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opinión política cubana
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Autor

Alejandro Muñoz Mustelier

Alejandro Muñoz Mustelier

Escritor y profesor, Máster en Lingüística

mipymes

MIPYMES: licencia para hacer

por Alejandro Muñoz Mustelier 27 noviembre 2020
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Hablemos de MIPYMES. La opción cero consistía en declarar un estado de «sálvese quien pueda», «búsquese la vida», «cace su comida», «acarree agua desde un río y quite los marcos de puertas y ventanas para hacer leña, alumbrarse y cocinar». Puede parecer la trama de un libro post apocalíptico, pero en la década de los noventa estuvimos a un paso

¿Por qué nos salvamos? Porque el país se reinventó, se implementaron nuevas política económicas: primero, la inversión extranjera y la total apertura al turismo; luego, la legalización de unos pocos negocios por cuenta propia, y, cuando hizo falta, la ampliación de ese trabajo hasta convertirlo en un cuasi sector económico.

Fue una evolución progresiva y necesaria, que se iba renovando a medida que hacía falta, una revolución en la economía hasta ese momento híper-regulada y centralizada de la Isla. Pero en algún momento se detuvo la inventiva y, aunque hacía falta y las fuerzas productivas estaban maduras y la psicología individual estaba lista, no se dio el siguiente paso, ese que pudiera ayudar a convertir la economía cubana en economía funcional: la implementación de un verdadero sector privado, encarnado en las micro, pequeñas y medianas empresas, o MIPYMES.

No se trata de un tema actual ni surgió de la crisis generada por Trump y el coronavirus –o Coronatrump directamente–, sino que es un tema más antiguo que el patógeno y el magnate –valga la redundancia–, y que, con la tragedia económica devengada, toma vigencia nuevamente. Es necesario repensar nuestras formas de gestión y las MIPYMES son una respuesta lógica y una evolución natural a lo que se ha venido haciendo en Cuba en materia económica, porque estas no entran en contradicción con el modelo socialista, al contrario, pueden aportarle mucho.

No se trata de potenciar una oligarquía ni fundar grandes consorcios privados. Las MIPYMES pueden dividirse en tres grupos: microempresas, con sólo 10 trabajadores; pequeñas empresas, que pueden emplear hasta 50 trabajadores; y mediana empresa, que pueden tener en nómina hasta 250 empleados. ¿Por qué no se implementa esta forma de gestión?

Quizás sea temor gubernamental. Si es así, es un temor basado en la política y no en la economía –sin desestimar la primera–. A la vez, los medios de difusión nacionales promueven comprensibles campañas a favor del trabajo digno y honrado y del crecimiento económico que este traería a la sociedad, pero en Cuba actualmente existe un proto-modelo del sector privado, muy rudimentario, llamado trabajo por cuenta propia (TPC), que no tiene la capacidad de ofrecer desarrollo económico real al país porque, amén excepciones –y las hay–, el trabajo por cuenta propia no rebasa lo micro, ni tiene una perspectiva de desarrollo más allá de la subsistencia.

Por demás, no logra el abaratamiento de los costos, ni la generación progresiva de ingresos. Entonces, el TCP tiene una influencia muy limitada en el crecimiento económico nacional.

Una de las cosas que más lastran esta forma de gestión es el sistema de licencias, restringido y muy caprichoso, ya que la emisión o no de estas, muchas veces obedece a misteriosas políticas estatales y no a la importancia de la misión social de un negocio o a la generación de bienes.

Así sucede que si se te ocurre una idea o un producto innovador que cubrirá una demanda y aportará al país por concepto de bienes, impuestos y puestos de empleo, debes cruzar los dedos de las manos para que esté tipificado en la lista de licencias. Si lo está, cruzar entonces los dedos de los pies para que no esté sujeta a restricciones. De lo contrario, ¡quieto!, o estarás contraviniendo leyes y serías, por definición, en vez de un emprendedor, un delincuente. Así de escuálida es la frontera entre los dos términos.

Por otra parte, el sector estatal tampoco es todo lo productivo que pudiera. Para empezar, cuenta con un superávit de trabajadores, y este es uno de los pocos casos donde superávit no significa nada bueno. Este exceso de plantilla quedó demostrado con el advenimiento de la epidemia –la viral, no la presidencial republicana– cuando quedaron cesantes temporalmente centenas de miles de trabajadores –con remuneración, por supuesto– y el aparato estatal siguió funcionando como antes.

Claro que cantidad y calidad aquí son términos sin relación alguna y se pagan miles de salarios de más y a cada trabajador estatal, según la matemática euclidiana de pañoleta azul, le tocan miles de pesos menos.

Este exceso de nóminas saltará con la inflación resultante de la unificación monetaria, que obligará a las empresas estatales a prescindir de muchos trabajadores. Por supuesto, la política no puede ser tirarlos a la calle, el deber estatal sería ofrecerles ayuda económica y, en resumen, seguirían siendo asalariados del Estado, vía seguridad social, con la curiosa característica de que no trabajarían.

La implementación de las MIPYMES podría emplear a esta masa laboral, experimentada y en muchos casos con altos niveles de formación –incluso el proto-sector del TCP, con todas sus limitaciones, redujo el clásico empleo estatal a un 75% en sólo una década–. A la vez, los trabajadores que queden en el sector estatal podrán asumir de forma menos traumática la inflación, ya que la remuneración por su trabajo se incrementaría al disminuir la responsabilidad estatal de pagar miles y miles de nóminas improductivas.

En esencia, uno de los mayores beneficiarios de la completa implementación de las MIPYMES sería el propio Estado. Se establece aquí una relación simbiótica entre ambas formas de gestión que se aleja mucho del pensamiento tradicionalista que opone lo estatal a lo privado.

Las MIPYMES pueden llegar a ser generadoras de innovación científica y grandes bancos de soluciones en cuya búsqueda se desangra el país, muchas veces sin encontrarlas, con un coste económico y político prohibitivo y, en este momento, peligroso. Manejar hasta sus últimos resquicios las redes gastronómicas y comerciales; ser el responsable de cada complemento, objeto y pieza, no debe ser –excepto donde sea pertinente– la labor del Estado.

He aquí la causa de una hemorragia que luego se nota en la anemia de sus verdaderas responsabilidades, a saber, la salud, la educación, la seguridad social, la explotación y el manejo de los recursos del país, la industria farmacéutica, el medio ambiente, la seguridad de sus ciudadanos.

La implementación completa de las MIPYMES puede liberar a la dirección del país de deberes fútiles y reorientar la voluntad política y las cuentas nacionales hacia donde pueda potenciar con más eficacia el socialismo, que no es precisamente en una cafetería, ni en una fábrica de conservas. He ahí otro aspecto a tener en cuenta a la hora de hablar de simbiosis y sinergia entre las formas de gestión.

El tema no es que el Estado cubano considere al mercado como protagonista de la economía. Sería una contradicción con el modelo socialista, además, el rotundo fracaso del Bloque del Este, mal aplicando este híbrido –con más política entonces que economía– les sirvió de ejemplo a los legisladores y economistas cubanos para saber lo que no se debe hacer. 

No obstante, no parece haber tal contradicción entre el modelo socialista y las formas de gestión de las MIPYMES, que sí han mostrado excelentes resultados en otras partes del mundo, tanto en países socialistas como capitalistas. Por supuesto, estos países responden a otras realidades y la implementación de esa forma de gestión encierra ciertos peligros, como el del surgimiento de una pequeña burguesía, por ejemplo.  

Es algo que debe manejarse con inteligencia, pero es mucho más peligrosa la burguesía informal e invisible que ya existe, cuya única materia prima es la incómoda posición económica en que se encuentra el país desde hace décadas, la improductividad, el desabastecimiento. Entonces, lo ideal, lo inteligente, lo justo, sería quitarles la materia prima, desabastecerlos, y si de tipificar licencias se trata, tipificar una sola: la licencia para hacer.

27 noviembre 2020 8 comentarios 793 vistas
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Las Redes de Platón

por Alejandro Muñoz Mustelier 18 noviembre 2020
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

La percepción de la realidad es una de las preocupaciones vigentes del ser humano. La cantidad de realidades posibles y la capacidad o incapacidad del individuo para percibirlas en su justa medida son las principales interrogantes en este sentido. Lo cierto es que, si bien siempre ha sido asunto de filósofos y pensadores, la contemporaneidad ha insertado al resto de la ciencia en la cuestión: psicólogos, neurólogos, físicos y sociólogos.

Es un hecho científico que entre nuestra interpretación de la realidad y la realidad en sí, media nuestra subjetividad. Por eso cada cual la aprecia con matices propios, lo que no significa que todo ser humano perciba su realidad particular y viva en un mundo imaginario –quizás sí frente a un cuadro de Miró, pero no en asuntos de la vida diaria–.

La ciencia y la filosofía han llegado a consensos respecto al tema y todo el mundo contento: he ahí la realidad, y he aquí las subjetividades que le dan sus tonalidades individuales. Pero ¿qué pasaría si cada individuo tuviera la capacidad de generar realidades concretas, todos los días, todos los minutos? ¿Y qué pasaría si esas realidades generadas por un individuo fueran irreconciliables con las del otro? ¿Y si multiplicáramos las contradicciones entre realidades por algún número entre dos y siete mil millones?

Si bien la religión –al menos en Occidente– tuvo su milenio de fama en la explicación de la realidad, hoy el tema lo llevan los tecnócratas, ejecutivos y políticos, porque esta es una fuente de poder inagotable y debe estar al día su explotación. Para su diseño se han basado en los errores del pasado y han aprendido que no hay que intentar explicar una realidad conveniente a base de mentiras o eufemismos, porque ocurre una singularidad: indefectiblemente, la sociedad termina cansándose de esa «realidad impuesta».

Los nuevos administradores han aprendido a usar la misma singularidad en un diseño fresco: no explican la realidad, sino que inducen a cada cual a crear la suya propia. Sí, nadie se revela ante su propia creación. Ya este concepto andaba rondando al ser humano desde la Caverna de Platón, aunque quizás la saga de La Matrix, por contemporánea, sea la obra que mejor se aviene a nuestra actualidad, con la excepción de que en esta cada individuo tiene su propia Matrix, hecha por él mismo. Si las máquinas de la película de los hermanos Wachowski tuvieran este diseño, otro gallo hubiera cantado para los héroes de la cinta –un gallo mecánico quizás–.

Nada ni nadie puede competir en materia de interactividad y generación instantánea de opiniones con las amistosas plataformas de las redes sociales y sus interfaces tan cómodas. Nadie, ni la televisión, ni la radio, ni el cine, ni los periódicos –aunque sean digitales–. De hecho, estos medios clásicos tienen sus propios espacios dentro de esas redes sociales. Ellas, tanto como los motores de búsqueda, están escritos con algoritmos inteligentes, idóneos para seguir los gustos e intereses de los usuarios, y son capaces de crear complejos perfiles psicológicos en pos de ofrecer a la gente una experiencia más rápida y personalizada.

He aquí un término a tener en cuenta: personalizada. Hasta ahora ha sido sinónimo de comodidad y contra él nadie puede levantar la voz, porque lo personalizado es bueno, tan bueno que responde a los intereses de uno mismo, y quién mejor que uno en materia de intereses. Pero ese asunto de la personalización llega a extremos de, incluso, personalizar las noticias y toda la información recibida del mundo exterior. Casi parecen preguntar: «¿Qué te gustaría que fuera verdad?».

Si eres seguidor de las tendencias culinarias, pues tus motores de búsqueda y tus redes sociales –que parecen algo distinto, pero no lo son tanto– inundarán tu computadora o teléfono con información relativa a estas cuestiones. No obstante, si además eres vegano y alguna vez expresaste tu preocupación ante el daño que causa el consumo de carne, pues muchas de las publicaciones que verás responderán a esta inquietud. No importa la veracidad, el caso es que resulta de tu interés y ahí te va. Entonces se habrá creado a tu alrededor una muralla de información, una realidad diseñada por ti y ajustada a tus intereses de la que no puedes defenderte. En el ejemplo anterior no hay mayor daño que una dieta incompleta, porque la carne es buena –lo dicen algunas de las páginas de Facebook que sigo–.

Otro cándido ejemplo, casi una reducción al absurdo, es la renacida teoría del terraplanismo. Si buscas información sobre el tema, los algoritmos empezarán a enviártela y a sugerirte páginas, sitios y especialistas en la materia. Abrir estos enlaces implica que la cantidad de información que recibirás en el futuro sobre el tema sea mayor. Al cabo del tiempo estarás inmerso en un mar de fundamentos terraplanistas, y como reza un dicho muy cubano, el roce hace el cariño. En este ejemplo el daño es que pudieras creer en una teoría que incluso en el medioevo era bastante tonta. La Tierra es esférica –esto no lo leí en Facebook–, lo veo cada día, a la vieja usanza, mirando por la ventana libre de Microsoft que hay en el cuarto.

Pero hay ejemplos actuales que lamentablemente no son tan cándidos. Para los seguidores de Trump resulta un enigma inexplicable el hecho de que uno de los presidentes más populares y bonachones de la historia de Estados Unidos, el hombre que estaba a punto de acabar con todos los problemas de la nación, el sincero, el fuerte, el amigo de los afroamericanos, no ganara las elecciones. Las miles de páginas de Facebook y perfiles de Twitter, los cientos de canales en Youtube que les fueron sugeridos a los seguidores del casi expresidente, les mostraban a un hombre así.

Por otra parte, también presentaban a un contrincante más que demócrata y también magnate, izquierdista, listo para poner fin a la libre empresa americana y dejar entrar a todos los enemigos del país, acercando a la nación al socialismo y con ello a la destrucción.

Es el enfoque que este tipo de usuarios consume y a la vez genera en las redes, en una especie de retroalimentación que nada tiene que ver con la realidad. Pero la personalización es mucho más precisa de lo que pensamos si vamos a lo particular: los votantes de Trump en Miami, específicamente dentro de la comunidad cubanoamericana, han dibujado su realidad con elementos auténticos, porque Biden, además, es comunista, tiene vínculos con los Castro y con Maduro, y todo es una conspiración para llevar a «América» el virus de las dictaduras, la escasez y la falta de libertad. Para ellos eso es real, lo ven todos los días en sus dispositivos móviles o en las pantallas de sus computadoras. Es la realidad.

Tampoco están equivocados los afroamericanos que culpan al casi expresidente de todo el racismo que los maniata como seres dignos, a pesar de que el racismo en ese país es sistémico e histórico. Ellos también ven a Trump desde sus pantallas como la encarnación de toda discriminación. Para ellos es real.

El tema entonces radica en cuántas realidades hay: parece ser que una por habitante, a gusto del usuario. Los efectos de esta personalización están siendo muchos y devastadores, porque a pesar de todas estas realidades personalizadas, existe una legítima que se va perdiendo de vista. Pero quizás el efecto más terrible sea la polarización, la constancia casi bíblica de que «Yo tengo la razón, porque todo lo que es audible o visible desde la pantalla lo está gritando». ¿Es que no lo ven? ¿Son ciegos?

De la polarización, de la necesidad de defenderme de esa otra gente que está tan equivocada, surge la violencia, los rifles de asalto y una bala reveladora que al final explica que la muerte no puede ser personalizada, es una realidad invariable y para siempre. Todo esto ya lo hemos visto en una misma nación, y ahora, por vez primera, las elecciones son asumidas como una guerra civil, desplegando la Guardia Nacional y tapiando las vidrieras de los negocios.

Nunca antes en la historia estuvimos tan polarizados y tan seguros de nuestra realidad. Nunca hubo tantas facciones políticas, sexuales, deportivas, culinarias y filosóficas chocando, temblando de rabia por la mera existencia de la realidad del otro, tan equivocado. Por supuesto que las redes sociales no son la simiente de todo el mal, son sólo una herramienta bien calibrada que puede exacerbar la polarización y el extremismo.

Quienes diseñaron estas redes quizás no tenían otro propósito que la comunicación y la concordia, y para eso sirven también, porque en ellas hay una utilidad que puede potenciar el desarrollo de la sociedad. Pero quienes las administran ahora mismo tienen un solo objetivo, ajeno a la política, la sexualidad, la culinaria: aumentar el tiempo que pasamos en ellas, porque cada segundo les genera dinero. Por eso, nos hacen sentir cómodos, que el mundo que vemos ahí sea lo más parecido a nosotros posible.

Entonces es muy fácil hundirnos en esa realidad personalizada, como prisioneros en la Caverna de Platón, luchando a muerte por imponer nuestro criterio sobre qué cosa es esa sombra que se mueve en la pared, sin reparar en el hecho de que, curiosamente, esa sombra se mueve a la par de nosotros.

18 noviembre 2020 8 comentarios 322 vistas
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enrique colina

Enrique Colina y los críticos del hortelano

por Alejandro Muñoz Mustelier 30 octubre 2020
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

La muerte de Enrique Colina es un golpe para el cine y la crítica cubana. Pocas veces se ha visto en la televisión nacional forma tan eficiente y amena de diseccionar una película, con la objetividad a que el oficio obliga, ni la motivación a consumir cine de quienes seguían su programa. Salvo excepciones, quizás profesionales así estén extintos porque la relatividad del arte existe en su misma esencia y de ahí se agarran la mediocridad y la corrupción para hacer de las suyas, alegando que no hay arte malo, sólo arte, de modo que ponderar esta u otra obra depende de la subjetividad del individuo.

Si fuera así, todos los críticos podrían tomarse la vida sabática o probar suerte en otros campos más útiles: la cienciología, las artes adivinatorias, el estudio de la hidrología del Sahara. Por suerte no es así, ya que el arte, como sistema al fin, puede ser sistematizado, de ahí que existan academias, teorías y movimientos, y que la calidad o trascendencia de una obra sean palpables. Por eso la crítica es un elemento esencial en el desarrollo y consumo del arte, y Enrique Colina fue uno de sus mejores representantes.

Del mismo modo que la competencia -leal y justa- impulsa las economías, estableciendo puntos de referencias y saltos de calidad, la crítica logra asentar un precedente de calidad tanto estético como discursivo. Pero en los medios estatales cubanos, la crítica se ha tomado tan a pecho lo relativo del arte que incluso el mismo Marcelito Duchamp, al que le importaban nada el talento y la formación, hace muecas de asco. 

Esta relatividad a la hora de ejercer la crítica en Cuba se traduce en el ejercicio de validación de cualquier obra y de la legitimación mediática de los artistas atendiendo a afiliaciones institucionales, preferencias políticas o contactos -entiéndase palancas- que tengan. Nada tiene que ver con hacer disecciones estéticas serias, ni con orientar al público hacia el consumo de lo mejor de cada manifestación.

Esta crítica nacional es extremadamente inclusiva y es incapaz de evaluar con objetividad ya que está sujeta al presupuesto ideológico de defender lo propio, tomando en cuenta como tal a todo lo que surja de artistas inscritos en instituciones estatales, o sea, hacer una crítica objetiva, donde algunos salgan mal parados, sería devorar a los hijos al modo de Saturno. Por eso la prensa plana rebosa en elegías, panegíricos y alabanzas o lo contrario, en muchos casos se limitan a reseñar las obras.

La crítica se mueve entre la brevedad pobre de juicio, y un barroquismo técnico que deja afuera al público, como si el objetivo para el crítico fuera demostrar su dominio del tema, volviéndose endógena. O sea, estas críticas ultra especializadas sólo son material para los críticos mismos, ya que a veces ni los propios artistas alcanzan a entenderla. ¿Es su objetivo dejarnos a todos fuera? Enrique Colina no hacía así.

En cualquier caso, nos quedamos fuera, nos interesa un comino la mayoría de estas opiniones sosas o muy edulcoradas y seguimos forrajeando por aquí y por allá, como recolectores paleolíticos, un poco de “buen arte”. Por ejemplo, una noche en el teatro -y aquí hay mucho teatro- se vuelve incluso emocionante cuando, frotándonos las manos, preguntamos “qué me tocará, qué me tocará”.

Luego toca una obra que se aleja de nuestro gusto y ya lo emocionante se vuelve frustración, porque ir al teatro es de hecho un juego a la ruleta rusa, es apostar por todo lo alto- aunque las apuestas sean ilegales-. Sucede porque para los medios todas las obras son loables; las escenografías, impecables; y el argumento, inolvidable. Aquí yace el fenómeno de lo endógeno: al crítico mediocre de teatro le parece que una obra de teatro que hable de teatro es sumamente interesante –la repetición viene al caso-.

El cine también sufre del “trabajo” de la crítica, porque a pesar de que las muchísimas salas se mantienen vacías casi todo el año, si por arte de utopía el público se decidiera a asistir regularmente, no tendría otra orientación cinematográfica que la que reciben de uno o dos programas televisivos -estas son las excepciones-, a saber, La Séptima Puerta, Cuadro a Cuadro, Historia del Cine y las de otras latitudes llegadas en el El Paquete, o Netflix, que aunque a veces puedan ser críticas plausibles, toman de base a otro público y otras realidades.

Pero el problema no es sólo la ausencia de una crítica seria y objetiva así, por complacencia estatal, sino la existencia de la otra, la de los Carteles, las piñas y las mafias blancas, el intercambio de influencias y el contrabando de alabanzas. La televisión y la radio, por su inmediatez y masividad, quizás sean los medios más propensos a este fenómeno. El espacio que tuvo Enrique Colina en nuestra televisión fue la excepción, no la norma.

Aclaro que la cartelización de la crítica no es un problema sólo de Cuba, pero lo normal sería que hubiera, además de estos comerciantes de la opinión, un núcleo duro, consistente e imparcial como referencia, y aquí este núcleo, si existe, es invisible. Estará sentado en las academias, o criticando desde medios artísticos online, alternativos, desapercibidos para la mayor parte del público que sigue teniendo en la prensa plana, la radio y la televisión su pan de cada día.

Lo curioso es que el arte mismo ha superado a la crítica en su primaria función de criticar. Abel Prieto, ex Ministro de Cultura, dijo que “hacer crítica al sistema desde el arte era un acto revolucionario” y el arte, quizás la actividad creativa humana más perseguida de todos los tiempos, ha logrado en la Cuba actual un cambio de rumbo para empezar a ocupar su papel cuestionador y crítico de la sociedad, la política, el humano en sí. Entonces, ¿por qué la mismísima crítica de arte obvia descaradamente su principal objetivo? Hacen falta más críticos como Enrique Colina, que no temía a cumplir su parte.

Ya es hora de crear espacios donde se diseccione de verdad el arte, se hagan visibles las críticas a libros cubanos, y así los libros mismos, sin presuponer que porque hayan sido lanzados -más bien, arrojados sin ganas- por editoriales nacionales, hay que alabarlos; donde al fin haya sinceridad con la música, y no se cambien adjetivos lisonjeros por ceucés –pronto por ceupés-, aunque esto deforeste el panorama musical cubano y queden en desuso muchas latas y palos.

Donde cualquier creador de performances no llegue a la gloria tomando las mismas latas y palos para hacer una instalación; donde se sepa bien a dónde mirar, qué esperar, porque a pesar de que para gustos los colores, necesito saber el color para ver si va con mi gusto, y así evitar la monocromía cultural en que se está sumiendo la isla.

En esencia, es necesario abrir camino a la crítica de arte real, porque no es un problema de ausencia de críticos profesionales: desde los artículos académicos hasta los medios alternativos se puede observar una profusión de trabajos bien pensados, objetivos y orientadores, y haciendo la salvedad de algunos críticos de medios estatales, como Rolando Pérez Betancourt, Mario Masvidal, o los fallecidos Rufo Caballero o el mismo Enrique Colina -aquí faltan algunos-, lamentablemente la visibilidad de las críticas de calidad, y por consiguiente, de las obras y artistas en cuestión no es óptima.

Sigue la mayoría del público en el forrajeo, usando las referencias elementales como opiniones de amigos y vecinos o apostando a portadas a la hora de leer un libro, a carteles a la hora de ver una obra de teatro, y a Carteles a la hora de entender los valores musicales de alguna canción. Mientras, los espacios nacionales -radio, televisión y prensa plana- siguen ocupados por la Crítica Relativista Hortelana, que ni critica, ni deja criticar. Sí, la muerte de Enrique Colina es un golpe para el cine y la crítica cubana.

30 octubre 2020 6 comentarios 287 vistas
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El maíz de Troya

por Alejandro Muñoz Mustelier 20 octubre 2020
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Si se hace un recorrido por nuestra historia reciente, la alimentación siempre ha estado en el centro de la problemática nacional, es más, la cuestión del alimento siempre ha tenido visos de poema épico griego, con miles de versos y decenas de años de alabanzas y combates, pero en estos poemas al final se logra un cierre, y el caso está en que nuestra propia Ilíada parece no tener fin, porque no hay un caballo a la vista, ni un augur que recite una profecía con la misteriosa fórmula para entrar a Troya.

Tanto tiempo ha pasado en que el desabastecimiento es norma, que a veces incluso nuestra épica tiene matices de humor –o los tuviera si fuéramos observadores distantes- cuando algunos productos parecen incluso turnarse para desaparecer de los mercados y mantener el status quo de incompleto que rige la canasta alimenticia del cubano. Mientras, la muralla sigue ahí, indemne. ¿Es que no había una profecía en la que -después de todo- lograríamos tener soberanía alimentaria?

Temiendo al “después de todo”, porque la existencia es finita y el cansancio no, parece que el país ha optado por una solución internacional y controvertida. El CIGB (Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología), institución bien conocida por su actuales investigaciones en torno al virus causante de la Covid 19, y por otros increíbles aportes en materia de salud, ha obtenido, probado y ampliado la producción de semillas de maíz híbrido transgénico.

Se supone que estas semillas sean favorables para la producción de la gramínea. Lo cierto es que el uso de estas semillas es casi una generalidad en el mundo, también son bastante controvertidos sus efectos, al fin y al cabo, se trata de introducir en el genoma del maíz, genes exógenos –de otros organismos- para mejorar sus características. Entre los argumentos que usan los detractores de estos productos están el desarrollo a largo plazo de ciertas enfermedades –alergias e intolerancias- por parte de los consumidores; el desarrollo de características completamente ajenas a su naturaleza, y que pueden resultar indeseables; el desplazamiento del resto de las especies al ser los organismos transgénicos más resistentes; y el desarrollo de resistencia por parte de las plagas.

Cuando pensamos en este tipo de alimentos, por supuesto, nos acordamos de corporaciones como DuPont, Bayer, y Monsanto, el ejemplo por antonomasia de la práctica irresponsable de la ingeniería genética,  lo cierto es que no hay un solo tipo de organismo transgénico ya que su diseño responde a los intereses de quien lo produzca y un buen diseño resultaría beneficioso al ofrecer un mayor volumen de producción, lo que hace posible asignarles menos tierra a estos cultivos. Por otra parte el número y la cantidad de sus nutrientes pueden ser personalizados a conveniencia, favoreciendo a distintos grupos de consumidores. Además de ser producidos en mucho menos tiempo, se conservan por largos períodos sin descomponerse –si tenemos en cuenta la ineficiencia en nuestras redes de distribución, esta característica es invaluable-, sin hablar de la resistencia a las sequías y las plagas –cosa importante a la hora de sembrar en suelo nacional-.

Según Granma, Las semillas de maíz híbrido transgénico a las que se refirieron el Presidente y el Primer Ministro en un encuentro con científicos y productores del Programa de Soberanía Alimentaria, son resultado de tecnología nacional, por tanto además libera al país de cargas de importación, y pueden producir hasta nueve toneladas por hectárea.

Pero que a nadie se le haga la boca agua ante la idea de saborear las combinaciones genéticas de este maíz, los consumidores serán, por lo pronto, los animales de cría, el ganado, o sea, las prestaciones de esta semilla debieran verse relejadas en la producción de carne, el talón de Aquiles de nuestro poema épico por la comida. ¿Serán estas semillas el caballo de Troya que tanto hemos esperado? ¿Se cumplirá la profecía en lo transgénico? Lamentablemente no, tampoco podemos salivar pensando en la carne, las semillas del CIGB son sólo un pedazo de madera, muy pequeño, con el que empezar a armar el caballo.

No importa cuánta ciencia le pongamos arriba a la alimentación, nuestro problema es aún mayor e incluye formas de producción y distribución ineficientes que nada tienen que ver con las ciencias biológicas o el uso inteligente de la genética, grandes cadenas de intermediarios, abandono del campo, tierras yermas, la escasez como estrategia y modo de vida de algunos sectores e individuos. Por eso además de los augures de la ciencia, necesitaríamos con urgencia que los augures de las legislaciones, la economía y la administración profeticen en torno al problema épico de la alimentación, para que al final también los precios y la abundancia, sean transgénicos.

20 octubre 2020 9 comentarios 172 vistas
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Quédate en Kafka

por Alejandro Muñoz Mustelier 14 octubre 2020
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Quédate en casa. Es comprensible, es nuestro deber evitar contagiarnos, contagiar, y terminar con este estilo de vida alienante. Sin problemas, muchos lo entienden, quédate en casa, pero, en qué casa.

Las condiciones de la vivienda en la capital logran que sea insostenible para centenas de miles de personas pasar la mayor parte del tiempo en el hogar. Muchísimos habaneros no saben de qué hablan los anuncios televisivos que muestran habitaciones espaciosas y poca gente en convivencia. No. Su quédate en casa está marcado por hacinamiento y condiciones habitacionales desfavorables. Aunque el aislamiento social obedezca a una causa mayor, el tema de la vivienda debe ser tomado en cuenta no sólo en el período de cuarentena. Más allá de virus y del distanciamiento, antes de que el patógeno llegara y cuando se haya ido, es quizás este el mayor problema que enfrentan los cubanos.

El déficit y el mal estado de las viviendas tiene consecuencias que atraviesan casi todo los aspectos de la vida y el desarrollo del ser humano, desde problemas intergeneracionales, hasta altísimas tasas de divorcio, pasando por la ausencia de la más mínima comodidad y la imposibilidad de ejercer con plenitud la libertad de casarse, tener privacidad o divorciarse sin que una operación simple como es la división de números enteros, se vuelva un problema de física cuántica. No por gusto el tema se encontraba y se encuentra en nuestra Constitución misma, porque es un derecho a la dignidad.

Pero todos los mencionados son problemas menores si los comparamos con las más duras experiencias que en este sentido sufre la sociedad, sobre todo la habanera, y que consisten en perder, por derrumbe, una vivienda: el desarraigo total y- legalmente sustentado- hacia los conocidos albergues, tristemente célebres por superar a muchas prisiones en materia de precariedad y tiempo de sentencia, porque ser enviado a uno de estos lugares es una pena de hasta 20 años para ciudadanos de casi cualquier estrato, profesión, y de cualquier edad, cuyo único crimen es que los cimientos de sus hogares no hayan aguantado, como reza el dicho, ni una mentira más. Al menos las prisiones convencionales no guardan menores, y casi siempre el recluso ha recibido un juicio justo. En Cuba hay 45 mil familias en estos albergues, 44 mil son de La Habana.

La vivienda en Cuba socialista y las reformas estructurales

Puede parecer hiperbólico, ojalá lo fuera, pero no; de lo contrario, por qué hay otros miles de personas que prefieren quedarse en sus edificios una vez declarados inhabitables, aun a riesgo de su propia vida, evitando así a toda costa ir a los susodichos albergues donde ya hay 130 mil personas, y de donde sabe la gente de cierta edad, que quizás no viva para ver su problema resuelto. Algunos logran que se les reubique, y entonces hay otro barrio, otra escuela, otros vecinos y en general, una vida reiniciada, un desde cero; y estos son los venturosos. Los menos afortunados tienen un destino mucho menos soluble en adaptación, uno que va en contra de todas las políticas del Estado, de los eslóganes, de la esencia misma del sistema socialista.

Sin ir más lejos, el 28 de septiembre hubo un derrumbe en un edificio, el 319 de la calle Amargura, en La Habana Vieja Vieja, el saldo fue de varios heridos y un fallecido. Los grupos de rescate llegaron inmediatamente, ya son grupos acostumbrado a trabajar en este tipo de eventos, como siempre hicieron lo mejor que pudieron. Los heridos fueron puestos en manos del personal de salud, en hospitales donde se hizo de todo por cuidar sus lesiones, como es costumbre en nuestra sociedad, pero a los que pierden la vida en este tipo de sucesos no les sirve de nada la salud gratuita, ni el altruismo y profesionalidad de los médicos, sus vidas estaban en manos del altruismo y la profesionalidad de otros expertos que no son altruistas ni profesionales.

No es primera vez que algo así ocurre en La Habana, es más, se ha vuelto común: basta una semana de lluvia, seguida por algunos días de sol, porque de los 854 edificios en estado crítico que hay en el país, 696 están en la capital, o sea, el 81%, tradúzcase a 7000 apartamentos en condiciones críticas muy a pesar de la Ley No. 65: Ley General de la Vivienda, y de la Política General de la Vivienda para el período 2016- 2021.

¿Quiénes son los culpables? Todos menos los cimientos que ceden y la gente que pierde su vivienda. Pero hay algunos que vale la pena destacar: por supuesto que la falta de fondos y el bloqueo, lo digo sin ironía; además las políticas tibias desde hace años para resolver un problema que es el más grave a mi consideración en el desarrollo del bienestar individual y colectivo; pero el más preocupante es la corrupción, por supuesto. La cartelización casi mafiosa que ocurre desde las tiendas de materiales de la construcción hasta las Oficinas de Vivienda, porque en muchos, muchos casos incluso estando asignado los fondos, las obras no se llevan a cabo en edificaciones perfectamente salvables, y, cuando a fuerza de pasar el tiempo y llover reclamos “aparecen” los materiales, ya es demasiado tarde, el edificio es declarado inhabitable y toda la familia tiene que irse por muchos años a la prisión del albergue, -esto también es una forma de desahucio- a olvidar toda una vida, los amigos del aula y los vecinos de siemprea.

Reportan otra muerte por derrumbe en La Habana Vieja

Lo expuesto no es uno de esos saberes populares, que se saben y ya –aunque también-, no es ético andar acusando a instituciones a diestra y siniestra, por eso era menester buscar una muestra, una prueba, y como están tan a flor de piel, tan a vuelta de la esquina, y alarmantemente tan donde quiera, no fue difícil encontrar una, dos, veinte; el edificio 1164 de la calle 21 del Vedado, por ejemplo, hogar de 11 menores de edad y 14 ancianos. Sus vecinos han agotado los medios formales –los únicos que conocen- para llamar la atención de las autoridades sobre el inminente peligro que representa el estado constructivo del inmueble. Lo han venido haciendo antes de que el peligro fuera inminente, cuando una inversión mesurada en el 2007 podía resolver el problema.

Pero las Oficinas de Vivienda tienen caminos inescrutables, bolsillos profundos, autómatas en plantilla; entonces han escrito muchas cartas más: el 4 de octubre de 2012 elevaron una al presidente de la República, el 15 de noviembre a la Primera Secretaria del PCC Provincial, el 26 de marzo de 2019 al Secretario del Comité Provincial del PCC, el 25 de septiembre de 2020 a Atención a la Población del Consejo de Estado.

A veces las instituciones responden, sí, hay un plan para el edificio. Luego resultó que no había ninguno, y luego resultó que el plan era el de demolición. Tres versiones, ninguna solución. En el 2016, cuando por fin parecía que se iban a efectuar reparaciones, Las Oficinas de Vivienda alegaron que se habían robado las hojas donde aparecían los datos de la obra. Parece una obra de Kafka, pero lo es: tantas instituciones, tantas siglas, tantos funcionarios que se “personarán” con rostro compungido -como quien de hecho tiene la capacidad de sentir dolor- cuando la estructura no aguante más, y haya que explicarle a la prensa qué ha pasado.

Y lo que ha pasado es que se les viene avisando, casi gritándoles en los oídos que arreglen un problema salvable, entonces, la respuesta no debe ser esperar a que sea insoluble para, cómodamente, ya no hacer nada, y palmear el hombro desdichado de las personas que han creído y confiado en los mecanismos y las vías del sistema cubano, y verlas quedarse sin hogar, mientras la televisión nacional repite que lo que hay que hacer es, por tu salud, y la de tu familia, quedarse en casa.

14 octubre 2020 6 comentarios 137 vistas
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El magnate en el tejado

por Alejandro Muñoz Mustelier 24 septiembre 2020
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Podría tener su propio juicio en Nuremberg y su estrella en el paseo de la fama de Hollywood. Podría tener su propio programa televisado, quién sabe, un show amarillista con toques de humor negro. En su personalidad se combinan la irreverencia de un artista adolescente y la dureza de un militar. Posee la capacidad de combatir a los supervillanos, también de crearlos, y en general de mantener el mundo a salvo; el mundo para él es ese espacio que abarca la vista cuando se para en lo alto de su torre, por eso además se parece a los caballeros medievales. Es único, mediático y racialmente correcto, es lo que todos esperaban, ahora y aquí, en carne y valiosos huesos, su candidato, el revolucionario Donald Trump.

Pero para que haya una revolución tienen que haber oprimidos y opresores. Según él los hay, opresores como el partido demócrata, títere secreto del comunismo. Los oprimidos son esa gran mayoría silenciosa, según sus mismas palabras. Esta “mayoría silenciosa”, según The Hoover Institution es más vieja, menos educada y menos rica que el promedio de la población estadounidense. Sólo el 19% son universitarios y más de un tercio gana menos de 50000 al año. Son pesimistas en cuanto al futuro del país y están resentidos con el expresidente Obama. Y tiene lógica que esta “gran mayoría” apoye al candidato del partido republicano, su realidad se ajusta al discurso de justicia y cambio que ofrece. Pero si sus seguidores fueran sólo los blancos de pocos ingresos y bajo nivel escolar, el candidato no pudiera merecer esa estrella de la fama en Hollywood, lo sorprendente es que entre los latinos y afroamericanos, Trump tiene bastantes seguidores.

¿Por qué hay miembros de minorías apoyando al magnate?

Desde el Black Lives M. A. G. A (make america great again), un movimiento de afroamericanos que apoyan a Trump, hasta personalidades y activistas afroamericanos como Alveda King, sobrina de Martin Luther King y la escritora Carol M. Swain, existe la creencia de que Trump rompió con el orden de Washington, porque dice la verdad, porque no es políticamente correcto  como los demócratas blancos que intentan “decirnos quienes somos”, además, Trump soporta la embestida de los medios. Por otra parte, según Morning Consult, el 28% de los latinos confiarían a Trump el manejo de la economía al país. Pero para que ya sea un hecho la impresión de las huellas del candidato republicano en el paseo de Hollywood está el hecho de que dentro de la comunidad latina, miles de cubanos encabezan el apoyo al presidente.

¿Será la longeva y casi extinta generación del exilio y sus herederos? Pues sí, porque tras el acercamiento de la era Obama vieron sus sueños y subvenciones en real peligro de desaparecer, y ahora sienten en Trump la mano dura que por fin podría derribar el muro de La Habana –cosa rara teniendo en cuenta que al hombre le gusta construirlos-, en cualquier caso esto sí pondría su nombre en el paseo de la fama, al lado del de Reagan, que fue el otro que tumbó muros y puso sus huellas en cemento mojado.

Pero a pesar de que la comunidad cubanoamericana hoy en día está compuesta en su gran parte por emigrantes que trascienden la política, y miran por sus familiares en la isla, y tienen una postura crítica con las medidas que afectan el envío de remesas y la emigración, hay cubanos de nueva generación que también apoyan al candidato republicano como si en eso les fuera la vida. Algunos de estos cubanoamericanos comparten características con los votantes clásicos de Trump: bajos ingresos y bajo nivel escolar, racialmente, por supuesto, no comparten nada, pero al magnate les sirve igual, sobre todo teniendo en cuenta que Florida es un Estado decisivo para ganar las elecciones, y dentro de Florida, Miami es trascendental, por supuesto.

Lo curioso es que esta parte de la comunidad cubanoamericana también tiene sus familias en la isla, por tanto las políticas del presidente hacia la isla los afecta de igual manera, es una especie de síndrome de Estocolmo que implica tanto a ciudadanos de a pie, como a personajes populares de origen cubano. Sin ir más lejos, la conocida actriz Susana Pérez dijo que se sentía feliz de poder contribuir a la campaña del candidato, y hace un par de semanas, en el Central Park de Doral, hubo la llamada madre de todas las caravanas, en la que miles de cubanos participaron en un mitin pro Trump, esta demostración fue organizada por el grupo Cubans4Trump que se puede encontrar junto a otros de su clase, en las redes sociales.

Existe un activismo pro Trump por parte de muchos cubanos en Miami.

Este fenómeno no es para nada ilógico, los esfuerzos que hacen los gestores e campaña del magnate por ganarse Miami no son pocos, una encuesta de Bendixen & Amandi International y Miami Herald, arrojó que Biden tiene 17 puntos por delante de Trump en Miami, pero esto no garantiza la victoria porque Trump tiene el apoyo de la mayoría de los hispanos; increíble. Por su parte NBC hizo pública otra encuesta en la que ambos candidatos están muy igualados en Florida, donde Biden cuenta con mayor apoyo entre los afroamericanos e independientes y Trump entre los hispanos, tratándose de Florida, un gran número serán cubanos.

Pero ¿por qué el magnate se ha ganado a este y otras minorías a pesar de que muchas de sus políticas los afecta directamente? En este sentido hay que hablar de narrativa. Trump es populista –rasgo muy criticado por Estados Unidos en los líderes de izquierda latinoamericanos-. En su discurso logra que sus electores comprendan el mundo según las propias experiencias de estos, y lo hace forma simple. Las estadísticas y el criterio de especialistas que puedan criticar a Trump no convence a sus electores –hay que tener en cuenta las características escolares y culturales de sus votantes-.

No propone medidas para que los afectados económicamente se adapten y sobrevivan en la realidad del país, sino que ofrece cambiar el mundo para que este se adapte a lo que los electores entienden por “el mundo”, para colmo esto lo logra a través de una narrativa explosiva, con soluciones sencillas y cortantes, donde el ciudadano puede sentir el poderío político y económico yendo a su rescate, o al rescate de “la realidad que debe ser”. Para lograr esto el magnate secuestra palabras, cualquier parecido con la obra “1984” ¿es pura coincidencia?; socialismo, socialdemocracia, socialización, todas son sinónimo de comunismo o llevan al comunismo.

Trump vincula a sus rivales políticos con este término prohibido.

El presidente tuiteó que “Biden lleva 47 años en la política y ha sido terrible con los hispanos, por eso ahora se apoya en el adorador de Castro Bernie Sanders”. Logra poner a sus propios rivales y a los rivales de todo el sistema en la misma semántica y logra un silogismo casi perfecto: Malestar igual a comunismo, comunismo igual a Castro, Castro igual a Sanders, Sanders igual a Biden, Trump distinto de Biden, ergo, Trump igual a bienestar. Estas estrategias de campaña han tenido un resultado increíble entre los cubanos de Miami, a pesar de que gran parte de esta comunidad entiende que el candidato republicano no es la opción que quieren para los Estados Unidos, ni les hace gracia alguna consecuencias que puede tener esto en sus familiares de la isla.

Pero no sólo muchos cubanos de Miami, testigos de otra realidad y de otras relaciones económico-sociales, han creído en la narrativa del magnate, incluso en la isla hay quien defiende los criterios del candidato. En los grupos de las redes sociales que hacen campaña por el empresario neoyorquino, sobran los miembros que viven permanentemente en la isla, y no se trata de activistas pagados desde Estados Unidos, al menos no solamente. Más preocupante todavía, son ciudadanos cuyo nivel de conocimiento político, quizás de historia, de economía seguro, son casi nulos, e incluso desde aquí, creen que en realidad “Make America Great Again” se aplica también a ellos. Quizás ignoran que como caballero medieval, para Trump América es ese espacio que abarca la vista cuando se para en lo alto de su torre, desde donde no se ve La Habana, y sólo si hay un día despejado y es período electoral, se ve Miami.

24 septiembre 2020 16 comentarios 106 vistas
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telenovela

La telenovela y los medios extremos

por Alejandro Muñoz Mustelier 14 septiembre 2020
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

La telenovela ha vuelto. Hay emoción, romance, hijos perdidos, padres encontrados y delincuentes sexuales. Como todos los culebrones tiene su buena dosis de errores y la psicología de los personajes a veces es dudosa, no abundo en esto, ya hay una excelente publicación en este mismo sitio que habla magistralmente sobre el tema. De todas formas la serie se ha convertido en un fenómeno nacional.

Esta propuesta incluso ha logrado imposibilitar a algunos de separar al actor del personaje y ha provocado reacciones desmedidas en plena calle, fenómeno poco común en la isla, espasmos de un latin hólivu ajeno a los cubanos por décadas. Pero todo le pudiera ser perdonado a la telenovela El rostro de los días porque ha ganado en un terreno hostil, donde cualquiera de sus rivales la duplican en fuerza, promoción y recursos.

Netflix, HBO, Discovery Channnel, National Geographic o BBC, bastaría una mirada de desaprobación de alguno de ellos para que cualquiera de las modestas producciones nacionales perdiera el color, el encanto y la audiencia. Lo cierto es que en la batalla por la atención, los medios nacionales se enfrentan a los portentos universales en una reedición de otro culebrón, esta vez bíblico, llamado David y Goliat, en la que Goliat casi siempre gana.

Para hacer más dramática la lucha, las grandes transnacionales de los medios no vienen cada una por su cuenta, sino que llegan de una vez, aliadas, coherentes y juntas en una legión llamada El Paquete Semanal. Además, la aparición de otros medios que también campean por su público hacen de este país algo muy parecido a la Tierra Media –miren qué coincidencia fonética-.

El Paquete en sí parece salido de un culebrón, de una telenovela, le rodea un halo de misterio, podemos ver sus entrañas, verter su terabyte de contenido en nuestras computadoras y así todo no sabemos de dónde vino ni quien lo creó. Se apunta a dos teorías, la primera, llamémosle creacionista, habla de que las mismas autoridades cubanas lo han levantado y fomentado en secreto, de ahí su ausencia de contenido político explícito, ni en contra ni a favor del sistema cubano, y que este no persiga a sus distribuidores a pesar de que según las leyes, esta actividad económica es ilegal.

La otra teoría, llamémosle evolutiva, habla de un proceso natural, consecuencia del poco acceso a los materiales extranjeros dada la casi nula, o nula conectividad real de la isla con internet, así como la ausencia de transmisiones de televisoras extranjeras, amén Telesur y muy recientemente, Russia Today –Multivisión se podrá incluir-. El caso es que es una opción que deja sin aliento a los medios nacionales por lo abundante y variado de su contenido, robando al ICRT más del 40% de su público sólo en La Habana, según Cubadebate.

Para contrarrestar este efecto, las autoridades de cultura y otras instituciones han creado otro personaje, uno benigno nombrado La Mochila, una especie de Paquete Semanal cuyo contenido tiene un corte mucho más educativo y profundo, aunque sin dejar de atender las opciones sencillamente lúdicas y de entretenimiento; no obstante, con cientos de clientes no ha podido acercarse ni medianamente a su gemelo semiclandestino que suma millones de adeptos, porque como en todo buen culebrón o telenovela, el personaje negativo, el pérfido, el abyecto, no sólo es misterioso, es siempre mucho más atractivo que su antagonista.

Las opiniones sobre la mochila son variadas, pero casi todas giran en torno a trabas tecnológicas y de organización, porque el contenido debe ser aprobado desde un nivel central en la capital con la anuencia de varias instituciones y esto mina su distribución y seguimiento y a casi nadie parece importarle que esté ahí, muerto de risa en los Joven Clubs de Computación. Los usuarios opinan que en general es un compendio de materiales muy aburridos.

Lo cierto es que los materiales de La Mochila son de calidad, algunos casi imposibles de encontrar en otros lugares y son variados en sus géneros y formas, pero el gusto nacional se ha hecho lo suficientemente volátil como para que 600 GB de contenido de calidad no le quiten el sueño a nadie.

Por supuesto que el Paquete Semanal también tiene su dosis de contenido de calidad, pero es una dosis mínima, si no, que lo evalúe el lector: televisión 35%, contenido para móviles 33%, música 29%, películas 2%, publicidad 1%.

Es notable que el 35% del material audiovisual sea sólo de televisión, la cual se resume sobre todo en shows, telenovelas y espectáculos competitivos. Son espacios muy atractivos, capaces de atrapar al público tras poquísimas exposiciones. Además hay material audiovisual independiente como los youtubers, que pueden explicar con facilidad cómo peinarnos, cómo está compuesto su fondo de armario –cosa interesante-, o el top ten de cualquier insignificancia.

Pero el personaje menos cándido de este culebrón es internet, la fuente de todo, incluso de eso que siquiera el pérfido paquete puede contener porque su condición offline lo hace muy poco interactivo: las redes sociales, la comunicación. He aquí un personaje a temer, que hace estragos en el consumo de productos televisivos cubanos y crea estados de opinión muchas veces contrarios a los objetivos del ICRT. No obstante, hasta la fecha es un actor invitado en nuestro país y la mayoría de la población no puede acceder a sus contenidos más pesados en materia de megabytes, ni con toda la calidad  requerida.

Hay quien dice que la batalla que gana el Paquete frente a los medios nacionales, la perderá un día frente a la entrada completa y barata del internet en el país, lo cierto es que en la web un terabyte de contenido actualizado y tan variado seguiría siendo impagable, el Paquete ganaría otra vez, porque además no es un fenómeno simple y sí todo un hito en la economía cubana. Según ABC News, hay que entender que ahora mismo el Paquete quizás sea el mayor empleador privado de la isla, generando más de cuatro millones de dólares al mes.

La televisión cubana, el medio tradicional, el personaje más impopular de la telenovela es el más afectado y es lógico, nuestra televisión ha sido históricamente muy educativa y ha tenido una carga ideológica importante, y según el periodista Rolando Pérez Betancour, la saturación ideológica de los medios nacionales por décadas, ha hecho que el público nacional evite contenidos con carga ideológica. Muy de acuerdo.

Pero tranquilos, la televisión nacional ha comenzado la contraofensiva, intenta reposicionarse en la preferencia y recuperar terreno perdido. Sin embargo lejos de nutrirse de las dinámicas, técnicas de mercadeo, de semióticas actuales y de lograr “espacios -según solicitó Alpidio Alonso, Ministro de Cultura cubano -menos fastuosos que los foráneos, pero con profundidad y asociados al ingenio”, la televisión ha hecho justamente lo contrario.

Se han asumido esquemas ajenos completos de forma indiscriminada y ahora tenemos un grupo de programas bien fastuosos que no se diferencian en nada de sus pares latinos y anglosajones: competiciones televisadas que pueden definir el futuro de los competidores, incluso niños, y otros culturales que ahora rayan un amarillismo farandulero de sábado por la tarde en franco calco de recursos harto utilizados por televisoras de la talla, o calaña –depende del gusto- de Univisión y Telemundo.

Este tipo de programas, los de aquí y los extranjeros son, sin lugar a dudas, los preferidos del público ¿Son los espacios los que condicionan el gusto general, o es el público quien exige estos espacios? Aunque la interrogante final sería, ¿el contenido audiovisual que prefiere una nación la define?

Si tan sólo fuera posible saber qué tipo de contenido han sido los más vistos en cada país, un momento… es posible. He aquí algunos ejemplos: Estados Unidos: Breaking bad, (droga, evasión, policías). México: Narcos (lo de siempre). Finlandia: Madadventure, documental de viajes a países subdesarrollados (esos pobres pobres). Noruega: Skam, serie sobre adolescentes, (trascendental). Kirguistán: Born in USSR, (sin palabras). Japón: Death Note, (esa obsesión con la muerte). Brasil: Latin Lover, (casi una redundancia).

Cuba: quién sabe, es difícil definirlo, escapan a las estadísticas todos esos medios tan multinacionales influyendo en la audiencia de manera informal, pero si es la telenovela, increíble decirlo, sería magnífico, y aunque a algunos nos gustaría que fuera A Capella –¿todavía se transmite?, Escriba y Lea o La Neurona intranquila, tampoco es cuestión de ser utópicos.

14 septiembre 2020 10 comentarios 154 vistas
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subsidio

Del subsidio y otros demonios

por Alejandro Muñoz Mustelier 9 septiembre 2020
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Todo tiene su contrapartida, sus antípodas, su opuesto. Es el equilibrio de todos los sistemas mediante el cual la entropía se mantiene a raya y todo puede seguir existiendo: así hay hastío y pasión; día y noche, muerte y vida, y porque los sistemas humanos no son menos, también hay impuestos y subsidios.

En las sociedades, donde gran parte de la población es contribuyente, se utiliza parte de los impuestos para amortiguar la vida de los que no contribuyen por razones ajenas a su voluntad, o de estudiantes, o de sectores económicos considerados estratégicos. Así, gastando dinero en subsidios se gana dinero, porque estos evitan la pobreza y la marginalidad que a la larga –y a la corta- implican gastos mucho más grandes que los propios subsidios; ahí está el equilibrio, los opuestos sosteniendo un sistema hasta el infinito.

Pero nada es ideal, sobre todo para los sistemas de una especie que inventó el término ideal. Los subsidios tienen sus detractores venidos de las ideologías liberales, afirman que estos eliminan otra de las leyes universales, la competencia. Además entienden que los subsidios por concepto de desempleo no incentivan la búsqueda de trabajo y representan un gasto para el Estado que podría invertir estas cantidades en áreas productivas de la economía. Los adeptos opinan que incluso los subsidiados pueden generar ingresos y que el subsidio es otra forma de impulsar la economía.

En cuanto a la validez o debilidad de los subsidios en Cuba tenemos, como es usual, de todo un poco. Seguidores de excesos o defectos y nunca de mesura, en nuestra historia pasamos de no subsidiar nada de nada a subsidiarlo absolutamente todo: la salud, la educación, la cultura, la seguridad social, el transporte, subsidiamos las bodas, las vacaciones, subsidiamos los pensamientos, subsidiamos los perros y los gatos, subsidiamos los mosquitos, después los fumigamos, pero se iban ya subsidiaditos, mientras la economía aguantara no había ningún problema, a quién le podía molestar.

Cuando la economía soviética… cubana, perdón, dejó de aguantar, en la isla se eliminaron muchos de estos subsidios, más adelante conocidos como gratuidades. Acorde con la política socialista del Estado, todavía la salud, la educación y la seguridad social son subsidiadas, lo cual es un logro que crea oportunidades semejantes en toda la población; pero he aquí una ironía, la eficacia del presupuesto puesto en estos sectores indispensables ha disminuido considerablemente y a la vez existen gastos millonarios en otros subsidios que en papel parecen algo bello y utópico pero en hojas de Excel no.

No hay que caer en liberalismos, pero sí ser pragmáticos en pos de la supervivencia del sistema mismo. Los gastos en deporte y cultura, por ejemplo, son excesivos y muchas veces indiscriminados; si bien hay áreas de estos sectores que merecen y necesitan de subsidios, sería conveniente hacer una revisión que salvara más presupuesto para la educación –muy deprimida- para la salud –muy urgente en estos días- para la seguridad social y la atención a la población de la tercera edad -la de la chequera- y para la vivienda –quizás uno de los mayores problemas del cubano de hoy-.

Pero nos encontramos con una política subsidiaria del primerísimo mundo en un país cuya economía sufre serios aprietos –por decirlo así-, porque además, independientemente de todos estos sectores, en Cuba se subsidian incluso los productos de las tiendas; cosa rara, pensará el lector, puesto que estos productos nos cuestan un ojo, dos, a veces tres. El caso está en que todo se compra en divisa por ahí, y se vende en Cuba en esos tiques que daban en los parques de diversiones, los cuales una vez afuera no valían nada, o como nos gusta llamarlos aquí, CUCs. O sea, el país no recupera la divisa a priori.

En Cuba se subsidian además los productos de la canasta familiar normada, -la bodega-. Esta es un área sensible porque miles de familias dependen de ella. Aunque hay miles de personas que no lo necesitan el subsidio es universal y eso rompe con uno de los principios básicos en este tema: ofrecerlos a los que realmente los necesitan. Las consecuencias son muchas, pero las más palpables son un gasto innecesario para la economía y la pérdida o desvío de muchos productos en los oscuros intersticios de las empresas de distribución y venta. Esto tiene tres inconvenientes.

El primero es que habría que definir quién va a recibir estos bienes y quién no, lo cual es imposible puesto que los ingresos declarados por un individuo pueden perfectamente no tener nada que ver con los ingresos reales. El segundo es que tendría que haber una producción de bienes que sustentara el consumo por la libre de gran parte de la población.

El tercero es que tendría que existir un ajuste salarial trascendente para que los asalariados puedan, incluso con el salario mínimo, hacerse de, al menos, lo indispensable, o sea, la canasta básica que se compone de alimentos, y otros productos de los cuales una persona no puede prescindir, a saber, productos de aseo, ropa, zapatos y otros de esa índole; además incluye servicios fundamentales, electricidad, gas, agua, acceso a lugares de esparcimiento. Resumiendo, el salario mínimo debería cubrir todo esto.

El primer inconveniente pudiera resolverse con el control fiscal de los ingresos, la solución ideal sería la completa digitalización del dinero y las transacciones, ahí se ha adelantado mucho, pero falta, no se compra en el agro con tarjeta, en la tienda sí, cuando la máquina o la cajera estiman conveniente. De todas formas sigue abierta una brecha para que se mueva el dinero a su antojo y determinar el ingreso real de un cubano todavía es una de las preguntas fundamentales de la filosofía.

El segundo inconveniente está muy relacionado con el tercero, sin producción de bienes cualquier aumento salarial solo crearía inflación: más dinero, menos productos, los precios al cielo, o al espacio ya, porque en el cielo están; en este caso una disminución de las importaciones, y el aumento de la producción con el incentivo de exportar parte de los productos pudiera ayudar, pero en Cuba es más barato importar que producir, otra paradoja, esta lleva la firma del engendro, el monstruo de la dualidad monetaria y cambiaria, ante la cual cualquier tipo de optimización de la economía y de salir de números rojos, es sencillamente, imposible.

No obstante, una vez logrado esto -esperemos que más pronto que tarde-, sería ineludible rediseñar los subsidios del Estado, asegurarse de que favorece a los no favorecidos, que se gasta sólo en los sectores imprescindibles, que por nuestra situación económica hay que dejar de emular con el famoso estado de bienestar, para que si gracias a la mesura recuperamos la economía, poder, un día, alcanzarlo.

9 septiembre 2020 21 comentarios 107 vistas
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