La Joven Cuba
opinión política cubana
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto
Autor

Alberto Abreu Arcia

Alberto Abreu Arcia

Intelectual y activista social

Negros

«Cosas de negros, negocios de blancos»

por Alberto Abreu Arcia 9 junio 2022
escrito por Alberto Abreu Arcia

Roberto Zurbano Torres: crítico cultural y militante antirracista

***

A.A.: Las innumerables investigaciones realizadas en Cuba sobre marginalidad, movilidad social, reproducción de la pobreza asociada al color de la piel señalan brechas e indicadores preocupantes. Desde tu condición de intelectual y activista afrocubano, que durante tres décadas ha estudiado las diferentes desarticulaciones, tensiones y dinámicas que atraviesan al campo cubano de las negritudes, me gustaría que conversáramos sobre estas problemáticas relacionada con la equidad y la justicia racial.

Te propongo comenzar por una pregunta que quizás debería ser la última. ¿Cómo están afectando a la población no blanca el fenómeno de la pandemia, las medidas de reordenamiento económico y el recrudecimiento del bloqueo estadounidense?

R.Z: La población no blanca, como la defines, ha sido muy afectada. Para decirlo con propiedad: ha empeorado su situación, no solo por las últimas inclemencias económico-sanitarias; sino por la falta de una mirada crítica y autocrítica del gobierno a la situación racial en Cuba y la incomprensión política de los sujetos. No olvides que antes era prohibido abordar el tema racial. Te castigaban o convertían en un muerto civil. Los ejemplos abundan, pero solo mencionaré a Walterio Carbonell.

Esa subestimación de lo racial generó una desatención que se naturalizó en la misma medida que era un tema peligroso para el debate público. Así se perdió el significado político de las cuestiones raciales y las subjetividades negras fueron lanzadas al pasado, al folklore y a un concepto de cultura vacío de complejidad y futuridad. Este proceso, que trato de resumir brevemente, provocó un tratamiento sub-diferenciado a la población no blanca, particularmente a esa mayoría escasa de recursos materiales.

Si lo ves fríamente, durante la pandemia la gente negra tuvo los mismos tratamientos médicos y vacunas que los demás, pero… no siempre pudieron quedarse en sus casas, ahora más hacinados que nunca, dependientes de un mercado informal o de salarios muy bajos. Quiero decir, luego que sales del hospital, ¿hacia dónde vas? Y ¿cuáles son las condiciones que encuentras allí?

¡Ah, pero tales condiciones no son culpa del caotizador reordenamiento ni del recrudecido bloqueo, porque surgieron muchísimo antes de la pandemia, generadas por la desatención gubernamental que, tras los sucesos del 11J, se trata de reducir en los llamados barrios vulnerables, cuya demografía indica una mayoría negra y mestiza.

Aun así, no pretendo obviar la pandemia, el reordenamiento ni el bloqueo, solo indicar que estos vienen a formar parte de un paisaje más antiguo y complejo, donde se reproduce la subestimación político-racial, la emigración interna y la creciente pobreza.

En ese contexto, la pandemia afectó más a esta población negra, por las desventajas que creó el desamparo durante tanto tiempo. Toda ayuda que llegue a estos barrios será bien recibida. Ojalá que el fundamento del apoyo no se limite a la cuestión material, sino que también ayude a transformar los sujetos e identidades, su estima y entorno sociocultural.

Negros

Walterio Carbonell

¿Consideras que los intelectuales, artistas, proyectos-grupos, activistas comunitarios, líderes y lideresas inscritos en el campo cubano de las negritudes han tomado conciencia de estas brechas de equidad y reproducción de la pobreza que afecta a la población negra, o se trata de una problemática no visibilizada lo suficiente? ¿Cuáles son los principales diagnósticos y demandas que aprecias en este sentido?

El activismo antirracista cubano adolece de una visión histórica sobre esfuerzos antirracistas anteriores. Bregamos con visiones unilaterales de poco calado y acciones que no articulan lo que realmente significa ser negro en un país heredero del esclavismo, el republicanismo y la actual crisis del socialismo. Vivimos en medio del Caribe, doblemente aislados, por el mar y por una cultura eurocéntrica, cuyo proceso de blanqueamiento aún se recicla impunemente, no solo en lo cultural y demográfico.

Es raro ver una familia negra que enseñe orgullo o conciencia racial a sus hijos. Eso produce un vacío en su identidad personal y social que afecta su autoestima y le obliga, constantemente, a integrarse a ese contexto eurocéntrico donde lo blanco y europeo está cada vez más sobrevalorado, poseen instituciones propias y promueven sus legados y sus conexiones actuales sin problemas. No es el caso de la historia social del negro en Cuba, cuyas instituciones han desafiado devaluaciones, acusaciones y hasta desaparición.

En los cabildos afrocubanos, sindicatos, partidos y sociedades negras, desde el siglo XVII hasta el largo siglo XX cubano, siempre hubo consciencia de la desigualdad y opresiones que afectaban la población negra. Nunca fue una problemática invisible. Ya en el siglo XIX una intelectualidad negra, en sus propias publicaciones periódicas, denuncia la desigualdad racial y propone resolverla de diversos modos.

En este siglo XXI han surgido varios proyectos antirracistas —sociales, religiosos, educativos, culturales, políticos, feministas, etc.— que expresan las demandas de un grupo social discriminado. Tal discriminación ha sido directa o sutil, consciente o inconsciente, visible o invisible; pero discriminación al fin. Nuestros políticos tardaron mucho en reconocer: primero, que existe racismo en Cuba. Segundo, que el antirracismo tiene un significado político e histórico en nuestras vidas y luchas sociales.

Y tercero, lo insuficiente del reconocimiento social y la participación de este grupo racial en los principales temas de la agenda nacional. Eso no se logra únicamente con la representación, sino con la participación y el respeto a los derechos, el conocimiento, legado, diálogo y consenso con dicho grupo social.

Mas, siendo autocríticos, tampoco hemos sido eficientes en hacer que se reconozcan nuestros aportes y nuestro rol como ciudadanos en el ejercicio de derechos. «Cosas de negros, negocios de blanco», es un proverbio con el que mi abuela Enriqueta ilustraba cómo, frecuentemente, dejamos que otros decidan por nosotros: la manera de promover nuestra cultura, organizar nuestras religiones, debatir nuestros conceptos, de emanciparnos, y el modo en que nos integramos a una cultura nacional donde el lugar de lo afro y lo negro continúa siendo instrumentalizado, marginalizado y, sobre todo, aplazado una y otra vez.

A lo largo de su historia, la comunidad afrocubana desarrolló modelos de asociación y resistencia (cabildos, cofradías, sociedades de color, clubes, etc) que le permitieron no solo preservar sus saberes ancestrales y ayudar a negro/as y mulato/as a salir, económica y socialmente, adelante. Como expresión de esta misma voluntad germinó un corpus de textos de pensadores afrocubanos que reflexionan sobre la situación socio-económica de negros y mulatos y su empoderamiento

¿Qué impacto podría tener la reivindicación de aquellas experiencias y de otras zonas de nuestra memoria colectiva en el desarrollo de estrategias que, desde la sociedad civil, ayuden a revertir esta inequidad?

Te repito: es casi imposible que se puedan reivindicar experiencias anteriores a 1959, sobre todo porque nadie las conoce: no se publican ni estudian sus libros y columnas periodísticas. Los pensadores negros antirracistas cubanos son grandes desconocidos a quienes no se dedican tesis universitarias ni homenajes; y no por la falta de profundidad en sus obras.

Esta invisibilización o borradura de nuestra historia no es casual y muestra el blanqueamiento del pensamiento social cubano. Si no, ¿por qué son tan desconocidas figuras como Sandalio Junco, Alberto Arredondo, Damasa Jova, Gustavo Urrutia, Salvador García Agüero, Carlos Moore, Walterio Carbonell, o Juan F. Benemelis? Nuestra memoria colectiva ha sido mutilada con un tajazo discriminatorio al enorme legado antirracista cubano, ojalá esta frase no parezca radical o exagerada a los editores; pero dudo que tengan una definición mejor.

Me parece clave refrescar este legado de activismo antirracista, estudiarlo y quizás, hasta aplicar muchas de sus ideas. Estamos en el siglo XXI, claro, pero esa acumulación cultural permitiría pensarnos mejor, evaluar lo que funcionó y lo que no, encontrar valores ocultos y coincidencias en ideas que hoy nos parecen nuevas, pero en realidad han sido fijas en la historia de nuestro grupo racial, como la idea de los afro-emprendimientos, que tiene más de un siglo en Cuba.  

En ese patrimonio antirracista hay una fuente de ideas y experiencias que fracasaron o triunfaron en su momento. Debemos renovar o desarrollar otros modos de emancipación social que transformen la actual situación racial. Algunas podrían convertirse en políticas públicas si se trabajan con inteligencia. Es un gran desafío.

Negros

Debemos renovar o desarrollar otros modos de emancipación social que transformen la actual situación racial. (Foto: Twitter)

¿Cómo son posibles estos indicadores y diagnósticos, a pesar de las políticas y legislaciones dictadas por la Revolución desde su llegada al poder que decretaron el fin de la discriminación racial y del racismo antinegro?

La Revolución, quizás ingenuamente, consideró que solo las medidas universalistas de los años sesenta eran suficientes para transformar a todos los sectores sociales: tres leyes de Reforma Agraria, una de Reforma Urbana, la Campaña de Alfabetización y la creación de organizaciones como la FMC o la ANAP beneficiaron a campesinos, mujeres, pobres y analfabetos.

Fueron acciones afirmativas que decidieron la movilidad social de dichos sectores. Pero, aun dentro de ellos, comprobarás cómo la población negra tuvo otros obstáculos que impidieron su «salto» como grupo. Como sabes, sobran estudios, comparaciones y estadísticas sobre esta «diferencia» o problema social.

Las variables raciales fueron expulsadas de la política y las ciencias después de aquellos textos y discursos que, a partir de 1962, decretaron el fin del racismo en Cuba. Y se hizo el gran silencio. Fue un vacío conceptual que generó distorsiones, incomprensiones y represiones sobre la legitimidad de la cuestión racial en la construcción de la nueva sociedad.

La ausencia de este debate y su subestimación política no permitió un flujo natural de ideas o propuestas sobre el tema racial. Únicamente fue y es atendible como parte del conflicto ideológico del diferendo Cuba-EE. UU.; fuera de ese universo todo se reduce, se aplaza y se subordina a otras cuestiones.

Por eso el activismo antirracista ha sido tan marginalizado, perseguido y coaptado. Y eso explica que el tema aún no logre insertarse, con acciones prácticas y conceptuales, en la agenda nacional. No solo es una cuestión local, sino regional y transnacional que seguimos cargando como pesada cruz en la espalda de la gente que más la sufre.

¿Cuánto pudiera ayudar el Programa Nacional Contra el Racismo y la Discriminación Racial en la implementación de acciones que favorezcan a la población afrodescendiente?

Este Programa Nacional, anunciado hace dos años y medio, lo entiendo como la estrategia o política racial que durante seis décadas faltó para complementar las medidas universalistas (salud, vivienda, educación, etc.) que se tomaron en los sesenta. La gran ausente fue una política racial que, finalmente, nos exige su lugar en el debate sobre la nación y su futuridad: reconocimiento y redistribución ha sido la pareja dialéctica que se ha impuesto en todas partes, también en Cuba.

Por suerte, ya hay suficientes investigaciones y resultados científicos como para iniciar una transformación real de la situación racial en Cuba. El activismo identificó y denunció el problema hace cuatro décadas, y en las últimas de ellas la Academia generó suficientes herramientas y diagnósticos. Solo faltan las políticas, las leyes y la aplicación de ambas.

Pero, ¡ojo!: para que este tipo de programa funcione deben ser convocadas todas las fuerzas emancipatorias y antirracistas de la sociedad en función de una tarea muy compleja. Sin una real articulación de estas fuerzas, conciencia y conocimiento de las problemáticas raciales en Cuba, más una voluntad política y económica que las priorice, será imposible obtener buenos resultados.

La cantidad de reuniones, comisiones, diagnósticos y spots publicitarios no determina el resultado del Programa si no expresan críticamente las necesidades de una población negra disminuida en sus derechos. Experiencias anteriores enseñan que una Comisión puede convertirse en un juguete que hace perder tiempo, energías y la oportunidad de construir un modelo social antirracista en la región.

Por otro lado, estemos atentos a la recomposición burguesa que viene estimulando en Cuba un fundamentalismo discriminatorio, no solo religioso. Hay fuerzas reaccionarias gestando el enriquecimiento de ciertos sectores poco interesados en la calidad de vida de otros sectores crecientemente empobrecidos, donde los negros siguen siendo mayoría. Esta simple realidad, ¿te parece exagerada?

Tomo un par de ejemplos: La construcción de viviendas para el pueblo vs. los hoteles de corporaciones poco dadas a la transparencia estatal, así como la permisibilidad con que los nuevos capitalistas generan nuevas opresiones y exclusiones para sus trabajadores y clientes.   

negros

Hay fuerzas reaccionarias gestando el enriquecimiento de ciertos sectores poco interesados en la calidad de vida de otros sectores crecientemente empobrecidos, donde los negros siguen siendo mayoría. (Foto: Cibercuba)

¿Cómo diseñar entonces políticas públicas, acciones afirmativas desde la perspectiva de las afro-reparaciones y la justicia racial? ¿Qué experiencias existen en comunidades afrodescendientes en América Latina y el Caribe que puedan ser de utilidad al escenario cubano?

Hay muchas experiencias en toda Latinoamérica: sectoriales, comunitarias, culturales, feministas, legales, de micro y macropolítica. Son ganancias de largas luchas, debates, diálogos y consensos de las comunidades afro, la sociedad civil, la academia y los políticos. Hasta las constituciones se erigen espacios en función de reducir la discriminación, combatir el racismo y luchar por la igualdad.

Han sido duras estas batallas y en medio de ellas siempre se intentó dividir las fuerzas antirracistas con métodos de una mezquindad inimaginable. Es un viejo ardid que nos acompaña desde la esclavización y que no siempre sabemos advertir y enfrentar con ética e inteligencia. No voy a precisar cuáles de esas experiencias pueden servirnos o no, teniendo en cuenta que el racismo es el mismo pero los contextos son diferentes y los modos de permisibilidad y visibilidad también han cambiado mucho en los últimos veinte años.

Siempre me llamó la atención como Lula logró instrumentar en Brasil un Ministerio o Secretaria de Estado por la Igualdad Racial (SEPIR), y aunque fue insuficiente, habrá que revisar ciertos fallos estructurales y errores estratégicos que allí incidieron. Luego, la experiencia avanzada de Uruguay es increíble, aunque no perfecta. En Colombia ha sido muy difícil, pero muestra sus logros gracias a la coherencia, resistencia y brillantez de muchos líderes entregados hasta la muerte a la tarea antirracista, ligada a otras opresiones.

Sucede que los puntos de partida no son los mismos y no siempre es bueno compararse, como frecuentemente se hace en Cuba respecto a Estados Unidos. Recuerdo que en los noventa, muchos críticos del antirracismo cubano nos acusaban de copiar a los afronorteamericanos. Claro, si desconoces la tradición antirracista cubana, anterior a la afroamericana, puedes terminar copiando.

Y lo peor es que, como vivimos de espaldas al Caribe, obviamos la fuerte tradición caribeña, desde el surgimiento de los cimarrones en Surinam, pasando por la Revolución haitiana, el sindicalismo anglocaribeño hasta llegar al impacto de la diáspora caribeña en los EE.UU. Sin que haya que dejar de admirar a los grandes pensadores negros norteamericanos, casi todos hijos o nietos de caribeños.

Toda esa tradición ha de ser tomada en cuenta, Alberto, y también cada esfuerzo del activismo antirracista de los últimos treinta años en Cuba, pues abrió, y profundiza aún, otros caminos. Sobre las afro-reparaciones, hay discursos de Fidel y Raúl Castro, fuera de Cuba, apoyando esa estrategia, pero ningún funcionario cubano los ha replicado y es un tema medio fantasmal.

Sé que es muy difícil adentrarse en ese debate; pero nos toca. Hablar de justicia racial en Cuba es un tema incómodo, que termina acusando a los negros de desagradecidos. Lo más difícil ha sido luchar contra un pensamiento colonial de izquierda; es el peor de los colonialismos porque resulta incapaz de reconocerse como tal y genera una actitud defensiva y cerrada que no permite los diálogos y aprendizajes necesarios.

Negros

Sobre las afro-reparaciones, hay discursos de Fidel y Raúl Castro, fuera de Cuba, apoyando esa estrategia, pero ningún funcionario cubano los ha replicado y es un tema medio fantasmal. (Foto: Cibercuba)

Una de las carencias que frustra muchas de las iniciativas, acciones y proyectos destinados al empoderamiento de la población afrodescendiente en Cuba, es la relacionada con los financiamientos. Carecemos de las prácticas para buscar esos fondos y, por otra parte, no creo que exista en las agencias europeas una sensibilidad hacia la comunidad afrodescendiente. ¿Cómo lidiar con esta situación?

Hace diez años publiqué un texto que titulé «Doce dificultades para enfrentar al (neo) racismo» (Rev Universidad de La Habana, no. 273, 2012) y no me queda otra opción que glosarlo. La pobreza negra es una de las evidencias más contundentes de la asimetría estructural que caracteriza a una sociedad donde las desigualdades tienen color. Este grupo racial desconoce la acumulación de capitales y patrimonios. No hay costumbre de manejar fondos, créditos u otros modos de financiamiento.

Dicha incapacidad o desconocimiento visceral que tenemos como grupo social sobre la cuestión económica, viene de una real desposesión: fuimos saqueados hasta de nuestra condición humana, así que: ¿de qué patrimonio podemos hablar? Las relaciones económicas son relaciones de poder, ejercicios de salón y de fuerzas entrenadas, son herramientas de clases dominantes que comparten dichas relaciones solo entre ellas. No te olvides que en nuestra islita también padecemos nuestra propia colonialidad.

Lidiar con tal dificultad es una de las claves de nuestra emancipación socio-racial. Se necesitan entrenamientos, becas, créditos y apoyo sistemático. Es otra puerta que debemos abrir en Cuba. Muchas organizaciones y organismos internacionales han entendido este fenómeno y diseñan estrategias para ello. Es uno de los puntos más complejos de las afro-reparaciones.

No siempre el estado o el gobierno van a cubrir los déficits de tipo económico, tecnológico, etc. La sociedad civil ha de jugar su papel a través de organizaciones e instituciones propias, con tareas muy específicas —a veces técnicas, otras veces tácticas—, para la emancipación real de este grupo social.

Las políticas de redistribución social y acciones afirmativas, aunque no se reconozcan en nuestro contexto con dichos términos, son estrategias definitorias en lo económico. Después del 2011, Año internacional de los Afrodescendientes, logramos que la ONU declarara en el 2015 un Decenio Internacional.

Y a pesar de que perdimos cinco años en una discusión bizantina sobre el termino afrodescendiente, casi al final de este período comienzan aparecer algunas políticas para la reparación e inclusión de nuestra gente. En fin, se trata de un gran desafío, no solo de la población negra, sino de toda la nación. El antirracismo no es una lucha cerrada por unos pocos derechos para una sola parte de la población, sino que trata de alcanzar, o al menos luchar, por toda la justicia. Y todo parece indicar que estamos solo en mitad del camino.

9 junio 2022 32 comentarios 3,K vistas
1 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
disidentes sexuales

Cuerpxs Negrxs disidentes sexuales

por Alberto Abreu Arcia 7 abril 2022
escrito por Alberto Abreu Arcia

Uno de los grupos menos visibilizados por los estudios sobre vulnerabilidad, desventaja social y marginalidad en Cuba es la población LGBTIQ+ y, dentro de la misma, el segmento compuesto por lxs disidentes sexuales negrxs. El presente artículo se basa en entrevistas y observaciones, formales e informales, que desde hace algunos años he venido realizando en diferentes espacios.

A través del mismo me acerco, desde una mirada interseccional, a las relaciones entre disidencia sexual, clase y la raza como articulación de varios sistemas de opresiones, donde confluyen procesos y dinámicas históricas de exclusión, marginalización y vulnerabilidad que posibilitan que un grupo social llegue a ejercer una dominación con consecuencias reales sobre otro(s) grupos(s).

Ser negrx y disidente sexual es asistir a una doble o triple discriminación. Incluso al interior de los mismos colectivos LGBTIQ+ en los que concurren y se reproducen prácticas, prejuicios y estereotipos racialmente discriminatorios que imperan en la sociedad y se relacionan con la sexualidad de las personas negrxs.

Tal situación coloca a este grupo en una posición de vulnerabilidad particular y pone al descubierto el carácter interseccional de las opresiones. Al respecto comenta Raúl Soublett, coordinador general del Proyecto Alianza Afro-cubana: «Vemos las diferentes formas de discriminación hacia los sectores más vulnerables en la sociedad, y nos damos cuenta de lo que sufren los afrodescendientes dentro del propio colectivo LGBTIQ».

En el ámbito académico cubano, específicamente en los circuitos consagrados a estudios sobre género, sexualidad e imaginarios del deseo no heteronormativo; llama poderosamente la atención su voluntad por construir cuerpxs y sujetxs desracializados.

Dicha actitud es perfectamente coherente con los ademanes de expulsión del cuerpo negrx de los discursos historiográficos, antologías, cartografías, genealogías, y otras prácticas académicas e intelectuales encargadas de historiar cómo se han delineado las subjetividades no heteronormativas, los territorios del deseo diferente en la nación cubana y su rol en el diseño de un concepto de ciudadanía y sujeto nacional más plural e inclusivo.

disidentes sexuales

(Foto: EFE)

En todos estos actos arqueológicos consagrados a la escritura de una memoria colectiva de la disidencia sexo-genérica en Cuba, las experiencias históricas de trans, lesbianas, locas, bi, gay, travestis, pajaritas, butch, drag King… negrxs, se leen desde el vacío. Lo que pone en evidencia la responsabilidad del arte, la literatura y las ciencias sociales en la producción de un conocimiento que se desprende de representaciones descentradas, precarias y/o abyectas de las negritudes.

De igual forma, tales silencios y ejercicios de tachadura se reproducen al interior de los movimientos políticos afrodescendientes y los llamados estudios afroamericanos o afro-latinoamericanos, y en los conclaves académicos destinados a la institucionalización de este campo de estudios, sus publicaciones científicas, y demás intentos por diseñar una cartografía política del campo de las negritudes. En dichos ámbitos somos percibidxs como una amenaza.

Agustín Laó-Montes, en su imprescindible Contrapunteos afrodiaspóricos: Cartografías políticas de nuestra afroamérica,  reconoce que la mayoría de los análisis de la diáspora africana tienden a marginalizar las consideraciones de género y sexualidad. Y reflexiona que esta absoluta ausencia de un análisis de la lógica sexual y las economías libidinales inscritas en los discursos de la diáspora en general y de las trayectorias Afro-diaspóricas en particular, implican una urgente necesidad de erotizar la teoría crítica y el análisis histórico.

Por estas razones, el presente análisis marca una diferencia radical respecto a los archivos del deseo e imaginarios de la disidencia sexogenérica en la Isla, que se piensan —teórica, conceptual y metodológicamente—, como un  espacio occidental y profundamente blanco.

 «La invisibilización se da bajo la lógica de que lo que no se ve no existe y lo que no existe no tiene derecho», afirma Héctor Miguel Salinas en su provocador ensayo Políticas de disidencia sexual en América Latina. La invisibilidad inferioriza y estigmatiza. Ratifica construcciones que sitúan a los grupos incivilizados en posiciones de subalternidad social entre sí. Es una práctica profundamente desacreditadora.

Paradójicamente, esos ejercicios de borramiento casi siempre terminan generando las condiciones para que estas identidades colectivas tachadas puedan convertirse en identidades políticas e iniciar luchas por su legitimidad y reconocimiento.

Lo hasta aquí expuesto ayuda a entender por qué, más allá de su naturaleza interseccional, lxs afrodisidencias sexuales se construyen a partir de una serie de negociaciones con los códigos, imaginarios y representaciones del mundo no heteronormativo blanco. Sobre todo en los gays siempre está presente la disyuntiva de estar con personas negras pero sin ser visiblemente marica, o vivir la experiencia con gentes blancas más abiertas al tema LGBT pero también racistas.

Cuenta el poeta y afrodisidente sexual Julio Mitjans, que en una ocasión, en sus años de adolescencia, un joven blanco al que miraba insistentemente le increpó: «—no mires tanto que aquí los negros y los blancos no llevan el mismo paso». «Yo ni siquiera pensaba en algo erótico solo miraba su camisa de botonadura ciega». Luego, suavizando la aspereza de su voz le dijo: «por lo menos tú no tienes ñata ni bemba». A partir de entonces, «supe que por ser negro tendría problemas también en mis relaciones de pareja».

disidentes sexuales

Julio Mitjans (Foto: El Palenque)

A partir de sus vivencias, Mitjans estima que en la población LGBTIQ+ los arquetipos de belleza que rigen son totalmente eurocentristas: «Los patrones de belleza que compartían mis amigos no tenían en cuenta a los negros, para ellos debía tener rasgos cuasi griegos».

La intelectual trans Mel Herrera, en su ensayo «El trauma de las subalternas: amor romántico desde una perspectiva trans y decolonial», relata una experiencia similar: «Recuerdo que cuando pensaba en el amor, además de imaginar que era una niña cisgénero, imaginaba que era blanca y que tenía romance con muchachos apuestos y blancos. Me atravesaban varias cuestiones entonces: la negación identitaria, la negación del amor heterosexual y el racismo internalizado».

Se pregunta entonces: « ¿cómo no desear relacionarme con hombres blancos si los hombres negros han sido construidos como maltratadores por naturaleza, violentos, agresores sexuales, vulgares, atrasados, salvajes?».  

Uno de los correlatos derivados de las historias que cuentan Mitjans y Mel, es cómo las identidades no heteronormativas blancas se construyen desde lugares de privilegio donde la afrodisidencia sexo-genérica deviene otredad desvalorizada, y criminalizada, que se desenvuelve en escenarios hostiles. Es precisamente en ese punto cuando esta última, dada su condición afrodiaspórica, trasciende y desestabiliza las construcciones binarias que el proyecto colonial de la modernidad occidental hizo de la feminidad, la masculinidad, y la heterosexualidad.  

Al respecto comenta Mel: «Las imposiciones/restricciones de género y a la sexualidad, y la estratificación racial que Occidente impuso desde el período colonial, nos convirtieron en identidades, cuerpos y territorios subalternos. Somos las subalternas y hemos crecido con ese trauma desde la infancia. Es un trauma ancestral».

A propósito de estas prácticas destinadas a excluir las afrodisidencias sexo-genéricas de los territorios del deseo y la disidencia sexual, observa Mitjans: «los negros no existimos en su imaginario. Esa omisión siempre ha sido un síntoma de otras omisiones, síntoma de un sutil desprecio: un negro siempre viene con muchos problemas aunque haya terminado la universidad».

Esta problemática que denuncia Mitjans viene a ser apuntalada por la representación, plena de estereotipos racistas injuriosos, que construyen los medios de comunicación masiva sobre las personas afrodescendientes. Y subraya este poeta afrocubano, miembro del grupo literario El Palenque, que se trata una cadena de significaciones peyorativas y degradantes la cual configura un «valladar que es casi imposible superar», por cuanto coloca a estas personas:

(…) en la imposibilidad de acceder a la movilidad social, el negro un ser nacido para el estancamiento, una noria que absorbe a más de una generación en la familia negra y si eres gay peor, la omisión del cuerpo negro en el universo gay se torna en un proceso de re victimización porque el que dialoga contigo, el compañero de la comunidad LGBTIQ, reproduce los patrones o códigos de  belleza  de la heteronormatividad blanca aunque seas una margarita que se ha abierto paso desde la tierra en primavera.

 A su juicio, la población LGBTIQ+ no negra reproduce los mismos prejuicios raciales, exclusiones y dispositivos de la dominación heteropatriarcal blanca.

Lo que me interesa poner de manifiesto en esta lectura cruzada de los textos de Mel Herrera y Mitjans, es cómo dichas prácticas, destinadas al silenciamiento e invisibilidad de los cuerpxs de las afrodisidencias sexo-genéricas en los estudios académicos cubanos, son resultado de la reproducción de un sentido común racista, que tiene su anclaje en estructuras del saber y en producciones simbólicas y de conocimientos eurocéntricas y racializadas.

disidentes sexuales

Mel Herrera (Foto: ADN Cuba)

Como pueden ver, el entrecruzamiento: género-color de la piel y disidencia sexual, ensancha estas brechas de equidad, discriminación  y  desventaja social. Ser un disidente sexual negrx es entrar en un territorio donde se entrecruzan diversas opresiones. No por casualidad se encuentran entre lxs más expuestos a la violencia policial, para quienes ser negro y maricón es la última carta de la baraja: quienes peor visten, lxs tenidos como vulgares  y de menos nivel de instrucción, quienes viven en condiciones de marginalidad y pobreza pues en su mayoría provienen de familias de bajos recursos que carecen de patrimonio heredado.

La crisis económica de los noventa, y las sucesivas reformas que a partir de entonces se han implementado en alguna medida por parte del estado cubano, provocaron un incremento de la diferenciación socioeconómica; es decir  un ensanchamiento de las diferencias en el ingreso y en el acceso a bienestar. Ello se refleja en la existencia de una clase media, o lo que algunos autores, —como Mayra Espina («Reforma y emergencia de capas medias en Cuba»)—, denominan «capa», para designar el proceso de formación en Cuba de una franja socio-estructural media.

Este fenómeno también ha impactado al interior de la población LGBTIQ+, donde lxs afrodisidentes sexuales resultaron lxs menos favorecidos. De ahí su escasa presencia en el sector emergente de la economía y en otras formas alternativas de ingreso económico, como las remesas. Están subrepresentadxs en el trabajo por cuenta propia y en espacios laborales estatales ventajosos, y sobrerrepresentadxs en las ocupaciones elementales no calificadas.

En el caso de lxs transexuales, travestis y transgéneros negrxs, configuran un grupo profundamente desfavorecido, porque no solo tienen que lidiar con la vulnerabilidad familiar y social, la dificultad para conseguir empleo, la imposibilidad por razones de bulling, etc., de lograr acceso pleno a todos los niveles de enseñanza. Por estas razones, terminan viviendo del mercado informal, aceptando empleos no calificados o en el trabajo sexual, donde son víctimas frecuentes de violencia de género.

A lo anterior, súmese que muchxs residen en comunidades muy marginales, jerarquizadas por la violencia, así como por códigos, elementos conductuales y de supervivencia basados en estereotipos sobre la masculinidad negra, donde realmente tienen que imponerse sino, literalmente, lxs expulsan del barrio. 

Norma Guillard Limonta, psicóloga, activista lesbiana y afrofeminista, explica que, dada «la procedencia de esta población en su mayoría de la pobreza, de la zona de dificultades, de los barrios marginales», la sociedad interactúa con ella partiendo de una serie de estereotipos que refuerzan la imagen de «que somos diferentes, semi analfabetas, bajo salario, disponibles para cualquier trabajo, sumisión, obediencia, objeto sexual, potencia de prostituta, buena en la cama». Por estas razones, cualquier intento de transformación desde el interior de ese grupo vulnerable tiene que enfrentar las dificultades y resistencias que implica transformar ese imaginario.

Para Guillard Limonta —quien fuera coordinadora del grupo OREMI de lesbianas—, el gran costo que implica ser una mujer negra, se agrava «si además es lesbiana». Por el hecho de que es «más evidente la diferencia de lucha contra la opresión patriarcal con relación a la blanca, pues se le suma además que deben luchar contra el dominio colonial a nivel mental, por la historia marcada de la esclavitud y por ende con el racismo».

Por último, deseo compartir una idea que fue tomando forma a partir de los criterios que han emergido en este texto. Tiene que ver con la moda del concepto enfoque interseccional (no por azar fueron las afrofeministas norteamericanas, miembros de Combahee Rive Collective en la Declaración de 1978, las primeras en acuñarlo antes de que se hiciera teoría en la academia crítica).

De nada sirve apropiarse del mismo si no partimos del razonamiento de que tanto el género como la raza son construcciones culturales que responden a una filosofía higienista, enunciadas desde la blanquitud hegemónica y legitimadas en complicidad con las Ciencias Sociales y sus narrativas historiográficas.

En las voces de Mel Herrera, Julio Mitjans y Norma Guillart Limonta, hay una demanda explícita a las Ciencias Sociales sobre el hecho de que no basta emplear el enfoque o concepto interseccional si no se deconstruye ese episteme de la modernidad/colonial que nos inventó como negrxs, maricas, tortilleras, indias, y que todavía sobrevive al interior de las Ciencias Sociales latinoamericanas en su manera de entender y explicar nuestros procesos como negrxs y disidentes sexuales.

Un episteme que, desde su colonialidad del ser, nos impuso un arquetipo de belleza, sexualidad, masculinidad que históricamente han devenido prácticas discriminatorias, exclusiones y lenguaje de odio; que refuerzan condiciones de desigualdad, re-funcionalizan realidades sociales y sistemas de opresión y afectan directamente a lxs afrodescendientes, mujeres, disidentes sexuales, etc.

***

Este texto es parte del proyecto «Desigualdad, pobreza y sectores vulnerables en Cuba». Puede participar en él, enviándonos recomendaciones, testimonios, comentarios, al  correo jovencuba@gmail.com, con el asunto «Proyecto – desigualdad».

7 abril 2022 11 comentarios 1,5K vistas
3 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
Nación

Re-imaginar la nación cubana

por Alberto Abreu Arcia 23 febrero 2022
escrito por Alberto Abreu Arcia

Si realmente queremos acercarnos a las razones que condicionan la sobre-representación de la población afrocubana en los estándares de marginalización, desigualdad y pobreza vigentes en Cuba desde la última década del pasado siglo, debemos hurgar en las lógicas y dinámicas que estructuran los procesos históricos, sociales y económicos que tuvieron lugar  mucho tiempo antes de la crisis de los noventa y de las sucesivas reformas que a partir de entonces se han venido implementando por parte del Estado.

En este sentido, resulta plausible el consenso metodológico —bastante extendido entre los cientistas sociales cubanos que estudian las brechas de equidad racial y los procesos de reproducción racial de la pobreza— de superar una concepción biológica o economicista. Dicha perspectiva positivista especula la existencia de una predisposición genética en ciertos grupos sociales para la marginalidad, o para aquello que Oscar Lewis denominaba «cultura de la pobreza».

Es impostergable un enfoque más integral y dinámico del problema, como el realizado por María del Carmen Zabala, que tome en cuenta los complejos procesos económicos, políticos, históricos, culturales, sociales, de raza e identidad de género, que sirven de sustento y configuran «los fenómenos de pobreza y vulnerabilidad y a los procesos de descalificación y exclusión social, y asumirlo como situaciones de carencias acumulativas —de todo orden—las cuales se retroalimentan sincrónica y diacrónicamente».

Lo anterior resulta clave para la construcción de una ciudadanía y una democracia sustantivas capaces de identificar las desigualdades sociales y sus raíces, elaborar políticas públicas a favor de la equidad y ayudar en el proceso de empoderamiento de los sujetos y sectores subalternizados.

En el espacio físico donde desarrollamos la experiencia comunitaria Wenilere Cardenense, se erige un monumento que me hace meditar en el drama que supuso para negros y mulatos libres su empeño por adquirir un lugar social y económico respetable en la nación que se gestaba. El monumento en cuestión —hasta hace apenas unos días sumido en el abandono y el desconocimiento histórico de la ciudad—, fue erigido en recordación de los seis negros y mulatos libres o/y esclavos fusilados el 1ro de octubre de 1844, recordado como «el año del cuero» acusados de participar en la «conspiración de La Escalera».

La presunta conspiración —en la que fuera implicado como principal cabecilla el poeta mulato Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido—, era una estratagema de las autoridades coloniales destinada a destruir la emergente pequeña burguesía de negros y mulatos libres en Matanzas. Para ellas, esta clase de color, capaz de ser rica y civilizada, no solo podía abrigar una voluntad libertaria, sino también proyectos vengativos de aniquilación racial.

Nación (2)

Gabriel de la Concepción Valdés

Desde una década antes, en su ensayo Memoria sobre la vagancia en la isla de Cuba —considerado un clásico de la literatura social cubana—, José Antonio Saco mostraba alarma ante el desempeño que evidenciaban negros y mulatos libres en las artes y los oficios, esfera menospreciada por criollos y peninsulares. «Entre los enormes males que esta raza infeliz ha traído a nuestro suelo, uno de ellos es el de haber alejado de las artes a nuestra población blanca». (Saco, 2001, 296).

Las acuciosas investigaciones realizadas por Pedro Deschamps Chapeaux y Juan Pérez de la Riva —El negro en la economía habanera; Contribución a la historia de la gente sin historia. Cimarrones, propietarios y morenos libres; El negro en el periodismo cubano en el siglo XIX—, documentan la importancia alcanzada dentro de la economía habanera por numerosos negro/as y mulato/as libres, que durante este período crearon «una especie de aristocracia», rica, educada, culta.

Hablamos de miles según constatan los censos sobre oficios del período colonial. Muchos llegaron a ser dueños de importantes inmuebles —usados para el trabajo o como vivienda—, y a poseer esclavos, algo bastante común entre los bienes de capital. La paradoja que resulta de esta presunta movilidad socioeconómica de negro/as y mulato/as en una sociedad colonial y esclavista, pone de manifiesto la voluntad de resistencia del referido grupo social.

Los datos que acabo de ofrecer impugnan la representación del negro como sujeto vago, conformista y asociado a escenarios del hampa habanera. Tal representación fue construida por el imaginario colonialista y legitimada por el discurso historiográfico, a través de las pinturas de Landaluce y el teatro bufo, como intentos de invisibilizar el importante rol económico, social y emancipatorio desempeñado por negro/as y mulato/as en los procesos formativos de la nación cubana.

El imaginario popular cubano atesora, a manera de chistes, un grupo de expresiones que re-simbolizan estas prácticas de exclusión y subalternización racial. Ellos nos hablan de una fisura, un espacio de irresolución simbólica que dramatiza la voluntad de construir, dentro de la nación presente, un espacio de equidad racial.

Por ejemplo, cuando en el trabajo, en una reunión de amigos o en Facebook, a manera de broma, se le dice a una persona negra que el 10 de Octubre es su día porque «Carlos Manuel de Céspedes les dio la libertad». O cuando, en determinado contexto sociopolítico, se exige a los negros gratitud ya que: «La Revolución los hizo a ustedes personas».

nación (3)

Los negros cubanos se visten para ir al baile – Víctor Patricio Landaluce

Expresiones como esas, no solo apuntalan un mensaje de inferioridad racial, sino que su propia enunciación deviene institucionalización verbal de esa subordinación, por ende, se convierten en ratificación y extensión de aquella «subordinación estructural». Tal es el juego performático del lenguaje, en lo que Butler llama «el discurso del odio».

Estas expresiones, en el orden simbólico del lenguaje, participan de los  procesos de configuración de sujetos racialmente vulnerabilizados; así como de asimetrías, relaciones de poder e inequidades entre grupos sociales. Al tiempo, reactualizan viejos discursos que llegan desde la colonia.

En los ejemplos expuestos asistimos a una re-semantización de la polémica entre Sanguily y Juan Gualberto Gómez. Cuando el primero le recuerda: «Olvidar lo que hicieron los blancos cubanos por los hombres de color, es una ingratitud manifiesta». Los argumentos de Sanguily tratan de despojar a los negros y mulatos de cualquier protagonismo en la fundación de la nación y de la patria misma. Y percibe su desempeño durante la Guerra del 68 como apéndice de la racionalidad e iniciativas emancipadoras de los patricios blancos.

Este posicionamiento de Sanguily se enmarca en una situación económica análoga a la de 1844 entre los negros y mulatos libres. Hacia 1883, a pesar de la represión desatada por los sucesos de La Escalera, treinta años antes, «esta masa silenciosa de los libres “de color” se mantuvo, se fortaleció, aspiró a cultivarse y a mejorar su nivel educacional y por lo tanto social y finalmente alcanzó su grado de organización que se manifestó en la creación del Directorio Central de las Sociedades de la Raza de Color».

Aproximadamente treinta años después, ya en la República, se repite el mismo ciclo. Si en 1899 el número de profesionales negros era apenas visible en el escenario nacional, esto cambiará totalmente. Para 1931 la cifra de abogados se había incrementado de uno en 1899 a 174. Este número incluía a tres mujeres. De 102 maestros, los afrocubanos ascendieron a 1375. También los médicos aumentaron de diez a 158, cinco de ellos mujeres; además de cuarenta y nueve dentistas y setenta y un farmacéuticos. El 4% de la población laboral afrodescendiente estaba vinculada a los servicios profesionales. En el año 1943, este número ascendió a 5.3%.

Aquí hay que añadir un dato significativo: el trauma social y político que representaron los dramáticos eventos de 1912 asociados al Partido Independientes de Color, donde resultaron masacrados más de 3000 negros y mulatos.

A pesar de ello, como apunta Alejandro de la Fuente en Una nación para todos. Raza, desigualdad y política en Cuba, le sobran razones a los intelectuales afrocubanos del período, como Gustavo Urrutia, para aseverar que los afrocubanos «contaban con los profesionales competentes en todas las disciplinas, que constituían “una amplia clase de nuestra sociedad”». Desde luego, este crecimiento de profesionales afrocubanos «se percibió como una amenaza a la capacidad de los blancos de controlar el acceso a los trabajos lucrativos».

Nación (4)

Miembros del Partido Independientes de Color.

Menciono estos hechos no por pura curiosidad histórica, sino para poner de manifiesto que a pesar del racismo estructural que atravesó tanto la sociedad colonial como la republicana, la lucha de negros y mulatos por el empoderamiento económico, social, político e intelectual no cesó. Esa voluntad recorre una zona importante de los escritos que conforman la tradición del pensamiento afrocubano —Juan Gualberto Gómez, Gustavo Urrutia, Alberto Arredondo, Cesar Pinto—, invisibilizado por la historiografía oficial y los discursos del nacionalismo cubano.

Desde luego que para los afrocubanos, como parte indisoluble de los pueblos de la diáspora africana en Latinoamérica y el Caribe, formados en medio de procesos marcados por la esclavitud transatlántica y el colonialismo; por la diasporización, las dislocaciones violentas de opresión y resistencia; el acto de reflexionar sobre los dispositivos históricos de desigualdad y exclusión que determinan y catalizan la reproducción racial de la pobreza no se reduce solo a la búsqueda de una justicia reparativa (afro-reparaciones) centrada únicamente en la redistribución equitativa de la riqueza y el poder, sino que demanda una mirada crítica ante esa violencia epistémica que nos configuró como otredades: (negro/a, indio/a, mujer, gay y lesbiana) cuyos cuerpos están necesitados de «corrección».

Debemos descolonizar la memoria, lo imaginario, la educación, la economía y la cultura. Es decir, re-imaginar la nación. Deconstruir el racismo epistemológico, la colonialidad del ser y el saber que todavía prevalece en las Ciencias Sociales latinoamericanas y caribeñas.

Lo que intento poner en solfa en este texto es la tesis que considera a la crisis de los noventa, la caída del campo socialista y las sucesivas reformas económicas implementadas desde el Estado, como los factores principales que condicionan la marginalización, la desigualdad y la reproducción racial de la pobreza.

Si bien ellos han actuado como catalizadores, al ensanchar las brechas de equidad racial, las verdaderas causas poseen raíces y tramas históricas más profundas que deben ser escrutadas en la persistencia del racismo estructural, epistémico y cotidiano que hemos padecido históricamente. Y en lo que la suspicacia teórica de Juan Carlos Albizu-Campos Espiñeira —en su estudio Contrapunteo cubano de la muerte y el color— denominara «significativa acumulación de desarticulaciones».

El texto de Albizu-Campos constituye una monografía sin precedentes en este campo de estudios por sus sorprendentes hallazgos respecto al rol desempeñado por el color de la piel como diferencial de la mortalidad: «[…] pareciera que el color de la piel (condición biológica individual), por lo que históricamente ha representado, da cuenta de una significativa acumulación de desarticulaciones y se erige como un marcador de riesgo en el que el hecho de no ser blanco impone una carga adicional de riesgo» (el énfasis es mío).

Nación (5)

Los negros curros, de Víctor Patricio Landaluze

Y tras un meticuloso análisis estadístico, como documentan las tablas donde se entrecruzan raza, género, lugar de residencia, se concluye que, a pesar de los logros del sistema de salud de la Revolución en materia de supervivencia los cuales no tienen comparación en Latinoamérica y el Caribe:

[…] la desventaja de la población no blanca aún persiste para el sector de salud, en particular, y para la sociedad cubana, en general, como una «asignatura pendiente» de esa política social, que al no haber reconocido diferenciación práctica entre los grupos raciales, tomando como una masa homogénea, de pobres y marginados a toda la población tradicionalmente preterida, fue a la búsqueda de la satisfacción de sus necesidades históricamente ignoradas sobre la base de una distribución igualitaria.

Sobre los riesgos que supuso para la política social cubana y su visión integradora y universalista, la negación de los afrocubanos como una identidad colectiva, argumenta la socióloga María Paula Espina en «El caso cubano En diálogo de contraste»:

[…] lógica de la política social típica de la transición socialista cubana, el tema de la equidad entre razas —que en Cuba tiene largas raíces históricas, entroncadas con la experiencia de la esclavitud africana en la etapa colonial— se manejó dentro de una variante de integración social general, con muy pocos instrumentos de políticas afirmativas, en el entendido de que si negros y mestizos formaban parte mayoritariamente de los sectores populares, las acciones de promoción de estos tendrían un efecto directo y equiparable al esperado sobre el resto de los grupos. Con ello se trataba también de no extender y reforzar, con instrumentos focalizadores particulares, la estigmatización vinculada al color de la piel, manteniendo como valor político supremo la unidad por sobre las diferencias.

Claro que en el caso de Cuba, hay que reconocer la complicidad de las instancias académicas con esas más de cuatro décadas en que el tema del racismo anti-negro fue silenciado y prevaleció su negación; o con el empleo de categorías y eufemismo como «racismo de baja intensidad». Es lo que el sociólogo Eduardo Bonilla Silva ha llamado «racismo ciego al color» o «racismo daltónico».

En la misma línea habría que preguntarse por qué la reticencia del discurso académico-institucional a aceptar la existencia en Cuba de un racismo estructural; a pesar de nuestra condición colonial, de las similitudes del contexto cubano con problemáticas que persisten en países como Colombia, Brasil, etc.; y de los inquietantes resultados de investigación arrojados por tesis de diploma, maestría y doctorado; estudios de casos, informes, artículos, libros y ensayos consagrados al análisis de la pobreza desde una perspectiva racial y desde sus cruces e intersecciones con otros ejes o categorías, como las de género, clase, lo urbano y lo rural, etc. y que han permitido no solo graficar y diagnosticar las situaciones de pobrezas en las ciudades, localizar sus causales y generar un sinnúmero de programas y políticas públicas, algunos de los cuales han ofrecido resultados positivos.  

En este punto concuerdo con el sociólogo puertorriqueño Agustín Laó-Montes, en Contrapunteos Diaspóricos: Cartografías Políticas de Nuestra Afroamérica, cuando a propósito del debate sobre las políticas de igualdad universal y las políticas de reconocimiento de la diferencia étnico-racial y cultural en el escenario demanda de los movimientos sociales en Latinoamérica y el Caribe; insiste en la necesidad de «combinar políticas universales de justicia y bienestar social como el derecho a un salario justo y a la educación pública, con políticas étnico-raciales como las Afro-reparaciones y Acciones Afirmativas».

Para Laó-Montes se trata de un «falso debate» ya que, por un lado, la equidad étnico-racial exige de políticas sociales y económicas a favor de la distribución justa y equitativa de bienes y recursos; mientras por otra parte, la realización de los ideales democráticos de igualdad y ciudadanía plena demandan «el reconocimiento, la valorización y el apoderamiento de las colectividades excluidas y discriminadas uno de cuyos recursos es la elaboración de políticas públicas dirigidas a corregir las desigualdades históricas provocadas por el racismo estructural». Son demandas o escenarios que se complementan.

Nación (6)

Compra de esclavos en La Habana, 1837 (Tomada de El País)

Como ven, esta cuestión no es privativa de Cuba, sino que afecta a todos los pueblos de la diáspora africana en el Caribe y Latinoamérica. Solo que, a diferencia de lo que ocurre en ellos, en el caso de Cuba se manifiesta un hecho sui generis: las políticas de beneficios, derechos y garantías destinadas a eliminar las históricas brechas de equidad, fueron promulgadas desde sus primeros años por la Revolución para todos los ciudadanos, independientemente de su color de piel.

¿Cómo explicar que treinta años después, con la llegada del Período Especial, las brechas de equidad y la reproducción de la pobreza asociada al color de la piel resurgieran con más fuerza? ¿Por qué la población negra está subrepresentada en las aulas de la educación superior y sobrerrepresentada en las prisiones y demás centros penitenciarios del país? 

Los procesos socioeconómicos posteriores al Período Especial provocaron una ruptura con la configuración socio-clasista de las décadas anteriores a los noventa. Como consecuencia de los mismos, uno de los rasgos fundamentales que, socio-estructuralmente, distingue a la sociedad cubana contemporánea es la diferenciación social y de las formas de propiedad.

Tal fenómeno se ha desarrollado de manera acelerada y propiciado grandes brechas de desigualdad socioeconómica, reflejadas en la emergencia de nuevos sujetos o/y actores sociales que el imaginario popular ha bautizado como: «los nuevos ricos», «los jineteros», «el luchador», «los deambulantes», «los buzos», «el pinguero», etc. Los mismos evidencian la segmentación de la sociedad cubana en clases y capas sociales; la aparición, por un lado, de élites y, por otro, de marginalizados, pobres y vulnerables.

Veamos algunos datos que grafican cómo en las cuatro últimas décadas los negro/as constituyen el segmento poblacional que ha enfrentado mayores barreras para lograr una movilidad social ascendente. Una sistematización de estudios sobre desigualdad, equidad y política social realizada entre el año 2000 y 2010 por investigadores del CIPS, identifica, entre otros, los siguientes problemas como expresión de la persistencia de brechas de equidad racializadas:

– Aumento de la proporción de dirigentes blancos en la medida que se asciende en la jerarquía de dirección.  

– Sobrerrepresentación de negros y mestizos en la franja de pobreza.

– Subrepresentación de negros y mestizos en la culminación de estudios superiores.

– Reproducción de prejuicios raciales.   

– Enseñanza de la Historia sin suficiente presencia de los aportes de las personas negras a la identidad nacional.

– El reflejo de la sociedad en los medios de difusión masiva no se ajusta a la composición por color de la piel, cuantitativa y cualitativa, de la población cubana.

– Por otra parte, las estadísticas advierten una sobrerrepresentación de personas no blancas entre las familias de menores ingresos, y dentro de los segmentos de la estructura laboral menos ventajosos.

– La población afrodescendiente es la que recibe menos remesas del exterior. Recordemos que el exilio cubano históricamente ha sido predominantemente blanco. En consecuencia, sus estrategias de sobrevivencia dependen del esfuerzo personal y se realizan con recursos precarios.

– A ello sumémosle el tópico de los activos: la carencia de bienes patrimoniales de origen familiar (autos, casas y otros bienes) que se puedan heredar de una generación a otra.

– Esto se refleja en la sobrerrepresentación de la población negra y mulata entre las familias que viven en barrios marginales, fundamentalmente solares y ciudadelas. Mientras, existe una mayor presencia de personas no negras en barrios residenciales y viviendas con mejores condiciones habitacionales.

– También en las asociaciones mixtas y firmas extranjeras, las personas blancas están sobrerrepresentadas.

Nación (7)

(Foto: El Nuevo Herald)

Datos aportados por CEPDE-ONEI durante el 2016, señalan que en los negocios privados la proporción de personas blancas empleadas es la más alta (8,4%), y la más baja la de negros (6,4%). También revelan que las personas blancas están sobrerrepresentados en este sector (68,1%), mientras los negros y mestizos están subrepresentados (9,0% y 22,9%, respectivamente)

Las cifras anteriores hablan de relaciones y dinámicas raciales asimétricas dentro del sector del sector «emergente» de la economía cubana. Donde las personas blancas están colocadas en situación de propietarios de negocios y empleadores, mientras los afrodescendientes se hallan en condiciones de fuerza de trabajo a contratar, casi siempre en empleos pocos remunerados. Por otra parte, estas asimetrías han propiciado la proliferación de actos de discriminación y exclusión racial dentro de ese sector, que han sido denunciados en las redes sociales.

En respuesta a este panorama un segmento bastante influyente del movimiento afrocubano, como parte de la sociedad civil cubana, desde hace algunos años comenzó a gestar sus propias estrategias de empoderamiento económico para la población negra y mestiza cubana. Algunos, como el caso de la experiencia comunitaria Wenilere Cardenense, una voluntad marcadamente identitaria y económicamente reivindicativa, promueve estrategias de impulso a emprendimientos de desarrollo local, redes de empoderamiento familiar, capacitación comunitaria y la autogestión como punto de partida para el   mejoramiento de la calidad de vida de la personas afro-descendientes.

Proyectos como Beyond Roots, Lo llevamos rizo, Turbam Queen, Bárbar’A Power, la Red de Afroemprendimientos del CCRD de Cárdenas —una articulación encargada de abrir espacios formativos, compartir saberes y propiciar la cooperación y el desarrollo entre afro-emprendedores—, la marca de cosmético Qué negra, el salón de belleza Afrotalla, en Cárdenas así lo corroboran.

Aunque la principal dificultad para llevar adelante estas y otras acciones destinadas al empoderamiento económico de las personas negras y mestizas, muchas de las cuales viven en situaciones de vulnerabilidad, marginalidad y pobreza; sigue estando en el financiamiento: en la carencia fondos y patrocinios cuya ruta también participa de estas asimetrías y desigualdades raciales.

23 febrero 2022 7 comentarios 2,7K vistas
2 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
Pobreza (2)

Barrio, racismo y pobreza: una mirada al margen de las manipulaciones políticas

por Alberto Abreu Arcia 27 octubre 2021
escrito por Alberto Abreu Arcia

A raíz de los eventos del 11-J, el tema de lo barrial y de la marginalidad asociada al color de la piel se ha puesto de moda. Digamos que a estas alturas del juego, las más altas esferas del partido y el gobierno cubano descubrieron de golpe, como una terrible pesadilla, la asfixiante realidad de los asentamientos marginales y los sujetos que allí habitan.

No obstante, si realmente queremos acercarnos a las problemáticas relacionadas con la vulnerabilidad y las desigualdades socioeconómicas racializadas en Cuba, debemos cambiar no solo las preguntas sino también el lugar desde donde históricamente nos hemos posicionado para enunciarlas. Es imprescindible traspasar el umbral de los discursos triunfalistas sobre la voluntad de la Revolución por erradicar la discriminación racial y los logros de sus políticas igualitarias en tal sentido.

Ello permitirá deconstruir el racismo estructural y epistémico que, desde los inicios del campo intelectual y del proyecto de modernidad que impulsó la Revolución cubana han configurado a la negritud —sus subjetividades, prácticas simbólicas, imaginarios, religiosidad— como entidades subalternas; ininteligibles o «sospechosas» frente a los marcos interpretativos del orden hegemónico (para más señas: blanco, masculino y heterosexual) y la razón letrada.[1]

Hay que re-visitar el campo intelectual cubano post-revolucionario —sus publicaciones, debates, discursos normativos, etc.— en busca de los dispositivos de coerción política y violencia simbólica que condujeron a la tachadura de muchas expresiones artísticas y literarias que tenían como sello distintivo a las negritudes, lo popular y su cultura. Destejer esas tramas que nos hablan de la manera perturbadora en que el concepto de cultura popular negra ha operado frente a los discursos normativos del deber ser de la nación y el sujeto revolucionario.

La voluntad de la naciente Revolución de construir una nación otra, cuya tesis racialmente integradora sobre la identidad y la cultura nacional se resumió en el paradigma de una nación mestiza, subsumió toda diferencia. Al tiempo, la matriz cultural blanca eurocéntrica continuó desempeñando un rol hegemónico y excluyente.

Esto se logró no solo a través de una política cultural que operó como dispositivo de integración ideológica, sino también mediante una serie de aporías y chantajes culturales que transformaron la cultura popular negra en procesos de degradación cultural. Por ejemplo: al tiempo que se crearon instituciones como el Departamento de Folklore del Teatro Nacional de Cuba, el Instituto Nacional de Etnología y Folklore, el Conjunto Folklórico Nacional, etc., encargadas de rescatar y preservar la herencia cultural africana, la misma quedó confiscada a la condición de archivo, folklore, patrimonio.

Desde esa condición únicamente podía mirar a su pasado como algo arcaico. Es decir, el propio reconocimiento de los aportes del componente africano a la construcción de la identidad nacional, llevaba implícito el secuestro de su autonomía y diferencias culturales; de sus seculares gestos de contra-memoria, interpelación y resistencia a la cultura hegemónica blanca que le habían permitido sobrevivir durante siglos.

Julio Ramos describe magistralmente estas aporías que generan las relaciones de lo nacional-popular con el poder y las elites letradas: «[…] el pueblo figura, para los intelectuales como la categoría en nombre de la cual se legitima el discurso nacional, pero cuya indisciplina hay que domesticar y subordinar».[2] Se trata de un proceso que funda su legitimidad en nombre de la diferencia y con el mismo movimiento intenta categorizar la particularidad de su objeto, sometiéndolo al discurso generalizador de la nación.

Para entender por qué en la historia de Cuba el racismo no es una problemática que desaparece, sino que muta, debemos asumir el «miedo al negro» como un texto que, desde los orígenes fundacionales de la nación hasta el presente, las mega-narrativas sobre el deber ser de la cubanidad re-conceptualizan y re-simbolizan. Y que se inscribe en esos discursos identificatorios de la identidad nacional como un palimpsesto: un texto que se lee como otro.

El Período Especial y las reformas económicas que le sucedieron, propiciaron la reconfiguración de una pequeña burguesía urbana que el argot popular bautizó como los nuevos ricos, asociados al envío de remesas, las «bondades» del turismo, el cuentapropismo y los activos familiares tangibles e intangibles. Ellos crearon nuevas dinámicas de movilidad social que marginaron a la población afrocubana y la confinaron a situaciones de pobreza, descalificación y vulnerabilidad.

Un estudio del Havana Consulting Group, con sede en Miami, reveló que de los cerca de 3.000 millones de dólares que en el 2013 llegaron a la Isla en remesas familiares, el 82 por ciento terminó en manos de blancos y solo el 12 por ciento fue destinado a mestizos. Los negros apenas recibieron el 5,8 por ciento del total.

También durante los primeros años de la década del noventa, un segmento de las producciones simbólicas cubanas empieza a llamar la atención sobre la resurrección de un racismo que se creía desterrado. El nuevo arte comienza a deconstruir una serie de estereotipos acerca del cuerpo y la sexualidad del hombre y la mujer negros que sobrevivían en el imaginario popular.

Los raperos denunciaron por entonces prácticas de discriminación racial generadas en el espacio público y en aquellos circuitos vinculados al turismo internacional. Como contra-respuesta, elaboraron un discurso de reafirmación de la identidad racial.

En diferentes fórum públicos de la UNEAC, un grupo de intelectuales reveló fenómenos de marginación social y desigualdades económicas racializadas; mientras, reclamaban la necesidad de impulsar acciones afirmativas y políticas públicas más inclusivas y capaces de satisfacer la equidad social.

Incluso, el propio Fidel Castro abordó con insistencia este problema:

La Revolución, más allá de los derechos y garantías alcanzados por todos los ciudadanos de cualquier etnia y origen, no ha logrado el mismo éxito en la lucha por erradicar las diferencias en el status social y económico de la población negra del país. Los negros viven en peores casas, tienen los trabajos más duros y menos remunerados y reciben entre 5 y 6 veces menos remesas familiares en dólares que sus compatriotas blancos.[3]

En este contexto tuvo lugar la primera experiencia de transformación comunitaria en un solar habanero con población marginalizada y predominantemente afrodescendiente: el proyecto La California, (1995), liderado por Gisela Arandia.

Pobreza (1)

La primera experiencia de transformación comunitaria en un solar habanero con población marginalizada y predominantemente afrodescendiente fue el proyecto La California, (1995), liderado por Gisela Arandia. (Foto: Rafael Pérez Cruz)

De aquellos años datan las primeras publicaciones sobre pobreza y desigualdad sociales en el socialismo cubano, iniciadas por un grupo de cientistas sociales del patio, como Mayra Paula Espina, María del Carmen Caño, Pablo Rodríguez, Rodrigo Espina, María del Carmen Zabala y Yulexis Almeida. Dichas investigaciones han evolucionado hasta configurar una amplia bibliografía que resulta inestimable contribución para entender la dimensión racial en los procesos de reproducción de la pobreza.

Estas coordenadas son cruciales para entender las razones que nos compulsaron a desarrollar la experiencia comunitaria Wenilere Cardenense en una barriada de la ciudad de Cárdenas. La misma está concebida de manera horizontal, a partir de la articulación de diversos actores sociales.

Todo parte de la comunidad, sus líderes y lideresas. Nosotros estamos allí exclusivamente para acompañar procesos de transformación y aprendizaje mutuos. No para imponer. Al contrario, la comunidad viene a decirnos no solo lo que se quiere transformar en ella, sino también qué debemos transformar en nosotros.

Se trata de un espacio similar al de otros asentamientos marginales en riesgo de pobreza que existen en el país. Por ejemplo, al igual que el barrio de San Isidro en La Habana, su historia está asociada a la prostitución femenina desde finales del siglo XIX. Semejante situación persistió en esta barriada hasta el triunfo de la Revolución. Lo que intento poner en evidencia es la manera en que la reproducción de la pobreza en Cuba está cimentada sobre complejos procesos económicos, sociales e históricos de exclusión racial; pero también de marginación espacial.

Son evidentes allí el hacinamiento, la crítica situación con los drenajes, zanjas y alcantarillado; el deficiente servicio de agua potable; viviendas en mal estado constructivo y con precariedad de equipamiento; familias viviendo en edificios en ruinas que carecen de instalaciones sanitarias, adecuada ventilación y espacio para que puedan realizar sus actividades domésticas; deficiente alumbrado público; poca higiene como consecuencia también del ineficaz servicio de recogida de desechos y la inexistencia de depósitos de basura.

Pobreza (5)

Tambor de agua ofrecido en el lugar donde fueron fusilados en octubre de 1840 los ocho negros y mulatos libres y/o esclavos acusados de participar en Conspiración de La Escalera.

Características de esa barriada son la pobreza de ingresos y el asentamiento de personas migrantes; indicadores ambos que apuntan hacia un alto nivel delictivo. Esas personas viven del mercado informal y manifiestan elevados índices de alcoholismo, violencia familiar e intrafamiliar y delincuencia.

Los procesos de descalificación histórica se expresan en miradas prejuiciosas,  comentarios y juicios estigmatizantes de una parte de la sociedad cardenense hacia los que viven en ese espacio. Esas actitudes enmascaran prejuicios raciales y demuestran una percepción positivista y biologicista de la pobreza.

En consecuencia, hay allí poca confianza hacia las instituciones decisoras y escasa legitimidad de los líderes del Consejo Popular ante su incapacidad para dar respuestas a sus demandas.

Estos datos —que obtuvimos a partir de los diagnósticos y encuestas realizados para conformar el Banco y el Árbol de Problemas de la experiencia comunitaria Wenilere Cardenense— corroboran que la desigualdad medioambiental también está estrechamente asociada a estas brechas de equidad racializada.

Nuestro acompañamiento tiene como base el reconocimiento de estos sujetos  como intelectuales vernáculos, productores de un saber otro diferente al emanado desde la razón letrada. Son seres humanos formados en otro tipo de racionalidad, donde la oralidad y los residuos de formaciones discursivas provenientes de las religiones afrocubanas todavía perviven.

Pobreza (6)

Encuentro de lideresas y líderes de Wenilere Cardenense con la Red Barrial Afrodescendiente.

Aquí, la pobreza y las brechas de equidad racializadas se vinculan a un proceso de marginación espacial que reproduce históricas exclusiones. Como expliqué antes, se trata de una zona en que desde finales del siglo XIX las autoridades coloniales confinaron a las prostitutas. Este dato explica algunos de los prejuicios que persisten aún hacia ese espacio en la memoria colectiva de los cardenenses.

También nos informa la manera en que las autoridades locales (sobre todo a partir de la década del noventa) han tomado una serie de decisiones administrativas que reproducen exclusiones y resemantizan la significación abyecta del espacio y las personas que en él viven.

Lo conciben como un basurero social al cual van a parar migrantes, sujetos marginales, y otros que tienen dificultades con la vivienda. Problemáticas que sin duda pasan por el color de la piel.

A pesar de ello, prevalece en la comunidad un compañerismo profundo, horizontal y fraternal que genera un sentido de pertenencia. Otro aspecto que la distingue es su espiritualidad y ancestralidad, ligadas a las tradiciones religiosas afrocubanas y a la preservación del patrimonio inmaterial.

Hablamos no solo de cantos, bailes y ancestrales maneras de interpretarlos; sino también de hábitos culinarios, tradiciones y saberes trasmitidos y preservados de manera oral. Según el diagnóstico realizado, estos responden a procesos de desarrollo autónomo que constituyen una fortaleza de la comunidad, pero que actualmente se encuentran en riesgo de desaparición por el mal estado del fondo habitacional y la falta de recursos para salvaguardar y revitalizar las tradiciones culturales afrocubanas.

Otro de los objetivos de Wenilere Cardenense es estimular la creación de espacios para la reflexión y el diálogo sobre aspectos relacionados con la equidad y la inclusión social, el respeto a la diferencia, y la no discriminación por cuestiones de raza, género, territorio e identidades sexuales, y por la no violencia hacia mujeres y niñas.

Pobreza (4)

Festival infantil Amo mi Negritud.

Una de las acciones más significativas acometidas en esta línea fue la realización del festival infantil de identidad y belleza Amo mi negritud,  organizado con el proyecto Azabache de la Iglesia Prebisteriana de Cárdenas, y el salón de belleza Afrotalla. Con esta iniciativa se tuvo la pretensión de re-significar los patrones de belleza física hegemónicos mediante el desmontaje de un grupo de estereotipos, muchos de ellos denigrantes, sobre el pelo y las facciones de las personas negras, los cuales se reproducen en el imaginario popular y en los medios de difusión.

El festival tuvo su origen en prácticas muy específicas de discriminación racial que estaban ocurriendo en el territorio y que los tres proyectos (Azabache, Afrotalla y Wenilere Cardenense) de conjunto nos dimos a la tarea de diagnosticar.

Sucede que en diciembre del año pasado, cuando —tras muchos meses de encierro por la situación pandémica—, las escuelas primarias del municipio intentaron reanudar las clases, ocurrieron situaciones de evidente racismo en las que se hizo referencia al modo en que el cabello de los niños y las niñas negras debía arreglarse para su retorno escolar. Se indicó que debían realizarse el desriz o pelarse de maneras determinadas.

Amo mi negritud, propició un espacio de sanación para que las niñas y niños pudieran verbalizar esos dolores y reafirmar su identidad racial. El evento incluyó conversatorios sobre la historia y el cuidado del cabello afro y contó con la participación, en calidad de invitado, del estilista y rapero Roberto Álvarez, El Ninho, y las peinadoras de Wenilere Cardenense. Ellos pelaron y peinaron gratis a los infantes y a otras personas asistentes.

Por otra parte, la pandemia reveló nuestra capacidad de resiliencia. En  ese difícil contexto continuamos impulsando emprendimientos, redes de empoderamiento familiar y la capacitación comunitaria como punto de partida para mejorar la calidad de vida de las personas que allí residen.

Un ejemplo fue la creación del proyecto Oshun So Confecciones, que además de generar fuentes de empleo, tiene como objeto social la elaboración de prendas de vestir y otros artículos que realcen la belleza y autoestima de las mujeres negras, al tiempo que la conecten con sus ancestros e historias de resiliencia.

Pobreza (3)

Sección de trabajo del proyecto Oshun So Confecciones.

En los últimos meses nuestros esfuerzos se han centrado en gestionar ayuda para las personas encamadas, impedidos físicos, enfermos de VIH y madres solteras que viven en la barriada. Gracias a las donaciones recibidas pudimos adquirir artículos de primera necesidad con los cuales conformamos modestos módulos que hemos distribuido entre esas personas.

Lo hasta aquí expuesto ilustra cómo el origen de las desigualdades socioeconómicas está asociado a la presencia de barreras de movilidad y a la persistencia de una estructura de oportunidades que reproduce situaciones de desventaja y exclusión raciales. Por ello, desde Wenilere Cardenense intentamos construir espacios de equidad social y una ciudadanía participativa y responsable, capaz de influir en los procesos de desarrollo local y comunitario.

***

[1] Sobre esta problemática. consultar mi ensayo «Subalternidad: debates teóricos y su representación en el campo cultural cubano postrevolucionario», Argus-a, vol. III, Edición no. 10, Octubre 2013 California – U.S.A. Bs. As.-Argentina.

[2] Julio Ramos: «El don de la lengua», revista Casa de las Américas, Año XXXIV, no. 193, octubre-diciembre, La Habana, 1993, p. 24.

[3] Fidel Castro: Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006, pp. 229-230.

27 octubre 2021 59 comentarios 3,4K vistas
4 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Ayúdanos a ser sostenibles

Somos una organización sin fines de lucro que se sostiene con donaciones de entidades e individuos, no gobiernos. Apoya nuestra independencia editorial.

11 años en línea

11 años en línea

¿Quiénes Somos?

La Joven Cuba es un equipo de investigación y análisis político que trabaja por un país justo, democrático y sostenible. Con una plataforma digital y un equipo especializado en el análisis de la realidad cubana, aspiramos a ser punto de enlace entre la sociedad civil y los decisores, mediante la investigación y la generación de conocimiento sobre la aplicación de políticas públicas.

@2021 - Todos los derechos reservados. Contenido exclusivo de La Joven Cuba


Regreso al inicio
La Joven Cuba
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto
 

Cargando comentarios...