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Autor

Alejandro Muñoz Mustelier

Alejandro Muñoz Mustelier

Escritor y profesor, Máster en Lingüística

Breve diccionario del lenguaje inclusivo

por Alejandro Muñoz Mustelier 4 marzo 2021
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Aunque el secuestro o modificación del lenguaje por algunos grupos no es nuevo, nunca antes habían sido causa de disputa para autoridades de tan disímiles naturalezas como lo son las academias de letras y las fuerzas políticas y sociales. Es cierto, los intelectuales –sobre todo los escritores y estudiosos de la lengua– han sido siempre el complemento directo para verbos como ametrallar, desaparecer, encarcelar; pero nunca por la acalorada discusión sobre el valor de este u otro morfema.

Actualmente existe la sulfurada lucha –por suerte sin los verbos anteriores– entre gobiernos, intelectuales y movimientos sociales por los aciertos o desaciertos, por la razón de ser o no del llamado lenguaje inclusivo. Sin ir más lejos, en el 2018, el mismísimo Arturo Pérez-Reverte amenazó con abandonar la Real Academia de la Lengua Española (RAE) si esta ayudaba al gobierno a adecuar la Constitución al lenguaje inclusivo. La Academia, por su parte, sigue siendo presionada desde lo político y lo social para que acepte todas las peripecias de esta forma del habla, pero la institución se mantiene en sus trece.

El año pasado, la escritora J. K. Rowling sugirió en twitter que las personas que menstrúan son mujeres. Por ello recibió ataques de todo tipo de movimientos y personas, incluyendo a la actriz Emma Watson, quien, haciendo aquí un resumen, dijo que las personas transgénero también merecen menstruar si así lo quieren –o algo como eso–. De hecho, la cuestión de la Rowling se basa en el hecho de que cometió un pecado al exponer una diferencia entre los géneros.

Este mes, la activista del feminismo Florence Thomas, cansada de malabares lexicales, pidió un uso racional para el lenguaje inclusivo. Se desmarcó del «hijes» y el «todes» y pidió volver al «todos y todas». Rápidamente tuvo su respuesta de parte de quienes argumentaron que hay personas que no se sienten «ellos» ni «ellas», y que no hay por qué andarse con identidades binarias en estos tiempos.

Blanco y negro, no

El presidente de la RAE, en visita a la Academia Cubana de la Lengua, expresó que no era posible mantener un discurso desdoblando permanentemente el masculino y el femenino. Mientras, en los medios de difusión nacionales se suele usar a la RAE como referencia, pero se usa el llamado lenguaje inclusivo en un franco «estar a la moda». En resumen, estamos en presencia de un conflicto mediático de dimensiones homéricas.

Conflicto, del lat. conflictus. Sust, masc: Problema, cuestión, materia de discusión.

El conflicto en torno al llamado lenguaje inclusivo se lleva en los medios, como toda batalla post moderna que se respete. Entre noticias de los últimos femenicidios y las recientes masacres centro y sur americanas, salarios no igualitarios y otros tipos de discriminación sexista, observamos cómo en el idioma español, se marcha en una cruzada lexical cuya cúspide sería el cambio de los morfemas de género de muchos sustantivos. Para algunos trasciende el mero cambio morfológico y la asunción del género gramatical masculino como forma no marcada –la usada para designar ambos géneros: hombre, alumnos, lectores– entraña insondables significados psicosociales y no sólo de estilo.

Estilo, del lat. stilus. Sust, masc: Manera de escribir o hablar peculiares.

El lenguaje es un sistema de sistemas. Está vivo y es extremadamente complejo, sólo comparable con el pensamiento. Lo que se ha dado a llamar «lenguaje inclusivo», no es más que un estilo, una forma estilística dentro del lenguaje, en este caso del idioma español. Por demás, cualquier alusión al «lenguaje inclusivo» es una exageración de conceptos. Es una sólo forma de hablar, no se introducen términos, no se innovan los códigos ni la estructura de la comunicación, únicamente se intenta modificar –por los motivos que fueren– la percepción genérica con simples cambios fonéticos. Es comprensible entonces no pensar que estas innovaciones constituyan por sí mismas un lenguaje, y sí una «forma políticamente correcta» dentro del español.

Política, del lat. politicus. Adj, fem: que interviene en cosas de gobierno y en negocios del Estado.

Uno de los actores en esta problemática son las fuerzas políticas. Muchas de estas se han alineado con los movimientos y las comunidades pro-estilo-inclusivo, y esto tiene una explicación tan sencilla como visceral: la anuencia a su favor en las urnas de todos, incluyendo a este electorado progresista que lleva –a fuerza de exclusión– el ruido y el desbordamiento mediático en su estrategia. Generalizando un poco, los partidos de izquierda, que históricamente han sido muy conservadores en cuanto a rol de género y al concepto mismo de familia, han descubierto en la semiótica inclusiva una buena iniciativa para sumar seguidores. Los partidos de derecha igualmente han adoptado esta estrategia: es bueno recordar que la Guerra Fría de algún modo nunca terminó en América, sino que adoptó matices «democráticos» –esta es la acepción secuestrada de la palabra.

(Foto: T13)

Con la excepción de algún que otro partido de origen religioso, todos compiten por la «inclusión de los excluidos». No obstante, dentro la labor inclusiva, el estilo del lenguaje es la que menos acción, inversión, o cambios reales demanda. A la vez, es la más mediática, fácil de enarbolar y que ofrece la ilusión de estatus pro igualdad al desterrar al masculino como forma no marcada del género: esto sucede en un continente donde el derecho al aborto todavía parece ser un tema pendiente o digno de algún tipo de debate.

Por otro lado, el hecho de que estos movimientos sociales y comunidades hayan emprendido una lucha por causas justas como los derechos de la mujer, marca de progresista y amigable a cualquier partido o actor político que adopte no ya sus fundamentos, sino sencillamente su semiótica en imagen y sonido. Es muy cierto que en algunos países han existido verdaderos avances en esta materia -Cuba incluida–, y que existen movimientos políticos completos basados genuinamente en los ideales de empoderamiento femenino e igualdad de géneros. Sin embargo, existen muchos, mayoría pudiera ser, que usan el discurso inclusivo como arma de elección masiva, y lo publicitan en sus medios como estandarte, promoviendo, en primera instancia, este debate sobre la exclusión o no de la mujer en el español.

Exclusión, del lat. exclusio, -onis. Sust, fem: acción y efecto de excluir.

En esta misma facción, pero con intereses propios que se escapan de sumar electorado, las comunidades feministas, progresistas, los movimientos y meros partidarios –sin afiliación a ningún grupo– del uso del estilo inclusivo, argumentan que no se trata de un asunto meramente lingüístico, sino de una imposición patriarcal histórica en la que la regulación, administración e institucionalización del lenguaje ha corrido por parte de los machos, lo cual centra en el modelo patriarcal al habla y a la literatura.

Desde este punto de vista, la forma de nombrar el universo mismo estaría atravesada por la diferenciación jerárquica entre hombres y mujeres, con el dominio masculino por supuesto. Se apoyan en la visión psicoanalítica al exponer –especialmente en la de Jacques Lacan– al lenguaje como estructurador de la realidad y de la visión que tenemos sobre nosotros mismos: lo que no se nombra, no existe. Entonces, los pronombres «todos», «ellos», o el sustantivo «el hombre» para referirse a toda la especie, excluyen al género femenino, o peor, lo absorben e invisibilizan.

El empleo del lenguaje inclusivo no se libra de los memes.

Algunas mujeres afirman no sentirse aludidas al usarse la forma no marcada en masculino -en un eso no es conmigo- cuando se habla de los trabajadores, los alumnos, los ministros, los médicos, los votantes. Pero lo cierto es que la dicotomía genérica en español trasciende a los asuntos de discriminación sexista y pasa por la estructura de pensamiento del ser humano. El pensamiento está diseñado de modo tal que discrimine –usado en acepción de separar–, grados y opuestos. Es la forma de clasificar al mundo que rodea al individuo: bueno/malo, placer/dolor. Sí, aquí hay grados positivos y negativos, pero no todos los opuestos son jerarquizables: azul/rojo, arriba/abajo, mujer/hombre, singular/plural, presente/pasado.

Separar no es discriminar; pensar lo contrario sería ver a los transgéneros como una comunidad de grandes discriminadores sencillamente por sentirse de uno u otro género. Si asumimos que la forma no marcada para el español es el masculino en género, el singular en número, y el presente en tiempo, habría que asumir entonces que el español es machista, y también singularista y presentista.

Otra prueba de que la distinción de grados y opuestos rebasa la cuestión de género, es que esta varía de idioma a idioma. En chino, por ejemplo, no hay géneros en los sustantivos. Sin embargo, estos se clasifican de acuerdo a su naturaleza y forma usando múltiples clasificadores: planos, redondos, personas, animales o equipos eléctricos. ¿Es entonces el chino un idioma que segrega por forma y naturaleza, o estas clasificaciones son resultado de sus necesidades y evolución lingüística?

Evolución, del lat. evolutio, -onis. Sust, fem: cambio de forma.

La distribución del género en el español tiene un carácter evolutivo. Sin querer pasear por cementerios lingüísticos, hay que decir que la primera declinación del latín, eminentemente femenina, tenía vocal temática –a, y la segunda declinación, mayormente masculina, –o. Con los procesos de transformación del latín en lenguas romances, se generalizó la –a para los sustantivos femeninos y la –o para los masculinos por una cuestión meramente hereditaria.

La repartición de los géneros a cada sustantivo no atendió a principios patriarcales, sociológicos o elitistas, sino a ajustes morfológicos y, sobre todo, de economía lingüística. Por ejemplo, los nombres de los árboles se daban por lo general en femenino, cuya terminación era –us, como en pinus. Lo más económico era entonces llevarlo a –o., partiendo de que la economía lingüística y en particular la economía fonética se basan en el uso de la menor cantidad de fonemas para expresar una voz –de ahí las contracciones en el habla popular pa por para, to por todo y na por nada.

Teniendo en cuenta todo esto, en El lenguaje de género y el género lingüístico, José Antonio Martínez explica que «en el masculino genérico, se volatiliza la significación de macho y su concreta referencia al varón como tal, extendiendo en consecuencia su alcance también a la mujer. En ningún sentido –ni semántico ni lógico–, el masculino genérico subordina a la mujer, ni la oculta: ambos sexos quedan igualmente mezclados y negados en su especificidad y diferencias». Pero la presión de algunos sectores sociales y políticos sobre las academias de la lengua en Hispanoamérica es notable, y quienes abogan por el uso del estilo inclusivo apostrofan de dictadura a estas instituciones, teniendo por tirana a la Real Academia Española.

Dictadura, del lat. dictatura. Sust, fem: régimen que concentra todo el poder en una sola persona o en una organización y reprime los derechos humanos.

Pero en la Real Academia Española no hay un comité de académicos trepados en sillas, promulgando leyes a golpe de báculo. La función de la RAE es reguladora y sistematizadora. Esta institución obedece a la verdadera y legítima dictadura: la del habla. Lo que es masivo, es ley. De esta forma han institucionalizado verdaderas galimatías –«subir para arriba»–, y han tenido que incluir en sus diccionarios términos antes incorrectos –«freído»–, o cambiar el género de vocablos por fuerza de uso como –«el y la sartén»–. He aquí la demostración de que no son dueños de la lengua, y el día en que el estilo inclusivo sea de uso masivo, su única opción será la de incluirlo en todos los manuales de lingüística y morfosintaxis.

(Fotos: ilustrativas / Qué digital)

Cabe preguntarse entonces si no valdría la pena, sólo por respeto a quienes no se sienten identificados con el masculino como forma no marcada del género, aceptar el lenguaje inclusivo y punto. El problema aquí radica en donde radican casi todos los problemas: la economía.

Economía, del gr. oikonomia. Sust, fem: administración eficaz y razonable de los bienes.

La economía de lenguaje, tanto como la de pensamiento, sigue el principio de lograr la comunicación con el mínimo esfuerzo posible. Dicho de otra forma, la distancia más corta entre A y B no es una elipsis ni un garabato, sino una línea recta. Nuestra estructura de pensamiento no nos permite otra cosa, y la jerga inclusiva no es sostenible desde el punto de vista económico. Nuestro cerebro nos llevará, invariablemente, por el camino más corto, ese de usar una forma no marcada de género. Usar el lenguaje inclusivo a conciencia implicaría ir tropezando cada pocas palabras, lo que enredaría el discurso hasta la inanición neuronal y convertiría la selección lexical en un acto consciente, algo que han experimentado todas las personas que empiezan a aprender un idioma ajeno e intentan traducir mentalmente cada una de las frases.

El escritor y miembro de la Real Academia, Javier Marías, en el ensayo Todas las farsantas son iguales, lo explica lúdicamente: «Los ciudadanos españoles y las ciudadanas españolas estamos hartos y hartas de pedir a nuestros y nuestras gobernantes y gobernantas que se ocupen de los niños y las niñas inmigrados e inmigradas, que llegan recién nacidos y nacidas, famélicos y famélicas, desnudos y desnudas, sin donde caerse muertos y muertas. Nuestros y nuestras políticos y políticas se ven incapacitados e incapacitadas para afrontar el problema, temerosos y temerosas…». Ha quedado claro. La otra opción sería innovar en la fonética a fin de evitar ese via crucis lexical.

Fonética, del gr. phonetikós. Sust, fem: conjunto de los sonidos de un idioma.

Las soluciones que ha asumido el estilo inclusivo han sido peregrinas en algunos casos e insostenibles en otros. El uso de los dos morfemas de género a la vez -as/-os ponía a los hablantes en un aprieto, pues una cosa es leer en silencio y entender lo que «niños/as» significa, y otra intentar decirlo en alta voz.

El uso de la @, hasta ahora unidad de medida casi en desuso y parte distintiva de las direcciones de correo electrónico, cuya pronunciación no es otra que «arroba», también se ha usado para eliminar del todo al masculino como forma no marcada del género. Parece una solución curiosa y elegante porque es un símbolo que es posible encontrar en cualquier teclado. A simple vista pudiera funcionar, pero a simple oído no tiene un solo respaldo fonético porque no podemos pronunciar otra cosa que su nombre propio dado a que es un símbolo, no un fonema.

Historia antigua y fermentada

Otro de los remiendos al idioma –que no necesita ninguno– fue el uso de la –x, que es un fonema y tiene sus sonidos, varios de hecho. En este caso, el sonido de la «x» es incompatible para cualquier hispanohablante con el sonido de las consonantes que casi siempre anteceden a las vocales de género.

Por último, y en franca superación, se comienza a usar la letra -e. Se ha presentado esta como la solución final, pero tiene su falla cuando el sustantivo posee una carga semántica masculina más allá de su morfema de género, como el «les hombres» o «les padres». En esos casos, falla la inclusión por redundante.

Inclusión, del lat. inclusio, -onis. Sust, fem: acción y efecto de incluir.

En resumen, los luchadores pro estilo inclusivo del lenguaje, si bien están en todo su derecho y tienen una causa justa entre manos, han perdido el norte –aunque esta pudiera ser una frase cardinalmente excluyente para los que vivimos en el sur-. Si bien el español y cualquier otro idioma tienen mucho de excluyentes, no es en sus morfemas de género donde está el problema, sino en el léxico utilizado para referirse a las mujeres, aunque esa cuestión ya no está en la jurisdicción de las academias de lengua y sí en la de las escuelas, familias, empresas, legislaciones, políticos –esos que usan el estilo inclusivo deliberadamente a costa de la propia comunicación.

El uso de adjetivos despectivos que sexualizan a las mujeres o las convierten en objetos; o el empleo de palabras que denotan femineidad para referirse a debilidad, falta de habilidades, de temple, ausencia de valores éticos; las frases idiomáticas donde lo macho es lo ideal; la asociación de entereza moral con lo masculino; son algunos ejemplos de formas donde el lenguaje se vuelve excluyente y discriminatorio, donde los derechos de la mujer son absorbidos e invisibilizados desde la lengua, donde se le deshumaniza.

Podemos ir al núcleo de la cuestión idiomática desde estas dimensiones, o podemos quedarnos en una lucha hipotética y perdida sobre cómo los morfemas de género discriminan a la mujer: hipotética porque en muchos de los países donde siquiera existe el género gramatical, las mujeres están a años luz de percibir un haz de inclusión; y perdida porque la incomprensión y el maltrato tienen raíces muy profundas en lo social, lo económico y lo político.

4 marzo 2021 2 comentarios 692 vistas
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Blanco y negro, no

por Alejandro Muñoz Mustelier 19 febrero 2021
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Todavía están frescas en la memoria las acusaciones de «comunista taimado» formuladas por gran parte de los medios de Estados Unidos contra el expresidente Barack Obama. Era entonces período electoral y con la elección del candidato, algunos cambios iban a tener lugar en la sociedad norteamericana. La historia se ha repetido ahora con Joe Biden, quien se convirtió en el objetivo de un acusador mucho más avezado en polarizarlo todo: Biden es «socialista», «amigo de los socialistas», «heredero directo de Stalin».

Estas hipérboles mediáticas no son exclusivas a los mandatarios estadounidenses. Es una buena época para no ser analista político y rozar el ictus al leer en las redes todo tipo de exageraciones y simplificaciones que hacen parecer al mundo un lugar de buenos y malos, como un jardín infantil a la hora del recreo. Entonces no es de extrañar que cualquier cambio ocurrido en Cuba tenga la misma suerte magnética de poseer un único polo positivo y otro negativo. Sucede así porque aquí hay mucho que ordenar.

Al parecer el reguero es terrible. Por encima de la pandemia y de Trump –que en paz sea juzgado y absuelto–, la Tarea Ordenamiento se manifiesta de las formas más inesperadas y cortantes, digamos urgentes. Por ejemplo, el sábado 6 de febrero, el gobierno anunció en sus principales medios, una gran apertura al trabajo por cuenta propia. Legalizaba más de 2000 actividades y restringía sólo –total o parcialmente– 124 de ellas. Según la Agencia Cubana de Noticias, el Ministro de Economía y Panificación dijo que ya no se habla de una lista positiva de 127 actividades permitidas, sino de una negativa de 124 prohibidas.

En tiempos de polarización mediática, las sentencias ante la nueva y monumental apertura para el sector privado han suscitado la preocupación de todos: parte de la opinión teme la capitalización por parte del Estado de la autonomía de las empresas, la interferencia en sus operaciones de importación y exportación, y la captación del grueso de las divisas generadas en las actividades económicas. Algunos han llegado a recordar el capitalismo de Estado de ciertos países asiáticos.

Pero lo más interesante es que otros, por su parte, interpretan que el Estado movido, sacudido y obligado por la consecución de infortunios económicos, y ante una nueva administración norteamericana, haya hecho de Fausto al pactar con el diablo del Capitalismo. De hecho, hasta hay anuencia en parte de la cúpula dirigente de Estados Unidos a las nuevas medidas cubanas. El senador Patrick Leahy, sin ir más lejos, detractor del bloqueo –o embargo, para él–, dijo en un tweet el 7 de febrero que «estas medidas eran una buena noticia, y que Estados Unidos debería afirmar que la intensión del embargo –bloqueo, para muchos– nunca fue, ni debe ser, la de castigar a la empresa privada en Cuba».

En una publicación de CNN del 9 de febrero, se dice que «Cuba dio un paso largamente esperado y probablemente irreversible hacia la expansión masiva del sector privado de la Isla durante el fin de semana, abriendo sus puertas más al capitalismo». Pero, ¿es sólo una estrategia estatal para abandonar la supervivencia económica sin renunciar a los principios del socialismo, o realmente es el umbral de un viraje irreversible al sistema capitalista?

Historia antigua y fermentada

Por lo pronto esta apertura ha sido protagonista de las aspiraciones nacionales, no sólo de los dueños de negocios, sino de gran parte de los cubanos que ven en el desarrollo de un sector privado amplio, el desarrollo de la economía misma del país y un remedio a mediano plazo contra la improductividad vigente. El hecho es que el carácter primitivo de las pocas docenas de licencias permitidas antes no tenía capacidad alguna de procurar crecimiento económico, al no lograr –por su escala– abaratamiento de los costos ni generación progresiva de ingresos. Este proto-sector con bajísimos niveles productivos, sin embargo, logró superar en ingresos personales a casi todos los profesionales de la Isla. He aquí la famosa afrenta a la física: la pirámide invertida, campante ante el engendro de esas primeras licencias cuyo fin real era absorber una masa de trabajadores de la extremadamente inflada plantilla estatal.

Reducir la economía cubana no estatal a las 127 licencias permitidas, si bien fue un primer paso, podía terminar siendo nocivo de no dar el segundo: normalizar el trabajo privado, acercarlo al límite de la imaginación nacional –amplia en palabras de la Ministra de Trabajo y Seguridad Social–. El mismo proto-sector privado muchas veces, a golpe de imaginación –vocablo de amplio significado– logró romper el molde en que el Estado lo había puesto, para encarnar más de lo que le fue permitido, he aquí un antecedente.

Cualquier cambio en Cuba nace marcado por dos pecados originales: el primero, la polarización informativa en las redes, donde cualquier medida gubernamental va a presentarse como inequívocamente positiva o como un fiasco a priori. No existe generalmente la posibilidad en los medios de un análisis crítico objetivo, que parta de la máxima popular de que las cosas no son en blanco y negro, sobre todo en materia económica –práctica que cada día se asemeja más al arte que a una ciencia–. Aquí yace uno de los puntos de vista antes expuestos: ¿vía hacia el capitalismo irreversible? El segundo pecado original es el estado económico del país basado en la improductividad –multicausal y omnisciente–, listo para dar un desplante de antemano a cualquier ajuste que se quiera hacer.

Pero la demora de esta apertura y la instauración de otras más avanzadas, no tienen en estas desventajas originales las causas de tan larga espera. El gobierno cubano hace años que no espera la irrupción del capitalismo en la Isla con modos de invasión abierta, encabezado por multinacionales y partidos políticos. En cambio, la introducción taimada del capitalismo en el sistema socialista cubano sí ha sido –y es– la preocupación gubernamental. Es por eso que la implementación completa de las MiPyMEs se sigue haciendo esperar. No obstante, y aunque la economía ha dicho la última palabra y el camino hacia el sector privado ya está asfaltado, no hay que ver en ello necesariamente un salto al capitalismo.

El Estado ya no será el único gestor de la economía y no pasa nada. Ahora el mercado, con regulaciones, también tomará parte en ella con el protagonismo estatal, que tendrá siempre la última palabra. La propiedad mixta es capaz de combinar perfectamente a la propiedad estatal socialista sobre los medios de producción, con la pequeña y mediana propiedad privada, borradas del mapa nacional con la Ofensiva Revolucionaria de 1968. Las opiniones sobre esta ofensiva –que todavía anda pasándonos la cuenta– son variadas, aunque me atrevo a asegurar que desde el punto de vista actual, son mayormente negativas. La recuperación de ese entramado de pequeñas y medianas empresas, que al final deben constituir el núcleo de la economía de cualquier país, todavía le cuesta a Cuba el trocar cualquier tipo de desarrollo por la supervivencia financiera.

El camino hacia un ideal de sociedad no es recto ni uniforme. La complejidad de la economía y de la sociedad montada en ella no permite el avance aplastante y victorioso que pueblan las consignas desde que la retórica soviética llegó a Cuba, sino que implica estrategia y coordinación para obtener esos bienes que luego puedan ser repartidos justamente, según los principios socialistas. Sin bienes que repartir, el socialismo pierde sentido. También pierde sentido con la privatización de recursos o de compañías estatales que los gestionan, de industrias, del sistema de salud y del sistema de educación.

El temor de algunos y la esperanza de otros con respecto al inicio del capitalismo cubano –muchas veces imaginado como el del norte de Europa, aunque las probabilidades lo acercan más al del centro de América–, no tienen fundamento, como tampoco lo tienen un Obama y un Biden socialistas. 

***

Súmese a la iniciativa del Consejo Editorial de La Joven Cuba y firme la Carta Abierta al presidente de Estados Unidos solicitando el fin de las sanciones contra Cuba.

Carta Abierta al presidente Joseph R. Biden, Jr.

19 febrero 2021 14 comentarios 1796 vistas
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Un conflicto, la fe y el Estado

por Alejandro Muñoz Mustelier 30 enero 2021
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Emula y muchas veces rebasa a las mitologías europeas en cuanto a complejidad, cantidad de rituales y concepciones del mundo. Teológicamente, dispone de tantas herramientas como las religiones monoteístas y –lo más curioso–, a diferencia de estas, nunca ha sido una fe de élites, por lo que le ha resultado difícil teologizar, optimizar y adornar su corpus de creencias y liturgias para crear imperios teológicos, económicos y políticos.

Por el contrario, la historia de quienes profesan esta fe ha pasado por la esclavitud y el sufrimiento la mayor parte del tiempo. Tiene más de veinte millones de seguidores en el mundo y se asume que el 70% de la población cubana está relacionada a ella de alguna forma. Conocida popularmente como religión yoruba, la Regla Ocha-Ifá, vinculada por orígenes cercanos y parte de sus presupuestos religiosos compartidos a otros núcleos como la Regla Conga o Palo Monte y los Ñáñigos o Abakuá, es una de las creencias más populares e influyentes la Isla.

Por ello, el destino de esa religión y lo que en ella acontece es de interés para muchos no sólo aquí, pues los dictados de los sacerdotes de Cuba son asumidos por no pocos en el extranjero como guía y autoridad en la fe. Existe una línea criolla de creencias, resultado del sincretismo de la herencia cultural de los africanos traídos como esclavos a la otrora colonia española y con la fe católica de sus amos.

No obstante ese proceso, es Cuba uno de los países que más preservada tiene esa herencia religiosa. La contrapartida es la línea tradicional africana –a saber, nigeriana. Allí el entramado de tradiciones y prácticas puede ser más fiel a los orígenes, pero la condición continental y las características tribales de las sociedades del África Subsahariana, hacen notables ciertas diferencias rituales, interpretativas y litúrgicas entre los practicantes.

A ello debe sumarse que el legado religioso ha llegado a la actualidad de forma oral. La ausencia de un «libro sagrado» donde estén recogidos los fundamentos al modo del Corán, la Biblia o la Torá –algo que, por otro lado, no ha evitado cismas en estas religiones monoteístas–, dio como resultado una religión acéfala y, muchas veces, sin otra organización que no sea la propia fe. Entonces, carece de una autoridad universal que le otorgue verticalidad y uniformidad a cualquier cambio o reinterpretación de los dogmas.

Por tanto, en caso de desavenencia no hay quien pueda excomulgar o expulsar a creyentes y practicantes díscolos, propiciando la creación de una nueva rama. El cisma en este caso quedaría en una suerte de limbo, porque a falta de una autoridad que represente a todos los creyentes, cualquiera de las facciones puede remitirse a las tradiciones y fundamentos ancestrales –orales por demás– para probar su punto. Dado lo diverso de opiniones y prácticas, sobre todo en la línea tradicional africana, sería el cisma de nunca acabar.

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Y como todo lo que puede pasar, inevitablemente pasará tarde o temprano, pues tan temprano como los primeros días de enero de este año, las Iyanifás cubanas consultaron al Oráculo de Ifá para hacer públicas las predicciones del año entrante, una práctica de la cual emana la popular Letra del Año y que la tradición ha reservado a los hombres durante siglos, sobre todo en la línea criolla y también en una parte de la tradicional africana.

Las Iyanifás son mujeres que se consagran en Ifá, se adentran en los conocimientos de Orunmilá, conocen los 256 Odù de Ifá –sistema oracular–, aprenden cómo recitarlos, realizan Ebo Riru –sacrificio sobre el tablero de Ifá– y pueden ser jefas consultantes. Aunque esto forma parte de las tradiciones de algunas comunidades nigerianas, tales facultades en la vertiente cubana están reservadas para los hombres, y la realización de esas actividades por parte de féminas constituye para ellos una aberración y la violación de muchos principios elementales. Las Iyanifás y sus seguidores, que ya suman algunos miles –hombres incluidos– arguyen que no hay ningún fundamento religioso que les prohíba consagrarse en Ifá y que esas facultades en manos de mujeres son harto practicadas no sólo en África, sino en otras partes de América.

Entienden que conocer el sistema oracular y fungir como jefas consultantes es su derecho humano y divino. He ahí el cisma. ¿Qué representan las Iyanifás en Cuba para la religión yoruba? ¿Qué implica la apropiación y uso de posiciones usualmente reservadas a los hombres? ¿Son la facción de un cisma o son sencillamente una forma más de profesar la fe?

***

Las reacciones de la comunidad yoruba ante este hecho han sido variadas tanto en contenido como en forma. Si bien se habla de reacciones, respuestas y contra-respuestas subidas de tono de ambas partes, existen muchas opiniones de entendidos que abordan el tema desde aristas muy interesantes. Por ejemplo, para el sacerdote Ifá, Alain Ogbe Yono, es cierto que la mayoría de las tradiciones dan al hombre la exclusividad de la adivinación y la consagración en Ifá. Incluso recuerda que el notable sacerdote Miguel Febles Padrón aconsejaba para las mujeres un límite de solo dos Ikines –símbolos adivinatorios sagrados–, en lugar de los dieciséis que permiten la adivinación.

No obstante, explica que los orígenes de la religión yoruba son eminentemente tribales, y todavía hoy existen diferencias entre las distintas formas de practicar los rituales tanto en África como aquí. Además, el intercambio constante entre el continente y la Isla hace que distintos modos puedan surgir en cualquier lugar. Las Iyanifás son sencillamente una forma distinta de practicar la fe, que tiene antecedentes en otros sitios, por lo que no debe representar un problema.

Por su parte, el sacerdote Ifá y estudiante de teología, Awo Orunmila Irete Untelu, afirma que las Iyanifás no son totalmente independientes, ni siquiera son una facción. Explica que Olofin no reconoce la manipulación de Ifá sin el debido ceremonial asociado. Los secretos de estos ceremoniales se encuentran plasmados en el tradicionalismo y en la diáspora y que ambos rechazan esta profanación. Destaca que las Iyanifás no son análogas al protestantismo en el caso del cristianismo, pues el protestantismo tiene un sustento teológico e histórico, mientras que las Iyanifás son un intento de feminismo anti-patrimonial. La validez de su Letra del Año es, por demás, nula. De hecho, Olofin castiga las profanaciones

Awo Orunmila se remite al Doctor Bascom William, en su investigación para la Universidad de Indiana, Ifa Divination: Comunication between Gods and Men in West Africa, quien afirmó nunca haber encontrado a una sola mujer sacerdotisa actuando como adivina en ninguno de sus amplios estudios de campo en diferentes momentos y ciudades africanas. Tampoco, ninguno de sus informantes mencionó tal práctica. De hecho, fuentes de la ciudad nigeriana de Ede que se remontan a mediados del siglo XIX, dicen claramente que sólo los hombres pueden ser adivinos de Ifá.

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La Asociación Yoruba de Cuba, la organización más importante de esta fe en la Isla, ha redactado y publicado en su página oficial una Declaración Protesta donde se acusa a las Iyanifás de «profanar en su máxima expresión, nuestra Cultura Patrimonial, nuestra Religión y el Legado de nuestros Ancestros (…) cuando según ellas mismas manipularon las sagradas semillas de Olofin, pretendiendo obtener como resultado, una Letra del Año para Cuba y para el mundo, escudadas dizque bajo el derecho que les concede Olódùmarè y la Constitución de la República de Cuba. (…) Estamos denunciando y protestando, porque durante mucho tiempo hemos advertido que todo esto podía suceder y amén de haber alertado a las autoridades y a las instituciones, a fin de evitar lo sucedido, hicieron oídos sordos y mutis, y con total indiferencia han permitido la profanación de nuestro legado afrocubano y mundial (…)».

En la Declaración Protesta, publicada el 10 de enero, la Asociación afirma haber solicitado el apoyo del Ministerio de Cultura, del Consejo Nacional de Patrimonio y de otras instituciones para que hicieran cumplir la Declaración de Patrimonio Inmaterial de la Unesco, según el expediente 10-2006/04-2010. Asimismo, la Asociación expuso que han alertado en repetidas ocasiones que tras este fenómeno existen «objetivos turbios, manipulación y financiamiento desde el exterior como una forma de agresión, en este caso a la identidad cubana».  

La respuesta fue la Denuncia de las Iyanifás de Cuba, publicada en las páginas de sus miembros el 11 de enero, en la que hacen un llamado a sus seguidores y «a las autoridades competentes sobre las calumnias y amenazas constantes que nos acechan, las cuales, sabemos que son incitadas desde la Asociación Cultural Yoruba de Cuba». En esta denuncia acusaron a la organización de machismo y corrupción, esto último además desde una cita bíblica, específicamente Juan 8:7: «El de vosotros que esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella». Argumentaron también que estaban amparadas por los artículos 42 y 55 de la Constitución de la República.

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La sociedad está en un proceso –lánguido, pero constante– de reconocimiento hacia la mujer. La religión, como parte de la estructura social, no está exenta de eso. Incluso el Papa Francisco, máximo representante de una religión bastante menos inclusiva para las mujeres que la yoruba, autorizó a que las féminas se desempeñaran como lectoras y acólitas, facultades que a cualquier Apetebi le parecerían anémicas si las comparara con las suyas, de gran importancia y trascendencia para los rituales y en el entramado de la religión misma.

El Papa Francisco y la reforma moral de la Iglesia

En cualquier caso, y bien establecida la discordia –sin soluciones a la vista– ambas partes vuelven sus miradas a la autoridad del Estado, pidiendo que tome cartas en el asunto. Lo curioso es que en ambos casos los argumentos parecen plausibles y es bien conocido que las disputas religiosas, si no se manejan con cuidado, pueden desembocar en verdaderas crisis, causantes –históricamente ha sido así– desde divisiones y polarización social irreparables, hasta guerras que nunca terminan.

Si bien en el caso cubano el alcance de las diferencias siquiera roza esos escenarios, una respuesta estatal inteligente sería fundamental. La Oficina de Atención a Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista, tiene la función primaria de velar por el cumplimiento de las políticas hacia la religión, las instituciones religiosas y los creyentes, tres categorías que en documentos oficiales y políticas gubernamentales se encuentran bien separados por lo distinto de su naturaleza.

El tratamiento hacia las religiones tiene sus bases no sólo en la Constitución de la república, sino además en los Congresos del Partido. Las sociedades religiosas conocen que a las instituciones estatales y políticas cubanas no les compete el funcionamiento interno de ellas. Estas instituciones sólo velan por las relaciones con el Estado. Existe una línea de trabajo subversivo que describe al Partido y al Estado mismo como regente de las asociaciones religiosas, cuando realmente estas organizaciones son autónomas. Sin embargo, el Estado puede y debe recomendar y orientar en algunos asuntos, dejando a las organizaciones religiosas tomar las decisiones por su cuenta.

La posición estatal y partidista es a no inmiscuirse en asuntos de fe o litúrgicos, ya que el Estado cubano no es confesional, sino laico. En cuanto a las reclamaciones de las partes a las autoridades, la Asociación Yoruba ha transmitido la preocupación ante el tema de las Iyanifás, partiendo de estas no se encuentran legalmente registradas en el Ministerio de Justicia. Es obvio que la solución a la problemática se encuentra en los actores religiosos implicados y no en institución política o estatal alguna.

Esta discordia ha existido por algunos años y el Estado ha recomendado varias veces que el fenómeno sea estudiado teólogos, antropólogos, sociólogos y autoridades religiosas. El Estado se limita, por ejemplo, a velar porque no se usen las organizaciones religiosas con fines subversivos, se mantengan las tradiciones y el patrimonio religioso nacional, no existan ilegalidades, y se potencie la participación en la construcción de la sociedad.

Las denuncias en redes sociales de acoso a las Iyanifás por parte de la comunidad religiosa y el uso de violencia, a las autoridades sí les competen, ya que las diferencias deben ser tratadas dentro de la legalidad vigente. Las acusaciones han ido subiendo de tono, tanto por los creyentes que siguen la línea criolla como por los seguidores de las Iyanifás.

Las instituciones políticas y estatales conocen de la existencia de líneas bien establecidas de subversión que pasan por la religión, dado el poder coercitivo y la trascendencia cultural de ellas. Estas líneas han sido aplicadas históricamente con la Iglesia Católica y, más recientemente, con algunas denominaciones protestantes. La ausencia de una organización vertical en las religiones afrocubanas dificulta la penetración ideológica.

***

Entonces, la situación es la de dos posiciones religiosas diferentes y un Estado laico que no tiene jurisdicción en temas de fe. Pero el conflicto no toca solamente las interpretaciones religiosas, ni las políticas nacionales para tratar o no estos temas. Hay otros aspectos a tener en cuenta.

El feminismo que ha ganado terreno en Cuba, asume esta problemática desde sus propios puntos de vista. Lo lamentable es que tales contradicciones no pueden ser analizadas desde una única aproximación, por justa y correcta que esta parezca, sino desde una perspectiva global y multidisciplinaria. Del mismo modo, analizarla desde un punto de vista exclusivamente religioso, deja fuera una serie de elementos éticos referentes a los derechos de la mujer.

La historia demuestra que cuando una religión se fractura en varias denominaciones, hay un debilitamiento de todas estas. Ha pasado en el islam y en el cristianismo, incluso dentro del protestantismo, desprendido de su raíz y dividida en innumerables confesiones. No obstante, la historia religiosa cubana es de sincretismo. Las diferentes creencias de origen africano se rozan y tocan de alguna forma a la Iglesia Católica. Prácticamente se puede comulgar donde se quiera sin caer en contradicciones de conciencia. Ello demuestra que la religión debe ser un vehículo para la fe y no un freno para esta.

30 enero 2021 14 comentarios 1222 vistas
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La revolución de los disfraces

por Alejandro Muñoz Mustelier 16 enero 2021
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Cuando las principales cadenas de televisión emitieron los últimos sucesos, ninguno se creía que aquello pudiera estar pasando. A cada uno le invadió la frustración y una sensación de usurpación histórica les sacó las lágrimas. A los soviéticos de Stalin, a los extraterrestres conquistadores y a los Talibanes siempre les habían prometido desde esas repetitivas películas de Hollywood y desde el imaginario popular, que alguno de ellos sería la primera fuerza que tomaría por asalto el centro del poder del «imperio americano».

Ahora, desde sus silos de misiles en Siberia, desde sus cuevas en el Medio Oriente y desde sus naves nodrizas, veían ese honor arrebatado por una turba que oscilaba en apariencia entre el cosplay y Los Picapiedras. El Capitolio había sido invadido sin rayos láseres, ni misiles nucleares, ni bombas sucias. ¿Por qué no estaban esas modernísimas medidas de seguridad a las que nos acostumbró el cine y que defenderían el «centro del poder mundial», de la «democracia» y de lo «bueno»? ¿Por qué no había, por piedad, algún que otro superhéroe con capa de iniciales grabadas, ya que de cosplay iba la cosa?

La razón existe desde el antiguo Imperio Romano, donde las legiones tenían prohibida la entrada a Roma porque a veces a los generales que las dirigían se les ocurría, tras regresar de esta u otra campaña con sus cohortes, tomar la capital imperial, ya que estaban allí. Entonces, los emperadores aprendieron a dejar estacionadas las legiones a kilómetros de la ciudad para que no se vieran tentadas. En los predios del emperador sólo era efectiva la Guardia Pretoriana que contaba con algunos cientos de hombres. Así se mantuvo alejado de cierta forma al poder civil del militar.

En Estado Unidos y en muchos otros países existe la separación de poderes con el objetivo de que el legislativo y el judicial, legisle y decida sin la presión de ejércitos pisándole los talones. Es por eso que ni la Guardia Nacional, ni el ejército, ni la mismísima policía metropolitana de Washington D.C. pueden poner un pie en los predios del Capitolio. En su defecto, está la Policía del Capitolio, una especie de guardia pretoriana, pálida y pobremente armada, cuyas responsabilidades cotidianas son encarar turistas, proteger a dignatarios y guiar a periodistas. Por demás, es comprensible que ante la turba cosplay haya reinado el caos, el nerviosismo y la incertidumbre, a pesar de que debían proteger a 500 congresistas y al mismísimo Vicepresidente de los Estados Unidos. No obstante, hicieron lo que pudieron.

Lo que sí podían hacer la policía metropolitana, la Guardia Nacional de Virginia, y el ejército –de haber sido necesario–, era intervenir fuera de los límites del Capitolio, justo en la calle de enfrente, por ejemplo, porque la manifestación devenida asalto fue convocada a un kilómetro del Congreso, antes de que el Presidente los arengara y guiara con sus dotes retóricos hacia la sede. Pero las legiones norteamericanas no aparecieron por ninguna parte –al menos no cuando hicieron más falta–; estarían estacionadas por ahí, o no habrían recibido una orden presidencial pidiendo asistencia. Claro, hubiera sido un poco incongruente por parte del Presidente –cosa rara en él– llamar a los manifestantes y luego convocar a la Guardia Nacional para repelerlos.

Pero este comportamiento no es nuevo, ni exclusivamente norteamericano: se llama autogolpe y ha sido aplicado a lo largo y ancho del mundo, con la salvedad de que las versiones de autogolpes latinoamericanas y africanas –que son las más comunes– tienen el apoyo del ejército.

En este sentido podemos pensar que Trump falló al no sumar el componente militar a sus propósitos autogolpistas, que mordió más de lo que cabía en su boca, y que es un hombre ególatra, que no sabe lo que hace la mitad de las veces, como no lo supo en su guerra comercial con China, o en su trato con los iraníes, o en sus políticas hacia Cuba, o en su rivalidad con Rusia, o en su relación con la Unión Europea, o en sus sueños de arquitecto medieval al querer construir el gran muro de la frontera sur. Parece fallar otra vez al no tener éxito en su autogolpe. ¿Será un hombre incompetente?

Al pensar en todas las proezas que ha llevado a cabo desde que se instaló en la Casa Blanca, es fácil notar que ninguna ha beneficiado al status quo, ni al establishment, ni al sistema democrático estadounidense. Y hasta este punto lo fácil sería recurrir a la excusa de su falta de habilidades en el plano político, geopolítico y social, y en sus presuntas taras psicológicas.

Quizás en las monarquías feudales existieran Luises, o en el imperio romano se dieran muy bien los Calígulas, pero en el siglo XXI occidental es difícil creer en el estereotipo del líder mundial afectado por su ego y con estas u otras patologías psiquiátricas. Es incongruente la imagen del emprendedor simplista, del tonto con poder, tan solitario en su cargo a modo de monarca, que pudiera incendiar Roma sólo por verla arder. En cambio, parece que muchas veces creemos en el fracaso de hombres como Trump, porque no conocemos –o no se nos deja conocer– su verdadera agenda, y es muy probable que a pesar de que lo creamos acabado y errático, la haya cumplido al pie de la letra.

La pregunta es: ¿qué agenda es esa y a quién beneficia? Los seguidores de Trump pudieran tomar esta tesis como un elogio a su ídolo, porque el que suscribe le libera de tantos adjetivos peyorativos que siempre lo han acompañado en su breve carrera política. En cambio, asumo que los detractores del mandatario verán en él a un hombre que sí sabe lo que hace, un peligro mucho mayor que el que representa un tonto con acceso al portafolios nuclear más poderoso del planeta.

Por lo pronto, Trump ha logrado que Irán aumente en un 20% el enriquecimiento de Uranio, que Europa Occidental se replantee seriamente su relación con Washington y mire a Rusia con cara de adolescente seductora –tímida, pero seductora–, que China haya conseguido nuevos mercados y una mayor independencia industrial; que los pueblos de países llamados por Washington «totalitarios», se alineen con sus gobiernos o al menos no vean en Estados Unidos una referencia; que los países que no ostentan el modelo democrático «correcto» –incluidos a Rusia y China– sean los líderes mundiales en la lucha contra el patógeno en boga ante la ausencia y el caos sanitario de Estados Unidos; pero sobre todo, ha  intentado minar la credibilidad en el sistema democrático de su país y de la llamada democracia occidental.

Y si Estados Unidos se autodenomina autoridad moral y práctica en materia de democracia, legislador y regulador de cómo debe ser y dónde debe tomar forma, entonces perder credibilidad el sistema norteamericano puede redundar también en que la pierda la democracia en todo el hemisferio.

Los sucesos del Capitolio no pasaron y ya. No serán un día marcado, un punto en el tiempo, sino una constante, un ruido de fondo, una vibración que podría derrumbar las columnas neoclásicas del Congreso. Por lo pronto, el sistema democrático e institucional de Estados Unidos ha salvado su vida. Se ha impuesto la decisión electoral.

Al cabo de algunas horas de noticias, todavía con lágrimas en los ojos –no ya de frustración, sino de orgullo y júbilo–, los soviéticos de Stalin, los extraterrestres invasores y los Talibanes, comprendieron que los misiles nucleares, los láseres y las bombas sucias son cosas del pasado y que todo lo que hacía falta era una revolución cosplay, la primera revolución de disfraces de la historia. Entonces, se lleva Trump el premio al mejor disfraz de la nación. 

16 enero 2021 47 comentarios 217 vistas
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Historia antigua y fermentada

por Alejandro Muñoz Mustelier 14 enero 2021
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Ningún egipcio de la antigüedad hubiera sospechado que una creación de su pueblo, más antigua que las pirámides, más etérea que la astronomía y más trapicheada que las momias del Museo de Historia Natural de Londres, realmente se convertiría en medidor de felicidad, en casus belli de un pueblo, en tomografía de una economía lejana en distancia y tiempo, aunque no tanto en centralización.

Si lo hubieran sabido quizás la habrían apreciado todavía más. Quizás le hubieran levantado un templo en piezas de oro libremente convertibles, donde pedirle a la madre cebada que no los obligara a beber agua destilada de papiro o vino de dátiles caliente –bebidas estas que no alivian los rigores del eterno verano del Sahara ni cumplen la tradición de acompañar los chicharrones de hipopótamo–. En Cuba, aunque no hay hipopótamos, el cerdo y la Navidad, la familia y el fin de año, pidieron a gritos el invento egipcio de la cerveza.  

Quizás aquí se estila un nuevo tipo de cerveza, hecha de Uranio 235, trufa negra, litio, aceite de diamantes de Sierra Leona y cebada cosechada en el cometa Halley. Si así fuera, al menos se explicaría su precio y la especulación en torno a ella. El tema de la cerveza es sólo un pretexto, una muestra del funcionamiento –o no funcionamiento– de ciertos aspectos de índole económica que rebasan la importancia de una bebida fermentada. Pero es buen pretexto, más si es frío y en botella, más si por las particularidades nuestra idiosincrasia y clima es en un artículo altamente demandado.

A pesar de compartir algún nivel de centralización económica con los creadores de la cerveza, la realidad económica cubana ostenta otras formas de gestión de la economía, a saber, cooperativas y negocios privados. Estos actores económicos, en particular los segundos, han sido culpados por los medios nacionales desde hace más de un año de la desaparición de la cerveza y otros productos en las redes de comercio. Quizás tengan algo de razón, y es que los restaurantes, cafeterías y bares privados tenían que comprar cervezas y refrescos en las redes minoristas, obviamente en cantidades que rebasaban la decena de cajas por comprador. Era su única opción.

Con el invariable resultado de las tiendas desabastecidas todo el tiempo, el consumidor particular tenía que modificar sus planes de una cervecita en casa a una cerveza en un bar, restaurante o café, gravadísima por el concepto de valor agregado que ofrecen este tipo de establecimientos. Por su parte, los bares, restaurantes y cafés, en pos de mantenerse a flote, tenían que realizar complejas operaciones de inteligencia y contrainteligencia para saber con antelación en qué establecimiento de la red minorista expenderían los productos deseados. Conseguida la información, mediante aparatosos ejercicios de psicología aplicada y zonafranquismo inverso, convencían el dependiente para que les vendiera –por la puerta trasera y a sobreprecio– las ingentes cantidades que sus negocios requerían.

En resumen, a excepción del dependiente de la red de comercio minorista, nadie ganaba. La solución sería tan buena y antigua que podía llamarse clásica, incluso obvia. Los negocios privados debían comprar sus productos y materias primas, o al menos los más importantes, en tiendas mayoristas como Dios manda –diría un religioso– o como Marx hubiera querido –diría un marxista o curiosamente también un capitalista de convicción–.

Los propietarios de negocios privados llevaban ya tiempo abogando por esta solución, planteándola en sus reuniones con las autoridades locales y en sus conversaciones de terraza; la gente sin vínculos con los negocios privados también vociferaba que el mercado mayorista era la solución para aliviar las redes de comercio minorista y así poder tomarse la dichosa cerveza y comprar el refresco para la merienda de los niños. Así fue, mejor tarde que nunca. Los negocios privados al fin pudieron acceder a las tiendas mayoristas. El «Mercado Mayorista de Alimentos» constituiría una solución –no mágica ni perfecta–, pero solución.

Las ventajas del mercado mayorista son bien conocidas, por eso es una fórmula global. Entre estas ventajas se encuentra el hecho de que los compradores adquieren los productos a precios muy inferiores que los de mercado. Incluso en las actividades del sector primario –agricultura, pesca y ganadería– los mismos productores pueden ser quienes hacen la función de mayoristas, evitándose cadenas de intermediarios que encarecen el producto, y estimulando a la vez a estos productores.

Además, muchas veces el precio de los productos es inversamente proporcional a la cantidad comprada, he aquí que los usuarios obtengan descuentos de hasta el 50%. Otras de las ventajas son el crédito a clientes, normalización de los productos, almacenaje con altos estándares y transporte, por no hablar de la agilidad y rapidez en los trámites de compra.

Pero hasta ahora la solución nacional del «Mercado Mayorista de Alimentos» ha representado más problemas que ventajas para sus clientes. El descuento en comparación con las tiendas minoristas es sólo del 20%, cuando lo normal sería que oscilara entre el 40% y el 50%, porque los productos siguen siendo gravados por concepto de costo, flete y el valor agregado. Así, el precio final que tiene que pagar el consumidor sigue siendo casi tan alto como si los negocios privados compraran en redes minoristas.

El «Mercado Mayorista de Alimentos» en La Habana sólo recibe a los negocios privados un día a la semana y tiene la capacidad de atender sólo al 10% de ellos. Por eso, resulta casi imposible el acceso periódico a la tienda. De esta forma, un cliente con suerte sólo hará de cuatro a seis horas de cola, mientras que uno desafortunado no logrará acceder a las instalaciones, o peor aún, accederá para darse cuenta de que su negocio tiene productos pre-asignados, o sea, de acuerdo a la naturaleza del negocio será la gama de productos a las que tiene derecho.

Los representantes de bares, por ejemplo, tienen derecho a comprar agua, quizás para que después de seis horas de cola mitiguen la sed. Por supuesto, también tienen derecho a comprar cerveza, siempre y cuando el comprador pague, además de con dinero, con la misma cantidad de botellas vacías que pretende adquirir. Esto ocurre incluso si las cervezas que desea vienen en latas. Aquí se dibuja el surrealismo, o la transubstanciación del metal en vidrio, o la corrupta voluntad de alguien, al inventarse estos absurdos de vender al mejor postor, como si en vez de tratarse de un mercado mayorista se tratara de un puesto de subastas.

Lo cierto es que los procedimientos de compra se llevan a cabo de forma tal que es muy fácil subastar los productos, ya que los operadores son quienes disponen de la información de qué hay en existencia y en qué cantidad. Todo esto lleva a una competencia desleal entre micro y pequeños negocios, negocios medianos, y negocios intocables por la naturaleza de sus representantes –o de la billetera–.

Algunos negocios privados han encontrado en las nuevas tiendas en MLC una solución transitoria, pero no menos amarga. Primero, tienen que enfrentarse a los precios minoristas, a las mismas horas de colas y al racionamiento, puesto que no se puede comprar al por mayor. Aunque la posibilidad de que los negocios privados accedan a una tienda mayorista en MLC está vista y anunciada, igual quedarían los mismos problemas que ya tienen en la mayorista en moneda nacional, y además, el de comprar productos en una moneda sin curso legal en la Isla, con el mismo resultado del encarecimiento final del producto para el consumidor.   

En esencia, nada ha cambiado desde que los negocios privados tenían que recurrir al mercado minorista como principal fuente de productos, y como la historia es cíclica, esta historia antigua se repite. Es por eso que el 26 de este diciembre, tras simples operaciones de multiplicación, la gigantesca cola de la tienda de 26 y 15, en el Vedado, fue testigo de la descarga a los almacenes de dicho establecimiento de trescientas cajas de cerveza para la venta al público. También fue testigo, a los pocos minutos, de cómo uno de los empleados anunció el agotamiento total del producto, cuando era imposible que se hubiera vendido ni la mitad de aquella colosal cantidad recibida. Otra vez, la puerta trasera.

A quien filmó todo el proceso y amenazó con denuncia, los empleados de la tienda le propusieron, sin hacer cola, adquirir cuantas cajas quisiera. Y aunque al final llegó la policía y los empleados fueron puestos bajo custodia, la cerveza nunca apareció. Ni los particulares que querían su cervecita en casa para fin de año, ni los representantes de pequeños negocios privados, pudieron comprar nada en un mercado que ya no es minorista ni es mayorista, sino es un mercado de subasta, como eran los mercados del antiguo Egipto, el mismo pueblo que inventó la cerveza.   

14 enero 2021 10 comentarios 993 vistas
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El precio de «la Nada»

por Alejandro Muñoz Mustelier 19 diciembre 2020
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Es el más vendido entre todos los productos, está presente en muchos de los hogares cubanos y aunque no es exclusivamente nacional –pues ha acompañado a la humanidad desde sus albores– se ha hecho casi omnipresente en las últimas décadas gracias a la creatividad empresarial de sus gestores. No tiene costo de producción, ni de flete; tampoco necesita mano de obra en su ensamblaje y no paga aranceles de ningún tipo, pues es imposible de pesar, tasar, contar, medir o advertir su presencia. Puede fabricarse desde la total inmovilidad y el ocio, y a su vez tiene un alto precio en el mercado, lo que garantiza recuperar en un par de segundos la inversión en él –cercana a cero–.

Les presento al producto estrella de Cuba; al más vendido, popular y eficiente; al ganador de todos los premios –si hubiera alguno– a la creatividad empresarial delictiva. Aquí y ahora, tanto en la conciencia individual, como en el agro de la esquina o en el transporte público: «la Nada».

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«La Nada» nunca se vende sola. Es complementaria y acompaña, por ejemplo, a muchos de los productos alimenticios de la tierra: carne, frutas y hortalizas. También puede adquirirse junto con algunos servicios. Su abundancia varía de acuerdo a la única materia prima que se necesita en su producción: la voluntad de vendedores e intermediarios.

Pero ¿cómo se fabrica y comercializa «la Nada»? Al crearse un espacio vacío en las tarimas de los agromercados, «la Nada» se materializa. Sin embargo, como no se le puede pesar o medir, sencillamente se suma al precio de un producto material. Cuando compramos una libra de pimientos a 50 pesos, en realidad estamos pagando cinco pesos por los frutos, el resto se debe a la enorme cantidad de «Nada» que los acompaña.

Su enemigo natural son los espacios llenos –las tarimas, los estantes, las vidrieras–. Ahí no puede materializarse por razones físicamente obvias, de modo que los productores de «la Nada» viven en un esfuerzo constante para reivindicar sus espacios vacíos y en esto, tras décadas de práctica, se han vuelto realmente eficientes. Al principio, las propias incapacidades en materia de producción de alimentos en el país les hacía el trabajo; luego, cuando los niveles de producción se incrementaron algo y fueron autorizadas nuevas formas de gestión para la producción de alimentos, los productores de «la Nada» se vieron obligados a competir con los productores de alimentos. Entonces optaron por una forma de sociedad económica claramente inmune a los picos de producción: «los Cárteles».

***

Según la definición económica, un «Cártel» es un acuerdo entre empresas de un mismo sector, con el objetivo de reducir la competencia. Su finalidad es tener el control sobre la cantidad de producción y distribución. Las empresas que conforman estas sociedades conservan su identidad jurídica y su autonomía financiera. Gracias a la implementación de «los Cárteles», se obtiene poder sobre el mercado y se perjudica profundamente a los consumidores, quienes no pueden decidir a quién comprarle según el precio o la calidad, porque todos venden lo mismo y al mismo precio.

Debe decirse que estas sociedades son ilegales en todo el mundo. En Cuba, evidentemente, no se firman acuerdos entre los vendedores para crear una sociedad; en su defecto, los compromisos para disparar precios y secuestrar cosechas se hacen de forma tácita. En estos compromisos se presupone una tolerancia cero hacia la abundancia, ya que esto reduciría la cantidad de «Nada» con que se puede gravar, digamos, un tomate.

Las políticas de aprovechamiento, las rebajas de precios de productos en el límite de su vida útil y la fidelización de la clientela son prácticas prohibidas para estos «Cárteles». En este caso, el tanque de la basura siempre será mejor cliente para el vendedor que una persona, porque aunque se pierda el producto, aunque sea entonces alimento de ratas y gatos callejeros –ya casi vegetarianos por la abundancia de verduras en los vertederos–, se evita la creación de abundancia y con ella, la disminución de los precios.

No existe una forma fácil de combatir estas sociedades. Aunque desde el punto de vista legal se pueden implementar –y se implementan– leyes que condenan dichas prácticas, ha sido hasta ahora imposible para el Estado hacerles una guerra seria o con resultados palpables en las pizarras de precios. Esto se debe a que los «Cárteles» se han convertido en una fuerza económica –y por ello, potencialmente política– que, si quisiera, pudiera hacer palidecer a cualquier protesta frente a este u otro Ministerio que hayamos disfrutado o sufrido –o ambas, por qué no– en las últimas semanas. Para esto no es necesario que los miembros de los «Cárteles» marchen en procesión ni salgan de sus casas, es suficiente una huelga de brazos caídos que eleve la producción de «la Nada» al cien por ciento.

Ya lo han hecho. Cuando el Estado ha regulado los precios de los alimentos, los «Cárteles» sencillamente dejan de vender. Es una huelga real y silenciosa tras la cual los medios oficiales e independientes no hacen su agosto, ni hay cerrados combates en las redes sociales, ni se pone al país en pie de guerra, ni se despliegan las tropas especiales de impresionante uniforme negro y actitud marcial. Pero es la más peligrosa de las huelgas, porque además de no tener ningún fundamento ideológico, ni responder a reclamos de justicia, es una presión que se les ejerce a las autoridades tomando de rehén al pueblo. Es una huelga de hambre que declaran ellos y pretenden que hagamos nosotros. Básicamente es un comportamiento mafioso.

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Los «Cárteles de la Nada» no fundaron la escasez de alimentos, sino que son más bien su consecuencia. Independientemente a ellos, hay muchos factores que condicionan las carencias. Por ejemplo, el Grupo Empresarial de Acopio –cuyo nombre es casi un oxímoron– ha sido generador de grandes cantidades de «Nada» por conceptos de corrupción, ineficiencia, e incumplimiento de contratos con los productores; las largas cadenas de intermediarios entre el productor y el consumidor, que encarecen los productos hasta la ridiculez; el bloqueo externo y el doméstico; y las erráticas e históricas políticas de producción de alimentos y otros bienes.

Por tanto, sería cándido negar que la producción de alimentos en Cuba es insuficiente para satisfacer todas las necesidades. El punto está en que entre el déficit productivo real del país y el déficit provocado por estas sociedades ilegales, que se encuentran en cada barrio y plaza, hay una gran diferencia. Una diferencia que lleva al límite a las familias cubanas y que con la nueva realidad económica –el aumento de salarios, la reducción de subsidios y la inflación por venir– la existencia de los «Cárteles de la Nada» es sencillamente una de las mayores amenazas a las que se enfrenta el país.

Precisamente es una amenaza tan grande y temible porque frente a sus puestos de venta y mecanismos creadores de escasez, no hay hasta ahora ningún agente de tropas especiales de impresionante uniforme negro y actitud marcial, decomisando las toneladas y toneladas de «Nada» que intentan vendernos cuando vamos a comprarnos, no sé, la existencia.

19 diciembre 2020 21 comentarios 198 vistas
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Spring is coming?

por Alejandro Muñoz Mustelier 4 diciembre 2020
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Vivimos en un verano casi eterno, por lo que el significado de la palabra primavera nos importa poco. Aquí las cosas no florecen, ni reverdecen los campos, ni brota la hierba después de hibernar por meses porque la naturaleza exuberante es una condición perpetua.

Tampoco en el Medio Oriente ha habido primaveras, pero la semiótica universal dicta que esa estación es el renacimiento de todo y, por demás, a cualquier renacimiento en cualquier lugar le toca ese alias, sea lo que sea que renazca –una guerra civil, la anarquía– y sea para quien sea que renazca –una monarquía, un consorcio, un estado extranjero–. Pero, ¿cuánto toma en concretarse una «primavera» y cómo se logra?

Primero es necesario el frío del invierno, en forma de insatisfacciones populares y deseos incumplidos: de la felicidad nunca surgen los cambios, no hacen falta ni son deseados. Ese es ya un panorama existente aquí y muchas acciones que de él pueden derivarse suelen ser aprovechadas para el diseño de una buena «primavera», aunque sus objetivos nada tengan que ver con esta.

Por ejemplo, la manifestación pacífica del pasado 27 de noviembre a las puertas del Ministerio de Cultura fue una acción legítima cuyo objetivo no era fomentar el caos, sino el diálogo con las autoridades. Por ello, debe permanecer limpia en la mente de todos los actores políticos y sociales de la Isla. Aunque por desgracia este y otros ejercicios democráticos muchas veces sufren de incomprensión gubernamental y son tenidos como oportunidades por parte de proyectos ajenos a los de los demandantes. En cualquier caso, no dejan de ser ejercicios genuinos.

Luego hace falta un dios y su pensamiento y palabra. Digamos en este caso, Gene Sharp, fundador de la Institución Albert Einstein para la «democratización del planeta» a través de la acción no violenta –así de peregrino y absoluto–. Este gran «democratizador», politólogo y escritor estadounidense, que se especializó en «primaveras» y otras estaciones transitorias, sugiere, como una deidad que crea en tiempo récord, sólo cinco días para la implantación de «primaveras» una vez definido el país «invernal». Y así reza su génesis:

El día uno dijo: «Háganse las acciones para generar malestar social en el país». Muy fácil, casi lógico porque para ello se usan los problemas reales existentes, por lo cual la credibilidad de dicha promoción resulta muy verosímil para casi todos los ciudadanos. Es necesario aquí asegurarse de que hayan graves problemas en la sociedad. En el caso de Cuba, primero con la puesta en práctica de todo tipo de sanciones económicas y financieras, y segundo, aprovechando los problemas domésticos como la escasez, el burocratismo, las malas políticas económicas y la improductividad. Hay que decir que entre los problemas domésticos y los importados desde la injerencia, muchas veces hay una relación simbiótica, aunque no absoluta. Las legítimas insatisfacciones de los ciudadanos en este y otros sentidos, su derecho a reclamar pacíficamente de la forma en que entiendan que serán escuchados, es materia que puede usarse en la construcción de la estación deseada.

El día dos creó –o se robó– los reclamos por la libertad de expresión, la democracia; además de las acusaciones de totalitarismo, violencia política y policial. Vio que eran buenas acusaciones y las montó en las redes sociales, esas que actualmente son tenidas por millones de usuarios como medios de información y donde el término libertad de expresión, por ejemplo, pasó de ser un reclamo justo para llegar a semánticas absurdas.

La creación de grupos y comunidades es algo muy atractivo para el público, por lo cual las redes se esfuerzan en un proceso de retroalimentación donde el usuario recibe las noticias u opiniones que reafirmen sus propias posturas. He aquí el aislamiento casi total de la realidad que pueden proporcionar, ya que en el mundo actual –y en el que fuere– la realidad no es monocromática, sino compleja.

Según un estudio conjunto de la Compañía Estudio de Comunicación y de la Agencia Servimedia, es en Facebook donde se construyen mayor número de comunidades, pero es en Twitter, por su naturaleza, donde las noticias falsas se difunden con más rapidez, con un 70% de retuits más que las noticias veraces. Para colmo, son las noticias falsas de carácter político las que cuentan con mayor facilidad para su difusión, alcanzando al doble de usuarios en una tercera parte del tiempo.

Al tercer día creó la lucha activa por cambios políticos y sociales, la promoción de manifestaciones y protestas violentas, la amenaza a las instituciones porque no bastan en la búsqueda de la «primavera» las noticias falsas y las redes sociales. Debe haber un consenso de lo que es bueno y lo que no, del sentido común, por supuesto, de lo razonable y de lo incorrecto, –si se quiere, lo demoníaco–, para despertar «ideales puros de reivindicación» en sectores como la juventud, por ejemplo, edad que por su naturaleza es dada a las causas justas.

La percepción de lo común y lo razonable es trabajada entonces desde la narrativa de los medios de difusión masiva occidentales –en este caso–, a saber: cómo debe ser un país, una casa, un modo de vida, unas costumbres. Entonces, cualquier cosa que no coincida con esa narrativa, con esa semiótica de lo correcto, pues está mal y debe ser cambiado.

Al cuarto día creó la ingobernabilidad y las operaciones de guerra psicológica. Se responsabiliza al gobierno por los enfrentamientos físicos, editando y tergiversando videos y fotos, o poniendo como la generalidad aquellas acertadas. En la imposición de algunas «primaveras», sobre todo en el Medio Oriente, se han llegado a difundir fotos de otros momentos y otras latitudes sin el más mínimo reparo. Uno de los informes del Departamento de Defensa de Estados Unidos, asegura que «…la percepción es tan importante para el éxito como el evento mismo. (…) al final del día, la percepción de lo que ocurrió importa más que lo que pasó realmente».

No es necesario que la trampa de la multimedia funcione por mucho tiempo, sólo basta el suficiente para que se cree un estado de opinión pública al que se adhieran personalidades internacionales de la cultura, el deporte y la misma política, como influencers defendiendo la marca de un producto que no han comprado.

El día quinto, por fin con las enredaderas subiendo por las paredes de las instituciones gubernamentales, supo que la «primavera» ya casi estaba ahí. Entonces creó términos, como «renuncia del presidente», y vio que eran bueno. Y mantuvo la presión en las calles, y vio que también era buena. Y con una guerra civil prolongada en pleno apogeo y el aislamiento internacional del país, llamó a la intervención militar y, de nuevo, vio que era buena. Y dijo: «Hágase la primavera». Y la «primavera» se hizo.

Este camino de cinco días ha sido descrito, con otro nombre por supuesto, por su propio creador, Gene Sharp, en libros y artículos y se ha aplicado en muchos países con resultados muy interesantes. Hasta hoy es casi infalible. La Institución Albert Einstein, fundada por Sharp, ha sido acusada de haber estado detrás de las llamadas revoluciones de colores que tuvieron lugar en varios países exsoviéticos, y con repercusión en las «primaveras» árabes. Se ha seguido con relativo éxito en Latinoamérica: Venezuela-2002, Bolivia-2008, Honduras-2009, Ecuador-2010, y así, como una lista de olimpiadas en la que compite un solo atleta.

Ahora vemos este modelo de «primavera» en Cuba, en su «segundo día». Ojalá no llegue al tercero. He aquí que los reclamos –justos a mi entender– de reformas a muchas de las políticas estatales, no deben tomar posición alrededor de un «golpe suave», ni luchar en una guerra prefabricada, y sí, lo digo, pagada, donde esos reclamos más que ser protagonistas, son las armas con las que se librará una batalla tras la cual estarán los mismos reclamos sin satisfacer y otros nuevos.

Se ha visto cómo muchos de los ciudadanos que siguen sosteniendo reclamos y reformas se han desmarcado de las agendas ajenas, y esto es positivo; otros no logran discernir la diferencia entre exigir sus derechos al gobierno y la increíble aventura de «disentir», apoyada en la autocomplacencia social que ofrecen las redes.

Y en pos de evitar este «golpe suave» como la brisa, también es comprensible que la semiótica gubernamental dé un cambio profundo, más allá de los eslóganes esquemáticos y las arengas públicas; más allá de accidentalmente unir a quienes protestan por derechos justos y a quienes tienen la agenda de Nerón y quieren ver todo esto arder; más allá de no poder dominar todavía el escenario de las redes –que ahora mismo es El Escenario–; más allá de los uniformados en las calles –que por arte de Facebook se multiplican–.

Una «primavera» caribeña no es una opción viable, por nuestro fuero, por nuestra historia, por las rencillas acumuladas durante décadas a los dos lados del Estrecho de la Florida –porque es de ilusos creer en una guerra estrictamente nacional–, y porque nunca la palabra «primavera» tuvo tantas comillas a su alrededor.      

Para contactar con el autor: vedadoacademy@gmail.com

4 diciembre 2020 65 comentarios 803 vistas
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Licencia para hacer

por Alejandro Muñoz Mustelier 27 noviembre 2020
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

La opción cero consistía en declarar un estado de «sálvese quien pueda», «búsquese la vida», «cace su comida», «acarree agua desde un río y quite los marcos de puertas y ventanas para hacer leña, alumbrarse y cocinar». Puede parecer la trama de un libro post apocalíptico, pero en la década de los noventa estuvimos a un paso ¿Por qué nos salvamos? Porque el país se reinventó, se implementaron nuevas política económicas: primero, la inversión extranjera y la total apertura al turismo; luego, la legalización de unos pocos negocios por cuenta propia, y, cuando hizo falta, la ampliación de ese trabajo hasta convertirlo en un cuasi sector económico.

Fue una evolución progresiva y necesaria, que se iba renovando a medida que hacía falta, una revolución en la economía hasta ese momento híper-regulada y centralizada de la Isla. Pero en algún momento se detuvo la inventiva y, aunque hacía falta y las fuerzas productivas estaban maduras y la psicología individual estaba lista, no se dio el siguiente paso, ese que pudiera ayudar a convertir la economía cubana en economía funcional: la implementación de un verdadero sector privado, encarnado en las micro, pequeñas y medianas empresas, o MiPyMEs.

No se trata de un tema actual ni surgió de la crisis generada por Trump y el coronavirus –o Coronatrump directamente–, sino que es un tema más antiguo que el patógeno y el magnate –valga la redundancia–, y que, con la tragedia económica devengada, toma vigencia nuevamente. Es necesario repensar nuestras formas de gestión y las MiPyMEs son una respuesta lógica y una evolución natural a lo que se ha venido haciendo en Cuba en materia económica, porque estas no entran en contradicción con el modelo socialista, al contrario, pueden aportarle mucho.

No se trata de potenciar una oligarquía ni fundar grandes consorcios privados. Las MiPyMEs pueden dividirse en tres grupos: microempresas, con sólo 10 trabajadores; pequeñas empresas, que pueden emplear hasta 50 trabajadores; y mediana empresa, que pueden tener en nómina hasta 250 empleados. ¿Por qué no se implementa esta forma de gestión?

Quizás sea temor gubernamental. Si es así, es un temor basado en la política y no en la economía –sin desestimar la primera–. A la vez, los medios de difusión nacionales promueven comprensibles campañas a favor del trabajo digno y honrado y del crecimiento económico que este traería a la sociedad, pero en Cuba actualmente existe un proto-modelo del sector privado, muy rudimentario, llamado trabajo por cuenta propia (TPC), que no tiene la capacidad de ofrecer desarrollo económico real al país porque, amén excepciones –y las hay–, el trabajo por cuenta propia no rebasa lo micro, ni tiene una perspectiva de desarrollo más allá de la subsistencia. Por demás, no logra el abaratamiento de los costos, ni la generación progresiva de ingresos. Entonces, el TCP tiene una influencia muy limitada en el crecimiento económico nacional.

Una de las cosas que más lastran esta forma de gestión es el sistema de licencias, restringido y muy caprichoso, ya que la emisión o no de estas, muchas veces obedece a misteriosas políticas estatales y no a la importancia de la misión social de un negocio o a la generación de bienes. Así sucede que si se te ocurre una idea o un producto innovador que cubrirá una demanda y aportará al país por concepto de bienes, impuestos y puestos de empleo, debes cruzar los dedos de las manos para que esté tipificado en la lista de licencias. Si lo está, cruzar entonces los dedos de los pies para que no esté sujeta a restricciones. De lo contrario, ¡quieto!, o estarás contraviniendo leyes y serías, por definición, en vez de un emprendedor, un delincuente. Así de escuálida es la frontera entre los dos términos.

Por otra parte, el sector estatal tampoco es todo lo productivo que pudiera. Para empezar, cuenta con un superávit de trabajadores, y este es uno de los pocos casos donde superávit no significa nada bueno. Este exceso de plantilla quedó demostrado con el advenimiento de la epidemia –la viral, no la presidencial republicana– cuando quedaron cesantes temporalmente centenas de miles de trabajadores –con remuneración, por supuesto– y el aparato estatal siguió funcionando como antes. Claro que cantidad y calidad aquí son términos sin relación alguna y se pagan miles de salarios de más y a cada trabajador estatal, según la matemática euclidiana de pañoleta azul, le tocan miles de pesos menos.

Este exceso de nóminas saltará con la inflación resultante de la unificación monetaria, que obligará a las empresas estatales a prescindir de muchos trabajadores. Por supuesto, la política no puede ser tirarlos a la calle, el deber estatal sería ofrecerles ayuda económica y, en resumen, seguirían siendo asalariados del Estado, vía seguridad social, con la curiosa característica de que no trabajarían.

La implementación de las MiPyMEs podría emplear a esta masa laboral, experimentada y en muchos casos con altos niveles de formación –incluso el proto-sector del TCP, con todas sus limitaciones, redujo el clásico empleo estatal a un 75% en sólo una década–. A la vez, los trabajadores que queden en el sector estatal podrán asumir de forma menos traumática la inflación, ya que la remuneración por su trabajo se incrementaría al disminuir la responsabilidad estatal de pagar miles y miles de nóminas improductivas. En esencia, uno de los mayores beneficiarios de la completa implementación de las MiPyMEs sería el propio Estado. Se establece aquí una relación simbiótica entre ambas formas de gestión que se aleja mucho del pensamiento tradicionalista que opone lo estatal a lo privado.

Las MiPyMEs pueden llegar a ser generadoras de innovación científica y grandes bancos de soluciones en cuya búsqueda se desangra el país, muchas veces sin encontrarlas, con un coste económico y político prohibitivo y, en este momento, peligroso. Manejar hasta sus últimos resquicios las redes gastronómicas y comerciales; ser el responsable de cada complemento, objeto y pieza, no debe ser –excepto donde sea pertinente– la labor del Estado. He aquí la causa de una hemorragia que luego se nota en la anemia de sus verdaderas responsabilidades, a saber, la salud, la educación, la seguridad social, la explotación y el manejo de los recursos del país, la industria farmacéutica, el medio ambiente, la seguridad de sus ciudadanos.

La implementación completa de las MiPyMEs puede liberar a la dirección del país de deberes fútiles y reorientar la voluntad política y las cuentas nacionales hacia donde pueda potenciar con más eficacia el socialismo, que no es precisamente en una cafetería, ni en una fábrica de conservas. He ahí otro aspecto a tener en cuenta a la hora de hablar de simbiosis y sinergia entre las formas de gestión.

El tema no es que el Estado cubano considere al mercado como protagonista de la economía. Sería una contradicción con el modelo socialista, además, el rotundo fracaso del Bloque del Este, mal aplicando este híbrido –con más política entonces que economía– les sirvió de ejemplo a los legisladores y economistas cubanos para saber lo que no se debe hacer. 

No obstante, no parece haber tal contradicción entre el modelo socialista y las formas de gestión de las MiPyMEs, que sí han mostrado excelentes resultados en otras partes del mundo, tanto en países socialistas como capitalistas. Por supuesto, estos países responden a otras realidades y la implementación de esa forma de gestión encierra ciertos peligros, como el del surgimiento de una pequeña burguesía, por ejemplo.  Es algo que debe manejarse con inteligencia, pero es mucho más peligrosa la burguesía informal e invisible que ya existe, cuya única materia prima es la incómoda posición económica en que se encuentra el país desde hace décadas, la improductividad, el desabastecimiento. Entonces, lo ideal, lo inteligente, lo justo, sería quitarles la materia prima, desabastecerlos, y si de tipificar licencias se trata, tipificar una sola: la licencia para hacer.  

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27 noviembre 2020 8 comentarios 260 vistas
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