Por: Julio César Pérez Verdecia. (julio.verdecia@umcc.cu).
A Haydée.
Hay una cicatriz sobre la noche,
en la boca del viento,
sobre las señales.
Inverosímil cicatriz
sobre el mundo y la memoria,
sobre la casa.
Marca de silencios tridimensionales y laicos
como si la evocación misma no olvidará
la tarde que te fuiste
con aquel peinado de sueños y ambrosía.
Una cicatriz casi invisible
casi silbo, relámpago, casi abrazo;
y tu repartida entre guitarras y poetas
mirando por la ventana de la Casa grande
a Cuba,
al trance funesto de la tarde
de tu última tarde de tristezas.
¡Verdad que es difícil cargar con tantas muertes,
tanta sonrisa tras la puerta,
y aquel ojo amado sangrante, bello!
Tú que fuiste espejo de agua,
guerrillera y santa
pueril y aventurera,
tú que fuiste trillo y zorzal
y bocacalle y fusil.
Ves, ya no dejará de estar la herida,
este hay mi madre,
este mutismo estremecedor,
esta amable cicatriz anunciando tras tu nombre,
la mañana.