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2019

Contenidos con fecha 2019

Jugada crítica

por Alina Bárbara López Hernández 28 diciembre 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Desesperación. Esa es la palabra que mejor puede describir la actitud de las personas. Caminan por las calles buscando, buscando… Casi nada de lo necesario se encuentra. Arroz, pollo, huevos, leche, aceite. La pista para descubrir dónde sacaron alguno de ellos es sencilla: una cola que puede medir dos cuadras de largo. Lo peor es ver a los ancianos tratando de competir con los más jóvenes.

E intentar no estresarse demasiado. Hace dos meses redujeron a la mitad las dosis de antihipertensivos y de otros medicamentos indicados por prescripción facultativa. El semanario matancero Girón intenta educar a la gente para que consuma medicina verde como alternativa.

En una tienda matancera, que el choteo denominó desde su inauguración “el museo de la carne” por los prohibitivos precios de sus productos, los anaqueles están llenos de quesos de calidad, jamón serrano y otros embutidos selectos. En la sección de cárnicos del mercado La Góndola, un paquete solitario de salchichas vienesas se explica por los casi quince CUC que cuesta.

Ni con dinero se halla lo preciso. Nuestro gobierno no pagó en tiempo a los proveedores. Pero sigue controlando férreamente el comercio exterior. La deuda es enorme. Es posible que aún estemos pagando el despilfarro que significó la Batalla de Ideas y la tentativa frustrada de que los estudiantes en Cuba aprendieran a través de un televisor y un video ubicados en cada aula de cada escuela a lo largo y ancho de la Isla. El gobierno norteamericano, con sus medidas de presión, contribuye al desastre y las calamidades.

La situación no será como en los noventa, promete el discurso. El mismo discurso que se ha equivocado tantas veces. El que treinta años después propone las mismas estrategias que nunca logró concretar. Resistamos, dicen los mismos que no han tenido que atravesar estas vicisitudes. Ese discurso gastado deberá tener muy en cuenta que si el deterioro de la situación y el pánico aumenta sin ser revertido en un plazo razonable, no puede descartarse la posibilidad de que ocurra un estallido social en algún momento.

Me aterra que eso pueda acontecer porque no estamos en las mismas condiciones del año 94. En aquella etapa el gobierno dispuso de tres cartas que ahora no puede jugar: 1) el liderazgo de Fidel Castro, ya sin el carisma de los inicios pero todavía efectivo; 2) una medida que influyó rápidamente sobre la economía al permitir la libre circulación del dólar y 3) la disminución de la presión social dada la tolerancia de las autoridades ante la salida masiva de cientos de miles de personas en lo que se denominó “crisis de los balseros”.

Veamos la situación actual.

  • El nuevo liderazgo no puede reivindicar una raíz histórica que lo legitime per se. Mientras, los remanentes de la generación autodenominada histórica no se mostraron efectivos en los últimos quince años en lograr rápidas transformaciones en la economía. A lo que se suma que inmovilizaron la esfera política con una cláusula que los perpetúa como grupo, e incluso, algunos de ellos perjudican los esfuerzos del gobierno con intervenciones que en las últimas semanas han dañado la imagen de confianza que el presidente se esfuerza en proyectar.
  • La circulación del dólar se sustituyó luego por el CUC, y lo que debió ser coyuntural se convirtió en una dualidad monetaria y cambiaria que llega hasta hoy y condiciona la mayor parte de las dificultades actuales de la economía cubana, incluyendo los bajos salarios.
  • En lo referente a la cuestión migratoria, es muy cierto que el gobierno de Donald Trump ha desconocido los acuerdos firmados con Cuba por sus predecesores, y entorpece como en los viejos tiempos este sensible asunto. Pero los referidos acuerdos hacen hincapié en que EE.UU. consideraría una amenaza a su seguridad nacional la llegada masiva de cubanos a sus costas. Esto no debe ser tomado a la ligera vistas las características personales del mandatario norteño y los asesores de que se ha rodeado.

Sin esas cartas de triunfo nuestros dirigentes deberán ser extremadamente cuidadosos en las decisiones que adopten en las próximas semanas y meses. Es impostergable restaurar la confianza de la gente. Porque si lo peor ocurriera y un estallido social los obliga a responder por la fuerza, la imagen del gobierno sufrirá un deterioro irreversible, dentro y fuera del país. Ojalá se impongan el buen juicio y la prudencia.

(Tomado del original)

28 diciembre 2019 10 comentarios 557 vistas
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La crisálida y la mariposa

por Mario Valdés Navia 23 diciembre 2019
escrito por Mario Valdés Navia

Lo que ha ocurrido con la propiedad estatal en los gobiernos de vocación socialista es algo a lo que vale la pena volver una y otra vez. Lo primero es que es absurdo nacionalizar como un acto de fe exorcista que exige destruir el viejo sistema productivo para luego intentar elevar la producción por vías que brotarían de alguna idea luminosa de los líderes, mediante el viejo sistema de prueba/error que se usa en los juegos de azar.

Desde lo simbólico, el peligro radica en que el sentido de propiedad socialista tiende a esfumarse cuando la propiedad es de todo el pueblo, pero su forma de gestión y la apropiación de sus resultados permanecen en manos de una casta burocrática. Más aún si se pretende explotar la fuerza de trabajo de los obreros con una elevada intensidad, limitar sus derechos laborales y pagarles bajos salarios.

En ese sentido ya Trotsky había criticado a los que alimentaban el mito de la propiedad estatal como forma socialista por el solo hecho de mantener estatizada la propiedad y afirmó:

Para que la propiedad privada pueda llegar a ser social, tiene que pasar ineludiblemente por la estatalización, del mismo modo que la oruga para transformarse en mariposa tiene que pasar por la crisálida. Pero la crisálida no es una mariposa. Miríadas de crisálidas perecen antes de ser mariposas. La propiedad del Estado no es la de “todo el pueblo” más que en la medida en que desaparecen los privilegios y las distinciones sociales y en que, en consecuencia, el Estado pierde su razón de ser. Dicho de otra manera: la propiedad del Estado se hace socialista a medida que deja de ser propiedad del Estado.[1]

Que la propiedad sea estatal puede significar mucho, o poco para las clases trabajadoras. La cuestión principal es la de quien detenta el poder de hecho, no de derecho; o sea, en manos de quien se encuentra realmente esa propiedad estatizada. Es esto lo que determina las relaciones económicas y sociales y no la forma jurídica o legal que puedan presentar. En la práctica los altos burócratas se han convertido en los propietarios plenos, mientras que los restantes ciudadanos solo lo son parcialmente.

Los medios de producción pueden hallarse estatizados y seguir actuando como capital, por lo que continuarían rigiendo las leyes económicas del capitalismo, basadas en la extracción de la plusvalía máxima a los trabajadores, con una forma estatal. Frente a esto los trabajadores han aplicado fórmulas de resistencia a partir de las ventajas que les brinda su condición de productores directos, algo que la burocracia no les puede enajenar. Surge así la economía parti-estal  basada en la utilización de los medios de producción estatales en producciones particulares; el hurto de instrumentos de trabajo y materias primas y el desvío de productos terminados hacia la economía sumergida.

No obstante, la grave situación que existe con la falta de estimulación al trabajo mediante el salario es el factor que más afecta al sentido de propiedad en la economía estatal cubana. A esto se suman los relativamente elevados precios de los alimentos que diluyen el salario en las manos de los trabajadores y los obligan a buscar fuentes alternativas de recursos. De ahí la enorme proporción del ingreso familiar que se gasta en el pago de los alimentos, rasgo típico de sociedades pobres y atrasadas.

El sentido de propiedad socialista en Cuba quedó aun más en entredicho en los años 90, al llegar el capitalismo de Estado. Aunque en el discurso oficial nunca sea mencionado con ese nombre, sino por el de sus formas (empresas mixtas, asociaciones de capital, concesiones), esa mixtura entre propiedad estatal y capital trasnacional no puede catalogarse de otra forma.

Con el tiempo, Estado y monopolios extranjeros han estrechado su relación hasta llegar a conformar un extraño dúo que ya no parece ser de compañeros de viaje, sino de hermanos siameses. Un peligro para el futuro de la Revolución que se puede convertir en su contrario desde arriba.

El crecimiento del capitalismo de Estado ha puesto aún más en crisis el sentido socialista de propiedad sobre todo en la rama donde más trabajadores emplea: la del turismo, por cuanto en ella la retribución depende en gran medida de propinas, estimulaciones en divisas y posibilidades de resolver productos para revender en el mercado negro, que de una verdadera realización del individuo como trabajador socialista mediante el salario.

En las condiciones existentes de predominio burocrático, la enajenación de los trabajadores respecto a los medios de producción no es una cuestión que se resuelva con lineamientos generales, derechos constitucionales o un nuevo discurso político. Se requieren transformaciones en las relaciones de producción socialistas que conduzcan a desbancar de sus posiciones de privilegio a los actuales burócratas de nivel medio y alto, que hoy se alzan sobre los hombres y mujeres de a pie.

En la actualidad, la situación es más preocupante aún, pues la Constitución del 2019 permite el paso de los medios de producción de una forma de propiedad a otra. Por tanto, es muy importante que se hagan públicas todas las transacciones de ese tipo ya que solo así se podrá evitar que la burocracia comience a apoderarse de importantes espacios del sector público amparados por el secreto y la desinformación que tanto protegen por supuestas razones de seguridad nacional.

Solo una mayor participación real y efectiva de los trabajadores en las empresas estatales, descentralización económica y empoderamiento de los colectivos laborales contribuirán a la  conversión de la deforme crisálida estatal en la mariposa socialista: la propiedad común de los productores libres asociados.

[1] La revolución traicionada. Cap. IX. “Qué es la URSS?”, epígrafe. 1. ‘Relaciones sociales’.

23 diciembre 2019 47 comentarios 568 vistas
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Juventud revolucionaria vs filosofía de la parálisis

por Alina Bárbara López Hernández 18 diciembre 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

La generación del treinta no lo fue solamente por la diferencia cronológica con sus predecesores. Lo que la convirtió en una generación fue su carácter transgresor, pues, como afirmara con acierto Joel James Figarola era un grupo en proceso de fractura generacional con quienes habían detentado “el monopolio político del mambisado” y sus principios rectores: caudillismo y dependencia: “al desembridarse de la guía de los viejos caudillos, rechazar la instrumentación por la cual esta se realizaba y romper con la ascendencia mágica de unos y otros sobre la política cubana, los hombres del 25 están cometiendo el acto de toma de conciencia, reafirmación propia y definición de posibilidades y deberes más importantes en toda nuestra historia republicana”.[1]

Mucho tuvieron que batallar para rechazar la “ascendencia mágica” de aquellos hombres que, en verdad, fueron los líderes de una revolución independentista, pero que ya, tras años de desgaste, habían envejecido, y con ellos una retórica discursiva inoperante que condujo al país a un callejón sin salida.

La juventud debía romper con el control absoluto del grupo de poder que dirigía la política en Cuba, pero para ello debía despedazar también su discurso monopolizador de la verdad. Lo primero fue lograr medios de expresión propios, que reflejaran sus aspiraciones, promovieran el debate en torno a sus inquietudes —culturales y cívicas— y gestaran aptitudes de pluralidad y contrastación de ideas como vías para encauzar las transformaciones que necesitaba Cuba. Actitudes como la Protesta de los Trece, grupos como el Minorista, publicaciones como Venezuela Libre —después América Libre—, Social, Avance, Política, entre otras, serían las encargadas. Sobre la necesidad de transparencia informativa se pronunciaba en 1928 Revista de Avance: “La conciencia de un pueblo no puede madurar si se le tiene de continuo sujeta a una tutela, ni mejorará su salud porque se le prescriban dietas de información. Tenemos que cultivar nuestra facultad de discriminar, y para ello es menester que se nos permita acceder al mayor volumen posible de elementos de juicio —justos o errados, bien o mal intencionados”.[2]

La segunda barrera a destruir para definirse como generación sería la filosofía epocal. La generación del treinta se había formado bajo la influencia teórica e ideológica del Positivismo, corriente filosófica que desempeñó en nuestro continente una función progresista, dada su confianza en el desarrollo de las ciencias, la cultura y la sociedad; el énfasis en el papel de la educación; y su apego a las concepciones del liberalismo. Sin embargo, había un elemento que la tornaba conservadora; era su concepción del desarrollo, que estuvo signada por la casi reverencial admisión de una especie de fatal e inexorable destino humano hacia el progreso, que hacía innecesaria la ruptura violenta del orden. En momentos de crisis económica, cada vez mayor dependencia al capital norteamericano, y gran corrupción política, el Positivismo había agotado sus propuestas.

No obstante, como veremos, la ruptura no estaría libre de errores. El rechazo a los viejos políticos y a su visión positivista de la sociedad cubana se llevó a extremos, con la manifestación entre los nuevos intelectuales de una respuesta filosófica marcada por el pesimismo y el apoliticismo. Esta emergió, más que como una corriente, cual un conjunto de tendencias y posiciones que tuvieron como característica común el espiritualismo o irracionalismo. Sus propuestas se basaban en la búsqueda de la espiritualidad; en ideas románticas sobre las culturas autóctonas del continente americano; en rescatar la sensibilidad, el misticismo, la belleza y la emotividad. Fue loable su interés en recuperar al hombre como centro de las inquietudes filosóficas, su humanismo, y los aportes que realizaron a la teoría de los valores y a la axiología en general. A estas concepciones se debió el rescate del pensamiento martiano y su verdadera difusión en Cuba.

La Revista de Occidente, dirigida por el filósofo español José Ortega y Gasset, fue responsable de la difusión en Cuba de esas ideas, en gran parte provenientes de Alemania. Particularmente, la influencia de la obra de Hermann Keyserling (Livonia, 1880–Austria, 1946), fue notoria en esta etapa. Ese filósofo y ensayista fue una de las personalidades más distinguidas de la cultura europea de su época. Se interesó en las ciencias naturales y efectuó un periplo alrededor del mundo en 1911, del que resultó su obra más célebre, Diario de viaje de un filósofo (1925), que describía sus visitas por Asia, América y Europa del Sur, y establecía comparaciones entre pueblos, culturas y filosofías. El pensador alemán se había convertido en un crítico del materialismo occidental, al que oponía como disyuntiva más atractiva la búsqueda de la perfección interior, tan propia de las filosofías orientales. El artículo “Hermann Keyserling, universitario”, publicado en Revista de Avance planteaba:

[…] No debemos esperar la reforma de los factores externos. El mal, la decadencia, está en nosotros mismos. La lucha debe entablarse contra nosotros mismos […] La revolución debe operarse en cada uno de nosotros; no en cada grupo, en cada clase […] La perfección interior se traduce mejor en individualidades que en multitudes.

[…] Nosotros no somos agnósticos. Necesitamos un nuevo mito, nuevas creencias. Nuestra fe no se limita a simples afanes científicos. Buscamos algo más hondo, más vital […]  Necesitamos nuevas concepciones religiosas y éticas […] debemos tender a la perfección interior de cada uno de nosotros. Despertemos nuestro yo interior.[3]

El desencanto por la república de generales y doctores, al combinarse con la idea de que lo “lo explicativo va predominando sobre lo agitador”, y de que el progreso debía entenderse como cosa  “hacia dentro” y no como el despliegue de las fuerzas externas —según afirmara Medardo Vitier en una reseña—[4], se convertía de este modo en una filosofía de la parálisis. Ciertamente, no existe nada tan conservador, tan sutilmente desmovilizador para las sociedades en crisis, necesitadas de cambios estructurales y de transformaciones profundas; que la apelación a un cambio de mentalidades, al rescate de valores o a la defensa de mitos y conceptos. Esto sería invertir el axioma materialista de que las personas piensan de acuerdo a como viven, y sugerir que transmutar las formas de pensamiento es suficiente para una evolución de la vida material de las sociedades.

La influencia de esas tesis se descubre en intelectuales progresistas como Waldo Frank, ensayista norteamericano y amigo del pensador marxista peruano José Carlos Mariátegui, que lo recomendara a la intelectualidad de la Isla durante la visita del primero, a fines de 1929. El norteamericano impartió tres conferencias en la Institución Hispano Cubana de Cultura; entretanto, los avancistas fueron excelentes anfitriones, le dedicaron un almuerzo y publicaron en su revista el mensaje a la juventud cubana:

Aceptad vuestra entera generación como un punto de transición, como una crisis de prueba, como un estado embrionario. […] Vivid hondamente, secreta, voluntariosa, astuta, nutriciamente, como ha de vivir el embrión. Conoceos a vosotros mismos, cultivaos, haceos mejores: preservad la semilla de la acción heroica, que está en vosotros. No la dejéis perecer porque no haya llegado aún su hora de alzarse al sol. Si persistís en vuestra vida embrionaria durante otra generación, Cuba nacerá por vosotros […]. Y, sobre todo, no exijáis resultados. Los resultados están en el mañana. Vosotros sois el hoy […].[5]

Algunos aceptaron esta propuesta. En cambio, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau, Gabriel Barceló, Raúl Roa, Antonio Guiteras, Juan Marinello, y otros intelectuales revolucionarios decidieron ser el hoy y no el mañana de su tiempo. Porque para convertirse en una generación no se puede esperar al futuro.

[1]Joel James Figarola: Cuba 1900-1928. La República dividida contra sí misma, Arte y Literatura, La Habana, 1976, p. 265.

[2]  “Directrices”, Revista de Avance, no. 24, 15 de julio de 1928, p. 171.

[3] Jorge Núñez Valdivia: “Hermann Keyserling, universitario”, Revista de Avance, no. 13, 15 de octubre de 1927, pp. 12-13 y 25.

[4] Medardo Vitier: “El mundo que nace [de] El conde de Keyserling”, Revista de Avance, no. 19, 15 de febrero de 1927, pp. 57-58.

[5] “A la juventud cubana”, Revista de Avance, no. 42, enero de 1930, pp. 5-6.

18 diciembre 2019 21 comentarios 550 vistas
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Nuestra teoría de la relatividad

por Alina Bárbara López Hernández 10 diciembre 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

En 1945, como parte del sistema de organizaciones y tratados que emergió tras la Segunda Guerra Mundial, se fundó la Organización de Naciones Unidas. En ese mismo año, y durante el siguiente, se celebraron en la ciudad alemana de Núremberg los juicios a los criminales de guerra nazis.

Aunque eran conocidos los vejámenes a la población judía, solo al concluir la conflagración se pudo demostrar la magnitud de los mismos. Las evidencias materiales ocupadas en los terribles campos de exterminio, sumadas a los testimonios de los sobrevivientes, permitieron calificarlo como se ha hecho desde entonces: un holocausto.

En las declaraciones de los acusados y sus abogados ante el tribunal internacional que juzgó los hechos, fue sustentado una y otra vez —en el intento de justificarse—, el argumento de que actuaron bajo el acatamiento estricto de la legalidad germana.

Efectivamente, entre 1933 y 1939 el gobierno de Adolfo Hitler había aprobado una extensa legislación anti hebrea conformada por más de cuatrocientos decretos-leyes y normativas que se tejían como una red desde los niveles municipales hasta la nación.

Ninguna decisión aberrante quedó sin su correspondiente amparo legal. Zonas separadas para residir, obligación de identificarse con el símbolo de la estrella de David, confiscación de bienes, prohibición de matrimonios con personas no hebreas, expulsión de los claustros de las universidades y escuelas, exclusión del funcionariado a todos los niveles, esterilización forzosa, envío a campos de concentración…

La tesis de la obediencia a la ley como justificante de los crímenes no fue aceptada por el tribunal internacional de Núremberg. Este argumentó que ninguna legislación particular podía violentar los derechos humanos inherentes a las personas, que tenían carácter universal.

Como resultado de estos debates, el 10 de diciembre de 1948, hace exactamente setenta y un años, en la tercera Asamblea General de las Naciones Unidas, fue aprobada la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH).

Cuba fue fundadora de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU y signataria de la DUDH. Las negociaciones habían correspondido al gobierno de Ramón Grau, que firmó el documento.

La DUDH marca un hito en la historia. Fue elaborada por representantes de todas las regiones del mundo, con diversos antecedentes jurídicos y culturales. Su texto se inspira en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789. Se proclama como un ideal común, universal, por el que todos los pueblos y naciones debían esforzarse a fin de que, tanto individuos como instituciones, lo promovieran mediante la enseñanza, la educación y el respeto. Son derechos fundamentales, con un nivel tal de universalidad que deben protegerse en el mundo entero.

En la Asamblea General de la ONU fue aprobada sin votos en contra. Solo ocho países se abstuvieron: Sudáfrica, que por entonces comenzaba a aplicar la política segregacionista del Apartheid; Arabia Saudita, donde era legal la esclavitud; y los países que iniciaban la conformación del campo socialista: Bielorrusia, Polonia, Checoslovaquia, Ucrania, la URSS y Yugoslavia.[1]

Conocida sobremanera esta página de la historia, ella fue evidentemente mal explicada en un reciente programa especial de la televisión cubana. Trasmitido el 7 de noviembre pasado, con motivo de la votación de la Resolución contra el bloqueo de Estados Unidos a Cuba, el conductor Humberto López, graduado en Derecho por demás, manifestó que “Los derechos humanos son una construcción cultural”. El comunicador arguyó que no es lo mismo en China u otros países, que en Cuba.

Esa actitud, profundamente relativista, hunde sus raíces en la ciencia antropológica y, con énfasis, en los puntos de vista de la Escuela norteamericana de etnología histórica o del Particularismo histórico, cuyo líder fue Franz Boas (1858-1942).

Pasó también a otras ciencias, como la Filosofía, la Sociología y la Historia, por ejemplo. Tras el derrumbe del socialismo real, esa perspectiva fue reforzada como parte de la oleada postmoderna. Legaría a la ciencia una actitud agnóstica y negaría las fuentes tradicionales.

Para la Antropología Social, el Particularismo histórico, no obstante, fue positivo. Boas, rebatiendo al etnocentrismo de las escuelas antropológicas anteriores, negó la existencia de niveles mundiales en el desarrollo cultural. Entendía que para reconstruir la historia de la humanidad había que empezar a estudiar la historia de cada pueblo por separado. En su opinión, cada cultura era el resultado único de un conjunto de factores y condiciones exclusivas que solo podían entenderse en base a sus propias normas.

Estas tesis fomentaron igualmente una corriente que llevó a su extremo los postulados fundamentales del Particularismo, ella se denominó Relativismo Cultural. Las dos afirmaciones que conforman su núcleo son: «Todos los sistemas culturales son intrínsecamente iguales en valor» y «toda pauta cultural es intrínsecamente tan digna de respeto como las demás».

Los defensores de la corriente relativista, aseveran que todos los criterios para evaluar a una cultura son relativos, pues parten de los miembros de otras culturas. No existen valores o costumbres malas ni buenas, mejores o peores, inferiores o superiores, sino diferentes. Tales posiciones, aunque rechazan al etnocentrismo y al imperialismo cultural, han hecho daño en la evaluación de lo relativo a los derechos universales de los seres humanos.

Al asumir una postura relativista no podrían ser criticadas prácticas culturales como la mutilación genital femenina, que ocasiona miles de muertes y complicaciones de salud todos los años; o el infanticidio selectivo, entre otras tradiciones culturales que dañan derechos humanos, como el derecho a la vida, a la libertad reproductiva, etc.

Llevada a las prácticas políticas, esta perspectiva justificaría decisiones violatorias, como la que coarta la libertad de movimiento, por citar un elemento controversial en la relación entre Cuba y Estados Unidos. El Norte no podría criticar a Cuba por la parametración de personas impedidas de viajar fuera del país; mientras, la Isla tampoco podría objetar que el gobierno norteamericano imposibilite a sus ciudadanos viajar libremente a hacer turismo.

Si seguimos por ese camino, se demostraría que el contrapunteo entre el carácter universal de los derechos humanos y la posición relativista no resiste un análisis serio. Aunque hay que acentuar igualmente que ninguna nación puede invocar la DUDH para intervenir en otra so pretexto de su no cumplimiento. Sin embargo, los organismos internacionales tienen la función de acompañar e insistir en la observancia de esos principios: en cualquier cultura, en cualquier sistema.

[1] Ucrania y Bielorrusia tenían asientos por aquella época en la ONU, resultado de las negociaciones iniciales, aun cuando eran parte de la URSS.

10 diciembre 2019 32 comentarios 1k vistas
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La verdad sobre Batista

por Harold Bertot Triana 6 diciembre 2019
escrito por Harold Bertot Triana

La Revolución Cubana de 1959 no es posible entenderla cabalmente en sus orígenes, en sus razones, sin conocer todo el mundo que representó Fulgencio Batista y Zaldívar en la política nacional de la Isla durante décadas. Llegó a ser el “hombre fuerte” en un largo período histórico y el dictador que, tras el golpe de Estado de 1952, provocó la ira, y a la vez la gesta, de miles de cubanos. No conozco la cifra exacta de muertes en su dictadura, pero es imposible negar la evidencia de cientos y tal vez miles de ellas, como es imposible negar las espeluznantes torturas, tantos jóvenes masacrados, tanta gente buena que no pudo sobrevivir…

Quise explicar parte de esta historia hoy en la sacramental de San Isidro en Madrid, el lugar donde reposan los restos del dictador junto a su esposa y uno de sus nueve hijos, Carlos Manuel, fallecido en 1969. A la pregunta de por qué está en este lugar, respondió hace un tiempo otro de sus hijos, Roberto Francisco (Bobby) Batista Fernández,  quien contó que una vez que muere en 1973 –fallece de un infarto en un hotel de la Villa de Guadalmina y es velado en Marbella—, es trasladado a este lugar porque estaba enterrada la madre de su esposa Marta Fernández de Miranda y el mencionado hijo Carlos Manuel.

No ha faltado nunca alguna bibliografía, antes y después del golpe de 1952, como se puede extraer de lo investigado por Frank Argote-Freyre en su Fulgencio Batista: From Revolutionary to Strongman de 2006, con una visión sesgada y casi adulona de esta figura en la historia, entre las que cabe citar la de su amigo Edmund Chester A Sergeant Named Batista; o Ensayo biográfico Batista: Reportaje histórico de Raúl Acosta Rubio de 1943; o La personalidad y la obra del General Fulgencio Batista Zaldívar de Ulpiano Vega Cobiellas, del propio año 1943 (y que años más tarde actualizaría como Batista y Cuba: Crónica política y realizaciones). Ni qué decir, en francas poses justificativas y tendenciosas, de la literatura realizada con posterioridad al triunfo revolucionario por el propio Batista (ya había publicado Revolución social o política reformista en 1944 y Sombras de América: problemas económicos y sociales en 1946) como Respuesta de 1960 (y traducido al inglés como Cuba Betrayed: The Growth and Decline of the Cuban Republic en 1962); Piedras y leyes de 1961 y Paradojas de 1962, con una segunda edición que titularon Paradojismos. Cuba víctima de las contradicciones internacionales en 1964; o de otras obras más recientes de algunos autores abiertamente panfletarias que no valen la pena referenciar.

Ahora que reaparece con fuerza brindar una historia anterior que no fue, una historia donde el mundo fue rosa y palomas blancas revoloteaban sin cesar, bastaría tan solo preguntarse, como hicieron en su momento dos grandes juristas cubanos al mundo romano que se justificaba: ¿Y por qué se rebelaron? ¿Y por qué cayeron? ¿Y por qué triunfaron?

6 diciembre 2019 13 comentarios 998 vistas
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Nuestra época y la de Pablo

por Alina Bárbara López Hernández 28 noviembre 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

“¿Qué es la época de Pablo para los cubanos de hoy?”, preguntaba Fernando Martínez Heredia en un ensayo.[1] Es cierto que también afirmaba: “La historia no vuelve nunca de cualquier manera, la memoria histórica nunca es inocente”.[2] Pero a la memoria histórica hay que entrenarla, pues desde los mecanismos del poder, que incluyen a la historia oficial, a veces se escoge lo que es preferible rememorar.

En ese ejercicio de recuperación, especie de adiestramiento para evitar el alzheimer de Clío –la musa de la historia—, ninguna fuente es tan útil como los epistolarios. Elías Entralgo los denominaba “literatura de soliloquio y confesión” y consideraba que revelan, mejor que otros documentos, el carácter y la personalidad de una figura, pues a través de las cartas se podía lograr un “desahogo del ánimo”. Aseveraba que con su lectura “no solo podemos reconstruir el itinerario espiritual de la personalidad (…) sino también la topografía cultural y moral de la época”.[3]

Cartas cruzadas es la recopilación de la correspondencia, activa y pasiva, de Pablo de la Torriente Brau que se generó entre abril de 1935 y agosto de 1936.[4] Este fue su segundo exilio neoyorquino y coincide con el declinar de la Revolución del Treinta en Cuba. El joven revolucionario, comunista por convicción, aunque no por militancia, vive el drama del desarraigo cultural, el clima hostil, la pobreza, el alejamiento de la familia y los amigos y… lo peor, el convencimiento de que había que empezar desde cero a impulsar la lucha por la liberación.

Debemos este libro a Víctor Casaus, director del Centro Pablo, que compiló las misivas, prologó el texto, elaboró las notas que ayudan a los lectores a identificar figuras, publicaciones y hechos; y lo principal, dio una estructura peculiar a su propuesta al presentarla como un espacio donde se entrecruzan existencias. Su pretensión fue que se acercara en lo posible a la vida, donde “mueren y nacen gentes, hay alegrías y tristezas y combates y miserias y esperanzas, como en una novela, o mejor, como en la vida misma que estas cartas en su diálogo evocan”.[5]

Martínez Heredia valoró el conjunto de cartas reunidas por Casaus como una “formidable colección”.[6] Sin dudas es así. Con su lectura emerge ante nosotros una época verdaderamente difícil para un revolucionario, o al menos para uno que se mantenía fiel a la idea de que la revolución era necesaria. Que para él no era la que había derrotado a Machado sin demoler estructuras semicoloniales, y tampoco la que encabezaba el Partido Comunista, con una estrategia desacertada y una ideología dogmática que presentaban como la única vía posible. Fue aquel un período de desconcierto, pues el campo de los conflictos y las distancias de Pablo con el Partido Comunista se fue ahondando, no así su convencimiento de que era impostergable una transformación radical de la sociedad.

Un intercambio epistolar es significativo en el conjunto. Se trata de las misivas cruzadas entre Pablo y su mejor amigo, Raúl Roa, en diciembre de 1935. Ambos eran simpatizantes de la línea del Partido Comunista, aunque sin ser miembros, no obstante, sus cartas permiten ilustrar uno de aquellos momentos en que el camino partidista se hacía confuso. A Pablo le preocupaban algunos acercamientos del Partido hacia sectores políticos no revolucionarios y los argumentos débiles que manejaba para hacerlo. “Porque yo creo que la dialéctica también tiene moral”, escribió. “Para nosotros la dialéctica debe ser una espada flexible: flexible, pero de acero. Y siempre una espada”.[7]

Por ello funda en el exilio otra estructura para la lucha, la Organización Revolucionaria Cubana Antimperialista (ORCA), de izquierda, clandestina e insurreccionalista. No logran sostenerla y ese intento fallido define su destino: se va a España a contrapelo de las opiniones de Roa y otros compañeros. De allá no regresará.

Pero nadie muere totalmente si fue tan coherente como Pablo. Su voz resonante, su sentido del humor, su fuerza inquebrantable, su espíritu invencible y su desafío a contrarrevolucionarios, seudorrevolucionarios y oportunistas, son traídos de vuelta por esas cartas cruzadas, que, como bien alega su compilador: “están atravesadas por el viento magnífico, áspero y luminoso de la revolución, porque los hombres que hablan en ellas estaban buscando, en tiempos muy difíciles, el camino para llevarla adelante, en medio de «la torrentera» de la historia de que habla Roa”.[8]

Ese tiempo difícil nos acerca a Pablo, pues nuestra época también tiene sus propias torrenteras, y las experiencias de alguien que supo ser consecuente en circunstancias adversas es hoy un testimonio invaluable. Recomiendo entonces la lectura de este libro, que narra el fracaso de una revolución y transmite el aliento necesario para empezar otra.

[1] Fernando Martínez Heredia: “Pablo y su época”, La revolución cubana del 30. Ensayos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007.

[2] Ibídem, p. 1995.

[3] Elías Entralgo: “La paradoja histórica de Luz y Caballero”, prólogo al Epistolario de José de la Luz y Caballero, Editorial de la Universidad de La Habana, 1945, p. XXII.

[4] Pablo de la Torriente Brau: Cartas cruzadas, Ediciones La memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, (segunda edición), 2012.

[5] Víctor Casaus: “Prólogo”, Op. Cit., p. 27.

[6] Op. cit., p. 187

[7] Citada por Fernando Martínez Heredia en: Op. cit, pp.183-184.

[8] Víctor Casaus: “Prólogo”, Op. Cit., p. 27.

28 noviembre 2019 19 comentarios 525 vistas
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Los sucesos de 1956 en Hungría

por Alina Bárbara López Hernández 8 noviembre 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

El pasado 4 de noviembre se cumplieron sesenta y tres años de la intervención soviética en Hungría. Un testigo excepcional de aquellos hechos, Fernando Barral, vive en Cuba y escribió su testimonio. Hace un año publiqué una reseña sobre su libro en el boletín del Centro Pablo de la Torriente Brau. Aquí la comparto con los lectores de La Joven Cuba.

Leí de una vez Hungría 1956: Historia de una insurrección. Eso siempre ocurre cuando un libro reúne dos condiciones: ser muy interesante y no muy extenso. Además de la redacción amena, el mayor valor del mismo es su carácter testimonial. Aunque ese género ha sido visto con precaución por los historiadores, no caben dudas de que Fernando Barral fue un testigo excepcional que nos ofrece una visión privilegiada, complementada además con otras fuentes.

Su vida parece la trama de una novela de aventuras.

De origen español y residente en Argentina, fue deportado por comunista durante el gobierno de Perón y, ante el peligro de regresar a una España franquista, gestiona su asilo político en Hungría. Aprendió el idioma, estudió medicina y conformó una familia en el país magyar. Así fue que le sorprendieron los hechos que cuenta.

Su militancia constante en la izquierda, su residencia permanente en Cuba desde 1961 a instancias del Che, el hecho de que se jubiló como teniente coronel del Ministerio del Interior, a cargo de las investigaciones sociales; deben ser avales más que suficientes para que no sea catalogado, tan a la ligera como ocurre a veces en nuestro medio, de agente subversivo y provocador. Evidentemente su memoria se mantiene muy lúcida, y parece haber atesorado información con el fin de ofrecernos ese testimonio que agradecemos los lectores. A él y al Centro Pablo, que no cesa en su afán perenne por rescatar memorias olvidadas de personas, hechos y épocas.

Cuando estudiaba para profesora de Historia, en la mitad de los ochenta, recibí una epidérmica información sobre los sucesos del 56. Se limitaba a considerarlo un alzamiento contrarrevolucionario organizado por fuerzas de la iglesia católica y remanentes de la burguesía húngara que, con apoyo de la CIA y otras fuerzas externas contrarias al socialismo, y aprovechando algunos errores del Partido Comunista, lograron atraer a sectores lumpen proletarios y elementos marginales. Se decía que el gobierno había solicitado la intervención soviética, y que las tropas de aquel país contuvieron la embestida de la reacción devolviendo al pueblo húngaro las riendas de su destino.

Al graduarme, en 1989, permanecí en el Instituto Superior Pedagógico de Matanzas, y, para mi desconsuelo –pues siempre fui alumna ayudante de Historia de Cuba–, me comunicaron que impartiría Historia Contemporánea de Europa. Los sucesos del 56 volvían a mí, pero ahora en un contexto polémico: me tocaba explicar a los estudiantes esa página confusa de un país socialista interviniendo en otro, en una etapa en que el campo socialista desaparecía tragado por sus enormes errores.

Las publicaciones soviéticas como Tiempos Nuevos y Sputnik, que circularon en Cuba hasta inicios de los noventa, también deconstruían la historia de las relaciones entre los países que conformaron aquel campo geopolítico. Los sucesos del 1956 eran noticia nuevamente.

Dicha situación tornó obsoletos los libros de texto de las carreras de Historia, y me obligaron a localizar otras fuentes de información si pretendía ser creíble. Una de ellas fue meramente casual. El tema de mi tesis había sido un estudio sobre el pensamiento político de Juan Marinello y recordé una epístola suya con el título: Carta a los intelectuales y artistas (sobre el problema de Hungría),[1] escrita en coautoría con Mirta Aguirre y Carlos Rafael Rodríguez. En ella negaban de plano, por injusta y calumniosa, la visión de la prensa burguesa cubana acerca de los hechos de octubre del 56 en Hungría y de la actitud de la URSS, reiteraban el carácter reaccionario y pro burgués de las protestas y rechazaban los enjuiciamientos que se hacían a los soviéticos por violar la soberanía territorial húngara.

Decidí consultar entonces algunas revistas y periódicos de la época, Carteles, Bohemia y Prensa Libre especialmente, para entender el porqué de la carta. Tras la lectura del libro de Fernando Barral, puedo afirmar que no estaban errados los periodistas burgueses en sus opiniones, las que fundamentaban con los testimonios de muchos húngaros que huyeron a raíz de la intervención soviética.

El 56 fue un año complejo para los comunistas cubanos, eternos e incondicionales aliados del movimiento con centro en la URSS. Además del XX Congreso del PCUS y su informe sobre el culto a la personalidad de Stalin, ahora tenían que manejar las incómodas situaciones acaecidas en Polonia[2] y Hungría. Para colmo, lidiar con el hecho de que su propia ilegalización, decidida en 1953 por Batista, mermaba las posibilidades de ofrecer otra imagen de esos temas, dada la clausura de su órgano oficial de prensa, el periódico Noticias de Hoy.

En 1958 continuaba el debate. Sergio Carbó, desde Prensa Libre, publicó el artículo “Bouganvilles Blancas”, que mereció una carta de Marinello en la que respondía a las acusaciones sobre el campo socialista. Respecto a los sucesos de Hungría decía: “lamentamos sincera y hondamente que se derramase sangre sana [pero], seguimos creyendo que fue obligado y justo reprimir el alzamiento reaccionario”.

Al año siguiente triunfará la Revolución en Cuba, que proclamará luego su carácter socialista y paulatinamente se alineará con la URSS y el campo socialista. En consecuencia, la versión que se impondría durante décadas ocultó la verdadera naturaleza de esas insurrecciones. Por eso el libro de Barral viene a llenar un vacío en la historiografía generada en nuestro país, que ha sido verdaderamente reacia al abordaje del asunto.

Tanto el caso de Hungría como el de Polonia, muestran que, tras la muerte de Stalin, el proceso de desestalinización abrió debates sobre cuestiones fundamentales en todo el bloque del Este. El discurso de Nikita Jrushchov acerca del culto a la personalidad y sus consecuencias tuvo amplia repercusión fuera de la Unión Soviética, e incentivó el debate en torno al derecho a escoger una vía más independiente de “socialismo local, nacional”, en lugar de seguir el modelo soviético hasta el último detalle.

La sublevación de Hungría tuvo raíces históricas. Habría que remontarse para entenderlas a la República Soviética Húngara de 1919, un efímero régimen de dictadura del proletariado instaurado por la unión del Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista en la primavera de 1919, ante la grave crisis interna en el país. Se inició el 21 de marzo y terminó el 1ro. de agosto del mismo año. El nuevo sistema concentró el poder en un Consejo de Gobierno, que lo ejerció de manera autoritaria en nombre de la clase trabajadora.​ Su principal figura fue el comunista Béla Kun. Tras el fracaso del experimento de 1919, Kun se refugió en la URSS y fue funcionario de la Internacional Comunista. Sería denunciado por trotskista en las purgas de los años treinta y finalmente detenido en 1937. Pasó más de dos años en varias cárceles y murió sometido a tortura en la prisión de Butyrka.

Es de suponer entonces que la instauración del socialismo tras la II Guerra Mundial fue vista con desconfianza por los húngaros. En ese país los comunistas no tenían una gran fuerza numérica y fueron impuestos por las tropas soviéticas de ocupación. El partido Socialdemócrata sí tenía muchos partidarios, pero estos se camuflaron de modo oportunista en las filas del Partido Comunista que contaba con la anuencia de los soviéticos.

Es cierto que en la insurrección del 56 hubo manejos conservadores y apoyo de fuerzas externas contrarias al socialismo, pero reducirlo a esa zona política es ocultar la realidad. El malestar ante los graves errores de la dirección política del país había influido en los obreros, intelectuales, estudiantes e incluso soldados. La excesiva burocratización del gobierno, los bajos salarios y condiciones de trabajo, la falta de transparencia y de posibilidades de expresar libremente las opiniones, el intercambio comercial desigual con la URSS y la copia de un modelo extranjero que para la fecha daba indudables muestras de agotamiento; todo ello motivó la sublevación, que tuvo también un carácter popular.

La actitud de los soviéticos ante los sucesos del 56 en Hungría fue contraria a las normas de las relaciones soberanas y de no injerencia en los asuntos internos de otros países, que era uno de los principios de su política exterior.

El texto Hungría 1956: Historia de una insurrección, además de las atinadas y justas valoraciones de Fernando Barral, incluye un testimonio gráfico y una cronología. Recomiendo su lectura a todos los que disfruten conocer sobre la verdadera historia.

[1] Archivo del Instituto de Historia de Cuba: Carta a los intelectuales y artistas (sobre el problema de Hungría), Fondo: Primeros Partidos Políticos, Movimiento 26/ 7 y otros, Legajo: PSP.

[2] Conocidas como sublevación de Poznań, o junio de Poznań, fueron las primeras de varias protestas masivas del pueblo polaco contra el gobierno. Las manifestaciones de obreros que pedían mejores condiciones comenzaron el 28 de junio de 1956 en las fábricas Cegielski de Poznań y debieron hacer frente a una represión violenta. Una multitud de aproximadamente 100 000 personas se reunió en el centro de la ciudad, cerca del edificio de la policía secreta polaca. Cuatrocientos tanques y 10 000 soldados del Ejército Popular polaco y del cuerpo de seguridad interna, bajo las órdenes del general polaco-soviético Stanislav Poplavski, fueron los encargados de sofocar la manifestación y durante dicha contención le dispararon a los manifestantes civiles.

8 noviembre 2019 10 comentarios 1k vistas
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La relación del presente con el futuro no es inversa

por Miguel Alejandro Hayes 23 octubre 2019
escrito por Miguel Alejandro Hayes

La economía política que orbita alrededor del socialismo y que se respira en Cuba, emplea una dicotomía en clave de temporalidad. Con ello crea una especie de trade-off en el que la decisión se basa en: o apostar por el presente, o por el futuro; o que la dirección del país refuerce gastos en el consumo de la población, subsidiar servicios, etc.; o que invierta en industrias y aquellos sectores que tradicionalmente se asocian al desarrollo. De ahí se desprenden escolásticos debates de, por qué intervalo de la otredad del espacio[1] decidirnos para salvar para la construcción social; y de paso se crea otra antinomia socialista.

A la par, se da una apropiación colectiva inconsciente del binarismo en cuestión –mecanicista en ocasiones—. Así, casi sin percibirlo, cargamos –como pueblo— con la decisión de, si “comer” en el presente y dejarle a la posteridad el desastre, o por el contrario, sacrificarnos, “pasar trabajo” y “ahorrar más” –y no hablo de electricidad, sino de austeridad— para producir, invertir, y trabajar fuertemente y legar un buen futuro a las generaciones siguientes. La orientación de arriba, es por esto último.

La racionalidad que está detrás de tal visión no solo tiene su dosis de error, sino que es un poderoso instrumento político para los llamados forzados a recortar el consumo personal, a la calma, a la resistencia y a robustecer la economía de plaza sitiada –la favorita de la burocracia—. A lo que habría que agregar que el simplificado esquema de consumo/producción con discursividad socialista, ignora la inseparabilidad de los momentos antagónicos de una economía; es decir, que en la práctica no tiene que ser necesariamente “pan para hoy y hambre para mañana”, o su inverso de entre lo que se debe elegir. Más bien, el riesgo es que “el hambre de hoy” sea posiblemente lo mismo para mañana.

Relación de producción y consumo

El llamado Marx economista, luchaba en el campo de la ciencia correspondiente contra los mismos enemigos metodológicos que el maestro de la dialéctica. Uno de ellos –y no el principal—, es la falta de visión sistémica en la economía. Si bien todo el mérito no recae en el Prometeo, ya que en Ricardo quedaba planteada la secuencia del ciclo de la producción hasta el consumo –incluyendo sus elementos mediadores[2]–, es en el alemán donde se logra la visión más elaborada sobre el tema.

En los modestos Grundrisse, se desarrolla la relación entre producción y consumo y cómo la comprensión de este vínculo inseparable se puede extraer desde la mayor superficialidad de cualquier enfoque económico.

Así, resulta visible a la reflexión que un acto de consumo –en el sentido estricto— es de lo producido; es, por tanto, consumo productivo; y que cierra el ciclo productivo. Además, que la producción es siempre el consumo de determinados insumos y, consumo de la capacidad creadora directa del hombre; o lo que es lo mismo, que la producción demanda emplear fuerza de trabajo y recursos producidos por otro. De lo que deriva que declarar que se apuesta por, “o producir o consumir”, es ignorar la relación entre ambos –y que niega la exclusión que se le intenta atribuir—.

Por otro lado, el estado de esa relación producción-consumo siempre es resultante –en mayor o menor medida— de cómo se comportaba la dupla en la temporalidad instantánea anterior, y las anteriores; de ahí que el mañana sea resultado de la gestación ese ciclo hoy. Una sociedad que trabaja actualmente, es más empleo, más salario, más compras. Si no se van teniendo mejorías como acompañantes del esfuerzo laboral, no aparecerán de la nada el dinero y el bienestar al paso del tiempo.

Apuntarse debe, que las ideas anteriores, no son ni ningún plus ultra del pensamiento teórico de Marx, ni propiedad de este; pueden identificarse, claramente, por ejemplo, en los enfoques keynesianos de la economía. Por lo que valdría la pena preguntarse, ¿cómo se explica entonces, el trade-off que usa el discurso político del socialismo real?

Cuba no es la excepción. El futuro desde el hoy

En la economía cubana –a pesar de sus particularidades— al igual que en todas, si se apuesta en el corto plazo por el sector de los medios de consumo[3], lo que debiera ocurrir, es que estos puedan servir para generar la demanda que cerrará el ciclo económico de lo que logre ser consumido, que se estimule la producción de ciertos productos –al menos los de facturación nacional—, y estos, demanden factores de producción; si por el contrario, se escoge invertir más en medios de producción[4] e industrias tradicionales, igual esto puede servir de motor para crear enlaces y tejidos económicos con nuevas o viejas instalaciones productivas, que de la misma manera usarán recursos e insumos y fuerza de trabajo que, al ser pagados, terminará parte del dinero en manos de trabajadores que consumirán más.

Pero la dirección del país reproduce la falsa problemática planteada en la lógica cronológica que aquí nos ocupa, lo que deja oculto el verdadero tema, que es el que gira en torno a que, si las acciones emprendidas como resultantes de las decisiones que nos marcan el camino, contribuyen a fomentar las conexiones internas para que puedan trasmitirse y provocar efectos favorables, o no.

Se trata, para esforzarnos por una mejor nación, no de que como sociedad tengamos que es escoger –como si no se tratara de la vida humana— entre la actualidad y el porvenir, sino en pensar y lograr que el lado de la economía por el que se apueste como punto de partida de las políticas económicas, sirva para estimular e impulsar el resto del sistema productivo, monetario, cambiario, laboral, y se prolongue en el tiempo.

Cuando se quiere construir y no se parte de la nada (imagino que 60 años de historia no cuentan como “nada”), no se lucha o por el presente o el futuro, sino por ambos a la vez. El segundo no es más que la acumulación sostenida de lo vayamos creando en el primero. No tenemos buen futuro con un presente perdido; su relación es directa, no inversa. El llamado al esfuerzo sin resultados visibles en poco tiempo, es negar el papel creador del trabajo y, sobre todo, es querer tapar las deficiencias crónicas –sistémicas— de una economía incapaz de generar los eslabones mediadores del ciclo productivo y de materializar el sacrificio de la capacidad humana.

Hay que ir dejando de construir y difundir el mensaje de un supuesto antagonismo que pone a la conciencia sobre la base de la forma quimérica de separación de temporalidades. Eso no solo hace daño a futuro, también en el presente.

[1] El tiempo.

[2] Los mediadores son distribución y cambio.

[3] En la literatura económica marxista, se habla del sector de los medios de producción en la economía (Sector II). Tal y como indica su nombre, es el que se dedica a producir medios de consumo.

[4] Del mismo modo, se identifica el sector I, que es en el que se producen medios de producción, tanto para el propio sector de I, como los necesarios para el sector I. Esa lógica es la empleada en la teoría marxista de la reproducción del capital.

23 octubre 2019 16 comentarios 583 vistas
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