Hace treinta años, en las postrimerías de noviembre, un curtido dirigente comunista abandonaba dos décadas de ostracismo político para dirigirse al público de su país. Al filo de los 70 años, Alexander Dubcek explicaba a la nación checoslovaca la necesidad de retomar el camino de reformas interrumpido por la invasión soviética. En su intervención —y en posteriores apariciones hasta el final de sus días— Dubcek reivindicó al socialismo como proyecto político, el mismo al que había consagrado su larga e intensa vida.
Y aunque la ciudadanía concentrada en la plaza Wenceslao en noviembre de 1989 consideró que el tren de las reformas al sistema había perdido su última estación con el asesinato de aquella Primavera de Praga, correspondió al viejo dirigente con un sonoro reclamo «¡Dubcek, al castillo!», refiriéndose al antiguo castillo de Praga, sede del gobierno nacional.
Hace un par de días, en la antesala de otro noviembre, un veterano dirigente del Partido Comunista de Cuba abandonaba una década de ostracismo político para dirigirse por redes sociales a quién pudiera escucharlo. Al cumplir los 70 años, Carlos Lage explicó las circunstancias personales y familiares en las que arribaba a la provecta edad. En su intervención, reivindicó a Fidel Castro, la Revolución y el socialismo como ejes innegociables de su visión y lealtad políticas. Y aunque aún no sabemos que reacción tendrán esas palabras en la atribulada población cubana, se ha desatado en círculos letrados cierto debate sobre el momento, valor y horizontes de esa aparición.
Comparar las coincidencias numéricas trasciende la anécdota y la cábala. Permite poner en contexto las especulaciones desatadas a raíz de la aparición del video y comprender el peso del legado autoritario en la mentalidad y existencia de las viejas generaciones de cubanos, más allá de lo respetable que sin dudas resulta un testimonio sobre la existencia personal y el amor filial.
Ambos dirigentes fueron producto de circunstancias y elecciones. Las de Dubcek, forjadas en la juvenil filiación comunista, seguida por la destacada participación en la resistencia a la ocupación nazi en Eslovaquia. Las de Lage, impulsadas por la trayectoria de un cuadro dentro del proceso de la aún joven revolución cubana. Ambos ayudaron a conformar el modelo de Partido Estado, de diseño soviético, que avanzó la llamada construcción del socialismo en dos pequeñas naciones. En dos países donde, con métodos variables, los comunistas se hicieron con el poder estatal tras breves períodos de convivencia dentro de gobiernos nacionales populares.
No obstante, si sus trayectorias parecen correr relativamente paralelas durante un tiempo, hay coyunturas y contenidos que las distinguen. Dubcek fue promotor del llamado socialismo con rostro humano, un proyecto trunco de reformas impulsado por la dirección del Partido, y entusiastamente apoyado por la ciudadanía, que intentaba avanzar un modelo con mayores libertades sociales, económicas y políticas.
Este comenzó a dar sus frutos —con cambios cómo la abolición de la censura— hasta que lo permitieron los tanques del Pacto de Varsovia. Pero incluso después, estando represaliado como funcionario del servicio forestal, Dubcek dirigió una carta a la Asamblea Federal checa en la que reivindicaba el legado de la Primavera de Praga y cuestionaba las acciones autoritarias de la nueva dirigencia comunista, encabezada por Gustav Husak.

Alexander Dubcek
Por su parte, Carlos Lage fue implementador de las reformas económicas, parciales y en buena parte revertidas, que detuvieron a mediados de los noventa la brutal crisis socioeconómica que azotaba Cuba. Se le recuerda como alguien que mantuvo bajo severo control los sistemas de estimulación en divisa —presunto sucedáneo de salarios dignos no pagados— de los trabajadores del sector emergente. También acompañó, desde sus cargos gubernamentales y partidistas, la contrarreforma conocida como Batalla de Ideas, impulsada por Fidel Castro desde fines de esa misma década. Ningún componente serio de reforma política, acaso propuesto dentro del genérico de un proyecto socialista, acompañó ambas etapas.
Cuando volvemos a las últimas palabras de Dubcek, entre 1989 y 1992, no encontramos el testimonio de un ser arrepentido de su vida. Lo que sí aparece, con las contradicciones propias de una humanidad cambiante, es la defensa militante y razonada del socialismo como modelo para organizar una convivencia más justa y libre entre las personas y naciones del mundo.
Un socialismo que, tras una temprana etapa de apuesta leninista, avanzó a nueva reformulación socialdemócrata. Entendida esta como «una ideología que prescribe el uso de la democracia como acción colectiva para extender los principios de libertad e igualdad valorados por demócratas en la esfera política a la organización de la economía y la sociedad, principalmente oponiéndose a la desigualdad y la opresión creadas por el capitalismo de laissez-faire».[1]
Lo que expresa Lage en su video —al margen de un par de frases de difuso sentido reformista—, es que sigue siendo un «Hombre de la Revolución». Comprendida esta lealtad desde su identificación con un discurso oficial que considera la Revolución como un proceso continuado hasta la actualidad. Es una visión que concibe a la dirección del país (en especial al difunto Fidel Castro) como un liderazgo socialista coherente con las metas de aquella. Y cree en la conexión y respaldo mayoritarios de la población cubana para con ambos factores (Revolución y liderazgo).
A diferencia de Dubcek, quién honró la dialéctica materialista para adecuar los fines de su ideología a los medios concretos de su realización no ejanenante, el testimonio de Lage congela en categorías vaciadas de cualquier sentido emancipador los modos particulares de ser socialista en la Cuba actual.
Como académico me interesa analizar, para fines de comprensión, las movidas de las élites. Como ciudadano procuro acompañar, con mi conocimiento y solidaridad, los avances plurales y contingentes de la política popular. La democracia, en Cuba y por doquier, no es un tema de buenos padres de familia, sino de actores, instituciones y mormas que procuren un mayor empoderamiento protegido de la ciudadanía, de cara a las élites dominantes. Es desde ahí —con la contrastación de expedientes históricos fenoménicamente similares— que evalúo la noticia que esta semana ha desatado la imaginación novelesca y el cotilleo, infantil o interesado, de los opinadores del reformismo sistémico.

Carlos Lage
Cuando analicemos el «sorpresivo» video de Lage, pensemos en las condiciones y razones políticas de su publicación y difusión. En su narrativa intrínseca y expresa. En su negativa a romper —o al menos a callar— con el proceder mafioso, ajeno a cualquier respeto humano y al más básico Estado de Derecho, que condenó de modo sumario e incivil a esa generación de cuadros políticos. Un proceder que cobró víctimas allende los propios acusados.
Pues por hablar en su blog sobre el método estalinista de defenestrar a Lage et al, a un antiguo alumno (joven inteligente y «revolucionario») casi le tronchan su vida profesional y personal. Hoy hace carrera, exitosamente, fuera de la Isla, en vez de estar educando e investigando en su país. Lo perdieron la universidad y la nación cubanas. Si alguien quiere seguir defendiendo eso, ese alguien es parte del problema.
Pero además, luego del 11-J es imposible ocultar que el gobierno, disfrazado de «Revolución», mantiene más de mil personas presas o procesadas por ejercer su derecho a manifestación y expresión pacíficas. Entre estas personas hay numerosos jóvenes de humilde extracción socioclasista, procedentes de las zonas más abandonadas —en lo territorial y lo racial— de la nación cubana. Ellos y sus familiares no tienen —a diferencia del antiguo funcionario— nostalgia alguna que celebrar hoy.
Solo cuando ese orden, ya nada revolucionario, cese de regir, será posible que los destinos de millones, la memoria, afectos y proyectos de cada persona sean atesorados y vividos en libertad. Hasta entonces todos somos, más que sus hijos, sus rehenes. Pero de lo que se trata es de decidir si, como decía Albert Camus, «uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen».
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[1] Ver Ben Jackson, Social Democracy en Michael Freeden, Lyman Tower & Marc Stears (ed) The Oxford Handbook of Political Ideologies, Oxford University Press 2013