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Autor

Arturo Mesa

Arturo Mesa

Traductor y guía de turismo.

Presidente

El Presidente no tiene quien le escriba

por Arturo Mesa 27 julio 2022
escrito por Arturo Mesa

Dice él: «El bloqueo es hoy mismo la prueba de que el socialismo sí funciona», y para mí no es otra cosa que la prueba de que de socialismo no entienden nada.

«Que lo quiten y verán», añade el mandatario, como si un niño le fuese a decir al guapetón del barrio: seré fuerte si no me pegas. Y ya a esta película no le queda mucho por contar. Queda demostrado que la justificación en esta generación de «revolucionarios» sobrepasa el nivel de razonamiento y que ni siquiera se han leído bien el concepto que les dejaron como estudio individual. ¿Les ayudo?

Yo quisiera salir de este personaje de escribidor y enfocarme en otra cosa, pero siento como si se burlara de mí todo aquel que por mí debería pensar y, por el contrario, lo que hace es gastar tribuna en lágrima. La megacúpula, quiero decir.

Por lo pronto, hoy me voy a sentar a ver Con Filo para que el vocero me restriegue en la cara que Yaime Pérez, campeona mundial y abanderada de esta delegación cubana, no se quedó y la foto que compartí es fake. Admito que eso me daría algo de esperanzas porque ese tipo de noticias me toca una fibra muy débil.

Ya se fue Osleidys, dicen que con coyotes. ¡Dígame usted! Cesar Prieto, Pichardo, y tantos otros. Yo conocí a un tal Leinier que ni de política sabía. «Lo mío es ganar el Capablanca, profe». Y jugué contra Neurys. Jóvenes lindos los dos, de los que solo se puede sentir orgullo por ese afán de triunfo para vencer al que le pongan enfrente. Se imaginan que hubieran dicho: «Ivanchuk es hoy mismo la prueba de que mi Siciliana sí funciona, lo que me gana con otra cosas». Así no le hubiera ganado a Carlsen y lo hizo hace dos días. Ambos se fueron, y Bruzón y Becerra y Amador y Arencibia y todo aquel cuyo coeficiente de inteligencia le dijo que aquí no tenían carrera.

Pero soñaron, levantaron la bandera como la abanderada de la foto y creyeron en la posibilidad de hacer una vida tranquila en un país pobre, aunque funcional. Hoy somos solamente pobres. Cero propuestas creíbles y consignas como balance de fin de año para alimentarnos el ego. Queda demostrado que la riqueza a la que aspira la megacúpula es a un poco menos de colas, a un poco más de divisas y quizás precios menos locos; pero hasta ahí.

En todos los espacios públicos la palabra central es bloqueo, el discurso a desarrollar es sobre el bloqueo y la justificación a la inacción es el bloqueo. No importa la extensión de tierra y mar que tenga la isla, no importa el talento de su gente, no importan las propuestas en todos los medios alternativos, lo que vale es reclamar que el Norte nos acabe de lanzar unas migajas y perfeccionar un Sistema Nacional Único de Pedido de Migajas.

Dicta la ley que los padres van presos si no proveen alimentación y techo o se rompe el matrimonio o pasan los hijos a los abuelos o al estado. Ellos sí que no tienen derecho a pedir migajas. ¡Y todavía hay que escuchar!

Estamos en un punto cero del desarrollo en el que nada funciona, ni siquiera llegar al trabajo para CONTRIBUIR y ganarte unos pocos pesos. Es así como nada se concibe en las altas esferas. No hay combustible y ya. Hubo épocas en que te daban una bicicleta para ir tirando. Y yo pedaleaba hasta Ciudad Libertad. Hoy es el bloqueo y asunto resuelto, pedalea sobre él.

Ya se que no soy confiable, pero el bloqueo, señor presidente, no es la prueba de que el socialismo sí funciona, es el examen que evalúa si usted tiene derecho a existir como proyecto socialista o no. La función de un parlamento (que no produce) es ponérsela más fácil al que sí produce y mostrar datos objetivos.

Se siguen acumulando fracturas mientras se reúnen y nada esperanzador sale de sus cónclaves que no sean maromas explicativas «La economía se ha recuperado en un diez por ciento». Ni siquiera cambian los voceros. Es confiar en el confiable y esperar que el confiable me dé algo en qué confiar. Puede que hasta probemos con los rublos.

¿A qué punto esperamos llegar antes de flexibilizar la economía y dejar el sollozo por el bloqueo? ¿A qué punto esperamos llegar antes de dedicar todos los recursos disponibles a la producción de alimentos y bienes, tanto con el confiable como con el no confiable, si al final, los dos se van? Dese una vuelta por Luyanó para que vea cuánta gente no hace nada, mientras se vanaglorian de decir que es el sistema más justo posible. En eso estoy de acuerdo, lo que no es este.

Yo considero que queda gente, que queda deseo, que quedan neuronas con las que hacer funcionar un país. Si por allá arriba se prefieren las consignas, desentiéndanse del estrado, pues están votando por la miseria ya no por la pobreza digna, ni por un cambio hacia una mejor gestión de la economía y de la subsistencia misma. ¿Hasta cuándo la frase de la codicia y la ruptura peligrosa¿ Hasta cuándo el sacrificio de un sistema funcional sin un cerebro pensante? Háblese de trabajo, de medidas, de resultados. Convenzan con amor, con unidad, con todos.

Pueden ustedes tener las mejores intenciones del mundo que sin neuronas no hay progreso y sin progreso no hay patria a la cual retornar. Los únicos directivos confiables son los que en balance anual, muestran curvas ascendentes, intentan soluciones y sus gráficos no me dejan criticar. Los otros son derrochadores de corriente y verdaderos demoledores del sistema social socialista FUNCIONAL en el que muchos aún confían.

***

Este texto ha sido tomado de Facebook con la autorización de su autor.

27 julio 2022 29 comentarios 1.464 vistas
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Deudas

Las otras deudas del Estado

por Arturo Mesa 15 julio 2022
escrito por Arturo Mesa

El jueves 16 de julio del 2020, en sesión extraordinaria del Consejo de Ministros, fue aprobada la Estrategia económico-social para el impulso de la economía bajo la doctrina de que no se podía continuar haciendo lo mismo en el ámbito económico  porque de esa manera no se obtenían los resultados deseados.  Mañana se cumplirán dos años de que fuera certificada la mencionada estrategia, así como de la implementación de una serie de medidas para intentar vencer la crisis, y lo que sí resulta evidente es que hoy, veinticuatro meses después, no nos encontramos ni remotamente mejor que entonces.   

El panorama económico nacional sigue mostrando inusitado desabastecimiento,  enorme limitación productiva y precios que sobrepasan por mucho el poder adquisitivo de la gran mayoría. Es decir, la estrategia que —en medio del bloqueo y pensada para contrarrestarlo— debió marcar el inicio de una paulatina recuperación, lo único que ha dejado han sido más dudas y deudas que alegría en  la población.

Una de esas deudas radica precisamente en el propio discurso oficial; cabría recordar que al día siguiente de los anuncios, el presidente de la corporación CIMEX, Héctor Oroza Busutil, encargado de explicar el nuevo diseño monetario, explicó que «los productos de línea económica, principalmente de alimentos, aseo e higiene, se continuarían vendiendo y asegurando en la red del comercio tanto en CUP como CUC». Sin embargo, actualmente en las tiendas en CUP apenas se encuentran productos alimenticios, lo cual  genera malestar, violencia y colas,  mientras las tiendas en MLC son las únicas que muestran cierta presencia de esos productos, aunque a precios inalcanzables.

Por aquella misma fecha, el vicepresidente Salvador Valdés Mesa aseguraba que en Cuba nadie quedaría desamparado ni se tomarían medidas de choque. El uso de un lenguaje económicamente correcto resulta hoy bastante complejo y lleno de interpretaciones, pero lo cierto es que el desabastecimiento y la existencia de una moneda y un mercado inaccesibles para muchos, han llevado a situaciones de verdadero desconsuelo en un segmento de la población que carece de tales posibilidades. Asegurar que nadie quedará desamparado no es discurso aconsejable en estos momentos en una cola de dos días para adquirir un litro de aceite.

Deudas

Cola para adquirir aceite en la esquina de Toyo.

El mismo presidente Miguel Díaz-Canel, en su argumentación sobre lo que se consideraba una nueva fase estratégica, mencionó el loable objetivo de que esta se centraría en la producción de alimentos y el desarrollo de la soberanía alimentaria, para lo cual se han trazado cientos de medidas en el sector agrícola. Dos años después comprobamos que incluso el azúcar, que fue durante siglos el producto insignia de la nación, acaba de tener su peor desempeño histórico, en tanto las carnes, viandas y vegetales continúan con marcado incremento en sus precios.

Mucho más desalentador resulta escuchar los análisis de quienes se encargan de trazar la política de precios para los tan necesarios alimentos. En un texto publicado por Cubadebate —fechado el 21 de junio del 2022 y titulado «Precios estatales sin tope oficial, ¿inflar la inflación?»— Félix Granada, especialista de precios de CIMEX, detalló que importar un kilogramo de queso Gouda cuesta al país 113 CUP. No obstante, se sabe que su precio de venta ha llegado hasta los 14.75 MLC el kilogramo, lo cual dista mucho de la intención comercial de proveer un artículo y conseguir un margen lógico de ganancias.

 ¿Cuántos productos no pasan hoy por esa estrategia tan desatinada para estos tiempos? En su explicación, el directivo comenta a seguidas que muchas veces para fijar precios a producciones nacionales primero se analiza el mercado —¡entiéndase informal!— y en otros casos se valora cuánto costaría importar un producto con similar calidad al nacional para luego fijar su precio, lo cual incluiría trámites y procedimientos costosos de importación que igualmente van a parar al precio aunque el producto no pase por dichos trámites.

Los pueblos, las comunidades, los electores, desean escuchar de sus elegidos promesas concretas que involucren mejoría en sus niveles de vida y mayor acceso a empleos y alimentos. Quienes dirigen, llegan al poder gracias a esas promesas; pero dos años de gestión resulta tiempo suficiente para mostrar resultados incipientes o, al menos, esperanzadores. Ese no es el escenario que se vive en Cuba.  

En las referidas alocuciones, el presidente aseguró que se iban a mantener, «a un costo tremendo», un nivel de venta en las tiendas en CUC. Confieso que la expresión: «a un costo tremendo» me resultó tremendamente innecesaria entonces. Hoy, tras comprobar la situación de las ofertas existentes, tenemos que aceptar que lo menos criticable a la fecha fue precisamente aquella triste acotación.

Alejandro Gil, ministro de Economía, también ha hecho reiteradas afirmaciones que se constituyen en deudas. En un análisis sobre la posible solución al tema inflacionario, explicó que no se podía vender divisas para intentar reducir la tasa de cambio contra el CUP porque, de usarse esas divisas con tal objetivo, después no podría garantizarse la compra de los tan necesarios  barcos de pollo o de combustible.

En comparecencias anteriores se había anunciado que ya los bancos no podían continuar recibiendo depósitos en dólares. Si esos dólares, sea por exceso o por imposibilidad de uso, no circulan, ¿qué peligro implicaría llevarlos al mercado cambiario para reducir la inflación de la divisa, como han sido propuesto diversos economistas? También cabría preguntarse ¿cómo existe la opción de comprar el barco de pollo en dólares, como él afirmó y, sin embargo, no se puede seguir aceptando esa moneda?

Posteriormente, ante la quinta Sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional en su novena legislatura, el ministro de Economía anunció por fin la venta paulatina de divisas o MLC a «ciertos actores de la economía» que lo requieren para mejorar su gestión productiva. Dos meses después, aún la medida no se ha ejecutado, como si no estuviésemos urgidos de acciones inmediatas.

Siguiendo con el tema de las deudas, en octubre del 2021 el ministro Gil explicó, ante la Asamblea Nacional,  que de las ventas en MLC se habían utilizado más de 300 millones de dólares para surtir la red de comercio en moneda nacional. Y aquí se impone la pregunta: ¿qué significan 300 millones de dólares en materia de alimentos cuando el país requiere desembolsar anualmente más de 2000 millones con ese objetivo?

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Viceprimer ministro cubano y titular de Economía y Planificación (MEP), Alejandro Gil Fernández. (Foto: Irene Pérez/ Cubadebate)

¿Valdrá la pena realizar tal ecuación —¡con sus efectos!— por una décima parte de lo que necesita el país solamente para alimentos? ¿Es esta la única opción a mano, o la única que se ha querido ver?  ¿Se tuvo en cuenta la opinión de aquellos que no poseen dichas monedas? ¿Se podrá convencer a esas personas de que esta medida no es una terapia de choque?  

Otra de las deudas palpables, pasados dos años, se relaciona con el turismo y la cantidad de recursos dedicados al desarrollo del sector.  Al respecto, el profesor Juan Triana Cordoví  en su texto del 21 de febrero del 2022 señala que en este año, según el plan de la economía aprobado por la Asamblea Nacional, se proyecta la terminación de 4 mil 607 habitaciones nuevas para alcanzar una cifra de 84 mil 906 en el sector estatal.

Se aprobó también —nos dice el profesor— que 27 443,5 millones de pesos (el 24% de la inversión total del país) se dedicarán al turismo, a pesar de ser una industria riesgosa y requerir de inversiones en áreas de producción de alimentos para recobrar estabilidad en los precios además de una presencia más constante en tarimas.  

Para reafirmar lo erróneo de esta política, el aludido economista explica, en texto del 27 de junio pasado, que según la ONEI  la tasa de ocupación habitacional en el primer trimestre del 2022, para todo el país, fue de apenas 14%. Es decir, el 86% de la capacidad ocupacional en el sector se ha visto inutilizada o con un muy bajo nivel de retorno y, a pesar de ello, se decide continuar construyendo nuevas y lujosas instalaciones.

Tampoco se  ha esclarecido cómo se piensa reajustar el pésimo diseño que realizara la Comisión de implementación de los Lineamientos. Esto implicaría otro ordenamiento, que a la fecha no se vislumbra. La Comisión no solo no cumplió con su mandato, sino que diseñó un sistema salarial y económico causante de una inflación que hasta la fecha no se detiene, y nos coloca entre los países de más alta inflación reconocida.

A la cuantiosa deuda habría que sumar asimismo los salarios y gastos de representación que durante diez años recibieron los miembros de la Comisión para el supuesto diseño efectivo de cambios que nunca sucedieron. Entre estos anunciados cambios sobresale la eliminación de una  dualidad monetaria, que hasta la fecha se mantiene y agrava.

  Si tal comisión, en sus análisis, pensó y defendió la tesis de que la canasta básica era el punto de partida del salario —según enfatizara públicamente Marino Murillo—, hoy nuestros salarios apenas permiten acceder a otros productos que no sean alimentos y aseo y, hasta la fecha, ninguna nueva Comisión se ha expresado sobre la manera de revertir la situación. Esta parte resulta particularmente preocupante, pues se trata de una deuda contraída con la esperanza.

Otra explicación pendiente por parte de las autoridades resulta la presencia de tiendas virtuales, tipo Katapulk o Supermarket 23, que ofertan productos alimenticios desde cuentas foráneas y sacan así, de la escasa oferta de alimentos, a otros productos nacionales que se pudieran vender en la moneda de acceso común.  

Nada más pertinente para concluir este análisis que las palabras del presidente Díaz-Canel cuando alertó que no se pueden seguir aplicando medidas que aumenten la desigualdad social. Me detengo en esta frase porque resulta muy válido que un funcionario, a cualquier nivel en la escala gubernamental, sea capaz de reconocer que eso es precisamente lo que han venido promoviendo las medidas adoptadas en el plano económico. Encontrar soluciones efectivas en plazos de tiempo definidos es lo que más urge al país. Un buen ejercicio para ello sería empezar por responder estas interrogantes y deudas con el propio discurso oficial.

15 julio 2022 16 comentarios 1.593 vistas
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Arizona

Phoenix, Arizona

por Arturo Mesa 25 junio 2022
escrito por Arturo Mesa

Hicimos bien en dejar el taxi y pernoctar en aquella casa. Luego supimos que la policía entra en arreglos con taxistas para estafar a los cubanos y repartirse las ganancias. Decir que nos acomodamos en la vivienda sería una burla, pues aunque era grande y contaba con un patio inmenso, esa noche llegaron a dormir allí unas 170 personas. Lo hicieron sobre cartones, nylon o cualquier cosa que las aislara de la tierra.  

Algunos llevaban un mes o más en aquel sitio, porque habían entregado sus pasaportes y esperaban una visa humanitaria del gobierno mexicano. Sin embargo, en días anteriores se había producido un altercado en las oficinas de migración, por la demora en los papeles de unos haitianos y, como resultado, el local fue destruido. Entonces, todos los que estaban en esa casa quedaron varados. El baño se ubicaba al final del patio. Era forzoso pasar entre los cuerpos yacentes, sin orden ni espacio definido para caminar. La cola para bañarse debía hacerse desde el mediodía, y a veces, a pesar de ser la 1 y 30 de la madrugada las personas permanecían en fila.

Arizona

Aunque la casa era grande y contaba con un patio inmenso, esa noche llegaron a dormir allí unas 170 personas.

El único espacio disponible que encontramos para las mochilas fue al lado de una montaña de basura de más de dos metros de alto. Estaba formada por bolsas grandes, termopacks con restos de comida, cajas de jugo vacías y cuanta cosa era desechada por los infelices hacinados en el lugar. Naturalmente quedamos horrorizadas, porque el viaje, hasta ese momento, había resultado bien organizado y jamás pensamos encontrar tales condiciones de vida. Para colmo, en el transcurso de la madrugada siguieron arribando grupitos de personas y varios tuvieron que dormir sentados en una escalera.

A media tarde del siguiente día llegaron los jefes. Al ver que no cabían más personas ordenaron sacar la basura en una camioneta y dijeron que una parte seríamos trasladados a otra casa cercana. La siguiente cola fue para intentar clasificar entre los que iban a ser reubicados.

Fuimos conducidos a un apartamento pequeño, rentado a mexicanos, Estos hacen fortuna de todo lo relacionado con los cubanos de paso, sea alojamiento, trasportación, trámites, compras, lavandería o cambio de dólares. Dormíamos en el suelo, sobre edredones finos, hasta que algún grupo salía y heredábamos sus colchonetas. Allí estuvimos varias jornadas sin que explicaran cuándo seguiríamos avanzando. Después de  cinco o seis días nos pasaron a otra casa para unirnos antes de proseguir viaje.  

Los trayectos en auto tenían en común la enorme velocidad a que conducían aquellos chóferes durante todo el camino. No importaban las curvas, daba la impresión de que íbamos a salir volando en una de ellas. Por suerte los camiones no corrían tanto. Llegamos a un punto muy alto, por encima de las nubes, y permanecimos casi veinticuatro horas encerrados en una casa sin las condiciones mínimas para descansar, ni siquiera para caminar adentro. No había Internet y encima de eso no permitían salir a nada.

Al día siguiente nos sacaron lentamente en pequeños grupos. Comenzamos a descender las elevaciones en medio de un inusitado aumento de las temperaturas y unos preciosos paisajes laterales. Pasábamos de pueblo en pueblo, siempre de noche y corriendo para subirnos a las camionetas. Nos escondíamos todo el tiempo de la policía y dormíamos en colchonetas finas y muy usadas donde nos sorprendiera la noche.

Arizona

Sentada en ese espacio, pasé la primera noche en México.

En ocasiones, y debido a los controles migratorios, debimos permanecer en el mismo sitio por varios días. Incluso, tuvimos que dormir varias veces sobre la tierra limpia, con apenas una comida por jornada. A veces el arroz estaba crudo y no podíamos comerlo, lo que implicaba el flaqueo de nuestras fuerzas. Se extrañaba mucho el café cubano. Las pocas veces que nos dieron algo en la mañana fue café instantáneo, que para nada sustituía al nuestro.

Una madrugada, durante un largo trayecto por una montaña empinada, apareció un jaguar en medio de la carretera. Estaba a cuarenta o cincuenta metros delante de nosotros y, para colmo de males, caminó hacia las luces del auto. Justo antes de chocar con los focos se desvió e internó en la vegetación. Sheyla sintió pánico y tuve que calmarla, porque se había enterado de un caso muy ¿feo? por esos mismos lugares. Todo ocurrió en segundos.

El chófer no paró hasta más adelante para auxiliar a una camioneta de la caravana que se había averiado. Cuando contamos lo ocurrido, nos dijeron que esos animales eran frecuentes por la zona, de ahí que ningún vehículo se detenga, a no ser por un desperfecto.

La otra vivienda de seguridad resultó una casona en medio de una explanada, rodeada de pequeños árboles y con un inmenso portal. En este nos acomodamos, en el poco espacio dejado por el grupo que nos antecedió.

El baño era muy rústico. Unos palos sujetaban a un nylon grueso, que hacía la función de pared y puerta por un costado.  Dentro, una bañera llena de la que debíamos sacar agua con unos cubitos para bañarnos. A partir de la altura de los hombros aquello quedaba al aire libre, y en uno de los lados se hallaba un corral con un puerco enorme.  Muy cerca había un río, al que nadie se atrevió a entrar por lo sucio que estaba. Usábamos asimismo unas letrinas improvisadas, construidas al borde del río también con palos rústicos y grandes pliegos de nylon.

En la siguiente casa vi por primera vez un animal muy parecido a una iguana grande. Lo trajeron los albañiles que trabajaban allí. Las señoras que nos atendían lo prepararon. Algunas mujeres sintieron asco y no aceptaron comer por la noche al saber que el picadillo que nos habían dado era de iguana. Una vez cocinada yo decidí probarla y no me pareció mal, recordaba a la carne de pato. Pensé que sin haber visto al animal antes, y una vez cocinado con otras sazones, podía resultar una muy aceptable comida.

Arizona

Una vez cocinada la iguana, yo decidí probarla y no me pareció mal, recordaba a la carne de pato.

Llegar a Puebla fue lo mejor que nos pasó después de muchos días. Entramos en secreto, como siempre, a un hotel de varios pisos con habitaciones bastante confortables que tenían hasta ducha. Luego, dieron de comer y nos instruyeron en el inventario de lo que sería estrictamente necesario en el último tramo, ya que al  entregarnos en la frontera teníamos que dejar todo lo que no lleváramos puesto. Tampoco podíamos salir ni asomarnos a la calle. En la habitación dejamos varias mudas de ropa y un par de sandalias. Me consoló pensar que podían ser aprovechadas por las mujeres que limpiaban, pues muchas estaban en buen estado.

Al otro día, con la misma rapidez con que nos entraron, salimos de ese lugar. Fuimos separados en pequeños grupos de cuatro personas y llevados en taxis a una terminal cercana, donde nos entregaron boletos a nuestro nombre. Montamos un bus grande, bastante cómodo, y comenzamos un recorrido muy largo por carretera, en el que, finalmente, la bolita azul del GPS se movía hacia el Norte.

Después de un larguísimo trayecto llegamos a Guadalajara, donde nos alojaron en un motel de carretera y tuvimos que compartir habitación con dos hombres jóvenes. En ese lugar comimos y dormimos la última noche en México. Estábamos nerviosas y contentas la vez. Luego continuamos viaje por muchas horas, sin bajar más del bus hasta el último pueblo de México: San Luis Río Colorado.

Fue ahí donde, poco antes del amanecer, vimos de lejos por primera vez el famoso «muro», mientras la guagua se acercaba a lo que parecía un pueblo normal, con muchos comercios, farmacias, y almacenes a ambos lados de la calle. Un poco detrás el imponente muro, compuesto por grandes perfiles metálicos de alrededor de cinco metros de altura, tan pegados unos a otros que impiden el paso y dificultan la visibilidad hacia el otro lado. Nuestros corazones latían a prisa, ¿Llegamos?, fue la pregunta.  

Adaptados ya a las operaciones «comando», entramos apresuradamente en una casa muy rústica, en la que debíamos esperar el arribo de los demás. Alrededor de cuatro horas después dieron por teléfono la orden de sacarnos. Lo hicieron en camionetas de diez personas. El conductor manejaba por una carretera muy soleada, hablando siempre por teléfono hasta que recibió la orden de parar. Entonces indicó que bajáramos rápido y corriéramos, de prisa y sin detenernos, por la arena hasta un pequeño matorral similar al marabú.

Arizona
Estábamos esperando el próximo paso de los coyotes
Arizona
No cabíamos en la casa y montamos este campamento.
Arizona
Descansábamos donde podíamos.

Dentro del matorral había dos guías más que nos instaban a seguir corriendo pues, según dijeron, había policías por el lugar. Corrimos unos cincuenta metros hasta el borde del río, donde me percaté que fue un error haber dejado las sandalias en el hotel de Puebla. Tuve que tomar la decisión muy rápida de quitarme los tenis, llevarlos en la mano y entrar al agua solo con medias, para del otro lado volver a colocármelos, ya que nos habían explicado que no podíamos entregarnos mojados.

Del otro lado, la distancia desde el borde del río al muro de acero era de aproximadamente cuatro o cinco metros. Creyendo que aún estábamos en suelo mexicano y que para entrar a Estados Unidos había que cruzar el muro, continué corriendo descalza sobre piedrecillas por miedo a que apareciera la policía. Intentaba no perder de vista la fila de los que habían cruzado antes y que venían con nosotras en la camioneta. Los altavoces entonces nos indicaron que hacer. Fue cuando me percaté de que ya estábamos en suelo norteamericano. Solo ahí pude parar de correr… y comencé a llorar.

***

Después de haber superado los trámites migratorios, según conté en el primero de estos testimonios, llegué al aeropuerto de Phoenix. Allí esperé reencontrarme con Sheyla antes de intentar llamar a mi hermano, ya teníamos los teléfonos y pudimos comunicarnos vía WhatsApp. Realmente no tenía idea de cuál sería el siguiente paso.

Mi hermano no había podido ir a recogernos por problemas de trabajo, pero todo el tiempo estuvo al tanto de nosotras. Durante quince minutos recorrimos aquella inmensidad de aeropuerto tratando de cambiar algunos pesos mexicanos. Teníamos hambre porque no nos habían preparado para un viaje tan largo.  

Para esa fecha no había pasaje y mi hermano reservó un hotel cercano, un taxi y un Uber de comida. Pasamos la noche en el hotel. Todavía nos asustaba cada pequeño ruido, pensábamos que vendrían por nosotras. Al siguiente día volamos a Miami. Una amiga cercana nos recibió en Inmigración y condujo hasta el carro donde estaban mi cuñada y mi sobrino. Allí fue cuando me pareció despertar de aquella pesadilla, darme cuenta de que mi historia —una más—,  había sido real y que mis sueños se cumplían.    

16 Abril 2022, Río Colorado, México – Yuma, Arizona

25 junio 2022 7 comentarios 1.523 vistas
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Guatemala

El trayecto de Guatemala a México

por Arturo Mesa 18 junio 2022
escrito por Arturo Mesa

De aquel lodazal logramos salir luego de unas tres horas de marcha incierta, hasta que conseguimos reconectar con los organizadores gracias a las instrucciones que habían dado con anterioridad. Entre arbustos, tanto yo como los más jóvenes tuvimos que cambiarnos la ropa enfangada para poder subir al siguiente transporte.

Afortunadamente llegamos al pueblo donde extendieron nuestros salvoconductos. Comimos algo y montamos una camioneta cerrada que, tras varias horas de marcha, nos dejó en otro pueblito, en el que debíamos sacar pasaje para continuar viaje a la frontera con Guatemala. Ese día no hicimos estancia en ningún sitio y tampoco nos bañamos.  

El bus resultó grande y cómodo, ahí pudimos descansar, nos detuvimos solamente a media noche para ir al baño y comer algo en una cafetería de carretera. Un tiempo después la policía nos paró. Medio dormidos mostramos orgullosos nuestros pasaportes y salvoconductos, sin embargo, aquellos oficiales dieron a escoger entre regresarnos a varias horas de la capital o darles cada uno veinte dólares porque, según ellos, había un dato mal registrado en los documentos.  

Automáticamente, y sin ponernos de acuerdo, todos decidimos entregar el dinero. Esa no sería la única vez que fuimos detenidos. Nos asustábamos cada vez que paraba el bus y se encendían las luces, pero no exigieron más dinero, revisaban los documentos y se bajaban sin molestarnos, no obstante, el sobresalto no cedía.

Al llegar a nuestro destino pasamos a otra camioneta, pequeña y cerrada, en la que fuimos trasladados hasta el punto más cercano a la frontera con Guatemala en que se podía circular legalmente. Allí indicaron que descendiéramos por una pendiente, corta pero bastante inclinada, entre piedras y arbustos alineados a un pequeño arroyo. Tras cruzar el riachuelo, enfrentamos una loma empinada circundada por grandes piedras blancas, por donde nos explicaron que debíamos subir rápidamente.

Guatemala

Primer camión.

Cada cierto tiempo perdíamos el aliento por la falta de costumbre, sin embargo nos pedían mantener el ritmo y aconsejaban respirar por la nariz. Me detuve dos veces por breves segundos; no sé qué tiempo exactamente nos tomó llegar arriba, pudo haber sido unos treinta minutos.

Llamó nuestra atención la cantidad de mascarillas tiradas en el suelo durante todo el camino a la cima y, al llegar arriba, en un arbusto al pie del sendero, colgaban decenas de ellas como señal de que se había llegado a la meta.

Luego de un par de minutos para tomar aire, atravesamos un extenso campo. Caminamos con ritmo acelerado y sin pausas y montamos nuevamente unos carros que nos llevaron a la casa de seguridad de Guatemala. Estábamos en el país de manera ilegal, ahí no entregaban salvoconductos como en Honduras y teníamos que pasar lo más inadvertidos posible. Enseguida nos asignaron un guía que era con el único con quien debíamos comunicarnos. No podíamos siquiera pararnos en las aceras.

Cuatro mujeres fuimos ubicadas en un cuarto con un solo toma para los móviles. Inmediatamente hicimos cola para la ducha. En algún momento pedimos nos cambiaran dólares para comprar cosas que se vendían, como manzanas, uvas, chocolates y refrescos. Deseábamos igualmente lavar el cúmulo de fango en que se habían convertido nuestras prendas de vestir. Nos ofrecieron llevar a lavar la ropa en una casa cercana por una pequeña suma de dinero, aceptamos y en un par de horas ya teníamos vestuario seco y caliente.

Yo necesitaba comprar con urgencia una venda elástica, pero solo conseguí que me llevaran a la farmacia muy tarde, poco antes de reanudar viaje, y pude adquirir anti inflamatorios y analgésicos.

Guatemala

«Bodega» en Guatemala.

En esa casa fuimos bien tratados. Trajeron almuerzo y nos condujeron, con la premura de otras veces, a abordar una camioneta que nos llevó a un sitio lejano, donde montamos en transportes grandes con los que atravesaríamos Guatemala hasta llegar a la terminal de un poblado fronterizo que me recordó a los pueblos del Oeste en las películas norteamericanas.  

Allí encontramos representantes de una organización de voluntarios de ayuda al inmigrante que nos entregaron pomos con agua. Entonces los próximos guías nos montaron, de dos en dos, en bicitaxis idénticos a los de La Habana. El mío lo conducía un señor muy mayor. Si mi pierna lo hubiese permitido, Sheyla y yo nos habríamos turnado para pedalear.

El hombre nos dejó en una construcción a la que le dicen bodegas. Son en realidad casas a medio hacer, con habitaciones sin ventanas ni puertas y los suelos llenos de colchonetas de tela bastante sucias por las que han pasado miles de cubanos.

El baño quedaba afuera y no tenía  puerta. La única privacidad la proveía una cortina de saco y debíamos ir con un cubo plástico hasta una cisterna y cargar el agua para el aseo. Era un líquido de aspecto turbio, pero el calor obligaba a bañarnos incluso en esas condiciones. Allí vimos aumentar nuestro grupo. Por los alrededores no existía nada que comprar y nos aclararon que no podíamos salir. En la tarde dieron de comer y dijeron que en la noche nos sacarían.  

Al llegar el momento preciso, en total oscuridad, fuimos organizados en grupos de diez y salimos caminando por un sendero hasta el borde de un río. No permitieron encender el teléfono. Montamos en unas balsas rústicas, hechas de tablones muy gruesos amarrados sobre cámaras de camión. Eran manejadas por muchachos jóvenes que, a base de fuerza, conducían las embarcaciones hasta un sitio navegable dentro del río, para más tarde remar hasta la otra ribera. Por suerte el tramo era corto, mi rodilla estaba hinchada y necesité ayuda para subir y bajar.

Guatemala

Balsa en la que se cruza de Guatemala a México

Del otro lado nos esperaba una playa con mucha arena. Detrás de unas dunas altas aguardamos hasta que trajeron al resto de los grupos. Luego, solo con la protección de la claridad lunar, caminamos de prisa por arena, tierra y grandes peñascos. Los más lentos íbamos delante. Yo solo pensaba en cómo mi hija podría correr por ese desnivelado terreno con tan poca visibilidad.

Así llegamos a las camionetas, en total sincronización con el grupo de los que debían ir corriendo. Vi acercarse a Sheyla, me aferré a su brazo y subimos en los camiones que esperaban. Ya estábamos en México.

A ella la sentaron delante, junto a otra mujer. A mí detrás, y me correspondió cargar a una muchacha cubana que jamás había visto, por suerte era alta y muy delgada. A mi lado estaba un hombre que supuse cubano y resultó ecuatoriano. También tuvo que cargar a otro hombre, no sé de qué país. Y así íbamos, unos encima de otros, formando una masa compacta. Sudábamos y respirábamos nuestros propios olores internacionales.  

Minutos después de comenzado el trayecto, nos desviamos hacia una especie de maizal, a una buena distancia, con el objetivo de evadir alguna patrulla policial. No debíamos hablar ni salir de los carros, pero pedimos bajar las ventanillas al menos. La flaca sacó medio cuerpo y se sentó en el borde de la ventanilla, respiramos mejor todos, aunque aún estábamos muy incómodos.

Los otros hombres corrieron peor suerte: los colocaron en la parte de atrás, agachados y con las mochilas entre las piernas, muy juntos unos a otros y con una lona gruesa de nylon sobre las cabezas que le impedía respirar bien. Fueron minutos muy angustiosos. Observé a los choferes de las camionetas  reunirse a lo lejos y hablar. Supuse que si llegaba la policía nos abandonarían en medio del campo.

El tiempo se hacía infinito, no puedo precisar si pasaron treinta minutos, una hora o dos. En algún momento regresaron corriendo con la orden de continuar la marcha. De nuevo a cerrar las ventanillas y a rogar para que llegáramos rápido a donde fuese.

Luego de un recorrido bastante tranquilo pararon de pronto y dijeron que corriéramos hacia adentro de lo que parecía un campo de fútbol rodeado de matas de plátano. Enfrente teníamos una calle muy transitada. Debíamos agacharnos a cada rato cuando se veían las luces de los vehículos que circulaban por  la carretera frente al terreno.

Lo primero que hicieron en aquel sitio fue separarnos en distintos grupos, según el coyote con el que habías acordado el viaje. El grupo mío era el mayor. A la flaca la apartaron con otro grupito de menos personas. No la volví a ver nunca más, solo supe que era de Centro Habana. Tampoco encontré de nuevo al ecuatoriano.

Nos pidieron que encendiéramos los teléfonos, que habíamos apagado desde que cruzamos en la barcaza. Indicaron que formáramos una fila larga, de un ancho de dos personas, y nos dividieron en grupos de cuatro para subir a unos taxis. En ellos nos llevarían a la primera casa de seguridad de México. Para cerciorarse, nos dieron la dirección y la foto de la fachada de la casa que nos acogería.

Guatemala

Casa repleta en México.

Circulamos por una ciudad desierta pero muy iluminada. Llegamos al lugar pactado cerca de la una de la madrugada y la mujer que tenía que recibirnos se negó a hacerlo. Desde la ventana pidió que nos marcháramos, que había un operativo policial en la zona. El taxista comenzó a dar vueltas por una urbe dormida y se iba comunicando con los otros conductores sin que llegásemos a una dirección definida.

Vimos cómo dos de los taxis del grupo fueron detenidos por la policía, pero el nuestro corrió con más suerte. El chófer quiso deshacerse de nosotras en algún momento, pero le exigimos llamar a la persona que lo había contratado porque no estábamos dispuestas a quedarnos en la calle, en medio de la nada, y con patrullas dando vueltas por la zona.

Alguien se atrevió a decir el nombre mágico del coyote y el chófer recordó al instante una de sus casas y hacia allí nos condujo. Al llegar al sitio, una de nosotras se bajó y fue a averiguar, el resto permaneció en el taxi por temor a que se marchara. Penetró por un portón medio abierto y al momento salió diciendo que allí no había nadie al frente y que el lugar estaba repleto. De solo mirarnos tomamos la decisión de pernoctar en esa vivienda aunque no fuera parte de nuestra planificación.   

18 junio 2022 6 comentarios 1.286 vistas
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Honduras

En Honduras éramos los dieciocho

por Arturo Mesa 11 junio 2022
escrito por Arturo Mesa

Después del desayuno y los buenos deseos del personal del hostal nos despedimos y esperamos afuera por el taxi, que ya estaba coordinado para que nos moviera por Nicaragua hasta la frontera. Por la experiencia anterior, salimos quince minutos antes previendo que se marchara si no nos encontraba. No quisimos alejarnos mucho de la entrada por temor a ser asaltadas. El taxi llegó puntual y dentro venía una señora con su joven hijo, quienes se convirtieron en nuestros compañeros de viaje por casi todo el trayecto.

El día entero lo pasamos viajando por el país. El mejor recuerdo que tengo de ese trayecto es el de un paisaje rural con muchas montañas a ambos lados. A pesar de lo apartado, las  carreteras se observaban en muy buen estado. Paramos solo dos veces ese día. La primera, para almorzar en un cuchitril pequeño. Allí no tuvimos que pagar, todo fue por cuenta de los que coordinaban el viaje. En el lugar coincidimos con otro taxi, idéntico al nuestro, donde venían cuatro compatriotas más.  

La segunda parada fue en una gasolinera, para reabastecernos de combustible y comprar refrescos y galletas. Como en Nicaragua no se usa mascarilla, el taxista recomendó que nos la quitáramos para no llamar la atención.  En las tiendas y lugares públicos sí es de uso obligatorio. En cada parada nos sorprendía la gran variedad de productos en exhibición, a pesar de que eran zonas rurales y empobrecidas.

Supimos que nuestros compañeros de travesía venían de una provincia del centro de Cuba, como muchos de los que fuimos encontrando a lo largo del camino. Fue curioso descubrir que había muy pocos habaneros.

Al caer la noche, y sin previo aviso, el taxi se detuvo y el conductor ordenó que montáramos en una camioneta que estaba parqueada delante. En aquel momento recordé las palabras de un amigo que había realizado el viaje algunos días antes: «En esta historia los cubanos somos la mercancía, la carga por carretera, y ellos la base de transporte y nos van pasando de camión en camión».

En la oscuridad no se veía nada. Sin embargo, algunas leves luces indicaban que varios taxis habían coincidido en ese punto. A todos nos ordenaron abordar la camioneta. Recogimos las mochilas y subimos rápidamente en la parte de atrás. Tuvimos que apretarnos mucho para caber en el pequeño transporte y llegar a la primera casa de seguridad, desde donde cruzaríamos hacia Honduras.

La vivienda era muy humilde. No tenía portal, solo una sala amplia y dos cuartos, uno con una cama grande y baño y otro con dos camas y dos colchonetas en el piso. En los cuartos colocaron a las mujeres; los hombres durmieron en colchonetas. Éramos en total quince personas, porque en el asiento delantero de la camioneta venían dos mujeres más.

Honduras

Pueblo nicaragüense.

Al día siguiente empezamos a explorar el lugar. Parecía una zona del campo cubano, un pueblito muy humilde con caminos de tierra, casas de ladrillo o bloque sin repello, y techos de planchas de metal. Los caminos carecían de asfalto, pero se veían muchas motocicletas de varios modelos y alguna que otra camioneta. En cada casa había, como mínimo, un trasporte. Fue chocante ver lo humilde de las casas y del poblado y tantas motos de gasolina de marcas reconocidas. Mi hija preguntó si no había motos eléctricas y tuvimos la impresión de que muchos no sabían qué cosa era aquello.

Había varias tiendecitas, algunas eran sencillos espacios dentro de las viviendas destinados a la venta de los productos más variados: medicinas para la digestión, para la gripe, para dolores o para fiebres. Vendían además tenis, chancletas, cuadernos escolares, cigarros, refrescos, galletas de varios tipos, chocolates, jugos y frutas naturales. En fin, todo lo que desde hace mucho tiempo está vedado para el cubano de a pie. La primera vez que fui a la más cercana, ubicada a menos de sesenta metros de nuestra casa, escuché a un muchacho flaco y bajito decir «¡Coño, chama, mira pa′ esto. Hasta libretas para los niños hay aquí!»

El guía dijo que debíamos quedarnos en ese lugar por dos noches. A la mañana siguiente llegaron dos muchachas y un joven que iban a cruzar con nuestro grupo. Ya no seríamos quince. Durante el trayecto nos identificaban por el número de personas a trasladar. Al principio fuimos los quince, luego los dieciocho, los veintinueve o los cuarenta y uno. Otras veces solo éramos los ocho que hicimos la travesía juntos.  

El día transcurría bastante rápido, entre la cola para bañarnos y las visitas a cuanta tiendecita descubría alguien, a pesar de que queríamos seguir viaje lo antes posible.

Cruzar a Honduras fue fácil, lo difícil llegó después. Por la mañana, tras el desayuno, nos montaron de nuevo en la camioneta por unos pocos minutos, luego debimos esperar en un sembrado a que dieran la orden de cruzar hasta una carretera al pie de una montaña.  

Enseguida llegó un bus amarillo, igual al de los escolares norteamericanos, al cual subimos temerosas, bajo la mirada de gente sencilla que observaba cómo un grupo de dieciocho raros abordaba rápidamente y en absoluto silencio al transporte.

El coyote que nos debía pasar al otro lado, había advertido la noche anterior que ese trayecto resultaba un ochenta por ciento seguro, pero que aunque ellos lo tenían todo estudiado siempre podía surgir algún imprevisto. Además, nos dio instrucciones de cómo proceder en ese caso. Nos tocaría entrar en el veinte por ciento de la funesta estadística.

No puedo precisar si transcurrieron cinco o diez minutos cuando de pronto el bus se detuvo y subieron unos militares que pidieron las identificaciones. Bajaron a todos los de pasaporte azul, los cubanos que habíamos acabado de subir y cinco venezolanos que ya estaban ahí. Desde la calle pudimos observar con angustia que la camioneta continuaba la marcha sin nosotros.

Esa fue la primera vez que vimos hombres con armas largas, como si estuviésemos en medio de un territorio en guerra.  Para todos los cubanos eso fue un shock ya que jamás habíamos percibido algo similar. Nos retiraron los pasaportes y pidieron que nos pusiéramos en fila, unos al lado de otros, para una foto grupal. Pasamos a ser un número más en las estadísticas de indocumentados que entran a Honduras para seguir camino.

Honduras

El grupo esperando el bus.

Dijeron que eso era un delito grave y les explicamos que nos dirigíamos al pueblo donde se otorgaba el salvoconducto del gobierno hondureño para atravesar el país y continuar viaje al Norte. Creo se llamaba Danly o Danlí ese pueblo. En ese momento de tensión a nadie se le ocurrió ofrecer dinero a la policía, ni ellos hicieron nada que nos diera la confianza de intentar el arreglo.

No les importaron nuestras razones e hicieron que marcháramos por un camino perpendicular a la carretera, que bordeaba un barranco tenebroso. Tuvimos que hacerlo unos detrás de otros. Después de una corta caminata devolvieron los pasaportes y nos indicaron doblar y caminar por un estrecho camino de tierra, paralelo a la carretera unos cien metros.  Al finalizar el mismo estábamos devueltos a Nicaragua.

En ese tramo nadie abrió la boca, pero después, al comentar el incidente, comprendimos que varios íbamos pensando que nos podían matar y ni siquiera necesitarían sepultarnos. Absolutamente nadie sabía de nuestra existencia por esos parajes.

Continuamos caminando en silencio, por unos trillos que hacíamos al pasar entre arbustos de café recién cosechados. El fango era terrible, ya que la noche anterior había caído un aguacero tan fuerte que incluso llegamos a pensar que no iban a cruzarnos hacia Honduras.

De nuevo la montaña quedaba a la derecha y a la izquierda, el barranco. Arrancamos bien, pero al poco tiempo empezamos a resbalar y caímos unos detrás de otros. En la primera caída me golpeé la rodilla, que ya venía lesionada, y me pegué duro en el codo y en el hombro derecho al tratar instintivamente de amortiguar el golpe. El sufrimiento no podía ser mayor.

Deambulamos entre los arbustos sin ruta definida. Lo mismo había que subir un desnivel de un metro, cruzar un riachuelo, que  bajar una distancia similar, siempre entre arbustos mojados. Pronto nos fuimos quedando rezagadas, ya que los más jóvenes iban a la cabeza y resbalaban menos. Por suerte el más flaco del grupo, al que apodé el grillo, nos ayudaba en los tramos más difíciles dándonos la mano o cargando nuestras mochilas. No a todos los hombres les importábamos por igual.

Anduvimos tres horas por esos caminos inciertos, hasta que finalmente, al llegar a un desnivel del terreno, terminamos tirándonos voluntariamente al fango para, al deslizarnos, cubrir la diferencia de altura sin lastimar más nuestros cuerpos, que ya no aguantaban la carga de humedad y fango en aquel paraje en medio de la nada.

11 junio 2022 7 comentarios 1.425 vistas
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Camino

Un largo camino a Yuma. Parte II

por Arturo Mesa 28 mayo 2022
escrito por Arturo Mesa

Tres mil ochocientos dólares por un vuelo a Managua es demasiado dinero, y éramos dos. Tuvimos que vender muchas cosas, además de la ayuda de mi hermano, que siempre estuvo al tanto de todo desde Estados Unidos. Nunca habíamos viajado y esa noche no se durmió en casa. Pasamos el tiempo recogiendo cosas para botar o dejarle a las amistades con el fin de que las vendieran y luego nos enviaran el dinero.

Un par de horas antes de la salida nos tiramos a dormir, pero fue imposible porque temíamos que el taxi fallara, o no escucharlo. La primera vez siempre asusta volar, aunque nosotros teníamos más miedo a cualquier imprevisto en inmigración, o a que el pasaje tuviera algún problema después de tantos días para conseguirlo.  Pero no había otra forma de salir del país.  

Una vez que pasamos los controles nos sentamos en el área de espera con los documentos en orden. Son tantas las historias de personas que habían tenido problema con los pasajes o con inmigración, que una vez del otro lado de las casillas sentimos gran alivio. Por ejemplo, detrás quedó una muchacha de veintiún años que viajaba sola y se nos unió en el área de chequeo de pasajes. Desafortunadamente no pasó el chequeo de inmigración por estar en la lista de «regulados».

Dimos una vuelta por todos los puntos de venta. En ninguno podíamos comprar con nuestros pesos cubanos, reservados exclusivamente para algún café o merienda, porque todo lo que se expendía era en dólares y a precios elevadísimos. Los dólares que llevábamos no debían malgastarse de ese modo.

El avión era pequeño pero el personal muy cordial. El miedo a volar reapareció cuando comenzó el ascenso y el motor fue cambiando de sonoridad; aunque poco a poco el susto fue cediendo. Irse de Cuba provoca una mezcla rara de alegría y tristeza. Duele mucho alejarse de esa pista que te dice que todos tus sueños de joven se quedan ahí, sin saber si podrás volver, incluso, sin saber si ese nuevo capítulo en tu vida va a llegar a feliz término. Sin embargo, es la única oportunidad de vivir decorosamente de tu trabajo con el mínimo de necesidades cubiertas.  

Miraba por la ventanilla y me preguntaba por mi familia, mis amigos, mi barrio, mi Habana y sus calles. ¿Retornaría alguna vez a casa? Mis ojos se humedecieron y tuve que hacer gran esfuerzo para no romper a llorar delante de tanta gente ilusionada por el incierto pero prometedor futuro al que les conducía aquel avión.  

Camino

Aeropuerto de Kingston, Jamaica.

El aterrizaje en Jamaica fue fácil, allí respiramos por primera vez «aire libre».  Teníamos cuatro horas de escala en el aeropuerto. Lo primero que me impactó  fue la cantidad de medicinas de primera necesidad que había en cualquier tiendecita: antibióticos, antipiréticos, antinflamatorios, triple antibiótico, antiácidos.

Realmente sentí un dolor grande, una furia contra los que deben proveer de esos medicamentos al pueblo. La mayoría de las personas se va de Cuba por la comida, pero a mí una de las razones que me hizo involucrarme en esta locura fue la falta de medicamentos, de reactivos para análisis. No quería pasar por lo mismo que vivieron mis padres ante la falta de esos suministros, aunque prefiero reservarme la historia.

Antes de abordar el segundo avión decidimos gastar los primeros dólares, teníamos hambre y no sabíamos qué vendría después. Por suerte, en ese momento la gente de la agencia que coordinó el viaje nos entregó un envase plástico con comida y aquello nos supo a gloria. Luego fuimos guiadas a través del aeropuerto hasta la puerta en que tomaríamos el vuelo a Managua. Ese avión era mucho más grande. Sobraban puestos y las aeromozas invitaron a escoger los asientos.

A Managua llegamos cuando atardecía. Al salir del avión tuvimos q caminar por un pasillo larguísimo hasta llegar a inmigración. Allí había cientos de cubanos. Lo supe porque la cola no estaba organizada, más bien existía una fila del ancho de tres personas, provenientes de diferentes vuelos. Además, el acento propio se hace notar rápido. Varios aviones habían coincidido, unos venían de Cancún, otros de República Dominicana. Creo poder asegurar que fue la cola más larga que he hecho en mi vida. Por suerte se movía rápido.  

Al llegar al extremo, una pareja de funcionarios le echó una ojeada a nuestros papeles e indicaron bajar las escaleras hasta el piso inferior, donde están las colas para las casetas. Ahí nos atendieron militares que preguntaron el tiempo que permaneceríamos en el país. Cobraron 10 USD por persona y nos dieron la bienvenida.

El principal temor al salir de Cuba era estar incomunicados con la familia en Estados Unidos, y esto nos llevó a cometer nuestro primer error. Al pasar los controles inmediatamente preguntamos dónde se compraba una línea telefónica. Enseguida nos mostraron un pasillo ancho y muy largo cerca de la puerta de salida, con varios puntos de venta de líneas, teléfonos y accesorios.

Camino
Propaganda política del FSLN.
Camino
Carretera de Nicaragua.
Camino

Dos muchachas nos atendieron allí. Compramos una línea de la compañía CLARO y ellas, con habilidad sorprendente, la colocaban después de darte a escoger entre una oferta de 15 USD por quince días y otra por treinta días, que fue a la postre la que pedimos pues tenía alcance hasta México. Nosotros pensamos de inicio que todo estaba bien coordinado y que nuestra aventura no duraría mucho, pero era mejor precaver.

Esa compra ocasionó que nos quedáramos botadas en el aeropuerto de Managua. Cuando caminamos hacia la puerta de salida más cercana no había un alma en toda el área. Nos asustamos un poco, hasta que atinamos a usar las nuevas líneas para llamar al familiar que nos estaba ayudando y a la persona que había gestionado los boletos y la reservación en el hotel.

Explicamos que ignorábamos qué hacer. Yo estaba convencida de que si teníamos que dormir sentadas en una cafetería lo haríamos con gusto, pues no nos atrevíamos a salir a la calle a tomar un taxi por nuestra cuenta. Éramos dos mujeres solas en una ciudad desconocida. Después de un rato nos enteramos que debíamos haber salido directamente a la calle, sin doblar por el pasillo donde vendían las líneas, y que la guagua se había ido pero en poco tiempo saldría otra. Fueron otras dos horas solas en aquel lugar, muertas de cansancio y sin dormir por más de dos días.

Finalmente nos indicaron salir a la calle y caminar hacia el extremo del aeropuerto. Allí nos recibió un hombre que esperaba a personas de otros vuelos. Entonces llegó una guagüita blanca y montamos junto a otros muchachos que fueron arribando. En pocos minutos estuvimos en el hostal. Ya eran las once de la noche.

Desde la calle solo se veía un muro alto, pero al entrar encontramos un lugar muy acogedor, con piscina central y un bloque de habitaciones en dos niveles. Ahí nos esperaban. Fuimos muy bien atendidos y se nos entregó la llave de una habitación. Luego indicaron que nos sentáramos a comer al borde de la piscina.  Después de bañarnos, caímos rendidas al instante.

No era nuestra primera noche fuera de Cuba, aunque sí la primera en que dormiríamos en una cama. Aún no sabíamos que ese sería nuestro mejor alojamiento y nuestra noche más tranquila en aquel largo camino que apenas comenzaba.

28 mayo 2022 9 comentarios 1.710 vistas
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Largo camino

Un largo camino a Yuma. Parte I

por Arturo Mesa 21 mayo 2022
escrito por Arturo Mesa

Mi nombre es Irma. Tengo cincuenta años y estoy cansada. Cansada de  promesas, mentiras  y  consignas. Cansada de esconderme y esperar por el momento preciso para avanzar. Y cansada también de tanto correr desde que aquel señor, luego de exactamente treinta días con sus noches, diera la orden final: «¡Corran ahora!». Yo miré en ese momento a mi hija —mi única consigna era: Todo el sacrificio por sus veinticinco años—, y al río que se abría fraternal frente a nosotras, y me lancé a correr.

Serían las once de la mañana cuando mis pies descalzos se lanzaron al agua sin que me importaran los guijarros del río, ni  la humedad, ni el fango que se mezclaba con los dedos. Corrí, no recuerdo cuánto, creo que hasta reí en alguna ocasión cuando la vi a mi lado, corriendo feliz hacia el resto de su vida. No debía parar pero lo tuve que hacer para recobrar el aliento y, pocos segundos después, la escuché decir «¡Vamos, mami!» y seguimos en carrera desenfrenada hacia la entrada, hacia cualquier uniformado que hablase con acento norteño.   

No sabía qué esperar de todo aquello, por eso corría para no pensar, hasta que en algún momento su voz me dijo: «Ya, mamá. Ya llegamos. No hay que correr más». Quise voltearme a mirar ese último trozo de recuerdo, pero a ese pasado reciente le tenía tanto miedo, de hecho le tengo miedo aún. Tantos días huyendo, escondidas de tantas cosas. ¡Fue mucho lo que tuvimos que dejar atrás! Pero mi país ya no era un lugar que nos garantizara un futuro.

Llegamos a una gran entrada a lo largo del muro. Supuse eran periodistas los que nos tiraban fotos allí. Había autos y claro, los militares. Intenté no doblarme, a pesar del dolor en el vientre y la agitación en el pecho de tanto correr. Traté de mantenerme erguida al entrar a ese nuevo país, pero las palpitaciones eran fuertes. Nadie vino por mí, nadie me tocó, y allí estuve hasta que por mis medios me repuse, dispuesta a ponerle fin al sufrimiento y enfrentar lo que viniese.

Atrás quedaban mi casa, mis gatos, mis amigos y la escasa familia que me restaba luego que la mayor parte decidiera irse también; unos a España y otros a los mismos Estados Unidos.  Atrás  mi vida, mis títulos, mi oficina, mis sueños, mi país. Conmigo, mi hija. ¡Qué más! Mis piernas, mis sueños de madre. Delante, todo el futuro, una gran incógnita y un militar con cara y voz de militar. ¿Lloré? Puede ser.

Largo caminoLargo caminoLargo camino

 

Dolió mucho tener que botar la mochila y las pocas pertenencias que llegaron conmigo hasta acá, pero era el precio por abrir un nuevo capítulo en nuestras vidas. Exigían entrar solo con la ropa puesta, el teléfono y cualquier cosa que cupiera en una pequeña bolsa de nylon de 20 x 20 centímetros.

Mostramos  los  pasaportes para que tomaran los datos principales y nos dieron de esas comidas para emergencias. Vino un jeep por nosotras, una especie de furgoneta para presos, con mallas en las ventanas y más militares. Unos pocos minutos de travesía duró el primer viaje en suelo estadounidense, hasta que llegamos al centro.  

Cuando vi la explanada y las carpas comencé a creer que la decisión había sido correcta y que habíamos triunfado en el empeño. Hasta ese momento no había pensado en ello.  La opción de la salida nos había llegado sin tiempo y las decisiones tuvieron que tomarse con premura: vender algunas cosas, dejar contactos, pensar en mi ciudad y mi gente o mejor, aprender a olvidar a mi ciudad y mi gente. ¿Para cuándo el retorno?  

Allí nos dieron otra vez de comer y de beber. Revisaron lo que traíamos en las bolsitas y nos inscribieron en listados. Solo unas pocas cosas permitieron entrar al país. Tomaron fotos de nuevo, huellas, datos del pasaporte y dirección a declarar. Éramos prisioneros y como tal nos trataron; algunos oficiales de forma más profesional, otros menos, pero, prisioneros al fin,  ese sentimiento fue de los que primero me sacudió. Yo, mujer universitaria, madre, trabajadora, escoltada por militares, presa; es algo que nunca concibes y  te perturba aunque lo esperes.

Nos llevaron a unas carpas de nylon anchas y grandes, cubiertas de colchonetas muy limpias, la hielera, le decían. Debíamos permanecer ahí. Hombres a un lado y mujeres al otro. Dos filas, yo detrás de mi hija, con miedo a una separación. Quedamos separadas, ella para un lado y yo para otro. El siguiente miedo se cumplió. No estaría conmigo.

Largo caminoLargo caminoLargo camino

El frío adentro era intenso y las luces no se apagaban, quizás por eso me parecían más brillantes y molestas, o quizás por los días que llevábamos de monte en monte, de luna en luna.   

En aquel lugar traté de dormir, a pesar de la luz y de las veces que venían a higienizarlo. Debíamos salir cada vez que lo hacían. Volvieron a darnos meriendas y comida. No teníamos los móviles y perdí el control del tiempo, también las ganas de saber. Cuando la supervisión fue menor logré pasarme a la carpa de mi hija. Dormimos durante varias horas y me sentí con algo más de fuerzas. No sabía cuánto tiempo íbamos a permanecer allí. Las historias que nos contaban hablaban de un día, tres, una semana y hasta diez.

En la mañana vinieron por nosotras. Más controles y preguntas. Entre ellas, quiénes deseaban recibir la vacuna Pfizer. Yo tuve miedo, no hacía mucho había terminado mi ciclo con la Abdala y me negué. Nos colocaron unos grilletes electrónicos que no debíamos quitar nunca, ni para bañarnos. Para mantenerlos funcionando siempre era necesario cambiarle las baterías dos veces al día. Entonces me dieron unos papeles y pude leer que estaba en Yuma, jamás imaginé que realmente existía una ciudad con el nombre con el que llamábamos a los extranjeros en mi país.  

 A la sazón llegó un autobús y resurgió el nerviosismo de otra  separación. Yo salí primero, nos llamaron por una lista, todo muy bien organizado. A ella la nombraron quince minutos después para abordar otro transporte. El vehículo era muy cómodo y nos condujo en una travesía que se extendió por unas cuatro horas, para la que no nos prepararon. Tuve hambre, pero más me afectaba el deseo de dar con mi hija, ¿en dónde nos habríamos de encontrar? Era mi pregunta.

El bus se detuvo en otro campamento improvisado. Nos instalaron en carpas, estas a cielo abierto, y nos hicieron exámenes de Covid. Mientras esperábamos por el resultado llegó el que trasladaba a mi hija y tuve la tranquilidad de saber que nos llevaban al mismo lugar.  Luego nos condujeron hasta el  aeropuerto de Phoenix, Arizona.

Entonces comprendí que aunque luego vendrían las tensiones de reencontrarme con mi hija, cambiar el dinero mexicano que ya no servía para nada, comprar comida y dormir aquella noche en una ciudad desconocida, para luego hacer una larga travesía de un extremo al otro del país; podía sentirme verdaderamente libre y en menos de veinticuatro horas lo fui.  

La pesadilla que habíamos vivido desde el 16 de marzo del 2022, podía quedar atrás. Ahora quiero encontrar a mi hija, a mi familia, y contar la historia.

***

Este texto narra una historia real contada al autor por su protagonista, quien ha pedido que se respete su identidad.

21 mayo 2022 23 comentarios 2.485 vistas
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Opinión

El peligro de tener una opinión. Otro caso de expulsión políticamente motivado

por Arturo Mesa 28 marzo 2022
escrito por Arturo Mesa

En el año 2006, como guía de turismo, me vinculé con la Agencia Amistur, radicada en la Habana. La misma se dedica a fomentar vínculos de solidaridad con Cuba a través del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP). Allí trabajábamos con distintos mercados que se pronunciaban a favor del levantamiento de las sanciones del gobierno norteamericano, por la devolución de la base naval de Guantánamo y el retorno de los Cinco héroes. Fueron épocas complejas, pero se logró un considerable avance en las relaciones con los Estados Unidos y un importante apoyo de la comunidad internacional.

Muy pronto empecé a realizar trabajos con grupos de gran especialización e importancia, que incluían altas personalidades de la vida política estadounidense. Paralelamente diseñaba programas específicos para la agencia e impartía cursos de adiestramiento a los nuevos guías sobre temas de historia, cultura e interpretación patrimonial. Participé además en ferias de turismo y logré atraer a diversos tour-operadores y clientes.  

Al comenzar la pandemia, dicha empresa se desentendió totalmente de los casi cincuenta guías que allí laborábamos. Es justo aclarar que no éramos trabajadores fijos, nuestros contratos eran por operaciones, pero, por otro lado, teníamos una relación de exclusividad que nos limitaba para relacionarnos con otras empresas, e igualmente conformábamos un grupo cerrado y fijo para el trabajo de los programas.

Opinión

Campamento Internacional Julio Antonio Mella, Caimito, Artemisa. Campaña de Solidaridad con Cuba.

Es bueno señalar asimismo, que todas las otras entidades de turismo, ante la compleja situación generada en el sector por la Covid-19, hicieron  diversas propuestas laborales a sus trabajadores, cualesquiera que estas hayan sido.  

Entonces, en mi desempleo forzoso, comencé a publicar textos sobre el manejo de la economía, los errores cometidos internamente, la manipulación mediática, el justificacionismo y el peligro que todo ello conlleva para el sistema. Varios de esos artículos aparecieron en este mismo espacio. No tengo conciencia de haber ofendido una sola vez, de haberme hecho eco de una fake news o compartir matriz de opinión subversiva alguna. Todos los análisis fueron propios.

Aun sin contenido de trabajo, propuse a la empresa nuevos cursos de superación, programas para el regreso del turismo y colaboré de manera voluntaria con traducciones que eran necesarias. Al regresar el turismo, si bien de forma limitada, esperaba volver a ser contratado, lo cual no ocurrió. Ante ello, decidí solicitar una explicación.  

El día 25 de marzo fui convocado a un encuentro con la nueva gerencia de Amistur, en la persona del Sr. Alfredo Díaz Fuente. Estaban presentes también la abogada de la institución y el gerente de operaciones.  La intervención fue iniciada por el Gerente General, que alegó como motivo de mi exclusión mis: «frecuentes ataques a la Revolución», con el consecuente secuestro del término que suele hacerse por parte de quienes se creen «continuidad».  

Opinión

Trabajo voluntario con colegas de la agencia.

Naturalmente reaccioné ante la frase, pues de eso se trata todo: de no admitir la crítica, de considerar que hay un grupo selecto autorizado exclusivamente a emitirla, de que la misma se haga en los espacios oficializados y por los canales pertinentes.

Estos son tiempos en que se convoca a la ciudadanía a participar para impactar sobre los problemas que nos agobian. El mismo espacio televisivo Con filo acababa de asegurar que son tiempos de «contribuir soberana y creativamente con el proceso» y, además, constantemente se sugiere que todos tenemos cabida en la sociedad, sin importar el color de la piel, el credo y cualquier otro tipo de discriminación lesiva a la dignidad humana.  

De la misma forma, nuestra Constitución asegura que somos una sociedad organizada «con todos y para el bien de todos». El código del trabajo nos dice que todos tenemos derecho a un empleo y que el mismo ha de ser la fuente principal de ingresos y satisfacción de necesidades. Entre tanto, el presidente del Tribunal Supremo, Rubén Remigio Ferro, ha expresado que «cuestionarse lo que se está haciendo no constituye delito», y que «las opiniones diversas, incluso de sentido político, lejos de constituir delito constituyen un derecho CONSTITUCIONAL» (con énfasis en el término constitucional).  

Opinión

En el cementerio Santa Ifigenia, Santiago de Cuba, con sindicalistas de los Estados Unidos.

Bajo tales condiciones, en momentos difíciles para la izquierda y para la credibilidad política y subsistencia económica del modelo cubano, ¿cómo van a explicar quienes dirigen el movimiento de solidaridad, que en Cuba una persona sea expulsada —el término exacto fue: «prescindimos de sus servicios»—, por sus análisis públicos y fundamentados sobre la gestión de la economía del país?  ¿Cómo van a explicar que en una agencia que se presenta como promotora de la solidaridad y el socialismo, cincuenta trabajadores quedaron durante dos años a la espera de una opción de empleo que nunca llegó, mientras el país aseguraba a viva voz que en Cuba nadie quedaría desamparado?  

Resulta indignante que en momentos en que se reclama iniciativa y participación, se haga gala de la doble moral que lleva a expulsar trabajadores comprometidos, por haber argumentado que las tiendas en MLC son un gran disparate —y lo son—, y que constituyen una enorme injusticia social.

Mi expulsión ocurre en circunstancias en que, incluso guías de esa misma agencia se han aventurado a cruzar las duras aguas del río Bravo ante el agravamiento de sus condiciones de vida, que pasan tanto por el modelo ineficaz, el criminal bloqueo, como por el infructuoso reordenamiento que pende sobre nuestras cabezas sin que veamos la luz ni aparezcan propuestas medianamente esperanzadoras.

Opinión

Península de Guanacahabibes, con estudiantes de los Estados Unidos.

Es triste que sigan ocupando puestos de dirección personas «confiables» con escaso conocimiento de sus esferas y con nula sensibilidad y humanismo, en un contexto en que el llamado tiene que ser a la creatividad y a la unión para establecer nuevos compromisos con los que aquí estamos, con los que nos hemos quedado.

Mis conclusiones al respecto son muy similares a las expresadas por el señor Michel E. Torres Corona, que el 26 de marzo, en un texto publicado en Granma aseguraba: «Un revolucionario puede transformarse en elemento reaccionario si no avanza a la par de su tiempo, si no tiene “sentido del momento histórico”, si se ve sobrepasado por otros más revolucionarios, a los que comience a ver como enemigos, si se burocratiza».

28 marzo 2022 58 comentarios 3.165 vistas
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