Es un mineral tan preciado, que la mismísima palabra definitoria de nuestro tímido acercamiento a la subsistencia se deriva de esta: salario, con su origen allá en el vastísimo imperio romano, que pagaba a sus soldados con lo más valioso que había, el MLC de la época clásica: la sal.
Pero el mineral no sólo está presente en palabras tan solemnes y perseguidas, también se usa con registro coloquial para para expresar estilo y picardía: «tiene sal»; con el verbo ser para decir de alguien dichoso: «es un sala′o», y con el verbo estar para todo lo contrario: «estamos sala′os», frase muy socorrida —y socorrista— en Cuba.
La producción de sal en nuestro país no debería ser un problema: donde haya mar, hay sal. El problema es que para hacer funcionar cualquiera de las múltiples salinas con las que contamos, son necesarias ingentes cantidades de energía, obtenida con combustible fósil, no sé, digamos petróleo. Por cierto, el petróleo también es un mineral pero no se usa para comer, en cambio es inflamable, susceptible al roce, a los impactos, al calor y a las descargas eléctricas.
Sin irnos del tema, una descarga eléctrica impactó el tanque 52 de almacenamiento de crudo de la Base de Supertanqueros de Matanzas sobre las 7 de la tarde del viernes. El incendio fue considerable y amenazaba con expandirse a los tanques aledaños, lo que finalmente ocurrió. Este tipo de incendio cuenta con toda la materia prima necesaria para ser un verdadero dolor de cabezas, no importa la capacidad y recursos de los cuerpos de bomberos, porque el fuego aprovecha lo mejor de sus dos estados generales: deflagraciones y detonaciones.

El fuego avanza implacable en la base de supertanqueros de Matanzas. (Foto: Cubadebate)
En las primeras, la velocidad con que avanza el frente de las llamas es inferior a la velocidad del sonido, duran solo entre 100 y 200 milisegundos. La detonación, por su parte, supera la velocidad del sonido, por lo que son más devastadoras —ya se han visto en los videos que hay en las redes. El fuego se propaga por el combustible, incluso en contra de la corriente de este, y a mayor velocidad que dicha corriente en una deflagración constante. Si existen las variables adecuadas —y existen—entre ellas, el combustible, se produce la detonación.
Después de la consternación al conocer que hubo víctimas, el daño que esto puede ocasionar a la ya anémica economía nacional, fue la preocupación de muchos. De muchos de los que todavía cuentan con electricidad regularmente; el resto, los resilientes apagados, supongo piensen que ahora ni la luz les va a dar —esto literalmente.
Pero más allá de las terribles e inevitables consecuencias económico-lumínicas ante otro titular mitológico —este texto está lleno de referencias clásicas— donde un rayo cae como justicia divina empeñada en aleccionar, no sé por qué, a nuestro sistema energético; la gran mayoría se dio a la especulación: ¿otra vez un rayo? se pregunta la gente con gesto de incredulidad. Las opiniones son diversas: eso nunca pasa, esos tanques tienen medidas de seguridad, están escondiendo algo, y así. Lo cierto es que parece durísimo de tragar que otro rayo haya caído en una instalación relativa a la generación de energía.

La nube de humo se extiende sobre la ciudad de Matanzas. (Foto: Néster Núñez)
La opinión general de las personas aledañas invoca el sabotaje. Hay ejemplos claros y recientes en Venezuela, casi un modus operandi. Por otra parte, aquella foto en medios nacionales hace tres meses, que mostraba la Central Termoeléctrica Antonio Guiteras con chimeneas de enfriamiento nuclear —será la más grande de Cuba, pero no es para tanto—, siendo alcanzada por un rayo, deja mucho a la imaginación. Otros niegan que fuera obra de algún escuadrón de operaciones especiales, y afirman que la cosa está en poder justificar el déficit energético y el vacío en los tanques subterráneos de las gasolineras; no obstante, coinciden con los primeros en que Júpiter no existe, no hay rayos.
Realmente la hipótesis de los rayos —llamémosle clásica—, que han ofrecido los medios nacionales, y la hipótesis del sabotaje —llamémosle barroca, ¿por qué no?—, tienen elementos de donde beber a la hora de exponer su razón. Los barrocos argumentan que ante la extrema situación económica que vive el país, las reacciones populares se han extremado, llegando a las protestas grupales —multitudinarias en algunos casos—, a proferir palabras soeces contra los funcionarios y dirigentes, a apedrear tiendas y más recientemente a incendiar establecimientos estatales, tan despreocupadamente que las mismas autoridades han reconocido que es obra personas y no de deidades mitológicas. Por demás, un sabotaje a instalaciones industriales no tendría necesariamente que quedar fuera de consideración.
A los promotores de la hipótesis clásica —los medios oficiales—, los respaldan datos científicos, porque a pesar de que no parezca, es más común de lo pensado que Júpiter, en defensa del planeta, en ejercicio de sus facultades divinas, o porque a veces Juno lo saca de quicio, acribille a rayos tanques de combustible a lo largo y ancho del planeta. En 1924, un rayo impactó un tanque de petróleo en Monterrey, Estados Unidos, provocando un incendio; en 2012 otro rayo impactó un tanque de crudo en Puerto Cabello; en 2014 fue en Zulia, Venezuela; en el 2020, estalló por esta misma causa un tanque de la petrolera Repsol, en Puertollano, España; en 2021 pasó en Brinhton, Inglaterra, y así hasta el cansancio. De hecho, un tercio de los más de 480 fuegos en estas instalaciones son atribuidos a rayos, que alcanza la cifra de veinte incendios por año.
Y es cierto que los tanques deben tener protección contra descargas atmosféricas: pararrayos, disipadores; incluso, se consideran por su composición bajantes naturales de rayos si cumplen con dos o tres requisitos: espesor de techo de cinco milímetros, placas atornilladas o soldadas para que haya continuidad eléctrica y tuberías conectadas a esta continuidad. Aunque también puede suponerse que alguno de estos requisitos no estaba presente en el tanque 52, y aunque la hipótesis clásica sea factible —y lo es— queda el asunto de la preservación y seguridad del dichoso tanque.
Teniendo en cuenta todos estos datos, es probable que Júpiter haya mandado el rayo y las negligencias romanas lo hayan dejado entrar. Si fuera así, dado el monto de sucesos divinos que se han ido acumulando desde aquel fatídico accidente aéreo y el tornado, pasando por un inofensivo pero premonitorio meteorito, incendios, la pandemia, los recientes y tristes sucesos del Saratoga, y un muy largo etcétera, para volver al tema de la sal, que es el que nos ocupa hoy; parece que estamos realmente salaos (Díaz-Canel, 2022).
No obstante, si el discurso presidencial asume la salación como una variable, habrá que crear el Ministerio de Asuntos Esotéricos —si total, ya tenemos economía vudú— para que analice a cuántas deidades estamos ofendiendo y desagravie cualquier desplante. Sería bueno que este ministerio tomara al pueblo de Cuba como una deidad a desagraviar con urgencia. Mientras los bomberos se afanan en apagar un incendio, los dirigentes intentan igualmente, apagar, apagar. Sin embargo, este es uno difícil de sofocar, porque le están echando agua, mucha agua, pero al ser agua de mar, también está salá.