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Alina Bárbara López Hernández

Alina Bárbara López Hernández

Profesora, ensayista e historiadora. Doctora en Ciencias Filosóficas

La última lucha de Lenin

por Alina Bárbara López Hernández 22 enero 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

El 21 de enero de 1924, a las 6:50 p.m., falleció Vladímir Ilich Lenin. Los últimos 9 meses había permanecido en estado  vegetativo. Nunca se recuperó del atentado de 1918, y su dedicación total a la revolución terminó por arruinar la salud de un hombre que murió antes de cumplir 54 años.

Durante al menos un mes, la prensa cubana de la época lo hizo protagonista de sus páginas, en ellas reconocían su capacidad, dedicación e integridad; lo que no quiere decir que los articulistas compartieran su ideología. El mismo día del deceso, el alcalde del municipio de Regla aprobó una resolución para erigir un monumento que perpetuara la memoria del revolucionario que, “por su intensa labor social (…) se ha distinguido como gran ciudadano del mundo”.[1]

En la reciente conmemoración del centenario de la Revolución Socialista de Octubre, nuestros medios presentaron al Lenin de las Tesis de Abril, de El Estado y la Revolución, de los momentos sublimes e iniciales de la gesta soviética. Quedó un vacío que pretendo llenar aquí: el Lenin de los últimos años, más realista, que comprendió que las revoluciones se hacen para mejorar la vida de las personas, y que sin la participación popular están condenadas al fracaso.

En los comienzos se suponía que el Estado controlaría todo el proceso productivo en la sociedad, es decir: qué producir, cómo producir y cómo distribuir lo producido. Esta planificación de la economía se vinculaba, estricta y unívocamente, a métodos autoritarios de administración. En esa primera etapa, agravada por la guerra civil y la intervención extranjera, fue asumido el Comunismo de Guerra, que reglamentó estrictamente la vida económica del país, y condujo al descontento y a fuertes enfrentamientos con campesinos, obreros y marinos.

Terminado el conflicto había que desarrollar el país, que las revoluciones no pueden esperar décadas metidas en una trinchera. Fue así que Lenin propuso un cambio radical, una Nueva Política Económica (NEP), aprobada por el X Congreso del Partido en 1921. Consistía en permitir el libre comercio, mientras el Estado dominaba los resortes decisivos: gran industria, tierra, transporte, recursos naturales y comercio exterior. Sin embargo, quedaba liberalizado el comercio interior, se aceptaba la creación de pequeñas empresas privadas y la colaboración con capitales extranjeros a través de formas mixtas de propiedad. Se aplicaba el sistema de autogestión empresarial para luchar contra el burocratismo y las tendencias autoritarias de la administración,  y se reconocía el interés personal en los resultados del trabajo.

Como forma de propiedad que conjugaba el interés individual y colectivo, se fomentó la creación de cooperativas. Sobre estas Lenin había reflexionado desde antes del triunfo, pero no será hasta 1922 cuando sus criterios adquieran rango de concepción teórica. Ese año dictó su última obra sobre el tema económico, justamente acerca de las cooperativas; en ella consideraba que el socialismo sería “un régimen de cooperativistas cultos” y puntualizaba la doctrina marxista acerca del desarrollo histórico-natural del socialismo; o sea, defendía el criterio de que cuanto más lenta y regularmente se creara una nueva forma económica, tanto más sólida sería, tanto más a fondo se construiría el socialismo.[2]

Admitir sociedades cooperativas, agrícolas e industriales, que eran autogestionadas, haría imposible el uso de métodos autoritarios de gestión. Se trataba de aprovechar más el control democrático desde abajo en el gobierno de la sociedad. En tal sentido, Lenin valoraba lo importante que era en el socialismo desarrollar la iniciativa del pueblo como opción consciente.

Estas medidas fueron apreciadas con recelo por el Partido, pues las consideraron incompatibles con los ideales revolucionarios. Muchos dirigentes abogaron por perfeccionar la política de Comunismo de Guerra. Aun siendo aprobada, algunos entendían la NEP como una maniobra táctica coyuntural, como un alto en la construcción del socialismo. Sin embargo, el núcleo leninista –Bujarin, Ríkov, Tsiuriupa– logró mantener su aprobación. En poco tiempo se apreciaron positivos resultados en la economía soviética.

Cuando la enfermedad de Lenin se agravó, en mayo de 1922, prácticamente comienza a dirigir al Partido un triunvirato formado por Stalin, Kámenev y Zinoviev y, aunque Stalin no fue considerado nunca el sucesor natural de Lenin, debido a una proposición de Zinoviev —de la cual habría de arrepentirse en muy poco tiempo—, fue nombrado Secretario General del PCUS, cargo que no existía con anterioridad.

Estar fuera del gobierno le permitió observar al poder con una mirada otra, como diría un crítico posmoderno. Hace algunos años la editorial trostkista norteamericana Pathfinder publicó el texto La última lucha de Lenin: notas, cartas, artículos y discursos que muestran que la batalla postrera del revolucionario no fue contra la burguesía, sino contra dirigentes comunistas que  —parafraseando a Martí— tenían al pueblo en los labios y a la ambición en el corazón. Ese es el Lenin que necesitamos.

[1] Javiher Gutierrez y Janet Iglesias: “La muerte de Nicolai Lenine en la prensa cubana”, revista Estudios del desarrollo social: Cuba y América Latina, RPNS 2346 ISSN 2308-0132, vol. 2, no. 1, enero-abril, 2014 (www.revflacso.uh.cu).

[2] Vladimir I. Lenin: Obras completas, t. XXXV, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1971.

22 enero 2018 97 comentarios 490 vistas
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Antiguas costumbres

por Alina Bárbara López Hernández 21 noviembre 2017
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Quisiera hallar en los ataques cruzados de meses anteriores en los blogs y en la prensa cubana menos ofensas y más argumentos, menos personalismo y más ideología, menos etiquetas y más profundidad. Sin embargo, tales actitudes no son nuevas, ellas entraron de la mano de la notable influencia estalinista que tuvieron los comunistas cubanos desde la fundación del partido.

Era una costumbre arraigada que permitía denigrar a cualquier enemigo, interno o externo, marxista o no, que no aceptara las orientaciones de la Internacional Comunista primero, y del Buró de Información de los Partidos Comunistas y obreros a partir de 1947. Dicha posición sectaria, como afirmara Fernando Martínez Heredia, “garantiza contra toda contaminación, a costa de hacer estéril la política propia, y trae consigo un pensamiento que solo admite unas pocas certezas establecidas previamente y una necesidad permanente de excluir, junto a los enemigos reales, a los «enemigos”, «renegados», «desviados», «embozados»”

El sectarismo del Partido Comunista afectó las relaciones, no solo con una parte significativa de la intelectualidad no marxista, sino incluso con escritores y artistas que militaban en esa organización. Ese fue el caso del poeta Manuel Navarro Luna, que en carta del 7 de noviembre de 1948 se quejaba a su amigo Juan Marinello de la exacerbación del sentimiento sectario en las filas comunistas tras el proceso de críticas por las posturas browderistas que habían mantenido desde fines de los años treinta. Consideraba limitadísimos sus métodos de trabajo, sin embargo, confiaba en que “Quizás andando el tiempo, puedan muchos de nuestros dirigentes quitarse de encima el engreimiento y el envalentonamiento que tanto daño le han hecho al Partido y a ellos mismos”.

Al parecer, esta confianza no se concretó en la práctica política del Partido, pues en misiva del 30 de abril de 1954 Navarro Luna enjuiciaba los métodos expositivos de los comunistas como:

(…) la natural consecuencia de nuestra posición sectaria. Algún día llegaremos a comprender hasta donde el sectarismo nos ha hecho daño (…) hemos querido enseñar metiendo la letra con sangre “La letra con sangre entra”. Esa era la vieja norma de toda una pedagogía prusiana (…)

“Explicar, explicar y explicar”, dijo Dimitrov. Nosotros hemos explicado. Desde luego que sí. Pero no me negarás que, en muchas ocasiones, hemos explicado mentándole la madre a los lectores, a la audiencia y a la radioaudiencia (…)

El hábito de rechazar y devaluar a los que luchaban, o creaban, desde posiciones ajenas a la suya se combinaba con un lenguaje lleno de frases insultantes, de  expresiones carentes de mesura y objetividad, vulgares e inadecuadas. Las páginas de Noticias de Hoy, órgano oficial del Partido, están llenas de frases al estilo de:  “hay que ver qué clase de clavo es la tal película”, “cinta mentirosa y exagerada”, “(…) esta cinta no es para católicos, sino para tontos de nacimiento (…)”,  “(…) la utilización del verso en la cinta llega a ser anormal”, “ataque estúpido y venenoso contra el régimen soviético, película repulsiva y cretina”, “película grotesca, absurda y nauseabunda” “quintacolumnista e imbécil”, “(…) invenciones ridículas, propias de una mente enferma, de un cerebro podrido y decadente”. No hay un solo argumento. Las injurias son los argumentos.

Eran conocidas las diferencias entre Lenin y Stalin. La posterior imposición del estalinismo convirtió el sectarismo y la intolerancia en políticas de estado y su consiguiente exportación a otras naciones, Cuba estuvo dentro de su aérea de influencia.

El marxismo soviético se fue separando irreconciliablemente de la ideología a la que aspiraba Gramsci, que fomentara el pensamiento, que se sustentara en el debate, la polémica y la crítica. Mariátegui, otro gran marxista latinoamericano, consideraba que la unanimidad es siempre infecunda, y que el mayor valor que puede tener una idea es el debate que logre suscitar.

El marxismo escolástico, dedicado a repetir fórmulas y a construir esquemas mentales, fue recepcionado por los comunistas isleños y sería recibido también por el Partido Comunista de Cuba fundado en 1965. Antiguas costumbres, tenaces y debilitadoras, que emergen sin hipocresía, sin adornos, en tiempos de crisis. Catecismo simplista y dogmático, intolerante ante todo criterio disonante, que descubre la deformación profunda del bolchevismo y la marcha hacia el abismo en que terminó la revolución soviética. En que terminan todas las revoluciones que siguen tal itinerario.

21 noviembre 2017 48 comentarios 580 vistas
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¿Canto al bidet o a la libertad de expresión?

por Alina Bárbara López Hernández 18 septiembre 2017
escrito por Alina Bárbara López Hernández

A pesar de criterios denostadores que la consideraron en su época una publicación moderada, conservadora y españolizante,[1] Revista de Avance (1927-1930) ha sido valorada por estudios posteriores como la portavoz del vanguardismo en Cuba.[2] Sus páginas se abrieron a la producción artística, literaria y —en menor medida— filosófica más novedosa de esos años. Ella daba la espalda a los presupuestos del Modernismo, pero su intención declarada de ser una plataforma de intercambio y polémica permitió que concepciones estéticas y filosóficas de opuesto signo dialogaran en igualdad de condiciones.

Esto explica la reacción de los avancistas —Jorge Mañach, Juan Marinello,  Felix Lizaso y Francisco Ichazo— ante una nota que publicara la revista peruana Amauta, dirigida por el marxista José Carlos Mariátegui, sobre la aparición en Revista de Avance de “Oda al bidet”, del español Ernesto Giménez Caballero, que los intelectuales del continente entendieron como ejemplo de deshumanización del arte. Los editores cubanos responden en su sección “Directrices”:

Este  intento  de valorar el  arte  según  sea humano o deshumanizado parece en  exceso esquemático, y  la  discusión  que  lo  mantiene sobremanera  ociosa.  El  arte  no  es  bueno  ni  malo porque  sea  humano  o deje  de  serlo. Su  autenticidad responde a criterios estéticos y  no morales  ni  sociales. Publicamos, pues,  la composición  del Sr. G. C. porque  la  juzgamos de  un  genuino  valor  estético,  cuyo  grado  no importa  ahora precisar.[3]

El juicio de Amauta ignoraba el hecho de que una característica de la poesía vanguardista fue evadir la tónica ensimismada, ascética y contemplativa del sujeto lírico modernista, que se aislaba, pesimista, de su entorno; y ser irreverente al tomar como motivo, no a la muerte, la soledad o el hastío, sino a objetos inanimados —recordemos “Salutación fraterna al taller mecánico”, de Regino Pedroso— y a veces, como es el caso del bidet,[4] insólitos. Pero los responsables de la revista cubana tenían, además, otro argumento, en mi opinión más contundente: “entendemos que uno de los modos de contribuir al enraizamiento de las nuevas ideas consiste en ofrecerles una oportunidad de contrastación enérgica, en someterlas a la prueba polémica, contra las ideas adversas fina y fuertemente sustentadas”. [5]

Era esta la generación del veinticinco, cuyas relaciones estuvieron basadas en el respeto a la diversidad, el culto a la polémica y la capacidad de sostener debates. A ello hacían honor con este tete a tete, que, por demás, no enfrió para nada las relaciones con Mariátegui, la Revista de Avance representó por un breve tiempo a Amauta en la Isla y, a la muerte del pensador y revolucionario peruano, le dedicaron íntegramente su número de junio de 1930.

[1] Así opinaron Raúl Roa, Alejo Carpentier y Luis Cardoza y Aragón.

[2] Es el criterio de Yolanda Wood y otros especialistas.

[3] Revista de Avance. Directrices, año II, T III, no. 25, agosto de 1928, p. 204.

[4] Un bidé o bidet (del francés «bidet», caballito, en alusión a la postura que se emplea durante su uso) es un recipiente bajo con agua corriente y desagüe, generalmente fabricado de porcelana o loza, ideado para asear los órganos genitales externos y el ano, aunque también utilizado para lavarse los pies. Es útil también para baños de asiento en personas que padecen hemorroides. Elemento habitual del cuarto de baño de muchos países, y prácticamente desconocido en otros.

[5] Ibídem

18 septiembre 2017 19 comentarios 378 vistas
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