores, pero resulta difícil determinar en qué magnitud. Sin embargo, con ello abrieron el camino a una posible respuesta demócrata nuclear: reformar y copar la Corte Suprema, como intentó hacer infructuosamente Franklin Delano Roosevelt en la década de los 30 del siglo pasado.

Una reflexión final a 24 horas de las elecciones

Desde principios de año, aún antes de que surgiera la pandemia y el presidente la manejara con tanta superficialidad, estaba claro que no iba a ser fácil su reelección. Recuérdese que en el 2016 lo que hubo, más que una victoria de Donald Trump, fue una derrota de Hillary Clinton y del Partido Demócrata.

En poco menos de cuatro años, el presidente no ha hecho mucho para intentar expandir su base. Y sólo con esta le sería difícil repetir.

Trump ha sido su peor enemigo. Ha pretendido repetir sus tácticas del 2016, cuando era un outsider desafiando a las élites. Este año no lo es. Es el presidente y tiene que defender su ejecutoria, que ha sido particularmente ineficaz en el enfrentamiento a la pandemia.

A estas alturas, su situación electoral es precaria, tanto por lo que indican las encuestas -que no son tan exactas como algunos proponen, pero que tampoco son tan erradas-, como porque no se puede ir por la vida echándose tantos enemigos y cometiendo tantas arbitrariedades y esperar que ello no tenga consecuencias.

Lo que realmente sorprende es que con todo lo que ha hecho, en particular en lo referido a la pandemia, siga teniendo millones de seguidores. Pero esos millones no van a bastar, porque este año va a votar mucha más gente que en cualquier año anterior.

Lo que estamos viendo en Estados Unidos es un fenómeno político excepcional y sin precedentes. No es solo que las elecciones sean cruciales, que lo son. De lo que se trata es que podemos estar en presencia de un momento crítico en que se espera que la clase política acometa las transformaciones que se requieren, o de lo contrario, se acelerará el sobredimensionamiento imperial que existe en el país.

Esta situación ha sido enfocada por muchos intelectuales orgánicos a este capitalismo tardío, pero quizás valga la pena citar lo que dice uno de ellos, David French, analista político conservador republicano, en el primer párrafo de su reciente obra, Divided We Fall: America’s Secession Threat and How to Restore Our Nation:

“Es hora de que los norteamericanos tomemos conciencia de una realidad fundamental: no se puede garantizar la continuada unidad de los Estados Unidos de América. En este momento histórico, no hay ni una sola fuerza cultural, religiosa, política o social que trate de unirnos más que de dividirnos. No se puede asumir que una democracia de la envergadura de un continente, multi-étnica, multi-religiosa, pueda mantenerse unida para siempre, y no puede mantenerse unida tampoco si nuestra clase política no es capaz, ni siquiera, de adaptarse a un público norteamericano crecientemente diverso y dividido”.  

Es una gran oportunidad para las fuerzas progresistas en Estados Unidos, que no pueden perder la iniciativa y tienen que presionar a Biden para que abra las puertas a la transformación de esa sociedad. Por las razones que sea, Obama tuvo la oportunidad de hacerlo, pero fracasó en su voluntad transformadora. Los problemas -racismo, inequidad, supresión del voto, guerra cultural, etcétera- se han acumulado y agudizado.

Veremos qué pasará.

Sin hacerme ilusiones, hay una situación política inédita. El otro día, buscando información, me encontré con un video de Angela Davies siendo entrevistada por la reportera estrella de la CNN, Christian Amanpour. Y Angela decía que en su vida nunca había visto un nivel de movilización popular como el que ha visto ahora.

Creo que es el momento de analizar con más profundidad lo que está pasando. No es más de lo mismo, como se ha comentado en algunos medios, incluso en nuestro país.

Y no es lo mismo que gane Trump o que gane Biden, aunque se reconozcan las falencias de este último, que ha sido un político del sistema por más de medio siglo. Pero detrás de Biden y del Partido Demócrata hay suficientes fuerzas de cambio que no podrán ser fácilmente ignoradas.

3 noviembre 2020 9 comentarios 903 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
round

Una suerte de segundo round

por Carlos Alzugaray Treto 22 octubre 2020
escrito por Carlos Alzugaray Treto

Mi texto sobre el primer debate entre los contendientes en las elecciones estadounidenses 2020 que publicó La Joven Cuba, Trump vs Biden: el primer round, culminó con la noticia de que el presidente estaba contagiado con COVID-19. A partir de ese momento, todas las demás actividades de campaña quedaron opacadas. De nuevo, Trump hacía algo que estimulaba su ego y que es, por así decirlo, su marca de origen: dominar el ciclo noticioso. Para el electorado, sin embargo, lo que aconteció ese fin de semana fue pasmoso y a la vez, perturbador.

Dos eventos de importancia ya programados, el debate vicepresidencial del 7 de octubre y el inicio el 12 de las audiencias senatoriales para la confirmación de la jueza Amy Coney Barrett como magistrada de la Corte Suprema, quedaron relegados a otro plano. También repercutió sobre el segundo debate presidencial, fijado para el 15 de octubre, que, en definitiva, fue cancelado debido a que Trump no aceptó las modificaciones que la Comisión no partidista introdujo.

Con este acontecimiento, una campaña que muchos consideraban ya la más desordenada y tumultuosa que ha tenido Estados Unidos en su historia reciente, adquirió un ritmo aún más atropellado. No es fácil seguir y analizar esta etapa de la campaña que debe desembocar en el segundo y último debate presidencial fijado, si no ocurre algo imprevisto, para el 22 de octubre. Ese día restarán sólo 12 para los comicios y se transitará a la etapa final y decisiva.

No se puede olvidar la coyuntura. El primer y más preponderante rasgo de esta campaña es la pandemia, y ésta, lejos de amainar, ha evolucionado hacia una tercera ola de contagios aún más peligrosa, como argumentó David Wallace-Wells el 12 de octubre en el boletín Intelligencer del New York Magazine, en su artículo titulado The Third Wave of the Pandemic Is Here.

Por otra parte, las encuestas -esos elementos controversiales, pero imprescindibles- siguen dando al retador demócrata con una ventaja sustancial y sostenida en las preferencias de los votantes tanto a nivel nacional como en los estados pendulares. Aún cuando Donald Trump y su equipo afirman que están equivocadas, es obvio que las están tomando en cuenta. Hay una intensa actividad de campaña en esos estados que pueden definir el resultado electoral y en los que Biden mantiene ventajas: Arizona, Florida, Carolina del Norte, Michigan, Pennsylvania y Wisconsin. Pero también han entrado en juego estados otrora seguros para el presidente: Ohio, Iowa, Georgia y hasta Texas.

La lucha, por tanto, se caracteriza por un candidato, Joe Biden, que parece dominante no solo por la envergadura y sostenibilidad de su ventaja en las encuestas, sino por los constantes pronunciamientos de personalidades y grupos que han anunciado públicamente que lo apoyan, aún cuando lo hacen fundamentalmente por oponerse a Trump y conseguir sacarlo de la Casa Blanca.

Como quiera que termine la elección, en el presidente se da una circunstancia inusual en política. Mientras que muchos conservadores y republicanos apoyan sus políticas, no simpatizan con su personalidad que consideran “infantil”, “no presidencial”, “caótica” o “desencajada”. Y esto beneficia la estrategia de Biden, cuyo objetivo prioritario es convertir la elección en un plebiscito sobre el presidente.

La enfermedad del presidente

Causó inicialmente estupor e incredulidad el inesperado anuncio de que el presidente y su esposa habían contraído la COVID-19, hecho por el propio Donald Trump el 2 de octubre mediante un tweet de madrugada (su más leído y retuiteado, según el sitio web Axios). Sin embargo, poco a poco se fue reconociendo que efectivamente la enfermedad era real, pues se infectaron al mismo tiempo alrededor de 30 de sus colaboradores.

Varias conclusiones surgen del comportamiento del mandatario y su equipo. Hubo una subestimación de la importancia en cumplir con las directivas de salud, como Joe Biden ha insistido para burla del propio Trump. El presidente, la Casa Blanca y el equipo médico no fueron transparentes. Todavía hoy hay detalles que no se conocen. El presidente fue atendido de manera privilegiada y se le hizo un tratamiento muy efectivo con medicamentos que no están al alcance de la mayoría de la ciudadanía.

Trump intentó una manipulación de su caso de manera que coincidiera con su narrativa de restarle importancia a la COVID. Aunque es probable que sus seguidores la aceptarán, no parece que ese haya sido el caso para la mayoría. Adicionalmente, sufrió la humillación de que le sucedió exactamente lo que Biden ha advertido y se tuvo que mantener 4-5 días alejado de la campaña.

En resumen, su enfermedad y el manejo que se le dio no le granjearon simpatía adicional y sí le pueden haber costado algunos votantes indecisos o inseguros pues, ante todo, mostró la irresponsabilidad de la administración y la subestimación personal del presidente con respecto al virus.

La mayor parte de los especialistas consideran que Trump debe buscar los votantes indecisos y no dedicarle tanto tiempo a complacer a su base social, como hizo en este caso.

El debate vicepresidencial

En el debate vicepresidencial los votantes pudieron ver una imagen de lo que representan ambas candidaturas, tanto en la personalidad de sus nominados como en la defensa de sus respectivos programas. Kamala Harris, al igual que Barack Obama, representa un Estados Unidos más diverso. Hija de inmigrantes de origen africano y surasiático, desarrolló su carrera como fiscal y posteriormente senadora en California, uno de los estados liberales del país. Sin embargo, se la considera como una moderada pragmática aunque tiene vínculos favorables con el ala progresista del partido.

Su contrincante, el vicepresidente Mike Pence se autocalifica como “un cristiano, un conservador y un republicano, en ese orden”, pero muchos lo consideran “un militante supremacista cristiano”. A diferencia de Harris, que viene de la costa, Pence desarrolló toda su vida política como representante y gobernador de Indiana, uno de los estados más conservadores y republicanos del medio oeste.

El debate permitió tener una mejor visión de las propuestas y programa de ambos partidos, aunque los dos evadieron preguntas concretas sobre sus posiciones. Prefirieron utilizar su tiempo en criticar al contrario, acciones en las que Pence cayó más que Harris, pero con menos efectividad. El vicepresidente logró borrar la mala imagen formal que dejó Trump, pero repitió algo que caracteriza la estrategia republicana: endilgarle a sus oponentes las más descabelladas acusaciones.

En eso siguió el libreto del presidente. Lo que se persigue es ahuyentar votantes y instigarles el miedo como ha argumentado David Frum, comentarista conservador y ex redactor de discursos para George Bush, en un reciente artículo en The Atlantic, titulado The Final Season of the Trump Show.

De más está decir que este enfoque parece haber funcionado en el 2016, pero no es evidente que funcione en el 2020. Atemorizar votantes es diferente que atraerlos cuando se hace desde un gobierno que no está manejando efectivamente el principal problema del país: la pandemia.

Harris no tuvo un desempeño impecable y evadió algunas preguntas, notablemente la referida a la posibilidad de que, una vez ganadas las elecciones, los demócratas intenten aumentar el número de jueces de la Corte Suprema como respuesta a la maniobra de Trump y los republicanos de aprovechar el fallecimiento de la magistrada Ruth Bader Ginsburgh para nombrar una conservadora en la persona de Amy Coney Barrett. No obstante, logró en lo esencial varios objetivos de cierta importancia, en gran medida debido a errores que cometió Pence, según apuntó Jonathan Chait en su artículo titulado 3 Factors That Decided the Harris-Pence Vice-Presidential Debate.

Primero, fue muy efectiva al emplazar a Pence y en preguntarle directamente a la audiencia si, como afirmaba el vicepresidente, se sentían “calmados” con que Trump ocultara la gravedad de la pandemia cuando se le informó, según le dijo a Bob Woodward en su “bestseller” Rage. También apuntó: “Sea lo que sea que el vicepresidente alega que la administración ha hecho, lo cierto es que no ha funcionado.” Recordó que se acababa de cruzar el umbral de los 210,000 fallecidos.

Segundo, cuando Pence trató de usar la falsa imputación de que Biden y Harris van a ser deficientes en el mantenimiento de la “ley y el orden”, citando algunas críticas al desempeño de la retadora como Fiscal General del estado de California, esta exigió tiempo para refutarle, extendiéndose en su largo historial. Es cierto que este es un tema controversial porque en el sector progresista del partido demócrata se cuestiona la dureza del desempeño de Harris, pero en el contexto del debate y del estado de la campaña, era importante desarticular el argumento del presidente contra Joe Biden.

Pero quizás su momento culminante fue cuando, ante una de las 16 interrupciones de Pence, Harris se volteó hacia el vicepresidente y, con firmeza, mesura y una sonrisa en los labios le dijo: “Mr. Vicepresident, I’m speaking.” Que una mujer negra se comportara de esa forma ante un hombre blanco tuvo un gran impacto entre las votantes femeninas, especialmente de origen étnico diferente, como señaló la comentarista política de la CNN, Gloria Bolger.

Sin lugar a dudas, Harris despejó varias interrogantes, entre ellas la más importante: tiene la capacidad y el aplomo que se necesita para el cargo que aspira con todas sus implicaciones. Un claro síntoma de ello fue que la campaña de Biden recaudó 10 millones de dólares adicionales en las 24 horas subsiguientes al debate.

Una de las imágenes icónicas del debate: la mosca sobre la cabeza del vicepresidente Mike Pence (CNN)

Pence, por su parte, proyectó la imagen más suave del “trumpismo”, pero una imagen vinculada estrechamente a la corriente más conservadora dentro del partido republicano. Fue la clara expresión de cómo ese partido se ha convertido en una caricatura de sí mismo que responde, sin ningún tipo de subterfugio, a la voluntad autoritaria de su actual líder, el presidente Donald Trump.

Si Pence fue al debate con el objetivo de cambiar la trayectoria favorable a los demócratas que estaba prevaleciendo en la campaña, no lo logró. Como demostraron las encuestas posteriores y el mantenimiento de la tendencia favorable a Biden, no parece que haya movido a votantes indecisos o inseguros en dirección del presidente y su proyecto de reelección. Resulta irónico que probablemente lo más citado y recordado de su participación en el debate fuera la mosca que se posó en su cabeza.

Las audiencias para la confirmación de la jueza Amy Coney Barrett

Aprovechar el fallecimiento de un magistrado de la Corte Suprema para designar en su reemplazo a un juez de la misma orientación ideológica del partido en el poder ha sido una práctica común en la política estadounidense. Ello se facilita cuando el presidente cuenta con el apoyo de un senado con mayoría de su partido, como es el caso en esta coyuntura.

Dos factores lo determinan: el hecho de que se trata de nombramientos vitalicios, y de que existe una larga tradición de respetar que deba ser 9 el número de jueces.

Debido al carácter vitalicio de los nombramientos, las posibilidades que tienen los presidentes de nominar jueces para la Corte son fortuitas. De confirmarse la designación de la jueza Amy Coney Barrett, como casi seguro sucederá, la Corte quedará integrada por 3 jueces nominados por Donald Trump, 2 por Barack Obama y por George W. Bush respectivamente, y 1 cada uno por Bill Clinton y George W.H. Bush. Recuérdese que el líder de la mayoría republicana en el senado, Mitch McConnell, bloqueó la última oportunidad de nominación que tuvo el presidente Obama en el 2016, alegando que era un año electoral, como lo es éste.

Es decir, a partir de este proceso, la Corte contará con 6 jueces conservadores y 3 liberales. Será una Corte Suprema desbalanceada, con sólo 3 mayores de 70 años. De ahí que se argumente que la confirmación de la jueza Barrett, que, con 48 años, sería la más joven, garantizaría un largo período de dominio conservador en la Corte poniendo en peligro legislaciones liberales como el derecho al aborto (Roe vs. Wade) o la Ley de Cuidado Asequible (Affordable Care Act u Obamacare).

El 12 de octubre comenzaron las audiencias senatoriales que muy bien podrían titularse “crónicas de una confirmación anunciada”. No cabe duda alguna de que habrá confirmación y los demócratas no sólo carecen de opciones para bloquearla, sino que debieron ser muy cuidadosos en las audiencias, pues se trata de una mujer cuyas credenciales jurídicas difícilmente pueden ser cuestionadas, además de que sus características personales la hacen muy similar al tipo de votante que el partido está buscando para llevarlo a la victoria el 3 de noviembre.

Aunque los republicanos tienen garantizada la mayoría para la confirmación, también tendrán que ser cuidadosos en el manejo del desenlace. Las encuestas indican que la mayoría de los electores preferirían que el próximo juez de la corte fuera nominado o nominada por el candidato que gane las elecciones.

El tema de la Corte Suprema se ha introducido en la campaña de una manera inusual, pero no hay forma de evadir su importancia histórica, como opinó Nicholas Kristoff en el New York Times, en un artículo titulado Will We Choose the Right Side of History?, el pasado 14 de octubre. Con análisis convincentes, Kristoff arguye que lo que se juega con la nominación y confirmación de Barrett no es un dilema liberal vs. conservador, sino el destino de Estados Unidos y su progreso como nación.

Para Kristoff, la historia de la Corte Suprema es la historia de la lucha por eliminar los vestigios de un pasado antidemocrático. Y sugiere que, como están las cosas, el asunto sólo puede ser resuelto en las urnas donde se decidirá si “los electores ayudarán a arrastrar a Estados Unidos hacia delante o apoyarán a pensadores retrógrados que han estado del lado de la discriminación, el racismo, la intolerancia y la supresión del voto”.

La forma en que este asunto ha aparecido en la campaña tiene mucho que ver con la respuesta que eventualmente dará el Partido Demócrata y Joe Biden a esta maniobra de poder político. Una respuesta posible, preferida por el ala progresista del partido, sería, si se produjera una victoria arrolladora y los demócratas asumieran la mayoría en el senado, introducir legislación que aumentase el número de jueces de la Corte (lo que se ha llamado en inglés peyorativamente “pack the court”) para que así un eventual presidente Joe Biden pudiera nominar dos o más nuevos jueces.

Esto pudiera abrir el camino a la reforma del sistema judicial, eliminando la nominación vitalicia y restringiéndola a mandatos limitados en tiempo. Tal propuesta no es nueva, pero ha sido atacada desde el centro y la derecha del espectro político norteamericano como demasiado izquierdista, desde que la planteó por primera vez el presidente Franklyn Delano Roosevelt, en 1937.

Para Joe Biden y Kamala Harris es un tema sensible, razón por la cual ambos han evadido pronunciarse al respecto. No obstante, el vicepresidente ya ha dicho que hará pública su posición tan pronto se confirme la jueza y antes del 3 de noviembre.

Una suerte de segundo round

Hasta que Donald Trump rehusó participar, estaba fijado para el 15 de octubre, en la ciudad de Miami y en formato de Cabildo Abierto (Town Hall Meeting), el segundo debate presidencial. Al quedar esa fecha libre, la campaña de Joe Biden aceptó la invitación de ABC News para que su candidato tuviera ese día un evento de hora y media y con el mismo formato, moderado por George Stephanopoulos, el conductor de su programa de diálogo político dominical This Week.

Joe Biden el 15 de octubre en el programa de ABC News, moderado por George Stephanopoulos (ABC News)

Pocos días después, NBC News anunció que Donald Trump había aceptado tomar parte ese mismo día y casi con igual duración -60 en vez de 90 minutos-, en un programa similar. Para moderarlo, designó a una de las conductoras del programa matinal cotidiano, The Today Show, Savannah Guthrie. Quedaba así planteada la posibilidad de ver un segundo duelo, complicado porque durante una hora compitieron por el espacio de televisión, pero facilitado porque no habría el deprimente espectáculo del primer debate debido a las constantes interrupciones del presidente.

Objetivamente, fue una nueva oportunidad perdida por el presidente, quien volvió a caer en una práctica que no lo ayuda en lo que debería ser su objetivo principal: convencer a segmentos de votantes indecisos o inseguros de que su programa de gobierno estaba bien pensado, organizado y era efectivo.

Prefirió meterse en un mano a mano con Guthrie, quien no sólo demostró ser una excelente periodista, sino saber usar efectivamente sus recursos de abogada litigante, profesión que ejerció entre 2002 y 2004, después de graduarse de la Escuela de Leyes de la Universidad de Georgetown.

Quizás el titular más representativo de la noche surgió cuando la conductora cuestionó al presidente por haber replicado un Tweet del grupo conspirativo QAnon en el que se decía falsamente que Joe Biden había ordenado el asesinato de un equipo de comandos de la Armada (Navy Seal Team). Sin cuestionar que la información era falsa, Trump se justificó diciendo que lo único que había hecho era replicarlo, para que cada cual podía decidir qué creer y Guthrie le respondió: “No entiendo eso. Usted es el presidente, no el tío loco de alguien”.

Otro tema en que la conductora logró retar exitosamente al presidente fue sobre la revelación del New York Times en el sentido de que Trump está endeudado por un total de 400 millones de dólares. En un momento determinado el presidente lo aceptó, pero le restó importancia afirmando que era una cifra irrelevante comparada con su riqueza total.

En general no fue una buena noche para Trump, quien al día siguiente, como ya es habitual, arremetió contra Guthrie. Sus seguidores señalaron, con razón, que no había tenido formato de Cabildo Abierto porque la conductora hizo más preguntas que los electores indecisos que habían sido invitados.

La performance de Donald Trump contrastó con la de Joe Biden, quien se vio relajado y se tomó tiempo para responder las preguntas que le dirigieron. Para Ezra Klein en Vox, Biden entiende perfectamente cuál es la esencia de estas elecciones. Aunque su desempeño no resultó ser deslumbrante, el vicepresidente considera, y Klein coincide, que la mayoría de los electores no quieren más circo, sino un tipo de política no controvertible en que prime la búsqueda de soluciones y el consenso.

Si había alguna duda de que Joe Biden está en condiciones de presentar sus políticas, con largas y complejas explicaciones, esa noche hubo la oportunidad de despejarla. En otro orden cosas, aceptó que los ciudadanos tienen derecho a saber cuál es su posición ante la reforma y expansión de la Corte Suprema y prometió hacerlo saber antes del 3 de noviembre. Asimismo hizo una larga intervención de 8 minutos explicando y aclarando los errores que se habían cometido al aprobar la Ley de Justicia Criminal de 1994, de la cual se había vanagloriado por ser uno de sus autores, pero que muchos votantes consideran desmedida.

Conclusiones

Estos son, en una apretada síntesis, los más importantes impactos de los 4 eventos que tuvieron más relevancia para la campaña electoral en las últimas 3 semanas desde el primer debate. Se han dejado fuera varios hechos que quizás habría que incluir, pero harían este texto excesivamente largo.

Quizás el más importante sea la controversia creada alrededor de la aprobación del nuevo paquete de estímulo a ciudadanos y negocios. El mismo se está negociando directamente entre la líder de la mayoría demócrata y presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, y el secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, pero sin la participación directa de Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana en el Senado.

Lo paradójico de esta situación es que el presidente Trump, desesperado porque está detrás en las encuestas, piensa que la aprobación del paquete lo beneficiaría y está dispuesto a acercarse a la cifra propuesta por Pelosi que asciende a 2 millones de millones de dólares, lo que se añadiría al actual déficit presupuestario. Una medida como esta entra en contradicción con los preceptos financieros esenciales del Partido Republicano. McConnell está dispuesto a dejar el asunto pendiente hasta después de las elecciones.

Otro asunto que también tuvo relevancia fue el descubrimiento de un complot de milicias armadas derechistas que apoyan a Donald Trump y que tenía por objetivo secuestrar y asesinar a los gobernadores demócratas de Michigan y Virginia. Como es usual, el presidente tuvo una actitud ambigua, dando la impresión de que no comprendía la gravedad del asunto o hasta que lo aprobaba. Presidió un mitin de sus partidarios en que estos corearon la consigna “Lock her Up!” (¡Deténganla!) que tanto se usó en el 2016 con respecto a Hillary Clinton. Por un momento pareció que Trump asumía que había vuelto a ese año y se había olvidado de que el año era 2020.

A lo largo de estos 21 días, otro elemento que ha influido es que la campaña de Joe Biden está en una situación financiera más holgada que la de Donald Trump. Según el New York Times, los demócratas disponen de $ 177 millones, mientras los republicanos sólo cuentan con $ 63. Eso explica que hayan tenido que recortar gastos en la compra de espacios publicitarios en varios estados pendulares.

Más allá de lo que están indicando las encuestas, estos acontecimientos apuntan a que el ansiado objetivo de reelegirse se le está escapando a Donald Trump de las manos. Y que los tiempos se le están acabando. A no ser que en el debate del jueves 22, o en los 12 días que quedarían después del mismo, suceda un acontecimiento extraordinario que cambiase la actual trayectoria de la campaña, el 21 de enero del 2021 se inaugurará un nuevo presidente: Joe Biden. Pero si algo queda claro de este recuento es que el presidente ha sido su peor enemigo, ignorando los consejos de sus asesores. Está haciendo la campaña contraria a la que debe hacer.

Como ha escrito recientemente Charlie Cook, uno de los más experimentados y respetados analistas políticos en su blog, The Cook Political Report, dadas sus cifras de aprobación durante los cuatro años de mandato, había que cuestionarse si Donald Trump podía realmente considerarse favorito para ganar las elecciones del 2020 y reelegirse (Was Trump Ever Really a Favorite for Reelection?)

La pregunta que habría que hacerse a menos de dos semanas de las elecciones, cuando una buena parte del electorado ya está votando, es ¿cuál será la envergadura de la victoria de Joe Biden? ¿Será estrecha o amplia? Cada vez más surge la posibilidad, y quizás la probabilidad, que sea un tsunami azul (el color de los demócratas) y que Biden y sus partidarios terminen controlando no sólo la Casa Blanca, sino también el Senado y la Cámara.

22 octubre 2020 4 comentarios 1,2K vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Ayúdanos a ser sostenibles

Somos una organización sin fines de lucro que se sostiene con donaciones de entidades e individuos, no gobiernos. Apoya nuestra independencia editorial.

11 años en línea

11 años en línea

¿Quiénes Somos?

La Joven Cuba es un equipo de investigación y análisis político que trabaja por un país justo, democrático y sostenible. Con una plataforma digital y un equipo especializado en el análisis de la realidad cubana, aspiramos a ser punto de enlace entre la sociedad civil y los decisores, mediante la investigación y la generación de conocimiento sobre la aplicación de políticas públicas.

@2021 - Todos los derechos reservados. Contenido exclusivo de La Joven Cuba


Regreso al inicio
La Joven Cuba
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto
 

Cargando comentarios...