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Autor

Alfredo Prieto

Alfredo Prieto

Investigador, editor y periodista cubano

Lenguaje

Lenguaje sucio en la corriente

por Alfredo Prieto 18 agosto 2022
escrito por Alfredo Prieto

-I-

De un tiempo a esta parte ciertos medios estadounidenses vienen abordando eventualmente el stock de palabras sucias que emplea el presidente Joe Biden ante situaciones de derrota, pérdida o frustración. Fuck them [cágate en ellos] es una de ellas y What the hell [qué carajo] otra. En cuanto a su segunda al mando, Kamala Harris, dicen que su expresión favorita en esos casos es son of a bitch [hijo de puta]. La oposición republicana se ha despachado ante esos informes, acusándolos a ambos de falta de finesse…

Obviamente un caso de mala memoria, como diría Heberto Padilla. Esto no es nuevo, ni mucho menos exclusivo de los demócratas. En una sociedad que históricamente ha cultivado el lenguaje políticamente correcto, y hasta los eufemismos, las palabras ofensivas y las conductas sociales consideradas inapropiadas han venido subiendo de tono también de un tiempo a esta parte.

Dirigiéndose a su vicepresidente Dick Cheney, una vez George W. Bush llamó asshole —eso que en España se conoce como gilipoyas y en Cuba como comemierda— a un periodista del New York Times cuando los micrófonos estaban abiertos. El mismo Biden le dio a Obama sus parabienes por su primer triunfo electoral diciéndole al oído: this is a fucking deal [este es un jodido trato], expresión que salió al aire porque los micrófonos, de nuevo, estaban abiertos.

Poco tiempo después, en 2010 los manifestantes del Tea Party —que tomaron su nombre de los sucesos de la bahía de Boston, cuando los estadounidenses protagonizaron la desobediencia civil frente al poder colonial británico—, cogieron a la reforma de salud impulsada por el presidente Obama, bautizada peyorativamente Obamacare por los republicanos, como uno de sus pivotes para hacer sus tánganas en lugares públicos. Aprobarla, decían entonces, marcaría el inicio de un Armagedón que terminaría con las libertades individuales de los estadounidenses —algo que, hasta el día de hoy, ciertamente, no ha ocurrido.

Lo cierto es que en medio de aquel ambiente tan emocional como polarizado, el Tea Party quedó grabado en las primeras planas de los medios al gritarle a un congresista demócrata saliendo del Capitolio palabrotas como faggot —voy a traducirla como homosexual, pero es bastante más dura— y expresiones racistas —esa que se conoce como the N[igger] Word, asociada a los linchamientos— contra un legislador afroamericano que fue escupido solamente por votar a favor del plan de Obama. 

Lenguaje

El Tea Party en Boston. (Foto: NPR)

No mucho después, la irrupción del populismo trumpista marcó un punto de inflexión en estos dominios, un hecho sin precedentes en la política estadounidense. Uno de sus resortes consiste en la idea de que sus representantes, en especial el presidente entonces electo, no son políticos tradicionales y por consiguiente hablan como el «pueblo llano», evidentemente una manipulación, toda vez que la idea de pueblo no se restringe en modo alguno a marginales y desclasados.

Se trata, sin embargo, de una manera casi infalible a la hora de conectarse con esas bases y, sobre todo, de tratar de sumar votos mediante la empatía. Como lo ha resumido recientemente un joven lingüista:

La derecha que ha votado por Trump y que insiste en respaldarlo se inscribe en una ideología de la lengua completamente diferente, según la cual el léxico tabuizado de uso político no posee un valor moral intrínseco. Las vulgaridades del presidente se entienden como meros marcadores de un estilo espontáneo y familiar, alejado de las convenciones del habla de los políticos estadounidenses tradicionales.

De este modo, Trump establece una ética donde la espontaneidad de lo soez es comprendida como transparencia, conjugándose con otros elementos de su performance hipermasculina. Para quienes apoyan al presidente, voces como pussy, cunt y, posiblemente, nigger, no son, en el sentido más literal, solo insultos; son manifestaciones de honestidad, coherentes con el modo de expresarse de un hombre extrovertido, poseedor de autoridad y carácter.

Escribe más adelante:

A pocos días de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 […] cobró relevancia pública un registro en video del año 2005 en el que Trump describía cuán fácil era para él «agarrar [a las mujeres] por el toto» («grab them by the pussy»). Esta grabación causó estupor e indignación en los medios y a lo largo y ancho de todo el espectro político en tanto el comentario en cuestión no solo comportaba una admisión de conducta sexual abusiva […] sino también una vulgaridad y una violencia anteriormente impensables de presentar verbalmente en público.

Y observa:

Este suceso señaló un nuevo momento cultural cuando se mencionó por primera vez la palabra pussy en virtualmente todos los medios de comunicación de Estados Unidos, tradicionalmente cuidadosos con el tipo de lenguaje que utilizan. Este evento marcó una nueva etapa en la relación entre el tabú y el espacio público que prosigue hasta hoy.

En efecto, una remisión sumaria a los discursos del ex presidente en los mítines políticos y entrevistas arrojaría el empleo sistemático de expresiones y frases como las siguientes: Our country is going to hell [Nuestro país se está yendo al carajo], What the hell are we doing? [¿Qué carajo estamos haciendo?], You bet your ass [Pueden apostarse el culo], I don’t give a damn [Me importa un carajo], They’re ripping the shit out of the scene [Están sacando la mierda de la escena].

Todo eso, y más, ocurre porque corresponde a un momento de crisis en la racionalidad occidental y en las reglas de urbanidad hasta ahora vigentes. Las políticas de la ira, como les llaman los propios medios, han tomado de entonces a acá un inusitado perfil público, junto al deterioro de las normas tradicionales del debate político, lo cual indica que el chancleteo se ha vuelto un hecho bastante socorrido en la cultura anglo, ya de por sí bastante mal hablada en el ámbito de lo privado/cotidiano.

Lenguaje

«Si no te gusta mi bandera, puedes besar mi culo rebelde». (Foto: Pit Stop Shirt Shop)

Por lo antes mencionado, los republicanos han llevado la mayor parte en ese sparring debido a estrategias discursivas que, además, se sustentan en el miedo al cambio como mecanismo psicológico. Y en gritar bien alto, como en el cuento: ¡lobo, lobo!. Lo primero ha llevado a catalogar de «criminales» y «violadores» a los mexicanos que han pasado la frontera irregularmente. Y el detalle consiste en que las palabras, como decía Zoroastro, no caen en el vacío. Tienen un impacto social que, en este caso, sirve de reforzamiento al racismo y al supremacismo blanco convencionales.

El problema, sin embargo, va más allá. Estados Unidos ha tenido históricamente la capacidad de exportar de manera exitosa modelos culturales. Y este «modelo» particular se ha visto asistido, además, por la omnipresencia de las redes sociales, crecientemente caracterizadas por una invasión de la marginalidad que opera como una gran mancha de petróleo sobre el mar.

La escatología, en una palabra, serpentea para todas partes, incluyendo Miami y La Habana.

-II-

En mayo de 2021 tuvo lugar un suceso hasta entonces inédito en la cultura cubana. Durante un juego de béisbol entre Cuba y Venezuela, llevado a cabo en el BallPark Stadium de West Palm Beach como parte del Preolímpico de las Américas, unos espectadores cubanos aparecieron en TV portando un cartel con la palabra «singao» aplicada al presidente de la Isla, Miguel Díaz-Canel.

Fue el inicio de un proceso que tuvo como uno de sus predios fundamentales las redes sociales y en particular plataformas como Facebook y Twitter. A partir de ahí, o más bien de manera paralela, accionó la propaganda comercial, que para no variar se encargaría de fijarlo en el imaginario local mediante prendas de vestir y otros objetos típicos de ese ámbito.

Más tarde la expresión rompió el velo del enclave e hizo su debut en la cultura anglo, en este caso mediante Mia Khalifa, una ex actriz porno de origen libanés que frente a las cámaras llegó a romper récords de visualización en el sitio Pornhub. Y, por supuesto, también reverberó en la Isla. Primero durante la trasmisión misma del juego por el Canal Tele Rebelde y después durante las manifestaciones del 11 de julio, una expresión adicional de la porosidad Miami-Habana en la época de Internet, el Paquete y la Antena.

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El juego en West Palm Beach. (Foto: Captura de TV)

Ese mismo mes, durante la transmisión de los Premios Juventud 2021, el reguetonero puertorriqueño Farruko apareció en el escenario con una camiseta con la bandera cubana y el lema de marras en el pecho. La cadena Univisión censuró la mitad inferior del pulóver con la palabra sucia, lo cual no gustó a muchos espectadores, que consideraron el gesto «de mal gusto».

Los conductores del programa explicaron a la mañana siguiente que habían censurado la palabra porque expresiones de esa naturaleza estaban sujetas a regulaciones de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC por sus siglas en inglés) y no deseaban quebrantar la ley. «No es que no estemos de acuerdo con el mensaje —aclararon por las dudas— es que la palabra como tal no puede aparecer en la televisión y es una regla que se aplica a cualquier cadena de televisión».

Como se sabe, las llamadas malas palabras son casi todas metáforas. De acuerdo con Manuel Moreno Fraginals, el verbo «singar» entró al léxico de la Isla en el siglo XVII, durante el apogeo de La Habana marinera y dadora de servicios a las flotas que iban y venían de la Metrópoli. Denota originalmente, como lo recoge la Real Academia de la Lengua (RAE), la acción de «remar con un remo armado en la popa de una embarcación manejado de tal modo que produzca un movimiento de avance».

Y ese mismo origen marinero lo tienen palabras como «fletera» —al inicio una chalupa que daba servicios a las naos surtas en el puerto habanero—, hoy, sin embargo, desplazada por el vocablo «jinetera» para designar a una prostituta.

Lenguaje

Farruko. (Foto: Remezcla)

La expresión «singao» implica, fundamentalmente, cualidad moral. Se trata de un improperio que puede interpretarse de varias maneras, pero que alude a una persona de acciones desagradables, malvada, ruin y vil, colindante o idéntica a hp. Pero también contiene, por lo antes visto, connotaciones sexuales. Anotemos entonces la siguiente: un hombre sexualmente penetrado por un falo. Una yegua, como en el cuento de Norberto Fuentes en Condenados de Condado.

-III-

«Pingú» es otra palabreja del cubaneo, derivada esta vez de «pinga» (pene). De nuevo, una metáfora: «vara larga o percha» por miembro viril. Define la RAE: «Percha, por lo común de metro y medio de longitud, que sirve para conducir al hombro toda carga que se puede llevar colgada en las dos extremidades del palo».

Anotemos esta segunda propuesta: para los cubanos, tener un miembro viril tan grande como una percha es sinónimo de valentía.

Uno de los primeros usos políticos que conozco de esta palabra se remite a la campaña presidencial 2020, en la que seguidores miamenses de Donald Trump le aplicaron a este último un calificativo probablemente inmerecido en su literalidad: «Trump es un pingú». Uno de sus difusores sociales fue el ex lanzador de los Yanquis de Nueva York, Orlando «el Duque» Hernández, quien para no variar se hizo retratar en un campo de golf con un mocho de tabaco en la boca y con la frasecilla grabada en su gorra.

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Orlando «el Duque» Hernández. (Foto: Instagram)

Pero si el suceso de West Palm Beach lo protagonizó una masa vociferante, las protestas del 11 julio en las calles cubanas no se quedaron atrás. Hubo disfemismos para todos los gustos: de un lado, coros de «singao» en el campo opositor, y de otro, «pingú» en el oficialista. Una de estas últimas manifestaciones del «pingú» se documentó en la Isla de la Juventud —por cierto, en medio de niños y adolescentes que participaban en la tángana.

Después, otra vez como para no variar, en la Isla aparecieron celebridades —en este caso, no en los predios del deporte sino de la música— que figuraron en las redes sociales exhibiendo pulóveres con la palabra. Uno de ellos, Arnaldo Rodríguez, director de El Talismán, quien estampó su persona en el Parque Central habanero al lado de una muchacha rubia con nasobuco y el letrero aludido. Y últimamente ha hecho lo mismo Gerardo Hernández, uno de los ex miembros de la Red Avispa y actual coordinador de los CDR.

Yo sé que a algunos no les va a gustar, pero no quería perderme el reto de #SacaTuPuloverComunista, y ahora mismo este es el que tengo a mano… #Cuba #CDRCuba #SomosDelBarrio #CubaPorLaPaz pic.twitter.com/D96M6MMlOS

— Gerardo Hdez. Nordelo (@GHNordelo5) July 8, 2022

En ambos casos, los de aquí y los de allá, lo común es la presencia de usos marginales condicionados/reciclados por el populismo trumpista. Constituyen, sobre todo, evidencias de una relación ancilar, mimética y subordinada de la Isla con el referente miamense, que acaba imponiendo sus códigos. El proceso de reguetonización de lo político, como propongo llamarle a partir de ahora a esta nueva estulticia emocional de dos caras, discurre entonces de Norte a Sur, de arriba abajo, pero insertándose en códigos culturales prexistentes que comparten ambas orillas.

En «Breves alcances sobre el léxico tabú y algunos de sus aspectos glotopolíticos en la era Trump», el lingüista citado al inicio apunta:

En la tierra que orgullosamente proclama ser el hogar de los libres, cuya noción de libertad de expresión es fundamental para su identidad política y su praxis social, han surgido en los últimos años nuevos modos de producción y difusión de signos a través de los medios digitales, en particular los de carácter móvil, donde los límites de lo admisible, de lo vulgar y de lo ético están en constante desplazamiento, alcanzando a un público receptor de tamaño masivo a una velocidad cercana a la inmediatez. Trump se ha valido de estos medios y, de algún modo, los ha usado para posicionarse políticamente…

Y más adelante:

En vez de llevar a la normalización de este tipo de lenguaje, la reiteración constante del léxico tabuizado y su aparente banalización termina reforzando la preeminencia simbólica del tabú sexual, escatólogico y religioso. En la era Trump, como nunca antes, impera un sentimiento de saturación. Todo se impregna de la marca violenta de la ofensa verbal.

De eso se trata, en efecto. Pero también de una cultura falocéntrica y machista sobremanera simplona, aplastada por el peso de una tradición palurda de la que difícilmente podrá sacudirse.

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Arnaldo Rodríguez, director de El Talismán, en el Parque Central. (Foto: Facebook)

18 agosto 2022 14 comentarios 1,8K vistas
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Los famas

Los famas

por Alfredo Prieto 30 diciembre 2021
escrito por Alfredo Prieto

Casi todo lo que decidimos hacer está —digamos francamente— copiado de modelos célebres.

Julio Cortázar.

Historias de cronopios y famas.

***

Según Alejo Carpentier, el español que llega al Nuevo Mundo no es un hombre del Renacimiento. Tipo segundón, sin herencia ni fortuna, transpira y socializa el imaginario de la Contrarreforma. No tiene como referente a Erasmo de Rotterdam, sino a San Ignacio de Loyola. Convencido de su Verdad, la única posible, se dedica entonces a lo previsible. En nombre de su Dios, erige su catedral encima del Templo Mayor de Tenochtitlán. Impone sus convicciones y su cultura toda.

También excluye y sataniza. La diferencia no tiene, de ninguna manera, derecho a un lugar bajo el sol. Y practica la pureza, empezando por la de la sangre, un bluff muchas veces levantado sobre bolsas de maravedíes destinadas a limpiar ancestros. Expulsa de sus dominios a quienes no comulguen con su credo, enviándolos afuera, a la lejana Ceuta o, con suerte e influencias, a Zaragoza.

En la Cuba de hoy existen personajes de similar estirpe: les llamo los famas. Hace seis años, el reconocimiento del gobierno cubano como un actor legítimo, y la negociación en términos de igualdad y reciprocidad —dos de los rasgos distintivos del proceso de normalización de relaciones con Estados Unidos—, no fueron, para ellos, motivo de jolgorio. Convirtieron entonces el hecho en un muro de lamentaciones, y lo que debió haber sido celebración lo transfiguraron en un funeral con tulipanes negros. Cuando se les leía/escuchaba, sonaban como las tubas de Tchaikovski en la Sinfonía Patética, no como el flautín de Lennon y McCartney en Penny Lane.

Una de sus prácticas habituales proviene del nominalismo medieval: lo que no se verbaliza no existe. Por ejemplo, cuando durante ese deshielo bilateral se puso de moda en Estados Unidos viajar a la Isla, apenas les dieron visibilidad social a personalidades como Usher, Smokey Robinson y Madonna, que anduvieron merodeando por sitios emblemáticos de La Habana. El procedimiento estándar consistía en confinarlos en sus predios y aplicarles la lógica del Quijote: «Mejor es no menearlo». Fábrica de Arte, Casa de la Música, Hotel Saratoga, algunos contactos sociales puntuales… Pero no mucho para el público con mayúsculas.

Los famas (2)

Madonna en La Habana (Foto: Yamil Lage/AFP)

Nada o muy poco dijeron sobre el impacto de esas interacciones culturales y humanas al regreso de estos y otros personajes a Estados Unidos, que en muchísimas ocasiones funcionaron como un boomerang respecto a cualquier presunción una vez que los artistas tenían contactos con las personas de carne y hueso en Cuba. Les aplicaban una etiqueta clásica: «bajo perfil», válida también para casi cualquier actor/actriz residente en el exterior que pretenda presentarse en su país y aparecer en la televisión. La prensa extranjera los reporta; la cubana solo en esos términos. Accionaba entonces un mecanismo viciado. Los de la Isla tuvieron que acudir al paquete o a las redes para enterarse de lo que pasaba en sus propios predios.

En este caso el problema radica, al menos en parte, en dar como válidas las presunciones de una política que, como todas, se basa en constructos. Uno de ellos consiste en propagar la idea de que quienes viajaban a Cuba eran «los mejores embajadores de la política y valores estadounidenses», algo que apenas se sostiene en una sociedad donde la diversidad y la contradicción son normas.

Ante ello, tal vez los famas nunca se hicieron preguntas como las siguientes: ¿Cuáles valores? ¿Los conservadores? ¿Los liberales? ¿Los de Donald Trump? ¿Los de Bernie Sanders? ¿Los de la peculiar izquierda estadounidense? ¿Los de la comunidad LGTBIQ+? Ni la libre empresa, ni el libre mercado, ni las libertades individuales —incluyendo la de expresión y la democracia— son en Estados Unidos templos universalmente concurridos, mucho más en tiempos del cólera.

Por otro lado, a lo interno los famas pueden volverse contra publicaciones on line, acción destinada a la aceptación acrítica de la idea de que todos los gatos son pardos. En esos casos retoman el mantra del dinero, aplicado a periodistas e intelectuales que cobran por sus colaboraciones, una práctica universal vigente en todas partes, pero allí estigmatizada. Lo verdaderamente problemático sería, en todo caso, amenazarlos o correrlos de sus empleos si se empeñan en hacer lo que, lamentablemente, es un ave muy rara en los medios oficiales: un periodismo de ideas. Los famas funcionan con certezas; las dudas y cuestionamientos les producen urticarias.

Los famas (3)

Los famas funcionan con certezas; las dudas y cuestionamientos les producen urticarias.

Asimismo, organizan eventualmente campañas contra profesores que no comulgan con su credo, utilizando como apoyatura uno de sus textos críticos para después crear una atmósfera propicia a las expulsiones, una manera de pasarles la cuenta sobre un historial previo de herejías y discrepancias. Como la noción de disenso también les es ajena, echan mano a mecanismos estalinistas de larga data en la cultura cubana para clavar al aludido en la otra orilla y fusionarlo con otra cosa.

Amenazar y eventualmente castigar constituyen expresiones de enquistamiento, mientras los problemas del país siguen ahí. En la esfera de los medios, donde los famas campean, habría entonces que prescindir, de una vez por todas, del modelo autoritario-verticalista de que nos habla Martín Barbero y reemplazarlo por prácticas comunicacionales horizontales y participativas. Por dos buenas razones: la primera, porque ese esquema copiado de los soviéticos resulta disfuncional ante el impacto de las nuevas tecnologías que han llegado para quedarse, como dice la canción de George e Ira Gershwin, y la segunda, porque la sociedad cubana cambió.

«Entre nosotros quedan muchos vicios de la Colonia», escribió José Antonio Ramos en 1916. Tal vez por eso, y más, hoy un pensamiento de Martí se recicla por derecho propio: lo difícil, en efecto, no es quitarse a esa España de encima, sino a sus costumbres. Y ya Lezama lo decía: «Solo lo difícil es estimulante».

30 diciembre 2021 16 comentarios 2,3K vistas
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La tuya, guárdatela

por Consejo Editorial 26 febrero 2018
escrito por Consejo Editorial

El uso de la palabra “burguesa” con fines sectarios es uno de los lastres que arrastra cierta academia norteamericana. Pero tiene una dimensión todavía más perniciosa: el ahistoricismo. Llevado al terreno de la cultura cubana, ello da pábulo a la idea de que los hombres que auspiciaron/hicieron la independencia eran burgueses, blancos, machistas y paternalistas. No se trata, simplemente, de mencionar un hecho, por lo demás con bastante más determinaciones internas de las que suponen, sino de una crítica de una ceguera descomunal.

Desconocer que, al margen de cualquier limitación que  les veamos, con todo lo que ha llovido desde la segunda mitad del siglo xviii a hoy, sus protagonistas y portavoces nos legaron una cultura y una nación forjadas al cabo de dos guerras de independencia y de un intento fallido por lograrla. La primera frustrada por contradicciones internas en el campo insurrecto; y la segunda por una intervención militar a partir de esos “lazos de singular intimidad” delineados antes y después de que el presidente McKinley pronunciara su mensaje sobre el estado de la Unión (1899).

Sin embargo, este último elemento suele difuminarse en ciertos textos/discursos académicos, siendo –como lo es– una de las fuerzas que componen y profundizan la conciencia nacional a partir de las sucesivas frustraciones del ideal independentista, la enajenación del patrimonio propio durante la era republicana y las políticas implementadas por los poderes establecidos al otro lado del Estrecho.

Lo cierto es que al lanzar la pedrada contra una potencia colonial, todos esos personajes burgueses, blancos, machistas y paternalistas, que no operaron en el vacío, sino en un contexto histórico-cultural especifico, nos legaron la idea de una Cuba libre. Considerar entonces al nacionalismo cubano –ya desde aquel principio– como una fuerza opresiva no constituye sino una expresión de liviandad.

Resultado de la imposición de un marco teórico previo que, al final del día, termina reproduciendo a su manera el clásico etnocentrismo y funcionando como un dogma: ni escucha, ni dialoga, ni en última instancia conoce o se abre para conocer. Con demasiada facilidad los constructos sobre los que se sustentan sus actores –y también sus alumnos, muy bien entrenados para internalizarlos– desdibujan las fronteras entre ciencias sociales e ideología, dos dominios con áreas de tangencia, pero de naturaleza distinta.

Una de las expresiones de este fenómeno consiste en la renuencia a aceptar cualquier factualidad si contraviene de alguna manera lo que dictaminan sus espejuelos, muchas veces conformados por enfoques “liberadores”, pero que reproducen problemas y perspectivas válidos en otros contextos que se tratan de imponer tabula rasa allí donde no necesariamente caben. Al chocar con el proceso de construcción y desarrollo de la nación cubana, hacen eso que los psicólogos llaman una proyección, movida que supone aceptar a priori artefactos no avalados por la evidencia.

Aparecen entonces incorporadas a su discurso ciertas verdades incontestables. Una de ellas, por ejemplo, consiste en decir que en Cuba se prioriza la figura de Antonio Maceo como militar desconociendo o dejando a un lado su pensamiento. Esto, para apuntalar la idea de que todavía acciona el racismo heredado de la Colonia, magnificado por la República y continuado, a pesar de todo, después de 1959. Una verdad de Perogrullo. Sin embargo, no importa que se les diga que hasta el propio periódico Granma enfatice que el General “tenía tanta fuerza en la mente como en el brazo”, tras la conocida sentencia de José Martí.

De manera similar, por ese camino puede llegarse a la idea de que hoy se coloca en un bajo perfil a Nicolás Guillén por su condición racial, olvidando entre otras cosas que su estatus de Poeta Nacional lo obtuvo justamente después de la Revolución.

Desde luego, sigue habiendo sitio para abundantes ideas no sometidas a comprobación previa, pero repetidas y recicladas en clases y actividades docentes. Recuerdo ahora mismo tres: la primera, a diferencia de lo que sostienen ciertos estudios, la palabra “pachanga” no designa ningún movimiento de resistencia racial underground de los tempranos años sesenta, sino una mezcla de son montuno y merengue de la Orquesta Sublime, muy popular en la Cuba de 1959 en los Jardines de La Tropical. Denota fiesta, bulla, alegría, entusiasmo, lo cual dio pie para que Ernesto Che Guevara hablara de un “socialismo con pachanga” y Gabriel García Márquez de “una pachanga fenomenal”.

La segunda: las subidas al Pico Turquino no tenían como propósito “purificar a los jóvenes de su pasado burgués”, sino eran símbolo y homenaje a la Generación del Centenario, que no por gusto colocó un busto de bronce de José Martí en el punto más alto de la geografía nacional en 1953. La tercera: la “Balada de los dos abuelos”, del propio Guillén, no constituye “una apología que oculta a todas las mujeres negras violadas por sus amos blancos”, sino un discurso poético sobre dos componentes centrales de la identidad cubana.

El problema consiste en que cuando llega la hora de posesionarse frente a esas formulaciones, los exponentes de ese discurso echan a volar con bastante facilidad epítetos de “esencialismo”, es decir, acusan a los cubanos de algo que nadie con dos dedos de frente validaría: que somos son los únicos capacitados para entender Cuba y su cultura. Y, por tanto, nos inculpan de erigirnos en monopolizadores de una verdad con mayúsculas.

Pero el solo hecho de afirmarlo supone desconocer los aportes de otro tipo de academia al conocimiento sobre Cuba en los Estados Unidos. Y, sobre todo, perder de vista un punto central: se trata, en esos casos, de estudios serios, razonados, concienzudos, documentados y persuasivos en su argumentación, no de ideologemas que se quieren imponer como un cartabón a la realidad monda y lironda.

Hay viajeros, cualquiera sea su signo, que llegan a la Isla a comprobar lo que ya saben de antemano, y a hacer si viene al caso su propio touchdown a la hora de relacionarse con el Otro. En esos casos, que por fortuna no son todos, valdría la pena acudir a lo que escribió alguna vez Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.

26 febrero 2018 20 comentarios 689 vistas
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Viajando a Cuba

por Consejo Editorial 14 noviembre 2017
escrito por Consejo Editorial

La administración Obama fue modificando las regulaciones del Cuban Assets Control (CACR) a partir de sus objetivos de política: “involucrarse con y empoderar al pueblo cubano”, “incrementar los contactos para apoyar a la sociedad civil cubana” y “promover la independencia de los ciudadanos del gobierno”. Lo hicieron varias veces desde 2009. La última, el 15 de marzo de 2016, antes de la visita del Presidente a Cuba.

La Office of Foreign Assets Control (OFAC) y el Department of Commerce Bureau of Industry and Security (BIS) anunciaron entonces “enmiendas significativas” a las CACR en varios sentidos, entre ellas permitir “viajes personales no turísticos” a Cuba. La movida estuvo destinada a despejarle el camino a los vuelos comerciales, anunciados en enero de ese año.

Ir a la Isla resultaría entonces más simple: ya no habría que hacerlo necesariamente en grupos o paquetes de agencias, sino que funcionaría la base individual, el llamado face-to-face. Solo habría que llenar una planilla declarando el propósito educacional del viaje de la persona para cruzar el Estrecho. En breve, con los vuelos regulares ya podría reservarse un pasaje a Cuba on line, como mismo se hace para viajar a Buenos Aires, París, Moscú o Burundi.

En febrero de 2016 se dio un paso más: ambos gobiernos firmaron un memorando de entendimiento para restablecer los vuelos regulares directos a partir de lo esbozado en la tercera ronda de conversaciones en Washington DC (14-16 de diciembre de 2015). Se establecieron entonces 110 incursiones diarias de líneas aéreas norteamericanas a Cuba, conectadas con los aereopuertos internacionales de La Habana, Camagüey, Cayo Coco, Cayo Largo, Cienfuegos, Holguín y Manzanillo, entre otros.

Y con vuelos procedentes de lugares como Miami, Fort Lauderdale, Tampa, Orlando, New York y Los Angeles. Se trataba de una acción del ejecutivo para cementar su política antes de concluir su segundo y último término involucrando a este sector de la economía, uno de los más dinámicos y poderosos y con suficiente capacidad de lobby en el Congreso.

La administración Trump, sin embargo, modificaría algunos de esos cursos. A los efectos de lo que aquí nos interesa, uno de los más importantes consistió en poner fin a esos viajes individuales mediante un memo presidencial firmado en Miami en junio pasado. Llevada a la práctica, la movida tendrá sin dudas un impacto específico sobre la economía cubana, aunque entre académicos y expertos de ambos lados hay consenso en el sentido de que no funcionará como un nuevo Armagedón.

Los planes de desarrollo turístico, que están ahí desde la caída del socialismo en Europa del Este y la URSS, se han diseñado sin la presencia de los vecinos del Norte, por bienvenidos que hayan sido o incluso sigan siendo. La industria sin humo de la Isla no está atada a un solo mercado, y ha llegado hasta este punto sin la presencia norteamericana.

Si nos atenemos al espíritu y la letra de las nuevas medidas anunciadas en noviembre último, que persiguen, literalmente, golpear a los militares cubanos y sus empresas, estos parecerían electrones sueltos que se nutren y financian a partir de los ingresos de las entidades bajo su ordeno y mando, como si no entregaran sus recaudaciones al Estado. Desde luego que en Cuba, como en cualquier otro país, este último decide el presupuesto que les da anualmente a sus institutos armados y a su seguridad, como mismo ocurre con sectores como la educación, el deporte o la construcción.

En ello consiste tal vez una de las mayores incongruencias de esta lista de Schindler a la inversa de la administración Trump, es decir, cortar el acceso de los norteamericanos a hoteles y entidades turísticas controladas por los uniformados, no a hoteles y entidades del Estado, en fin de cuentas la verdadera “bestia negra” de esta historia.

Una segunda paradoja radica en que esas nuevas regulaciones persiguen, de nuevo, la “prosperidad de los cubanos y la independencia del Gobierno”. Sin embargo, resulta obvio que cancelar la autocertificación implicará afectaciones a los emergentes emprendedores privados. De acuerdo con estimados, el sector no estatal recibe alrededor del 31 por ciento de los dólares que ingresan en el país por concepto de turismo, entre B&B, restaurantes privados (paladares), alquileres de “almendrones” (autos norteamericanos viejos) o de esos convertibles tan coloridos en los que los turistas de muchas partes suelen retratarse junto al Capitolio de La Habana.

Se calcula que durante los dos últimos años se transfirieron desde los Estados Unidos 40 millones de dólares a esos nuevos emprendedores, que por cierto también incluyen guías turísticos horizontales –en otros términos, no gubernamentales.

 Aparentemente, para los nuevos moradores de la Casa Blanca, como para otros que estuvieron ahí antes, existen comunistas tolerables e intolerables. No deja de ser irónico el hecho de que esas medidas se anunciaran, precisamente, durante el viaje del presidente Trump al continente asiático, y en específico a países como China y Vietnam, gobernados por partidos comunistas y con similares records a los de Cuba en derechos humanos y democracia, vistos desde la perspectiva norteamericana.

Y tampoco que se retome un problema que la administración Obama intentó corregir a su modo, digamos que socarronamente. Sigue ahí un incómodo doble estándar: los norteamericanos no necesitan pedirle permiso a su gobierno para viajar ni a China ni a Vietnam, ni menos hacerlo obligatoriamente en grupos. En el caso de Cuba, sí. Anomalías de la Guerra Fría (de nuevo) enfatizadas por esta administración.

Eliminando el face-to-face, se elimina también un rasgo/valor de la cultura norteamericana: el papel del individuo en sus propias decisiones, así como la libertad de elegir. La reservación por Airbnb vía Internet ofrecía y aun ofrece múltiples opciones para bolsillos diversos. En efecto, los clientes iban del aeropuerto a la casa particular seleccionada sin mediación alguna. Ahora, por lo antes visto, no queda más remedio que enrolarse en una experiencia grupal supervisada, dado que, según se dio a conocer, “un empleado, consultante o agente del grupo debe acompañar a cada grupo para asegurarse de que cada viajero mantenga un programa completo de actividades de intercambio educacional”.

Para finalizar, en esas prohibiciones resulta bastante grueso el gap entre la realidad y los papeles. Se caracterizan por un alto componente político-simbólico, como lo han reconocido diversos actores. Más allá de regular el hotel donde se alojarían los grupos autorizados a viajar a la Isla, de los comprobantes a guardar durante cinco años, o de los tranques a posibles negocios en los escasos resquicios que deja el embargo/bloqueo, está por ver si puede impedirse que un norteamericano con copioso sudor en la frente se abstenga de comprar un refresco Cachito, una Tropicola, una Najita o una botella de ron Varadero en un bar, cafetería o restaurante de Habaguanex, de esos que abundan en La Habana Vieja, bebidas prohibidas en una lista oficial porque las produce la corporación CIMEX, uno de los íncubos de los hombres y mujeres de verde olivo. O si puede bloquearse que algunos vayan a Santa María del Mar u otra playa del Este habanero durante un hueco o “bache” en las actividades formales grupales. Como irse de París sin ver la Torre Eiffel. O de Grecia sin la Acrópolis –en breve, eso que los expertos en turismo llaman “marcas”.

Pero a ver: ¿hay algo tan educacional como tomarse un trago fuera del programa, sin supervisión de nadie, interactuando con un cubano?

14 noviembre 2017 55 comentarios 418 vistas
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