«Cuando despertó, una semana después, ya nadie se acordaba del dinosaurio», podría ser la mutación del famoso microrrelato de Augusto Monterroso si lo adaptamos al contexto cubano actual. Hace exactamente siete días, en una nota de veinticuatro palabras, la revista Alma Mater anunciaba la «liberación de funciones» de quien fuera su director, el periodista Armando Franco Senén.
La publicación —que hasta ayer había generado poco más de mil seiscientas reacciones, mil trescientos comentarios y fue compartida 259 veces— prendió fuego a la pradera. Las siglas blancas AM sobre un fondo de luctuoso negro, se propagaron por todas partes en señal de duelo ante la decisión de un inmaterial Buró Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas. El suceso, y los acontecimientos asociados, dejaron señales interesantes.
La primera de ellas da cuenta del nivel del periodismo en los medios estatales cubanos y de cómo es percibido por los públicos. Según muchas de las opiniones, la salida del director de AM y su equipo marcó el fin de uno de los pocos espacios donde se hacía «periodismo crítico». No obstante, si bien la revista trató con seriedad determinados temas ausentes del discurso de sus homólogos —aunque no del de varios medios independientes—, esta idea habla más de la aridez del panorama mediático que la rodea que de la calidad de la publicación en sí.
Algunos de sus éxitos —como la interesante serie Desafíos del consenso, que examinó desde diferentes ámbitos del saber el estallido social del 11 de julio, por poner un ejemplo—, son muestra de buen hacer, pero nada más. Cosas como esas serían lo normal en tanto análisis de la realidad; no es normal, sin embargo, que la mayoría de sus congéneres mediáticos guardaran silencio o se vistieran de la propaganda gastada de siempre ante aquellos hechos.
En AM se hizo periodismo bueno y malo, como en cualquier medio. La mayoría de las reacciones de apoyo, entre las cuales se cuenta la mía, muestran respeto por lo positivo. Pero de ahí a presentarla como el non plus ultra de las publicaciones insulares, es una evidencia más de las tremendas carencias del periodismo estatal cubano en cuyo ecosistema la revista se inserta, y del bajo nivel de los referentes del público. En un batey atiborrado de bohíos de guano, una casa de ladrillos es un palacio.
La segunda cuestión interesante se relaciona con la reacción de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) al suceso. Ante la separación de funciones —sin previa justificación— del director de un medio de prensa y la renuncia de casi todo su equipo, ¿cuál fue la respuesta de la UPEC? En un post críptico en su perfil personal en Facebook —una hora y media después de que se pronunciara el Partido a través de uno de sus funcionarios—, el presidente de la asociación manifestó, en esencia, que la decisión «lo entristecía».
No obstante, es válido preguntarse, ¿qué podría hacer el presidente de la UPEC frente a una decisión de la UJC, organización hija del Partido que es, a su vez, órgano superior de la sociedad y el Estado? ¿Pueden tanto los medios como la ciudadanía o las organizaciones, manifestarse contra una orden emanada de un ente superior —y/o sus asociados— no electivo ni sometido a control popular alguno? ¿Podemos nosotros, simples mortales, rozar siquiera la sandalia del Ser Superior?
Lo único correcto, tanto en posiciones de representatividad como desde la ciudadanía, es plantar cara a la arbitrariedad del absolutismo, pero no todo el mundo lleva en su alma a un Martí, un Mella o un Guiteras. Ante la inexistencia de mecanismos institucionales eficientes y efectivos, la mayoría prefiere derramar alguna lágrima —si es discreta, mejor— y lamerse las heridas mientras marcha feliz por tantos logros obreros el Primero de Mayo.
Al final, lo más que consiguieron las reacciones salidas desde las redes sociales —cómodo foro que habita nuestra ciudadanía entre perfiles falsos y fotos de gatos—, fue que quienes mandan nos recordaran que mandan. Por ejemplo, la secretaria de la UJC reconoció que puede que se hayan cometido algunos errores en el tratamiento del tema, pero que es competencia del Comité Nacional decidir sobre los directivos de medios como AM. Ella y otros funcionarios repartieron elogios, se reunieron con este y con aquel, pero la decisión no se ha echado atrás. Como dicen mis abuelos: cuando Dios no quiere, ni los santos pueden.
Si el directivo sacado de su puesto tiene tantas cualidades, ¿por qué fue «liberado» de ese modo? ¿Así es como se trata a un «periodista joven y talentoso, quien tiene mucho que aportar»? ¿Por qué no se dio el tratamiento adecuado para que el equipo de la revista no renunciara en masa? ¿Hasta cuándo va a ser dirigida la prensa por personas ajenas a ella?
En muchas de las publicaciones y comentarios, se percibe una visión casi de escatología cristiana: la decisión es arbitraria e injusta, pero debemos aceptarla con resignación revolucionaria. Y no puedo evitar preguntarme, ¿hay algo de revolucionario en acatar una arbitrariedad?
¿Puede un funcionario —desde el Buró de la UJC o cualquier otro— cometer una injusticia y por levantar el blasón de la Revolución, la misma debe ser aceptada o perdonada? ¿Alguno de los manuales por los que se estudia en las Escuelas de cuadros prohíbe expresamente reconocer un error, pedir perdón por él y resarcir los daños? ¿Es que acaso la Infalibilidad Papal tocó la puerta de la Ñico López?
Como el Señor Oscuro Sauron, los hálitos tóxicos del Quinquenio Gris se empeñan en volver y parecen fortalecidos. Sus jinetes cabalgan y si bien Alma Mater no es la primera víctima de sus cacerías, es la más sonora de los últimos tiempos. Circunscribir el conflicto en Cuba a lo que está dentro o fuera de la Revolución, es no ver la magnitud de un fenómeno de décadas de antigüedad. La puja es entre las fuerzas que deciden esos límites. Lo que hoy es revolucionario, mañana puede no serlo; quien hoy es un «cuadro» confiable, mañana puede ser un hipercrítico o un confundido.
Que la reacción con tintes estalinistas sea una amenaza permanente y ejerza su poder, habla de un sistema deformado, como un dinosaurio enfermo, que necesita cambios urgentes y radicales. Lo peor es que el diagnóstico está dado desde hace mucho tiempo, pero una y otra vez se posterga el tratamiento. Al final, tanta soberbia puede que termine resumida en aquel viejo estribillo: Murió como Chacumbele, él mismito se mató.
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