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Alina Bárbara López Hernández

Alina Bárbara López Hernández

Profesora, ensayista e historiadora. Doctora en Ciencias Filosóficas

demografico

SOS demográfico

por Alina Bárbara López Hernández 19 marzo 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Durante mucho tiempo, los políticos y medios de difusión en Cuba presumieron ante la constante disminución de la tasa de natalidad, éramos únicos en América Latina y parecíamos más cercanos en ese campo a las naciones desarrolladas, nos decían.

Por suerte, desde hace varios años comenzaron a escuchar a los académicos y especialistas en demografía que mostraban las luces rojas de la alarma: no teníamos nada de que enorgullecernos, todo lo contrario, para el 2025 Cuba será el país más envejecido de América Latina. Su población refleja un irreversible proceso de envejecimiento, causado fundamentalmente por el acentuado y prolongado descenso de la fecundidad, lo que se vincula con el desarrollo económico y social del país.

El interesante trabajo “Las tendencias de la población cubana y la situación económica y social actual”, de un colectivo de autores encabezado por Aida Rodríguez Cabrera, muestra gran preocupación por el tema de la migración, pues, como bien explican, esa variable demográfica es poco considerada en el sector de la salud, que prioriza los análisis demográficos enfocándose en las variables mortalidad y fecundidad.

El proceso migratorio en Cuba ha desempeñado un rol determinante en el crecimiento demográfico, pero  hace varias décadas tal proceso evidencia una tasa negativa, con un valor cercano a 3,3 por mil habitantes, es decir hay más emigración que inmigración. En los años noventa del pasado siglo aumentaron peligrosamente los niveles migratorios, con nuevas características según explican los autores del citado trabajo:

La migración es fundamentalmente joven, con una tendencia a la feminización en todas sus formas de migración, con excepción de los abandonos durante misiones de trabajo en el extranjero en las cuales hay predominio del sexo masculino. Son más frecuentes los blancos, aunque en algunos destinos (fuera de los Estados Unidos) los mestizos y negros se han incrementado. En lo relativo al nivel de escolaridad, predominan los niveles medio y medio superior. En el caso de las salidas ilegales, los niveles de escolaridad son inferiores en comparación con aquellos que participan en las otras formas y vías de emigración.

De acuerdo a los especialistas “El país nunca llegará a 12 millones de habitantes, por lo que existe la posibilidad de haber alcanzado ya el tamaño máximo de población”.

Dada la disminución de la población cubana, ¿es correcto hablar de presión demográfica en Cuba? La respuesta debiera ser negativa, pues la presión demográfica relaciona el número de habitantes con los recursos y el territorio disponibles para la vida, y la lógica más elemental presupone que siendo cada vez menos deberíamos disponer de mayor cantidad de recursos.

Sin embargo, antes de apresurarnos a negar, sería prudente atender a las tesis del materialismo cultural, una estrategia de investigación que sostiene que la tarea principal de la antropología es dar explicaciones causales a las diferencias y semejanzas entre los grupos humanos en el pensamiento y la conducta.

Para los defensores del materialismo cultural, las causas más probables de la variación, en los aspectos mentales o espirituales de la vida humana, son las variaciones de los imperativos materiales, que afectan la manera en que la gente se enfrenta a los problemas de satisfacer necesidades básicas en un hábitat concreto.

Según esa concepción, la presión demográfica no depende solo del tamaño demográfico, ni estrictamente del territorio que se ocupa, sino de la relación entre el tamaño y los recursos disponibles en un territorio. De acuerdo a esto, no solo pueden sufrir presión demográfica las poblaciones que crecen en tamaño (caso de China), sino aquellas que no crecen, incluso pueden decrecer, pero que ven disminuir sostenidamente sus recursos o su nivel de vida, como es el caso de Cuba.

Lo preocupante es que las estrategias asumidas en la Isla intentan influir sobre la variable natalidad (atención a la infertilidad, pues una de cada cinco parejas no logra concebir sin ayuda; restricciones al aborto, sin que ello implique su prohibición);  pero no parece haber demasiado éxito en la declarada intención de mejorar los niveles de vida de la población, y el proceso de reformas conocido como “actualización de la economía cubana” padece una insoportable lentitud.

El despegue económico de China permitió que las medidas de control de la reproducción que aplicaran por décadas -prohibición legal de un segundo hijo-, fueran eliminadas, así su población crece nuevamente en proporción directa al crecimiento de su economía.

Nuestros decisores, tan preocupados por el aumento de la natalidad, deberían tomar nota de ello, pues la constante sangría que significa la migración de jóvenes en edad fértil, mujeres en muchos casos, tornará crítica la ya preocupante situación demográfica. Y pueden estar seguros de que mientras los cubanos no mejoren sus depreciados niveles de vida, empezando por un salario que permita el sustento de las familias, no deben esperar una disminución de la migración –que aun sin Ley de ajuste sigue in crescendo y se dirige a otros muchos países- y tampoco un aumento de la natalidad.

19 marzo 2018 62 comentarios 1k vistas
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Diálogo generacional: necesario pero ¿posible?

por Alina Bárbara López Hernández 5 marzo 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Las generaciones que han trascendido en la historia literaria o política, son aquellas que se percatan de que sus aspiraciones, intereses y necesidades son diferentes a los de las generaciones precedentes; y actúan en consecuencia. La frase diálogo generacional dibuja a los jóvenes cubanos como pasivos corredores de relevo que reciben, en lugar de un batón, la encomienda de salvaguardar un estado de cosas.

Una generación se visibiliza precisamente cuando transgrede ese estado de cosas; en el momento en que deja de ser convocada para convocar, en que no permite que se le fundamente para ser ella la que logre fundamentar. Cuando Martí se separó del plan Gómez-Maceo y se convirtió en el blanco de tantas críticas, estaba dando la espalda al modo de hacer de dos grandes revolucionarios y estableciendo otro estilo de organizar la guerra, a tono con la generación que había sido testigo del fracaso que costó una década de vidas y esfuerzos.

En el instante en que Rubén Martínez Villena interrumpía un acto oficial para protestar contra la corrupción del gobierno de Zayas nacía otra generación, literaria y política. La Generación del Centenario avizoró una manera muy diferente de recepcionar a Martí y rescatar una república secuestrada por el golpe de estado de Fulgencio Batista. En esos ejemplos primó más la ruptura que el diálogo, eso les confirió un carácter revolucionario.

La frase diálogo generacional dibuja a los jóvenes cubanos como pasivos corredores de relevo que deben salvaguardar un estado de cosas.

Según el viejo diccionario Aristos, diálogo es: “Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas”. Entonces esa conversación  debería ser en condiciones de igualdad que permitiera a los interlocutores ser capaces de exteriorizar y difundir sus puntos de vista.

Las generaciones que mencionamos tuvieron condiciones para esto: todas fundaron organizaciones, formales o informales; gestaron órganos o medios para propagar sus concepciones; mantuvieron una actitud muy crítica respecto a las generaciones que les antecedieron y encabezaron proyectos de cambio…

De acuerdo a lo anterior, la  última generación visible en Cuba sería la que se nucleó alrededor de la revista Pensamiento Crítico, un grupo de jóvenes revolucionarios que alertaba sobre las vías para encauzar un socialismo diferente al soviético. Su clausura interrumpió por muchos años la expresión de varias generaciones que, llenas de inquietudes, quedaron sin medios viables para demostrarlas. Pero el tiempo ha pasado, y la revolución tecnológica en el ámbito de las comunicaciones modificó muchos factores de la ecuación generacional.

En diversos medios digitales se promueven hoy ideas interesantes y valiosas de jóvenes cubanos sobre nuestra sociedad. Paradójicamente, cualquier intento de exteriorizar una visión crítica y diferente sobre ese tema es descalificado, invisibilizado y catalogado con un amplio menú de etiquetas. ¿Es posible que con tales actitudes convoquemos a un diálogo generacional? ¿O se piensa ingenuamente que la generación joven está formada solamente por los líderes de organizaciones juveniles que se muestran combativos y eufóricos al hablar en nombre todos?

Cualquier intento de exteriorizar una visión crítica y diferente es descalificada, invisibilizada y catalogada con un amplio menú de etiquetas.

Decía Berthold Brecht que la juventud  tiene un ímpetu a prueba de balas, pero un optimismo que no tolera desengaños; y las voces jóvenes de hoy no son las que en los ochenta pedían órdenes y solicitaban que les dijeran qué hacer. Tras tantas décadas de experimentos y retrocesos, en medio de un proceso que se considera de cambios, y a través de medios que ya no pueden ser controlados; ha emergido una generación que está proponiendo qué hacer, pero debe ser escuchada, sin prejuicios, en pie de igualdad, de lo contrario será un monólogo y no un diálogo lo que presenciaremos. Los que no somos cronológicamente sus coetáneos pero concordamos con sus ideas debemos apoyarlos.

No existen generaciones históricas, existen generaciones que hacen historia. El movimiento de una sociedad no está únicamente en las continuidades, también está en los cambios, y las generaciones nuevas son las encargadas de eso. Junto a ellas debemos estar. O mejor, debemos ser parte de ellas.

5 marzo 2018 73 comentarios 538 vistas
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Bienvenida la polémica

por Alina Bárbara López Hernández 19 febrero 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Respuesta a Miguel Alejandro Hayes

No es común participar en un debate público en Cuba, pero los blogs y publicaciones que proliferan en la red de redes nos hacen rescatar esas costumbres, por ello agradezco la oportunidad a Miguel Alejandro. Mariátegui decía que el valor de una idea estaba casi íntegramente en el debate que suscitara. Jorge Mañach consideraba la polémica como un deber cívico. A ellos me atengo.

Las discusiones sobre el tema del personalismo político fueron una constante del pensamiento republicano. Esto se exacerbó ante las maniobras de Gerardo Machado para la prórroga de poderes desde 1927. En ese escenario apareció Biología de la Democracia (Ensayo de Sociología Americana), del joven minorista Alberto Lamar, texto que suscitará una álgida controversia. Emilio Roig de Leuchsenrig, redactor literario de la revista Social, no le negó espacio a un fragmento del controvertido libro. Sin embargo, publica una nota, firmada por otros minoristas, en la que acusan al autor de poner su pluma al servicio del gobierno e intentar dotarlo de una teoría que justificara sus características dictatoriales. Después le envía sus padrinos para un duelo que no llegaría a efectuarse.

La tesis de Lamar pretendía demostrar que la democracia no era practicable en América Latina, en contraposición a la civilizada Europa y a los EE.UU. Propone entonces gobiernos fuertes para la región, pues “el caudillismo, vicio social y carácter psicobiológico, persistirá siempre”. (p. 91) El derecho al sufragio no tenía que perderse, solo que se sustituía el “derecho al voto” por “el deber de votar por el caudillo”. (p. 129)

Yo descubro consternada puntos coincidentes entre sus ideas y las de Miguel Alejandro, Ahora es el segundo quien dice:

“Igual considero pasó con América Latina en otra época: esos pueblos, ya fuera de las garras del imperio español, no estaban maduros como individuos para construir las sociedades soñadas”

[Años de coloniaje y penetraciones foráneas] “han sumido a América Latina en un atraso que la sitúa en desventaja respecto al civilizado continente europeo”.

“La construcción social no puede esperar a que todos los ciudadanos tengan la suficiente preparación para ejercer ese modelo sin un hombre como centro. Como pueblos resultantes de dominaciones extranjeras, debemos pagar por ahora ese precio con nuestro subdesarrollo.”

Solo me tranquiliza que la costumbre de batirse en duelo ha quedado en el olvido. No imagino qué pasaría si Emilito leyera LJC.

Otra cuestión, no desdeñes el tema de los grupos de poder, que “degeneran en casta” según el Apóstol. El estalinismo al que te refieres es el mejor ejemplo de ello: el líder muere en 1953, y tras un breve período de deshielo y una tímida denuncia de los crímenes cometidos -que trascenderán en toda su crudeza mucho después-, se mantiene el modelo, pues la burocracia partidista no sabía, y no quería, gobernar sin sus privilegios. Y el modelo se expandió a todo el campo socialista, a veces por la coacción y la imposición violentas: Polonia y Hungría en 1956 y Checoeslovaquia en 1968.

Y sí Alejandro, respondiendo a tu pregunta, esa sociedad pudo y debió hacer más de lo que hizo.

Recuerda también que la “mano dura” de Stalin que destacas como un factor importante en la dirección de la guerra y en la victoria contra el fascismo, también había sido responsable de las derrotas iniciales: había fusilado al 75 % del estado mayor, lo que incluía a los oficiales soviéticos más experimentados; desoyó los avisos de Richard Sorge y otros agentes que informaron sobre la fecha exacta de la invasión hitleriana; y él mismo se prestó, entre 1939 y 1940, a invadir territorios vecinos como parte del Tratado Ribentrop-Molotov.

Respecto a tu juicio de que “Pudiéramos pensar que ellos [los líderes] se han impuesto, pero en realidad la sociedad los ha aceptado, porque es a donde la llevan sus capacidades y necesidades: ellos han sido un resultado que ha venido a resolver las adversidades que se enfrentan”; mi opinión es diferente. Se puede llegar a un punto en el que ya no sea posible discernir qué se necesita más, si el pueblo al líder o este a la situación de adversidad  y peligro que justifica su permanencia en el poder.

Se postergan a veces transformaciones cruciales justificando la demora con peligros o amenazas. Martí no lo admitía, pues: “Ni la política ha de ser arte de escarceos, retazos y tráficos, ni es digno de la confianza de su país el que mira más a parecer bien a sus adversarios, -por su seguridad y gloria de hombre hábil,- que a intentar y realizar todas las mejoras que crea beneficiosas a su pueblo”. Llegados aquí podría ocurrir que, de ser un resultado de la adversidad, un líder llegara a convertirse  en causa de ella.

Me dices que “Todos nuestros flujos de izquierda progresista han tenido esas características”. Y ¿cuál ha sido el resultado Miguel Alejandro?

Confieso que no pude evitar una sonrisa al leer: “Por eso espero que esos líderes generen el proceso que poco a poco reproduzca una sociedad que difunda las buenas prácticas, no por la voluntad de sus líderes, sino por su propio funcionamiento”. Envidio tu confianza, pero jamás he visto que los líderes de larga data generen un proceso verdadero y desinteresado de cambios y buenas prácticas que pongan en peligro su estatus.

19 febrero 2018 48 comentarios 410 vistas
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Legado incompleto

por Alina Bárbara López Hernández 12 febrero 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

El primer Partido Comunista de Cuba no pudo conocer de cerca el período inicial de la Revolución Socialista de Octubre, el más rico en polémicas y concepciones opuestas. Cuando se funda, en agosto de 1925, ya habían transcurrido casi ocho años de la toma del Palacio de Invierno y más de uno de la muerte de Lenin. En consecuencia, el movimiento comunista cubano comienza sus relaciones formales con los soviéticos precisamente cuando se estaba incubando el modelo estalinista.[1]

Muchas de las características que tuvo ese partido en la Isla –la creencia en que era dueño de una verdad absoluta; su fidelidad a una línea inmutable, especie de leiv motiv que vaciará de dialéctica su interpretación del devenir histórico; la disciplina a costa del ejercicio sincero del criterio–, debidas a una interpretación mecanicista del marxismo y a la herencia estalinista, fueron transmitidas al nuevo Partido Comunista cuando en 1965 se unificaron las fuerzas que habían resultado vencedoras en 1959.

No obstante, algo del legado faltó: la actitud del legislador comunista de la vieja república. Se olvida con frecuencia en el enjuiciamiento que solemos hacer del pasado, que los comunistas cubanos fueron, junto a los de Chile, los que más influyeron en la política de sus naciones de este lado del hemisferio, pues fue exclusivamente en esos países donde llegaron a participar en el Senado y la Cámara. Esto jamás ocurrió en los EEUU a pesar de la reivindicación que hacen de su tradición democrática.

Hubo legisladores comunistas de todas las procedencias sociales, niveles de escolaridad –Juan Marinello, doctor en Derecho Público, Civil y Letras, o el zapatero Blas Roca, por citar un ejemplo–, y color de la piel –entre los senadores y representantes negros o mestizos pueden mencionarse a Blas Roca, Salvador García Agüero y Jesús Menéndez. Hubo incluso una mujer, Esperanza Sánchez Mastrapa.[2]

Salvador Garcia Agüero y Juan Marinello

Los identificaba a todos su capacidad y elocuencia, la valentía en las intervenciones, la costumbre de participar activamente en los debates suscitados. Podían improvisar un extenso discurso sin necesidad de escribirlo. Algunos de ellos, como Juan Marinello o Salvador García Agüero, eran reconocidos hasta por sus contendientes ideológicos entre los más respetados oradores del Congreso, y ambos fueron vicepresidentes del senado por sus condiciones excepcionales y su prestigio.

Tampoco esperaban pasivamente a que les presentaran leyes o decretos para su aprobación. Desde la oposición o desde el gobierno –entre 1940 y 1944 formaron parte de la coalición gobernante– ellos desarrollaron una intensa actividad legislativa. Juan Marinello propuso y logró que se aprobara una ley, conocida como Ley Marinello, para la supervisión del Estado sobre la enseñanza y los libros de texto en las escuelas privadas.

En 1941 el Partido Comunista propuso un proyecto de Ley de Protección a los Artistas Cubanos, que fue presentado a la Cámara de Representantes para procurar la preponderancia de los artistas nativos sobre los extranjeros. Los senadores y representantes comunistas aportaban leyes, mociones y ponencias dirigidas a disímiles asuntos: creación de escuelas de enseñanza artística, mejorar las carreteras y caminos, e incluso erigir un busto a Roosevelt.[3]

A pesar de su militancia política y su fidelidad ideológica, cuando se desempeñaban como legisladores se convertían en portavoces de las necesidades y aspiraciones de los habitantes de las provincias por las que resultaban electos. Marinello fue un activista incansable por los intereses de Las Villas, provincia que siempre lo escogió entre sus senadores y a la que hacía visitas muy frecuentes en calidad de tal.

No obstante, es justo reconocer que los legisladores comunistas tenían algunas ventajas respecto a sus homólogos actuales: primero, sesionaban permanentemente, de ahí su entrenamiento constante; segundo, tenían contendientes ideológicos que los obligaban a ser convincentes en sus opiniones, ya que no existían criterios unánimes. En consecuencia, ellos se pueden contar entre los mejores y más capaces de su época.

[1] Estas “relaciones” serán bastante intermitentes en los primeros años. [Véase Angelina Rojas, El primer partido comunista de Cuba, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2003]. A ello habría que agregar que el interés de la Tercera Internacional por América fue muy escaso en el período, pues los funcionarios de dicha organización centraban su interés en los países atrasados de Asia. Esto  se modificó luego del VI Congreso (Moscú, julio-septiembre de 1928) cuando se previó la inminencia de una situación revolucionaria como consecuencia de la crisis que debía enfrentar el capitalismo. Así fue que se organizó la primera Conferencia Comunista Latinoamericana, luego se crearían el Buró Suramericano de la Internacional Comunista y el Buró del Caribe, al cual se adscribió el PCC.

[2] Miembro por el Partido Unión Revolucionaria Comunista de la delegación a la Asamblea Constituyente de 1940. Mulata y maestra normalista. Defendió a César Vilar en las filas del Partido y ello le hizo perder toda connotación política.

[3] Ver: Papelería del Senado, Fondo Manuscrito Juan Marinello, Sala Cubana, Biblioteca Nacional “José Martí”.

12 febrero 2018 35 comentarios 1k vistas
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La revolución contra todas las revoluciones

por Alina Bárbara López Hernández 5 febrero 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Las revoluciones pueden derivar en caricaturas de sí mismas cuando dejan de ser proyectos colectivos, o más bien, colectivamente dirigidos. Las formas de gobierno autocráticas y personalistas, lastre de cualquier revolución, fueron parte de la herencia del colonialismo a los pueblos de América Latina.

Esta problemática, aún vigente, era muy fuerte en tiempos de Martí. En algunas naciones donde vivió, constató lo dañino del caudillismo de los jefes militares, algunos grandes héroes durante la guerra que, una vez culminada, se habían convertido en dictadores. Tales fueron los casos de Justo Rufino Barrios en Guatemala, y de Antonio Guzmán Blanco en Venezuela. De ahí su exhortación: “Una revolución es necesaria todavía: ¡la que no haga Presidente a su caudillo, la revolución contra todas las revoluciones! (…)”.[1]

A  mediados del XIX proliferaron en Latinoamérica, en un marco de exaltación nacionalista, las biografías dedicadas a libertadores y próceres independentistas. En ese contexto fue muy influyente el escocés Thomas Carlyle. En sus conferencias de 1841, Sobre los héroes, el culto a los héroes y lo heroico en la Historia, expuso su tesis de que todo avance se debía a la acción que ejercen en las sociedades los hombres cumbre.

Estas ideas lo vincularon con el filósofo norteamericano Ralph Wald Emerson. Para ambos, la misión de dirigir los movimientos colectivos competía a los hombres que conquistaron un sólido prestigio. El trascendentalismo, corriente filosófica de la que se da la paternidad a Emerson, se considera una síntesis entre la religiosidad puritana y el idealismo romántico. Sin ser un trascendentalista, Martí tuvo gran influencia del mismo, de ahí que su concepción del héroe responda a un conjunto de elementos relacionados con los pensadores anteriores y que había reforzado el romanticismo: grandes virtudes, sacrificio sin límites, renuncia a cualquier recompensa que no fuera el cumplimiento de la misión heroica, anonimato, e incluso, soledad y aislamiento.

Los portaestandartes de las revoluciones eran muy importantes para Martí, sin embargo, una vez ganadas, opinaba que las naciones debían ser dirigidas por hombres que dejaran de verse como héroes y priorizaran un proyecto social. En ese sentido no era ingenuo respecto a las ambiciones personales de los que detentaban el poder político, “¿qué tiene el poder, que envenena las mejores voluntades?”.[2]

Su análisis de la Guerra de los Diez Años le hizo apreciar cuánto había influido el caudillismo en su fracaso. Por ello, en misiva a Gómez insistía:

¡Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento; (…) ¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él?[3]

Le alarmaba la tendencia de los militares a formar grupos basados en lazos de fidelidad forjados en la contingencia de los combates, pues ocurría que, ya en tiempo de paz, continuaban inclinándose más a las conveniencias del grupo que a las nacionales: “Todo poder amplia y prolongadamente ejercido, degenera en casta. Con la casta, vienen los intereses, las altas posiciones, los miedos de perderlas, las intrigas para sostenerlas”.[4]

Criticó a los pueblos por su tendencia a endiosar a los líderes y conferirles poderes sin límites, casi absolutos; aunque comprendía las motivaciones que conducían a esas actitudes: “Las grandes personalidades son como cimientos en que se afirman los pueblos. Pueblo hay que cierra los ojos a los mayores pecados de sus grandes hombres, y necesitado de héroes para subsistir, los viste de sol, y los levanta sobre su cabeza”.[5] Por ello alertaba: “Un pueblo no es la voluntad de un hombre solo, por pura que ella sea, ni el empeño pueril de realizar en una agrupación humana el ideal candoroso de un espíritu celeste, ciego graduado de la universidad bamboleante de las nubes”.[6]

Cada época y generación traen consigo maneras particulares de interpretar a las fuentes y luego reescribir, rehacer la historia partiendo de sus intereses, cuestionamientos, capacidades o limitaciones. En los años veinte del siglo pasado fue crucial el rescate del antimperialismo martiano, era lo que necesitaba la patria.

Martí es fuente esencial para los cubanos, dejémoslo de ver como objeto de adoración, impugnemos al Martí de mármol o de bronce y asumamos su ideario político vivo. Hacer eso fue lo que le confirió un carácter revolucionario a los jóvenes del veinticinco. Develemos al Martí que necesita la patria ahora.

(Mañana publicaremos Las revoluciones y sus líderes, una réplica de Miguel Alejandro Hayes al texto de hoy. La Joven Cuba promueve el debate de ideas sobre un mismo tema desde miradas distintas) 

[1]“Alea Jacta Est”, El Federalista, México, diciembre 7 de 1876, t. 6, p. 360.

[2] Carta al Director de La Nación. N.Y, enero 3 de 1887, t. 11, p.134.

[3] Carta al General Máximo Gómez, N.Y, octubre 20 de 1884, t. 1, pp. 177-180.

[4] Carta al Director de La Nación, N.Y, enero 19 de 1883, t. 9, p. 340.

[5] Ibídem, agosto 3 de 1885, t. 13, pp. 81-82.

[6]José Martí: El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. (Citado por Ibrahim Hidalgo en: El pensamiento político de José Martí. Estructura e interrelaciones de sus componentes fundamentales (Inédito) p. 23).

5 febrero 2018 61 comentarios 1k vistas
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La última lucha de Lenin

por Alina Bárbara López Hernández 22 enero 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

El 21 de enero de 1924, a las 6:50 p.m., falleció Vladímir Ilich Lenin. Los últimos 9 meses había permanecido en estado  vegetativo. Nunca se recuperó del atentado de 1918, y su dedicación total a la revolución terminó por arruinar la salud de un hombre que murió antes de cumplir 54 años.

Durante al menos un mes, la prensa cubana de la época lo hizo protagonista de sus páginas, en ellas reconocían su capacidad, dedicación e integridad; lo que no quiere decir que los articulistas compartieran su ideología. El mismo día del deceso, el alcalde del municipio de Regla aprobó una resolución para erigir un monumento que perpetuara la memoria del revolucionario que, “por su intensa labor social (…) se ha distinguido como gran ciudadano del mundo”.[1]

En la reciente conmemoración del centenario de la Revolución Socialista de Octubre, nuestros medios presentaron al Lenin de las Tesis de Abril, de El Estado y la Revolución, de los momentos sublimes e iniciales de la gesta soviética. Quedó un vacío que pretendo llenar aquí: el Lenin de los últimos años, más realista, que comprendió que las revoluciones se hacen para mejorar la vida de las personas, y que sin la participación popular están condenadas al fracaso.

En los comienzos se suponía que el Estado controlaría todo el proceso productivo en la sociedad, es decir: qué producir, cómo producir y cómo distribuir lo producido. Esta planificación de la economía se vinculaba, estricta y unívocamente, a métodos autoritarios de administración. En esa primera etapa, agravada por la guerra civil y la intervención extranjera, fue asumido el Comunismo de Guerra, que reglamentó estrictamente la vida económica del país, y condujo al descontento y a fuertes enfrentamientos con campesinos, obreros y marinos.

Terminado el conflicto había que desarrollar el país, que las revoluciones no pueden esperar décadas metidas en una trinchera. Fue así que Lenin propuso un cambio radical, una Nueva Política Económica (NEP), aprobada por el X Congreso del Partido en 1921. Consistía en permitir el libre comercio, mientras el Estado dominaba los resortes decisivos: gran industria, tierra, transporte, recursos naturales y comercio exterior. Sin embargo, quedaba liberalizado el comercio interior, se aceptaba la creación de pequeñas empresas privadas y la colaboración con capitales extranjeros a través de formas mixtas de propiedad. Se aplicaba el sistema de autogestión empresarial para luchar contra el burocratismo y las tendencias autoritarias de la administración,  y se reconocía el interés personal en los resultados del trabajo.

Como forma de propiedad que conjugaba el interés individual y colectivo, se fomentó la creación de cooperativas. Sobre estas Lenin había reflexionado desde antes del triunfo, pero no será hasta 1922 cuando sus criterios adquieran rango de concepción teórica. Ese año dictó su última obra sobre el tema económico, justamente acerca de las cooperativas; en ella consideraba que el socialismo sería “un régimen de cooperativistas cultos” y puntualizaba la doctrina marxista acerca del desarrollo histórico-natural del socialismo; o sea, defendía el criterio de que cuanto más lenta y regularmente se creara una nueva forma económica, tanto más sólida sería, tanto más a fondo se construiría el socialismo.[2]

Admitir sociedades cooperativas, agrícolas e industriales, que eran autogestionadas, haría imposible el uso de métodos autoritarios de gestión. Se trataba de aprovechar más el control democrático desde abajo en el gobierno de la sociedad. En tal sentido, Lenin valoraba lo importante que era en el socialismo desarrollar la iniciativa del pueblo como opción consciente.

Estas medidas fueron apreciadas con recelo por el Partido, pues las consideraron incompatibles con los ideales revolucionarios. Muchos dirigentes abogaron por perfeccionar la política de Comunismo de Guerra. Aun siendo aprobada, algunos entendían la NEP como una maniobra táctica coyuntural, como un alto en la construcción del socialismo. Sin embargo, el núcleo leninista –Bujarin, Ríkov, Tsiuriupa– logró mantener su aprobación. En poco tiempo se apreciaron positivos resultados en la economía soviética.

Cuando la enfermedad de Lenin se agravó, en mayo de 1922, prácticamente comienza a dirigir al Partido un triunvirato formado por Stalin, Kámenev y Zinoviev y, aunque Stalin no fue considerado nunca el sucesor natural de Lenin, debido a una proposición de Zinoviev —de la cual habría de arrepentirse en muy poco tiempo—, fue nombrado Secretario General del PCUS, cargo que no existía con anterioridad.

Estar fuera del gobierno le permitió observar al poder con una mirada otra, como diría un crítico posmoderno. Hace algunos años la editorial trostkista norteamericana Pathfinder publicó el texto La última lucha de Lenin: notas, cartas, artículos y discursos que muestran que la batalla postrera del revolucionario no fue contra la burguesía, sino contra dirigentes comunistas que  —parafraseando a Martí— tenían al pueblo en los labios y a la ambición en el corazón. Ese es el Lenin que necesitamos.

[1] Javiher Gutierrez y Janet Iglesias: “La muerte de Nicolai Lenine en la prensa cubana”, revista Estudios del desarrollo social: Cuba y América Latina, RPNS 2346 ISSN 2308-0132, vol. 2, no. 1, enero-abril, 2014 (www.revflacso.uh.cu).

[2] Vladimir I. Lenin: Obras completas, t. XXXV, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1971.

22 enero 2018 97 comentarios 637 vistas
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Antiguas costumbres

por Alina Bárbara López Hernández 21 noviembre 2017
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Quisiera hallar en los ataques cruzados de meses anteriores en los blogs y en la prensa cubana menos ofensas y más argumentos, menos personalismo y más ideología, menos etiquetas y más profundidad. Sin embargo, tales actitudes no son nuevas, ellas entraron de la mano de la notable influencia estalinista que tuvieron los comunistas cubanos desde la fundación del partido.

Era una costumbre arraigada que permitía denigrar a cualquier enemigo, interno o externo, marxista o no, que no aceptara las orientaciones de la Internacional Comunista primero, y del Buró de Información de los Partidos Comunistas y obreros a partir de 1947. Dicha posición sectaria, como afirmara Fernando Martínez Heredia, “garantiza contra toda contaminación, a costa de hacer estéril la política propia, y trae consigo un pensamiento que solo admite unas pocas certezas establecidas previamente y una necesidad permanente de excluir, junto a los enemigos reales, a los «enemigos”, «renegados», «desviados», «embozados»”

El sectarismo del Partido Comunista afectó las relaciones, no solo con una parte significativa de la intelectualidad no marxista, sino incluso con escritores y artistas que militaban en esa organización. Ese fue el caso del poeta Manuel Navarro Luna, que en carta del 7 de noviembre de 1948 se quejaba a su amigo Juan Marinello de la exacerbación del sentimiento sectario en las filas comunistas tras el proceso de críticas por las posturas browderistas que habían mantenido desde fines de los años treinta. Consideraba limitadísimos sus métodos de trabajo, sin embargo, confiaba en que “Quizás andando el tiempo, puedan muchos de nuestros dirigentes quitarse de encima el engreimiento y el envalentonamiento que tanto daño le han hecho al Partido y a ellos mismos”.

Al parecer, esta confianza no se concretó en la práctica política del Partido, pues en misiva del 30 de abril de 1954 Navarro Luna enjuiciaba los métodos expositivos de los comunistas como:

(…) la natural consecuencia de nuestra posición sectaria. Algún día llegaremos a comprender hasta donde el sectarismo nos ha hecho daño (…) hemos querido enseñar metiendo la letra con sangre “La letra con sangre entra”. Esa era la vieja norma de toda una pedagogía prusiana (…)

“Explicar, explicar y explicar”, dijo Dimitrov. Nosotros hemos explicado. Desde luego que sí. Pero no me negarás que, en muchas ocasiones, hemos explicado mentándole la madre a los lectores, a la audiencia y a la radioaudiencia (…)

El hábito de rechazar y devaluar a los que luchaban, o creaban, desde posiciones ajenas a la suya se combinaba con un lenguaje lleno de frases insultantes, de  expresiones carentes de mesura y objetividad, vulgares e inadecuadas. Las páginas de Noticias de Hoy, órgano oficial del Partido, están llenas de frases al estilo de:  “hay que ver qué clase de clavo es la tal película”, “cinta mentirosa y exagerada”, “(…) esta cinta no es para católicos, sino para tontos de nacimiento (…)”,  “(…) la utilización del verso en la cinta llega a ser anormal”, “ataque estúpido y venenoso contra el régimen soviético, película repulsiva y cretina”, “película grotesca, absurda y nauseabunda” “quintacolumnista e imbécil”, “(…) invenciones ridículas, propias de una mente enferma, de un cerebro podrido y decadente”. No hay un solo argumento. Las injurias son los argumentos.

Eran conocidas las diferencias entre Lenin y Stalin. La posterior imposición del estalinismo convirtió el sectarismo y la intolerancia en políticas de estado y su consiguiente exportación a otras naciones, Cuba estuvo dentro de su aérea de influencia.

El marxismo soviético se fue separando irreconciliablemente de la ideología a la que aspiraba Gramsci, que fomentara el pensamiento, que se sustentara en el debate, la polémica y la crítica. Mariátegui, otro gran marxista latinoamericano, consideraba que la unanimidad es siempre infecunda, y que el mayor valor que puede tener una idea es el debate que logre suscitar.

El marxismo escolástico, dedicado a repetir fórmulas y a construir esquemas mentales, fue recepcionado por los comunistas isleños y sería recibido también por el Partido Comunista de Cuba fundado en 1965. Antiguas costumbres, tenaces y debilitadoras, que emergen sin hipocresía, sin adornos, en tiempos de crisis. Catecismo simplista y dogmático, intolerante ante todo criterio disonante, que descubre la deformación profunda del bolchevismo y la marcha hacia el abismo en que terminó la revolución soviética. En que terminan todas las revoluciones que siguen tal itinerario.

21 noviembre 2017 48 comentarios 710 vistas
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¿Canto al bidet o a la libertad de expresión?

por Alina Bárbara López Hernández 18 septiembre 2017
escrito por Alina Bárbara López Hernández

A pesar de criterios denostadores que la consideraron en su época una publicación moderada, conservadora y españolizante,[1] Revista de Avance (1927-1930) ha sido valorada por estudios posteriores como la portavoz del vanguardismo en Cuba.[2] Sus páginas se abrieron a la producción artística, literaria y —en menor medida— filosófica más novedosa de esos años. Ella daba la espalda a los presupuestos del Modernismo, pero su intención declarada de ser una plataforma de intercambio y polémica permitió que concepciones estéticas y filosóficas de opuesto signo dialogaran en igualdad de condiciones.

Esto explica la reacción de los avancistas —Jorge Mañach, Juan Marinello,  Felix Lizaso y Francisco Ichazo— ante una nota que publicara la revista peruana Amauta, dirigida por el marxista José Carlos Mariátegui, sobre la aparición en Revista de Avance de “Oda al bidet”, del español Ernesto Giménez Caballero, que los intelectuales del continente entendieron como ejemplo de deshumanización del arte. Los editores cubanos responden en su sección “Directrices”:

Este  intento  de valorar el  arte  según  sea humano o deshumanizado parece en  exceso esquemático, y  la  discusión  que  lo  mantiene sobremanera  ociosa.  El  arte  no  es  bueno  ni  malo porque  sea  humano  o deje  de  serlo. Su  autenticidad responde a criterios estéticos y  no morales  ni  sociales. Publicamos, pues,  la composición  del Sr. G. C. porque  la  juzgamos de  un  genuino  valor  estético,  cuyo  grado  no importa  ahora precisar.[3]

El juicio de Amauta ignoraba el hecho de que una característica de la poesía vanguardista fue evadir la tónica ensimismada, ascética y contemplativa del sujeto lírico modernista, que se aislaba, pesimista, de su entorno; y ser irreverente al tomar como motivo, no a la muerte, la soledad o el hastío, sino a objetos inanimados —recordemos “Salutación fraterna al taller mecánico”, de Regino Pedroso— y a veces, como es el caso del bidet,[4] insólitos. Pero los responsables de la revista cubana tenían, además, otro argumento, en mi opinión más contundente: “entendemos que uno de los modos de contribuir al enraizamiento de las nuevas ideas consiste en ofrecerles una oportunidad de contrastación enérgica, en someterlas a la prueba polémica, contra las ideas adversas fina y fuertemente sustentadas”. [5]

Era esta la generación del veinticinco, cuyas relaciones estuvieron basadas en el respeto a la diversidad, el culto a la polémica y la capacidad de sostener debates. A ello hacían honor con este tete a tete, que, por demás, no enfrió para nada las relaciones con Mariátegui, la Revista de Avance representó por un breve tiempo a Amauta en la Isla y, a la muerte del pensador y revolucionario peruano, le dedicaron íntegramente su número de junio de 1930.

[1] Así opinaron Raúl Roa, Alejo Carpentier y Luis Cardoza y Aragón.

[2] Es el criterio de Yolanda Wood y otros especialistas.

[3] Revista de Avance. Directrices, año II, T III, no. 25, agosto de 1928, p. 204.

[4] Un bidé o bidet (del francés «bidet», caballito, en alusión a la postura que se emplea durante su uso) es un recipiente bajo con agua corriente y desagüe, generalmente fabricado de porcelana o loza, ideado para asear los órganos genitales externos y el ano, aunque también utilizado para lavarse los pies. Es útil también para baños de asiento en personas que padecen hemorroides. Elemento habitual del cuarto de baño de muchos países, y prácticamente desconocido en otros.

[5] Ibídem

18 septiembre 2017 19 comentarios 460 vistas
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