La Joven Cuba
opinión política cubana
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Equipo
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto

2019

Contenidos con fecha 2019

Andar provocando

por Giordan Rodríguez Milanés 11 diciembre 2019
escrito por Giordan Rodríguez Milanés

La noche de los cristales rotos tuvo una exhaustiva preparación psicosocial sustentada en las plataformas comunicacionales a disposición del poder nazi. La radio, el cine, las representaciones de teatro popular y la gráfica, hábilmente manejados por Joseph Goebbels, maximizan los prejuicios antisemitas a la vez que refuerzan los valores tradicionales del pueblo alemán, y modulan el sentimiento de frustración debido a la derrota en la Gran Guerra.

¿Cómo lo habían logrado los nazis alemanes? ¿Cómo había logrado el metarrelato nacionalsocialista embaucar al pueblo alemán, de tal modo, que los pusieran al borde de la barbarie y redujeran casi a cero cualquier enfoque crítico?

Responder esas preguntas, y generar sus propias aplicaciones, fue el gran cometido de la Mass Communication Ressearch (MCR) que comienza a  ejecutarse en los Estados Unidos a partir de 1940 con fondos estatales asignados a universidades públicas y privadas.  La MCR se sustenta metodológicamente en la aplicación de un modelo mecanicista de estímulo-respuesta, y sobrevalora el papel de los medios respecto a otras variables de orden antropológico y socioeconómico. No obstante, permite a los centros de poder imperialistas acumular y codificar durante décadas, y analizar,   modelar y simular matemáticamente los procedimientos  para la inducción de determinados comportamientos de grupos o comunidades,  con el uso de la inteligencia artificial y el recorte de las distancias comunicativas a través de las redes sociales.

No es por casualidad  que al discurso beligerante de Donald Trump contra el nuevo “eje del mal”  socialista, o sea: Cuba, Venezuela y Nicaragua, se le indexa una  hostilidad psicosocial contra los valores nacionales de sus pueblos. En el caso de Cuba, por ejemplo, una ojeada a las redes sociales nos muestra una diferencia entre cubanos “de la Isla”, que viven “bajo el sometimiento de la tiranía castro-comunista” y los “cubanos del mundo libre”. Los de la Isla, según esta matriz, somos cobardes porque no nos rebelamos contra el régimen, haraganes y acomodaticios porque pretendemos vivir de las remesas que nuestros familiares nos envían desde el “mundo libre”, culturalmente inferiores porque estamos ajenos.

Según esa matriz supremacista, los emigrantes en tránsito hacia los Estados Unidos comienzan a ser criminalizados o asociados a todo tipo de desmanes.  Los médicos colaboradores en Latinoamérica son acusados lo mismo de esclavos, que de agentes desestabilizadores. Estigmatizan a los emprendedores que, debido a las limitaciones no pocas veces absurdas que nuestro gobierno les pone, salen a otras naciones a intentar adquirir lo que necesitan para sus desempeños. Los anti-valores enunciados por la tradición occidental: la impiedad, el irrespeto a la vida, la incompetencia profesional, son común y vulgarmente discriminados en función de la demonización cubana.

Tanto los medios tradicionales como las redes sociales sirven para esa demonización del “cubano en la Isla” o el “cubano procedente de la isla” como un mecanismo  para, primero,  degradar a escala simbólica los valores de la nación a través de los yerros y excesos ciertos o inventados de sus ciudadanos, —yerros y excesos  de cualquier ciudadano en cualquier país del mundo—, y de modo prospectivo justificar el asedio, el acoso económico instrumentado en la Ley Helms Burton, y quién sabe si una agresión directa. Esto no es un problema de las plataformas comunicacionales en sí mismas –como algún trasnochado criollo nos sugiere—, sino por la combinación de la intención hegemónica imperialista y las torpezas, absurdos y abusos, en no pocos casos, de los ideólogos y decisores en la Isla.

Así, por ejemplo, el desamparo jurídico y administrativo en el que el MINREX deja a nuestros emigrantes legales o ilegales, facilita el empeño de esa demonización. Cuando la policía ecuatoriana, en medio de las protestas contra Lenín Moreno, detienen a un cubano en el aeropuerto de Quito bajo la presunción de que estaría monitoreando las actividades del presidente de aquel país,  y el consulado cubano demora varios días en ir a representarlo  y preocuparse por su ciudadano, está alimentando con la desidia  la matriz de que Cuba tiene sembrado  agentes desestabilizadores por toda América Latina. También cuando nuestro gobierno se pronuncia en contra de cualquier injusticia o crueldad contra los emigrantes en tránsito del mundo, y a la vez soslaya a los propios que, ahora mismo, están siendo  abusados y violentados en centros de detenciones norteamericanos, o sobreviven  en condiciones precarias en cualquier país latinoamericano; o cuando el omnipotente jefe de una misión médica chantajea y reprime cualquier expresión crítica o de exigencia de derechos de uno de sus trabajadores, apelando a la retórica ideopolítica para camuflar sus ineficiencias, y el afectado o acata lo que se le ordena, o se le regresa a Cuba. Un fenómeno más frecuente que lo éticamente aceptable que alimenta el mito de la esclavitud de nuestros galenos.

¿Qué no hace una persona que, por las razones que sean, sale en busca de un sueño y lo ponen en la condición límite de una pesadilla? ¿Por qué decidió irse a buscar ese sueño fuera? ¿Solo por aspiración material o también por aspiraciones espirituales asociadas a esos anhelos materiales? ¿Qué responsabilidad tiene nuestro Estado Socialista de Derecho en esa decisión de emigrar?

El sesgo y el reduccionismo semántico propio de los medios tradicionales de comunicación y las redes sociales –que se basa en una adecuación del modo en que neuropsicológicamente convertimos las señales en estímulos, pensamiento y lengua—, se convierte en un arma de destrucción de los valores de una nación, una comunidad humana o determinado estamento, desde los centros de poder imperialistas, con la lamentable complicidad, en nuestro caso, de las propias víctimas y sus representantes. Como si los judíos, con la agudización de la usura y el proselitismo, hubieran facilitado las intenciones de Hitler y Goebbels. Lo cual convertiría a la víctima en victimario a través de la manipulación mediática, la exageración y la diatriba.

11 diciembre 2019 19 comentarios 285 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Nuestra teoría de la relatividad

por Alina Bárbara López Hernández 10 diciembre 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

En 1945, como parte del sistema de organizaciones y tratados que emergió tras la Segunda Guerra Mundial, se fundó la Organización de Naciones Unidas. En ese mismo año, y durante el siguiente, se celebraron en la ciudad alemana de Núremberg los juicios a los criminales de guerra nazis.

Aunque eran conocidos los vejámenes a la población judía, solo al concluir la conflagración se pudo demostrar la magnitud de los mismos. Las evidencias materiales ocupadas en los terribles campos de exterminio, sumadas a los testimonios de los sobrevivientes, permitieron calificarlo como se ha hecho desde entonces: un holocausto.

En las declaraciones de los acusados y sus abogados ante el tribunal internacional que juzgó los hechos, fue sustentado una y otra vez —en el intento de justificarse—, el argumento de que actuaron bajo el acatamiento estricto de la legalidad germana.

Efectivamente, entre 1933 y 1939 el gobierno de Adolfo Hitler había aprobado una extensa legislación anti hebrea conformada por más de cuatrocientos decretos-leyes y normativas que se tejían como una red desde los niveles municipales hasta la nación.

Ninguna decisión aberrante quedó sin su correspondiente amparo legal. Zonas separadas para residir, obligación de identificarse con el símbolo de la estrella de David, confiscación de bienes, prohibición de matrimonios con personas no hebreas, expulsión de los claustros de las universidades y escuelas, exclusión del funcionariado a todos los niveles, esterilización forzosa, envío a campos de concentración…

La tesis de la obediencia a la ley como justificante de los crímenes no fue aceptada por el tribunal internacional de Núremberg. Este argumentó que ninguna legislación particular podía violentar los derechos humanos inherentes a las personas, que tenían carácter universal.

Como resultado de estos debates, el 10 de diciembre de 1948, hace exactamente setenta y un años, en la tercera Asamblea General de las Naciones Unidas, fue aprobada la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH).

Cuba fue fundadora de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU y signataria de la DUDH. Las negociaciones habían correspondido al gobierno de Ramón Grau, que firmó el documento.

La DUDH marca un hito en la historia. Fue elaborada por representantes de todas las regiones del mundo, con diversos antecedentes jurídicos y culturales. Su texto se inspira en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789. Se proclama como un ideal común, universal, por el que todos los pueblos y naciones debían esforzarse a fin de que, tanto individuos como instituciones, lo promovieran mediante la enseñanza, la educación y el respeto. Son derechos fundamentales, con un nivel tal de universalidad que deben protegerse en el mundo entero.

En la Asamblea General de la ONU fue aprobada sin votos en contra. Solo ocho países se abstuvieron: Sudáfrica, que por entonces comenzaba a aplicar la política segregacionista del Apartheid; Arabia Saudita, donde era legal la esclavitud; y los países que iniciaban la conformación del campo socialista: Bielorrusia, Polonia, Checoslovaquia, Ucrania, la URSS y Yugoslavia.[1]

Conocida sobremanera esta página de la historia, ella fue evidentemente mal explicada en un reciente programa especial de la televisión cubana. Trasmitido el 7 de noviembre pasado, con motivo de la votación de la Resolución contra el bloqueo de Estados Unidos a Cuba, el conductor Humberto López, graduado en Derecho por demás, manifestó que “Los derechos humanos son una construcción cultural”. El comunicador arguyó que no es lo mismo en China u otros países, que en Cuba.

Esa actitud, profundamente relativista, hunde sus raíces en la ciencia antropológica y, con énfasis, en los puntos de vista de la Escuela norteamericana de etnología histórica o del Particularismo histórico, cuyo líder fue Franz Boas (1858-1942).

Pasó también a otras ciencias, como la Filosofía, la Sociología y la Historia, por ejemplo. Tras el derrumbe del socialismo real, esa perspectiva fue reforzada como parte de la oleada postmoderna. Legaría a la ciencia una actitud agnóstica y negaría las fuentes tradicionales.

Para la Antropología Social, el Particularismo histórico, no obstante, fue positivo. Boas, rebatiendo al etnocentrismo de las escuelas antropológicas anteriores, negó la existencia de niveles mundiales en el desarrollo cultural. Entendía que para reconstruir la historia de la humanidad había que empezar a estudiar la historia de cada pueblo por separado. En su opinión, cada cultura era el resultado único de un conjunto de factores y condiciones exclusivas que solo podían entenderse en base a sus propias normas.

Estas tesis fomentaron igualmente una corriente que llevó a su extremo los postulados fundamentales del Particularismo, ella se denominó Relativismo Cultural. Las dos afirmaciones que conforman su núcleo son: «Todos los sistemas culturales son intrínsecamente iguales en valor» y «toda pauta cultural es intrínsecamente tan digna de respeto como las demás».

Los defensores de la corriente relativista, aseveran que todos los criterios para evaluar a una cultura son relativos, pues parten de los miembros de otras culturas. No existen valores o costumbres malas ni buenas, mejores o peores, inferiores o superiores, sino diferentes. Tales posiciones, aunque rechazan al etnocentrismo y al imperialismo cultural, han hecho daño en la evaluación de lo relativo a los derechos universales de los seres humanos.

Al asumir una postura relativista no podrían ser criticadas prácticas culturales como la mutilación genital femenina, que ocasiona miles de muertes y complicaciones de salud todos los años; o el infanticidio selectivo, entre otras tradiciones culturales que dañan derechos humanos, como el derecho a la vida, a la libertad reproductiva, etc.

Llevada a las prácticas políticas, esta perspectiva justificaría decisiones violatorias, como la que coarta la libertad de movimiento, por citar un elemento controversial en la relación entre Cuba y Estados Unidos. El Norte no podría criticar a Cuba por la parametración de personas impedidas de viajar fuera del país; mientras, la Isla tampoco podría objetar que el gobierno norteamericano imposibilite a sus ciudadanos viajar libremente a hacer turismo.

Si seguimos por ese camino, se demostraría que el contrapunteo entre el carácter universal de los derechos humanos y la posición relativista no resiste un análisis serio. Aunque hay que acentuar igualmente que ninguna nación puede invocar la DUDH para intervenir en otra so pretexto de su no cumplimiento. Sin embargo, los organismos internacionales tienen la función de acompañar e insistir en la observancia de esos principios: en cualquier cultura, en cualquier sistema.

[1] Ucrania y Bielorrusia tenían asientos por aquella época en la ONU, resultado de las negociaciones iniciales, aun cuando eran parte de la URSS.

10 diciembre 2019 32 comentarios 742 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

A la conquista del cuarto poder

por Egor Hockyms 9 diciembre 2019
escrito por Egor Hockyms

Si nuestro estado socialista de derecho logra un día descansar única y exclusivamente en estructuras y representantes elegidos por el pueblo, será inevitablemente a través de un perfeccionamiento del sistema electoral que lo haga más participativo y no lo subordine a ningún grupo de poder, ni económico ni político. A este punto el Partido habría terminado su período histórico de fuerza dirigente superior y el poder legislativo sería un reflejo razonablemente fiel de los consensos y disensos de la sociedad socialista, extendiendo esa cualidad al ejecutivo y al judicial.

En este ejercicio inédito de democracia participativa, la libertad de expresión efectiva no puede estar tampoco circunscrita ni a lo admitido por un sistema ideológico como en el socialismo real, ni a lo tolerado por los grandes intereses económicos como en las democracias representativas modernas. Pero si la forma de lograr lo primero es relativamente clara, lo segundo es un reto complejo que el socialismo nuevo deberá afrontar con particular cuidado, entre otras cosas porque no existe ningún precedente.

El problema radica en que la libertad de expresión es significativa solo si está acompañada de libertad de información, y esta a su vez necesita una libertad de prensa que garantice la difusión de opiniones diferentes. Es claro que una prensa dirigida en su totalidad por el Partido, o incluso por un gobierno como el que aquí discutimos, no es una buena prensa; pero tampoco lo es el modelo capitalista de prensa donde la opinión es manufacturada por los dueños de las corporaciones mediáticas en representación de los dueños del capital. De esta forma la única solución para la Tercera República es desarrollar un sistema mediático nunca antes visto que descanse en la fuerza de la participación democrática.

A diferencia de otras cuestiones importantes en las que también se precisa de estudio y consenso, como por ejemplo la forma en la que debe coexistir la planificación con el libre mercado, el tamaño máximo de las PYMES, o el grado de desigualdad que va a considerarse constitucional, el sistema mediático de la república nueva es un tema especialmente delicado para el éxito de nuestro proyecto de país. Una mala prensa es mortal para la democracia, particularmente cuando se mercantiliza y queda sujeta a la propiedad de alguien, que puede entonces impedir cualquier rectificación diseñando estados de opinión.

No pocas veces hemos visto cómo esos estados de opinión manufacturados se imponen incluso sobre el estado de derecho en democracias representativas, donde el poder mediático desarrolla  mecanismos de defensa infranqueables contra cualquier regulación que limite su influencia. En la práctica este cuarto poder no ha sido nunca controlado por la persona real sino solo por grupos con suficiente dinero para poder competir o, cuando sus intereses coinciden, por la administración de los estados. Un socialismo que adopte la narrativa de la participación deberá por tanto proponer una fórmula nueva para la articulación de los medios de comunicación masiva, en particular de la prensa escrita, la radio y la televisión. Una fórmula que permita, junto a los medios administrados por el gobierno, la existencia de medios independientes que sean a su vez periódicamente legitimados sobre la base de mecanismos fundamentales de participación social.

Lo primero será garantizar una completa libertad de asociación, independiente de requisitos ideológicos y solo limitada por la demostrabilidad de un financiamiento legítimo. De esta forma grupos de la sociedad civil, sindicatos, organizaciones gremiales, instancias comunitarias, etc. generarán una pluralidad de espacios que ofrezcan a la persona real la posibilidad de construir sus propios medios de comunicación alternativos como forma de expresión. En este nuevo escenario el Partido sería ya un actor de la sociedad civil, con las mismas oportunidades que cualquier otra asociación para usar el terreno mediático. Las propuestas de creación o permanencia de medios de comunicación no gubernamentales o independientes podrían entonces ser hechas por estas organizaciones y asociaciones periódicamente, quedando solo por establecer un proceso de validación democrática para la regulación del alcance de los mismos.

A modo de ejemplo imaginemos una regulación según la cual el presupuesto anual invertido por el conjunto de todos los medios independientes no pueda superar el monto correspondiente a la inversión hecha por los medios oficiales del gobierno en ese mismo año. Esto puede lograrse fácilmente estableciendo al inicio de cada año topes máximos individuales al presupuesto que puede invertir cada medio independiente. A su vez el valor exacto de cada uno de estos topes se establecería proporcionalmente al nivel relativo de identificación que la ciudadanía expresara en una “elección de medios”; un tipo original de votación general que podría realizarse al término de cada año.

Este ejemplo sucinto defiende la factibilidad de implementar en la nueva república algo que hasta hoy es solo una utopía para el pensamiento progresista: una verdadera libertad de prensa que no sea exclusiva de los privilegiados. En armonía con la narrativa de la participación, los medios de comunicación serían así plurales, imposibles de monopolizar y controlados directa o indirectamente por la participación ciudadana, según sean respectivamente independientes o gubernamentales. El mecanismo de retroalimentación democrática sería además suficientemente dinámico, al menos sobre los medios independientes, y el balance entre estos y la línea gubernamental fortalecería a su vez el equilibrio informativo del nuevo sistema democrático.

Que el Partido pase a conformar la sociedad civil es la transición natural para una organización que seguirá preservando una doctrina a la que muchos cubanos tributan y seguirán tributando. En el nuevo socialismo sin embargo, el término “partido” que había perdido ya su dimensión electoral con la Revolución, se convierte en solo una palabra, que puede ser usada para nombrar asociaciones;  todas desconectadas de los mecanismos de toma de decisiones del Poder Popular. Como asociación, sin embargo, el Partido tendría total acceso a la creación de sus medios de comunicación independientes desde donde continuar el trabajo político-ideológico e influir en la dinámica social y estatal. Es de esperar que en el caso de unas elecciones de medios, el mayor porcentaje de votos y por tanto la mayor capacidad de inversión vaya inicialmente a las propuestas de prensa, radio y televisión del Partido.

Todo este cambio en la concepción del escenario mediático, que ha sido aquí ilustrado con un ejemplo concreto de reglamentación pero que tomaría su forma real detallada del consenso de los parlamentarios, es vital para la narrativa de la participación. Y aún en cierto modo parece esencial también esa idea de controlar los medios independientes por vía de elecciones, donde una vez por cada período las personas decidan en las urnas el destino de las líneas editoriales preestablecidas que se les presenten. Es cuando menos teóricamente interesante que como parte del proceso de desideologización de los mecanismos de representatividad ciudadana que el socialismo nuevo impulsaría, se haga necesario precisamente comenzar a tratar a los medios como lo que en realidad son: representantes de ideologías.

Más un derecho que una mercancía y mucho más que un servicio público, los medios de comunicación son el cuarto poder del estado y su control debe ser democratizado como único modo de protección frente a la creación artificial de consensos y disensos. Es un inmenso poder que enseña a pensar estableciendo plataformas de razonamiento y configurando las identidades ideológicas y nacionales. No habrá libertad plena ni socialismo nuevo hasta que la responsabilidad por el necesario equilibrio en el alcance de los diversos generadores de opinión recaiga en la persona real y no en poderes económicos o élites políticas.

9 diciembre 2019 16 comentarios 343 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

La verdad sobre Batista

por Harold Bertot Triana 6 diciembre 2019
escrito por Harold Bertot Triana

La Revolución Cubana de 1959 no es posible entenderla cabalmente en sus orígenes, en sus razones, sin conocer todo el mundo que representó Fulgencio Batista y Zaldívar en la política nacional de la Isla durante décadas. Llegó a ser el “hombre fuerte” en un largo período histórico y el dictador que, tras el golpe de Estado de 1952, provocó la ira, y a la vez la gesta, de miles de cubanos. No conozco la cifra exacta de muertes en su dictadura, pero es imposible negar la evidencia de cientos y tal vez miles de ellas, como es imposible negar las espeluznantes torturas, tantos jóvenes masacrados, tanta gente buena que no pudo sobrevivir…

Quise explicar parte de esta historia hoy en la sacramental de San Isidro en Madrid, el lugar donde reposan los restos del dictador junto a su esposa y uno de sus nueve hijos, Carlos Manuel, fallecido en 1969. A la pregunta de por qué está en este lugar, respondió hace un tiempo otro de sus hijos, Roberto Francisco (Bobby) Batista Fernández,  quien contó que una vez que muere en 1973 –fallece de un infarto en un hotel de la Villa de Guadalmina y es velado en Marbella—, es trasladado a este lugar porque estaba enterrada la madre de su esposa Marta Fernández de Miranda y el mencionado hijo Carlos Manuel.

No ha faltado nunca alguna bibliografía, antes y después del golpe de 1952, como se puede extraer de lo investigado por Frank Argote-Freyre en su Fulgencio Batista: From Revolutionary to Strongman de 2006, con una visión sesgada y casi adulona de esta figura en la historia, entre las que cabe citar la de su amigo Edmund Chester A Sergeant Named Batista; o Ensayo biográfico Batista: Reportaje histórico de Raúl Acosta Rubio de 1943; o La personalidad y la obra del General Fulgencio Batista Zaldívar de Ulpiano Vega Cobiellas, del propio año 1943 (y que años más tarde actualizaría como Batista y Cuba: Crónica política y realizaciones). Ni qué decir, en francas poses justificativas y tendenciosas, de la literatura realizada con posterioridad al triunfo revolucionario por el propio Batista (ya había publicado Revolución social o política reformista en 1944 y Sombras de América: problemas económicos y sociales en 1946) como Respuesta de 1960 (y traducido al inglés como Cuba Betrayed: The Growth and Decline of the Cuban Republic en 1962); Piedras y leyes de 1961 y Paradojas de 1962, con una segunda edición que titularon Paradojismos. Cuba víctima de las contradicciones internacionales en 1964; o de otras obras más recientes de algunos autores abiertamente panfletarias que no valen la pena referenciar.

Ahora que reaparece con fuerza brindar una historia anterior que no fue, una historia donde el mundo fue rosa y palomas blancas revoloteaban sin cesar, bastaría tan solo preguntarse, como hicieron en su momento dos grandes juristas cubanos al mundo romano que se justificaba: ¿Y por qué se rebelaron? ¿Y por qué cayeron? ¿Y por qué triunfaron?

6 diciembre 2019 13 comentarios 780 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Una pregunta capital

por Yassel Padrón Kunakbaeva 5 diciembre 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

La fundación de una república no es cualquier cosa. Se trata de uno de los momentos más importantes en la vida de una sociedad. A menudo se comete el error de analizar ese acontecimiento solo como acto jurídico, reconociéndose la intervención directa del soberano en una Asamblea Constitucional: así se olvida, sin embargo, la multiplicidad de procesos históricos que confluyen en dicha fundación. Para que una verdadera república nazca, se necesita siempre detrás una epopeya, un acto de creación histórica en la que al menos una parte de la sociedad participe de manera activa.

Así vemos que las repúblicas más importantes de la modernidad nacieron de revoluciones: tal es el caso de las repúblicas francesa y norteamericana, por ejemplo. En el caso español, la proclamación de la segunda república fue el comienzo de un arduo proceso de transformaciones que, podemos afirmar, eran en sí una revolución, la cual le estaba dando forma a la república por venir. Pero incluso cuando no se puede hablar de una revolución en sentido propio, el nacimiento de una nueva república debe estar acompañado de un movimiento cívico, del surgimiento de una conciencia nacional que cristalice en el texto constitucional.

Como suele ocurrir, este, uno de los momentos jurídicos más importantes, tiene mucho de extrajurídico. Lo cual se explica, porque en el acto de fundación de una república no solo se constituye una nueva legalidad, sino también la legitimidad que tendrá esa legalidad. Ese acontecimiento requiere de un discurso legitimador que cale en la conciencia con la fuerza de un nuevo mito. Para la fortaleza y futura salud de una república no es tan importante la legalidad del proceso que llevó hasta su fundación como la cantidad de sangre derramada y la masividad de la participación en la lucha por conquistarla. Esto es así, porque solo cuando el discurso legitimador conecta con las experiencias de las personas que pasaron por un proceso de transformación social, adquiere la fortaleza suficiente para asentar la supremacía de las nuevas leyes.

¿A dónde quiero llegar? Últimamente, cuando leo las opiniones que algunos dan en las redes sociales sobre diversos temas, en las cuales salen a relucir las deficiencias del estado de derecho en Cuba, tengo la sensación de que se está dejando algo importante en el olvido. No es que no sea importante reivindicar los derechos humanos, incluidos los llamados derechos civiles, libertad de expresión, libertad de manifestación, libertad de prensa y libertad de asociación, entre otros. Lo que pasa es hay otro derecho que debe ser defendido con la misma intensidad que el resto, si es que no se quiere perder el norte: el derecho a una comunidad regida por la justicia social.

Los derechos civiles, a los que me refería más arriba, no protegen al ser humano de las asimetrías que genera de manera normal la sociedad capitalista. A duras penas le dan una pequeña ventana de oportunidad para luchar por mejorar su situación. Pero cuando dichas asimetrías se agudizan, una gran parte de la población pierde de facto la posibilidad de ejercer una ciudadanía plena, pues no se puede ser ciudadano cuando no se tiene un sustento material elemental.

En el mundo desarrollado, donde las cadenas globales de valor generan una gran acumulación de capital, la sangre no llega al río, una gran parte de la población puede ejercer efectivamente su ciudadanía y la república sobrevive. Pero en América Latina, la experiencia muestra que el capitalismo periférico, con su orden oligárquico, latifundista, colonial, patriarcal y explotador, arroja a una gran parte de la población a una exclusión y precariedad económica tal que les impide vivir como ciudadanos plenos. Por eso Mariátegui decía que “las repúblicas latinoamericanas no han sido más que falsas repúblicas”.

En América Latina, el discurso de los derechos civiles juega un papel mucho más perverso que en el mundo desarrollado. Mientras que allá en el Norte las circunstancias históricas forzaron a la burguesía a ceder parte de sus privilegios, y a hacer realidad la promesa republicana, aquí en el Sur las oligarquías siempre han entendido la república como SU república. El discurso de los derechos civiles les sirve entonces para blanquear sus sistemas políticos; es una forma de decirle al pobre, al campesino, al indio, a la mujer, “tú tienes los mismos derechos que nosotros, no pidas más”, mientras que en la práctica se le niegan todas las posibilidades materiales para ejercer la ciudadanía. Por supuesto, habría que distinguir dentro de América Latina toda la multiplicidad de matices, momentos contrahegemónicos, las revoluciones parciales, pero es muy largo para hacerlo aquí.

En Cuba, antes de la Revolución, era exactamente igual que en el resto de América Latina, a pesar de los matices. No obstante el carácter popular de nuestras guerras de liberación, y la radicalidad de la propuesta republicana y democrática de Martí, los EEUU se aseguraron con su intervención de que la primera república cubana naciera en el mejor estilo latinoamericano. La oligarquía criolla, principalmente azucarera, se valió del discurso republicano de una forma demagógica, clasista y excluyente.

Ahora bien, conectando con la reflexión inicial sobre la fundación de una república, ¿qué ocurre cuando –como es normal en América Latina—, el discurso legitimador de la república no tiene un sustento en la experiencia del pueblo?

Se derramó mucha sangre y se levantaron muchos mitos en la formación de las repúblicas latinoamericanas. Sin embargo, si se mira con detenimiento, se verá que las oligarquías arrojaron siempre muy rápido al basurero de la historia los contenidos más populares del pensamiento y el discurso generado durante las luchas de independencia. Bolívar murió creyendo que había arado en el mar. A Quintín Banderas lo mataron, en el fondo, por ser negro. El nuevo discurso de las oligarquías siempre fue una verborrea mentirosa, y el discurso de la república y de los derechos civiles se convirtió en una patraña casi sin sustento en la experiencia popular.

Estas falsas repúblicas, además de caracterizarse por la exclusión fáctica de gran parte de la población, han carecido de la fortaleza de una verdadera república soberana. La contradicción entre el discurso legitimador que promueven las clases dominantes y la experiencia vital de la gente común, las ha condenado a una debilidad crónica. Las crisis de hegemonía de estos sistemas políticos son cíclicas.

En Cuba, el sistema político de la primera y segunda repúblicas sufrió de las mismas crisis, por razones similares. El uso demagógico que hacían las clases dominantes del discurso de la república tenía un efecto nocivo para la propia hegemonía de esas clases. Puede llamar a confusión el hecho de que las mayores crisis se dieran no en los momentos “democráticos” sino en los momentos dictatoriales, y algunos han querido interpretar eso como una muestra del fervor republicano del pueblo cubano. Pero las dictaduras de Gerardo Machado y Batista eran parte del mismo sistema que los períodos republicanos normales, ya que fueron salidas que encontraron las mismas clases dominantes a sus contradicciones internas. En general, toda la vida republicana era normalmente considerada corrupta y falsa.

¿Cuál era el derecho más violado antes de la Revolución en Cuba? Al igual que ocurre hasta hoy en América Latina, en Cuba se atropellaba el derecho a una comunidad regida por la justicia social. Sin esa justicia social, de poco les servían a los guajiros el derecho a la libertad de prensa o el derecho a la libertad de asociación. Sin el surgimiento material de una comunidad capaz de ejercer la ciudadanía, de nada servía la creación desde las leyes de una comunidad ideal con plenos derechos.

En este punto, sé que los defensores de la Constitución del 40 van a querer crucificarme. Me dirán que mis críticas tal vez se ajusten a la primera república, pero no a la segunda, que nació de la Revolución del 30, y que tuvo una Constitución que no era precisamente liberal, sino que fue pionera en el mundo en la inclusión de derechos sociales. Me dirán que la caída de la segunda república no fue culpa de las contradicciones internas de ella, sino de los que la enterraron, empezando por Batista.

Sí, la Constitución del 40 trajo los derechos sociales a la palestra. En muchos sentidos, fue un adelanto de lo que vendría después. Pero algo faltaba. La Asamblea Constituyente no se hizo al calor de la Revolución del 30, ni en el Gobierno de los Cien Días, sino en el gobierno de Batista, cuando la burguesía tuvo la situación controlada. Los derechos sociales llegaron como un discurso más, mientras que el pueblo no tenía la experiencia de haber conquistado de verdad esos derechos. Pues, en la concreta, la Revolución del 30 se había “ido a bolina”. A Guiteras lo habían matado en el Morrillo.

La mayoría de las medidas progresistas de la Constitución del 40 se quedaron sobre el papel. No podía ser de otra forma, pues no se había golpeado materialmente el poder de la burguesía criolla y de su omnipresente aliado, las empresas norteamericanas. Si toda la propiedad del país estaba en manos de esos poderes, y si la experiencia que tenía el pueblo era la del respeto a esa propiedad privada, ¿sobre qué experiencia vivida iba a construirse el discurso de los derechos sociales en la segunda república? Fue una república más fuerte que la primera, sin duda, pero que tampoco alcanzó la fortaleza de una auténtica república soberana. El golpe del 10 de marzo es la demostración de cómo las clases dominantes tenían secuestrada esa república, era un juguete que lo mismo podían implantar que conculcar.

Solamente la Revolución que triunfó el primero de enero de 1959 rompió el círculo vicioso de nuestras falsas repúblicas. Por primera vez se puso en el centro el derecho a una comunidad regida por la justicia social, lo cual llevó a la naciente revolución a enfrentarse a cada una de las formas de asimetría que azotaban a la sociedad cubana. Se enfrentó al racismo, al latifundio, a la explotación de la mujer, y finalmente, tuvo que chocar con la causa profunda del orden social injusto que existía en Cuba: el capital norteamericano. Para poder intentar fundar una comunidad real y material de hombres y mujeres libres, había que empezar por devolver a las manos de la nación los recursos y la economía del país.

Por eso, pensando en la historia, cuando reflexiono sobre la inalienabilidad de los derechos humanos, lo hago también sobre el derecho que tiene todo pueblo a la vida y a construir una comunidad armoniosa con justicia social. Defender este derecho, en el caso concreto de Cuba y América Latina, significa defender el derecho que tenía la Revolución Cubana a quitarle las empresas y los recursos a los norteamericanos y a la burguesía criolla, utilizando incluso la violencia.

Para mí esa cuestión es un parteaguas. Es una pregunta que le hago a mis interlocutores: ¿Defiendes el derecho que tenía la Revolución Cubana a confiscarles sus propiedades a los norteamericanos y los burgueses, utilizando incluso la violencia? Cuando alguien me responde positivamente, entonces puedo creer que realmente le interesa la gente de abajo, del pueblo. Esa persona y yo podemos entonces hablar sobre derechos humanos, cuestionarnos por qué la nueva república surgida de la revolución retrocedió en algo tan importante como son los derechos civiles. Podemos debatir sobre causas profundas.

Pero cuando alguien me dice que no, que no se debió hacer eso, que fue un exceso de Fidel, entonces esa persona y yo no tenemos mucho de qué hablar, pues reconozco a una persona para la que los derechos humanos no son más que una punta de lanza para deslegitimar al sistema cubano.

A Donald Trump y Marco Rubio no les interesa la democracia ni los derechos humanos en Cuba. Sus cálculos son electorales. Detrás de ellos hay otros poderes a los que les interesa castigar la indisciplina cubana. Frente a los desafíos a la hegemonía norteamericana que se verifican en el continente, quieren usar a Cuba para lanzar un mensaje disciplinante. “Vean lo que ocurre con los que nos enfrentan. Medran en la miseria y finalmente tienen que venir a comer en nuestra mano”. Es indispensable darse cuenta de que ellos representan la peor amenaza para nuestra posible democracia.

La fortaleza del sistema cubano está en que construyó un poderoso discurso de legitimación, sustentado en la experiencia de una generación que tomó el control de su país e inició un proceso de emancipación popular. Con la sangre y las ideas de los héroes se construyeron las bases para fundar una auténtica república soberana, algo extremadamente difícil de este lado del mundo. Ah, que no hemos sabido o podido construir una república a la altura de esos cimientos, ya eso es otra cosa.

Los defensores de los derechos humanos, muchas veces, solo ven una parte de las cosas y subestiman el peligro que representa ese Norte que nos desprecia para cualquier posible república cubana. Al mismo tiempo, tienen en alta estima el discurso de los derechos civiles, cuyo desempeño en beneficio de las clases populares de nuestra región ha sido mediocre, mientras que se hacen ciegos para lo que tienen delante, la Revolución Cubana con su impronta anticolonial y contrahegemónica. No ven que el discurso de los derechos civiles en nuestro contexto resultará insuficiente para fundar una auténtica república soberana, y sí será eficaz para servir de plataforma a la restauración de los mismos poderes que existían antes del Triunfo de la Revolución.

Solo levantando ambas banderas avanzamos en el camino correcto: los derechos inalienables de cada individuo y el derecho a una comunidad regida por la justicia social. Por eso, para despejar el camino, repito siempre la pregunta: ¿Defiendes el derecho que tenía la Revolución Cubana a confiscarles sus propiedades a los norteamericanos y los burgueses, utilizando incluso la violencia?

Para contactar con el autor: yasselpadron1@riseup.net

5 diciembre 2019 29 comentarios 473 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Castigar y proteger

por Alina Bárbara López Hernández 4 diciembre 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

…Quien verdaderamente vive,

no puede dejar de ser ciudadano y partisano.

La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida.

 Por eso odio a los indiferentes

Antonio Gramsci

En el segundo mes de 2019 los cubanos que vivimos en la Isla nos dimos nueva Ley de Leyes. Una mayoría significativa votó en el plebiscito a favor de la Constitución. Si fue por lealtad o inercia, por convicción o indiferencia, por idealismo o tedio —que de todo hubo—, ello no es lo determinante.

La consecuencia verdaderamente importante fue la aprobación de un tratado legal que obliga a todos a cumplirlo; pero que también protege los derechos declarados de todos. Aun de los que no votaron; o de los que votaron en contra.

Aquí no valen excepciones, el respeto a la ley y la protección legal incluyen igualmente al sector denominado oposición. Nuestro gobierno intenta una actualización de la economía desde hace varios años. He dicho siempre que en Cuba se impone del mismo modo una actualización de la política. A ello agrego que tales cambios deberán incluir las relaciones y el tratamiento que se da a la oposición.

El 20 de diciembre de 2010, el periodista Fernando Ravsberg, por entonces corresponsal de BBC Mundo en La Habana, daba a conocer un cable revelado por WikiLeaks. El Jefe de la Oficina de Intereses en aquella fecha, Jonathan Ferrar, calificaba a miembros de la disidencia isleña como: “personalistas, sin arraigo social y excesivamente preocupados por el dinero”.[1] Esta crítica evidencia los canales de financiamiento desde el gobierno norteamericano al menos a una parte de los opositores en Cuba.

¿Es legal que Cuba intente protegerse de una oposición financiada desde otro país?

Para responder esta pregunta tomemos una hipótesis de partida. Imaginemos que la embajada cubana en Estados Unidos comience a recibir ciudadanos norteamericanos descontentos con el sistema de ese país —por ejemplo, a algunos de los simpatizantes socialistas que han proliferado allá en los últimos tiempos—; les entregue sumas de dinero y apoye una campaña para promoverlos en acciones contra su gobierno. ¿Cuál sería la actitud de la administración norteamericana?

Algunos fundamentarán que en el Norte la oposición es admitida como parte consustancial de la cultura política; cierto, sin embargo, no es así cuando se trata de una oposición financiada por otro país. El juicio político que se le sigue hoy al presidente Donald Trump, parte del supuesto delito de utilizar una potencia extranjera, Ucrania, para inclinar a su favor la rivalidad partidista con el Partido Demócrata de cara a las elecciones 2020. Y todavía se intenta comprobar si Rusia intervino indirectamente apoyando a Trump en las elecciones del 2016.

Cuando ocurrieron el estallido anti-neoliberal en Ecuador y los enfrentamientos internos en Bolivia, se pretendió vincular a Cuba como instigadora de acciones en esas naciones. Esto quiere decir que cualquier país se protege siempre de ser rehén de las decisiones emanadas en otros.

En el caso de la Isla, con mayor razón, la hostilidad tradicional de las administraciones norteamericanas, potenciadas por el actual presidente, le confiere absoluta validez a una legislación que penalice a quienes se presten a recibir financiamiento de EE.UU. para oponerse al gobierno.

Ha quedado respondida la interrogante: sí, es legal que Cuba intente protegerse de una oposición financiada desde el exterior. Resulta inexplicable entonces la actitud vergonzante del aparato de inteligencia cubano, que prefiere recabar pruebas de delitos comunes y no denunciar —y presentar las pruebas correspondientes, por supuesto—, el verdadero delito: aceptar dinero de una nación extranjera para subvertir el orden político. El proceso que se sigue contra José Daniel Ferrer se ha perdido en inexplicables vericuetos para intentar encausarlo como preso común. ¿Por qué se actúa de esa forma?

Mas, ya sea en un proceso por delitos comunes o de otra índole, todos los ciudadanos cubanos deberán estar protegidos por la ley. Debe existir una orden judicial para el arresto, se debe permitir acceso a un abogado y contactos con la familia e incluso, si no es un terrorista o un asesino peligroso, toda persona puede responder al proceso en libertad.

El inadecuado tratamiento de este caso resulta preocupante. No solo porque con ello se incumple la legislación, sino también porque se ignoran razones de naturaleza estratégica. ¿No se percata nuestro gobierno de la necesidad de procurar una correcta imagen al interior y al exterior?

En una relación sumamente hostil con EE.UU.; en un entorno regional que ha variado en los últimos tiempos, pues América Latina ya no es zona de paz y algunos gobiernos de nuevo signo político han deshecho importantes convenios económicos y alianzas estratégicas; en una crisis financiera y un evidente retroceso económico que no tiene nada de coyuntural; es crucial para Cuba un acercamiento con la Unión Europea.

Empezaban a apaciguarse ciertas controversias con el bloque del Viejo Continente por el tema de los Derechos Humanos. La decisión de definirnos en la Constitución como un Estado Socialista de Derecho fue bien acogida. Europa es hoy, geopolíticamente hablando, un aliado nada desdeñable. No solo ha condenado al bloqueo contra Cuba, sino que ha mostrado indicios claros de acercamiento e incita a sus países miembros a invertir en la Isla en tiempos en que es impostergable encontrar socios comerciales y financieros fieles, que se arriesguen a sortear las oscilaciones de nuestra economía.

Desconociendo estas razones de peso, se dieron a conocer imágenes que son contraproducentes por la carga de mediocridad y de burla que contienen. ¡Qué contundencia si se hubiera logrado grabar los momentos en que Ferrer recibió dinero norteamericano, o en que al menos se refiriera a este asunto! Qué mesa ni qué mesa…

Porque no es solo la economía lo que ha retrocedido. ¿Qué ocurre con nuestros órganos de inteligencia? Tenidos por muchos entre los mejores del mundo, parecen jovencitos inexpertos en un juego peligroso por lo que supone esta época, en que las redes sociales visibilizan, a través de fotos y videos, su actuación.

Apostados a las puertas de determinadas viviendas para impedir el libre movimiento de personas que no están sujetas a proceso legal alguno —lo que se ha hecho no solo para intimidar a opositores, sino para evitar que se asista a lugares donde se pueden generar tensiones, como ocurrió con SNET— o saliendo de hogares donde han ido a “conversar”; son retratados, las chapas de sus motos o autos reveladas y, a veces, incluso los nombres, apellidos, seudónimos y cargos en el aparato de inteligencia. Si los fundadores del antiguo G-2 resucitan, creo que se suicidan de la vergüenza.

En un artículo anterior me refería a la existencia entre la ciudadanía de “una masa crítica que no está de acuerdo con el socialismo de modelo burocrático que tenemos, pero tampoco con la política hegemónica y agresiva del gobierno de Donald Trump. Que rechaza por igual al tipo de oposición pro-norteamericana y a las reacciones de abuso, anticonstitucionales del Minint y la Policía contra dicha oposición”.

Sería bueno reflexionar con prudencia si las tácticas gubernamentales en el tratamiento a la oposición no están generando una simpatía hacia ella que hasta ahora le costaba ganar con sus propuestas políticas.

Si la ley no se aplica por igual a todas las personas, en mi opinión, la Constitución del 2019 va en camino a ser lo que se dice que fue la del 40: “de letra muerta”. Para que seamos un Estado Socialista de Derecho deben cesar los atropellos para-judiciales: detenciones arbitrarias por pocas horas y sin orden de un juez, impedimento para viajar fuera del país a personas que no están sujetas a proceso legal, golpizas desmedidas a opositores que se manifiestan pacíficamente, incluso cuando ese es un derecho que otorga nuestra Constitución.

En lugar de que los agentes estén posando para la cámara, deberían trabajar encubiertos, con profesionalidad. Su fin sería descubrir la conspiración opositora y su financiamiento para subvertir el orden político. E insisto en la obtención de pruebas, pues aquí se ha arraigado la tendencia a acusar de mercenarismo y oposición a cualquiera que explicite críticas abiertamente, y este no es el cuento de “Viene el lobo”.

El ministro de relaciones exteriores de Cuba denunció el 26 de noviembre, según Prensa Latina, “que la embajada norteamericana en Cuba, y particularmente [Mara] Tekach se concentró en los últimos meses en el fallido propósito de reclutar mercenarios, promover la división y la confusión entre la población de la isla”.

Si el propósito de reclutar mercenarios fue fallido, eso demuestra que no todos los cubanos están dispuestos a conspirar contra el gobierno bajo el ala de los EE.UU. No obstante, el tratamiento inadecuado y violatorio de la legislación que internamente se da a la oposición en Cuba, también crea “división” y “confusión”. Es hora de meditar, esto no es una cuestión de fuerza sino de legalidad. La Ley para castigar y la ley para proteger. A todos. También a la oposición.

[1] http://wwwbbc.com/mundo/noticias/2010/12/101219_wikileaks_cuba_disidentes_estados_unidos_pea.shtml

4 diciembre 2019 85 comentarios 765 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Landy y Assel: una felicitación amarga

por Ariel Montenegro 3 diciembre 2019
escrito por Ariel Montenegro

Hoy es el Día del Médico. Yo no lo soy, pero mi familia está llena de ellos: mi hermana y mi cuñado, que concibieron a mi sobrina en el África Austral mientras se ponía en juego su sistema de creencias por los autos y las mansiones de los médicos allá (en total contraste con su vida aquí) y mientras observaban con horror la cantidad de niños que morían en los hospitales (¿cuántos fuera de ellos?); mi tío el sabio, el monje, el que sabe tanto de literatura y arte como de medicina, y eso que de medicina sabe mucho; mi prima la brillante, la mejor graduada, la que sonrojaba a los profesores, la que intimidaba al resto de los alumnos, mi amiga de cuna dorada que se hizo doctora a sabiendas de que su familia la tendría que mantener eternamente…

De gente así está llena Cuba. Uno por cada ciento once habitantes, para ser más exacto.

Los vemos por ahí, abriendo corazones luego de tomar una guagua atestada para llegar al salón, subiendo las lomas en mula para medirle la presión a una embarazada; enfrentados a las crisis políticas y la violencia en medio mundo para llevar esperanza allá donde la ayuda humanitaria del FMI y la OTAN no llegan y, de paso, generando cientos de millones en ingresos para la economía del país.

Todo por un salario magro. Y dirán que todos cobramos mal, que a ninguno nos alcanza el dinero, que los médicos son los que menos mal cobran: la diferencia reside en el contraste entre la vida de un médico fuera de Cuba y dentro, y la facilidad con la que los que se van, revalidan sus títulos y se convierten en profesionales respetados.

Aun así, estudian medicina, aun así, salvan vidas, aun así (contando con el estado de los hospitales y la falta de medicamentos), logran cifras de salud pública que son de envidia para muchos de los países a los que algunos emigran: estudiar medicina en Cuba es una decisión religiosa, un llamado, fe… y si no se les puede pagar más, al menos les debemos honor, devoción y gratitud.

Sin embargo, todo lo anterior está eclipsado hoy. Todo parece menos importante porque hay dos que no están.

Y no fue que colgaron la bata para manejar un taxi, ni cruzaron la frontera de Brasil para llegar a Estado Unidos: hay dos que no están porque nadie sabe su paradero.

A Landy Rodríguez y a Assel Herrera se los llevaron en Somalia, un país extraño. Se los llevó Al Shabab, una organización extraña que para nosotros los cubanos sonaba tan lejana como el Estado Islámico o Imperio Galáctico… “cosas de la televisión”.

Van a ser ocho meses. ¿Qué comerán? ¿Los golpean? ¿Los obligan a salvarle la vida a los mismos que secuestran niños para convertirlos en soldados y niñas para convertirlas en ancianas? ¿Regresarán? ¿Cuándo? ¿Qué están haciendo las autoridades somalíes? ¿Y las cubanas?

Algo, suponemos; es un asunto delicado; dicen. Uno sabe, uno entiende, uno confía, uno no ubica la ira en quienes hacen todo lo posible por traerlos de vuelta; pero a cada rato, cuando no pensamos en el salario o en la guagua, cuando tenemos un minuto para dedicarle a Landy y Assel, “todo lo posible” no es explicación suficiente.

Hoy es 3 de diciembre, Día del Médico. Felicidades a todos.

Felicidades a Landy y Assel, y suerte, y que los devuelvan pronto.

Es la felicitación más amarga que he escrito en mi vida.

(Tomado de Western Congrí)

3 diciembre 2019 4 comentarios 377 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Liberando la participación

por Egor Hockyms 2 diciembre 2019
escrito por Egor Hockyms

La distinción ideológica entre esclarecidos y desorientados que da forma al mecanismo de poder real en Cuba es obsoleta y debe ser superada. No porque asuma la preeminencia del signo ideológico de la izquierda,  sino porque es parte de un sistema ideocrático que enajena la toma de decisiones de forma incompatible con el pensamiento inclusivo y plural de la Cuba actual y de la futura. Esto por sí solo ya es motivo suficiente para pensar en la transición hacia un socialismo verdaderamente participativo, donde la democracia no esté limitada por la ideología.

La ideocracia cubana tiene un nivel formativo en el trabajo político-ideológico que es dirigido fundamentalmente a las masas en tanto contraparte de la vanguardia. Sin embargo, en los últimos años de supervivencia de la Revolución ha sido imposible enlazar siquiera teóricamente el plan de progreso económico y social con el núcleo de la doctrina. Con el endurecimiento de la línea injerencista del imperialismo, el trabajo político-ideológico ha ido adoptando una posición por completo defensiva. Así, el dogma luminoso del hombre nuevo se ha reducido a la inevitabilidad de un fundamento real-socialista como única forma de preservación de la independencia y de las conquistas de la Revolución. Hoy es imposible reivindicar la idea de un hombre nuevo ideológicamente esclarecido tanto así como proponer desde el gobierno un discurso de futuro a la altura de Palabras a los intelectuales.

El nuevo tiempo viene además cargado de una pluralidad que es esencial a la persona real, amplificada por una era de comunicación sin precedente que llegó cuando menos para quedarse. Esa imposibilidad cada vez más fundamental de agrupar a las personas bajo sistemas ideológicos detallados desborda no solo nuestro modelo político real-socialista, sino también el marco pluripartidista de los modelos capitalistas representativos.

Pero si en la lucha histórica por la independencia de Cuba y por la justicia social la narrativa del hombre nuevo nos ha hecho avanzar hasta aquí, ¿cómo puede a este punto una narrativa de la participación, centrada en la persona real, impulsar hacia adelante la construcción de la sociedad socialista? La respuesta podría ser: haciendo que la responsabilidad de la toma de decisiones recaiga, por primera vez en la historia, de forma igual en todas las personas.

Un socialismo realmente democrático añadirá muchos de los derechos individuales enarbolados por las democracias liberales a la gama de derechos y libertades fundamentales conquistados por nuestro socialismo real. Esto, sin embargo, no debe confundirse con la adopción de una institucionalidad burguesa; más bien es el proceso natural en que el socialismo asimila lo que ha sido conquistado y mantenido con mucho esfuerzo por las clases explotadas en diferentes contextos. Pero además, y este punto es esencial, la narrativa de la participación sustentará un modelo de socialismo democrático verdaderamente participativo que será tan incompatible con la sumisión a un partido como con la falacia representativa del menú pluripartidista.

Esta transformación del poder real en Cuba se puede hacer desde la misma institucionalidad existente si comenzamos por liberar los mecanismos del Poder Popular, hasta hoy discípulo obediente del Partido. El Poder Popular, que organiza las comunidades en consejos locales electos en asambleas populares, es una de las más valiosas conquistas de la Revolución y establece un marco institucional para el empoderamiento popular a todos los niveles de gobierno en la república. Es en buena medida el sueño dorado de la izquierda: un diseño hecho con la clara voluntad de dignificar la representatividad política del pueblo, al tiempo que elimina los mecanismos burgueses de dominación de clase. Pero solo funcionará bien si puede separarse del acatamiento ideológico y de la circunstancia de un órgano suprademocrático que le dice todo el tiempo qué hacer y qué no.

El Poder Popular puede entonces usarse como base para el desarrollo del mejor experimento democrático de nuestro tiempo, despojándolo de las trabas formales e informales que conocemos y que continuamente iremos identificando en el ejercicio plural e inclusivo que nos marca el socialismo nuevo. Superando el esquema real-socialista, que es hoy freno más que empuje para un verdadero empoderamiento popular, la carrera por un socialismo democrático en Cuba pondrá a la persona real frente a su país como frente a una obra propia, con institucionalidad y garantías.

El modelo que emerge en la narrativa de la participación es continuidad y es ruptura. Cuando todas las personas sean capaces de influir, seguir y validar con mecanismos dinámicos de representación y canales ágiles de comunicación y supervisión a todos los niveles, los electos estarán en cierto modo mucho más cerca del dirigente sacrificado del pensamiento guevariano. La tendencia a constituir una clase privilegiada, que la persona real experimenta inevitablemente al formar parte de un aparato burocrático, sería minimizada por un electorado plural que como mínimo exigiría transparencia constante. La asamblea nacional asumiría de verdad la dirección del país y los cerebros detrás de las estrategias fundamentales de desarrollo nacional serían conocidos, discutidos y consensuados por el pueblo.

Un efecto inmediato y no menor de la implementación del nuevo socialismo será recuperar el sentido de pertenencia ciudadano, devastado por décadas de crisis y por una verticalidad estatal que responde a las bases solo indirectamente y a través de una matriz ideológica. El papel secundario que hasta hoy ha tenido el Poder Popular, siquiera sea en las cuestiones del municipio, ha lastrado la democracia al punto de que un delegado de circunscripción no es visto como lo que es: una figura política, con la sagrada responsabilidad de influir en el destino del país como miembro de una asamblea municipal. Si logramos que esa percepción cambie, que no exista una circunstancia que una persona real no se sienta capaz de cambiar a través de las estructuras democráticas, fluirá una corriente de ideas de abajo hacia arriba. Representantes cada vez más comprometidos con el elector podrán inundar todos los niveles de toma de decisiones estableciendo nuevos modos de hacer, de supervisar y sobre todo de rectificar con honestidad.

El marco nuevo de la narrativa de la participación es mucho más que anticapitalista, trasciende el concepto mismo de partido político y lo asimila. Si la creación del Poder Popular fue la ruptura con la aparente pluralidad del modelo político burgués, sujeto en realidad a los poderes económicos del capital privado, la liberación del Poder Popular en el socialismo nuevo emancipa finalmente al sistema de los dogmas ideológicos para volverlo instrumento únicamente del pueblo. Es la persona real tomando el destino en sus manos como sociedad justa e independiente, y dejará expuesta como nunca la verdadera naturaleza de la agresión externa y del espejismo capitalista. Ni un socialismo de castas ni un capitalismo de partido único, esta debe ser la dirección de nuestro progreso económico y social; y no hay problema más acuciante, más importante o más decisivo para el presente y el futuro del pueblo cubano.

Con la constitución protegiendo los ejes políticos fundamentales del socialismo nacional, acompañada eventualmente por un tribunal constitucional, la renuncia a la ortodoxia ideológica que es necesaria para el curso de la nueva democracia no implica una desideologización de la sociedad sino exclusivamente de las estructuras participativas. Toda persona real carga una ideología propia de la que es más o menos consciente. Es de esperarse que en una Cuba educada por la Revolución en valores socialistas, todas las vertientes de la izquierda, incluyendo por supuesto la línea del socialismo real, tendrán siempre una gran representación.

Al Partido, que ha tenido la tarea histórica de resistir y preservar el legado revolucionario hasta la actualidad, le esperaría en la Tercera República un rol mucho más de base que implicaría el rediseño de su dinámica interna. Pero antes que eso, en la posición que adopte frente a la concepción y el establecimiento de la nueva narrativa de la participación, le podría esperar uno de los retos más importantes de su historia y de toda la del socialismo.

2 diciembre 2019 16 comentarios 263 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • …
  • 27

Ayúdanos a ser sostenibles

Somos una organización sin fines de lucro que se sostiene con donaciones de entidades e individuos, no gobiernos. Apoya nuestra independencia editorial.

11 años en línea

11 años en línea

¿Quiénes Somos?

La Joven Cuba es un equipo de investigación y análisis político que trabaja por un país justo, democrático y sostenible. Con una plataforma digital y un equipo especializado en el análisis de la realidad cubana, aspiramos a ser punto de enlace entre la sociedad civil y los decisores, mediante la investigación y la generación de conocimiento sobre la aplicación de políticas públicas.

@2021 - Todos los derechos reservados. Contenido exclusivo de La Joven Cuba


Regreso al inicio
La Joven Cuba
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Equipo
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto