El bar está lleno. Hay cervezas a 150 pesos, lo más barato que se pueden comprar. Desde un rincón, Raydel observa todo. Una pareja paga y se va. Él recoge las latas vacías y las pone dentro del saco. Cuando regresa a su mesa, apartada del resto, ya estoy sentado allí. Nos damos la mano.
-Te afeitaste- le digo.
Raydel se rasca por debajo de la gorra, casi sonriendo, y se pasa la mano por los cañones que le han vuelto a crecer. Ahora solo le queda el bigote, manchado por la nicotina del cigarro y por no lavarlo casi nunca.
-Me regalaron una maquinita. Empecé ahí mismo en el parque, en seco. Yo solo. Pero había un carro parqueado en la calle Río y me miré en el espejo. La verdad es que estaba en candela. Pasó un socio, Damián, y me llevó para su casa. Yo cargaba un saco de latas. Nosotros tenemos ya tres sacos de latas, sin escachar. Cuando las vendamos, el dinero es a la mitad. Entonces me dio un espejo y hasta un jabón y terminé de afeitarme. Después me dio un poco de arroz amarillo con pollo y me dije: «Bueno, ya me cayó algo en el estómago».
«De todas maneras, de regreso para acá vine pidiendo comida a la gente que conozco. Me dieron un tanto así, casi un cuarto de jabita, de congrí. Con lo que me había dado Damián y con esa comida, pasé la noche feliz. Figúrate la artera que cogí, que ya hoy he ensuciado dos veces. Primero fue en el parquecito aquel… no me dio tiempo a nada, era mucha la artera. La segunda vez sí me fui para abajo de una mata de guano que hay entre los dos puentes, a donde siempre voy. No sé si es una mata de guano normal, o si es guano de cana».
Foto: Néster Núñez
Una señora le trae seis latas de cervezas. Raydel, con su lengua siempre enredada, le agradece. Luego guarda las dos primeras en el saco. La tercera se la lleva a la boca y baja, de un buche, el contenido caliente que le quedaba.
-A estas también le quedan, pero tengo que darle suave a la cerveza, que la presión me sube.
Lo que habitualmente bebe Raydel son las tinturas medicinales con base de alcohol que venden en las farmacias. Lo mismo de tilo, de caña santa que de pino macho. Cada pomo cuesta solo seis pesos. Emborracharse le sale barato.
Antes de las laticas, vendía cloro por las calles.
-Iba a la bomba inyectora del acueducto a buscarlo. El cloro venía puro de Villa Clara. A un tanque normal le podías echar hasta dos de agua. Pero aquello explotó, porque la gente de allí fue muy ambiciosa. Si tú te puedes ganar cien pesos, ¿por qué razón querrás ganarte mil de pronto?. Ese fue su fallo.
«Yo siempre tomé. Desde que llegué de Angola, tomé. Y más desde que se me murieron mis abuelos. La única que me hizo renacer fue mi hija. Me llevaron para Luanda con 17 añitos, en el último llamado. Y de Luanda para Cabinda, a una base de tanques bajo tierra. Yo era francotirador. Había que dormir con las botas puestas y un dedo en el gatillo, porque los Unitas siempre atacaban».
Se rasca el cuello y el brazo; dice que la escabiosis lo tiene loco. Casi nunca se baña. Duerme en el portal del Teatro Sauto, Monumento Nacional, o frente a la galería de arte. Sí, pide comida, pero nunca ha robado. Antes fue albañil. Técnico integral en Construcción Civil. Ganó mucho dinero. Es oriundo de Sibanicú, en Camagüey. Una pareja de médicos, amigos de su abuelo, lo trajeron para Matanzas.
Foto: Nester Núñez
Le he preguntado cómo llegó a la situación actual, y sus respuestas saltan de un tema a otro: la casa que levantó desde los cimientos en Pastorita, donde le robaron todas las herramientas. La vez que conoció personalmente a Pablo Milanés en otra casa que estaba terminando en el reparto Camilo Cienfuegos. La esposa que tuvo durante diez años. El alquiler en La Marina. La muerte de su abuelo y de su abuela, quienes lo criaron.
-Mi padre renegó de mí cuando yo tenía tres meses- dice.
Como una especie de terapia de choque, para que deje de victimizarse, le digo que muchas personas han pasado por situaciones similares y no terminaron alcoholizadas.
-Yo entiendo lo que tú dices, entiendo. Pero yo siempre tomé. Siempre. Por suerte, fui a Angola. Angola me enseñó a sobrevivir.
Me habla entonces de su hija de 20 años, entre lágrimas. Lo desvío de esa cadena de pensamientos negativos preguntándole, como si fuese un niño, qué tres deseos pediría si se le apareciera un ser mágico.
-El primer deseo que tengo para pedir, esto es sin pensarlo mucho, es que mi hija sea feliz. Que me dé un nieto o una nieta que estudie y que también sea feliz. El segundo deseo, que me renazcan. Renacer es volver a vivir. ¿Por qué? Porque yo cometí muchos errores. Me arrepiento mucho de no cumplir la palabra que le di a mi abuelo: seguir en la construcción. El otro deseo, que me quiten el alcoholismo este que yo tengo. Y el último, que Jesucristo me mande la muerte cuando él desee.
Se pasa la mano por los cañones de la cara. Se ajusta la gorra. Se rasca la escabiosis con sus uñas sucias y largas.
-Probablemente me caiga un trabajo de custodio. Por eso me afeité ayer, porque no me aceptaban con la barba.
Veo bastante difícil que eso suceda, pero callo. En cambio, le señalo varias mesas con latas vacías. Raydel Armando Mesa Vicente arrastra su saco para recogerlas todas.
Salto mis dudas éticas y pongo su nombre y sus fotos para que no sea más el borrachín anónimo del parque, el apestoso del que la gente desvía la mirada. Para que recordemos que, detrás de todos los que son como él, hay una persona, un ser humano, un cubano en desgracia, como cualquiera.
Foto: Néster Núñez
Además, Raydel me dio su consentimiento, antes de emborracharse, teniendo por testigos al Teatro Sauto (monumento nacional); a la galería de arte; al museo provincial; a la oficina del conservador de la ciudad; al cuartel de bomberos; a los adoquines nuevos y los centenarios; al monumento al mambí independentista cuyo cartel reza: «Los derechos no se mendigan, se conquistan con el filo de la espada…»
Y la dignidad, ¿cómo se recupera?
La pregunta ahora no es ¿cómo caíste ahí?, sino ¿cómo se sale del agujero del alcoholismo, de haber perdido a la familia, de no tener casa?
Los ministerios de Salud Pública, de Trabajo y Seguridad Social, los trabajadores sociales, los CDR, el gobierno, el PCC y el resto de las instituciones que existen para algo, ¿van a esperar a que se le cumpla a todos los Raydeles su cuarto deseo: la muerte? ¿O van a ayudarlos antes?
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