En la película Una pelea cubana contra los demonios (Tomás Gutiérrez Alea- 1971), vemos el conflicto entre un cura y un mercader. El primero está interesado en desplazar el pueblo donde reside hacia algún punto tierra adentro, mientras que para el segundo no existe mejor lugar que la costa, sitio que favorecería no solo su gestión, sino que traería prosperidad y bienestar a toda la comunidad.
Dos visiones enfrentadas, dos maneras de entender conceptos como libertad, desarrollo, seguridad, esperanzas y calidad de vida. El discurso del primero llamaba la atención hacia los peligros que podían llegar del exterior, eventos como ataques piratas, enfermedades, desastres naturales, inestabilidad, perdida de moral y poder. Cuando vio que las ideas del comerciante lo superaban, convocó al demonio y Satanás se hizo presente provocando incendios, quemas de «herejes» y destrucción, porque lo importante era «salvar su rebaño». Esta historia, asociada a la fundación de la ciudad de Remedios, aparece en un libro de Fernando Ortiz.
Como en el cine cubano las películas no surgen por azar, sino que están estrechamente ligadas a eventos, políticas y acontecimientos de nuestra realidad o Historia, uno puede leer en este filme de Alea todas las tensiones existentes en la Cuba de inicios de los setenta, cuando la frustrada zafra de los 10 millones había terminado y el país iniciaba un camino oscuro, entregado económica e ideológicamente a las tendencias más conservadoras de la práctica socialista. De alguna forma, quedamos separados del mundo, existiendo bajo una campana de cristal, dependiendo básicamente de las ayudas y colaboraciones con el campo socialista.
No por gusto el propio Gutiérrez Alea nos recordaba en su parábola social Los sobrevivientes (1979), que toda comunidad que pretenda aislarse o marchar a contracorriente, estará condenada a su propio exterminio.
«Los sobrevivientes» cuenta la historia de una familia de la alta burguesía que decide aislarse en su mansión e ignorar los cambios que ocurren en el país después del triunfo de la Revolución.
La anunciada reapertura de fronteras a partir del 15 de noviembre, nos coloca ante los mismos desafíos y conflictos tratados en esas películas que tanto se parecen a nuestras vidas.
Desde que apareció la Covid, a finales del 2019, cada nación ha buscado e implementado todo tipo de medidas y soluciones. Algunas han tenido éxito y otras han sido un fracaso. Nadie ha escapado de este impacto. Cada país ha tenido además que llorar a sus muertos y procesar mucho sufrimiento. Abrir, cerrar, prohibir, limitar, controlar, decretar; son palabras comunes hoy en día pues lo que se pensaba podía ser pasajero y local, se ha convertido en duradero y universal.
El cierre de fronteras ha significado para Cuba un golpe demoledor a toda su infraestructura, que ya marchaba con bastante dificultad debido a una ineficiente gestión gubernamental. Si algo positivo puede sacarse del presente evento, debe ser la impostergable necesidad de romper todas las barreras burocráticas y conceptuales que han lastrado nuestro desarrollo económico.
No se concibe que Cuba, una isla rodeada de agua, no cuente con una flota pesquera, ni con barcos que puedan importar o vender nuestras mercancías sin necesidad de terceros. Ante una carencia de alimentos, mucho hubiera ayudado disponer de este servicio. Lo mismo pudiera decirse de nuestra ¿flota? aérea, limitada en sus vuelos, pendiente mayormente de la caridad y la buena gestión de manos solidarias a la hora de traer donaciones e importar materias primas.
Hemos visto que el mal no puede circunscribirse solo a la existencia de la Covid-19 y sus efectos destructivos en la salud humana. Medicinas, vacunas, balones de oxígeno, alimentos, mascarillas, camas, hospitales y personal médico o asistencial; conforman todo un entramado que tiene su apoyatura en el adecuado desarrollo económico de una nación. No basta tener gobiernos responsables, entregados a la solución del problema, es imprescindible contar con organismos, empresas, tecnologías, recursos y especialistas para solventar con eficacia el asunto.
La rotura de la planta productora de oxígeno medicinal provocó que los balones con ese gas fueran trasladados en helicópteros del ejército para hacer más rápida la distribución. (Foto: Nelson Alejandro Rodríguez Roque/ACN)
¡Y claro!, hay que alimentar y cuidar a los enfermos, pero también a los sanos. Hay que invertir en medicinas, pero también hay que construir, desarrollar, educar, vestir, sembrar, reír y vivir. El mundo no puede paralizarse, el encierro puede ser un método puntual, pero va contra la propia naturaleza humana.
Cuba tiene ante sí un reto enorme, porque con la apertura aumentarán los contagios y por ende los enfermos, a la espera de que las vacunas hagan lo suyo. Al mismo tiempo, permitirá a mediano plazo una reactivación de su maltrecha economía y de todo el ecosistema privado, donde encuentran trabajo y beneficios más de un millón de ciudadanos.
El aumento de vuelos, la previsible normalización de la entrada de remesas y mercancías serán paliativos que mejorarán las dificultades y angustias de muchas familias, que han visto como sus vidas son dominadas por la rutina de las colas, la carencia de todo tipo de bienes básicos y la desesperación.
Supongo que para el gobierno todo esto haya sido un aprendizaje, un evento que, por cierto, puede repetirse con mayor fuerza en un futuro no muy lejano. La enorme deuda de nuestra nación, unida a su fragilidad económica, presagian un camino duro y mayores sacrificios. Lidiar con las sanciones y amenazas de Estados Unidos está bien, pero ya a estas alturas de la Historia, luego de seis décadas de confrontación, no puede ser que todos nuestros problemas y justificaciones estén asociados a ese diferendo.
Es hora de cambiar esa narrativa que nos hace vivir entre el lamento y la caridad. Este es un país con muchas riquezas, extraordinaria historia y cultura, pero su prosperidad llegará únicamente cuando sepamos vencer a nuestros propios demonios.
Septiembre 2021.
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Este texto fue originalmente publicado en Progreso Semanal.
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