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Alexander Hall Lujardo

Alexander Hall Lujardo

Licenciado en Historia y activista afrodescendiente. Milita por el socialismo democrático.

Desafíos

Los desafíos de la cuestión racial a un año del 11-J

por Alexander Hall Lujardo 18 julio 2022
escrito por Alexander Hall Lujardo

La crisis social en Cuba, que halló su punto clímax durante las protestas del 11 de julio del 2021, se debe a razones estructurales padecidas por el modelo político-económico desde hace décadas. Tales elementos no han sido canalizados con la solidez y consistencia que reclama el momento histórico hacia una plena democratización de la sociedad, liberación de las fuerzas productivas y sinergia entre los actores económicos, de manera que sea posible el establecimiento de un régimen de prosperidad colectiva que satisfaga las necesidades materiales de la población, junto a los necesarios niveles de equidad y justicia social.

En el eslabón más débil se encuentran las comunidades pobres, que poseen una presencia mayoritaria de afrodescendientes según los censos realizados en los últimos años. Estas poblaciones sufrieron con mayor impacto los embates de la pandemia, la escasez de productos, las restricciones en sus niveles de consumo, la dolarización económica, la inflación monetaria, el encarecimiento de los servicios públicos, los sistemáticos apagones, los retrasos en el esquema de vacunación y los errores en el diseño e implementación de la «Tarea Ordenamiento».

La complejidad que caracterizó el escenario interno, se vio agravada por la persecución financiera estadounidense —dado el sostenimiento por el presidente Joe Biden de las medidas impuestas bajo el mandato de Donald J. Trump—. No resulta casual entonces que aquellos barrios que padecen con mayor rigor las consecuencias de la crisis, fueran protagonistas en los hechos acaecidos en julio de 2021.

La protesta social como expresión del conflicto de clases en Cuba

Desde el momento en que se reportaron los primeros incidentes de manifestación, ocurridos en el municipio San Antonio de los Baños, la reacción de los medios de prensa y el discurso oficiales fue la deslegitimación de la movilización popular. La mercenarización se convirtió en la estrategia comunicacional implementada por el Gobierno, que justificó de ese modo su convocatoria al enfrentamiento.

El lenguaje elitista, anti-popular y criminalizante del presidente Miguel Díaz-Canel evidenció una retórica similar a la proyectada por líderes políticos de modelos neoliberales en la región. Dicha postura intransigente no estuvo al margen de calificativos denigrantes, vista la composición de las personas que salieron a las calles ante la crítica situación socioeconómica y sanitaria.

Desafíos

Racialización de la pobreza, Marianao, La Habana. (Foto: Alexander Hall)

La racialización de la protesta se percibió en el uso de calificativos como: «vándalos», «marginales», «anexionistas», «delincuentes», «malandrines», entre otros, que recayeron sobre una población contestataria con una presencia importante de personas negras y mestizas, que padeció así las consecuencias de la criminalización a su derecho de libre manifestación pública.

A dicha estrategia le había precedido una campaña mediática que abarcó los medios estatales dirigida contra las/os denominadas/os «coleras/os» y «revendedores», que por lo general resultan mujeres racializadas e inmigrantes internas en condición de pobreza. Hacia ellas se enfocó la mirada inquisitorial de las instancias policiales, al culpabilizarlas de los déficits en la productividad y distribución de los escasos bienes materiales de que disponía el país.

Tales prácticas, lejos de constituir mecanismos de enriquecimiento humano, resultaron estrategias de supervivencia, pues al carecer de oportunidades convencionales para su sustento, la cotización elevada de esos bienes en el mercado informal les permitía lo indispensable para la reproducción de su vida. De esta manera, resultaban el eslabón más endeble de una cadena de corrupción que se inicia en la gerencia de los comercios estatales.

Durante las jornadas de julio, no fueron pocos los hechos de detención arbitraria que culminaron en actos de procesamiento sobre personas en condiciones de vulnerabilidad que cometieron actos legalmente tipificados como delito. Sin embargo, el régimen punitivo expresado en largas condenas contra los imputados, sumerge las profundas contradicciones estructurales de la población residente en las comunidades empobrecidas, a pesar de las enormes problemáticas sociales que caracterizan sus modos de vida.

Tales aspectos inciden en la extensión de procedimientos apartados de la re-inserción social que, en lugar de optar por patrones de castigo severo, debieran adoptar estrategias encaminadas a disminuir los elevados niveles de población penal —de mayoría afrodescendiente—  en el territorio nacional.

De igual forma, el Partido/Estado ha preferido la cancelación de discusiones vitales, como la necesidad de un debate público en torno al abolicionismo carcelario, y la adopción de mecanismos para la prevención del delito, acordes a las nuevas teorías sociales con resultados comprobados de efectividad, apartados del recurso mimético de importación acrítica.

La estrategia gubernamental, signada por la deslegitimación de los manifestantes, contiene un fuerte carácter reactivo con el propósito de proteger los intereses de la cúpula partidista-estatal. Es desatendida así la grave situación que afecta la vida de las poblaciones residentes, marcadas por la precarización económica, el predominio de patrones de violencia transversalizados, elevados niveles de relegación social, deterioro agudo de la infraestructura habitacional, déficits en las redes de alcantarillado y dificultades en el acceso estable a los servicios de electricidad, agua potable, gas licuado, entre otros.

Desafíos

Racialización de la pobreza, Marianao, La Habana. (Foto: Alexander Hall)

Las dinámicas reales en esos entornos han sido identificadas por los estudios sociológicos realizados desde antes de 1990. No obstante, dichos diagnósticos carecen del consistente amparo político-económico para la reversión de la preterición social y la marginalidad económica, cuyas propuestas resolutivas han sido largamente postergadas por las instancias decisócratas a nivel municipal, provincial y nacional.

La proyección mediática ante las protestas contenía una matriz discursiva criminológica que recibió el sustento de una represión inaudita, desplegada a lo largo y ancho del país. Ante ello, el estado añadió cuotas sustanciales de violencia policial a la violencia sistémica padecida por los habitantes de los entornos barriales que manifestaron de forma espontánea su descontento hacia el régimen imperante.

Si bien es cierto que parte de esa inconformidad se expresó en el saqueo a establecimientos comerciales —inaccesibles para el trabajador local al cotizarse productos de primera necesidad en moneda extranjera—, sumado a la agresión física de la población civil a numerosos agentes uniformados; la violencia estructural del orden social no resulta equiparable a los reclamos populares en la exigencia legítima de mayor acceso a medicamentos, alimentos, bienes de consumo y derechos sociales históricamente vetados.

Diversos enfoques ante la crisis estructural del modelo

Un sector de la intelectualidad orgánica al status quo, reprodujo las tácticas del poder en la deslegitimación de la manifestación social, acudiendo incluso a sustentos neoestalinistas aupados en el ejercicio de un marxismo dogmático. En la satanización de sus actos, se consideró la rebeldía de las masas como expresión de una ausente «conciencia de clase». Según la lógica de tales referentes, los manifestantes atentaban contra sus propios intereses existenciales al responder a los «designios de una potencia capitalista extranjera».

Estas perspectivas intentan identificar el derecho de protesta social contra las insuficiencias en la gestión del Gobierno con las proyecciones de sectores vinculados a la oposición tradicional, defensora en ciertos casos de banderas neoplattistas, cuya presencia en esos eventos resultó minoritaria y escasamente influyente. A pesar de los gritos de «Patria y Vida» en una parte de la ciudadanía, las movilizaciones estuvieron alejadas de los preceptos de absorción cultural o sumersión político-económica a la potencia del Norte que marcan los intereses de actores políticos vinculados a una agenda que persigue el cambio de régimen en la Isla.

Expresiones de ese tipo se sustentan en contra del imaginario sacrificial que ha distinguido el metarelato discursivo de la Revolución Cubana, pues resulta contrastante el modo de vida de su dirigencia con las penurias de la clase trabajadora en sus esfuerzos por contribuir a la productividad del país, abnegada además por los efectos de la hostilidad estadounidense y la incapacidad del Gobierno de la Isla en la articulación de un modelo que genere estabilidad económica para las masas desposeídas.

Los referidos sectores de esa intelectualidad omiten, consciente o inconscientemente, las falencias que tipifican el diseño anti-democrático de la sociedad, a pesar de su reivindicación como «socialistas» a nivel de discurso ideopolítico. Tales posicionamientos resultan incapaces de identificar los elevados niveles de sovietización —perceptibles en el predominio de una planificación autoritaria, centralización excesiva, institucionalización estadocéntrica, burocratización administrativa, unanimidad parlamentaria, restricciones a la libertad de expresión y una regulación institucionalista de la creación artística— que devienen lastres fundamentales para el desarrollo económico, social y cultural.

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Racialización de la pobreza, Marianao, La Habana. (Foto: Alexander Hall)

La hegemonía discursiva de la propaganda oficial es respaldada por actores influyentes en el ámbito intelectual y académico latinoamericano, como han sido las voces de Néstor Kohan, Atilio Borón, Fernando Buen Abad y Frei Betto, entre otros. Dichas figuras sostienen una visión idílica del proceso de liberación de 1959, al considerar a Cuba una especie de «bastión del proletariado» o reducto del «socialismo internacional» a la altura de la tercera década del siglo XXI.

Esta visión, que asume los rudimentos del marxismo estalinista trasmutado en «ideología de Estado», resulta incapaz de analizar a profundidad las variables que condujeron a la caída de los regímenes de corte soviético durante el siglo XX, al convertirse en herramienta cognitiva para el sostenimiento de una estructura burocrática de tipo capitalista. En consecuencia, dicha elucubración permanece alejada de la realidad, así como de los intereses de transformación que la han distinguido como arma teórica de los movimientos anti-sistémicos del planeta.

En sus perspectivas sobre la situación cubana, las mencionadas figuras establecen atisbos de continuidad en los preceptos igualitarios que definieron las políticas sociales del proyecto histórico revolucionario. Sin embargo, su acomodo intelectual contrasta con la voluntad migrante e inconforme de las masas, las penurias socioeconómicas del pueblo y las reiteradas muestras de inconformidad percibidas en la micro-política del espectro ciudadano. A la vez, sus proyecciones discursivas resultan incapaces de valorar las numerosas expresiones de colonialismo interno, transdominación, y opresiones múltiples que tienen lugar bajo el modelo político insular.

En la antítesis de esta postura se encuentran destacadas figuras de pensamiento socialista, marxista, decolonial, feminista, antirracista y anti-capitalista que se han pronunciado en contra del autoritarismo en la Isla. Entre ellas resaltan: Gayatri Chakravorty Spivak, Alex Callinicos, Noam Chomsky, Eric Toussaint, Michael Löwy, Luciana Cadahia, John Molineaux, entre otros. Algunas de estas personalidades, apartadas de todo posicionamiento dogmático y desde militancias progresistas, han solicitado el cese de la represión política en Cuba y la concesión de una ley de amnistía para la reconciliación nacional que abra las puertas a un socialismo democrático de iguales.

Los desafíos del color ante la crisis político-económica

A un año del 11J la población cubana aún padece los efectos de la dolarización, la especulación de divisas, la escasez de medicamentos, alimentos, combustibles, insumos para el aseo y otros bienes indispensables para la vida. La crisis económica se acentúa ante el deterioro de los servicios públicos y  la pulverización del salario debido al ascenso generalizado de los precios. Sobre las comunidades empobrecidas recae con mayor rigor  las consecuencias de la crisis social.

Desde que fuera anunciado, en marzo de 2020, el Programa Nacional contra el racismo y la discriminación racial, resultan escasas las políticas dirigidas a revertir los efectos de la precarización del «componente racial negro». Si bien resultó de vital importancia para la visibilización del flagelo y su reconocimiento institucional, las pautas desde su creación han estado signadas por la opacidad y la falta de incentivos en la promoción de los aportes científicos, artísticos, bibliográficos, etnológicos, históricos y culturales que respecto al tema se han producido en el país.

El enunciado programa suele recurrir a spots promocionales de carácter didáctico, signados por una retórica amparada en los recursos del mestizaje, el ajiaco ortiziano, el color cubano y la alusión al término «vestigios». El empleo conceptual de esos productos comunicativos evade la profunda dimensión sociológico-cultural que representa el flagelo.

Estos subterfugios se han constituido en métodos efectivos para la subestimación de las diferencias, a pesar de la crítica realizada por los estudios subalternos y decoloniales, que abarcan una presencia importante de exponentes marxistas, que identifican esas tácticas como mecanismos de poder para sostener el status quo y soslayar el abordaje de los abismos socioclasistas que separan a las poblaciones étnico-raciales.

Desafíos

Racialización de la pobreza, Marianao, La Habana. (Foto: Alexander Hall)

De esta forma, bajo el estandarte monolítico de unidad homogenizante, se acude a la retórica de falsa fraternidad democrática proyectada por las elites nacionalistas decimonónicas para fortalecer sus mecanismos de dominación, continuada en la región como una estrategia de los estados neoliberales mediante la promoción del multiculturalismo para fingir una convivencia afectuosa entre las diversas poblaciones.

La estrategia gubernamental en el manejo de la crisis se caracteriza por el triunfalismo que celebra la presencia negra en instancias parlamentarias y espacios de visibilidad mediática. Ello genera una falsa representatividad y oculta los problemas estructurales que padece su composición civil. Este recurso se refuerza con la implementación de estrategias populistas de «reanimación social», aunque dichas acciones no resuelvan las problemáticas de fondo que laceran la vida en dichos entornos, inducidos por una praxis paternalista instrumental que reproduce la colonialidad del poder.

Procedimientos como esos se apartan de la emancipación económica y ofrecen poca cobertura para la autoorganización, como puede ser la impulsión de valores socialistas, antirracistas, comunitarios y humanistas «desde abajo», que favorezcan el auto-reconocimiento identitario y el emprendimiento; frustrados por la centralización excesiva del poder político, el carácter burocrático de la nomenklatura y la discrecionalidad en el manejo del presupuesto del estado.

En tal sentido, los aportes de pensadores como Juan René Betancourt sobre el cooperativismo antirracista y la afro-reparación económica desde una crítica anti-capitalista radical, devienen referentes ineludibles para las actuales y futuras generaciones interesadas en la instauración de la igualdad plena entre cubanas/os, partiendo del reconocimiento de las diferencias históricas que separan a los diversos sectores.

La resolución de la problemática racial requiere implementar un debate público —largamente pospuesto por las instancias oficiales—, así como la materialización de una ley de asociaciones que permita el reclamo organizativo de sus demandas sociales, a pesar de ser un derecho refrendado por la Constitución de 2019 que se ha convertido en letra muerta al calor de las circunstancias actuales.

La visibilización de los aportes realizados desde las ciencias sociales sobre el tema, el fortalecimiento de la educación popular ante el blanqueamiento de las universidades, el financiamiento de proyectos económico-sociales para el mejoramiento de las condiciones de vida en las comunidades relegadas, la concesión de mayor autonomía y participación democrática en los gobiernos locales, bajo prácticas socializadoras alejadas de las lógicas de la privatización o la burocratización estatal que conducen a la concentración del poder y la riqueza en pocas manos; así como la puesta en práctica de otras alternativas sobradamente documentadas, constituirían estrategias acertadas para combatir el racismo, basado en la extensión de una cultura que proyecte el bienestar económico bajo preceptos de justicia e igualdad social.

18 julio 2022 23 comentarios 1,4K vistas
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antirracista

Lectura antirracista sobre la muerte de otro joven afrocubano

por Alexander Hall Lujardo 5 julio 2022
escrito por Alexander Hall Lujardo

La muerte de Zinadine Zidan Batista Álvarez a manos de las autoridades policiales, fue reportada en horas de la tarde del viernes 1ro de julio de 2022 y ha conmocionado a gran parte de la sociedad cubana. Las primeras noticias que circularon en redes sociales, mediante videos y testimonios de los presentes, ilustran el incidente como resultado de un altercado que ocasionó el despliegue de un operativo policial que culminó en el fatídico suceso.

No pretendo asumir en este texto una perspectiva hechológica de las circunstancias en que se produjo la muerte de la víctima; procuro más bien arrojar luces sobre las condicionantes que ocasionan la reproducción de estos eventos, bajo dinámicas similares de una recurrencia llamativa, que han provocado el deceso de varios ciudadanos de piel negra en intercambios violentos con miembros armados del Ministerio del Interior.

Zidan Batista se suma a otros jóvenes afrodescendientes que recientemente han perdido la vida a manos de la PNR como resultado del uso letal de la fuerza. El listado está precedido por: Hansel Ernesto Hernández Galiano (24 de junio de 2020), Yamisel Díaz Hernández (5 de julio de 2020) y Diubis Laurencio Tejada (12 de julio de 2021). Este tipo de hechos se produce en circunstancias en que la oficialidad alega peligro para su vida como elemento justificativo de tales procedimientos.

En todos los casos predomina en la institucionalidad la ausencia de un protocolo para tramitar demandas ante las autoridades, así como la contratación independiente de profesionales para el esclarecimiento de los hechos e indemnización económica de los familiares afectados. En tal sentido, persiste un escenario de opacidad que favorece al aparato del Estado en detrimento de los derechos ciudadanos.

Este desamparo resulta aún más lacerante cuando quienes se ven involucrados en estos acontecimientos son personas que viven bajo condiciones de pobreza y preterición económica, como resultado de la histórica desventaja que caracteriza la diferenciación socioclasista. Dichos argumentos han sido avalados por estudios sociológicos, históricos y antropológicos que dan cuenta de la desigualdad que persiste entre los distintos componentes del país.

Según una investigación efectuada por el Centro de Antropología de la Academia de Ciencias de Cuba en los años noventa, el 58 % de los blancos considera que los negros son menos inteligentes, el 65 % de la muestra afirma que estos no tienen valores ni decencia, mientras que un 68 % asevera estar en contra del matrimonio interracial. El elevado porciento de personas con esa mentalidad se ampara en una racionalidad que reafirma el predominio de un imaginario racista ampliamente extendido.

En el 2019, un estudio desarrollado por el instituto alemán GIGA arrojó que el 98 % de las empresas privadas en Cuba son propiedad de personas blancas. El mismo análisis ratificó que el 50 % de este componente es poseedor de una cuenta bancaria contra el 11 % de personas negras. En cambio, solamente el 3 % de ellos alega haber viajado al extranjero, mientras el 31 % de las personas blancas ha gozado los beneficios de semejante privilegio.

La realidad descrita evidencia una gran diferenciación clasista por color de piel, elemento que incide en la reproducción de actividades al margen de la legalidad entre personas negras, sector que presenta además elevados niveles de desempleo según las cifras del último censo publicadas en el 2016.

Todo ello provoca que muchas de las actividades realizadas por las personas de mayor melanina en la piel estén ceñidas a normas cívicas que tipifican determinadas conductas en ámbitos carentes de condiciones para una vida digna, lo que contribuye a la extensión de patrones asociados a la marginalidad como elemento intrínseco de su comportamiento. A su vez, esto ocasiona que sean más proclives ante las autoridades a la solicitud de identificación, realización de cacheos, así como detenciones por sospecha de delito. Y aunque el estado cubano no ofrece datos estadísticos al respecto, los especialistas refieren que la mayoría de la población penal está compuesta por sujetos racializados.

El imaginario delincuencial sobre las personas negras y mestizas se encuentra sustentado, además, por condiciones de vida relegadas a los peores sitios de convivencia, caracterizados por el abandono estatal, la insalubridad y el deterioro de una infraestructura que deja pocos márgenes a la inserción social. Este proceder se agudiza por la extensión de estereotipos que visibilizan al negro(a) como no apto para determinadas actividades laborales, por considerarlo carente de condiciones acordes a empleos que demanden la presencia de un paradigma estético apegado a patrones eurocéntricos.

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El imaginario delincuencial sobre las personas negras y mestizas se encuentra sustentado, además, por condiciones de vida relegadas a los peores sitios de convivencia. (Foto: Hacemos Cuba)

¿Necropolítica?

La violencia episódica del accionar represivo está usualmente acompañada por el predominio de una violencia sistémica, que relega a los afrocubanos(as) a los peores espacios de remuneración, lo que incluye sitios de segregación que generan la expansión de desigualdades y una restricción en su capacidad de compra. Téngase en cuenta que por cada dólar que recibe un afrodescendiente, las personas blancas pueden ser capaces de apercibir hasta cinco veces más. A tenor con ello, se perpetúan sus condiciones de marginación, atendidas de manera poco eficiente por las autoridades, que proponen estrategias de reparación y asistencialismo epidérmico no dirigidas hacia la raíz estructural del fenómeno.

El contexto cubano no está caracterizado por la definición necropolítica, propuesta por el teórico y filósofo Achille Mbembe. Este autor enuncia que, como resultado del modelo neoliberal que tiene lugar en el continente africano, la vida humana se convierte en fin mismo de la acumulación capitalista; a diferencia del pasado esclavista de la modernidad, donde el sujeto negro era entendido como mero instrumentum vocale en los ciclos de obtención de las riquezas, a través de las relaciones sociales de producción establecidas.

No obstante, el escenario antillano adquiere expresiones más evidentes de capitalización que endurecen la vida de los afrocubanos(as). Dado su endeble situación económica, estos han pasado a ocupar los peores sitios del trabajo asalariado bajo deprimentes garantías laborales. A su vez, el aumento en los niveles de pobreza e inseguridad alimentaria inciden en su deterioro económico, al tiempo que los efectos de la escasez tributan hacia una severa restricción en sus niveles de consumo.

Estas condicionantes desvían parte importante de sus actividades al sector no legal del mercado, debido a la incapacidad gubernamental para garantizar la viabilidad de un modelo que ofrezca bienestar social por vías convencionales. De tal manera, esto contribuye a la extensión de estrategias criminalizadas que, sumado a la violencia sistémica en la reproducción de patrones de dominación, obstaculizan las alternativas autonómicas de emancipación y autoorganización, cuyo marco restrictivo lesiona su prosperidad e independencia económica, subordinada al verticalismo estatal y/o la servidumbre que implica la sujeción a las lógicas del capital privado.

El predominio de este depauperado escenario refleja la ausencia de posibilidades para el mejoramiento cualitativo en la vida de los subalternos. De igual forma, predomina la inexistencia de acciones afirmativas dirigidas a revertir los efectos de la desigualdad.

A su vez, resulta evidente la carencia de metodologías adecuadas en los órganos policiales para un tratamiento humanista hacia la población afrodescendiente, como debe caracterizar el desempeño descolonizado de las autoridades. Todo ello reafirma los enormes desafíos para enfrentar el racismo sistémico que predomina en la sociedad cubana, al tiempo que resulta indiscutible la responsabilidad del estado en su sostenimiento.

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El escenario antillano adquiere expresiones más evidentes de capitalización que endurecen la vida de los afrocubanos(as). (Foto: Eliana Aponte / The New York Times)

A pesar de que las instancias gubernamentales alegan la ausencia de racismo institucional, resulta aberrante la forma en que el Ministerio del Interior justifica el uso desproporcionado de la fuerza mediante la emisión de una declaración en la que reproduce los marcos estigmatizantes de la criminalización, cuando exalta —contra toda norma ética y accionar responsable— los antecedentes policiales del fallecido, acto que pretende resaltar un prototipo delincuencial en quien ha sido en realidad la víctima mortal del desenlace y padece las consecuencias orgánicas de la opresión. 

La solución debe ser estructural e inclusiva

Para el abordaje del fenómeno racial, las instancias gubernamentales han optado por atrincherarse en: discursos triunfalistas, omisión de estadísticas, adopción de prácticas excluyentes hacia el activismo crítico, predominio de una concepción paternalista/colonial de matriz estadocéntrica, instrumentalización de la racialidad en función de intereses populistas, a la vez que han adoptado estrategias que promueven la condición de «eterno agradecimiento» que se aparta de los propósitos emancipatorios.

La conjunción de esos factores poco contribuye a la resolución definitiva de un asunto complejo, que requeriría una transformación estructural y participación política inclusiva, tanto de la amplia composición ciudadana como de aquellos actores que han sido fundamentales en la visibilización del fenómeno.

La situación demanda además una extensión de valores antirracistas, potenciación de espacios culturales que reivindiquen las tradiciones afrodescendientes, gestión de alternativas económicas de reparación racial, consecución de nuevas herramientas teórico-metodológicas en los niveles de formación educacional, incorporación a los medios de comunicación de los numerosos aportes realizados desde diversos campos de las ciencias sociales, mayor transparencia de los informes públicos para la realización de análisis certeros y penalización de las acciones discriminatorias, como se ha realizado en otros países de América Latina.

Igualmente, es impostergable la adopción de estrategias integrales dirigidas a erradicar el flagelo de la composición social del país, al ser esta una de las deudas históricas del proyecto revolucionario jamás saldadas con la población residente de la Isla, a pesar de las reiteradas promesas instrumentales sobre su definitiva erradicación.

5 julio 2022 26 comentarios 1,8K vistas
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Asere (1)

Asere me llamo yo

por Alexander Hall Lujardo 4 noviembre 2021
escrito por Alexander Hall Lujardo

La historia de Cuba está marcada por una riqueza cultural en la que confluyen numerosos actores étnicos que, con el paso de los siglos, han otorgado una impronta singular a la evolución del pensamiento y el lenguaje. Este complejo proceso de interrelaciones fue calificado por Fernando Ortiz como transculturación amparado en estudios antropológicos, históricos, sociológicos y etnográficos que el sabio pensador antillano desarrolló en un trascendente itinerario de maduración científica.

La similitud con que muchos de estos acontecimientos se desarrollaron en América Latina —impulsados por la colonización europea y debido al arribo del negro(a) en condición de esclavizado(a), sin obviar la contribución del indígena en la composición étnico-racial de la región—, validan la utilización del término acuñado por Ortiz para el análisis y descripción de los sucesos acaecidos en el denominado Nuevo Mundo.

La religiosidad atraviesa de forma transversal este complejo entramado de relaciones sociales desde la etapa colonial, al devenir en genuina afirmación de resistencia implementada por los subalternos, ante las diversas fórmulas de opresión que hallaron en el cristianismo un arma certera  con el objetivo de lograr su adaptación a paradigmas «civilizatorios» foráneos. Con tales fines se utilizaron la violencia e imposición ideológica, como dobles anatemas de una misma estructura de poder, que anhelaba perpetuar dicho carácter situacional en una parte de la población desarraigada de toda condición humana.

En tan complicado contexto, disímiles prácticas desarrolladas por los sojuzgados se negaron a desaparecer ante el inminente proceso de aculturación implementado por los representantes de la Colonia. A tenor con ello, surgieron numerosas alternativas de resistencia que han logrado trascender hasta nuestros días, siendo el fenómeno abakuá una de sus más llamativas expresiones. No obstante poseer esta manifestación indiscutible origen africano, solo se hallan localizaciones de su existencia en Cuba, lo que la distingue de cualquier otro país con pasado esclavista en América.

Sus antecedentes conocidos se remontan al año 1836 en que surge esta asociación mítico-religiosa poseedora de elevado carácter mutualista, fraternal, y promotora de valores éticos entre sus iniciados. Mas cultivar semejantes virtudes, no le imposibilitó ser víctima de cuantiosas estigmatizaciones, asechanzas de diversa índole y persecuciones políticas, que la situaron de modo permanente al margen de la legalidad al estar integrada en su mayoría por sujetos que ocupaban la jerarquía más baja en la división socioclasista del trabajo, en una sociedad donde las actividades productivas se encontraban diferenciadas por el color de piel.

Asere (2)

Don Fernando Ortiz

Durante los períodos coloniales y republicanos, el fenómeno abakuá fue objeto de constante criminalización por parte de sectores académicos.[1] La literatura le reservó un espacio periférico negándole visibilidad en el campo de las letras.[2] De igual forma, constituyó política de las instituciones educacionales la promoción de esta práctica cual paradigma contrario al «orden civilizatorio», en tanto se exaltaba en los diarios y revistas la figura blanca como auténtica expresión de belleza.

Esta idea fue sustentada en los discursos de numerosos intelectuales y figuras del campo político con la intención de visibilizarlo como expresión de «atraso cultural», debido al predominio de una corriente ilustrada (eminentemente eurocéntrica) que pretendía su desaparición del panorama social cubano, acorde a los preceptos fundacionales de un «estado moderno», coherente con las ideas de «progreso» que rigen los principios de la civilización occidental.

Con la publicación en 1958 de La sociedad secreta abakuá narrada por viejos adeptos, de Lydia Cabrera, inicia un ciclo de estudios en los que se comienza a revertir los estigmas impuestos en la sociedad. Al mismo tiempo, se potenciaron nuevos trabajos que restituyeron del papel del negro(a) en la historia nacional, sumado a propuestas de análisis marxistas que pretendían una descolonización de las tradiciones presentes en Cuba con la intención de quebrar concepciones elitistas que habían marcado las pautas de su interpretación por el pensamiento liberal, como demuestra Walterio Carbonell en su Crítica: cómo surgió la cultura nacional (1961).

Entre las figuras que han realizado aportes desde las ciencias sociales para revertir  el imaginario denigrante que en torno a la manifestación se impuso desde los siglos coloniales, resaltan las contribuciones de José Luciano Franco, Alberto Pedro Díaz, Teodoro Díaz Fabelo, Enrique Sosa Rodríguez, Argeliers León Pérez, Pedro Deschamps Chapeaux, Sergio Valdés Bernal, María del Carmen Muzzio, Jesús Guanche Pérez, entre otros cuya importancia trasciende las fronteras disciplinarias para adquirir relevancia cultural.

La perdurabilidad de la sociedad abakuá denota su carácter robustecido al posibilitar la reivindicación de sus valores por las nuevas generaciones, a pesar de las transformaciones naturales que le impiden permanecer invariable ante el paso de los años. La transmisión de numerosas frases y términos al habla popular evidencia la profundidad de su inserción en el componente sociocultural del país. De todas sus terminologías, la palabra Asere sin dudas constituye la más enunciada en diversas esferas.

Su empleo carece de distingos clasistas, sexuales, raciales o de otra índole, para formar parte indisoluble del lenguaje cotidiano. No obstante a los notables esfuerzos por vulgarizar su empleo promovidos por una narrativa discursiva empática con círculos aristocráticos que pretenden deslegitimar aquellas expresiones provenientes del habla cotidiana, como parte de una concepción aspirante a «purificar el idioma», en tanto persigue toda expresión social relacionada con las tradiciones africanas.

Asere (3)

Lydia Cabrera

Según el criterio del célebre investigador y etnógrafo Serafín «Tato» Quiñones, la palabra Asere constituye «un símbolo de amistad, compañerismo y camaradería».[3] Mientras, en el glosario de Ramón Torres-Zayas presente en uno de sus títulos, el término hace referencia al saludo afectivo entre dos miembros de una misma asociación grupal,[4] cuyo significado se extiende hacia zonas amplias de la expresión popular, al establecer una identidad que refleja la riqueza transcultural del castellano.

Este término demuestra su persistencia a pesar de los inquisitivos ataques provenientes de los círculos letrados auto-revestidos de autoridad en los terrenos del saber. Su constante uso reafirma la compleja diversidad en las relaciones socioculturales de la Isla, cuya más apropiada actitud exige de comprensión en lugar de pretender satanizar sus expresiones, en concordancia con intereses grupales específicos poseedores de un modelo nacional plenamente distanciado de aquel que emana de las capas más profundas de la sociedad.

***

[1] Sobre la criminalización desde la academia, véanse las obras de José Trujillo y Monagas Los criminales de Cuba (1882), Fernando Ortiz Los negros brujos (1906), Rafael Roche y Monteagudo La policía y sus misterios (1908) e Israel Castellanos La brujería y el ñañiguismo en Cuba desde el punto de vista médico-legal (1916), entre otras.

[2] Entre las obras literarias que visibilizan al ñañiguismo como elemento criminal y denigrante, destacan los títulos Sofía (1891) y La familia Unzuazu (1896), de Martín Morúa Delgado.

[3] Serafín Tato Quiñones: Asere Núncue Itiá Ecobio Enyene Abacuá, Editorial José Martí, La Habana, 2014, p. 278.

[4] Ramón Torres-Zayas: Abakuá (De)codificación de un símbolo, Aurelia Ediciones, Valencia, 2019.

4 noviembre 2021 2 comentarios 2,8K vistas
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FEU

La FEU necesita su propia Revolución

por Alexander Hall Lujardo 6 octubre 2021
escrito por Alexander Hall Lujardo

La Federación Estudiantil Universitaria (FEU) se fundó en Cuba el 20 de diciembre de 1922. Surgió como resultado de contradicciones internas que marcaron la crisis del sistema republicano y por la influencia de la Reforma Universitaria impulsada en Córdoba, Argentina, ante el intento de subordinar la educación a cánones impuestos por elites locales, que reproducían patrones de dominación. Como consecuencia, ascendieron nuevas corrientes de pensamiento crítico y se fortaleció la capacidad del estudiantado en su resistencia contra los mecanismos de opresión política.

La imposición de un liberalismo a ultranza en un país sumido en la precariedad, después de más de treinta años de conflicto, dio paso a una sociedad con expresiones neo-coloniales en su estructura, iniciada en 1902 con el mandato presidencial de Tomás Estrada Palma. Su elección constituyó el triunfo de los grupos más conservadores de la lucha armada, al servicio de intereses apartados de los principios emancipatorios que movilizaron a las fuerzas revolucionarias. Se consagraban así los anhelos de la burguesía al sostener sus privilegios bajo el manto de una nueva potencia.

La antigua ecuación de sometimiento colonial derivó en un sistema que permitía a esa clase mejores condiciones para la reproducción de sus riquezas, dejando intacto el status quo, de forma tal que permanecieran sepultadas las aspiraciones de los sectores más radicales que tomaron parte en la contienda. La intervención norteamericana de 1898 sentó las bases para la consolidación de ese paradigma.

La firma de tratados político-económicos asimétricos marcó la tónica de las relaciones Cuba-Estados Unidos, al ser acuerdos en los que se reconocía su derecho a intervenir en los asuntos internos. Semejantes convenios potenciaron también el poder del capital bancario e industrial norteamericano en detrimento de los productores locales, agudizaron la dependencia y las condiciones estructurales de subdesarrollo.

Como consecuencia, figuras provenientes de la vanguardia estudiantil abrazaron corrientes radicales de acción. Tales fueron los casos de Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena y Pablo de la Torriente Brau, entre otros actores que protagonizaron la Revolución de los años 30, dirigida contra las restricciones a la libertad, la inequidad social, la penetración imperialista y la corrupción política.

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Julio Antonio Mella

Este proceso logró expulsar del país al presidente Gerardo Machado, uno de los generales independentistas vinculado a la elite villareña, cuyo gobierno degeneró en expresión dictatorial contra toda manifestación opositora, con la anuencia corporativa de los partidos políticos.

La etapa significó el declive de la democracia liberal, sustentada en un modelo azucarero altamente dependiente, y recalcó el carácter anti-nacional de la burguesía republicana. Sin embargo, como parte de las frustraciones generadas luego del fracaso del proceso revolucionario, la federación estuvo marcada por el ascenso en sus filas de fenómenos como el bonchismo, presente hasta avanzada la década del cincuenta.

La FEU mantuvo su liderazgo como organización autónoma en la lucha contra la dictadura que impuso Fulgencio Batista en marzo 1952. La Carta de México, signada en 1956 entre Fidel Castro y José Antonio Echeverría, solidificó el compromiso para el enfrentamiento de un sistema que había agotado sus posibilidades de desarrollo, al mostrar una abrupta ausencia democrática y sostenida precarización, en contraste con las obras de infraestructura que constituían jugosos mecanismos de extracción económica para la clase gobernante, mientras aumentaban las desigualdades y expresiones de pobreza en la sociedad.

Ante esa realidad, emergieron actores favorables a una re-distribución de las riquezas, promotores de una profundización democrática que barriera con la dependencia y la corrupción. No obstante, los grupos que sustentaban la hegemonía se mostraban reacios ante estos sectores, lo que motivó la rebeldía de la clase trabajadora, el movimiento campesino y el sector estudiantil. La estrategia de lucha armada, apoyada por la mayoría de la población, se planteó entonces como única alternativa de enfrentamiento.

El triunfo revolucionario condujo a una pronta radicalización hacia la alternativa socialista, motivada por la hostilidad del imperialismo y la solidaridad soviética. El atrevimiento del naciente estado, de impulsar cambios estructurales que afectaban los intereses del capital estadounidense, provocó el antagonismo.

Sin embargo, los fundamentos que marcaron la construcción de este sistema, en un contexto internacional atravesado por la Guerra Fría, conllevaron a la implementación de un «socialismo de estado» cada vez más dependiente de la potencia euroasiática, sumado a la incapacidad del liderazgo nacional en promover una sociedad capaz de auto-sustentarse en los ámbitos económico y productivo.

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De izquierda a derecha: José Antonio Echeverría, Fidel Castro y René Anillo, durante la visita de José Antonio en la que firmaron la Carta de México.

Este modelo se caracterizó por la implementación de políticas que resultaron en la fetichización de la propiedad social en estatal, la institucionalización de un marxismo vulgar en su corriente soviética, la militarización de sectores estratégicos de la producción, la implementación de políticas que afectaron la integridad de reconocidas figuras del ámbito cultural y la instrumentalización de asociaciones, entre otras prácticas.

En este contexto la FEU, como el resto de las organizaciones populares, quedó desarticulada en su capacidad de movilización autónoma y comenzó a desempeñar funciones institucionales cual estructura integrante del estado.[1]

La universidad para revolucionarios y los dilemas de la igualdad

El reconocimiento gratuito al disfrute de la educación superior constituyó uno de los derechos garantizados por el gobierno revolucionario. Se generaron oportunidades que permitieron ampliar el ingreso, construir instituciones de este tipo en todas las provincias, regular su acceso como un derecho universal y mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora, mediante la implementación de un modelo asistencialista que durante décadas elevó los indicadores que dificultaban la superación.

Este conjunto de políticas puestas en función de la ciudadanía, masificó la entrada a las universidades debido a la renuncia de la lógica meritocrática. No obstante, la búsqueda constante de justicia social exige la superación de una mentalidad que encuentra mayores potenciales en personas que desarrollan su vida en contextos económicos favorables, elemento que conduce a la reproducción del saber/poder en las clases que tradicionalmente han ostentado privilegios.

Desde el triunfo revolucionario, el acceso a la educación superior ha estado regulado por principios que el estado entiende deben acompañar la formación académica, en muchos casos marcada por códigos excluyentes. Como consecuencia, han resultado las limitaciones en el ingreso de personas homosexuales, al considerar que su condición sexual lesionaba los principios de la «moral socialista». De la misma forma que han sido expulsados estudiantes por razones ideológicas.

En tal sentido, la condición de «revolucionario» indica una posición de privilegio ausente del mandato constitucional, lo que evidencia la práctica de un principio discriminatorio que requiere ser eliminado, pues el conocimiento no debe ser monopolio de ninguna clase política.

Asimismo, se ha procedido a la exclusión de profesores con posturas críticas. Un texto recién compilado por José Raúl Gallego Ramos ofrece información confirmatoria al respecto. Incluso han sido inaceptables las críticas enunciadas desde emplazamientos marxistas, alejados de los dogmatismos que caracterizan su implementación en la academia. En tal sentido resaltan los casos de los juristas René Fidel González, Julio César Guanche y Julio Antonio Fernández Estrada.

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Julio Antonio Fernández Estrada

El tríptico de la utopía posible: Autonomía-Pluralidad-Democratización

La transición al socialismo en Cuba se ha caracterizado por la voluntad predominante del Partido/Estado en la conducción de los destinos de la nación, itinerario en que fue despojándose de toda heterodoxia. Recuérdese el cierre de la revista Pensamiento Crítico en 1971 y del Departamento de Filosofía de la Universidad de la Habana, que constituyeron espacios de gran prestigio internacional por la producción de un marxismo alejado de los moldes impuestos por la Academia de Ciencias de la URSS.

En ese transcurso, las ideas quedaron subsumidas a los criterios de autoridad que sobre su conceptualización ha ejercido el liderazgo político. Por ende, la crítica a esa instrumentación, se concibe per se como un acto «contrarrevolucionario», a pesar de las numerosas variaciones cualitativas que ha padecido el modelo.

Como resultado, los sindicatos, asociaciones gremiales y organizaciones estudiantiles —que desempeñaron un rol fundamental en la lucha por los derechos de los oprimidos—, quedaron subordinados a la autoridad estatal. En su configuración se difuminaron los intereses populares ante la ausencia de lo que debió ser una «socialización plena de los medios de producción».

La persistencia de la dominación bajo un socialismo saturado de contradicciones —estancamiento económico, unanimismo partidista, autoridad incuestionable del líder, entre otras características—, demuestra la necesidad de re-pensar la funcionalidad de las organizaciones sindicales y asociaciones civiles, de manera que sea posible su participación en el fortalecimiento de la democracia, así como la solidificación de los principios ecológicos y humanistas que persiguen su esencia de justicia global.

Que Cuba permanezca como actor estratégico en el sistema/mundo actual, exige la configuración de un socialismo que transite hacia fases de mayor democratización. Requiere el aumento en los niveles de participación popular, una socialización real y efectiva de los medios de producción, el impulso de las cooperativas como actores económicos de superior relevancia, la participación directa de los trabajadores en los procesos de planificación, así como el enfrentamiento integral a todas las formas de corrupción que genera el hermetismo empresarial.

En este empeño, las organizaciones políticas de la juventud ocupan un lugar esencial, a pesar de que su rol se ha visto reducido al respaldo incondicional hacia las instancias del gobierno.

Con la intención de quebrar la mentalidad enquistada en el imaginario estudiantil, propongo la gestión de nuevas formas de sociabilidad encaminadas a dinamizar su funcionamiento e impulsar hacia cauces más productivos la participación universitaria, de manera que su protagonismo esté a la altura del presente, lo que requiere el desmantelamiento de costumbres fosilizadas en su estructura.

Para lograrlo resultaría necesario:

– La conformación de medios de comunicación autónomos —espacios radiotelevisivos, revistas digitales, entre otros— que reflejen críticamente las realidades del ámbito universitario. Se necesita que tales espacios estén diseñados, concebidos y dirigidos por los propios estudiantes, aunque tengan la asesoría de especialistas, profesores y/o colaboradores de diversos ámbitos.

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– La creación de mayores estímulos —materiales, profesionales, recreativos, entre otros— para el ejercicio de la investigación científica desde etapas tempranas de la formación, de modo que este reconocimiento constituya la mayor motivación en su paso por la enseñanza superior y sus trabajos se publiquen en medios que socialicen tales aportes.

– La eliminación de todas las formas de discriminación ideológico-política para determinar su permanencia en el ámbito universitario y evaluar los niveles de integralidad de los estudiantes, pues su mayor contribución está en el campo del conocimiento.

– La creación de asambleas periódicas en que los presidentes FEU y UJC de las facultades rindan cuenta de sus actividades, al tiempo que se vean en la obligación de atender las problemáticas de su representación social y responder ante las insuficiencias en el desempeño de sus cargos.

– La eliminación de todas las formas de privilegio otorgadas a los miembros de los Secretariados Nacionales de la FEU y UJC en el desempeño de sus funciones, puesto que ello provoca un comportamiento burocrático que los distancia del colectivo que representan y genera diferencias socioclasistas.

– Insertar en los planes de enseñanza las corrientes contemporáneas del marxismo, fundamentalmente en su vertiente latinoamericana descolonial, de forma que sea posible impartir una teoría científica más ajustada al presente, apartada de narrativas dogmáticas que limitan el ejercicio del pensamiento crítico y la agudeza intelectual.

– Fomentar la concepción de Universidad Popular ideada por Julio Antonio Mella, otorgando, mediante la aplicación de políticas públicas, mayores facilidades para el acceso de grupos poblacionales en desventaja.

– Profundizar la inclusión de todos los sectores que forman parte de la sociedad ante un creciente blanqueamiento,[2] elitismo y expresiones de desigualdad, como resultado de un sistema meritocrático en los exámenes que regulan el acceso a la enseñanza superior.

Recientes investigaciones sociológicas dan cuenta de una sub-representación de personas negras, miembros de la comunidad LGBTIQ+, entre otros grupos marginalizados,[3] también ausentes de visibilidad en los máximos cargos de las organizaciones estudiantiles.

– Insertar la participación de estudiantes y profesores en la elección de los rectores y dirección de los claustros universitarios.

– Promover nuevos espacios de acción popular y movilización autónoma, de manera que permitan quebrantar los resortes que subordinan las actividades de la FEU hacia mecanismos de la institucionalidad que laceran el vigor y la iniciativa estudiantil.

La implementación de estas propuestas, entre otras iniciativas que surjan del espacio universitario, generaría mejores condiciones para el ejercicio de la crítica de los futuros profesionales, al tiempo que fortalecería el funcionamiento democrático de sus organizaciones representativas.

De consumarse, esto abriría marcos autonómicos más adecuados para la expresión de su colectividad, de modo que sea posible establecer una funcionalidad más acorde con las dinámicas e intereses de la juventud, en su relación simbiótica con las instituciones del estado y las necesidades inminentes de la nación.

***

[1] En la historia de la FEU después de 1959, varios de sus principales dirigentes fueron destituidos por actos de corrupción en el desempeño de posteriores responsabilidades gubernamentales, entre ellos: Carlos Lage Dávila, Roberto Robaina González, Felipe Pérez Roque, Otto Rivero Torres y Carlos Valenciaga Díaz.

[2] Serafín (Tato) Quiñones: «Sobre el blanqueamiento en las universidades cubanas», en Afrodescendencias, Aurelia Ediciones, España, 2019, pp. 140-144.

[3] Yulexis Almeida Junco: «Educación superior, género y color de la piel: Una breve reflexión sobre la implementación de políticas de amplio acceso en el contexto cubano, en Cuban Studies, no. 48, University of Pittsburgh Press, 2019, pp. 109-128.

6 octubre 2021 19 comentarios 3,3K vistas
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