Antes de ser socialista esta fue una revolución antimperialista. Pero el antimperialismo no nació con ella. Fue una corriente de pensamiento que emergió en Cuba en los años veinte del pasado siglo. El triunfo de 1959 la convirtió en política al establecer, finalmente, una estrategia que dejó atrás décadas de subordinación a los Estados Unidos. O así creíamos.
Ante el inicio del octavo Congreso del Partido Comunista de Cuba que según ha anunciado analizará con énfasis el ambiente político-ideológico de la sociedad, habría que preguntarse —y preguntarles—, si esa corriente sigue siendo tan influyente ahora como entonces.
En álgido intercambio en Facebook con un antiguo periodista, ahora residente en los EE.UU., me dijo que durante el tiempo que vivió aquí soñaba con la entrada de las divisiones aéreo-transportadas del ejército norteamericano. Algunos líderes del Movimiento San Isidro han manifestado similares pretensiones. Uno gritaba incluso que el mandatario Donald Trump era «su presidente». Sin embargo, no todos quieren la entrada de los Estados Unidos mediante la fuerza. Hace pocos días una joven comentaba que «Cuba siempre ha necesitado de un “sugar daddy”. Sea España, sea los USA o la URSS».
Estas posiciones están mediadas por una enorme gradación de matices, en los cuales subyace la idea matriz de que Cuba necesita el cese del bloqueo norteamericano y la entrada de capitales extranjeros para comenzar a emprender una senda de reformas que la conduzca a la prosperidad.
Estados Unidos nunca ha dejado de vernos como a cosa propia. ¿Pero, hemos llegado los cubanos a percibirnos como una nación realmente independiente? ¿Cuánta responsabilidad tiene el Partido Comunista de Cuba en esta actitud al haber supeditado cualquier transformación interna a la relación con las administraciones norteamericanas?
No basta con haber nacionalizado las tierras y las industrias. No es suficiente un discurso político de condena a la vocación imperial del poderoso vecino. Debimos mostrar con éxitos económicos sostenidos y no con declaraciones nuestro antimperialismo. Y, siendo marxistas de verdad y no simulados —y martianos—, debimos empezar por ser independientes económicamente de cualquier potencia extranjera.
Esta controversia no es nueva. Veámosla en dos momentos de nuestra historia.
Génesis del antimperialismo en Cuba
Quizás los más jóvenes —aquellos que, o se marchan de Cuba o sueñan con hacerlo—, y puede que miembros de generaciones mayores, crean que el imperialismo norteamericano es un fantasma, otra creación del discurso político oficial para mantener la cohesión. Se equivocan.
Muchos imaginan que fue con la ocupación norteamericana de 1898, o con la aprobación de la Enmienda Platt a la Constitución de 1901, que el imperialismo yanqui llegó a controlar férreamente el destino insular. Tampoco.
Caricatura de la época.
Esos fueron pasos, que se remontan incluso a las últimas décadas decimonónicas, pero la definitiva penetración de capitales norteños se concretó hace exactamente un siglo.
En 1921, cuando los bancos cubanos y españoles cayeron en bancarrota debido a la crisis que desde 1920 había desplomado los precios del azúcar, se produjo el control definitivo de las finanzas insulares por parte de compañías norteamericanas. Tal dependencia económica se hará crítica con el endurecimiento de las tarifas arancelarias, por parte del gobierno de Estados Unidos, ante la cercana bancarrota de 1929.
La intelectualidad cubana reaccionó a esta realidad mucho antes que los políticos —fenómeno que se repite en la actualidad— lo cual fue estimulado también por la actitud interventora yanqui en el área de Centroamérica y el Caribe, que contribuyó a una interpretación de nuestro contexto estrechamente ligado al de la región.
En 1927 Ramiro Guerra, un hombre que no fue jamás de izquierda pero al que este país debe mucho, impartió la conferencia «Azúcar y Población en las Antillas». En ella demostró estadísticamente el nivel que había alcanzado la penetración norteamericana en suelo cubano. Así lo comentó Revista de Avance: «(…) el Doctor Guerra, con los datos precisos, nos dijo que once compañías extranjeras poseían la mitad de la tierra laborable de Cuba (…)», (año I, t II, no. 16, 30 de noviembre de 1927, p. 87).
Hasta ese momento la retórica de los viejos revolucionarios, agrupados algunos en la Asociación de Veteranos y Patriotas, había sido la apelación al «honor nacional» y «la dignidad patria». Se alentaba aún la consigna de la unidad: «contra la injerencia extraña, la virtud doméstica»; antiguo avatar de lo que después sería la «tesis de la plaza sitiada»; nociones ambas que mucho daño han provocado.
Para la juventud entusiasta y transgresora, que se manifestaba como una generación de ruptura, fue primaria la lucha contra la dominación cultural de los pueblos de América Latina. Postura muy coherente con sus intereses pero que dejaba sin atención la decisiva cuestión de la dependencia económica.
El llamado de Ramiro Guerra tuvo consecuencias inmediatas. Una fue el rescate de la faceta antimperialista del pensamiento martiano; otra, la perspectiva materialista para el análisis de la situación nacional. El ensayo Juventud y Vejez, de Juan Marinello, escrito en 1927 y publicado al año siguiente, permite constatar este cambio:
«Venga el dinero de afuera a civilizarnos —nos han repetido. Vengan industrias grandes y comercio próspero. Todo marchará sobre ruedas doradas y lo demás lo harán la bandera y el himno (…) ¿No habrán pensado nunca los hombres de la mano extendida que nadie rige en casa ajena? ¿Cuando hayamos derrochado en frivolidades y en burocracia parasitaria e inepta el precio de nuestro suelo, qué seremos en nuestra tierra a pesar del himno y de la bandera?» (Eds. Revista de Avance, 1928, pp. 19-20).
Esa nueva perspectiva fue planteada desde Revista de Avance el 15 de julio de 1928: «(…) ya va siendo hora de que en Cuba fundamentemos las opiniones sobre los hechos, y no sobre un misticismo hecho de vagas ilusiones y escrúpulos de teórica dignidad. El patriotismo, si no tiene un sentido realista, se queda en obcecación suicida».
Se estableció así una corriente de pensamiento opuesta categóricamente a la penetración imperialista. En todos los años que duró la república, el gobierno que más se acercó a realizar ese sueño fue el denominado de los Cien Días. Jamás fue reconocido por la nación del Norte que, no obstante, nunca rompió relaciones con los dos dictadores que tuvimos: Machado y Batista. Al gobierno norteamericano no le interesaban los derechos violados de los cubanos, ni las Constituciones atropelladas. Ni dio la espalda a otras dictaduras. Lo único que le ha interesado siempre es el cuidado de sus intereses. Es lo que sigue importándole.
La revolución antimperialista más exitosa de la humanidad
Un ideólogo triunfalista de nueva promoción, de los que proliferan como la mala hierba en el terreno de los medios oficiales, se refirió hace poco a la revolución cubana con la frase que encabeza este epígrafe.
Cuando se analizan los fenómenos históricos en su inmediatez no se consigue un examen totalizador. En ocasiones hay que distanciarse de lo cotidiano. Es cierto que el alejamiento resta minuciosidad pero aporta perspectiva. Así es conveniente acercarse a veces a la historia, pues atrapados por las coyunturas, descuidamos las duraciones más largas.
Una revolución antimperialista solo consigue sus metas cuando rescata la riqueza nacional para que esta crezca y sostenga al país, incluso para que nutra a un proyecto basado en la justicia social. Seis décadas después de su triunfo, no solo hay que referirse a lo que fue conquistado, sino a los resultados a largo plazo de esa victoria.
¿Qué mérito tiene que nuestras tierras fueran redimidas de los monopolios para entregarlas al marabú y tener que adquirir los alimentos en el exterior?
¿Cuál fue el destino de nuestra industria azucarera, dependiente de un mercado procesador ubicado en el Norte, y ahora débil e incapaz de producir ni siquiera para el mercado interno?
¿Cómo ha mejorado la situación del pueblo el haber sustituido a un monopolio como fue la Cuban Telephone Company por otro monopolio como ETECSA, cierto que nacional pero tan expoliador como aquel?
¿Dónde radica el control sobre el incipiente negocio de la hotelería y el turismo, que despegaba en los cincuenta en manos de una mafia norteamericana y que ahora está en manos de GAESA, poderoso monopolio de las Fuerzas Armadas que no rinde cuentas de sus inversiones y finanzas ante la Asamblea Nacional del Poder Popular?
Tantos años después, aquí estamos: abiertos al capital extranjero al que se presenta como tabla de salvación, con una Constitución que los invita, con su majestad el dólar rigiendo de nuevo, endeudados hasta la médula con poderosos círculos financieros internacionales. Y, lo peor, esperanzados en que el Norte retire el bloqueo y decida hacer negocios en Cuba para, posteriormente, avanzar más en las reformas y llegar a disfrutar de derechos políticos.
¿Díganme si eso no significa la victoria de un plattismo inconsciente en el imaginario social de esta nación? Es la derrota de aquella fuerte corriente de pensamiento que emergió hace un siglo. Eso sí, maquillada con un discurso político que continua siendo profundamente antimperialista. Las palabras por un lado y la realidad por otro.
Es un discurso al que podrían formulársele preguntas similares a las hechas por Juan Marinello el siglo pasado. El himno y la bandera son símbolos. Ni ellos ni las consignas y el patriotismo de barricada nos van a salvar. El control de la riqueza nacional y su florecimiento es lo que permite la verdadera soberanía y un futuro de prosperidad.
Estados Unidos no se va a mover de su lugar. Cuba tampoco. Debemos tener relaciones de respeto mutuo y buena vecindad. Es lógico que la cercanía entre ambos países favorezca las relaciones comerciales. Pero sin olvidar jamás el carácter imperialista de esa nación.
Hay que exigir el cese del bloqueo, también el retiro de la base militar de Guantánamo porque ese es un tema de soberanía incuestionable. Pero la mejor salvaguarda ante las apetencias imperialistas, tanto de EE.UU. como de otros países, es una nación próspera.
Esta no es la situación de la economía cubana, que se encuentra en una crisis estructural. El bloqueo, las medidas del gobierno de Donald Trump y la situación de pandemia no pueden justificar los errores de los últimos sesenta años.
La verdadera excepcionalidad de Cuba radica en haber logrado el triunfo de una revolución profundamente antimperialista que consiguió el rescate de su riqueza nacional de manos de la nación más poderosa del mundo. Y lo hizo estando ubicada a poca distancia de ese país.
La manera posterior en que esa riqueza ha sido administrada respondió a un modelo de socialismo burocrático que era una regularidad y, por tanto, nada excepcional. Era un modelo que había demostrado debilidades desde antes que trascendiera en Cuba. Haberlo asumido, y negarse a reformarlo hasta hoy, es responsabilidad máxima de la dirección partidista. Que para eso ha estado dirigiendo desde el comienzo. ¿Será reconocido esto en el VIII Congreso? Debería.
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