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Arturo López-Levy

Arturo López-Levy

Profesor de Relaciones Internacionales. Experto en Estados Unidos y América Latina

Todo, menos derechos humanos: las sanciones de EEUU contra Cuba

por Arturo López-Levy 8 febrero 2021
escrito por Arturo López-Levy

Introducción

​Los derechos humanos son el conjunto de normas legales internacionales contenidas en el modelo de la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada el 10 de diciembre de 1948 por las Naciones Unidas. Ese modelo está compuesto por siete tratados fundamentales que implican compromisos a adoptar por todos los estados en la protección legal de sus ciudadanos. Esos siete tratados son esencialmente: los dos convenios de 1966 sobre Derechos Civiles y Políticos, y de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; la Convención Internacional contra la Tortura, la Convención para la Eliminación de la Discriminación Racial, la Convención para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, y la Convención de los Derechos del Niño. De estos convenios se derivan otras normativas. 

​La Declaración Universal propone un Estado democrático, liberal y de bienestar general, con una meseta mínima de garantías sociales y económicas, sin la cual los derechos políticos son una ficción. Ese paradigma no es la única respuesta a la pregunta de cómo deben los Estados tratar a sus ciudadanos. Hay otras, como el comunismo, el neoliberalismo, el fascismo y el liberalismo clásico. Todas esas respuestas, sin embargo, son meras ideologías mientras el modelo de la Declaración es un paradigma legal universal refrendado por la mayoría de los Estados en tratados usando sus prerrogativas soberanas. Para implementarlos, las naciones signatarias han creado procedimientos de firma, ratificación, implementación y monitoreo, resolviendo a través de protocolos adicionales disputas sobre su interpretación.   

​Además de universales, esos derechos son indivisibles e interdependientes. Son una canasta relativamente pequeña de derechos, no un menú del que se pueda escoger o no escoger. Los derechos humanos no son lo que cada cual entienda por «la libertad», «la democracia», «el socialismo» u otras palabras bellas, sino normas jurídicas del derecho internacional a interpretar e implementar acorde al mismo.

La promoción de los derechos humanos está consagrada en la Carta de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) dentro de una tensión saludable con los principios de soberanía y no intervención en los asuntos internos de los Estados. Esa tensión se resuelve a partir del reconocimiento del derecho a la autodeterminación de los pueblos, consagrado en el primer artículo de los dos convenios de 1966. El derecho internacional establece normas sobre qué puede y qué no puede hacer una promoción genuina de derechos humanos, incluyendo reglas relativamente claras sobre cuales acciones –incluyendo las sanciones– pueden tomar los actores internacionales con ese propósito. 

El bloqueo a Cuba como violación de los derechos humanos

​Estados Unidos, como cualquier otro estado, tiene derecho a promover los derechos humanos en Cuba, siempre y cuando lo haga dentro del derecho internacional. Eso es exactamente lo que no ha ocurrido. A pesar de todas las invocaciones a los derechos humanos por parte del gobierno de Estados Unidos para justificar su política contra Cuba, su ejecutoria, motivos revelados en documentos desclasificados, y accionar al margen de las normas internacionales confirman las conclusiones de la Asamblea General de la ONU y los últimos tres Papas, que han calificado las sanciones norteamericanas como «inmorales, ilegales y contraproducentes». 

​Estados Unidos ha hecho uso ilegal de la fuerza, llegando a patrocinar y organizar ataques armados contra Cuba, como forma extrema de violación reiterada de la soberanía cubana y atentado contra el primero de todos los derechos: el derecho a la vida. En su histórica decisión en el caso Nicaragua en 1983, la Corte Internacional de Justicia estableció que los derechos humanos no constituyen motivo legítimo para el uso de la fuerza fuera del artículo 51 y las atribuciones de seguridad colectiva bajo el capítulo siete de la carta de San Francisco.  

​Las sanciones estadounidenses –desde su génesis entre 1959 y 1961– se originaron en el anticomunismo autoritario de la Guerra Fría, en contradicción con los derechos humanos. En las vísperas de la invasión de Playa Girón, argumentos de derechos humanos fueron esgrimidos por el asesor especial Arthur Schlesinger Jr., quien alertó del riesgo de un fiasco y ofreció la alternativa de poner el énfasis en demandar internacionalmente estándares democráticos, incluyendo el cumplimiento por Castro de su promesa de elecciones competitivas. Esa recomendación de política de derechos humanos fue rechazada por Kennedy a favor de la posición prevaleciente de Thomas Mann, y otros que le advirtieron que las elecciones competitivas debían ser evitadas. Castro –según ese criterio– podía ganarlas dada su popularidad y legitimarse, dando un mal ejemplo en América Latina. 

​El 6 de abril de 1960, el subsecretario de Estado Lester Mallory explicó la lógica que las sanciones buscaron. No eran sanciones inteligentes o selectivas a violadores, como sugiere la literatura de derechos humanos. Castigaban de forma indiscriminada pues buscaban «la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno».

Desde su misma concepción, las sanciones de Estados Unidos han buscado privar a los cubanos sin distinción de su derecho a la alimentación y a un adecuado nivel de vida (artículo 25), al trabajo y un salario justo (artículo 23) e imponer no un cambio de comportamiento, sino de gobierno (artículo 1 común de los convenios de 1966). Se trata de sanciones indiscriminadas que siguen vigentes, pues solo con «el hambre y la desesperación» sus promotores pueden pensar en un colapso del Estado.

Hoy, cuando existe un creciente sector privado cubano, la Administración Trump mantuvo sanciones que impidieron invertir y comerciar con el mismo. Si lo que se busca es una «transición pacífica a la democracia», ¿cuál es el propósito de bloquear a ese sector privado? Generar «inestabilidad y caos» –ha confesado Roger Noriega, ex subsecretario de Estado para América Latina bajo Bush– y evitar un sector de negocios que no esté bajo el control de sus cubanos predilectos. 

​Siempre que en los debates sobre política norteamericana hacia Cuba se tomó en serio los derechos humanos, se hizo para abogar por el desmantelamiento de las sanciones. Ese fue el caso desde las iniciativas de dialogo entre Kennedy y Castro, hasta la apertura de relaciones diplomáticas por el presidente Obama, pasando por el task force dirigido por Viron P. Baky, al final de la administración Johnson, y las directivas del presidente Jimmy Carter.

En sentido contrario, los defensores de las sanciones desde Dwight Eisenhower hasta Donald Trump, pasando por la Ley Helms-Burton, han caminado la milla extra para abrazar una política imperial, distanciándose con inventos retóricos como «libertad», de lo que el derecho internacional les permite: promover los derechos humanos en su interdependencia e indivisibilidad (derechos políticos, civiles, económicos, sociales y culturales)  y dentro del respeto a las normas en la comunidad internacional para las relaciones entre los estados. 

​Las sanciones son un abuso a las libertades civiles estadounidenses, particularmente a la libertad de viaje, con todas las derivaciones que esta tiene en el derecho a la libre información. Tal fue la desviación de las libertades civiles norteamericanas, que el mismo que recomendó la primera limitación de los viajes a Cuba, a tenor de la Crisis de los Misiles, el fiscal general Robert Kennedy, escribió luego un memorándum al secretario de Estado bajo la administración Johnson, Dean Rusk, en el que afirmaba que en ausencia de una emergencia de peligro «claro y presente», no se justificaba limitar los derechos de viaje a Cuba, pues tal práctica era «contraria a nuestros valores libertarios». Mientras han criticado al gobierno cubano por limitar selectivamente el derecho de viaje a opositores, lo que es digno de criticar si ocurre sin el debido proceso, la administración de George W. Bush y la de Donald Trump han adoptado medidas indiscriminadas de castigo y obstáculo contra el derecho de viaje de los inmigrantes cubanos a su país de origen. 

​Desde 1996, la Ley Helms-Burton codificó las sanciones como actos del legislativo. La propia confesión del senador artífice revela que esa ley no tuvo que ver con los derechos humanos. El político de Carolina del Norte que fue el principal baluarte del régimen del apartheid en África del Sur, y uno de los mayores racistas del congreso estadounidense –quien acusó a Martin Luther King de «comunista»– dijo que era una «ley a prueba de Clinton» para evitar una normalización con Cuba que no empezara por la salida de Fidel Castro, «vertical u horizontalmente». La ley Helms incluyó sanciones extraterritoriales, ilegales dentro del derecho internacional. Los derechos a la autodeterminación y a la propiedad privada de ciudadanos de terceros países, por ejemplo, europeos, y canadienses, han sido violados de conjunto con los de los cubanos, al pretender aplicarles castigos extraterritoriales estadounidenses por actos que no violan leyes internacionales, ni europeas ni de sus países. 

Existen criterios humanitarios definidos para el uso de sanciones por organismos de derechos humanos de la ONU, de la Organización de Estados Americanos (OEA), y hasta por el mismo Consejo de Seguridad. Las sanciones deben tener cláusulas de comercio humanitario, que permitan a los gobiernos sancionados vender sus exportaciones para comprar medicinas y alimentos (El programa «petróleo por alimentos», aplicado a Iraq, no era solo de ventas agrícolas administradas a Bagdad, incluía transacciones que permitían vender el petróleo iraquí) destinados a garantizar la salud y la educación del país sancionado.  

Las regulaciones del Consejo de Seguridad requieren evaluaciones periódicas públicas del efecto de las sanciones en la población del país castigado, incluyendo un acápite sobre ciudadanos más vulnerables, niños, embarazadas y adultos mayores. Nada de eso se cumple en los castigos contra Cuba y es conocido el costo humanitario causado por las sanciones, contrarios a los derechos a la salud, la alimentación, la educación y otros [1]. 

​La inconsistencia estadounidense fue evidente en la votación de la resolución sobre el bloqueo en la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2018. La embajadora Nikki Haley se dedicó a presentar enmiendas sobre los derechos humanos en Cuba para viciar la resolución anual condenando el bloqueo. La respuesta del grupo europeo, la mayoría de los latinoamericanos y los 77, fue clara. Más allá de méritos que muchos reconocieron en críticas a Cuba en el tema, no apoyaron enmienda alguna, en el entendido de que ninguna objeción a ese respecto justificaba el tema de la resolución presentada. 

​La última vuelta de tuerca en las sanciones es el acoso a las misiones médicas cubanas en terceros países. En lugar de un enfoque crítico al gobierno cubano en el trato del personal de salud o demandas de transparencia en esos contratos, pero consciente de la importante contribución de brindar atención médica a poblaciones históricamente desprovistas de la misma, lo que se busca es reducir esa colaboración y atemorizar a los países que la acepten. Nada de derechos humanos, ni respeto por el derecho a la salud de las poblaciones afectadas, ni la soberanía de Cuba y los países participantes. 

​Conclusiones

​Las sanciones estadounidenses contra Cuba son una violación flagrante en sí mismas de los derechos humanos de cubanos, norteamericanos y ciudadanos de terceros países. Una recomendación que se deriva de las evidencias presentadas es que la comunidad científica y de promoción democrática debe evitar confundir el anticomunismo de Guerra Fría de una parte importante de la oposición cubana, con la defensa de los derechos humanos.

Hablar de derechos humanos sin entenderlos como parte del derecho internacional es un sin sentido, pues este es condición imprescindible para la estructuración de aquellos. Si el criterio para mirar una política que se reclama de derechos humanos es el derecho internacional y el Juramento Hipocrático de «primero, no hacer daño», quien defiende el bloqueo contra Cuba no puede llamarse defensor de los derechos humanos.

​***

[1] Ver informes anuales del Secretario General de la ONU a la Asamblea General , y el informe «Denial of food and medicine» de la Asociación Americana para la Salud Mundial (American Association for World Health, 1997).

8 febrero 2021 44 comentarios 2748 vistas
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Diálogos, desasosiegos y esperanza

por Arturo López-Levy 14 diciembre 2020
escrito por Arturo López-Levy

El sábado 5 de diciembre tuvo lugar un diálogo entre funcionarios del Ministerio de Cultura y algunos artistas e intelectuales en Cuba. No se sabía aún el resultado del diálogo y ya chillaban las redes sociales con cubanos molestos que decían no haber sido representados por los reunidos allí, a quienes llamaron traidores y otros epítetos. Un número equivalente asegura que no estuvo representado tampoco por el Movimiento San Isidro ni por los que fueron al MINCULT el 27 de noviembre, quienes afirman no ser los mismos del 5 de diciembre, ni compartir con estos sus pliegos de demandas.

Totalitarios descontentos con el totalitarismo

Esa coincidente exigencia, con tirios y troyanos pidiendo que alguien represente a todos, es un síntoma de cuán totalitaria es la cultura política cubana. Sorprende el encono con el que, reclamando derecho a la disidencia, se descalifica al que tiene una opinión diferente a favor o en contra del gobierno sin reparar en el principio de que la unidad para ser auténtica viene después de la diversidad. Se reclaman diálogos en abstracto, condenando a los que dialogan en concreto. Se busca la solución total y se descalifica la gradualidad y las curas parciales. Demasiada gente con enojo, insiste en exigirle a los demás que digan lo que ellos quisieran decir.

El pluralismo es lo natural. Los cubanos -de hecho, las personas en general- tienen opiniones diferentes porque miran desde distintas perspectivas y experiencias. «Cuando muchos piensan igual -decía Voltaire- es porque pocos están pensando». La pluralidad en la sociedad civil y en la sociedad política puede ser bien o mal manejada, pero lo que no puede negarse es que es.

En una cultura republicana, nadie tiene la responsabilidad de representar a todos. El derecho a la libre expresión, interpretado como virtud republicana, implica el ejercicio del criterio, con respeto y lealtad al interés público (rēs pūblica), para defender los valores, paradigmas e intereses propios. No los de todos, no los de los demás, los propios. La pugna contra el diálogo del sábado entre el Ministerio de Cultura y algunos artistas e intelectuales es expresión de totalitarios descontentos con el totalitarismo. A quien se sienta insatisfecho –cuéntese este autor entre ellos– pues busque formas de diálogo efectivo que lo represente. Tanta gente que dice que se debe dialogar con los del MSI, aunque no están de acuerdo con su agenda o sus halagos a Trump, ¿por qué no van y se los dicen?, ¿no sería un diálogo más productivo?

En política no se dialoga ni se negocia como hobby. Tan importante como lo que se discute es aquello que une a los que dialogan. Quién negocia se sienta a la mesa para obtener un mejor resultado que el optimo alternativo a negociar –en teoría de negociación de conflictos se llama BATNA, las siglas de Best Alternative To a Negotiated Agreement–. Es lógico, útil y profesional establecer precondiciones y que el primer diálogo sea sobre cómo dialogar.

La posición de Fernando Rojas de no negociar con quienes reciban dinero de los fondos de cambio de régimen aprobados bajo secciones de la Ley Helms-Burton es lógica para un nacionalista. Un diálogo abierto a todas las fuerzas patrióticas, incluso las que discrepan del paradigma comunista, es una necesidad del país plural, pero también lo es la defensa de la soberanía. De allí hacia atrás, donde comienza la defensa del unipartidismo perpetuo, termina el interés nacional.  Salvo que su objetivo fuese correr el reloj hasta el 20 de enero y poner a dormir a los congregados sin usar la fuerza, ilógico fuera que se dejara negociar en el Ministerio de Cultura a aquellos que celebran sanciones de profundo impacto negativo para la población cubana.

Una postura patriótica y flexible por parte de los interlocutores del viceministro hubiese sido tomarle la palabra, salir del Ministerio de Cultura y pedir ante la prensa concurrente el fin inmediato e incondicional del bloqueo/embargo contra Cuba, proclamando su rechazo a toda intervención o financiamiento a favor de un cambio de régimen impuesto desde fuera. Perdieron la oportunidad, demostrando que, en política, estaban boxeando por encima de su peso.

Uno de los ponentes pontificó lo lamentable de haber tenido que esperar a leer el libro «Tumbas sin sosiego», del historiador Rafael Rojas, para entender la historia de Cuba. Cada uno tiene sus poetas preferidos, pero no se empieza bien si en lugar de defender el pluralismo se viene a imponer preferencias controversiales.

«Tumbas sin sosiego» tiene la misma orientación teleológica que critica. Lo que cambia es el destino. Si para la historia oficial todo parece ser un antecedente de la Revolución, en «Tumbas sin sosiego» toda aspiración a una Cuba moderna termina con el liberalismo occidental. Es su derecho pensar así, como es el nuestro determinar desde una matriz martiana, actualizada por las experiencias socialdemócratas nórdicas y la de estados desarrollistas en el Este de Asia, que hay otras modernidades más allá del liberalismo.

Para Rojas, la prominencia del nacionalismo frente a los designios imperiales en la narrativa histórica dominante en la sociedad política cubana desde la Segunda República –por lo menos desde 1940– es por lo menos lamentable. Nadie tiene la obligación de aceptar ese juicio ni de colaborar a la deconstrucción de una narrativa nacionalista que entendemos justa, correcta y conveniente. Una cosa es pedir diálogo y otra, demandar la rendición de los oponentes en lo que el profesor cubano residente en México pinta como una guerra civil intelectual por la memoria.

Al margen de lo que cada quien piense de las tumbas, para desasosiego de los vivos que no aceptan la posición anti-bloqueo como condición para dialogar, es un hecho que el rechazo a negociar con los cubanos preferidos de la injerencia foránea ha sido bien acogido en la historia de Cuba –rechazo a la Enmienda Platt, la «cuentecita» le llamaba Máximo Gómez; a la mediación de Sumner Welles en 1933 y a la norteamericana en 1959, «Esta vez los mambises entrarán a Santiago», como dijo Fidel Castro a las puertas de la ciudad. El nacionalismo con justicia social es en la política cubana una zona de legitimidad como resultado de haber logrado en la comunidad de naciones, un respeto que nunca lograron sus alternativas.

Por el filtro antibloqueo –es razonable esperarlo– tendrá que pasar quien aspire a entablar un diálogo con el gobierno. El terreno político para una oposición leal desde el patriotismo no se construye desde el anticomunismo, que busca re-litigar la revolución, sino desde una visión posrevolucionaria no comunista que acepta el hecho consumado, pero se propone superarlo. Si Cuba tuvo una revolución sin democracia pluralista, ahora se trata de llegar a esa democracia sin una nueva revolución.

Frente al maximalismo revolucionario y contrarrevolucionario, el proyecto post-revolucionario invoca la aceptación de mínimos y estándares internacionales –debido proceso, soberanía estatal y derechos humanos, Estado de derecho, evolución– que imponen límites a la actuación de todos. Tales límites son un problema para revolucionarios y contrarrevolucionarios, que por identidad invocan la intransigencia como virtud. No entienden de lógicas realistas y quieren la libertad total y el cielo por asalto.

El problema es que, como decía Juan Bautista Alberdi, «los países como los hombres no tienen alas, hacen su jornada a pie, paso a paso».  Para algunos de los congregados frente al Ministerio de Cultura, en particular los del Movimiento San Isidro y la prensa dependiente del financiamiento norteamericano a los programas de cambio de régimen como Diario de Cuba, cualquier limite o precondición que exija el respeto a la soberanía nacional, tal y como la entiende el derecho internacional, es inaceptable. Tampoco entienden de límites y pactos parciales, los revolucionarios para los cuales Cuba es una causa, una gesta ante cuyo altar toda libertad es secundaria. El diálogo es cuando más una tregua o un espacio no para intercambiar o transar, sino para convertir al retrasado.

Frente a esas posturas, con invocaciones incluso al Zanjón y Baraguá, los que acudieron al diálogo del sábado aparecen no solo con principios y apegos al credo nacionalista, sino también más pragmáticos y realistas. No hay que compararlos con dios, sino con lo que han logrado las alternativas intransigentes, es decir, nada.

La moderación es el espíritu de Cuba 

Las personas que leen lo que escribo saben donde me ubico. Explicar de nuevo mis simpatías nacionalistas, republicanas y socialdemócratas seria redundante y descortés. El problema con la Revolución cubana no es su legitimidad histórica o si fue necesaria; el tema es que Cuba no es una causa revolucionaria, es un país soberano, con un Estado que debe respetar los derechos de todos.

La prioridad, por encima de cualquier ideología, debe ser encontrar la mejor forma de dar comida, transporte y casa a la mayoría posible de ciudadanos con la mayor equidad. Está en el interés nacional cubano tanto mantener las conquistas de la Revolución –incluyendo la capacidad de decir «no» a Estados Unidos cuando toque– como desarrollar una vibrante economía mixta y una sociedad política con respeto a la pluralidad ideológica de sus ciudadanos. En otros lugares, he explicado la utilidad del concepto «Casa Cuba», promovido por monseñor Carlos Manuel de Céspedes para pensar un tránsito gradual a una república soberana, con separación de poderes, elecciones democráticas y oposición leal. 

El problema no es manejar la diversidad cultural sino la diversidad política. Dialogar con artistas e intelectuales jóvenes es un complemento, pero nunca un sustituto a la necesidad de pensar la política cubana de modo tal que quepan tantas diferencias como sea posible sin debilitar el interés nacional. Dentro del respeto al interés público y la soberanía del país, el gobierno cubano debe conversar con todos y para el bien de todos. Mientras más cubanos estén dentro de ese espacio de deliberación, supongo que el resultado puede ser potencialmente mejor.

Ningún artista es en virtud de su arte representante de las opiniones políticas de la nación toda. Los que fueron al MINCULT el 27 de noviembre o los que hablaron después con el Ministro de Cultura son tan representantes del pueblo de Cuba como los primeros cien nombres de la guía telefónica de Santa Clara. Nadie ha votado por ninguno, ni representan a una asociación en la que otros hemos participado, competido o apenas expuesto nuestras opiniones políticas, eligiéndolos nuestros representantes. El hecho de que alguien sea una cantante lírica, o un dramaturgo, o una artista plástica, o un trovador, no le otorga representatividad o conocimiento especializado para resolver los problemas de la economía o la política del país.

A esta hora, cuando la generación histórica que hizo la Revolución sale de la escena, es difícil entender de donde emana la soberbia del Partido Comunista al ubicarse como depositario exclusivo de la soberanía nacional. Primero, porque partido viene de parte. Segundo, porque el estado deplorable de la economía, las cifras de emigrados y deseosos de emigrar, y el nivel de desencanto y crítica a los privilegios inmerecidos y la corrupción, deberían llamar la atención de los que en las élites políticas e intelectuales apuestan por un futuro desde valores patrióticos.

De conjunto con un gobierno que ha manejado la pandemia de Covid-19 con relativa eficiencia y ha apoyado meritoriamente a otros países, se ven en los videos compartidos en las redes sociales y hasta en la Mesa Redonda, a múltiples funcionarios sin capacidad de convencer, con fundamentos de segunda y tercera categoría.

El bloqueo norteamericano es un problema fundamental, pero también lo es la ineficiencia, la corrupción, y la desidia de políticas gubernamentales. Basta ver los casos de profesores declaradamente socialistas, separados de sus aulas por expresar mínimas disidencias, para dudar de la capacidad del sistema político de lidiar con los retos políticos de una reforma económica y una apertura a flujos de información inevitables.

Cada día es más difícil confiar en que el actual sistema pueda sacar a Cuba de la crisis. Por lo menos se necesita una estructura donde lo no comunista quepa, no como ciudadano de segunda, sino con capacidad para ejercer el gobierno, ser voz en el parlamento, administrador en lo municipal y regional. En un sistema que asume la supuesta sabiduría del PCC y su competencia a priori, la doble moral y el conformismo vician inevitablemente el proceso de deliberación, participación y toma de decisiones. Aunque ese Estado/Partido aparezca poderoso, es prisionero de sus propios miedos. Lo que décadas atrás fue una unidad políticamente persuadida o maniobrada, hoy se construye sobre el falso cimiento de imponer coyundas hasta dentro de lo patriótico.

Sin el carisma excepcional y el manejo de crisis de Fidel Castro, con una población de profesionales preparados dentro y fuera del país, la falta de pluralidad política institucionalizada y el miedo a cambios urgentes es –para los intereses nacionales– peligrosa. Río que no encuentra cauce se desborda.

Si el gobierno no tiene compromiso democrático en sus políticas, la oposición no lo tiene ni en el corazón ni en su cabeza. Hasta para discutir derechos humanos, un tema que debía ser no partidista, estas tribus políticas se empeñan en despojarlo de tal carácter. Si en la Mesa Redonda de la TV cubana se habla de los derechos humanos como un derecho a construir el socialismo, en el artículo «¿Cuánto cuesta la desobediencia en Cuba?», publicado en El Toque, se afirma la falsedad de que, «sin importar qué país incluye este tipo de regulaciones sobre los símbolos nacionales, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) las considera a todas como una vulneración a la libertad de expresión». ¿Cuándo fue eso? ¿Donde tomaron ese curso de derecho internacional?

La oposición declarada, en su construcción actual, incluyendo el MSI, contiene una tendencia plattista dominante. A varios intelectuales jóvenes que protestaron ante el MINCULT les quedó grande el diálogo. Exigiendo homenajes a un grupo de poca monta en la cultura cubana como Paideia, terminaron entre las tenazas binarias del gobierno que los descolocó y la presión maximalista del Movimiento San Isidro.

De un tiempo a esta parte se ha vuelto una «gracia» de algunos opositores tomar los símbolos nacionales para choteo y «performances». Antes de pedir los jóvenes artistas que les enseñen «Paideia» –vaya nombrecito griego para un grupo cultural cubano–, seria bueno que conocieran que en El Jíbaro –narró Orestes Ferrara– por poco se caen a tiros cubanos y estadounidenses en 1898 a propósito de lo que el General José Miguel Gómez consideró un ultraje a la bandera cubana.

Entre los partidarios de esa oposición en el exterior, que han firmado varias cartas, el compromiso con la libertad de expresión es ambiguo. Condenan y alertan contra la violencia «estatal», mientras son incapaces de decir algo como grupo contra los reiterados incidentes de violencia y actos de repudio que la derecha radical ha montado en Miami, o mencionar el bloqueo como lo que la comunidad internacional lo ha calificado desde 1992: «ilegal, inmoral y contraproducente». No hace veinte años, sino apenas una semana atrás, hubo violencia respaldada por el alcalde de Miami contra la libertad de expresión de Edmundo García. No hay acto de repudio gallardo ni amenaza buena de muerte contra la libertad de expresión, ni en Cojímar ni en la Calle 8.

Existe en la Isla y en la emigración, una Cuba para la cual la «moderación», como decía Martí, es su espíritu. Es posible demandar a la vez mayor pluralidad política que la permitida por el monopolio comunista mientras se defiende desde el corazón la bandera de la estrella solitaria y desde el conocimiento el pensamiento independentista y democrático de José Martí, que es «el Delegado» que ya Cuba escogió, para citar a Cintio Vitier en polémica con Rafael Rojas. La disposición de los congregados ante el MINCULT a cantar el Himno de Bayamo es un buen comienzo para pensar un rumbo propio entre la Escila de la soberbia totalitaria y la Caribdis del plattismo sumiso. Allí va la esperanza.

14 diciembre 2020 27 comentarios 325 vistas
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El hombre de Trump en Miami

por Arturo López-Levy 21 octubre 2020
escrito por Arturo López-Levy

Después de proclamarlo un “hombre de gran reputación” y recibir el halago “Tú eres el hombre” (así se decía de Batista el día del golpe de estado)- el presidente Donald Trump, depositó su bendición y manto sobre el nuevo líder que quiere para el exilio cubano de derecha: “Tú también eres el hombre”, “pásale la lista a Mario”- dijo el presidente Trump a Alex Otaola. Por el tono de jolgorio montado en el programa en que se transmitió la entrevista, la lista parece ser la obra magna de un grupo de vigilantes, con los nombres de artistas, intelectuales, reguetoneros, y cantantes, a los que habría que bloquear el ingreso a los Estados Unidos, por no querer sumarse a la cruzada macartista que se ha montado el alegado ex dirigente sindical de Radio Progreso.

“El hombre de los americanos” -así llamaban a Manuel Artime en el Miami anterior a la invasión de Bahía de Cochinos. Quizás aquel intelectual católico, que trabajó con Humberto Sorí Marin en la reforma agraria, fue el primero que disputó ese título después de 1959. La idea de Robert Kennedy, Frank Bender o Donald Trump es escoger a su cubano favorito, el talismán alrededor del cual todo el anticastrismo se debe agrupar. Si lo escogió la Casa Blanca, es el elegido. Tío Sam sabe más. ¿Cómo si no explicar lo lejos que ha llegado Estados Unidos y todas las dificultades que tiene Cuba? Si hiciese falta una nueva prueba de la pobreza y falta de perspectiva de ese razonamiento, basta ver la pendiente larga y declinante que va desde el doctor Artime al cantamañanas seleccionado por Trump el viernes pasado como su nuevo hombre en Miami.

El presidente Donald Trump, con amor de Mufasa, ha levantado al locutor en YouTube. Otaola es la esperanza redentora de la era Trump para Cuba y para Miami. Toda la historia de una manera de pensar destilada en la voz escogida por Washington para que hable por todos (cualquiera diría que ese todo es la raíz del totalitarismo). El nuevo Artime, José Elías de la Torriente, Jorge Mas-Canosa, el Moisés que Bill Clinton y los demócratas impidieron al devolver al castrismo a Elian, todos ellos fundidos en esta nueva alma camagueyana.  “Habemus Otaolus”, ayatollah con turbante, guía para el retorno a casa, hacia la Cuba prometida, a la maravilla de país que había antes de 1959. Esa Cuba que la revolución -ese “accidente” como lo llama Marco Rubio, del que solo Fidel y Raúl Castro tienen responsabilidad- nos interrumpió.

Mezcla explosiva de tres tradiciones: Savonarola, Roy Cohn y Chucha, la cederista. Foto: Alex Otaola/Facebook

El nuevo Savonarola que nos ha salido -y mira que los cubanos hemos producido Savonarolas a diestra y siniestra, con ático y balcón a la calle- ha ofrecido hacer una “lista roja” para «asesorar» al presidente. No quiere nada para él, solo pide que le quiten a los demás todo lo que se les pueda quitar. Como su antecesor florentino, aquel cura bañado de masas creyéndose Dios, que agitaba multitudes contra los Medicis y derribaba las estatuas patrocinadas por estos de Boticelli, Leonardo y el joven Miguel Angel, Otaola quiere un arte comprometido con su causa. Todo lo demás al fuego. Él es continuidad y va por más. Ha dicho varias veces que no se puede ser neutral, “hay que joderse” y joderle la vida a los demás.

“You too” le ha contestado Trump cuando Otaola ha suspirado en el lenguaje camagueyano de Shakespeare: “You are the man”. ¡Así le dijo al presidente norteamericano! ¡Choteo que se perdió Jorge Mañach! Trump y Otaola -o al revés según la jerarquía- son tal para cual, alfa y omega, principio y final. Otaola el magnífico -“chisme, chisme, la gente quiere chisme”- dice Trump que es un tío de reputación. Hay rumores que desde el viernes, Mike Pence no se pierde una directa suya.

Son los revolucionarios descontentos con la revolución que trasmiten las alegrías de cada caravana y festival anticomunista, las nuevas tribunas abiertas. “No entiendo nada” -canta Interactivo- “¿esto es Miami o esto es la Habana?”. No cubano decente, no te escapaste de la doble moral, la intransigencia y el choteo. Estás aún en el lugar de siempre, casi en la misma ciudad y con la misma gente. Lo único que ha cambiado es el signo ideológico de su soberbia.

¡Pasen señores! Pasen al show de Roy Cohn en versión camagüeyana. Al fin puede descansar el abogado de Trump, ayudante del senador McCarthy, perseguidor de homosexuales, siendo homosexual el mismo. Roy Cohn y McCarthy dejaron un legado de cacería de brujas e inspiraron el debate en el Congreso, con testimonio del embajador Earl Smith, sobre quién «perdió» Cuba.

Si Cuba se perdió es porque era de Estados Unidos, por lo menos del embajador Smith.  Esa isla donde “el embajador norteamericano era la segunda persona más importante detrás del presidente, y muchas veces la primera” fundó este Miami anticastrista radical. Cuba, traicionada por los liberales norteamericanos, que están conspirando en el gobierno profundo, en el “cuarto piso” del Departamento de Estado, en el New York Times con Herbert Matthews, en Hollywood con Robert de Niro, Meryl Streep (actriz “sobrevalorada de segundo rango” según el presidente Trump) y Danny Glover, en la academia que está “cundida de izquierdosos”, creyentes del cambio climático, el sistema de salud de cobertura universal, la ideología de genero y el lenguaje “políticamente correcto” donde a los afro-descendientes (así le dicen a los negros) hay que tratarlos como si vinieran de un lugar equivalente  a Europa. Dice Juan Manuel Cao, que ese Estados Unidos lleva un siglo traicionando el anticastrismo, “desde antes de Kennedy”, incluso antes de Castro,  “desde Franklin Delano Roosevelt”, que ante el auge comunista y los soviets contra Machado no usó la enmienda Platt.

A esas tradiciones, digan lo que digan los libros de historia de Estados Unidos sobre el daño del macartismo al prestigio y la democracia estadounidense, se suma  ahora el “comparte, comparte, comparte”, la agitación y propaganda aprendida en Radio Progreso. Hay camisetas que activan a la juventud cansada de que le pongan patrones de buena conducta, de las que hacía gala el exilio histórico con sus graduados de Belen y Lourdes. Sirven para movilizar a los recién llegados que aprendieron bien la doble moral de soldados de la revolución, “de frente y luchando”. Se trata de cambiarles el software ideológico en dirección contraria, pero sin tocar el hardware del choteo, la irresponsabilidad y la doble moral totalitaria.

Allí están los slogans #tocameelpito y #hayquejoderse, con el parón para pisotear libertades que son estrictamente individuales y decretar “lo que todos debemos hacer”. Esa mala manía de pensar y hablar en plural sin contar con uno: no remesas, no viajes, no ayudas, ni a la familia ni a nadie. Es la fuma de la caldosa cederista de la “compulsión social” de la que hablaba el comandante para los inadaptados: Así se tuerce el brazo a los de “conducta impropia”. Pregúntenle a Gente de Zona cómo ha tenido que entrar por la horca caudina. “Abajo la dictadura” para poner el sellito “Esta es tu casa Otaola”. De allí, a la plaza para gritar con Mike Pence: “Vuiva Quiuba Libre”. Así entra el hombre nuevo a la sociedad del Miami macartista: “atildados, comedidos y obedientes”. Aplaudiendo siempre.

“Braaavooo”- dice el anfitrión de la catedral del chisme, #chismezone que llega a la bajeza infame de acusar de ladrón por 250 000 dólares a un prisionero enfermo, que no se puede defender, detenido en Cuba, en juicio que el gobierno no ha explicado públicamente en ninguna parte. Nadie escapa de la lista roja.

¿Qué más respaldo podría querer Otaola? Tiene a Trump para su tejemaneje, traducido por Díaz-Balart, que lo ha proclamado el más grande luchador por la libertad del hemisferio. Es la guinda del cake de un programa para el odio entre cubanos, por el que desfilan una entrevista a Luis Almagro (vaya embarcada que le dieron a la OEA) mezclada en la misma pantalla con bretes y mensajes robados de un adversario masturbándose, “mami que rica tú estas”. Luego llega el director para Cuba de USAID y su perorata sobre cuanto avanza el “freedom de Cuba” se mezcla con groserías por cuanto brete hay en la farándula cubana.

Y siempre mucha persecución, acoso y odio. A artistas, al profesor Carlos Lazo que no le responde, a gente simple y hasta a sus propios admiradores. Se levanta como los sicofantes de la antigua Grecia y después del cafecito en La Carreta o El Versalles, se pregunta a lo Iroel Sánchez: ¿a quién voy a denunciar hoy? Vive de eso.

Votar por Trump es votar por Otaola. Foto: SBS News

Se cuenta que en la guerra civil posterior a la revolución de 1959, Fidel Castro orientó alzar falsas bandas bajo liderazgos de agentes propios para atraer a las mismas a aquellos que quisieran sumarse a la oposición armada al gobierno. Con esta mezcla de Savonarola, Roy Cohn y Chucha la del CDR, como “el hombre” de Trump para Cuba, no le hubiese hecho falta. Con enemigos como este, no se necesita amigos.

Trump ya tiene su “hombre” en Miami. Votar por Trump -en términos cubano-americanos-es hoy votar por Otaola. Si a ud le gusta el brete, la lista roja, el bloqueo, el parón para que Cuba explote de hambre y desesperación, vote por Trump. Si cree que el anfitrión de la catedral del chisme es la mejor representación de la comunidad cubano-americana, levántese temprano antes del 3 de noviembre, y vote por Trump. Él es su candidato.

21 octubre 2020 30 comentarios 143 vistas
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Contando arboles sin ver el bosque

por Arturo López-Levy 13 julio 2020
escrito por Arturo López-Levy

En su muro de Facebook, el embajador y director Eugenio Martínez me denuncia por una supuesta “irónica ofensa” a los trabajadores del MINREX. Insinúa que soy parte de una campaña para “sospechosamente y sincronizadamente” (el uso abigarrado del lenguaje es del autor) defender el césped de la calle G en la Habana. Es una acusación rara. El motivo es una opinión que di sobre la pavimentación de un segmento del paseo peatonal de la calle G en la Habana, cerca del Minrex y la Casa de las Américas.

Comentario de Arturo López-Levy en Facebook

Comentario del Embajador Eugenio Martínez en Facebook

No debería resultar raro a un funcionario encontrar críticas ciudadanas a una decisión gubernamental sin previa audiencia pública, sin deliberación ni transparencia. “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento” -dijo el más grande de todos los cubanos. Interpelar a funcionarios, que se supone trabajan para servirnos, no es ofender. Si se aplica la Declaración Universal de Derechos Humanos, el estándar internacional de sí un país es democrático o no, los funcionarios deberían participar en el debate público sin pretensiones de superioridad y respetando la pluralidad política del país.

Nada anormal hay -insisto desde los derechos humanos universales- en que ciudadanos opuestos a una posición oficial “sincronicen” sus demandas comunes. Se llama libertad civil y asociación democrática. El director Martínez debería adaptarse pues es mandatario de un pueblo (los mandantes) cada día más plural. Un funcionario puede decidir ser “atildado, comedido y obediente”, cual “soldado de la revolución”, pero la ciudadanía tiene el mínimo derecho de no imitarlo. El paradigma de república de José Martí, que la constitución de Cuba proclama, postula un ciudadano crítico y suspicaz ante todo poder.

Quizás el director deba usar las probabilidades. “Sincronizar” opiniones que van desde Cubadebate, que se planteó la cuestión en términos nada amigables, hasta un grupo numeroso de ciudadanos en el país y la emigración, a derecha, centro e izquierda, pasando por el cantautor Silvio Rodríguez, es sospechosamente -para usar los términos del director- difícil. Cero es el número de las audiencias públicas celebradas en el municipio Plaza para deliberar y decidir este asunto de patrimonio público y en el que bien podrían participar expertos en urbanismo, arquitectura, medio ambiente e impacto social que nos ofrezcan intervenciones inteligentes y sostenibles en el espacio público, o sea, de todos.

No es la primera vez que se producen arreglos cuestionables, en varios lugares del país. Entre los más recientes se podrían mencionar la barrabasada denunciada por Alfredo Prieto con las aceras de la Rampa -sin el debido cuidado que dicha gestión merecía- y el talado de los árboles de Prado, que también provocaron airadas críticas.

Solo alguien con la paranoia a todo voltaje puede ver una “irónica ofensa” a los trabajadores del MINREX cuando me refiero a ellos como “cultos” e informados. Expresé mi desilusión por su escandaloso silencio con un par de preguntas: “¿Han dicho algo? ¿Ya no les importa?”. Contando los dieciséis árboles que no cortaron, el director Martínez se quedó sin ver el bosque. Cualquier gobierno que vaya a modificar la avenida de los presidentes debe consultar a la población. De allí, la analogía con el parque central de NYC en mi post. Ciertas áreas publicas son justificadamente un tercer rail.

Respeto la importancia de un servicio exterior profesional, reconozco sus méritos técnicos, pero ninguna parte del funcionariado estatal está exenta de crítica. Como el director ha considerado dos simples preguntas una  “irónica ofensa”, aprovecho para reiterar que hay críticas legítimas no ya a la participación ciudadana de los funcionarios sino a su labor concreta y específica.

Por ejemplo,  definir las relaciones del gobierno con los emigrados como entre la “nación y la emigración” es un error político. La emigración es parte inseparable de la nación,  que  por cierto es mucho mas que el estado-partido.  Partido viene de parte, no de todo. Solo desde una indefendible premisa de separación se puede sospechar del interés de los emigrados en asuntos de la isla para mandarlos a ocuparse solo de los asuntos del país donde viven, viendo sincronizaciones que no son. A los emigrados nos preocupa y ocupa lo que ocurre en nuestro país de origen y tenemos derecho a expresarlo, con todo el respeto que imponen las relaciones civilizadas, pero con los mismos derechos que cualquier residente en la Isla, e incluso cualquier alto funcionario del estado.

Dice el director Martínez que en el mundo se han visto horrores, y que este del paseo peatonal pavimentado no lo es. Tiene razón. La actitud escéptica y crítica del ciudadano ante el estado, no la presunción iluminada de partido o funcionario alguno es el mejor remedio para evitar y mitigar horrores y errores en el mundo y en Cuba.

Para que nadie “sospeche” que oculto nada, aclaro que la constitución unipartidista de 2019 no responde a mi preferencia socialdemócrata.  Insté a votar por ella por realismo. Hay un bloqueo norteamericano contra Cuba, que justifica un ordenamiento de emergencia del estado cubano. Tengo también la paciente esperanza de que, si se implementa la constitución; con los niveles prometidos por sus gestores de reforma económica, deliberación, consulta y participación, se agotarán sus limites en un razonable tiempo y habrá que pasar a un marco más libre y democrático, ojalá “de la ley a la ley”.

Dicho esto, es un hecho que sus partidarios defendieron la idea del consenso “hasta el cansancio”, como forma óptima de legitimar las decisiones. El mandato del pueblo -según la propia explicación del unipartidismo- no es solo de la reiterada “continuidad”, es también de cambios. Aunque el uso del consenso no es una panacea (tiene altos costos de transacción, y tiende a posponer y dilatar decisiones), es el paradigma postulado constitucionalmente. Para implementarlo se necesita consulta, deliberación y transparencia. Si ese hubiese sido el procedimiento, la decisión hubiese generado menos críticas, y quizás los trabajadores del MINREX hubiesen opinado contra el desacierto. No fue el caso.

13 julio 2020 38 comentarios 93 vistas
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Macartismo, emigración patriótica y la burbuja en Miami

por Arturo López-Levy 28 agosto 2019
escrito por Arturo López-Levy

Sugiero leer el artículo «Miami en una burbuja» que expresa una percepción desde Cuba, bastante compartida, sobre la barbaridad macartista de montarle una campañita al actor cubano Fernando Echevarría por simplemente tomar la postura digna de oponerse a la ley Helms-Burton, que hasta los abogados del Departamento de Estado consideraron en su tiempo ilegal y violatoria de la soberanía cubana y de terceros países. Aquí va mi comentario:

El artículo contiene muchas verdades sobre una parte importante del exilio cubano, por cierto, no solo del histórico. Hay una serie de revolucionarios descontentos con la propia revolución, jóvenes y no tan jóvenes que arribaron a EE.UU en las últimas décadas que muestran mucha pasión u obsesión —para usar la palabra de Orestes Hernández Hernández— en limpiar su historial de «comedidos» y «obedientes» en Cuba no siendo contestatarios contra los nuevos mantras aquí, sino contestatarios y radicales contra lo que hay en Cuba. Han cambiado el software de a quién adorar y a quién vilipendiar, pero lo de comedidos para los cercanos y agresivos y sin ley ni escrúpulos contra los que discrepan se mantiene.

Le veo sin embargo al artículo dos problemas:

El primero, la falacia de convertir la parte en el todo. El segmento denunciado es un grupo grande, hasta mayoritario según encuestas en ocasiones, —recordemos que hay unos cuantos que quieren quitar el embargo porque no funciona, pero ante la pregunta de una posible invasión militar a Cuba, y ahora a Venezuela, para quitar a los gobiernos respectivos, dicen sí— pero no es el todo. Me ha ocurrido que le he mencionado a alguno el derecho internacional y contestan que les importa un bledo, sinceridad que se agradece, pues no hay derechos humanos sin derecho internacional, y aclaran su condición de anticastristas, no demócratas.  Ahora, y repito, está muy lejos de ser el todo.

Segundo, es en el resto donde esta una división importante que el artículo pasa sin tocar. Hay mucha gente que te dice que no le parece bien el embargo, ni la ley Helms-Burton justa ni apropiada, pero no tira un hollejo para que se quite. Por cierto, también entre las últimas camadas de emigrantes abundan. No es que no les importe Cuba, están más que informados o mal informados sobre lo que pasa en la Isla. Los hay que hasta te cuentan cómo se han repatriado para no perder las ventajas en un futuro país reformado o cambiado, pero no muestran disposición alguna a hacer nada por poner en una senda constructiva las relaciones entre Cuba y la gran potencia a noventa millas de sus costas. Esos cubanos existen desde la época del Padre Varela que era bastante realista en juzgar «el alma del negocio» de sus compatriotas. En aquella época Varela podía decir que España tenía políticas para quitar al criollo su sentido de pertenencia, pero ¿ahora?

Que me disculpe Yassel Padron Kunakbaeva, pero Cuba como tantas otras comunidades construidas —si toda la idea de pertenencia a una nación tiene una carga de construcción intersubjetiva a partir de una narrativa común— no puede partir hoy de dicotomías dentro/fuera que ignoran la transnacionalidad. Cubanos hoy, gracias a muchos sacrificios, van y vienen, viven entre la Habana, Holguín, Miami, México y también Madrid, entre otras ciudades y países del mundo.

Lo que quiero apuntar es que si el centro de la nación está por naturaleza en la Isla, ese centro es cada vez más poroso a pesar de los que les encantaría la idea en los dos lados de la separación. La emigración es parte indisoluble de la nación y es además un error político empujarla afuera, para los que como él, quieren acabar con las políticas inmorales, ilegales y contraproducentes como la ley Helms-Burton. No se puede reclamar la centralidad de Cuba, su gobierno y sistema político en el manejo de los asuntos nacionales, sin referirse a las responsabilidades que vienen convoyadas con ella.

Un Varela que se despierte en el siglo XXI, no puede decir que los cubanos que hoy llegan desde la Isla, convencidos que el embargo es criminal, y no hacen nada por quitarlo o incluso se identifican hasta en el interés de castigar al gobierno cubano a través de actos contra el país son resultado de que España no deja educar bien a los cubanos. En una construcción imaginada, como el patriotismo siempre es –repito— riesgoso imponer un relato en el que la única manera de ser patriota es identificarse con un partido político, un gobierno específico o una ideología.

Hay quien dice «si esa es Cuba, no quiero ser parte de ella». Lo cual es una respuesta en la cual el cubano recién llegado, no necesariamente una mala persona, ni un desarraigado, decide,  autoexcluirse de la competencia de narrativas por lo que Cuba es.  Obvio que en esa decisión cada cual es responsable y vivirá con su conciencia, si un día, Dios no lo quiera, por los errores, desidias y hasta pillerías de los cubanos o  las lógicas del poder internacional, en las cuales el imperialismo es opción viva y coleando, una invasión militar a Cuba o un colapso del estado cubano ocurriese.

Sin embargo, al margen de lo personal, hay razones estructurales que conviene indagar desde la centralidad para la isla que se reclama. ¿Por qué un número tan alto de compatriotas llega a Miami –como dice Yassel Padron Kunakbaeva— y adopta los mantras dominantes sobre Cuba en esa ciudad que son por cierto más intolerantes y hasta contrarios a los pilares de la cultura liberal estadounidense de la primera enmienda? ¿No habría que revisar lo que pasa en el país desde el que migraron apenas unos meses o días atrás en términos de ordenamiento político —que reproduce continuidades dolorosas entre militantes comunistas y anticomunistas— y formación patriótica?

28 agosto 2019 24 comentarios 83 vistas
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