Corría el año 1913 cuando el joven Fernando Ortiz publicó su libro Entre cubanos. Psicología Tropical. Allí nos describía como personas que asumían más de un discurso. Uno estaba dirigido a la esfera pública, donde rara vez expresábamos nuestra verdadera opinión, pero sí lo que convenía. Otro era más restringido, encauzado al ámbito privado compuesto por la familia y los amigos, en ese nos pronunciábamos con sinceridad. Parece que no hemos cambiado mucho, pues el fenómeno de la doble moral es asunto criticado con asiduidad en nuestros medios.
Hace pocos días el noticiero de televisión publicó el reportaje de una periodista que investigaba el desvío de combustible en la provincia de Cienfuegos. No recuerdo su nombre pero me gustó su estilo. Nada de identificar a las personas ni enfocar la cámara a su rostro, solo escuchábamos la voz y si acaso se distinguían las manos. De esa manera logró declaraciones más honestas que los entrevistados no se habrían atrevido a ofrecer abiertamente acerca del modo en que se produce la pérdida de enormes cantidades de gasolina y petróleo.
Los estudios masivos de opinión a través de encuestas que respeten el anonimato para la implementación y evaluación de decisiones políticas, resultan una asignatura pendiente en Cuba. Habiendo pasado por años iniciales de efervescencia revolucionaria, en los que pocos cuestionaban el modo colectivo y multitudinario de aprobar determinaciones gubernamentales en plazas, desfiles y actos políticos; convertimos este proceder en una manera controvertible de legitimar las disposiciones de nuestro gobierno. A tenor con esa práctica, extendida en etapas como la actual en que ya los consensos no son tan evidentes, hemos perdido la posibilidad de conocer las opiniones reales de las personas y sus tendencias porcentuales, desaprovechamos entonces al verdadero asesor de la política de los gobiernos: la ciudadanía.
En el imaginario social cubano la unanimidad ha sido erigida como valor intrínseco del patriotismo, mientras la incondicionalidad es una actitud políticamente correcta. Nuestros dirigentes aún suponen como positivo el estado político ideológico de una población o comunidad por los gritos eufóricos de apoyo de cientos de personas. De ahí entonces que pocos se atrevan a discrepar públicamente, so pena de ser tratados como disidentes, centristas y otras denominaciones; o, en el mejor de los casos, ser tachados de problemáticos e hipercríticos. Resultado de eso es que contadísimas personas manifiestan explícitamente sus opiniones políticas si piensan que ellas se desvían, aunque sea en una pequeña parte, de la norma oficial.
Los estudios de opinión pública, a pesar de ser una de las vías naturales de retroalimentación que obliga a los gobiernos a tener resultados en un plazo prudencial, le han sido incautados a las ciencias sociales en nuestro país. Son competencia exclusiva de las oficinas de opinión de la población adscriptas a las direcciones provinciales del PCC. Los científicos sociales cubanos no podemos realizar estudios de opinión sobre el gobierno y sus políticas. Hasta para aplicar una encuesta masiva relativa a la utilización del tiempo libre o a los hábitos de lectura debemos ser autorizados previamente.
Como secuela, las carreras universitarias que tienen un perfil social: Economía, Sociología, o Estudios socioculturales, entre otras que pudieran asesorar al gobierno, no logran cumplir con su rol de diagnosticadoras y transformadoras de la sociedad. La forma de culminación de estudios y posterior superación de los profesionales de esas especialidades casi siempre asume la forma de Estudios de Caso, una metodología que impide apreciar tendencias y generalizar opiniones sobre determinados aspectos o fenómenos.
Para lograr una verdadera actualización de la economía cubana hay que empezar por actualizar los métodos de la política. Uno de ellos es el manejo de encuestas que se apliquen de manera anónima para llegar a constatar los criterios verdaderos y honestos de las personas. Seguir hablando del “pueblo en general” es convertirlo en una masa social inerte, que personificará una poderosa resistencia al cambio pues no se apreciará a sí misma como sujeto, sino como objeto de las transformaciones.
Es ese el talón de Aquiles de muchos de los proyectos socialistas fracasados, de ayer y de hoy, no lograr la verdadera participación popular al no incluir a las personas y sus opiniones específicas en los procesos de toma de decisiones. La relación entre lo individual y lo colectivo en la política fue el tema central del artículo “El porvenir de un continente”, del escritor ruso León Tolstoi para el periódico bonaerense La vida literaria, y que replicó en Cuba la Revista de Avance en su número 29, del 15 de diciembre de 1928. El autor de La guerra y la paz consideraba: “En lo individual, el latinoamericano es el ser más liberal del mundo; —más aún que el francés— pero en lo colectivo pierde su identidad y se transforma en energía reaccionaria. En los sajones sucede lo contrario: el individuo es la esencia del absolutismo, la colectividad, el non plus ultra del liberalismo (…)”.
Necesitamos contar con las opiniones reales de las personas que conforman la sociedad. No basta con los gritos movilizadores, las consignas y las declaraciones colectivas. Es imprescindible saber que un pueblo está formado por millones de individuos y que el anonimato en las opiniones es saludable, en primera instancia para el propio gobierno, que puede monitorear su funcionamiento y no llegar así a una enorme acumulación de errores difíciles de resolver; en segunda, para las personas, que se sienten de esa forma participantes activas en los procesos políticos. Es imperativo aprobar esa asignatura pendiente de la política cubana si queremos cambiar de hecho y no solo en apariencias.
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