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Arturo López-Levy

Arturo López-Levy

Profesor de Relaciones Internacionales. Experto en Estados Unidos y América Latina

AMLO

¿Por qué AMLO debe ir a la Cumbre de las Américas?

por Arturo López-Levy 12 mayo 2022
escrito por Arturo López-Levy

En su interacción mañanera con los periodistas, tras una gira por tres países de América Central y Cuba, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) anunció que valoraba no asistir como jefe de estado a la IX Cumbre de las Américas en Los Ángeles, Estados Unidos. Así sería si el país anfitrión excluía a Cuba, Nicaragua y Venezuela.

El mandatario explicó que México no se retiraría de la Cumbre, pero estaría representado por el canciller Marcelo Ebrard. Entre las razones que esgrimió figura el bloqueo de Estados Unidos a Cuba, del cual la exclusión de la Cumbre sería la más simbólica expresión. 

Razón tiene el presidente mexicano al denunciar el bloqueo a Cuba como «indebido e inhumano». Es una guerra económica que viola hasta consideraciones humanitarias que serían protegidas en conflictos armados. En medio de la más fuerte pandemia que haya asolado al mundo, Estados Unidos ha perseguido y bloqueado transacciones financieras y donaciones de ventiladores y mascarillas por el solo hecho de que se usa el dólar.

«Es un asunto de derechos humanos —dijo AMLO— que tiene que ver con la soberanía e independencia de los pueblos y con la no intervención y con la autodeterminación de cada país». 

Cualquier observador objetivo coincidiría con el presidente de México en que el bloqueo contra Cuba no sirve a los intereses y valores de Estados Unidos, ni de los estados latinoamericanos y caribeños. A pesar de los remilgos que ahora exhiben algunos críticos mexicanos, como el embajador Arturo Sarukhan, AMLO continúa una tradición que compite con el tequila. 

AMLO

Arturo Sarukhan (Foto: El Economista)

México ha condenado el bloqueo —en esos términos— desde su establecimiento,  lo que incluye a los gobiernos de los presidentes Fox y Calderón, cuando la relación con Cuba se deterioró. Su referencia a «grupos políticos en Estados Unidos que apuestan a la confrontación y que quisieran tener rehenes a los pueblos de América Latina y el Caribe, como es el caso del bloqueo a Cuba, que es muy promovido por políticos cubanos», ha sido confirmada hasta por el presidente que firmó la ley Helms-Burton. Bill Clinton escribió en sus memorias que «fue una buena política para las elecciones de 1996», pero «un desastre en política exterior».

El costo de oportunidad de este test de liderazgo desaprobado en las relaciones Estados Unidos-América Latina, se incrementa en la actual coyuntura, precisamente por los cambios ocurridos en las relaciones hemisféricas. Justo en La Habana, capital de un latinoamericanismo radical, que insiste en una integración decimonónica sin Estados Unidos, AMLO expresó a sus amigos cubanos, en el pasaje más subvalorado de su discurso, que habría que «hacer a un lado la disyuntiva de integrarnos o de oponernos en forma defensiva (…) en vez de cerrarnos debemos abrirnos al diálogo comprometido, franco y buscar la unidad en todo el continente americano».  

¿Por qué desaprovechar ese consenso para discutir temas sustantivos de migración, pobreza, integración en salud y economía, en una cumbre hemisférica precisamente en Estados Unidos? No tiene sentido que luego de que la administración Obama sacara la política de Estados Unidos del atolladero de décadas, Biden insista en ser un Trump 2.0, excluyendo a Cuba, lo que ni siquiera intentó el magnate inmobiliario en la VIII Cumbre de Perú. 

¿Puntos o diferencias?

Todo eso es cierto, pero aun así, la diplomacia mexicana y sus aliados en el continente deben valorar las consecuencias de una ausencia presidencial, quizás secundada por unos cuantos, respecto a la Cumbre de los Ángeles. La pregunta relevante no es cómo hacer el punto retórico contra una cumbre excluyente de la que se hablará poco en un par de meses, sino cómo hacer la diferencia al usar la atención que genera dicho evento para avanzar la posición de los grupos que dentro de Estados Unidos, y específicamente dentro del Partido Demócrata, procuran levantar las sanciones contra la Isla. 

Si Biden termina por no invitarla, Cuba misma, con frío cálculo, debería exhortar a que todos sus aliados vayan a Los Ángeles, y que discutan allí, desde dentro, una estrategia de cooperación hemisférica con Estados Unidos difícil de implementar debido la cerrazón estadounidense hacia Cuba. 

EEUU continúa dando señales de que organiza una Cumbre selectiva sin todos los países del hemisferio.

Persigue, con la ilegítima exclusión, evitar un análisis verdaderamente serio sobre los problemas que tienen impacto en la vida de millones que habitan en esta parte del mundo.

— Bruno Rodríguez P (@BrunoRguezP) May 5, 2022

El tema migratorio es un ejemplo. México y otros países centroamericanos que son afectados por el tránsito de la masiva migración cubana hacia la frontera sur de Estados Unidos, deben poner sobre la mesa la responsabilidad estadounidense en tal crisis. Desde 2017, Estados Unidos ha incumplido los acuerdos firmados en 1994-1995 con Cuba, que incluían el compromiso de entregar por lo menos veinte mil visas anuales para la emigración legal cubana.

Si de «causas de raíz» de la emigración se trata, la política de bloqueo —que desde Trump incluyó restricciones a las remesas y los vuelos a las provincias de Cuba hasta para los cubano-americanos—, es una de las principales.

Para que de la cumbre trascienda una narrativa por la que Estados Unidos se comprometa a revisar cómo sus sanciones —unilaterales, ilegales y violatorias de la soberanía de Cuba y otros estados— agravan las condiciones que empujan a los cubanos a emigrar, hay que participar en la misma al mas alto nivel.

Si finalmente Biden se comprometiera a levantar las restricciones a las remesas y los viajes, y abrir la embajada en La Habana para cumplir desde 2022 y en adelante la entrega de las veinte mil visas, tal diferencia sería más importante que cualquier punto retórico contra su administración.

Otro tanto sucede con la cooperación panamericana en temas de salud. Contrario a la administración Obama, que cerró el programa de promoción de deserciones en las misiones cubanas de salud internacional, la administración Trump procuró estigmatizar la presencia de doctores cubanos salvando vidas por el mundo como «trabajo esclavo». 

Con el guiño de la anterior administración, grupos que reciben financiamiento supuestamente para promover los derechos humanos, han iniciado cínicos procesos judiciales en cortes estadounidenses contra la Organización Panamericana de la Salud (PAHO), por auspiciar tal cooperación que ha salvado vidas a cientos de miles y curado otros tantos. 

La administración Biden, en la que sirve como directora de la USAID la embajadora Samantha Powell, quién alabó en octubre de 2016 la cooperación médica estadounidense con Cuba en África Occidental; no ha dado paso alguno para relanzar en Haití, o en cualquier parte del mundo, esa «victoria de la humanidad sobre las diferencias ideológicas». Tampoco ha ido a las cortes a defender las inmunidades de PAHO, garantizadas por leyes norteamericanas.

AMLO

El presidente Obama, Samantha Power (en el centro) y Susan Rice.
(Foto: A. H./Bloomberg)

AMLO acaba de firmar con Cuba un convenio para llevar médicos en función de asistencia primaria, a áreas del sur mexicano con niveles desfavorables de salud. Otros países latinoamericanos, como Honduras, han mostrado interés en seguir estos pasos. 

Si la cumbre se convoca con el fin de lograr una estrategia continental de salud post-Covid-19, hay un espacio grandísimo para exigir un retorno a la era de Obama, no solo desde la defensa de la soberanía sino de los intereses sanitarios y los derechos humanos. Que PAHO salga protegida de la cumbre y se relance la cooperación de salud entre todos los estados hemisféricos, incluyendo Cuba, es más importante que cualquier declaración o acto gallardo, por tangible que parezca la ganancia a corto plazo. 

En lo que refiere al objetivo de promover la democracia y los derechos humanos en el hemisferio, ¿cómo han contribuido las sanciones norteamericanas contra Cuba a ese propósito? El que crea que el bloqueo se concibió o sirve a esos designios impidiendo el desarrollo de Cuba hasta en su sector privado, que compre el puente del Almendares.

Desde su esbozo durante la administración Eisenhower hasta hoy, esa política imperial fue guiada por un anticomunismo a la vez antidemocrático que, aliado con las dictaduras de derecha, solo desprestigió la causa de los derechos humanos con su doble discurso.  

¿No sería mejor aprovechar la actual coyuntura —con líderes de izquierda o progresistas en los gobiernos de México, Argentina, Bolivia, Honduras, y otros que con gusto objetarían las sanciones en la cumbre— para promover una narrativa que denuncie al bloqueo no como una promoción sino como una violación de los derechos humanos? 

¿Cuándo como ahora van a tener esos líderes una tribuna al interior de Estados Unidos? Si los gobiernos latinoamericanos que anuncian no ir, quieren hacer una diferencia, que creen un grupo de trabajo a nivel de viceministros para una campaña de relaciones públicas contra el bloqueo a propósito de la cumbre en Estados Unidos. Claro que declarar no asistir es más simple. Y fácil. 

Otro elemento a sopesar es las coyunturas políticas en Estados Unidos y México. En ambos países se avecinan elecciones presidenciales en 2024. La cumbre es el momento supremo para demostrar que AMLO y Biden pueden aparecer juntos en la comunidad de Norteamérica y cooperar con madurez. Si Biden no se eleva a ese liderazgo por cortas miras de elecciones de medio término en Florida, donde ya los demócratas están en problemas, no justifica que AMLO reaccione con una riposta irreflexiva. 

AMLO

(Foto: Alexandre Meneghini/AP)

La alternativa a Biden en 2024 no sería un «buen vecino», sino un retorno a las políticas bravuconadas de Trump o algunos de sus clones en el Partido Republicano. México, como país latinoamericano en la frontera con Estados Unidos, tiene temas de «dignidad latinoamericana» tan importantes como Cuba que avanzar ante Estados Unidos y la cumbre le brinda importantes oportunidades. 

Sería irónico que el presidente mexicano de izquierda que pudo entenderse con Trump, ponga en riesgo la posibilidad de elevar la relación amistosa que ha desarrollado con Biden en el entendimiento de que los problemas entre América Latina y Estados Unidos deben resolverse con diálogo y cooperación.

El tiempo es una de las variables más importantes en política. Hoy es difícil anticipar cómo un desaire de AMLO a Biden, por justo que parezca dada la «rémora de política intervencionista de más de dos siglos», contribuya a promover la mejor alternativa real existente para América Latina-dígase Biden- frente a sus opositores. 

En México también se complica el panorama político para 2024. Según la última encuesta del periódico Reforma, AMLO disfruta de una ventaja amplia de popularidad (62% de aprobación) frente a sus oponentes, pero se acerca al fin de su mandato sin decidir todavía su sucesor en la candidatura de MORENA. Tales elecciones siempre crean fractura, y un triunfo de la izquierda no es un hecho asegurado ante una oposición que empieza a caminar inciertamente hacia la posibilidad de candidaturas unidas al congreso, y quizás incluso a la presidencia. 

En el debate sobre política exterior mexicana se incluyen temas como la postura gallarda frente al bloqueo de Estados Unidos a Cuba, pero este no es prioridad en «la relación más compleja entre dos países», como la denominara la ex-secretaria de Estado Madeleine Albright.

La política mexicana será juzgada no por ser la mejor para EE.UU. pero tampoco para Cuba, sino por servir primordialmente a los intereses y valores de México. Cuba debe entender esto y preguntarse si no sería preferible proteger al mejor aliado que tiene en el país azteca, allanando la elección de un miembro de MORENA a la presidencia en 2024. 

AMLO

Madeleine Albright (Foto: Getty Images)

Al condicionar su asistencia en calidad de jefe de Estado en Los Ángeles a la presencia cubana, como hiciera públicamente, AMLO no ayuda a Biden a manejar la legítima objeción mexicana a una cumbre excluyente. Una aceptación norteamericana a un condicionamiento mexicano de tal naturaleza no tiene precedentes en la historia y la cultura política estadounidense. 

Es perentorio para México y América Latina, que AMLO evite el entusiasmo y la preferencia de una parte de su base política por el conflicto con Estados Unidos por mero interés en exhibir rupturas con un pasado de subordinación. La medida del triunfo de una opción soberanista en el tema Cuba no son los puntos que se declaren, sino cuánto se avance en el desmantelamiento de las sanciones inmorales, ilegales y contraproducentes. El campo decisor de ese progreso está en Estados Unidos. Es allí donde los líderes latinoamericanos no deben evadir oportunidades. 

El canciller austríaco Metternich, artífice de la gran coalición europea anti-napoleónica, definía la mediocridad diplomática como «la obsesión con obtener ganancias tangibles sacrificando oportunidades para el avance de posiciones». «Todavía no se resuelve», fue la mejor respuesta de AMLO para avanzar las posturas anti-bloqueo a la pregunta sobre si iría a la cumbre de Los Ángeles. Cada declaración de buena voluntad hacia Biden antes de la cumbre es otra flecha en el carcaj para estigmatizar el bloqueo y sus partidarios dentro de ella.

12 mayo 2022 49 comentarios 2k vistas
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Protestas (1)

Protestas en Cuba: causas y consecuencias para un debate desde América Latina

por Arturo López-Levy 31 julio 2021
escrito por Arturo López-Levy

Para explicar las protestas en Cuba del domingo 11 de julio empecemos por lo que es conocido: la economía y la pandemia. Los manifestantes cubanos no son distintos de los de otros países latinoamericanos. Están asustados y hambrientos por la subida de los precios y carencias de alimentos. Están ansiosos y angustiados por la incertidumbre sobre cuándo terminará la pandemia. Lo sorprendente es que no se haya roto el cántaro después de tantos meses llevándolo a la fuente.

Las raíces

La isla ya venía renqueando por décadas con una crisis estructural del modelo estatista, remendado de vez en vez con algunas aperturas al mercado que en ausencia de una transición integral a una economía mixta orientada al mercado solo producían reanimaciones parciales. Esos cambios segmentados creaban islotes de mercado que demandaban más reformas que el gobierno cubano trataba con la lentitud del que tiene todo el tiempo del mundo. La reunificación monetaria y cambiaria, proclamada como necesaria desde finales de los años noventa, no ocurrió hasta 2020, en el peor momento, en medio de la pandemia.

Por otra parte, la pandemia no solo ha sembrado muertes y destrucción económica, sino también el miedo y la incertidumbre en una población desesperada que no ve cuándo terminará la angustia de vivir al límite. A pesar del conocimiento sobre su deterioro, la población cubana actuó confiada en la capacidad de su sistema de salud en tanto este contuvo el avance del virus y avanzaba en la experimentación para vacunas propias. El hechizo, sin embargo, se deshizo cuando en el último mes se dispararon los casos.

A pesar de un sistema de salud de cobertura universal y su relativo desempeño positivo, información a la población y liderazgo apegado a criterios científicos, la pandemia terminó por exponer con crudeza el mayor problema para el sector de bienestar social cubano: sin una economía que lo respalde ese sistema de salud estará siempre a merced de una crisis que agote sus recursos.

Cuba es el único país latinoamericano capaz de producir dos vacunas propias. A la vez su campaña de vacunación ha tenido notables retrasos para implementarse por falta de fondos para comprar sus componentes y otros elementos relacionados. Paradójico.

Protestas (2)

Vacunas y candidatos vacunales cubanos contra la Covid-19 (Foto: BioCubaFarma)

Las protestas indican un hartazgo en el que concurre mucha insatisfacción con la arrogancia y gestión gubernamental. Pero ingenuo sería ignorar que el contexto de las sanciones ilegales, inmorales y contraproducentes de Washington contra Cuba han hecho el problema difícil de la pandemia, casi intratable. El lema de «la libertad» suena muy rítmico pero detrás de los que rompen vidrieras, vuelcan perseguidoras, y la emprenden a pedradas contra las autoridades hay mucho del «hambre, desesperación y desempleo» que pedía Lester D. Mallory para poner a los cubanos de rodillas.

La pandemia y su impacto económico son los factores que determinan la coyuntura. Son la última gota. Pero en la raíz de las causas que originan la protesta hay factores estructurales que llenaron la copa para que se derramara. Entre esos factores, dos son fundamentales. Primero, el desajuste de una economía de comando nunca transformada a un nuevo paradigma de economía mixta de mercado, atrapada en un nefasto equilibrio de reforma parcial; y segundo, un sistema de sanciones por parte de Estados Unidos que representa un asedio de guerra económica, imposible de limitar al concepto de un mero embargo comercial.

América Latina ante Cuba

Ninguna región del mundo ha sido golpeada por la epidemia de Covid-19 como América Latina. Lo sucedido en Cuba tiene características propias pero ya no se trata de la excepción que fue. En términos económicos, quitando el factor estructural del bloqueo norteamericano por sesenta años, Cuba se parece cada vez más a un típico país caribeño y centroamericano con una dependencia notable del turismo y las remesas. En términos de desgaste, la protesta indica a la élite cubana que, pasada la fase carismática de los líderes fundadores, en especial Fidel Castro, la Revolución es, en lo esencial, una referencia histórica.

El espíritu de la Revolución sigue presente en tanto el actual régimen político atribuye su origen al triunfo de 1959, y Cuba sigue siendo objeto de una política imperial norteamericana de cambio de régimen impuesto desde fuera. Más allá de esos dos espacios específicos, particularmente el segundo, todo el manto de excepcionalidad y las justificaciones para evadir los estándares democráticos y de derechos humanos se han agotado. El gobierno de Cuba está abocado, a riesgo incluso de provocar su colapso histórico, a emprender reformas sistémicas de su paradigma.

Se trata de construir un modelo de economía mixta viable en el cual se mantengan las conquistas de bienestar social con un estado regulador, redistribuidor y empresario. En lo político, eso implica un aterrizaje suave y escalonado en un modelo político más pluralista donde al menos diferentes fuerzas que rechacen la política intervencionista estadounidense puedan dialogar y competir. Una cosa es rechazar que Estados Unidos tenga derecho a imponer a sus cubanos favoritos, otra es asumir ese rechazo como un respaldo a que el PCC nombre a los suyos con el dedo.

Es desde esa realidad, no desde simplismos unilaterales que niegan la agencia del pueblo cubano o el fardo estructural del bloqueo norteamericano, que una política latinoamericana progresista puede y debe estructurarse. Las élites cubanas han estado trabajando desde un tiempo atrás (el VI congreso del PCC en 2011) en un modelo de transición más cercano a las experiencias china y vietnamita, de economía de mercado con partido único, que a cualquier precedente occidental. Tal paradigma en lo político rivaliza con los estándares de legitimidad política en la región latinoamericana, donde el derecho a la libre asociación, la expresión y la protesta pacífica van mucho más allá que una simple democracia intrapartidaria leninista.

Protestas (3)

El derecho a la libre asociación, la expresión y la protesta pacífica van mucho más allá que una simple democracia intrapartidaria leninista. (Foto: Efe – Reuters)

De igual modo, el paradigma de democracia pluralista hace aguas cuando se pretende defender los derechos humanos desde dobles estándares o la ingenua ignorancia del rol de los factores internacionales y las asimetrías de poder. Discutir sobre la democracia en Cuba sin mencionar la intromisión indebida de Estados Unidos en maridaje con la derecha anticomunista y la violación flagrante, sistemática y masiva de derechos humanos, que es el bloqueo, equivale a conversar sobre Hamlet sin mencionar al príncipe de Dinamarca.

En Miami, los sectores de derecha pro-bloqueo defienden los derechos humanos martes y jueves, mientras el resto de la semana crean un ambiente descrito por Human Rights Watch en el informe «Dangerous Dialogue» como «desfavorable a la libertad de expresión».  En términos de transición a un sistema político cubano más abierto, con actores de tan malas credenciales, es imprescindible un proceso pacífico, gradual y ordenado. Esos adjetivos son tan importantes como el proceso mismo.

No solo la izquierda radical, sino importantes componentes moderados de la diáspora cubana y alternativas democráticas dentro de la intelectualidad y la sociedad civil cubana han expresado decepción por segmentos de la comunidad de derechos humanos, como Amnistía Internacional, por su falta de trabajo sistemático en la denuncia del bloqueo norteamericano contra Cuba.

Si un opositor de derecha, conectado a la política imperial de cambio de régimen, es detenido en Cuba, la directora Erika Guevara Rosas otorga un seguimiento permanente a su caso. Sus denuncias a la política imperial de bloqueo no lo catalogan como violación sistemática de derechos. Ocurren de vez en vez, y enfatizando que es una excusa del gobierno cubano que debe ser eliminada. ¿Por qué no protestaba cada vez que Trump implementó una nueva sanción que afectaba el derecho a la salud, educación, y otros más, incluidos los de viaje, de cubanos y estadounidenses?

Las protestas contra el gobierno que salió de la Revolución representan un reto para la discusión del tema Cuba en América Latina que solo podrá madurar desde el entendimiento de su complejidad, sin simplismos ni falsas analogías. En primer lugar, Cuba vive un conflicto de soberanía con Estados Unidos, que marca estructuralmente su vida política y económica. Nadie que quiera contribuir a una solución constructiva de los temas cubanos, latinoamericana para problemas latinoamericanos, puede ignorar ese fardo.

La OEA, por ejemplo, es un escenario minado a evitar pues ha sido un instrumento de la política de acoso y aislamiento. Se necesita una visión del siglo XXI, desde la autonomía latinoamericana ante los grandes poderes, incluyendo Estados Unidos, que admita la pluralidad de modelos de estado y desarrollo, sin imponer moldes neoliberales.       

En lugar de reeditar los conflictos de guerra fría, esa visión de pluralismo ideológico pondría en el centro de la acción una perspectiva respetuosa de la soberanía cubana, pero concebida de un modo moderno, más allá de la mera defensa de la no intervención. Cuba vive en una región donde la protesta de todos los estados no ha sido capaz de hacer a Estados Unidos entrar en razones sobre la ilegalidad del asedio contra la isla.

Exigir una elección pluripartidista en Cuba ignorando las sanciones equivalentes a una guerra económica, donde se violan consideraciones de derecho humanitario, es otorgar a la derecha cubana una ventaja que nunca ha merecido. Como los Borbones franceses, los que se plegaron a la invasión de Bahía de Cochinos, asesinaron a Orlando Letelier, y han construido un enclave autoritario en las narices de la primera enmienda de la constitución norteamericana, no olvidan ni aprenden nada.

A su vez, América Latina es una región que ha cambiado, donde traficar con excepciones al modelo de la Declaración Universal de Derechos Humanos es inaceptable. Claro que hay pluralidad de implementación y argumentos de emergencia sobre las que los estados erigen desviaciones más o menos justificadas. Pero el paradigma de un sistema unipartidista leninista que castigue la protesta pacífica por rivalizar con el supuesto rol dirigente del partido comunista es incompatible con la premisa central de que la soberanía está en el pueblo, la nación, no en partido alguno.

Una cosa es argumentar que en condiciones específicas de emergencia, decretadas acorde al modelo de la Declaración Universal, algunos derechos pueden postergarse. Otra, e inaceptable, es el pretexto de una «democracia» unipartidista que no puede ser tal sin libertad de asociación. Partido, recordemos, viene de parte.

***

Este artículo fue publicado originalmente en The Clinic y reproducido con autorización de su autor.

31 julio 2021 33 comentarios 3k vistas
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Patria y Vida

Patria y vida: himnos y subdesarrollo

por Arturo López-Levy 14 junio 2021
escrito por Arturo López-Levy

En el reciente foro «Defensa de la Democracia en las Américas» –al que me referí en un artículo anterior– hubo tres discursos sobre Cuba. El primero estuvo a cargo del periodista y político Carlos Alberto Montaner, quien propuso una intervención norteamericana como solución para llevar la democracia a la Isla. Los otros que hablaron –y callaron ante la propuesta agresiva del primero– son dos de los protagonistas del tema «Patria y Vida»: Yotuel Romero y Asiel Babastro.

Al menos dos de sus intérpretes: el rapero Osorbo y el propio Romero, han calificado su canción como «un nuevo himno nacional». La modestia de su actitud me recuerda a Blas Roca, quien pidió que lo sepultaran al lado de Antonio Maceo en el Cacahual. El líder comunista –al que no se le conoce combate alguno– fue enterrado según la narrativa oficial como a un «general muerto en campaña». En contraste, Frank País García, el genio de la clandestinidad a quien Salas Cañizares cazó como a un león y cuyo funeral paralizó a Santiago de Cuba, recibió honores de coronel.

Equiparar cualquier canción con el Himno de Bayamo es, cuando menos, un atrevimiento. El asunto se complica cuando se intenta encontrar la coherencia entre «Patria y Vida» y la petición de una intervención militar extranjera, dado que con esta solo se consigue muerte sin patria. También es destacable que por el Himno de Bayamo no hubo pleitos en la distribución de ganancias ni porcientos, lo que el patricio Perucho Figueredo ganó fue el fusilamiento por los colonialistas españoles. «Morir por la patria es vivir», dijo antes de caer abatido por el pelotón.

Babastro no se limitó como Romero a leer las estrofas de su «himno». Evocó «Memorias del Subdesarrollo», una de las películas más importantes producidas desde el Tercer Mundo, para demeritar la denuncia a la política de acoso y aislamiento contra Cuba. Al listar problemas reales del país –algunos, mal enfocados– se apresuró a agregar una coletilla: «No, no es el bloqueo».

Patria y Vida (2)

En primer plano, Asiel Babastro; atrás Yotuel Romero y Randy Malcom, de Gente de Zona.

Es aplicable a este caso la cita que él mismo usa de Sergio en el filme: «Una de las señales del subdesarrollo es la incapacidad para relacionar las cosas, para acumular experiencias y desarrollarse». El joven reemplazó la propaganda que culpa de todo al bloqueo norteamericano por aquella que lo niega. Así entra en la «alta sociedad» del exilio cubano. Con razón mucha gente honesta que abogó por cambios en Cuba desde posiciones nacionalistas y se ganó el ostracismo y la represión, lamenta encontrarse en Miami, «el lugar de siempre, en la misma ciudad, y con la misma gente».  

Esa es la doble moral de quienes ayer defendían el comunismo intransigente en La Habana, y hoy con la misma fuerza, postulan el anticastrismo macartista en Miami. «¡Aquí hay que definirse!». «¡Que se vayan!». No hay en estos extremos nobleza ni hidalguía ni consistencia intelectual. El subdesarrollo de las memorias anida en Miami con sentido político invertido.

Una de las ventajas de la moderación –que según José Martí es «el espíritu de Cuba»– reside en no ver el mundo dividido en posturas binarias, sino con matices. Quien los ha visto y defendido su derecho a tener criterio propio frente a los inquisidores en Cuba no puede saltar de un extremo a otro, moviéndose al ritmo también totalitario de las élites anticomunistas de Miami. Por honor no se da ese salto de los premios revolucionarios –se llamen Lucas o Casa de las Américas– a los del otro lado del espectro o viceversa. Se puede cambiar de posición sin advertir a los demás, pero por pudor y coherencia, habría que explicar tan larga pirueta.

Pensar toma tiempo. Artistas e intelectuales críticos sin importar audiencias ni geografías han sido Tomas Gutiérrez Alea y Edmundo Desnoes. En «Memorias…», los dos miraron con matices, agonía y conciencia crítica, el subdesarrollo. Criticaron al gobierno cubano y cómo la cultura revolucionaria reproducía choteos, incoherencias, liviandades, y esquemas de dominación cultural que aplastaban libertades e individualidades.

Nada de eso vino como propaganda, sino lo contrario: la crítica al desborde revolucionario se hizo –allí está el mérito que Babastro no ve– desde una responsabilidad asumida contra las estructuras que habían puesto a Cuba en una posición subordinada dentro del capitalismo mundial. Desde ese lugar que le habían impuesto a Cuba, en la órbita de Washington, era imposible el desarrollo. Usando una expresión del filósofo Rafael García Bárcena, era necesario zafarse de esa dependencia, con tal de realizar «el sueño de una gran nación».

El Sergio de «Memorias…» se queda en Cuba porque sabe qué le espera en Estados Unidos en aquella coyuntura (Desnoes emigra a Nueva York a finales de los setenta), y le resulta más interesante lo que va a pasar en la Revolución –que Jean Paul Sartre observó como huracán contra las ideologías. El bloqueo norteamericano y las agresiones contra la soberanía de la Isla aparecen en la película repudiadas por un pueblo entero. Sergio y parte importante de las clases medias endurecen posturas al jugarse todo por la dignidad nacional implícita en poder decir «no» a imposiciones foráneas. Si abusos hay en las revoluciones, las contrarrevoluciones son peores.

Patria y Vida (3)

Edmundo Desnoes (Foto: William M. Martin)

La Revolución cubana no es «un accidente de la historia» –para usar la expresión del senador Marco Rubio y que los recién llegados con poses intelectuales siempre son rápidos en abrazar. Solo desde esa falta de perspectiva se puede citar a Eduardo Galeano diciendo que los conquistadores cambiaron las biblias por la tierra, como antesala y apoyo a la afirmación de que la Revolución –los nuevos conquistadores– quitó también las Biblias.

«El mundo –cita Babastro a Montaner– ha sido irresponsable al tolerar al castrismo en el siglo XXI» y culpa a «los políticos abstencionistas». ¿Abstencionismo de quién y respecto a qué? Uno de los rasgos más claros del pensamiento totalitario es la imposición a tomar bando y la alergia a la complejidad de la abstención. No hay espacio para terceras posiciones, porque «Cuba es –según Babastro– el mayor fracaso de la democracia en el mundo».

La soberanía cubana es «una quimera “Made in URSS” sin piezas de repuesto», asegura el director Babastro. La política requiere estudio, no es un hobby para analogías sin análisis. Las revoluciones no ocurren por accidente o por la maldad de sus gestores, requieren el mal gobierno de élites irresponsables. En «Memorias del Subdesarrollo» se ilustra cómo esas élites cubanas gobernaron mal, perdieron y salieron huyendo a Miami. Ahora, en el foro «Defensa de la Democracia…» piden que Estados Unidos los ayude a recuperar sus propiedades. Lo reclaman todo, menos su responsabilidad al abrirle la puerta a la Revolución con su desidia y corrupción, para después salir corriendo porque «los americanos no van a permitir esto».

Para criticar los defectos y abusos de Fidel Castro no es necesario inventar nada ni culpar a la URSS. Nunca Cuba fue ni colonia ni protectorado soviético. Konstantin Katushev, que representó a Moscú en sus relaciones con Cuba durante décadas, enunció la naturaleza de las relaciones con el líder cubano y retrató su carácter independiente: «Nunca poner a Castro en una esquina porque no se sabe lo que hará». Ni las UMAP ni la Ofensiva Revolucionaria de 1968 se inventaron en la Unión Soviética. Tanto como sus éxitos en educación, salud, política exterior y otras áreas, los desastres de la Revolución fueron creación nacional.

Patria y Vida (4)

Konstantin Katushev

Las relaciones con la URSS –definidas en la Constitución de 1976 con adulación innecesaria– importaron una buena cuota de comportamientos, concepciones e instituciones totalitarias. Dicho esto debe apuntarse también que no fueron la razón decisiva en las políticas cubanas, independientes y soberanas en lo fundamental. De hecho, esa relación puede contarse en la historia mundial entre las más beneficiosas que un país pequeño haya desarrollado con una gran potencia en la lejanía frente al asedio económico del súperpoder más cercano.

Ojalá se hubiese usado mejor esa época para desarrollar el país y enfocar como nación, no como causa revolucionaria, la oportunidad de un entendimiento con la Administración Carter. La intervención en el conflicto perdido del Ogaden entre Etiopía y Somalia, que frustró en parte el acercamiento con Estados Unidos –lo que debió haber sido la prioridad– fue resultado de la voluntad de Fidel Castro, no de una imposición soviética. No obstante, ningún error cubano justifica la política de sanciones o intervención militar contra Cuba, mucho menos a treinta años del fin de la Guerra Fría.

Asiel Babastro y Yotuel Romero son también continuidad. Revolucionarios descontentos con la Revolución, que actúan desde la misma moral aquiescente ante el poder en la que se formaron. «Atildados, comedidos y obedientes», aceptan sin chistar el pensamiento único de los que gobiernan donde pernoctan la ultima noche. «La gente necesita –dice Sergio en «Memorias…»- que alguien piense por ellos».

14 junio 2021 49 comentarios 4k vistas
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Carlos A. Montaner

Montaner y el cuento de la intervención militar

por Arturo López-Levy 7 junio 2021
escrito por Arturo López-Levy

El foro «Defensa de la Democracia en las Américas» es un espacio donde el exilio cubano de derecha se reúne con políticos latinoamericanos y alguno estadounidense de más o menos credibilidad. Con el auspicio del Instituto Interamericano de Democracia, confluyen en él las élites anticomunistas del continente -al estilo de la Guerra Fría- para culpar a todos, menos a sí mismos, de los avances de la izquierda radical.

Irónicamente, la democracia no es el compromiso que persiguen: entre sus miembros abundan golpistas, corruptos y fugitivos. Este año el Foro homenajeó a Lenín Moreno, expresidente de Ecuador que realizó la proeza de gobernar su país con la agenda de su oponente. Luis Almagro resaltó en el encuentro que varios de los participantes habían dicho «cosas infames» no solo del ecuatoriano, sino también de él mismo y de muchos de los presentes. En ese señalamiento tiene toda la razón el secretario general de la OEA.

Sobre Cuba hubo tres «notables» intervenciones: Carlos Alberto Montaner formuló la propuesta de invocar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR-1947) para buscar una intervención militar en la Isla; Yotuel Romero recitó la canción «Patria y Vida»; y Asiel Babastro intentó la cuadratura del círculo: insertar la opción del cambio de régimen impuesto desde Washington en la tradición cultural alternativa latinoamericana. En este artículo me referiré a la propuesta del primero y, en una segunda entrega, a los «aportes» de los otros.

Carlos A. Montaner (1)

Liberalismo y choteo cubano

Montaner se quedó en la Administración Bush. No sabe que uno de los pocos consensos bipartidistas de la última campaña electoral fue el de reducir el apetito de Estados Unidos por nuevas aventuras militares. Parece que no ha leído que hasta de Afganistán las tropas norteamericanas se retiran. 

El liberalismo clásico que Montaner proclama parece una burla. Sin embargo, es comprensible su proceder: no todos los días tiene la oportunidad de estar al «nivel» del secretario general de la OEA. Almagro lo ha ayudado al confundir sus funciones en la OEA con la disposición a convertirse en líder de la derecha cubana. Con sus posturas, sin hablar de la crítica al bloqueo estadounidense que comparten la abrumadora mayoría de los miembros del bloque, ha lanzado al fango los avances de sus predecesores en la relación entre el organismo panamericano y la Isla.

Desde Joao Baena Soares hasta José Miguel Insulza, pasando por el expresidente colombiano Cesar Gaviria, todos llamaron a reevaluar la resolución sexta de Montevideo 1962, que excluyó a Cuba del grupo continental bajo el pretexto democrático, mientras abundaban las satrapías militares de derecha. 

Almagro ha sido diferente. Incluso llevó la OEA al programa del hombre de Trump en Miami, Alejandro Otaola. En ese espacio se mezclaron la Carta Democrática Interamericana y las posturas del organismo sobre Cuba, con una indagación del anfitrión y una invitada sobre los tríos no musicales —sexo y lenguaje de adultos— del cantante Descemer Bueno. Ese aderezo impidió que la audiencia se aburriera con los temas del secretario general.

Reflejo del tipo de lugar donde Almagro incursiona, fueron las críticas de Otaola a Amy Klobuchar: «una senadora comunista de uno de esos estados rin tintín por allá por Wisconsin». Se refería a la política demócrata de Minnesota, ex candidata presidencial, que ha propuesto, junto al republicano Jerry Moran, de Kansas, una legislación para liberar el comercio con Cuba.

Dígame con quién anda y le diré quién es el señor secretario general.

Montaner (3)

Almagro en el programa del youtuber Alexander Otaola

En el lodazal donde Almagro ha lanzado a la OEA, hay espacio para que Montaner se atreva a aconsejarle una intervención militar como la que se planeó y fracasó en Bahía de Cochinos en 1961. Quiere que jóvenes de Texas, Kansas o Minnesota, pagados con los impuestos que los estadounidenses tributan para defender su país, saquen la cara por los exiliados cubanos de derecha. Esos que viven tranquilitos, amparados por la democracia estadounidense, quieren usar a los hijos de quienes los han acogido como carne de cañón. 

Pero como Bahía de Cochinos es en la historia política estadounidense la definición de fiasco, Montaner ha edulcorado la píldora y sugirió que el modelo para intervenir en Cuba fuera el usado en 1965 en República Dominicana. Resulta que hasta en las historias oficiales para celebrar los aniversarios cerrados de la OEA se ha resaltado lo vergonzoso de ese episodio. Con el cuento de evitar una «segunda Cuba», la intervención militar combatió a los militares constitucionalistas que querían restituir al presidente socialdemócrata Juan Bosch, electo democráticamente y refugiado en Puerto Rico, tras un infame golpe de estado. 

¡Vaya oposición desleal la que pretende traer derechos humanos con cañonazos y bombardeos foráneos! En cierta ocasión, en un debate que sostuve con Montaner, le manifesté que una oposición que se acuerda de los derechos humanos solo martes y jueves, para denunciar el comunismo en Cuba, no es democrática[1]. Los lunes defiende el golpe de estado contra el presidente Zelaya en Honduras; los miércoles apoya a Janine Añez, otra golpista. Y ahora resulta que los viernes son para pedir intervenciones militares al estilo de la que ensangrentó Santo Domingo contra Bosch y Francisco Caamaño.

Para recomendar tal cosa hay que ignorar la historia cubana. «La cuentecita» llamaba el general Máximo Gómez a la Enmienda Platt, pues era el fardo que habían dejado la intervención estadounidense y la tozudez española.

En varias ocasiones durante la República, la amenaza o el uso de la fuerza norteamericana alimentaron a lo peor de la política cubana. La represión brutal al movimiento de los Independientes de Color en 1912, y la protesta contra el fraude electoral o la reelección en 1916, son solo dos ejemplos. Incluso el presidente Theodore Roosevelt advirtió a Estrada Palma, en 1906, la vergüenza que implicaba para él y para Cuba pedir una intervención militar que ni siquiera Estados Unidos quería asumir.

Montaner (5)

Caricatura de la época de la intervención militar norteamericana (1906-1909)

Para lidiar con Cuba, Montaner evocó la «Doctrina de Represalia Masiva» de Eisenhower, cuando Estados Unidos amenazaba con un bombardeo nuclear a la URSS «si se salía del tiesto». Además de la rigidez e inmoralidad de tal concepción, ignora los cuestionamientos formulados por miembros de la propia administración Eisenhower, que llevaron a Kennedy, en 1960, a adoptar la doctrina de «respuesta flexible».

Quien se denomine liberal en el siglo XX o XXI, debería pensar dos veces antes de defender una idea que todo pensador liberal serio —desde Milton Friedman hasta Gary Becker, pasando por el Instituto Cato— ha considerado un desatino. Me refiero al embargo/bloqueo contra Cuba y, en general, a las sanciones referidas a productos que no sean de materiales militares o estratégicos.

La gran mayoría de los liberales clásicos explican que el comercio y la promoción del mercado en sí mismos actúan como fuerzas liberadoras, pues la libertad económica empuja la libertad política. Carlos Alberto Montaner es la excepción «liberal». Con respecto a las sanciones contra Cuba, ni explica ni refuta a Friedman y Becker. Lo que aquellos recomiendan resolver solucionar con comercio, viajes e intercambio, él propone resolverlo con sanciones económicas y guerra.

***

[1] A raíz de los ataques macartistas de Montaner, el Cuba Study Group corrió a sacarme de su «lista de expertos» sobre Cuba. Los que hoy dirigen Diario de Cuba me explicaron que en Cuba Encuentro, que dirigían entonces, no se podía criticar a Montaner. Resultó que el ticket de entrada a esos foros no era la identidad democrática, sino la militancia y solidaridad anticomunista. Hoy les agradezco la exclusión. Las audiencias en las que la decencia norteamericana puso a Joseph McCarthy en el basurero de la historia, deberían ser educación obligatoria para todo el que reciba ayuda de la USAID y la NED.

7 junio 2021 38 comentarios 3k vistas
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derechos humanos

Todo, menos derechos humanos: las sanciones de EEUU contra Cuba

por Arturo López-Levy 8 febrero 2021
escrito por Arturo López-Levy

Introducción

​Los derechos humanos son el conjunto de normas legales internacionales contenidas en el modelo de la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada el 10 de diciembre de 1948 por las Naciones Unidas. Ese modelo está compuesto por siete tratados fundamentales que implican compromisos a adoptar por todos los estados en la protección legal de sus ciudadanos. Esos siete tratados son esencialmente: los dos convenios de 1966 sobre Derechos Civiles y Políticos, y de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; la Convención Internacional contra la Tortura, la Convención para la Eliminación de la Discriminación Racial, la Convención para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, y la Convención de los Derechos del Niño. De estos convenios se derivan otras normativas. 

​La Declaración Universal propone un Estado democrático, liberal y de bienestar general, con una meseta mínima de garantías sociales y económicas, sin la cual los derechos políticos son una ficción. Ese paradigma no es la única respuesta a la pregunta de cómo deben los Estados tratar a sus ciudadanos. Hay otras, como el comunismo, el neoliberalismo, el fascismo y el liberalismo clásico. Todas esas respuestas, sin embargo, son meras ideologías mientras el modelo de la Declaración es un paradigma legal universal refrendado por la mayoría de los Estados en tratados usando sus prerrogativas soberanas. Para implementarlos, las naciones signatarias han creado procedimientos de firma, ratificación, implementación y monitoreo, resolviendo a través de protocolos adicionales disputas sobre su interpretación.   

​Además de universales, esos derechos son indivisibles e interdependientes. Son una canasta relativamente pequeña de derechos, no un menú del que se pueda escoger o no escoger. Los derechos humanos no son lo que cada cual entienda por «la libertad», «la democracia», «el socialismo» u otras palabras bellas, sino normas jurídicas del derecho internacional a interpretar e implementar acorde al mismo.

La promoción de los derechos humanos está consagrada en la Carta de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) dentro de una tensión saludable con los principios de soberanía y no intervención en los asuntos internos de los Estados. Esa tensión se resuelve a partir del reconocimiento del derecho a la autodeterminación de los pueblos, consagrado en el primer artículo de los dos convenios de 1966. El derecho internacional establece normas sobre qué puede y qué no puede hacer una promoción genuina de derechos humanos, incluyendo reglas relativamente claras sobre cuales acciones –incluyendo las sanciones– pueden tomar los actores internacionales con ese propósito.

El bloqueo a Cuba como violación de los derechos humanos

​Estados Unidos, como cualquier otro estado, tiene derecho a promover los derechos humanos en Cuba, siempre y cuando lo haga dentro del derecho internacional. Eso es exactamente lo que no ha ocurrido. A pesar de todas las invocaciones a los derechos humanos por parte del gobierno de Estados Unidos para justificar su política contra Cuba, su ejecutoria, motivos revelados en documentos desclasificados, y accionar al margen de las normas internacionales confirman las conclusiones de la Asamblea General de la ONU y los últimos tres Papas, que han calificado las sanciones norteamericanas como «inmorales, ilegales y contraproducentes». 

​Estados Unidos ha hecho uso ilegal de la fuerza, llegando a patrocinar y organizar ataques armados contra Cuba, como forma extrema de violación reiterada de la soberanía cubana y atentado contra el primero de todos los derechos: el derecho a la vida. En su histórica decisión en el caso Nicaragua en 1983, la Corte Internacional de Justicia estableció que los derechos humanos no constituyen motivo legítimo para el uso de la fuerza fuera del artículo 51 y las atribuciones de seguridad colectiva bajo el capítulo siete de la carta de San Francisco.  

​Las sanciones estadounidenses –desde su génesis entre 1959 y 1961– se originaron en el anticomunismo autoritario de la Guerra Fría, en contradicción con los derechos humanos. En las vísperas de la invasión de Playa Girón, argumentos de derechos humanos fueron esgrimidos por el asesor especial Arthur Schlesinger Jr., quien alertó del riesgo de un fiasco y ofreció la alternativa de poner el énfasis en demandar internacionalmente estándares democráticos, incluyendo el cumplimiento por Castro de su promesa de elecciones competitivas. Esa recomendación de política de derechos humanos fue rechazada por Kennedy a favor de la posición prevaleciente de Thomas Mann, y otros que le advirtieron que las elecciones competitivas debían ser evitadas. Castro –según ese criterio– podía ganarlas dada su popularidad y legitimarse, dando un mal ejemplo en América Latina. 

​El 6 de abril de 1960, el subsecretario de Estado Lester Mallory explicó la lógica que las sanciones buscaron. No eran sanciones inteligentes o selectivas a violadores, como sugiere la literatura de derechos humanos. Castigaban de forma indiscriminada pues buscaban «la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno».

Desde su misma concepción, las sanciones de Estados Unidos han buscado privar a los cubanos sin distinción de su derecho a la alimentación y a un adecuado nivel de vida (artículo 25), al trabajo y un salario justo (artículo 23) e imponer no un cambio de comportamiento, sino de gobierno (artículo 1 común de los convenios de 1966). Se trata de sanciones indiscriminadas que siguen vigentes, pues solo con «el hambre y la desesperación» sus promotores pueden pensar en un colapso del Estado.

Hoy, cuando existe un creciente sector privado cubano, la Administración Trump mantuvo sanciones que impidieron invertir y comerciar con el mismo. Si lo que se busca es una «transición pacífica a la democracia», ¿cuál es el propósito de bloquear a ese sector privado? Generar «inestabilidad y caos» –ha confesado Roger Noriega, ex subsecretario de Estado para América Latina bajo Bush– y evitar un sector de negocios que no esté bajo el control de sus cubanos predilectos. 

​Siempre que en los debates sobre política norteamericana hacia Cuba se tomó en serio los derechos humanos, se hizo para abogar por el desmantelamiento de las sanciones. Ese fue el caso desde las iniciativas de dialogo entre Kennedy y Castro, hasta la apertura de relaciones diplomáticas por el presidente Obama, pasando por el task force dirigido por Viron P. Baky, al final de la administración Johnson, y las directivas del presidente Jimmy Carter.

En sentido contrario, los defensores de las sanciones desde Dwight Eisenhower hasta Donald Trump, pasando por la Ley Helms-Burton, han caminado la milla extra para abrazar una política imperial, distanciándose con inventos retóricos como «libertad», de lo que el derecho internacional les permite: promover los derechos humanos en su interdependencia e indivisibilidad (derechos políticos, civiles, económicos, sociales y culturales)  y dentro del respeto a las normas en la comunidad internacional para las relaciones entre los estados. 

​Las sanciones son un abuso a las libertades civiles estadounidenses, particularmente a la libertad de viaje, con todas las derivaciones que esta tiene en el derecho a la libre información. Tal fue la desviación de las libertades civiles norteamericanas, que el mismo que recomendó la primera limitación de los viajes a Cuba, a tenor de la Crisis de los Misiles, el fiscal general Robert Kennedy, escribió luego un memorándum al secretario de Estado bajo la administración Johnson, Dean Rusk, en el que afirmaba que en ausencia de una emergencia de peligro «claro y presente», no se justificaba limitar los derechos de viaje a Cuba, pues tal práctica era «contraria a nuestros valores libertarios». Mientras han criticado al gobierno cubano por limitar selectivamente el derecho de viaje a opositores, lo que es digno de criticar si ocurre sin el debido proceso, la administración de George W. Bush y la de Donald Trump han adoptado medidas indiscriminadas de castigo y obstáculo contra el derecho de viaje de los inmigrantes cubanos a su país de origen. 

​Desde 1996, la Ley Helms-Burton codificó las sanciones como actos del legislativo. La propia confesión del senador artífice revela que esa ley no tuvo que ver con los derechos humanos. El político de Carolina del Norte que fue el principal baluarte del régimen del apartheid en África del Sur, y uno de los mayores racistas del congreso estadounidense –quien acusó a Martin Luther King de «comunista»– dijo que era una «ley a prueba de Clinton» para evitar una normalización con Cuba que no empezara por la salida de Fidel Castro, «vertical u horizontalmente». La ley Helms incluyó sanciones extraterritoriales, ilegales dentro del derecho internacional. Los derechos a la autodeterminación y a la propiedad privada de ciudadanos de terceros países, por ejemplo, europeos, y canadienses, han sido violados de conjunto con los de los cubanos, al pretender aplicarles castigos extraterritoriales estadounidenses por actos que no violan leyes internacionales, ni europeas ni de sus países. 

Existen criterios humanitarios definidos para el uso de sanciones por organismos de derechos humanos de la ONU, de la Organización de Estados Americanos (OEA), y hasta por el mismo Consejo de Seguridad. Las sanciones deben tener cláusulas de comercio humanitario, que permitan a los gobiernos sancionados vender sus exportaciones para comprar medicinas y alimentos (El programa «petróleo por alimentos», aplicado a Iraq, no era solo de ventas agrícolas administradas a Bagdad, incluía transacciones que permitían vender el petróleo iraquí) destinados a garantizar la salud y la educación del país sancionado.  

Las regulaciones del Consejo de Seguridad requieren evaluaciones periódicas públicas del efecto de las sanciones en la población del país castigado, incluyendo un acápite sobre ciudadanos más vulnerables, niños, embarazadas y adultos mayores. Nada de eso se cumple en los castigos contra Cuba y es conocido el costo humanitario causado por las sanciones, contrarios a los derechos a la salud, la alimentación, la educación y otros [1]. 

​La inconsistencia estadounidense fue evidente en la votación de la resolución sobre el bloqueo en la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2018. La embajadora Nikki Haley se dedicó a presentar enmiendas sobre los derechos humanos en Cuba para viciar la resolución anual condenando el bloqueo. La respuesta del grupo europeo, la mayoría de los latinoamericanos y los 77, fue clara. Más allá de méritos que muchos reconocieron en críticas a Cuba en el tema, no apoyaron enmienda alguna, en el entendido de que ninguna objeción a ese respecto justificaba el tema de la resolución presentada. 

​La última vuelta de tuerca en las sanciones es el acoso a las misiones médicas cubanas en terceros países. En lugar de un enfoque crítico al gobierno cubano en el trato del personal de salud o demandas de transparencia en esos contratos, pero consciente de la importante contribución de brindar atención médica a poblaciones históricamente desprovistas de la misma, lo que se busca es reducir esa colaboración y atemorizar a los países que la acepten. Nada de derechos humanos, ni respeto por el derecho a la salud de las poblaciones afectadas, ni la soberanía de Cuba y los países participantes. 

​Conclusiones

​Las sanciones estadounidenses contra Cuba son una violación flagrante en sí mismas de los derechos humanos de cubanos, norteamericanos y ciudadanos de terceros países. Una recomendación que se deriva de las evidencias presentadas es que la comunidad científica y de promoción democrática debe evitar confundir el anticomunismo de Guerra Fría de una parte importante de la oposición cubana, con la defensa de los derechos humanos.

Hablar de derechos humanos sin entenderlos como parte del derecho internacional es un sin sentido, pues este es condición imprescindible para la estructuración de aquellos. Si el criterio para mirar una política que se reclama de derechos humanos es el derecho internacional y el Juramento Hipocrático de «primero, no hacer daño», quien defiende el bloqueo contra Cuba no puede llamarse defensor de los derechos humanos.

​***

[1] Ver informes anuales del Secretario General de la ONU a la Asamblea General , y el informe «Denial of food and medicine» de la Asociación Americana para la Salud Mundial (American Association for World Health, 1997).

8 febrero 2021 44 comentarios 4k vistas
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dialogos

Diálogos, desasosiegos y esperanza

por Arturo López-Levy 14 diciembre 2020
escrito por Arturo López-Levy

El sábado 5 de diciembre tuvo lugar un diálogo entre funcionarios del Ministerio de Cultura y algunos artistas e intelectuales en Cuba. No se sabía aún el resultado del diálogo y ya chillaban las redes sociales con cubanos molestos que decían no haber sido representados por los reunidos allí, a quienes llamaron traidores y otros epítetos. Un número equivalente asegura que no estuvo representado tampoco por el Movimiento San Isidro ni por los que fueron al MINCULT el 27 de noviembre, quienes afirman no ser los mismos del 5 de diciembre, ni compartir con estos sus pliegos de demandas.

Totalitarios descontentos con el totalitarismo

Esa coincidente exigencia, con tirios y troyanos pidiendo que alguien represente a todos, es un síntoma de cuán totalitaria es la cultura política cubana. Sorprende el encono con el que, reclamando derecho a la disidencia, se descalifica al que tiene una opinión diferente a favor o en contra del gobierno sin reparar en el principio de que la unidad para ser auténtica viene después de la diversidad. Se reclaman diálogos en abstracto, condenando a los que dialogan en concreto. Se busca la solución total y se descalifica la gradualidad y las curas parciales. Demasiada gente con enojo, insiste en exigirle a los demás que digan lo que ellos quisieran decir.

El pluralismo es lo natural. Los cubanos -de hecho, las personas en general- tienen opiniones diferentes porque miran desde distintas perspectivas y experiencias. «Cuando muchos piensan igual -decía Voltaire- es porque pocos están pensando». La pluralidad en la sociedad civil y en la sociedad política puede ser bien o mal manejada, pero lo que no puede negarse es que es.

En una cultura republicana, nadie tiene la responsabilidad de representar a todos. El derecho a la libre expresión, interpretado como virtud republicana, implica el ejercicio del criterio, con respeto y lealtad al interés público (rēs pūblica), para defender los valores, paradigmas e intereses propios. No los de todos, no los de los demás, los propios. La pugna contra el diálogo del sábado entre el Ministerio de Cultura y algunos artistas e intelectuales es expresión de totalitarios descontentos con el totalitarismo. A quien se sienta insatisfecho –cuéntese este autor entre ellos– pues busque formas de diálogo efectivo que lo represente. Tanta gente que dice que se debe dialogar con los del MSI, aunque no están de acuerdo con su agenda o sus halagos a Trump, ¿por qué no van y se los dicen?, ¿no sería un diálogo más productivo?

En política no se dialoga ni se negocia como hobby. Tan importante como lo que se discute es aquello que une a los que dialogan. Quién negocia se sienta a la mesa para obtener un mejor resultado que el optimo alternativo a negociar –en teoría de negociación de conflictos se llama BATNA, las siglas de Best Alternative To a Negotiated Agreement–. Es lógico, útil y profesional establecer precondiciones y que el primer diálogo sea sobre cómo dialogar.

La posición de Fernando Rojas de no negociar con quienes reciban dinero de los fondos de cambio de régimen aprobados bajo secciones de la Ley Helms-Burton es lógica para un nacionalista. Un diálogo abierto a todas las fuerzas patrióticas, incluso las que discrepan del paradigma comunista, es una necesidad del país plural, pero también lo es la defensa de la soberanía. De allí hacia atrás, donde comienza la defensa del unipartidismo perpetuo, termina el interés nacional.  Salvo que su objetivo fuese correr el reloj hasta el 20 de enero y poner a dormir a los congregados sin usar la fuerza, ilógico fuera que se dejara negociar en el Ministerio de Cultura a aquellos que celebran sanciones de profundo impacto negativo para la población cubana.

Una postura patriótica y flexible por parte de los interlocutores del viceministro hubiese sido tomarle la palabra, salir del Ministerio de Cultura y pedir ante la prensa concurrente el fin inmediato e incondicional del bloqueo/embargo contra Cuba, proclamando su rechazo a toda intervención o financiamiento a favor de un cambio de régimen impuesto desde fuera. Perdieron la oportunidad, demostrando que, en política, estaban boxeando por encima de su peso.

Uno de los ponentes pontificó lo lamentable de haber tenido que esperar a leer el libro «Tumbas sin sosiego», del historiador Rafael Rojas, para entender la historia de Cuba. Cada uno tiene sus poetas preferidos, pero no se empieza bien si en lugar de defender el pluralismo se viene a imponer preferencias controversiales.

«Tumbas sin sosiego» tiene la misma orientación teleológica que critica. Lo que cambia es el destino. Si para la historia oficial todo parece ser un antecedente de la Revolución, en «Tumbas sin sosiego» toda aspiración a una Cuba moderna termina con el liberalismo occidental. Es su derecho pensar así, como es el nuestro determinar desde una matriz martiana, actualizada por las experiencias socialdemócratas nórdicas y la de estados desarrollistas en el Este de Asia, que hay otras modernidades más allá del liberalismo.

Para Rojas, la prominencia del nacionalismo frente a los designios imperiales en la narrativa histórica dominante en la sociedad política cubana desde la Segunda República –por lo menos desde 1940– es por lo menos lamentable. Nadie tiene la obligación de aceptar ese juicio ni de colaborar a la deconstrucción de una narrativa nacionalista que entendemos justa, correcta y conveniente. Una cosa es pedir diálogo y otra, demandar la rendición de los oponentes en lo que el profesor cubano residente en México pinta como una guerra civil intelectual por la memoria.

Al margen de lo que cada quien piense de las tumbas, para desasosiego de los vivos que no aceptan la posición anti-bloqueo como condición para dialogar, es un hecho que el rechazo a negociar con los cubanos preferidos de la injerencia foránea ha sido bien acogido en la historia de Cuba –rechazo a la Enmienda Platt, la «cuentecita» le llamaba Máximo Gómez; a la mediación de Sumner Welles en 1933 y a la norteamericana en 1959, «Esta vez los mambises entrarán a Santiago», como dijo Fidel Castro a las puertas de la ciudad. El nacionalismo con justicia social es en la política cubana una zona de legitimidad como resultado de haber logrado en la comunidad de naciones, un respeto que nunca lograron sus alternativas.

Por el filtro antibloqueo –es razonable esperarlo– tendrá que pasar quien aspire a entablar un diálogo con el gobierno. El terreno político para una oposición leal desde el patriotismo no se construye desde el anticomunismo, que busca re-litigar la revolución, sino desde una visión posrevolucionaria no comunista que acepta el hecho consumado, pero se propone superarlo. Si Cuba tuvo una revolución sin democracia pluralista, ahora se trata de llegar a esa democracia sin una nueva revolución.

Frente al maximalismo revolucionario y contrarrevolucionario, el proyecto post-revolucionario invoca la aceptación de mínimos y estándares internacionales –debido proceso, soberanía estatal y derechos humanos, Estado de derecho, evolución– que imponen límites a la actuación de todos. Tales límites son un problema para revolucionarios y contrarrevolucionarios, que por identidad invocan la intransigencia como virtud. No entienden de lógicas realistas y quieren la libertad total y el cielo por asalto.

El problema es que, como decía Juan Bautista Alberdi, «los países como los hombres no tienen alas, hacen su jornada a pie, paso a paso».  Para algunos de los congregados frente al Ministerio de Cultura, en particular los del Movimiento San Isidro y la prensa dependiente del financiamiento norteamericano a los programas de cambio de régimen como Diario de Cuba, cualquier limite o precondición que exija el respeto a la soberanía nacional, tal y como la entiende el derecho internacional, es inaceptable. Tampoco entienden de límites y pactos parciales, los revolucionarios para los cuales Cuba es una causa, una gesta ante cuyo altar toda libertad es secundaria. El diálogo es cuando más una tregua o un espacio no para intercambiar o transar, sino para convertir al retrasado.

Frente a esas posturas, con invocaciones incluso al Zanjón y Baraguá, los que acudieron al diálogo del sábado aparecen no solo con principios y apegos al credo nacionalista, sino también más pragmáticos y realistas. No hay que compararlos con dios, sino con lo que han logrado las alternativas intransigentes, es decir, nada.

La moderación es el espíritu de Cuba 

Las personas que leen lo que escribo saben donde me ubico. Explicar de nuevo mis simpatías nacionalistas, republicanas y socialdemócratas seria redundante y descortés. El problema con la Revolución cubana no es su legitimidad histórica o si fue necesaria; el tema es que Cuba no es una causa revolucionaria, es un país soberano, con un Estado que debe respetar los derechos de todos.

La prioridad, por encima de cualquier ideología, debe ser encontrar la mejor forma de dar comida, transporte y casa a la mayoría posible de ciudadanos con la mayor equidad. Está en el interés nacional cubano tanto mantener las conquistas de la Revolución –incluyendo la capacidad de decir «no» a Estados Unidos cuando toque– como desarrollar una vibrante economía mixta y una sociedad política con respeto a la pluralidad ideológica de sus ciudadanos. En otros lugares, he explicado la utilidad del concepto «Casa Cuba», promovido por monseñor Carlos Manuel de Céspedes para pensar un tránsito gradual a una república soberana, con separación de poderes, elecciones democráticas y oposición leal. 

El problema no es manejar la diversidad cultural sino la diversidad política. Dialogar con artistas e intelectuales jóvenes es un complemento, pero nunca un sustituto a la necesidad de pensar la política cubana de modo tal que quepan tantas diferencias como sea posible sin debilitar el interés nacional. Dentro del respeto al interés público y la soberanía del país, el gobierno cubano debe conversar con todos y para el bien de todos. Mientras más cubanos estén dentro de ese espacio de deliberación, supongo que el resultado puede ser potencialmente mejor.

Ningún artista es en virtud de su arte representante de las opiniones políticas de la nación toda. Los que fueron al MINCULT el 27 de noviembre o los que hablaron después con el Ministro de Cultura son tan representantes del pueblo de Cuba como los primeros cien nombres de la guía telefónica de Santa Clara. Nadie ha votado por ninguno, ni representan a una asociación en la que otros hemos participado, competido o apenas expuesto nuestras opiniones políticas, eligiéndolos nuestros representantes. El hecho de que alguien sea una cantante lírica, o un dramaturgo, o una artista plástica, o un trovador, no le otorga representatividad o conocimiento especializado para resolver los problemas de la economía o la política del país.

A esta hora, cuando la generación histórica que hizo la Revolución sale de la escena, es difícil entender de donde emana la soberbia del Partido Comunista al ubicarse como depositario exclusivo de la soberanía nacional. Primero, porque partido viene de parte. Segundo, porque el estado deplorable de la economía, las cifras de emigrados y deseosos de emigrar, y el nivel de desencanto y crítica a los privilegios inmerecidos y la corrupción, deberían llamar la atención de los que en las élites políticas e intelectuales apuestan por un futuro desde valores patrióticos.

De conjunto con un gobierno que ha manejado la pandemia de Covid-19 con relativa eficiencia y ha apoyado meritoriamente a otros países, se ven en los videos compartidos en las redes sociales y hasta en la Mesa Redonda, a múltiples funcionarios sin capacidad de convencer, con fundamentos de segunda y tercera categoría.

El bloqueo norteamericano es un problema fundamental, pero también lo es la ineficiencia, la corrupción, y la desidia de políticas gubernamentales. Basta ver los casos de profesores declaradamente socialistas, separados de sus aulas por expresar mínimas disidencias, para dudar de la capacidad del sistema político de lidiar con los retos políticos de una reforma económica y una apertura a flujos de información inevitables.

Cada día es más difícil confiar en que el actual sistema pueda sacar a Cuba de la crisis. Por lo menos se necesita una estructura donde lo no comunista quepa, no como ciudadano de segunda, sino con capacidad para ejercer el gobierno, ser voz en el parlamento, administrador en lo municipal y regional. En un sistema que asume la supuesta sabiduría del PCC y su competencia a priori, la doble moral y el conformismo vician inevitablemente el proceso de deliberación, participación y toma de decisiones. Aunque ese Estado/Partido aparezca poderoso, es prisionero de sus propios miedos. Lo que décadas atrás fue una unidad políticamente persuadida o maniobrada, hoy se construye sobre el falso cimiento de imponer coyundas hasta dentro de lo patriótico.

Sin el carisma excepcional y el manejo de crisis de Fidel Castro, con una población de profesionales preparados dentro y fuera del país, la falta de pluralidad política institucionalizada y el miedo a cambios urgentes es –para los intereses nacionales– peligrosa. Río que no encuentra cauce se desborda.

Si el gobierno no tiene compromiso democrático en sus políticas, la oposición no lo tiene ni en el corazón ni en su cabeza. Hasta para discutir derechos humanos, un tema que debía ser no partidista, estas tribus políticas se empeñan en despojarlo de tal carácter. Si en la Mesa Redonda de la TV cubana se habla de los derechos humanos como un derecho a construir el socialismo, en el artículo «¿Cuánto cuesta la desobediencia en Cuba?», publicado en El Toque, se afirma la falsedad de que, «sin importar qué país incluye este tipo de regulaciones sobre los símbolos nacionales, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) las considera a todas como una vulneración a la libertad de expresión». ¿Cuándo fue eso? ¿Donde tomaron ese curso de derecho internacional?

La oposición declarada, en su construcción actual, incluyendo el MSI, contiene una tendencia plattista dominante. A varios intelectuales jóvenes que protestaron ante el MINCULT les quedó grande el diálogo. Exigiendo homenajes a un grupo de poca monta en la cultura cubana como Paideia, terminaron entre las tenazas binarias del gobierno que los descolocó y la presión maximalista del Movimiento San Isidro.

De un tiempo a esta parte se ha vuelto una «gracia» de algunos opositores tomar los símbolos nacionales para choteo y «performances». Antes de pedir los jóvenes artistas que les enseñen «Paideia» –vaya nombrecito griego para un grupo cultural cubano–, seria bueno que conocieran que en El Jíbaro –narró Orestes Ferrara– por poco se caen a tiros cubanos y estadounidenses en 1898 a propósito de lo que el General José Miguel Gómez consideró un ultraje a la bandera cubana.

Entre los partidarios de esa oposición en el exterior, que han firmado varias cartas, el compromiso con la libertad de expresión es ambiguo. Condenan y alertan contra la violencia «estatal», mientras son incapaces de decir algo como grupo contra los reiterados incidentes de violencia y actos de repudio que la derecha radical ha montado en Miami, o mencionar el bloqueo como lo que la comunidad internacional lo ha calificado desde 1992: «ilegal, inmoral y contraproducente». No hace veinte años, sino apenas una semana atrás, hubo violencia respaldada por el alcalde de Miami contra la libertad de expresión de Edmundo García. No hay acto de repudio gallardo ni amenaza buena de muerte contra la libertad de expresión, ni en Cojímar ni en la Calle 8.

Existe en la Isla y en la emigración, una Cuba para la cual la «moderación», como decía Martí, es su espíritu. Es posible demandar a la vez mayor pluralidad política que la permitida por el monopolio comunista mientras se defiende desde el corazón la bandera de la estrella solitaria y desde el conocimiento el pensamiento independentista y democrático de José Martí, que es «el Delegado» que ya Cuba escogió, para citar a Cintio Vitier en polémica con Rafael Rojas. La disposición de los congregados ante el MINCULT a cantar el Himno de Bayamo es un buen comienzo para pensar un rumbo propio entre la Escila de la soberbia totalitaria y la Caribdis del plattismo sumiso. Allí va la esperanza.

14 diciembre 2020 27 comentarios 2k vistas
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trump

El hombre de Trump en Miami

por Arturo López-Levy 21 octubre 2020
escrito por Arturo López-Levy

Después de proclamarlo un “hombre de gran reputación” y recibir el halago “Tú eres el hombre” (así se decía de Batista el día del golpe de estado)- el presidente Donald Trump, depositó su bendición y manto sobre el nuevo líder que quiere para el exilio cubano de derecha: “Tú también eres el hombre”, “pásale la lista a Mario”- dijo el presidente Trump a Alex Otaola.

Por el tono de jolgorio montado en el programa en que se transmitió la entrevista, la lista parece ser la obra magna de un grupo de vigilantes, con los nombres de artistas, intelectuales, reguetoneros, y cantantes, a los que habría que bloquear el ingreso a los Estados Unidos, por no querer sumarse a la cruzada macartista que se ha montado el alegado ex dirigente sindical de Radio Progreso.

“El hombre de los americanos” -así llamaban a Manuel Artime en el Miami anterior a la invasión de Bahía de Cochinos. Quizás aquel intelectual católico, que trabajó con Humberto Sorí Marin en la reforma agraria, fue el primero que disputó ese título después de 1959. La idea de Robert Kennedy, Frank Bender o Donald Trump es escoger a su cubano favorito, el talismán alrededor del cual todo el anticastrismo se debe agrupar.

Si lo escogió la Casa Blanca, es el elegido. Tío Sam sabe más. ¿Cómo si no explicar lo lejos que ha llegado Estados Unidos y todas las dificultades que tiene Cuba? Si hiciese falta una nueva prueba de la pobreza y falta de perspectiva de ese razonamiento, basta ver la pendiente larga y declinante que va desde el doctor Artime al cantamañanas seleccionado por Trump el viernes pasado como su nuevo hombre en Miami.

El presidente Donald Trump, con amor de Mufasa, ha levantado al locutor en YouTube. Otaola es la esperanza redentora de la era Trump para Cuba y para Miami. Toda la historia de una manera de pensar destilada en la voz escogida por Washington para que hable por todos (cualquiera diría que ese todo es la raíz del totalitarismo). El nuevo Artime, José Elías de la Torriente, Jorge Mas-Canosa, el Moisés que Bill Clinton y los demócratas impidieron al devolver al castrismo a Elian, todos ellos fundidos en esta nueva alma camagueyana.

“Habemus Otaolus”, ayatollah con turbante, guía para el retorno a casa, hacia la Cuba prometida, a la maravilla de país que había antes de 1959. Esa Cuba que la revolución -ese “accidente” como lo llama Marco Rubio, del que solo Fidel y Raúl Castro tienen responsabilidad- nos interrumpió.

Mezcla explosiva de tres tradiciones: Savonarola, Roy Cohn y Chucha, la cederista. Foto: Alex Otaola/Facebook

El nuevo Savonarola que nos ha salido -y mira que los cubanos hemos producido Savonarolas a diestra y siniestra, con ático y balcón a la calle- ha ofrecido hacer una “lista roja” para “asesorar” al presidente. No quiere nada para él, solo pide que le quiten a los demás todo lo que se les pueda quitar. Como su antecesor florentino, aquel cura bañado de masas creyéndose Dios, que agitaba multitudes contra los Medicis y derribaba las estatuas patrocinadas por estos de Boticelli, Leonardo y el joven Miguel Angel.

Otaola quiere un arte comprometido con su causa. Todo lo demás al fuego. Él es continuidad y va por más. Ha dicho varias veces que no se puede ser neutral, “hay que joderse” y joderle la vida a los demás.

“You too” le ha contestado Trump cuando Otaola ha suspirado en el lenguaje camagueyano de Shakespeare: “You are the man”. ¡Así le dijo al presidente norteamericano! ¡Choteo que se perdió Jorge Mañach! Trump y Otaola -o al revés según la jerarquía- son tal para cual, alfa y omega, principio y final. Otaola el magnífico -“chisme, chisme, la gente quiere chisme”- dice Trump que es un tío de reputación. Hay rumores que desde el viernes, Mike Pence no se pierde una directa suya.

Son los revolucionarios descontentos con la revolución que trasmiten las alegrías de cada caravana y festival anticomunista, las nuevas tribunas abiertas. “No entiendo nada” -canta Interactivo- “¿esto es Miami o esto es la Habana?”. No cubano decente, no te escapaste de la doble moral, la intransigencia y el choteo. Estás aún en el lugar de siempre, casi en la misma ciudad y con la misma gente. Lo único que ha cambiado es el signo ideológico de su soberbia.

¡Pasen señores! Pasen al show de Roy Cohn en versión camagüeyana. Al fin puede descansar el abogado de Trump, ayudante del senador McCarthy, perseguidor de homosexuales, siendo homosexual el mismo. Roy Cohn y McCarthy dejaron un legado de cacería de brujas e inspiraron el debate en el Congreso, con testimonio del embajador Earl Smith, sobre quién “perdió” Cuba.

Si Cuba se perdió es porque era de Estados Unidos, por lo menos del embajador Smith.  Esa isla donde “el embajador norteamericano era la segunda persona más importante detrás del presidente, y muchas veces la primera” fundó este Miami anticastrista radical.

Cuba, traicionada por los liberales norteamericanos, que están conspirando en el gobierno profundo, en el “cuarto piso” del Departamento de Estado, en el New York Times con Herbert Matthews, en Hollywood con Robert de Niro, Meryl Streep (actriz “sobrevalorada de segundo rango” según el presidente Trump) y Danny Glover, en la academia que está “cundida de izquierdosos”, creyentes del cambio climático, el sistema de salud de cobertura universal, la ideología de genero y el lenguaje “políticamente correcto” donde a los afro-descendientes (así le dicen a los negros) hay que tratarlos como si vinieran de un lugar equivalente  a Europa.

Dice Juan Manuel Cao, que ese Estados Unidos lleva un siglo traicionando el anticastrismo, “desde antes de Kennedy”, incluso antes de Castro,  “desde Franklin Delano Roosevelt”, que ante el auge comunista y los soviets contra Machado no usó la enmienda Platt.

A esas tradiciones, digan lo que digan los libros de historia de Estados Unidos sobre el daño del macartismo al prestigio y la democracia estadounidense, se suma  ahora el “comparte, comparte, comparte”, la agitación y propaganda aprendida en Radio Progreso. Hay camisetas que activan a la juventud cansada de que le pongan patrones de buena conducta, de las que hacía gala el exilio histórico con sus graduados de Belen y Lourdes. Sirven para movilizar a los recién llegados que aprendieron bien la doble moral de soldados de la revolución, “de frente y luchando”. Se trata de cambiarles el software ideológico en dirección contraria, pero sin tocar el hardware del choteo, la irresponsabilidad y la doble moral totalitaria.

Allí están los slogans #tocameelpito y #hayquejoderse, con el parón para pisotear libertades que son estrictamente individuales y decretar “lo que todos debemos hacer”. Esa mala manía de pensar y hablar en plural sin contar con uno: no remesas, no viajes, no ayudas, ni a la familia ni a nadie. Es la fuma de la caldosa cederista de la “compulsión social” de la que hablaba el comandante para los inadaptados: Así se tuerce el brazo a los de “conducta impropia”.

Pregúntenle a Gente de Zona cómo ha tenido que entrar por la horca caudina. “Abajo la dictadura” para poner el sellito “Esta es tu casa Otaola”. De allí, a la plaza para gritar con Mike Pence: “Vuiva Quiuba Libre”. Así entra el hombre nuevo a la sociedad del Miami macartista: “atildados, comedidos y obedientes”. Aplaudiendo siempre.

“Braaavooo”- dice el anfitrión de la catedral del chisme, #chismezone que llega a la bajeza infame de acusar de ladrón por 250 000 dólares a un prisionero enfermo, que no se puede defender, detenido en Cuba, en juicio que el gobierno no ha explicado públicamente en ninguna parte. Nadie escapa de la lista roja.

¿Qué más respaldo podría querer Otaola? Tiene a Trump para su tejemaneje, traducido por Díaz-Balart, que lo ha proclamado el más grande luchador por la libertad del hemisferio. Es la guinda del cake de un programa para el odio entre cubanos, por el que desfilan una entrevista a Luis Almagro (vaya embarcada que le dieron a la OEA) mezclada en la misma pantalla con bretes y mensajes robados de un adversario masturbándose, “mami que rica tú estas”. Luego llega el director para Cuba de USAID y su perorata sobre cuanto avanza el “freedom de Cuba” se mezcla con groserías por cuanto brete hay en la farándula cubana.

Y siempre mucha persecución, acoso y odio. A artistas, al profesor Carlos Lazo que no le responde, a gente simple y hasta a sus propios admiradores. Se levanta como los sicofantes de la antigua Grecia y después del cafecito en La Carreta o El Versalles, se pregunta a lo Iroel Sánchez: ¿a quién voy a denunciar hoy? Vive de eso.

Votar por Trump es votar por Otaola. Foto: SBS News

Se cuenta que en la guerra civil posterior a la revolución de 1959, Fidel Castro orientó alzar falsas bandas bajo liderazgos de agentes propios para atraer a las mismas a aquellos que quisieran sumarse a la oposición armada al gobierno. Con esta mezcla de Savonarola, Roy Cohn y Chucha la del CDR, como “el hombre” de Trump para Cuba, no le hubiese hecho falta. Con enemigos como este, no se necesita amigos.

Trump ya tiene su “hombre” en Miami. Votar por Trump -en términos cubano-americanos-es hoy votar por Otaola. Si a ud le gusta el brete, la lista roja, el bloqueo, el parón para que Cuba explote de hambre y desesperación, vote por Trump. Si cree que el anfitrión de la catedral del chisme es la mejor representación de la comunidad cubano-americana, levántese temprano antes del 3 de noviembre, y vote por Trump. Él es su candidato.

21 octubre 2020 30 comentarios 2k vistas
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bosque

Contando arboles sin ver el bosque

por Arturo López-Levy 13 julio 2020
escrito por Arturo López-Levy

En su muro de Facebook, el embajador y director Eugenio Martínez me denuncia por una supuesta “irónica ofensa” a los trabajadores del MINREX. Insinúa que soy parte de una campaña para “sospechosamente y sincronizadamente” (el uso abigarrado del lenguaje es del autor) defender el césped de la calle G en la Habana. Es una acusación rara. El motivo es una opinión que di sobre la pavimentación de un segmento del paseo peatonal de la calle G en la Habana, cerca del Minrex y la Casa de las Américas.

Comentario de Arturo López-Levy en Facebook

Comentario del Embajador Eugenio Martínez en Facebook

No debería resultar raro a un funcionario encontrar críticas ciudadanas a una decisión gubernamental sin previa audiencia pública, sin deliberación ni transparencia. “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento” -dijo el más grande de todos los cubanos. Interpelar a funcionarios, que se supone trabajan para servirnos, no es ofender. Si se aplica la Declaración Universal de Derechos Humanos, el estándar internacional de sí un país es democrático o no, los funcionarios deberían participar en el debate público sin pretensiones de superioridad y respetando la pluralidad política del país.

Nada anormal hay -insisto desde los derechos humanos universales- en que ciudadanos opuestos a una posición oficial “sincronicen” sus demandas comunes. Se llama libertad civil y asociación democrática. El director Martínez debería adaptarse pues es mandatario de un pueblo (los mandantes) cada día más plural. Un funcionario puede decidir ser “atildado, comedido y obediente”, cual “soldado de la revolución”, pero la ciudadanía tiene el mínimo derecho de no imitarlo. El paradigma de república de José Martí, que la constitución de Cuba proclama, postula un ciudadano crítico y suspicaz ante todo poder.

Quizás el director deba usar las probabilidades. “Sincronizar” opiniones que van desde Cubadebate, que se planteó la cuestión en términos nada amigables, hasta un grupo numeroso de ciudadanos en el país y la emigración, a derecha, centro e izquierda, pasando por el cantautor Silvio Rodríguez, es sospechosamente -para usar los términos del director- difícil. Cero es el número de las audiencias públicas celebradas en el municipio Plaza para deliberar y decidir este asunto de patrimonio público y en el que bien podrían participar expertos en urbanismo, arquitectura, medio ambiente e impacto social que nos ofrezcan intervenciones inteligentes y sostenibles en el espacio público, o sea, de todos.

No es la primera vez que se producen arreglos cuestionables, en varios lugares del país. Entre los más recientes se podrían mencionar la barrabasada denunciada por Alfredo Prieto con las aceras de la Rampa -sin el debido cuidado que dicha gestión merecía- y el talado de los árboles de Prado, que también provocaron airadas críticas.

Solo alguien con la paranoia a todo voltaje puede ver una “irónica ofensa” a los trabajadores del MINREX cuando me refiero a ellos como “cultos” e informados. Expresé mi desilusión por su escandaloso silencio con un par de preguntas: “¿Han dicho algo? ¿Ya no les importa?”. Contando los dieciséis árboles que no cortaron, el director Martínez se quedó sin ver el bosque. Cualquier gobierno que vaya a modificar la avenida de los presidentes debe consultar a la población. De allí, la analogía con el parque central de NYC en mi post. Ciertas áreas publicas son justificadamente un tercer rail.

Respeto la importancia de un servicio exterior profesional, reconozco sus méritos técnicos, pero ninguna parte del funcionariado estatal está exenta de crítica. Como el director ha considerado dos simples preguntas una  “irónica ofensa”, aprovecho para reiterar que hay críticas legítimas no ya a la participación ciudadana de los funcionarios sino a su labor concreta y específica.

Por ejemplo,  definir las relaciones del gobierno con los emigrados como entre la “nación y la emigración” es un error político. La emigración es parte inseparable de la nación,  que  por cierto es mucho mas que el estado-partido.  Partido viene de parte, no de todo. Solo desde una indefendible premisa de separación se puede sospechar del interés de los emigrados en asuntos de la isla para mandarlos a ocuparse solo de los asuntos del país donde viven, viendo sincronizaciones que no son. A los emigrados nos preocupa y ocupa lo que ocurre en nuestro país de origen y tenemos derecho a expresarlo, con todo el respeto que imponen las relaciones civilizadas, pero con los mismos derechos que cualquier residente en la Isla, e incluso cualquier alto funcionario del estado.

Dice el director Martínez que en el mundo se han visto horrores, y que este del paseo peatonal pavimentado no lo es. Tiene razón. La actitud escéptica y crítica del ciudadano ante el estado, no la presunción iluminada de partido o funcionario alguno es el mejor remedio para evitar y mitigar horrores y errores en el mundo y en Cuba.

Para que nadie “sospeche” que oculto nada, aclaro que la constitución unipartidista de 2019 no responde a mi preferencia socialdemócrata.  Insté a votar por ella por realismo. Hay un bloqueo norteamericano contra Cuba, que justifica un ordenamiento de emergencia del estado cubano. Tengo también la paciente esperanza de que, si se implementa la constitución; con los niveles prometidos por sus gestores de reforma económica, deliberación, consulta y participación, se agotarán sus limites en un razonable tiempo y habrá que pasar a un marco más libre y democrático, ojalá “de la ley a la ley”.

Dicho esto, es un hecho que sus partidarios defendieron la idea del consenso “hasta el cansancio”, como forma óptima de legitimar las decisiones. El mandato del pueblo -según la propia explicación del unipartidismo- no es solo de la reiterada “continuidad”, es también de cambios. Aunque el uso del consenso no es una panacea (tiene altos costos de transacción, y tiende a posponer y dilatar decisiones), es el paradigma postulado constitucionalmente. Para implementarlo se necesita consulta, deliberación y transparencia. Si ese hubiese sido el procedimiento, la decisión hubiese generado menos críticas, y quizás los trabajadores del MINREX hubiesen opinado contra el desacierto. No fue el caso.

13 julio 2020 38 comentarios 874 vistas
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